| ✦ | Capítulo 2.
El silencio cayó como una losa a nuestro alrededor.
Me obligué a soltar la muñeca de mi esposo para que Deacon pudiera cerciorarse de que no se trataba de un engaño por mi parte. La única persona a la que había permitido hacer eso había sido Anaheim, que fue la persona que me ayudó cuando lo descubrí y sentí que se me venía el mundo encima; apreté los dientes mientras le permitía al príncipe oscuro siguiera tanteando mi vientre levemente hinchado.
Y yo supe que había vencido, que la noticia de mi embarazo me había brindado la victoria frente a Cadmen; que muy posiblemente hubiera logrado atraer a mi causa a Deacon, quien me protegería de la amenaza de la Antigua. No por mí misma, sino por el bebé.
Yo ya había cumplido con la mayor parte del guion que debía seguir y ahora ya no resultaba tan importante como en el pasado. Lo que realmente importaba en aquellos instantes era lo que aguardaba bajo la palma de su mano, lo que tanto había anhelado para hacerse con todo el poder.
Entonces Deacon alzó la mirada y vi que su mirada estaba ensombrecida. Un peso pareció aposentarse alrededor de mis hombros cuando nos miramos a los ojos; la mano que había acariciado mi vientre ascendió hasta mi muñeca, cerrándose alrededor de ella como un grillete.
—Tú y yo tenemos mucho de lo que hablar.
En aquella ocasión no me resistí cuando me arrastró hacia el otro lado del pasillo, retrocediendo de nuevo hacia el dormitorio.
Abrió con la misma violencia la puerta, provocando que Anaheim se levantara del sillón donde se había quedado para aguardar nuestro regreso. Su mirada alternó entre Deacon y yo, pero mi esposo no le dio tiempo de hablar:
—Quiero que venga un sanador. De inmediato.
La comprensión y el horror calaron en la mujer al comprender por qué Deacon le habría dado la orden de que fuera a buscar un sanador. Los labios le temblaron, pero yo negué con la cabeza, pidiéndole que no dijera nada; que cumpliera con lo que el príncipe oscuro le había exigido.
Nos lanzó una última mirada antes de asentir de manera forzada y salir del dormitorio, cerrando con suavidad la puerta a su espalda.
—Siéntate —me ordenó Deacon.
Hice lo que me dijo, entrelazando las manos sobre mi regazo y siguiendo cada movimiento del príncipe oscuro. Por sus ojos pasó una sombra de sospecha mientras continuaba paseándose frente a mí, lanzándome de vez en cuando alguna mirada. Contuve las ganas de abrazar mi vientre, protegerlo de sus inquisitivos ojos, pero mantuve mis brazos quietos.
—Debo reconocer que has sido astuta —me quedé en silencio, expectante; Deacon dejó escapar una sonora risotada—. Y que yo te he infravalorado.
Desapareció en una nube de humo y volvió a aparecer a los pocos segundos frente al sillón, apoyando sus manos sobre los reposabrazos y creando una jaula que me mantenía atrapada entre su cuerpo y el respaldo del mueble; el corazón arrancó a latirme con fuerza. Quizá había hablado demasiado temprano, adjudicándome una victoria que era muy posible que no hubiera obtenido; Deacon me contemplaba como si estuviera viéndome por primera vez. Había reconocimiento en su mirada, pues había logrado ser más inteligente que él.
Había logrado pillarle desprevenido.
Alguien llamó con cuidado a la puerta, haciendo que Deacon se alejara del sillón y pusiera distancia entre nosotros. Cogí una temblorosa bocanada de aire, siguiéndole con la mirada; el príncipe oscuro abrió y dejó que una vieja conocida entrara, seguida de una preocupada Anaheim. La sanadora a la que había interrogado sobre el veneno que asesinó a mi padre caminó por la habitación con una seguridad aplastante; se dobló en una respetuosa reverencia hacia Deacon y luego giró su rostro hacia mí.
Me tensé cuando me sonrió y guiñó un ojo.
—Alteza.
Anaheim trató de acercárseme, pero Deacon la paralizó en su sitio con una simple mirada.
—Necesito que reviséis a mi esposa —le ordenó.
La sanadora asintió.
—Quizá deberíais esperar...
—Me quedaré aquí —la cortó abruptamente—. Quiero cerciorarme de que todo marcha bien.
Me resigné en mi sitio, sabiendo que Deacon no abandonaría la habitación; Anaheim se puso pálida por la decisión del príncipe oscuro de acompañarnos mientras la sanadora se encargaba de mí. La mujer me hizo un discreto gesto con la mano para que la siguiera hasta la cama; obedecí en silencio, poniendo mi mente a trabajar a toda prisa, intentando encontrar una salida.
Pero no encontré ninguna.
Me tendí sobre el colchón y la sanadora tuvo el tacto de cerrar algunas cortinas de dosel de la cama, tapándonos y protegiéndome de la inquisitiva mirada de Deacon, que vigilaba todo lo que sucedía desde el saloncito, donde Anaheim no era capaz de ocultar su zozobra.
Clavé mi mirada en la sanadora, con la magia cosquilleándome en la punta de los dedos. Sería tan fácil dejarla sin sentido... controlarla como si fuera una simple marioneta...
Ella se llevó el dedo índice a los labios, pidiéndome silencio.
—Tranquila, Dama de Invierno —me susurró, y reconocí a Demetria; mi pecho se aligeró al descubrirla, oculta bajo la apariencia de la sanadora. Una sonrisa se formó en los labios de la mujer—. ¿Pensabais que me habría marchado de regreso a Las Brumas? Adamark me pidió que cuidara de vos, y me necesitáis aquí para enviar cualquier mensaje que queráis hacer llegar a vuestros aliados.
Confiaba en el Antiguo, y si él había decidido relegar parte de su confianza en Demetria, dándole la orden de que cuidara de mí... yo también confiaría en la mujer. No en vano había conseguido ocupar mi lugar dentro de la Corte Oscura sin que nadie fuera consciente del señuelo.
—Ayúdame —le susurré.
Demetria asintió con severidad.
—Fui aprendiz de Imelda —me confió a media voz y dejé que sus manos se apoyaran sobre mi vientre, traté de relajarme cuando su magia brotó, acariciándome con suavidad—. Ahora necesito que respondáis a algunas preguntas.
Regresamos al saloncito en el más completo silencio. Demetria mantenía una fachada acorde a su apariencia de sanadora: tenía las manos unidas sobre el estómago y aguardaba a que Deacon le diera la siguiente orden; Anaheim abandonó a su sobrino, esquivando su cuerpo para poder acercárseme. Me rodeó con los brazos y me susurró al oído:
—¿Qué has hecho, Maeve?
No pude responder porque Deacon clavó su oscura mirada en mí.
—Habla, sanadora.
Demetria tomó una bocanada de aire y obedeció. Procuré que mi rostro no expresara lo más mínimo cuando confirmó lo que yo le había confesado en mitad de aquel pasillo de piedra: que estaba embarazada. Anaheim me dio un apretón en la parte superior del brazo, apretando sus labios con fuerza.
Ella era la única persona que había estado a mi lado, que me había apoyado y resuelto mis dudas y miedos cuando lo supe. Ella había guardado mi secreto; ella me había protegido, nos había protegido tanto al bebé como a mí.
La falsa sanadora desvió la vista hacia mí unos segundos cuando Deacon exigió saber el tiempo de gestación. El estómago se me hundió al comprender el porqué de la pregunta: el príncipe oscuro continuaba en la creencia de que, durante nuestra breve huida de la Corte Oscura hacia la Corte de Invierno, había estado con Kermon; quería asegurarse de que el bebé no era de su medio hermano. No quise ni imaginarme qué se le estaría pasando por la cabeza, lo que nos haría a los dos.
—La princesa se encuentra en su segundo trimestre de embarazo —respondió, bajando la mirada—. Muchas madres primerizas no muestran un vientre abultado hasta que no alcanzan los últimos meses del segundo trimestre... o los primeros del último. Cada mujer es un caso diferente, Alteza.
La mirada de Deacon volvió a clavarse en mí antes de despedir a Demetria. Sin embargo, no hizo lo mismo con Anaheim, quien se quedó fielmente pegada a mi lado después de que la luminosa hubiera abandonado el dormitorio y nos hubiera dejado a los tres a solas.
Fue entonces cuando Deacon dejó caer la máscara y esbozó una sonrisa cruel.
—Quizá haya llegado el momento de confesar, Maeve —me dijo.
Las rodillas me temblaron, el aire se convirtió en algo sólido dentro de mis pulmones, presionando mis costillas de manera dolorosa.
—¿Qué...?
Deacon apareció junto a Anaheim y rodeó el cuello de su tía con una mano. La oscuridad manó de entre sus dedos, extendiéndose por la piel de la mujer, que se había quedado paralizada por la sorpresa y el horror de aquel ataque imprevisto; un gemido de dolor brotó de los labios de Anaheim.
El príncipe oscuro estaba dispuesto a utilizar a Anaheim para que jugáramos a uno de sus juegos con la única finalidad de averiguar todo lo que ansiaba; y yo no estaba dispuesta a participar según sus propios términos. Con la posibilidad de que Anaheim pudiera salir herida de aquel nuevo enfrentamiento entre ambos.
Alcé ambas manos en señal de rendición, intentando contenerme a mí misma.
Era evidente que el príncipe oscuro querría desentrañar todos los secretos que habían rodeado mi embarazo, los misterios sobre por qué no se había sabido hasta que yo se lo había dicho en el pasillo, hacía apenas unos largos y eternos minutos. Había demasiados cabos sueltos de los que Deacon no tenía respuesta, y yo era la única que podía proporcionárselas.
Pero el príncipe oscuro había optado por arrancármelas a la fuerza, aun sin saber que estaba dispuesta a dárselas motu proprio; sin necesidad de que usara a Anaheim para que hablara.
—Lo haré con la única condición de que Anaheim se marche de aquí —le avisé, pronunciando cada palabra con lentitud; Deacon no pareció muy convencido, así que presioné—: Hablemos a solas y te lo contaré todo.
Poco a poco, apartó la mano del cuello de Anaheim, que soltó un sonoro resuello y se alejó de su sobrino, con la ira ardiendo en sus ojos azules. El príncipe oscuro le hizo un esclarecedor gesto para que abandonara el dormitorio y ella me dirigió una mirada antes de verse obligada a cumplir con la exigencia de Deacon.
Aquella nueva batalla la ganaría sola.
El aire se tensó entre los dos cuando nos quedamos a solas en aquel dormitorio. Me erguí ante mi esposo, viendo cómo se paseaba por la alfombra, lanzándome miradas cargadas de curiosidad... y cierto recelo; casi podía escuchar a los engranajes de su cabeza moviéndose a toda velocidad, creando conexiones. Montando teorías. Intentando encontrar los posibles detalles que yo no hubiera podido controlar y que me habrían puesto en evidencia.
Pero yo había sido cuidadosa.
—Volvería a hacerlo, que no te quepa duda.
El príncipe oscuro se paseaba por delante de la chimenea como un león enjaulado. Siempre lo había tenido todo bajo control; cualquier situación, cualquier momento... y yo había logrado esquivar ese férreo anillo que mantenía alrededor, era evidente que también debía sentirse enfadado consigo mismo.
Sus ojos negros se desviaron hacia mí.
—Sé para qué quieres un heredero, no es difícil adivinar los planes que tienes preparados para él —continué, ganando valor a cada palabra que pronunciaba—. ¿Creías que sería tan estúpida e ingenua, Deacon?
Los dedos de mi esposo se cerraron sobre la parte superior de mi brazo cuando mi pregunta le golpeó de lleno. Keiran y yo no nos habíamos equivocado en Las Brumas cuando habíamos elucubrado sobre mi papel dentro de la corte, sobre por qué necesitaban con urgencia un heredero. Un bebé que llevara mi propia sangre, mi propia magia.
—Y lo has escondido perfectamente —siseó.
Me permití una diminuta sonrisa de satisfacción que pronto desapareció cuando Deacon añadió:
—Me resulta muy complicado pensar que lo hayas hecho tú sola todo, Maeve —hizo una pequeña pausa y fue su turno de sonreír, de esbozar su habitual sonrisa sibilina—. Ah, por supuesto. Qué estúpido soy... Anaheim, ¿verdad?
Le mantuve la mirada, sin permitirme un solo titubeo. Deacon soltó una risotada baja mientras sus dedos liberaban mi brazo y lo recorrían ascendiendo lentamente hasta que sus yemas tocaron la curva de mi cuello.
—Ella era la persona idónea para hacerlo —continuó hablando—. No en vano logró ocultar su propio embarazo hasta que, prácticamente, Kermon vino al mundo. Una decisión muy inteligente, el apoyarte en Anaheim para que te ayudara a mantener en secreto el tuyo.
Alcé la barbilla, rehuyendo el contacto con sus dedos cuando abandonó mi cuello para alcanzar mi rostro. Me conminé a mantener silencio, dejando que fuera el propio Deacon fuera entretejiendo la historia; me parecía absurdo tratar de negar el papel que había jugado Anaheim en todo aquel asunto.
Los ojos del príncipe oscuro relucieron al ir atando cabos.
—Anaheim estuvo a tu lado cuando Vrigil te reconoció tras tu desvanecimiento en el comedor, cuando afirmó el riesgo que correrías si lograbas quedarte embarazada —dijo, haciendo mención al sanador que envió la reina para que se hiciera cargo de vigilarme, de asegurarse de que los rumores que esparció Beira sobre mí no se volvían una realidad.
Ambos recordamos el rostro de Vrigil en aquella ocasión, la mirada ligeramente vidriosa que había mostrado el hombre mientras le daba al príncipe oscuro un diagnóstico manipulado por la propia mujer, que había decidido aprovechar la situación para intentar alejar a mi esposo de mi cama. De impedir que continuara reclamándome que cumpliera con mis deberes maritales.
Esbocé una media sonrisa. Deacon no parecía estar al tanto de las otras visitas, de las otras ocasiones en las que el sanador u otro habían acudido debido a que me encontraba indispuesta; tanto Anaheim como yo nos habíamos movido con sumo cuidado cuando no habíamos podido eludir la necesidad de que un sanador me viera, de que descubriera lo evidente.
—Manipuló al sanador, le obligó a que dijera todo eso; un movimiento muy audaz por vuestra parte —comprendió el príncipe oscuro, luego sonrió de nuevo—. Por eso te resistías a que estuviéramos juntos, mi pequeña polilla; tenías miedo de que pudiera darme cuenta —su mano se dirigió de nuevo hacia mi vientre de manera posesiva.
Poco a poco estaba dejando que Deacon fuera desentrañando mi plan, pues no tenía sentido seguir negando todo lo que había hecho para retrasar —o impedir— ese momento desde que lo supe. Permití que el príncipe oscuro creyera que estaba desmontándome pieza por pieza, y que eso me afectaba.
Quería que creyera que me había visto acorralada y que no había tenido otra opción que confesar, dándole aquello que tanto había anhelado, por los motivos equivocados.
Había sido un movimiento calculado, con una única finalidad: conseguir protección frente a las posibles amenazas. Tener la certeza de que tendría las espaldas cubiertas de ahora en adelante, después de que Cadmen hubiera descubierto en Las Brumas y hubiera logrado salir con vida de nuestro enfrentamiento.
—Pero eso no es todo, ¿verdad? —susurró Deacon, haciendo que nuestras miradas se encontraran—. Estoy empezando a verlo todo muy claro, y debo reconocer que me has superado en este juego. Te he subestimado.
—Eres un monstruo —escupí con rabia.
—¿Y qué hay de ti? —replicó—. ¿Hasta cuándo iba a durar toda esta mentira? Pensabas mantenerme en la ignorancia sobre un asunto de tal calibre... ¿Qué esperabas exactamente, Maeve? —una sombra cruzó su mirada y sus dedos se cerraron alrededor de la línea de mi mandíbula, presionado mi piel pero sin llegar a hacerme daño—. Pensabas alejarme de mi hijo, huyendo de la Corte Oscura.
El estómago me dio un vuelco cuando sus dedos se apretaron con más fuerza, pero me mantuve en silencio.
—¿Creías que tu hermano te protegería en la Corte de Invierno, escondiéndote de mí? —su rostro se acercó al mío hasta que nuestros labios quedaron a pocos centímetros de distancia—. Nunca podrás huir de mí. Vayas donde vayas, mis sombras siempre te perseguirán... y yo te encontraré. No voy a renunciar a esto —su mano se apoyó de nuevo sobre mi vientre y los ojos se me llenaron de lágrimas, me obligué a dejar mi cabeza en silencio—. Porque me pertenece, porque un día ocupará mi lugar y doblegará a las otras cortes.
Aparté sus manos de mí con brusquedad.
—Este bebé no es otro de tus objetos que puedas utilizar cuando te apetezca o cuando creas que tiene algún uso que pudiera beneficiarte, Deacon —le espeté.
—No —coincidió conmigo y su voz sonó fervorosa—. Es mucho más.
Su afirmación flotó en el aire que había entre nosotros.
Y mi mente regresó de nuevo a Cadmen, ese cabo que había dejado suelto cuando ella se desvaneció antes de que pudiera clavar mi daga sobre su pútrido corazón lleno de oscuridad y veneno.
—¿Qué vas a hacer ahora? —pregunté.
—Mantenerte estrechamente vigilada, Maeve —me aseguró.
Dejé escapar una seca risa.
—¿Adónde iría? —dije con un tono burlón—. Estoy aquí atrapada.
Me estudió con atención, había llegado el tenso momento de poner las cartas sobre la mesa y me acuciaba resolver el asunto de la Antigua lo antes posible. Era una amenaza, tanto para mí como para el bebé; estaba segura de que Deacon haría lo imposible, de ahora en adelante, para protegerlo. Y, por extensión, esa protección se extendía a mí.
Así que hice mi movimiento.
—Quiero que Cadmen sea ejecutada —declaré con rotundidad.
Deacon enarcó una ceja, sorprendido por lo que acababa de pedirle sobre la Antigua.
—Intentó matarme en el pasado, y lo hará en el futuro —continué justificando mi deseo de ver la cabeza de Cadmen rodando hasta mis pies—. El exilio no es una opción, Deacon: es una amenaza y quiero que sea erradicada. Soy la princesa de la Corte Oscura —añadí con determinación.
—No voy a ejecutar a Cadmen —respondió Deacon, despacio.
Era evidente que no iba a ceder a mi petición, que la Antigua era un activo demasiado valioso para cumplir con mi exigencia.
—Es un riesgo para el bebé —esgrimí.
Pero Deacon no quiso cambiar de opinión, aferrándole a la utilidad que tenía Cadmen para sus planes... y de cara a la guerra. Ella era una de las pocas Antiguas que continuaban con vida y era demasiado valiosa; una fuente de poder inconmensurable, un arma mortífera. No en vano Cadmen comandaba al Estandarte del Cuervo: tenía experiencia en el campo de batalla, lo que aumentaba su atractivo y utilidad.
—Ella no hará nada —me aseguró Deacon, sonando casi aburrido.
Pero eso no era suficiente para mí, no teníamos una sola certeza de que Cadmen siguiera las órdenes del príncipe: en el pasado desobedeció, sin importarle lo más mínimo las consecuencias. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al recordar a la mujer maniatada a la pared de aquella celda, cubierta de su propia sangre, pero sonriente; atreviéndose a burlarse de mí delante de Deacon, haciendo aquel tipo de insinuaciones tan vulgares sobre las intenciones de mi esposo.
—Entonces mi embarazo continuará en secreto —anuncié.
No podía permitir que la noticia se extendiera por la Corte Oscura, y eso incluía a los reyes, especialmente Finvarrar; sabía que el padre de Deacon recibiría las buenas nuevas con expectación y alegría, consiguiendo lo que tanto me había exigido en el pasado.
La mirada de Deacon se tornó calculadora.
—No sé hasta dónde alcanzan los hilos que maneja Cadmen dentro de la corte —me expliqué, agarrándome a ese clavo con fuerza—. Te desobedeció en una ocasión, ¿quién puede darme la seguridad de que no lo haga de nuevo?
—Yo —contestó.
—Eso no es suficiente —le contradije—. Hasta que no vea su cadáver a mis pies no estaré tranquila y la noticia de mi embarazo no saldrá de esta habitación.
Recordé a Demetria con el aspecto de la sanadora. Acababa de convertirla en un objetivo para Deacon, quien no dudaría ni un instante en eliminar cualquier cabo suelto; tendría que advertirla al respecto antes de que el príncipe oscuro se me adelantara.
Nos sostuvimos la mirada, sabiendo que ninguno de los dos daría su brazo a torcer. Mi decisión de que mantuviéramos el asunto del embarazo todavía en secreto parecía razonable, con una base sólida para poder justificarla: Cadmen. El hecho de que la Antigua, en ocasiones, parecía moverse por su propia cuenta y riesgo. El recuerdo de aquella noche, con Deacon ausente de la Corte Oscura, cuando la mujer había aparecido en mi habitación con intenciones de asesinarme.
El peso de saber que la vida del bebé ahora también estaba en riesgo.
Deacon entrecerró los ojos y por el músculo que le tembló en la mandíbula supe que había ganado de nuevo en aquel enfrentamiento silencioso.
—Haremos las cosas a tu manera por el momento, Maeve.
Un peso pareció abandonar mi pecho al escuchar que Deacon iba a ceder en que la noticia no se hiciera pública. Quise creer que había creado unas pequeñas grietas en la confianza que había entre el príncipe oscuro y la Antigua; que, a la hora de escoger en aquella situación a la que le había empujado, había decidido anteponerme a mí por el mero hecho de que su prioridad era el bebé.
Deacon se marchó sin añadir nada más, dejándome completamente sola en aquel dormitorio que había empezado a odiar con tanto ahínco. Me froté el vientre de manera inconsciente, tratando de borrar el contacto de Deacon, mientras cruzaba la distancia que me separaba de la cama.
Mis rodillas cedieron y mi cuerpo se desplomó sobre el colchón. El cansancio que arrastraba desde la batalla empezó a ganar terreno, después de que la adrenalina se hubiera esfumado de mis venas; contemplé los anodinos tapices que cubrían las paredes de piedra, echando en falta la ventana de aquel dormitorio que había ocupado en Las Brumas.
Eché de menos la libertad que se respiraba allí.
Eché en falta todo lo que había dejado atrás.
Me llevé las manos de nuevo al vientre, un acto que había tenido que controlar desde que supiera que me encontraba embarazada; pestañeé mientras sentía cómo los ojos se me llenaban de lágrimas.
Había pasado la primera prueba.
Pero lo único que pude hacer fue romper a llorar, incapaz de poder disfrutar de mis pequeñas victorias.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro