| ✦ | Capítulo 13.
Las noticias sobre la reunión que iba a celebrarse entre todos los monarcas para sentenciar el futuro de la guerra, y el de todos nosotros, agitó a la corte. Ahora que Deacon había regresado de poner orden dentro de su ejército y comprobar cómo se encontraba la situación en el exterior, de nuevo había quedado relegada a un segundo plano junto a mi esposo; aquella posición me permitía estudiar con mayor libertad lo que estaba fraguándose, añadiendo más información a la que ya tenía.
Y decidí apartar a un lado el asunto de las páginas del Códice, pensando en cómo podría utilizar aquella información en concreto. Si debía confesarle a Demetria lo que había descubierto para que ella pudiera transmitirle el mensaje a Adamark y obtuviera una respuesta clara de lo que podía hacer con ello.
Aquella mañana, apenas dos días después del regreso del rey a su corte, nos encontrábamos en el despacho que yo había ocupado en su ausencia con un Devrig erguido al otro lado del escritorio; mantenía su mirada plateada en algún punto por encima del hombro de mi esposo, que estaba sentado en la silla mientras yo permanecía a su lado, de pie. El capitán no era capaz de mirar a Deacon a los ojos debido a las noticias que traía consigo.
—Los rumores se han acrecentado, agitando a las masas, mi rey —estaba diciendo en aquel momento, con las manos entrelazadas a la espalda y manteniendo un tono neutro mientras informaba—; ya no hablan solamente de vuestro supuesto affaire con la hija de un noble —al menos tuvo el reparo de no especificar a quién se refería, aunque el nombre de Beira inundó el ambiente, haciéndolo pesado—: ahora también insinúan que vos tenéis algún tipo de relación con lo sucedido con vuestro padre.
Vi cómo los ojos de Devrig sí que buscaban el rostro de Deacon cuando terminó de hablar. El capitán parecía compartir la misma sospecha que los rumores que circulaban de boca en boca; por eso mismo quería comprobar de primera mano si aquella información levantaba algún tipo de reacción en mi esposo, que apretaba el dedo índice contra sus labios fruncidos.
La apariencia que transmitía el rey oscuro era inflexible, pero eran sus ojos oscuros los que delataban esa máscara de aparente calma. Habíamos convivido con los rumores sobre nuestro matrimonio y nuestros respectivos deslices paralelos, intentando acallarlos con una imagen de unión; sin embargo, no sabía cómo conseguiría Deacon intentar aplacar todos aquellos rumores que le relacionaban directamente con el estado en el que se encontraba Finvarrar.
Me removí junto a la silla que ocupaba mi esposo, fingiendo estar incómoda por la situación que se nos planteaba mientras, en mi interior, no podía evitar regodearme de los problemas que se añadían a Deacon como nuevo rey de la Corte Oscura; la mirada de Devrig se desvió entonces en mi dirección, frunciendo el ceño. Mantenía las distancias conmigo, sabiendo los riesgos a los que se expondría si intentaba tomarme por sorpresa una segunda vez, pero podía leer en su mirada que no lo había olvidado; que todavía esperaba una oportunidad para poder abordarme y tratar de hacerme confesar lo que los rumores habían empezado a expandir dentro de la corte.
—Quiero que atrapéis a todo aquel que se atreva a difundir semejantes falacias —dijo con fingida tranquilidad— y lo llevéis a las mazmorras. Quiero que se me informe inmediatamente para que pueda encargarme de ello.
La cabeza de Devrig bajó en un seco movimiento de asentimiento; su cuerpo pareció tensarse como una cuerda y sus ojos resplandecieron con un extraño brillo.
—Tenemos a un... sospechoso —desveló con cautela—. Pensé que querríais hacer lo mismo que acabáis de ordenarme y lo he bajado a una de las celdas.
Lord Deian no había perdido el tiempo en alentar a que todos aquellos que le apoyaban en la sombra continuaran con aquella cruzada, dándoles la información que había sacado de la conversación que habíamos mantenido en aquel mismo lugar cuando estuvimos a solas. Y lo que había llevado a la primera víctima de cabeza a los calabozos que había en los pisos inferiores del palacio.
Luego reconocí a regañadientes la eficiencia de Devrig al anticiparse a los deseos de su rey. Deacon sonrió como una víbora al escuchar que se le habían adelantado y que podría disfrutar de su tortura antes de lo previsto; me retiré al intuir sus intenciones y apreté mis manos mientras mi esposo se levantaba de su silla y alisaba su jubón.
Alcé la barbilla cuando giró su rostro en mi dirección, dedicándome su taimada sonrisa llena de oscuras promesas llenas de dolor para el pobre desgraciado que aguardaba en las mazmorras sin saber lo que se le avecinaba. Mis ojos se clavaron en el brazo que me tendió, una silenciosa orden: quería que le acompañara. Quería que fuera testigo de sus métodos de tortura, los mismos a los que habría sometido a Keiran mientras estuvo allí atrapado.
Dudé unos segundos antes de aceptar, logrando que el rostro de Devrig se ensombreciera de nuevo al ver mi docilidad; el modo en que Deacon parecía manejarme a su antojo. Aquello me ayudaría a mantener mi fachada frente al capitán, haciéndole creer que era el miedo a mi esposo lo que motivaba mi comportamiento.
—Llevadnos.
Devrig nos acompañó personalmente y, cuando llegó el momento de cruzar el umbral que conducía a las mazmorras, tuve mi primer momento de debilidad. Titubeé antes de dar un paso hacia aquellos corredores oscuros, iluminados levemente por las antorchas que colgaban de las paredes; por suerte para mí, habían encerrado al prisionero en una de las celdas del primer nivel.
Tragué saliva cuando nos detuvimos frente a los barrotes. A través de ellos localicé a un hombre de mediana edad sentado sobre el duro catre que había pegado junto a una de las paredes; sus ropas delataban su origen noble, aunque su rostro me resultaba desconocido. El preso no se movió cuando uno de los guardias que se nos había unido cuando bajamos hasta allí se encargó de abrirnos la puerta y Devrig nos cedió a Deacon y a mí pasar en primer lugar.
Me quedé cerca del capitán mientras Deacon cruzaba la distancia que lo separaba del prisionero y la oscuridad de su magia se desplegaba a su alrededor, sedienta de ver cómo se derramaba la sangre; el rostro del hombre se mantuvo impasible, aunque un casi imperceptible temblor en un músculo de su mandíbula le delató. Tomé una bocanada de aire, sin saber muy bien qué hacer.
No conocía a aquel noble que se había encargado de divulgar lo que yo había insinuado en el despacho, frente a lord Deian, cuando Deacon se había visto en la obligación de abandonar la Corte Oscura; no sabía cuánta información poseía... o lo que podría decir cuando mi esposo comenzara con su interrogatorio.
Pero lo que sí sabía era que aún necesitaba a lord Deian y si aquel hombre mencionaba ese nombre, no habría fuerza en la faz de la tierra que pudiera detener a Deacon antes de que se abalanzara sobre el lord.
Vi cómo el rey oscuro se inclinaba sobre el prisionero, manteniendo su fachada imperturbable.
—Dime tu nombre —ordenó.
Alterné la mirada entre el noble y mi esposo.
—Botrel, mi rey —contestó sin achantarse.
Deacon ladeó la cabeza como un depredador ávido de derramar su sangre; pude ver cómo su perfil sonreía mientras contemplaba en silencio al prisionero, que había unido sus manos y las estrechaba con fuerza.
—Muy bien, Botrel, me gustaría escuchar lo que has estado divulgando por ahí —ronroneó, acercándose un poco más—. Especialmente los rumores en los que afirmabas que yo tenía algo que ver en lo sucedido con mi padre.
A pesar de la suavidad de sus palabras, el noble supo que era una mera trampa; un señuelo. El corazón empezó a latirme con violencia conforme la magia de Deacon iba extendiéndose como una nube tóxica, flotando hasta Botrel; el cuerpo del hombre sufrió un escalofrío y se retiró, intentando huir.
Mi esposo tardaría poco en quebrarlo y lograr que dijera todo lo que necesitaba conocer para hacer su siguiente movimiento; encontrar su próxima víctima. Apenas quedaban unos centímetros de distancia entre la magia oscura de Deacon y el rostro del noble. Tenía que hacer algo. Lo que fuera antes de que aquel hombre desbaratara poco que había conseguido en aquellos días de ausencia de mi rey.
De manera inconsciente di un paso hacia delante.
—Detente.
Mi orden tensó el ambiente del interior de la celda. Sentí a Devrig removiéndose a mi espalda, sorprendido por lo que acababa de hacer, pero la reacción que más me requería de mi atención en aquellos instantes era la de Deacon; mis ojos se clavaron en la espalda de mi esposo, que tardó unos segundos en girarse hasta que nuestras miradas se encontraron. Me obligué a sostenérsela, pensando a toda prisa qué decir para poder detener las intenciones de mi esposo.
Cómo evitar que llevara a cabo aquel interrogatorio.
—Esto no nos beneficia en absoluto, Deacon —exhalé.
Frunció el ceño.
—Si le haces daño a ese hombre —continué, señalando con un gesto de barbilla al hombre que asomaba por encima del hombro de mi esposo— podría haber consecuencias para nosotros. Para la corona.
Una sonrisa se expandió por el rostro de Deacon cuando sus intenciones quedaron al descubierto; sin embargo, se trataba de una sonrisa cruel y cargada de oscuras promesas sobre el futuro de aquel noble.
Alcé mi mano en dirección del prisionero, inquieta por el silencio en el que se había sumido Deacon.
—Pertenece a una familia noble —le recordé, procurando mantener la misma calma que esgrimía el rey oscuro—. No dejarán pasar esta ofensa y nos crearán más problemas; y sabes que tenemos que concentrarnos en la guerra.
El gesto de Deacon mudó a pensativo al escuchar mi razonamiento. Era posible que mi esposo creyera que era invencible, pero necesitaba apoyos en su trono para poder mantenerse allí; lo sucedido con Finvarrar había avivado a sus enemigos y yo había aprovechado para añadir más pólvora a la mecha gracias a lord Deian y su obsesión por la lucha de demostrar que la muerte de su hija no había sido un suicidio, sino un asesinato.
Di otro paso, acercándome a Deacon.
—Necesitamos todos y cada uno de los apoyos —añadí intencionadamente.
La mirada de mi esposo se desvió entonces hacia Botrel, que se encogió de manera visible cuando los ojos negros de Deacon se encontraron con los suyos; el silencio se extendió en el interior de la celda, pues era el rey quien tenía la última palabra en aquel asunto.
Procuré mantenerme impertérrita frente a Devrig y Deacon, que continuaba observando a Botrel. No quise girar el cuello para ver la expresión del capitán, pues necesitaba centrar toda mi atención en mi esposo; en caso de que Deacon me negara lo que acababa de pedirle, lord Deian sería el próximo cadáver que Devrig anunciara que habían encontrado.
—Deberías sentirte afortunado, Botrel —ronroneó el rey—: es gracias a la intervención de tu reina por lo que no seguiré adelante con lo que tenía en mente. La próxima vez no seré tan benevolente —añadió de manera intencionada.
Se apartó de Botrel con una sonrisa taimada y se dirigió hacia la salida de la celda. Escuché un intercambio de susurros entre Devrig y él, pero mi mirada continuaba clavada en el noble. En sus facciones se adivinaba el alivio de haber salido ileso de aquella excursión a las mazmorras y sus ojos se encontraron con los míos; no rompimos el contacto visual mientras el noble se ponía en pie del catre y se encaminaba hacia la puerta abierta.
Cuando pasó por mi lado no pude evitar susurrarle:
—Decidle a vuestro señor que está en deuda con su reina —hice una pequeña pausa—. Que no lo olvide.
El vestido que había seleccionado para la ocasión representaba el mensaje que Deacon quería transmitir: el que era su reina. Reina de la Corte Oscura de los pies a la cabeza con aquella monstruosidad de color negro y las plumas de cuervo que decoraban mis hombros y los dos lados de mi cintura; el cuello era alto y estaba bordado con pequeñas piedras de color sangre.
Lo que más me preocupaba del atuendo era el fino cinturón de color dorado que se ajustaba alrededor de mi vientre. Me miré en el espejo y una sensación de pánico se me enroscó en la garganta; no era visible, pero podía intuirse si alguien se fijaba demasiado en aquella zona.
Por supuesto, se trataba de otra orden por parte de Deacon: había sido idea del nuevo rey oscuro escoger un atuendo de ese estilo, donde cada parte de mi cuerpo dijera a gritos que era la reina de la Corte Oscura, su reina. Continuaba aferrándose a nuestro acuerdo de mantenerlo en secreto dentro de nuestra propia corte, lo que le daba total libertad para poder anunciarlo a los cuatro vientos; especialmente a su acérrimo enemigo.
Keiran.
Las manos empezaron a sudarme por la perspectiva. Habían pasado casi dos semanas desde que nos habíamos separado en Las Brumas; menos de una semana desde que hubiera enviado con Demetria aquella nota pidiéndome que fuera responsable, que no corriera ningún riesgo. Mordí mi labio inferior con desazón, sin saber cómo iba a transcurrir el reencuentro; sin saber cómo iba a ser capaz de actuar frente a Keiran cuando Deacon llevara a cabo su pequeña venganza, intentando desestabilizar al rey de Verano del mismo modo que había hecho mientras estuvo preso en las mazmorras: valiéndose de las debilidades de su enemigo. Destrozándole sin sentir el más mínimo remordimiento.
El tiempo se me había agotado. Mis infructuosos intentos por plasmar en un papel lo que Deacon anunciaría en unas pocas horas me habían mantenido pegada a la silla del escritorio de mi nuevo dormitorio noche tras noche, intentando encontrar el modo de expresarme... de explicar la situación. Pero mi miedo había mantenido a raya mis pensamientos, mis palabras; sabía que la noticia devastaría a Keiran. Ni siquiera todas las promesas que nos habíamos hecho en Las Brumas servirían para todo lo que había callado.
Le había mentido al decir que no habría más secretos.
Le había ocultado la verdad y no había reunido el valor suficiente para decírselo aquella noche, sabiendo que podía cambiarlo todo.
Debido a ello, no había sido capaz de escribir ese mensaje y había optado por pedirle a Demetria que simplemente le dijera a Adamark que tuviera cuidado con Sinéad, además de hacerle un pequeño resumen de la conversación que habíamos mantenido en la que mi hermano había dado su palabra de querer ayudarme. Mi temor a que Sinéad hiciera correr la noticia de mi embarazo había hecho que le convirtiera en mi enemigo, que estuviera dispuesta a hacer lo mismo que hice en el pasado para proteger mi secreto.
Me sentí estúpida cuando las primeras lágrimas empezaron a deslizarse por mis mejillas. Las consecuencias de mis decisiones estaban empezando a pasarme factura, haciéndome sentir como si mi corazón estuviera a punto de quebrarse; me obligué a mantener mis ojos clavados en el espejo y a secar el rastro húmedo de mi piel, recordándome que no podía permitirme ser vulnerable. Ahora que había conseguido llegar tan lejos, no podía rendirme.
Comprobé que mi aspecto no delatara la tormenta que se había desatado en mi interior y salí a la antesala de los aposentos de la reina. Mis doncellas estaban revoloteando por aquella parte del dormitorio, fingiendo estar poniendo algo de orden cuando lo único que realmente buscaban era cotillear con entusiasmo sobre lo que se avecinaba; la Corte Oscura estaba en un extraño punto: un gran bloque apoyaba a Deacon con la idea de seguir adelante con la guerra, animando a su nuevo soberano a que presionara a sus aliados para que ignoraran los posibles acuerdos que sus enemigos y usaran sus tropas para aplastarlos definitivamente; por otro lado, existía una facción que defendía todo lo contrario, que no estaban de acuerdo con la idea de perpetuar una guerra. No solamente por las muertes y el derramamiento de sangre que sobrevendrían, sino por el temor a que la situación en la que ya se encontraban pudiera recrudecerse; todos aquellos habían escuchado historias sobre la primera guerra y habían vivido el castigo de sus antepasados. De los que fueron condenados al exilio.
En cualquier caso, la Corte Oscura estaba inquieta e impaciente por conocer el veredicto final.
Una doncella se acercó tímidamente hasta mí, con un cofre entre los brazos. Reconocí el sello de la tapa e intuí lo que encontraría en su interior; con un simple gesto de barbilla por mi parte, la chica abrió la tapa, permitiéndome ver de nuevo la corona de la reina. Mi magia cosquilleó ante el objeto, quemándome en la punta de los dedos. La ignoré mientras introducía las manos en el interior de la caja labrada y agarraba con delicadeza la corona; la primera —y única— vez que la había tenido sobre mi cabeza había sido cuando Deacon y yo habíamos sido coronados, varios días atrás.
El pulso se me aceleró cuando la saqué y la mantuve en el aire, dudando unos instantes antes de colocarla en su legítimo lugar. Todas las doncellas dejaron escapar un sonoro suspiro al contemplar mi aspecto, la apariencia que debía tener la reina de la Corte Oscura.
Aguanté la atención de mis doncellas, controlando las irresistibles ganas que me acuciaban a que cubriera mi vientre de la mirada de todas ellas, con una expresión estoica; Deacon me había explicado que sus consejeros se encargarían de ocupar nuestro lugar durante el tiempo —que no sería excesivo— que durara aquella reunión junto a los otros monarcas y que había designado a dos de sus mejores soldados para respaldarnos. Era evidente que ninguno de los invitados iría sin que hubiera alguien que le cubriera las espaldas, no eran tan estúpidos y confiados; no cuando tantas cosas podían salir tan mal. Y, aunque había intentado indagar sobre la identidad de las personas que se iban a encargar de nuestra protección, no había logrado averiguar nada de interés.
Deacon hizo acto de presencia con su habitual elegancia. Procuré no mostrar absolutamente nada cuando vi que nuestros atuendos eran dolorosamente similares —por no hacer mención de las coronas gemelas que decoraban nuestras respectivas cabezas—, incrementando el mensaje que buscaba enviar; el rey extendió una mano en mi dirección y yo la tomé sin dudas.
Una nube de oscuridad explotó a nuestro alrededor y desaparecimos.
Una enorme tienda de campaña nos recibió cuando las sombras que nos habían llevado de un sitio a otro se dispersaron. Pestañeé ante la lona iluminada por la luz natural, que delataba que nos encontrábamos en el exterior; me aparté de Deacon, que permitió que vagara por aquel lugar cargado de lujos que apestaba por los cuatro costados a que pertenecía a Finvarrar... y ahora a Deacon.
Aquella tienda de campaña se encontraba en el campamento donde los ejércitos de la Corte Oscura —junto a los de mi hermano y los de la Corte de Otoño— estaban aposentados, a la espera de recibir sus próximas órdenes.
El aire viciado me golpeó de lleno, revolviéndome el estómago. Escuché entonces la actividad que reinaba al otro lado de la lona, fuera de aquella tienda; mi mirada se topó con los ojos oscuros de Deacon clavados en mí.
Había una perversa alegría latiendo en lo más profundo de ellos.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —exigí saber.
Creí que apareceríamos en otro lugar... en otra parte. Deacon no me había informado de todos los detalles sobre cómo se desarrollaría aquella cumbre en la que se jugaba mucho, pero había estado escuchando atentamente en cada encuentro que tenía mi esposo con sus consejeros, rascando pequeñas porciones de información sobre qué sucedería; empezando por una localización en un entorno neutral dentro del Valle.
Y aquel sitio donde nos encontrábamos no tenía el aspecto de «territorio neutral».
Me obligué a no moverme cuando Deacon dirigió sus pasos hacia donde me había detenido, ignorando el lujo que nos rodeaba. La comodidad de la que había disfrutado cuando había tenido que ausentarse de la Corte Oscura. Utilicé los objetos que había a nuestro alrededor para fijar mi mirada en ellos.
Estaba alterada por los segundos que se me escapaban sin que yo fuera capaz de retenerlos. Por el poco tiempo que me quedaba antes de que tuviera que enfrentarme a algo que iba a destrozarme por dentro. Sin embargo, había conseguido digerir aquellos nervios y me había refugiado en aquella máscara que llevaba en aquellos instantes, la misma que había lucido casi todo el tiempo desde que hubiera regresado a la Corte Oscura con la única intención de destruirla desde dentro... y desde fuera.
Deacon se detuvo a unos metros de mí, ladeando la cabeza.
—Estamos en el campamento donde parte de mi ejército se encuentra —confirmó mis sospechas—; aguardamos a que nuestra escolta venga a por nosotros... y hacemos esperar al resto de invitados.
Me crucé de brazos, con la inquietante sensación de que Deacon estaba ocultándome algo. Que todo aquello formaba parte de su espectáculo, de la obra de teatro en la que había convertido nuestras vidas después de que nos casáramos.
Le dediqué una mirada fulminante cuando su dedo índice golpeó mi barbilla con diversión, como si yo fuera una niña pequeña enfurruñada a la que estuviera intentando levantar el ánimo.
—Recuérdalo, Maeve —me susurró—: eres la reina de la Corte Oscura, no la princesa enamoradiza que entregó algo más que su corazón en lo profundo de una cueva perdida de un bosque.
La rabia me empujó, haciendo que diera un paso adelante y contemplara el rostro de mi esposo a unos centímetros del mío. El veneno impregnaba cada centímetro de mi boca, a punto de ser liberado.
—¿Querías que llegara virgen al matrimonio, Deacon? —dije en el mismo tono de voz—. ¿Es eso lo que te reconcome? ¿Que fuera Keiran el primero y no tú?
Una sonrisa traviesa jugueteó en los labios del rey oscuro.
—Lo único que me importa de todo este asunto es que yo he conseguido lo que Keiran deseaba —contestó y retrocedí antes de que su posesiva mano pudiera alcanzarme; la diversión centelleó en los ojos de Deacon—. Ya te dije que me era indiferente si habías estado con él porque no había obtenido lo que yo buscaba... y la prueba de ello la llevas en tu vientre.
Las puertas de lona de la tienda se abrieron de par en par, obligándome a que me mordiera la lengua y evitara responder. El corazón dejó de latirme unos instantes cuando me topé con la triunfante sonrisa de Cadmen; la Antigua había conseguido recuperarse de las heridas que le habíamos provocado Keiran y yo durante la escaramuza de Las Brumas, pero ahora parte de su piel lucía una colección de cicatrices de las quemaduras que le había dejado la armadura que el fuego de Keiran había derretido.
A su lado se encontraba el silencioso Morwen, que tenía una expresión sombría. No entendía el tipo de relación que mantenían, si Cadmen le habría mantenido al tanto de las órdenes que había recibido de buscar Las Brumas y robar el Códice; no estaba segura sobre si Morwen sabría o no que parte de la responsabilidad de las heridas que mostraba su hermana era mía.
Deacon aprovechó mi sorpresa para rodearme la cintura con su brazo, pegándose a mi lado. Tenía una amplia sonrisa llena de victoria dirigida a los Hermanos Cuervo, que permanecían en la entrada de la tienda, vestidos con sus uniformes y mostrando la insignia que desvelaba el alto rango que poseían dentro de las tropas de la Corte Oscura.
Cadmen fue la primera en dedicarnos una reverencia con aire de burla mientras el aire se me quedaba atascado en mitad del pecho, tomando la consistencia de una pelota que me impedía respirar.
—Mi señor, ha llegado la hora —anunció.
Las dudas me embargaron cuando aparecimos en mitad de una vasta extensión de campo. Frente a nosotros, a unos metros, se alzaba una carpa sobre la que ondeaban los estandartes de todas las cortes implicadas; el estómago se me encogió al contemplar el dragón y el guiverno junto a sus respectivos colores, flotando en la brisa. Escuché a mi espalda la risita sofocada de Cadmen y apreté las mandíbulas hasta hacerme daño.
Deacon nos guio entonces hacia el interior de la carpa, desde donde me llegaban las exaltadas voces de los invitados. Distinguí la voz de mi hermano anteponiéndose a la de Kalimac y la sosegada voz de Isengar pidiendo calma; sin embargo, la voz de Keiran se mantenía en silencio. ¿Estaba allí siquiera...?
El silencio se hizo de golpe una vez atravesamos la puerta de la carpa y estuvimos en su interior. Quienquiera que fuera la persona que había organizado todo aquel asunto se había asegurado de que el resto de los invitados se encontrara cómodo, quizá creyendo que eso ayudaría a que fluyera la situación de un modo pacífico; los cuatro reyes aguardaban sobre una extensa mesa de madera con una maqueta del Valle en su centro. A un lado estaban Sinéad e Isengar mientras que Kalimac y Keiran ocupaban el lado opuesto; Voro y otro soldado que no conocía de nada se encontraban respaldando a Keiran junto a la lona, de brazos cruzados y sin perderse un solo detalle de lo que sucedía allí dentro. Kalimac e Isengar también habían llevado consigo otros dos soldados.
Sinéad había elegido a Marmaduc como respaldo para aquella tensa reunión.
La discusión que había estallado entre Invierno y Primavera quedó en suspenso tras nuestra entrada. Sentí a Morwen y Cadmen colocándose en sus respectivas posiciones, pero mi mirada estaba clavada en un rostro en concreto. Un rostro que se mantenía imperturbable y lleno de algunas heridas sin cicatrizar —producto de la emboscada que sufrió junto a sus hombres—; a excepción del fuego que latía en su mirada.
Un fuego que amenazaba con convertirse en un incendio descontrolado.
El rey de Verano nos miraba a ambos con una expresión que no dejaba entrever un solo sentimiento; sus ojos se entrecerraron con una pizca de sospecha, quizá sorprendido por mi presencia. Era la única mujer, sin contar con Cadmen, que había acudido a la cumbre, detalle que había llamado la atención del resto de invitados.
Excepto Sinéad, que volvió a su asiento y se cruzó de brazos con los labios fruncidos.
Fue Kalimac el primero que decidió romper el silencio que se había instalado dentro de la carpa.
—¿Esto qué es? —su voz tronó, cargada de indignación—. ¿Qué clase de broma nos ha enviado la Corte Oscura?
Isengar se removió en su asiento y Sinéad le lanzó una mirada fulminante.
Deacon sonreía abiertamente.
—Volved a vuestra corte con vuestra esposa, principito —le ladró el rey de Primavera—, y traed al rey para que podamos dar comienzo a toda esta... pantomima.
Me quedé rígida junto a Deacon. ¿Príncipe? ¿Por qué Kalimac se había referido a mi esposo con su antiguo título? ¿Qué estaba sucediendo?
Deacon dio un tirón a mi mano para que nos adentráramos aún más en la carpa, acercándonos hacia la mesa. El corazón empezó a retumbarme dentro del pecho de manera dolorosa, ayudando a que el pánico se expandiera por mi cuerpo; la mirada de Keiran regresó unos instantes a mí antes de desviarse hacia Cadmen, que le sonreía socarronamente.
El juego había dado comienzo... al igual que la prueba a la que me sometería Deacon durante todo el tiempo que durara aquella reunión.
—No es ninguna broma, Kalimac —negó mi esposo—; como tampoco ningún error que nos encontremos ella y yo aquí.
Chasqueó los dedos y Morwen se apresuró a acercar dos sillas a la mesa. Con una calculada e indiferente parsimonia me ayudó a sentarme en la que quedaba frente a Keiran mientras Deacon ocupaba la otra libre, a mi lado; traté de soltar nuestras manos, pero los dedos de mi esposo se cerraron con fuerza contra los míos, reteniéndome.
—Con todo el alboroto que se formó, no tuvimos tiempo de hacer un anuncio formal a las otras cortes —continuó Deacon, con su voz aterciopelada... y cargada de veneno—: soy el nuevo rey de la Corte Oscura y —alzó mi mano retenida, en la que portaba el sello del cuervo; mi alianza matrimonial que había llevado anclada en mi dedo desde nuestra boda— Maeve es mi reina. Lo que significa que tenemos todo el derecho del mundo a estar hoy aquí.
La mirada que nos dirigió Kalimac alternaba entre el brillo asesino y la incomprensión más absoluta. Una parte de mí quería recorrer la mirada para comprobar la expresión de Keiran, pero no quería arriesgarme a llamar la atención de Deacon; me obligué a sostenerle la mirada al rey de Primavera mientras todo el mundo contenía el aliento dentro de la carpa ante la noticia del cambio de gobierno dentro de la Corte Oscura.
Mi mano atrapada por Deacon descansaba sobre la mesa, permitiendo que el resto de reyes pudieran ver el sello que lucía en mi dedo anular. El cuello de Kalimac empezó a enrojecerse a causa de la indignación, quizá intuyendo que toda aquella puesta en escena había sido preparada a propósito por Deacon; incluyendo el supuesto olvido de anunciar que un nuevo rey había sido coronado.
Mi cuerpo se tensó cuando escuché su voz ronca dirigiéndose a mi hermano:
—¿Tú lo sabías? —más que una pregunta parecía una acusación.
Sin embargo, su intervención me dio la excusa que buscaba para poder mirarle sin llamar la atención de mi esposo. Aferré mi vestido por debajo de la mesa al comprobar lo mucho que le estaba costando a Keiran mantener el control; miraba a Sinéad con una furia apenas reprimida mientras mi hermano procuraba parecer indiferente, a pesar de saber la gran diferencia que existía entre ambos. La superioridad del rey de Verano sobre él.
Alterné la mirada entre mi hermano y Keiran, percibiendo la tensión que iba cubriendo el ambiente, viendo cómo Sinéad se encogía de hombros, fingiendo una tranquilidad que no sentía en absoluto.
—Estaba al corriente —reconoció, sabiendo que tenía toda la atención—. Pero desconocía por completo que no hubieran hecho anuncio alguno a las otras cortes.
Isengar parecía pensativo, pero Kalimac parecía encontrarse a punto de explotar. El control del que Keiran había hecho gala a nuestra llegada estaba pendiendo de un fino hilo; la línea de su mandíbula estaba endurecida y sus ojos estaban levemente iluminados por su magia. Tragué saliva, temiendo que Deacon decidiera aprovechar esa situación para tratar de provocar a Keiran para iniciar un enfrentamiento; por el rabillo del ojo veía a Cadmen disfrutar y dedicar de vez en cuando siniestras sonrisas al rey de Verano.
—El motivo de esta cumbre no es discutir respecto al gobierno de ninguna de las cortes —intervino Isengar, llamando a la calma—, sino alcanzar un entendimiento mutuo.
Kalimac dejó escapar una amarga carcajada.
—¿Entendimiento mutuo? —repitió con desdén—. Me temo que estamos lejos de ello.
Deacon decidió que había llegado el momento de unirse a la conversación y yo me tensé de manera inconsciente. Había hecho el primer movimiento al mantener en secreto su subida al trono, reservándose a ese preciso instante para hacer el anuncio; pero aún poseía algunos ases debajo de la manga que podría utilizar a su antojo. Y yo temía el momento en que pudiera anunciar que, además, el heredero de la Corte Oscura se encontraba en camino.
—¿Eso quiere decir que rehusáis participar para intentar llegar a un acuerdo? —preguntó con una sinuosa sonrisa.
Kalimac dirigió su incendiaria mirada a mi esposo, que disfrutaba de poder empezar un nuevo juego y crear su nueva tela de araña donde atrapar a sus próximas víctimas.
—Yo no he dicho eso —farfulló.
Deacon ladeó la cabeza, acomodándose en su asiento y manteniendo nuestras manos entrelazadas visibles para cualquiera que nos mirara. Especialmente Keiran, que apretaba la mandíbula con fuerza.
Fue él el siguiente objetivo del rey oscuro, que le dedicó una sonrisa desdeñosa.
—Tienes mal aspecto —observó.
El hecho de que Keiran hubiera logrado huir delante de sus narices de la Corte Oscura, escapando del funesto destino que le tenía reservado mi esposo, había incrementado el deseo de Deacon por hacerlo desaparecer del mapa; pero el que más había sufrido por ello había sido Finvarrar, quien había exigido que le dieran la localización del rey de Verano para poder vengar la muerte de Kermon. Quizá por ello el padre de Deacon había lanzado aquel ataque a espaldas de su hijo: porque sabía que no conseguiría su apoyo y su sed de ver derramada la sangre de Keiran había sido mucho más poderosa.
La abrasiva mirada de Keiran se clavó en el rostro de Deacon y luego se desvió unos segundos hacia nuestras manos entrelazadas. Pude sentir la ira embargándole cuando contempló el anillo de mi dedo, el mismo que había lucido mientras estuve en Las Brumas, junto a él; también dedicó unos segundos a la corona que portaba sobre mi cabeza.
Recé para que no cayera en la trampa de Deacon, que no cayera en las provocaciones que el nuevo rey oscuro tenía preparadas para él.
—Supongo que hubieras preferido verme con otro aspecto —le espetó Keiran—, uno mucho más muerto y lejos de tu camino. ¿Me equivoco?
Deacon rio con perversa diversión.
—La corona parece haberte agriado el carácter.
El puño de Keiran impactó con violencia sobre la mesa, arrancándole un crujido nada halagüeño.
—Mandaste a tus hombres a atacar mi campamento, Deacon —le acusó abiertamente—; la mandaste a ella.
Supe que estaba refiriéndose a Cadmen, que también había sido la encargada de llevar a cabo el asalto a Las Brumas. Deacon chasqueó los dedos casi con aburrimiento y la interpelada se acercó hasta nosotros con una expresión impertérrita; vi a Kalimac fruncir el ceño al verla, como si intuyera que no era una mujer normal y corriente. Que había algo que ocultaba.
—¿Quién os dio la orden, comandante? —preguntó Deacon, con los ojos clavados en Keiran.
Cadmen se cuadró y alzó la barbilla.
—Vuestro padre, Majestad —contestó.
La sonrisa de mi esposo se tornó venenosa.
—Como puedes ver, Keiran, yo no fui quien permitió el ataque —se regodeó; luego dirigió su atención hacia el resto de su público—. Quizá deberíamos centrarnos en lo importante, ahora que hemos resuelto algunas dudas.
Kalimac frunció el ceño.
—Quizá deberíais enviar a vuestra esposa de regreso, los asuntos que vamos a tratar no son adecuados para tratarlos delante de una... señorita —le dirigí una mirada punzante que el rey de Primavera fingió no ver.
Recordé el modo en que me trató desde que usurpé el lugar de Sinéad en el Torneo, cuando derroté a su primogénito en la primera prueba; aunque no tuviera nada que pudiera vincular a Kalimac con lo sucedido durante la última prueba, el modo en que Ariel me emboscó y después atacó, intuía que había sido el propio rey de Primavera quien hizo llegar esas armas cargadas de hierro con las que el Caballero de Primavera utilizó para dejarme fuera del juego... para siempre.
El dedo de Deacon recorrió de manera distraída las líneas de mi anillo, así que aproveché la oportunidad para responder a las insinuaciones de aquel viejo hombre.
—También dijisteis en el pasado que el Torneo de las Cuatro Cortes estaba reservado únicamente a los hombres y, fijaos, resulté ser la ganadora —le recordé con una media sonrisa.
Las mejillas de Kalimac se colorearon ante mi apreciación.
—Ocupasteis un lugar que no os correspondía —masculló.
—Y derrotó a vuestro hijo, el príncipe Ariel, durante la primera prueba —apostilló Isengar de manera casual.
La molesta mirada de Kalimac se dirigió hacia él.
—Sigo defendiendo que este lugar no es el adecuado para ella —insistió.
—Mi esposa se quedará aquí, a mi lado —intervino Deacon, muy seguro de sí mismo—: es la reina de pleno derecho de la Corte Oscura, no mi consorte.
El rostro del rey de Primavera se puso pálido al escuchar que tenía el mismo derecho que el resto de los presentes a quedarme allí, como otra parte más de la reunión; alguien que podría dar su opinión e intervenir, para disgusto de Kalimac.
Me recoloqué sobre mi asiento y aguardé a que el rey de Primavera regresara al suyo para poder dar inicio a lo que habíamos ido hasta allí: alcanzar un acuerdo común para detener la guerra... o para que llegara el último asalto. El que sentenciaría el futuro de todos nosotros.
Sentí la intensa mirada de Keiran clavada en mi perfil y me mordí el interior de la mejilla, sabiendo que muchos de los implicados estaban atentos a mí, en especial Deacon; el corazón se me encogió dolorosamente al negarme a devolverle la mirada, un gesto sencillo. Un gesto que necesitaba para asegurarme de que estaba bien, a pesar de las heridas que mostraba su rostro.
Todo mi autocontrol se vio alterado cuando Deacon se inclinó hacia mí para depositar un casto beso sobre mi sien. Una provocación más dirigida especialmente a Keiran, que apretó los puños encima de la mesa; sus ojos de color ámbar parecieron refulgir con vida propia. A su espalda vi moverse a Voro y cruzar una mirada preocupada con el otro soldado que había a su lado.
Sufrí un vuelco al toparme con los ojos dorados del soldado. Adamark había acompañado a Keiran hasta allí y había adoptado aquel aspecto para pasar desapercibido delante de Deacon; sin embargo, Cadmen y Morwen también se encontraban en la carpa, ambos Antiguos como Adamark. ¿Le reconocerían a pesar de su disfraz?
Adamark negó discretamente con la cabeza, respondiendo a mi pregunta.
—La Corte Oscura rechazará cualquier pacto en el que se nos mantenga impuesto el exilio —habló entonces Deacon, devolviéndome de golpe al presente—. Y creo que nuestros aliados estarán de acuerdo en ello.
Dirigió una intencionada mirada a Sinéad, exigiéndole que saliera en su defensa, apelando a la alianza que habían alcanzado y en la que yo había formado parte de la transacción entre ambas cortes.
Mi hermano se inclinó sobre la mesa con una expresión sombría.
—Es evidente que el antiguo tratado ha quedado obsoleto después de... las circunstancias que han tenido lugar recientemente —apoyó Sinéad—. Quizá haya llegado el momento de ajustarlo o crear uno que se adecúe a este nuevo período.
Vi a Isengar asentir por compromiso, respetando la alianza que existía entre la Corte de Otoño y la Corte de Invierno gracias al matrimonio de Sinéad y Robinia. Keiran resopló de manera desdeñosa, mostrando su disconformidad a la idea de que anularan el antiguo tratado —ya roto gracias a las acciones del rey Oberón y la reina Mab— para confeccionar uno nuevo.
La mirada de Kalimac se desvió hacia nosotros unos segundos con un brillo lleno de desconfianza.
—La Corte Oscura fue exiliada por el genocidio que llevó a cabo contra una corte a la que redujo prácticamente a cenizas —recordó con frialdad.
Deacon parecía muy cómodo a pesar del apunte que había hecho el rey de Primavera sobre su peligrosidad.
—Creo que ya pagamos lo suficiente por los errores que cometieron nuestros antepasados —contestó sin amilanarse—. Pedimos una oportunidad, Kalimac.
Pensé en cómo la Corte Oscura había movido sus hilos en la sombra hasta conseguir que nos encontráramos en aquella situación. No eran inocentes y, sin duda alguna, no merecían la oportunidad que Deacon estaba pidiéndole al rey de Primavera; habían sido Finvarrar y el propio Deacon quienes habían avivado las viejas heridas que existían entre la Corte de Invierno y la Corte de Verano. Ellos se habían valido de asesinatos y juegos sucios para obtener lo que necesitaban de nosotros: llevar a las cuatro cortes hacia una nueva guerra.
Dejarlos libres sería un terrible error.
—La Corte de Verano se niega a reevaluar los términos del tratado —sentenció Keiran, sin opción a cambiar de idea.
Kalimac sonrió con satisfacción al saber que su aliado se encontraba en sintonía con sus propios pensamientos.
—La Corte de Primavera lo apoya —apostilló.
Llegó el momento de que la Corte Unseelie se colocara en un bando u otro; el resultado no era difícil de adivinar. Isengar permitió que Sinéad fuera el encargado de dar su posicionamiento en primer lugar, esperando la oportunidad para decir que estaba de acuerdo con él.
—La Corte de Invierno cree que la creación de un nuevo tratado podría ser la solución que buscábamos al conflicto que nos ha asolado todos estos meses —dijo.
Isengar asintió, demostrando que era un hombre parco en palabras.
—Creo que no es necesario que diga la postura de la Corte Oscura respecto a este tema —repuso Deacon.
La mirada de Keiran se clavó entonces en él.
—No vamos a acatar ese tratado, si llega a producirse —le advirtió con un tono peligroso.
La sonrisa que esbozó Deacon me indicó que las cosas estaban yendo según lo había previsto.
—Lo que nos deja una única opción —ronroneó de manera pensativa, fingiendo encontrarse decepcionado por la decisión de Keiran de ignorar la mano que les había tendido para acabar con todo aquel asunto.
Los ojos de Keiran relucieron con su propio fuego y el ambiente del interior de la carpa pareció ascender un par de grados.
—Todo se decidirá en el campo de batalla —sentenció.
Deacon se inclinó en su dirección, saboreando aquella victoria.
—Que así sea.
* * *
Y ahora mi familiar -y preferido- momento del capítulo: LAS REACCIONES Y COMENTARIOS SOBRE LO SUCEDIDO.
Consejito del día para Maeve: no está mal la baza que has jugado para mantener al aliado, pero no te fíes, rica.
Ese momento de pánico extremo cuando Maeve cae en la cuenta de QUE KEIRAN PODRÍA SABER QUE ESTÁ EMBARAZADA Y QUE NO HAY QUE SER MUY LISTO PARA SOSPECHAR QUE EN SU ANTERIOR ENCUENTRO YA LO ESTABA (ay, la que las liado, pollito...)
"Recuérdalo, Maeve, eres la reina de la Corte Oscura..."
Maeve en plan: MAQUIAVELIC
Kalimac quedándose en chock al ver aparecer al dúo Deacon-Maeve... pero no FINVARRAR. WHAT IS THAT? IS THIS A FUCKING JOKE?
Que Deacon se hubiera callado como una tumba el """"""pequeño""""" detalle de que había un nuevo rey en la Corte Oscura. Reacción en el resto de reyes y cómo afectaría a sus propios intereses: 404 not found
El """"cordial"""" intercambio entre Keiran y Deacon: no words, only knifes
Kalimac, siempre que abre la boca durante el tiempo que dura la reunión: por qué no te callas???? (Juancar de Españita)
quE NO HAYAN LLEGADO A UN ACUERDO, TENIENDO GANITAS DE PONER A SUS TROPAS DE NUEVO EN PRIMERA LÍNEA PARA JUGAR A LOS SOLDADITOS
Lo que se viene---
y algo QUE NO PENSÁBAMOS QUE SUCEDERÍA: SINÉAD MANTIENDO EL PICO CERRADO Y NO ANUNCIANDO A BOMBO Y PLATILLO QUE MAEVE ESTÁ PREGNANT
PD: esta agradable reunión no ha acabado... y los trapos sucios van a salir del cajón, ups...
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