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VII

¿Cuánto tiempo habían estado a caballo? ¿Toda noche? Tenía calor, probablemente Yūgi también, ambos tenían una capa oscura, atraían el calor.

Notoriamente se dirigían hacia el noreste, cada vez se podían divisar menos y menos agricultores debido a que se alejaban de las zonas fértiles cercanas al río.

—Quizá deberíamos buscar al tío Abasi —sugirió Yūgi a su lado. Tenía ojeras. Como él, le había costado dormir sobre un caballo andante.

—¿Después de tanto viaje se te ocurre eso? —preguntó, aunque ni él mismo sabía si estaba bromeando o no.

Hace una temporada, ellos serían de esos agricultores. Si no hubiese armado el Rompecabezas... Si no hubiese dejado la cesta... Si Mana y Mahad no-...

Apretó las riendas del caballo entre sus manos. Todo era su culpa. Desde el comienzo.

—Esa capa la hizo la reina —oyó a Mana acercándose con su caballo. La miró por debajo de la capucha y de soslayo notó que Yūgi se alejaba un poco —. Bueno, la mandó a hacer... para ti. La reina... te quería mucho. Era una buena madre.

Su pecho dolió por un segundo.

—¿Sí? No sabría decirlo. No la recuerdo de todos modos.

Incluso a él le sorprendió su obligado tono indiferente.

Hubo unos segundos de silencio. Atem levantó ligeramente la cabeza para mirarla.

Ella se mordía el labio con la cabeza inclinada mirando hacia el frente, como si pensara qué decir.

—Tú... no, ¿verdad? —una leve sonrisa, falsa y rota, se asomó en su expresión.

Atem sintió que se le partía el corazón.

Agitó la cabeza. No. No estaba bien. Si era su culpa, también era la de ellos, ¿no? No tenía sentido preocuparse por ella, o por Mahad.

No tenía sentido, pero no podía evitarlo. Así como no podía evitar cuidar del Rompecabezas del Milenio.

Sin embargo, tan pronto como pareció que Mana se dio cuenta de su consternación, una sonrisa más brillante que opacó al mismo sol apareció en su rostro.

Atem tragó saliva. No. No debía recordar. No había nadie en su pasado con esa bella expresión ni esa singular familiaridad.

—Pero, ¿sabes?, yo sí la recuerdo. Al Faraón también... y a ti. Incluso si tú no, yo puedo-...

—Mana.

Mahad volteó levemente la cabeza cuando la llamó e hizo un gesto para que se acercara. Mana suspiró y sonrió antes de avanzar más rápido con su caballo.

°°°

—Estás agobiándolo —la regañó Mahad cuando llegó a su lado.

Mana sonrió. Como en los viejos tiempos. Sin embargo pronto negó con la cabeza y borró su sonrisa.

—Está mintiendo —apretó las riendas de su caballo —. No puedo soportar que quiera negar su pasado... Negarnos, maestro.

Mahad la miró antes de suspirar. Por supuesto, a él también le dolía ver cómo el Príncipe se obligaba a mirarlo como un desconocido peligroso, pero...

—Hay pesos que el corazón no quiere soportar, Mana. No puede evitarlo y no podemos obligarlo.

Tomando aire, Mana se forzó calmarse. Mahad tenía tanta razón que se sentía mal por haber mencionado a los antiguos reyes, pero ella tampoco podía evitar esperar alguna clase de reacción por su parte.

Atem era su preciado amigo. Quería que él también hablara sobre los tiempos en los que ambos cabían en un jarrón con una sonrisa en la cara y no con ojos sombríos.

Pero por el momento no sería posible. Por lo menos, parecía que ni ella ni Mahad eran la clave para hacerlo querer recordar todavía.

Por fin llegaron a una especie de pueblo abandonado. Las casas eran viejas y estaban deterioradas, si había gente a los alrededores, probablemente sólo estaban de paso.

Sin embargo, todavía debían ser cuidadosos.

—Uhm... ¿Cómo sabemos a donde ir? —quiso saber Yūgi. Bajo la capa y sobre el caballo, era muy similar a Atem, pero la voz todavía los diferenciaba fácilmente.

—Un momento —Mahad miró hacia el cielo en busca de algo.

Mana alzó una ceja.

—¿Es aquí?

Mahad sonrió.

—Míralo tú misma.

Alzando la cabeza, Mana, Atem y Yūgi pudieron divisar un ave de tamaño mediano volando en círculos sobre sus cabezas.

Mana rió y se llevó los dedos a los labios.

°°°

El silbido no tardó, sorprendiendo tanto a Atem como a Yūgi.

Esto no fue lo mismo para el ave, que ni bien escuchó el sonido, hizo un movimiento con sus alas y se dirigió prácticamente en picada hacia ella.

Por un momento, y sólo por un momento, Atem estuvo listo para ayudarla. Sin embargo todo rastro de susto se desvaneció cuando la vio sonreír al animal.

El mismo animal gañó con una inconfundible alegría cuando ella acomodó su capa sobre su brazo y dejó que este se posara sobre el mismo.

—¿Un... halcón? —Yūgi demostró su asombro antes que él.

—Es fácil comunicarse con Akiiki de mensajero —Mana sonrió cuando acarició la cabeza del ave rapaz.

—¿Pero no es más fácil que sepan que eres del palacio? —cuestionó Atem.

Ella negó con una sonrisa, pero fue Mahad quien respondió.

—Los del palacio son de otro color y más grandes. Este pequeño hubiese muerto hace años si Mana no lo hubiese encontrado.

—En otras palabras, no es la misma especie que crían, ¿no? —asintieron a la pregunta de Yūgi y luego miraron al ave.

A diferencia de los halcones que usualmente veían, este era blanco-grisáceo, con las plumas rojizas desde la cabeza hasta el cuello.

En sus patas amarillas, un papiro estaba atado con una cuerda delgada. Mahad se acercó con cuidado de no asustarlo y sacó el mensaje.

Lo leyó rápidamente.

—Tenemos que seguir.

—¿Alguien nos está esperando? —la pregunta de Yūgi fue totalmente inocente, pero Atem no pudo evitar sospechar aunque sea un poco.

¿No los iban a entregar, verdad?

No, era imposible.

El halcón alzó vuelo cuando Mana lo instó a irse.

Cuando todos bajaron de sus caballos, él hizo lo mismo. Los animales debían estar tanto o más cansados que ellos.

Mana y Mahad se detuvieron.

—Príncipe, quizá debería saber que-...

Antes de que Mahad pudiera continuar, la puerta de una de esas antiguas casas se abrió de pronto. Un hombre adulto salió primero, luego uno más anciano, aunque con la misma cantidad de energía que el primero.

Cuando Atem lo vio, no hubo fuerza de voluntad que logrará detener los sentimientos en su corazón ni sus rodillas temblorosas.

Familia.

Atem lo reconoció de ese modo, pero sabía que no estaban relacionados por sangre.

—¡Oh, por Ra! ¡Sí estás vivo! —el anciano se acercó prácticamente corriendo antes de que alguien pudiera hacer algo.

Se detuvo frente a él y tomó sus manos, luego sonrió y lo abrazó como si no hubiese títulos que los distanciaran.

Atem estaba agobiado. Demasiado para tan pocos segundos. Pero no pudo detener las lágrimas que cayeron de sus ojos ni a sus brazos que se levantaron para abrazar a Shimon.

Shimon, su tutor.

Por fin habían sentimientos felices en sus recuerdos. En su pasado. Shimon era parte del pasado bueno. Del pasado feliz. No sabía que lo había extrañado tanto... No había querido saberlo.

Aunque quisiera, no podía dejarlo de lado.

Igual que a Mana y Mahad.

—¡Lo siento, lo siento! —no pudo evitarlo.

No podía detenerse. No podía saber si se disculpaba con Yūgi, o con los demás.

—Lo sé...

Más lágrimas. Más llanto.

El pasado bueno lo llevaba al pasado malo. No podía olvidar el pasado malo sin dejar atrás el pasado bueno. No podía recordar el pasado bueno sin recordar el pasado malo.

No quería recordar, pero no quería olvidar.

Mana le sonrió. Ella sabía, ¿no? Ella sabía por lo que estaba pasando. Ella siempre sabía.

¿Pero entonces por qué no quería acordarse de ella? Quería hacerlo. Podía hacerlo. Pero era tan doloroso...

No supo cuánto tiempo estuvo llorando en los hombros de Shimon. Nadie dijo nada. Nadie lo interrumpió.

Y cuando menos se dio cuenta, ya estaban dentro de la casa en la que se ocultarían.

—Entonces —dijo Yūgi sirviendo algo para comer y tomar —, ¿cuál es el siguiente paso? Mi madre-...

—Ella estará bien —lo interrumpió Shada. Habían contado la historia desde todos los puntos de vista posible —. Mientras sea de utilidad, no la matarán.

—Lo mismo con Karim e Isis.

—No habrá problema. Nuestro verdadero Faraón está aquí ahora. Tenemos eso de nuestro lado —positivo como siempre, Shimon sonrió a Atem.

Atem se encontró conflictuado.

Todavía no se encontraba a gusto con la idea de gobernar. Todavía veía y oía claramente el caos de hacía diez años como el de hace un día.

Todavía seguía sintiendo que era su culpa.

Pero, al mismo tiempo, quería venganza. Venganza por su verdaderos padres, por Egipto, por Nebet y Yūgi que se vieron arrastrados a ese problema.

—Necesito... —llamó la atención de todos con solo una palabra. Aterrador. Todos lo miraron —. Lo siento, necesito descansar.

—Claro —Mana le sonrió.

—Yo también... Uhm... Voy contigo —dijo Yūgi.

Ambos se dirigieron hacia el pasillo siendo guiados por Shada, que conocía cada rincón de la casa.

Era un habitación tan pequeña que apenas cabía una persona, pero Atem no se encontraba con ganas de separarse de su único familiar de sangre por el momento.

Shada se disculpó por el estado de la habitación, y tras eso cerró la puerta para poder retirarse. Solo pudo sentarse sobre la tela que simulaba ser una cama.

—Lo siento —esta vez sí le habló directamente Yūgi —. Te has visto metido en todo esto por mi culpa. No debí armar el Rompecabezas. Incluso mamá-...

—No, Atem —Yūgi le sonrió y se sentó a su lado para ponerle una mano en el hombro —. Te lo dije antes: soy tu hermano. Te ayudaré siempre que lo necesites.

Atem sonrió como pudo.

°°°

No hubo más planes después de que Atem y Yūgi se fueran. Podían ser jóvenes, pero todos dicidieron respetar su participación en la toma de decisiones.

La casa no era grande, por eso las únicas tres habitaciones, que ni siquiera eran habitaciones como tal, fueron repartidas entre los seis. Por supuesto, podrían haber utilizado otra de las casas abandonadas, estaban tan lejos de las zonas concurridas y de las fértiles que era difícil que algún Kul elniano los viera, sin embargo prefirieron mantener la discreción.

—Todavía no hay nada seguro, ¿no? —Mana preguntó.

Su maestro negó.

—Aunque seamos fuertes, en la guerra mayormente la cantidad importa mucho sobre la calidad. No podemos enfrentar a un ejército completo solo como estamos ahora.

Mana miró al suelo.

—Entonces... ¿Qué tal viajar directamente a Dióminia? —sugirió y cuando Mahad la miró con el entrecejo fruncido, ella continuó: —. La princesa nos apoyará. Estoy segura. Podemos refugiarnos ahí e intentar convencer a los reyes de prestarnos a su ejército. Teana me dijo que a ellos no les termina de agradar Aknadin. Puede ser nuestra oportunidad... El único problema es-...

—Que el Príncipe todavía no decide qué hacer —Mahad la interrumpió con una pequeña sonrisa y le puso una mano en la cabeza —. Pero creo que tú puedes convencerlo.

Mana frunció el entrecejo.

—¿Yo? Reaccionó mejor con Shimon que conmigo, ¿no?

—Pero tú eres tú —empezó a buscar un lugar para dormir. Tanto él como Mana se estaban quedando en la sala del principio —. ¿Acaso no lo convencías de saltarse sus clases?

—¿No que no debo agobiarlo?

—Háblale sobre ustedes dos. Nada más.

La mirada de Mahad era nostálgica. Recordaba a los dos niños a los que siempre mandaban a buscar. Una sonrisa se asomó en Mana.

«Tú eres tú.» nunca mejor expresado.

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