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Capítulo I


«A la rosa que fue arrancada de su jardín para que se marchitara»


Kim JongIn observaba en silencio al príncipe heredero, el futuro rey de Kairos, quien en esa mañana como era lo habitual, se encontraba cuidando las flores de su jardín con tanta gracilidad y concentración, que no deseaba importunarlo con las obligaciones que debía cumplir para ese día.

Pese al helado clima, en el hermoso invernadero de cristal del príncipe, las flores de las más hermosas y brillantes colores florecían durante las cuatro estaciones del año. Era casi un sueño para los numerosos visitantes del palacio encontrar un pequeño paraíso de flores en aquel lugar.

El joven heredero se detuvo en sus pasos al apreciar el rosal, transformando su expresión a una sombría. A pesar de los llamativos colores de las flores, hacia un lado del jardín predominaban las rosas blancas.

JongIn era el único que lo sabía, lo que aquellos pétalos níveos representaban, a quien ya no estaba allí con ellos. Sus ojos se nublaron por unos segundos, la angustia persistía en su corazón, y como todos los días, las dolorosas espinas en su pecho junto al rostro de una persona aparecían en su mente, lacerando su corazón.

Vio el momento en el que el príncipe trastabillaba, casi desvaneciéndose; así que corrió y lo sostuvo entre sus brazos antes de que su frágil cuerpo terminase en el suelo. Sobre las rosas, JongIn halló un par de gotas carmesí que contrastaban con el blanco de estas.

El rostro del príncipe había perdido color y sus pequeños ojos marrones se abrían con pesadez, pero ya no tenían ese pequeño brillo que aún albergaban. El heredero se recompuso velozmente, mientras sus temblorosas manos limpiaban con un pañuelo de seda el rastro de sangre que salió de su nariz.

Fue un pequeño desvanecimiento, un signo que hablaba de la debilidad de su cuerpo. JongIn lo había visto más delgado últimamente, perdiendo parte de su energía vital. Cada año los síntomas de su enfermedad empeoraban, justo con la llegada de la época más fría del año, fecha en la que el palacio y el reino de Kairos recordaban con tristeza al pequeño príncipe que fue arrebatado en un día como ese, con el rastro de sangre sobre la nieve... JongIn recordaba vívidamente ese día.


—No me mires así, estoy bien. —El príncipe Junmyeon señaló con firmeza.

—No estás bien —intervino JongIn con una expresión preocupada.

—¿Por qué me hablas informalmente?

El más alto de los dos exhaló cuando el orgullo del príncipe se hizo presente.

—Porque en este momento no actúo como Consejero real —indicó seriamente—, solo soy un amigo preocupado.

Una sonrisa que no llegaba a sus ojos apareció en sus pálidos labios.

—Nunca estaré bien, JongIn —expresó con amargura, limpiando el rastro de sangre en las rosas en lugar de mirarlo—. No puedo ser el rey de Kairos, no cuando esta oscuridad absorbe todo de mí. —Su voz salió trémula al sincerarse.

JongIn batallaba para que sus propias lágrimas no abandonaran sus ojos. Su príncipe, su amigo, se estaba quebrando frente a él.

—El reino te necesita, Junmyeon.

El mencionado negaba en silencio.

—Y yo necesito... —Junmyeon titubeaba, lucía tan frágil en ese momento para el consejero. Sus ojos solo reflejaban dolor cuando le devolvió la mirada—. Él está vivo, JongIn. Lo sé —aseguró.


Los dedos del príncipe se enterraron en las espinas de las rosas a las que sostenía con fuerza del tallo y la sangre fluyó rápidamente manchando sus manos. Junmyeon se desmayó pero sus brazos agiles lo atraparon una vez más.

El rojo saliendo a borbotones de sus heridas en sus dedos iba tiñendo la nieve cuando salieron del invernadero. JongIn temblaba al observar la nieve salpicada del rojo escarlata. Otros guardias alertados al ver al príncipe inconsciente salieron a su auxilio, tomando el cuerpo debilitado de sus manos.


JongIn de pie en la arcada principal de la Casa Real, dejaba que los pequeños copos de nieven terminasen cayendo sobre él. La primera nevada había llegado a Kairos. El manto blanco cubierto por la sangre del príncipe heredero seguía removiendo recuerdos de ese trágico día.

JongIn suspiró cansino. Solo añoraba el día en que el rey le retirase su estado de prisionero en aquel palacio, lo que lo había privado todos esos años de ir en su búsqueda. Él sabía que Do KyungSoo, su prometido, estaba perdido y él no podía ni siquiera salir de esa hermosa prisión.


«Él está vivo»

Nunca había perdido la esperanza.



****


Junmyeon lo esperaba sentando en su cama rodeado de decenas de almohadas. Su cabello azabache caía desordenadamente sobre su frente y aún seguía vistiendo un pijama de seda color durazno que provocaba que su piel se notase todavía más pálida, junto a unas pronunciadas ojeras que se asomaban bajo sus ojos; dándole un aspecto enfermizo.

Saludó formalmente al futuro heredero, haciendo una reverencia.


—Lo llamé porque tengo una asignación —anunció manteniendo una expresión seria.

—Su alteza ¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó con la formalidad requerida y bajo la extraña atmosfera que se formaba entre ellos dos.

Junmyeon le miraba con una expresión casi gélida. Incluso cuando solo estaba en su cama, en un lugar tan íntimo, el príncipe se las arreglaba para mantener una presencia dominante esperada en el próximo rey.


—Ve y encuentra a mi hermano —ordenó sin preámbulos.

Los ojos de JongIn se ampliaron tras escucharlo. Tenía que cerciorarse de haber entendido correctamente.

—El próximo año cumpliré 25 años —continuó—. Y le he pedido al rey mi regalo.

—¿Su regalo? —preguntó luciendo aún confundido.

—Mi regalo es tu libertad, JongIn.

El consejero enmudeció y sus ojos se llenaron de lágrimas antes de poder musitar palabra:

—Su alteza, gracias...

Junmyeon negó con un leve movimiento de cabeza.

—No me tienes que agradecer. Yo lamento que mi padre te haya retenido todo este tiempo aquí, aun cuando sus razones eran nobles, no fue justo contigo —explicó condescendiente.

JongIn sabía muy bien la razón para su encarcelamiento. Una promesa que el rey YoungJin, le había hecho a su padre, de mantenerlo a salvo dentro de un espacio «seguro».

—¿Así que podré salir en búsqueda del príncipe KyungSoo? —preguntó más como una confirmación de lo que necesitaba oír.


La mente del consejero recordó la última vez que la familia Do había ordenado una misión para la búsqueda de KyungSoo. Unos meses después que los misioneros regresaran al palacio con las manos vacías, la reina falleció de física pena, el rey se aisló por casi cien días y la salud de Junmyeon se volvió frágil.

Cuando YoungJin regresó al trono, ordenó celebrar las honras fúnebres de su hijo menor y con ese acto tan cruel para el corazón de JongIn, el reino ya no creía que estuviese con vida y ninguna otra caravana en su búsqueda fue organizada nunca más, y la valiosa recompensa por dar con el paradero del príncipe fue desechada; lo que también impidió que farsantes se siguieran acercando al palacio alegando ser el príncipe perdido; lo que siempre irritaba a JongIn, y por supuesto, a toda la familia real.


—Como amigo te pido que retomes su búsqueda y te ruego que lo traigas de vuelta.

El semblante de Junmyeon cambió cuando su vista se dirigió a una de los ventanales. Suspiró largamente y con una expresión suavizada continuó:

—Cada día mi salud se compromete más y más. Necesito ver a mi hermano antes de-.

—No sigas, por favor —Le interrumpió—. Estarás bien. Yo me encargaré de que Soo regrese.

—Aún le guardas cariño —afirmó Junmyeon bajo una sonrisa opacada por sus ojos que mostraban dolor.

No podía hablar de sus sentimientos, le dolía cada vez que los exponía. Pese a esto, no se sentía sumido en la tristeza porque ahora la esperanza parecía brillar con intensidad.

—Gracias, príncipe Junmyeon, por nunca perder la fe.


Una pequeña sonrisa apareció en sus labios al dirigirse al príncipe que parecía tan abstraído en sus pensamientos. En seguida se despidió del otro hombre con una reverencia. Finalmente era su turno de buscar al pequeño príncipe y traerlo de vuelta.

Él lo lograría.



****



La nieve volvía caer y las rosas empezaban a perder sus pétalos desde que Junmyeon no estaba allí para cuidarlas. JongIn antes de partir hacia el sur, decidió ir al jardín. Sentarse en la banca de madera frente al rosal traía recuerdos hermosos empañados bajo un tinte doloroso.

JongIn era un niño tímido cuando su padre se convirtió en el Escudero de la Familia Real, y por esa razón, terminó viviendo en un chalet de la villa donde se encontraba el palacio en el que vivía el rey, la reina y sus dos hijos, Junmyeon y el menor, KyungSoo.



La primera vez que lo vio, KyungSoo era solo un niño de 9 años, de cabello castaño claro casi rojizo, mejillas rellenas salpicadas por lunares que formaban pequeñas constelaciones y labios que tomaban la forma un corazón al sonreír. JongIn de piel morenita, ojos pequeños y un tanto regordete en ese entonces, y de la misma edad que el príncipe; se acercó sigilosamente.

Se encontraba en uno de los jardines donde crecían las rosas blancas, lo vio sentado con sus piernas estiradas sobre el corto prado. JongIn decidió esconderse detrás de un arbusto; mirándolo curioso por saber lo que estaba haciendo con un par de flores cortadas y delgados tallos que se encontraban sobre su regazo.


—¿Quieres ayudarme?

JongIn se sobresaltó pestañeando repetidamente. Miró a los lados esperando encontrar a la persona a la que el castaño se había referido.

—Tonto, te estoy hablando a ti —dijo el otro niño entre risas alzando la mirada para encontrarlo a un lado del arbusto que supuestamente debía ocultarlo—. No te he visto por aquí —señaló gentilmente—. ¿Cómo te llamas?

Sus ojos eran bastante grandes, JongIn a su corta edad no había visto unos iguales, pero la intensidad de su mirada le hizo temblar. Pasó saliva por su garganta antes de acercarse.

—K-Kim JongIn —dijo severamente nervioso.

El niño sentado le sonrió ampliamente apenas escuchó su nombre.

—Yo soy Do KyungSoo, mucho gusto.

JongIn jadeó de sorpresa tapando la boca con su mano. ¡Era el príncipe! Y en seguida hizo una profunda reverencia, hasta que su frente terminó tocando el césped.

—Su alteza real —agregó aun con la cara sobre el prado.

—No tienes que hacer eso. —El príncipe le contestó risueño, tocando su cabeza para que se levantara.


JongIn, algo renuente, se sentó sobre sus pantorrillas manteniendo su cabeza gacha. Su padre le había enseñado muy bien sobre cómo debía tratar a la familia real. No entendía, tal vez hizo algo mal, probablemente lo castigarían por no haber reconocido al príncipe en primer lugar.

—Lo siento, príncipe. No quería molestarlo —dijo tímidamente poniéndose de pie.

Pero el de piel tan blanca como la leche, le sujetó de la mano. JongIn miraba sin entender al príncipe que le seguía sonriendo amigablemente.

—No te tienes que ir. Ven, quédate.

Con su otra mano señalaba el césped, haciendo ademán para que se sentara a su lado.

—Como ordene, su alteza.

La sonrisa en el príncipe menor tembló y sus ojos se volvieron alicaídos.

—No, no es una orden. —Su tono de voz ya no era tan alegre—. Qué modales los míos, de seguro tienes otras cosas que hacer y yo solo te estoy reteniendo —agregó tímidamente con sus mejillas ruborizadas.


JongIn creía que había obrado mal, se sentía culpable por echar a perder la calidez del príncipe que parecía bastante amable. Aún temeroso y ante la mirada del príncipe, se sentó a su lado.

Pasaron minutos en los que no se animaba hablarle, lo veía trabajando con las flores y algunas cintas de colores, sin saber realmente que hacía con ellas.


—Estoy haciendo coronas de flores para mis primas —comentó de repente.


El príncipe detuvo lo que estaba haciendo y le mostró la corona ya terminada para acto seguido colocársela en su propia cabeza, al tiempo que le sonreía bellamente. Los ojos de JongIn se ampliaron al ver el conjunto de pequeñas flores blancas finamente entrelazadas, que resaltaba en sus cabellos castaños; la brisa fresca hizo que las cintas de la corona danzaran a su alrededor.

Su boca seguía abierta pero no podía musitar palabra alguna.

—Estarán aquí mañana y quiero darles un pequeño obsequio —completó, quitándose la corona.

JongIn nunca antes había visto a alguien usar flores en la cabeza y era una pena que se la haya quitado, pues se le veía bastante bien. Sin embargo, debido a su timidez se guardó su comentario.

El príncipe, entre tanto, seguía observando la delicada corona entre sus manos. Luego alzó la mirada y le incitó a tomarla entre las suyas. JongIn creyó que entre sus palmas extendidas tenía algo tan valioso como una misma joya.

—Es muy hermosa, príncipe. —Finamente las palabras salieron de su boca.

El aludido negó con la cabeza y lo miró fijamente.

—KyungSoo, solo llámame KyungSoo.

Con sus mejillas arreboladas, JongIn asintió y desde ese momento y cuando estuvieran solo ellos dos, siempre lo llamó por su nombre.

—Es tuya si la quieres —comentó sonriéndole.

Lo que tomó por sorpresa a JongIn.

—Gracias, KyungSoo —dijo recordando su petición.

—Ahora, necesito tu ayuda para-.


JongIn no creía que pudiera verse tan bien como lo hacía KyungSoo con algo tan bello como aquella corona. Así que delicadamente se la puso al príncipe, cuyas mejillas se sonrojaron rápidamente.

Empezó a reír debido a su reacción, seguido de la risa del mismo príncipe.

Los dos se volvieron rápidamente cercanos tanto que llamó la atención del rey, quien vio con buenos ojos su creciente amistad. JongIn también había fraternizado con el príncipe mayor, Junmyeon, aunque no eran tan cercanos como con KyungSoo, debido a la diferencia de edades.



****



—A veces pienso que me hubiese gustado tener un origen humilde; ¿Sabes? Tener que cultivar con mis propias manos y llevar a la mesa el fruto de mi trabajo.

Algunos días como esos, los dos con trece años, KyungSoo lanzaba reflexiones de lo más profundo de su alma que solo JongIn escuchaba.

Se encontraban acostados sobre el prado recién cortado de uno de los tantos jardines del palacio, observando las nubes e intentando encontrarles formas.

En seguida, JongIn tomó sus dedos largos y elegantes, inspeccionado su mano para después mirarlo y contestarle en tono burlón:

—¿Estás seguro que deseas eso? Tienes manos delicadas como de princesa, no aguantarías un día a sol en el campo.

Pero KyungSoo no estaba ofendido para nada y sus ojos marrones se encontraban ahora fijos sobre los suyos.

—Tú podrías encargarte del trabajo duro —propuso— y yo de las actividades menores.

—¿También estoy incluido? —preguntó genuinamente sorprendido y con el rastro de un rubor que iba acariciando sus mejillas.

KyungSoo se volteó hasta quedar de lado, JongIn hizo lo mismo y los dos quedaron mirándose de frente.

—Claro —respondió de inmediato como si ya lo tuviese todo planeado en su mente—, no puedo dejarte solo, JongIn. —KyungSoo tomó una de sus mejillas entre sus dedos apretándolas brevemente—. Quién cuidará de ti cuando te raspes las rodillas.

JongIn rio tímidamente y por un par de segundos bajó la mirada.

—Fue solo una vez —agregó sintiéndose avergonzado de ser aún un niñito torpe.

—Lo ves, JongIn. No puedes vivir sin mí, acepta que me necesitas.

Las manos del príncipe habían ascendido acariciando ahora su cabello negro, haciendo que sus ojos se cerraran, totalmente deleitado por los suaves toques.

—Te necesito, Soo. —Suspiró largamente y confesó algo tan elemental como respirar.

Escuchaba su dulce risa y permaneció con los ojos cerrados cuando el príncipe tomó sus manos entre las suyas.

—Te hice un anillo.


Sus ojos se abrieron de golpe y su corazón empezaba a latir con fuerza al contemplar el anillo que el príncipe, sin que lo notara, había deslizado sobre su dedo anular. El anillo era en realidad un par de delgados tallos aún verdes, finamente entrelazados y en el centro una pequeña flor blanca de pétalos delgados y largos.

—¿Qué significa esto? —preguntó alzando la mirada.

El príncipe quien había permanecido en silencio, volvió a sonreírle con aire relajado.

—Que también se me da bien hacer anillos —contestó intentado lucir fresco, aunque JongIn podía asegurar que también estaba nervioso—. También hice uno para mí —agregó con sus mejillas pinceladas en un tono rojo.


JongIn tomó el anillo que le ofrecía y delicadamente lo deslizó en su dedo anular. Era idéntico al suyo con la pequeña flor en el centro. Extendieron sus manos hacia el cielo; su piel levemente morena y la piel blanca de KyungSoo, lucían bastante bien juntas y ahora más con el par de anillos. Los dos rieron cómplices cuando sus miradas se encontraron.

—Ahora eres mío, JongIn. —KyungSoo había dicho bastante seguro, entrelazando sus manos hasta dejarlas entre sus pechos—. No te quiero ver coqueteándoles a las doncellas —advirtió seriamente.

JongIn que había sentido el aleteo de su corazón con las palabras de KyungSoo, estalló en risas escandalosas tras lo último mencionado.

—Solo estaba siendo amable con ellas cuando me pidieron que las ayudara cargando las cosas pesadas a la cocina. —Le explicó, aunque a juzgar por la expresión berrinchuda del príncipe, probablemente no le creía, pese a que decía la verdad.

—Las he escuchado, JongIn. Ellas hablan de lo apuesto que eres.

—Oh, vaya —expresó avergonzado sintiendo sus mejillas calientes.

—Ya estás todo sonrojado, por eso no quería decirte —comentó enfurruñado.


A JongIn siempre le hacía gracia cuando su príncipe se comportaba así, con sus rabietas de niñito consentido, porque eso era en realidad. En todo el Palacio nadie más recibía tantos mimos y tratos preferenciales que el menor de la familia real, a diferencia de su hermano, que era bastante serio y distante.

—Es que no me lo esperaba. —Se sinceró—, no estoy acostumbrado a que me digan que soy apuesto, eso es todo.

—Pues lo eres, JongIn —KyungSoo mencionó tímidamente lo que puso una sonrisa en sus labios.

—Si tú lo dices, debe ser cierto. —Se animó a decirle esperando tal vez que le mirara extraño o que soltara a reír. Más se vio sorprendido con la expresión serena casi solemne con la que KyungSoo le observaba.

—Serás un hombre muy guapo. Pero recuerda no podrás casarte con esas mujeres, ya eres todo mío. —KyungSoo regresaba a esa actitud mimada que quiere todo para él.

—¿Cuándo acepté? —preguntó intentando lucir extrañado, pero en el fondo se sentía bastante bien con aquella afirmación.

—Cuando recibiste esa alianza —expresó señalando a su anillo.

Entonces JongIn se acercó lo suficiente para notar cada peca de su rostro, incluso los más pequeños en su mentón y uno más sobre su labio superior.

—Eso significa que tú eres mío —afirmó.

—Ni pienses que seré tu esclavo. Soy un príncipe —Soltó prepotente.

JongIn sonrió gratamente.

—No esperaba menos, ¿Eso quiere decir que cuando seamos grandes ¿te —JongIn se detuvo. Lo que estaba por decir sellaría sus destinos. Respiró hondo y continuó—: casarás conmigo?

Una pequeña sonrisa apareció en los labios del príncipe y sus ojos parecían brillar

—Sí, nos casaremos —afirmó despreocupadamente—. Ya nos hemos tomado de las manos antes, y eso no se hace con todo el mundo —agregó con cierto aire de sabiduría.

—Te he visto tomado las manos de Junmyeon.

—Porque es mi hermano —explicó.

—¿Y yo? —preguntó esperando que dijera las palabras que le gustaría escuchar.

—Mi futuro esposo.

Su corazón latía con fuerza y su alegría no se podía ocultar. Nunca había esperado alejarse de KyungSoo y ahora sería su marido. Estarían juntos y no tendrían que separarse.

—Seré el futuro esposo del príncipe Do KyungSoo ¿Es una promesa?



Una promesa que JongIn aún esperaba que se cumpliera. Él se lo prometió y KyungSoo era un joven de palabra.

Antes de partir, tomó el pequeño anillo que tenía el nombre de su prometido grabado, para depositar un beso cargado de amor y esperanza.

—Te encontraré mi pequeño príncipe, así me cueste la vida.


****



El rocío de la mañana bañaba los delicados pétalos de los rojos claveles y en medio de estos, una de las espinas de la única rosa que crecía allí de un blanco tan puro como la nieve, se enterraba en su dedo anular. El pinchazo despertó en él la angustia que se apoderaba de su corazón y hacía que su pecho doliera, al tiempo que de sus ojos salían lágrimas que no podía darle sentido. Pronto, el rojo de su sangre se mezcló con la nieve alrededor de los claveles, un rastro que siguió por el manto níveo hasta que su piel perdía color y se asemejaba a la nieve.

Kim JongIn se sentía solo y desprotegido, con un revoltijo de crudas emociones que agrietaban su corazón. Lloró sintiéndose perdido en su cabeza. Se abrazó escondiendo su rostro entre sus rodillas flexionadas para entrar en calor y añoró algo que no sabía que era pero estaba seguro que necesitaba.

El invierno siempre recrudecía aquello que no podía explicar, que le hacía sentir como si tuviese un agujero en su pecho que nunca podía llenar.

Su insaciable deseo de adentrarse más allá de ese imponente muro gris le hizo temblar, quería saber que había más allá pero en el fondo tenía miedo y le daba nauseas de solo pensar el día en que sería lo suficientemente valiente para atravesarlo.




🎆🎆🎆

Espero les haya gustado este primer capítulo 🥀
Gracias por el apoyo ^^

Esta historia está participando del Disney Town challenge organizado por IDEAhouse.

Inspirada en Anastasia, la película.

En la vida real, la historia de Anastasia y su familia tienen un final bastente triste; de allí que hayan surgido rumores que la Duquesa Anastasia seguía con vida.

No quiero alargar más esta nota 😳. La próxima semana tendremos el segundo capítulo.

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