XVII
Nothing I've ever known - by Bryan Adams
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"Pueblo abandonado" resultó ser un eufemismo. El lugar al que los habían enviado estaba casi completamente destruido. Ruinas. Lo que quedaba de las pocas casas y construcciones estaban casi enterrados en arena.
Todos miraron a los alrededores, quizá intentando buscar alguna señal de vida, pero aunque lo hicieran, lo más vivo que encontraron fue el pequeño oasis del que Mana había comentado, probablemente a unos diez minutos a pie.
—Es horrible... —Teana dijo en voz alta, su expresión sentida por lo que probablemente tuvo que pasar para que ese lugar estuviera en esas condiciones.
Atem presionó los labios. Mirando al suelo, se dió cuenta que no solo se trataba de construcciones destruidas, pues restos de vieja madera quemada, así como por las marcas negras en las piedras, se podían distinguir fácilmente.
—Probablemente fue uno de los primeros pueblos que atacaron los kul elnianos, ¿no? —Mahdi preguntó, pero aunque buscó respuesta en Mahad y Mana, ellos se tomaron unos segundos en responder.
—No —el sacerdote contestó, bajando del caballo entonces, solo para tomar aire y apoyar su mano izquierda sobre la sortija del milenio —. Esto es Kul Elna.
—O lo que queda de ella —Mana desvió la mirada.
Y entonces Atem frunció el ceño. Algo... Había algo que no estaban diciendo.
—¿Qué quieren decir? —él preguntó entonces y dió un paso hacia Mahad, luego volteó hacia Mana. Ambos confundidos por su reacción —. ¿Qué es lo que están ocultando?
No solo ellos, pareciese, pues la princesa Teana también bajó la mirada y los únicos ignorantes eran él, Yūgi y Mahdi.
—Creí que lo sabía, príncipe —Mahad dijo entonces, tras haber recapacitado lo que estaba a punto de decir —. Sobre el origen de los artículos del milenio.
Atem frunció el ceño.
—¿Cómo? ¿Qué tiene que ver eso con Kul Elna?
—Bueno...
—Fueron sacrificios.
Todos volvieron hacia Teana. Ella, con una mano en el pecho y los labios en una fina línea recta, tuvo que tragar saliva para continuar.
—Los artículos del milenio fueron creados con los sacrificios de 99 almas. Para repotenciar su poder, se debe volver a hacer el sacrificio cada cierta cantidad de años. Su padre, el faraón Aknamkanon y el actual faraón Aknadin fueron los que llevaron a cabo el ritual, mucho antes de que naciera, príncipe.
Incredulidad fue lo primero que expresó el rostro de Atem. Con sus ojos, escaneó a Teana por cualquier rastro de broma, solo para después volver a mirar a Mahad y a Mana. Ninguno negó lo dicho al instante.
—¿Mi padre...?
Mana dió un paso hacia él.
—No... No fue así.
Si ella iba a buscar a tocarlo, él se alejó antes de que siquiera pudiese rozarlo con sus dedos.
Atem apretó las manos en puños y aunque no fue su intención, su mirada se posó en el rompecabezas colgando de su cuello.
El horror le removió las entrañas, y su voz fue un intento de firme.
—¿Mi padre asesinó a 99 inocentes?
Mana abrió la boca, pero pronto la cerró cuando Mahad se ubicó entre ella y Atem. La sombra hizo que el príncipe de Egipto alzara la mirada.
—Su padre fue influenciado, príncipe. No habían pruebas verídicas... —Mahad se detuvo, sabiendo que al final de cuentas eso era irrelevante —. Es lo que utiliza Aknadin para manipular a los kul elnianos.
Entonces no era mentira.
—¡Usa el resentimiento de los sobrevivientes a una masacre, querrás decir! —Atem presionó su mandíbula.
Su padre, el faraón que trajo prosperidad a todo Egipto.
Su padre, el faraón que traicionó a su propia gente para hacerlo.
Atem de pronto de sintió mareado. Siendo él mismo un sobreviviente a una masacre, ¿cómo podía ahora culpar a los kul elnianos por lo que estaban haciendo? ¿Cómo podía conseguir justicia si es que ellos la buscaron primero?
La mano cálida de Yūgi se posó en su hombro y Atem chasqueó la lengua.
—Necesito pensar. Hagan lo que quieran —él dió media vuelta, no sin antes quitarse el rompecabezas del cuello y dárselo forzosamente a su hermano.
Mana intentó seguirlo, pero Mahad la detuvo, negando con la cabeza.
Todos se quedaron en silencio un rato, solo viendo la espalda de su esperanza desapareciendo en una esquina.
Yūgi observó el rompecabezas en sus manos y, aunque no sintiera que fuera su lugar, se lo colgó al cuello para poder cuidarlo apropiadamente.
—Tenemos que preparar las cosas —dijo —. Podemos hacer una fogata y, uh, utilizar algunas de las construcciones estables como refugio.
Todos asintieron y se pusieron a hacer lo que debían. Mana se alejó con los caballos para amarrarlos y darles de comer. Su mirada se dirigió al cielo que ya empezaba a oscurecer.
Mahad entonces apareció a su lado.
—¿No hay noticias todavía?
Ella agitó la cabeza. Akiiki no volaría de noche de todos modos, pero no por eso estaba menos preocupada.
—¿Y si atraparon a Shimon y Shada? —ella preguntó en voz baja, no queriendo alterar a los demás —. Las tropas de Diomina llegarán en pocos días. ¿Cómo haremos si no tenemos algo planeado para entonces?
Mahad exhaló. No había necesidad de decirle que ambos eran más que capaces para defenderse y escapar de darse el caso.
—Estoy más preocupado por el príncipe —él miró por el camino que Atem había tomado y luego volvió hacia Yūgi —. Quizá debamos hablar con su hermano-...
Pero entonces Mana lo interrumpió.
—¿Realmente estás sugiriendo eso, maestro? —ella preguntó, con su mirada severa, lista para regañarlo.
Mahad casi rió.
—Tienes razón —y luego él miró al cielo también —. Todavía es muy pronto. Esperemos a Akiiki hasta mañana al mediodía. Si no aparece hasta entonces, hablaremos de otro plan.
Ella asintió, aunque la verdad era que no deseaba tener que hacerlo. Ambos sabían que, sea cual fuere el otro plan, su probabilidad de éxito sería mucho menos.
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No supo cuánto tiempo estuvo ahí, echado boca arriba mirando al cielo. Pero para cuando se dió cuenta, eran estrellas las que iluminaban el lugar y ya no en sol poniente.
Atem ya no sabía qué hacer. De hecho, estaba incluso frustrado por volver a su conflicto inicial, por más de que las razones fueran completamente diferentes.
Sentía que había perdido su derecho de justicia, pero al mismo tiempo, ¿qué pasaría con su madre y todos los civiles que ahora sufrían por el pésimo trabajo del palacio?
Él se sentó. Había estado todo ese rato en lo que parecía haber sido el techo de alguna casa, pero ahora quería caminar. No hacia donde estaban los demás, sin embargo. Todavía no podía enfrentarlos. No quería oír razones. No quería oír explicaciones.
Estando a puertas de una guerra civil, lo único que pedía era poder resolver su conflicto interno en silencio. Por eso, tomó el camino contrario.
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—¿Él estará bien? —preguntó Mahdi a nadie en específico mientras tiraba una telas al suelo, las cuales simularían ser camas.
Desde donde estaban, cada uno levantó la cabeza para observar la lejana figura de Atem.
—Lo estará —fue Yūgi quien contestó, no obstante, antes de continuar sirviendo las bebidas —. A todo esto —él miró alrededor —. ¿Dónde está Mana?
El sacertode no lo miró al responder, concentrado en sus cosas.
—Dijo que iría a explorar. No se preocupen, puede defenderse sola.
Lo que significaba que probablemente había tomado el mismo camino que Atem. La mirada del hermano menor del príncipe entonces se posó en la princesa de Diomina, quien, apoyada en una columna inclinada, observaba hacia el horizonte.
Yūgi decidió acercarse, entonces, para invitarle algo de tomar. Ella, sin voltear a mirarlo, pareció sentir su presencia ya que dijo:
—Ellos siempre se encuentran...
Él frunció el ceño.
—¿Quiénes? —quiso saber.
Ella sonrió suavemente, aunque no feliz y tomó el vaso de madera de sus manos para dar un sorbo.
—El príncipe y Mana —contestó y luego, aunque pareció que estaba mirando al suelo, Yūgi supo que estaba mirando más allá de eso —. Cuando éramos niños y jugábamos a las escondidas, él siempre la encontraba. Diez años después de que desapareció, ella lo encontró —la princesa Teana volvió a mirarlo, su expresión no mostraba ningún sentimiento en especial —... Es el destino en el que tanto creen, asumo, ¿no?
Yūgi presionó los labios y suspiró, dejando de mirarla.
Las verdad es que eso esperaba. Que ese fuera su destino, y no uno mucho más cruel y embustero.
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Atem se quedó inmóvil. Aturdido casi, pero embelesado realmente.
Había dado un gran recorrido inconscientemente y había llegado al oasis del que Mana había hablado. Un oasis casi seco, cuya agua era escasa y no alcanzaba para alimentar a los pocos árboles vivos de la zona, mucho menos para proveer a un pueblo.
Él había deseado estar solo. Esperaba estarlo.
Pero en cuanto oyó el agua siendo agitada, supo que no era así.
Él inconscientemente se ocultó detrás del follaje y tragó saliva, sabiendo muy bien por qué de pronto se sentía tan nervioso, por más de que hasta hace unos minutos había estado tan conflictuado.
Era Mana la que estaba ahí. Nadando, jugando en el agua como si nada pasara.
Atem luchó contra su curiosidad, pero perdió terriblemente y, antes de pensarlo mejor, ya estaba asomando ligeramente su cabeza. Su corazón latiendo a mil por hora.
La piel desnuda y húmeda de Mana reflejaba el brillo de la noche. Su cabello parecía más largo de lo normal, y su expresión era inusualmente serena. Todo junto la hacía parecer hasta mítica, tanto que Atem no pudo no quedarse embobado ante la vista, pues aunque vivía en un lugar y una época en la que ver gente desvestida por el calor no era algo raro, era la primera vez que veía —realmente veía a Mana después de tantos años.
Él tragó saliva y sin darse cuenta pisó una ramita seca. El crack que emitió pareció hacer eco en el silencio de la noche y Mana rápidamente alzó la cabeza en su dirección, tapando su cuerpo con uno de sus brazos mientras que con el otro invocaba una fuente de luz.
—¡¿Quién anda ahí?!
Por un momento pensó en esconderse más, o huir. Quizá fingir que se trataba de un animal nocturno, pero Mana era más astuta que eso, así que solo optó por alzar las manos para exponerse. No sintió que fuera necesario decir algo cuando sus miradas se cruzaron y en lugar de enojarse o sorprenderse, la expresión de Mana pronto se suavizó en una sonrisa al relajar los hombros.
—Ah, eres tú...
Atem no sabía a dónde mirar.
—Lo siento, no planeaba interrumpirte, solo... —ella inclinó la cabeza a un lado y él exhaló —. Mejor me voy.
Sin embargo, mientras daba media vuelta, escuchó el agua agitarse y a Mana decir:
—¿Por qué no vienes?
Atem parpadeó.
—¿Eh?
Y Mana extendió sus brazos, como dándole la bienvenida al lugar que lo había estado esperando.
—¿Como en los viejos tiempos?
Él desvió la mirada y lo pensó. O fingió hacerlo, pues no pudo encontrar ningún argumento en contra en su interior.
Aunque dudaba que fuera a ser igual que hacía diez años, era Mana después de todo. Dulce, conocida, su querida Mana.
Así entonces, tras tragar saliva, él se desvistió, quedando solo con su ropa interior. Sin embargo, no pudo no meterse de un chapuzón al agua, ya que esperaba y deseaba que ésta lo ayudara a calmar sus sentimientos e instintos alborotados.
Mana rió cuando él sacó la cabeza, su cabello negándose a dejarse vencer por el peso del agua.
—¿Mejor? —ella preguntó.
Él asintió y ella se dejó hundir. Atem de pronto tuvo un déjà vu y antes de que Mana lograra su cometido (hundirlo también) él dió media vuelta y atrapó sus brazos antes de que ella llegara a tocarlo.
Era un juego que tenían de niños, lo recordaba y recordaba cómo no perder también, así que jaló de ella. Su sorpresa hizo que ambos rieran. En medio de la noche, parecía que eran los únicos en el mundo, pero su cercanía logró que poco a poco se sumieran en silencio.
Atem observó sus facciones detenidamente, olvidando soltarla, con sus cuerpos prácticamente tocándose. Mana no luchó por liberarse.
—Tu padre... —sin embargo, eso logró que Atem volviera a sus cinco sentidos. Mana sonrió con los labios presionados —. Él hizo lo mejor que pudo, príncipe. Por el bien mayor... Al menos creyó que lo hacía.
Atem ya ni se molestó en enojarse o expresarlo.
—Lo que sea que tenga que hacer —él dijo —. Lo haré por todos, Mana, mas no por él.
—Príncipe...
—Independientemente de que lo hayan manipulado, mató inocentes —la interrumpió —. Trajo caos incluso después de morir. Es... Es frustrante. Creí que había sido una buena persona. Por lo que me contó mi madre y el rey de Diomina. Por lo que ustedes mismos me dijeron... Realmente creí que me había hecho más cercano a él, de alguna forma.
Mana lo miró con compresión. Acercándose un poco más para juntar sus manos y entrelazar sus dedos bajo el agua.
Una vez más, Atem se encontraba inoportunamente nervioso.
—El faraón Aknamkanon fue una buena persona —ella afirmó —. El asunto es que no se puede ser buena persona para todos, príncipe.
Atem entreabrió los labios, pero muchas preguntas se atoraron en su garganta. ¿Cómo podía estar tan segura? ¿Acaso Mahad o los demás sacerdotes pensaban lo mismo? ¿Era una verdad innegable, o era una excusa desechable?
Pero sobretodo, lo que más se preguntó en ese momento y en muchos otros similares, ¿por qué era que con Mana, todo parecía más fácil? ¿Cómo era que Mana sabía siempre qué decir? O más bien, ¿por qué su corazón estaba siempre tan dispuesto a escucharla?
Ah...
Atem detuvo su cadena de pensamientos, su mirada perdiéndose en un punto invisible por un momento de realización.
—¿Príncipe? —Mana lo llamó, confundida y preocupada por su repentino silencio, pero al mismo tiempo curiosa.
Él no era el único que sentía que su corazón latía en sus oídos después de todo.
Atem aprovechó que sus manos estaban unidas para acercarla una vez más a él. Con los dos tan juntos, era imposible no sentir los latidos del otro.
—Lo sabía —él dijo en voz alta entonces y Mana buscó su mirada. El porqué se sentía seguro con ella. El porqué su corazón estaba en paz con ella. El porqué sentía que sacrificaba algo al aceptar convertir a Teana en su primera reina. Atem tragó saliva, llenándose de valor y la miró a los ojos. Había cierto toque de desamparo en su expresión, Mana pensó —. No podemos volver a los viejos tiempos.
Y ella no necesitó explicaciones. La calidez de su cuerpo rodeando el suyo y su aliento combinándose con el suyo le daban suficiente razón. Y entonces, por un momento, solo por unos minutos, Mana decidió ignorar todo. Ignorar que estaban a puertas de una guerra. Ignorar que no era la prometida del príncipe. Ignorar que lo mejor sería volver y fingir que no existían esos sentimientos que todo lo complicaban.
Ignorar que podrían morir más pronto que tarde.
¿O quizá fue eso último lo único que no pudo ignorar? Pues entonces, Atem juntó sus labios con los suyos y Mana pensó que nada más importaba. Que en ese mundo, en ese lugar, solo estaban ellos dos.
Y fue como si las estrellas explotaran. En su corazón, en su cabeza, en su cuerpo... Tuvieron que separarse ligeramente para asegurarse de que no era una ilusión.
Los ojos ametistas de Atem, vidriosos y desesperados, reflejaban los de ella. Sus manos firmes, ninguno se separó del otro.
—Tienes razón, príncipe —Mana sintió sus labios temblar —. No podemos.
Por el contexto en el que vivían, por todo lo que estaba pasando.
Por ellos mismos, sus sentimientos y los caminos que ambos elegían seguir, independientemente de lo roles que debían tomar.
Pero...
Es por eso mismo que Mana volvió a buscarlo. Sus brazos lo rodearon, sus pechos se pegaron y sus piernas se enredadon.
En ese mundo, en ese lugar, en ese momento, ambos decidieron por una sola vez no pensar en nada ni nadie más.
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