| ✦ | Capítulo 12.
Deacon se vio en la obligación de abandonar la Corte Oscura cuatro días después de que fuéramos coronados, gracias a una urgente misiva donde uno de sus generales enviaba sus habituales informes sobre el desarrollo de la guerra, advirtiéndole del ataque que habían llevado a cabo contra el campamento de la Corte de Verano y que, en aquel instante, descubrí que no había sido ordenado por mi esposo.
Deacon no era el responsable de aquel ataque en el que Keiran había resultado herido.
Estábamos desayunando en silencio cuando uno de los mayordomos se acercó tímidamente hasta la nueva silla que ocupaba Deacon, la que se encontraba a la cabecera de la mesa; observé el intercambio de papel de unas manos a otras y no aparté los ojos de aquella carta con el sello de la Corte Oscura, ávida por conocer su contenido. Mi esposo rasgó sin parsimonia el papel y sus ojos se zambulleron en la lectura de la carta, obligándome a mí a mantenerme congelada en mi sitio, a la espera de que decidiera compartir las noticias... o yo tuviera que enterarme por mis propios medios. Supe que algo iba mal cuando sus ojos resplandecieron y su puño golpeó con rabia la madera. Apartó la silla hacia atrás, con el rostro lívido, mientras tiraba la misiva sobre la mesa y empezaba a ladrar órdenes a los criados que se mantenían escondidos por la habitación; me incliné sobre el borde de mi asiento hasta alcanzar el papel y poder saber qué le habían comunicado.
El estómago se me hundió al leer que se trataba de un informe donde se detallaba el ataque y las bajas que habían tenido lugar, tanto en el bando enemigo como en el suyo. Tragué saliva con esfuerzo al toparme con una descripción detallada de la carnicería que habían llevado a cabo el Estandarte del Cuervo, liderados por sus dos comandantes: Cadmen y Morwen.
El papel voló de mis dedos cuando Deacon me lo arrancó de las manos, al descubrirme. Su rostro se mantenía inexpresivo, pero sus ojos resplandecían con vida propia; era evidente que la noticia le había cogido por sorpresa y que no estaba conforme con la orden que había dado su padre. Una orden de la que no había tenido constancia hasta ese preciso instante, cuando abrió la carta.
—La arrogancia de mi padre no conocía límites —no se me había pasado por alto que Deacon empezó a referirse a Finvarrar en pasado, como si realmente estuviera muerto y no postrado en una cama, sumido en aquel inquietante estado—, es una suerte que no vaya a interponerse de nuevo en mi camino.
Su comentario hizo que mi mirada comprobara que no hubiera nadie más con nosotros, oídos indiscretos que pudieran expandir lo que habían escuchado por toda la corte. Una ayuda desinteresada a mi plan de destruir la corte desde dentro, desde el trono; sin embargo, Deacon había sido precavido y esperó hasta que el último sirviente abandonara el comedor para poder hablar con libertad de aquel secreto que nos ataba el uno al otro.
Mi esposo plegó la carta con soltura y luego la guardó en el interior del jubón que llevaba. La frustración que le había embargado al saber que su padre había estado tomando decisiones a sus espaldas había quedado aplacada después de descubrirme con el papel entre las manos; sus labios se habían curvado en una sonrisa viperina y sus ojos relucían con malicia.
—¿Deseando que una de esas bajas no sea la de Keiran, mi pequeña polilla? —me preguntó con voz de terciopelo.
Apreté el puño sobre la mesa, conminándome a no caer en aquella trampa.
—Lo haría todo un poquito más fácil para ti, ¿verdad, Deacon? —respondí.
Observé a mi esposo caminar, sabiendo que sus pasos lo dirigían hacia mi asiento. Erguí mi espalda y dejé que continuara con su trayecto, notando cómo sus dedos se cerraban sobre la madera de mi respaldo; sintiendo su aliento sobre mi coronilla. Si Keiran moría, el caos estallaría dentro de la Corte de Verano y eso supondría una oportunidad aplastante para la Corte Oscura, pues la Corte de Primavera no sería capaz de frenar su avance sin ayuda de su aliado...
Hasta ahora.
Demetria había transmitido mi mensaje a Adamark sobre vigilar a mi hermano, pero aún no habíamos recibido respuesta alguna. Un silencio debido al ataque que había lanzado Finvarrar contra ellos; un silencio que me había estado constriñendo la garganta desde que supiera que Keiran había resultado herido, sin ninguna noticia más sobre su estado.
Creía haber conseguido el apoyo forzoso de Sinéad, quien continuaría fingiendo estar junto a Deacon en aquella cruzada y nos pasaría información sobre las intenciones de la Corte Oscura, pero no confiaba. No del todo.
No sin pruebas suficientes por parte de mi hermano.
—Va a morir, tarde o temprano —aseveró Deacon y su cálido aliento bajó hasta mi cuello—. Deberías ir haciéndote a la idea, Maeve.
No tuve tiempo de responder porque un nutrido grupo de soldados irrumpieron en el comedor, anunciando que estaban listos para partir de inmediato. Ignoré la yema del dedo índice de Deacon resiguiendo la línea de mi mandíbula; ignoré la cercanía de sus labios a mi oído, pero no pude ignorar sus crípticas palabras:
—Si caigo yo, caes tú.
Me tomé aquel desafío de tomar las riendas de la Corte Oscura en ausencia de Deacon. La misma tarde de la marcha del rey al exterior, el nuevo gabinete de mi esposo acudió en mi búsqueda; Anaheim y Demetria me habían dado algo de espacio después de haber recibido las noticias de que Keiran había resultado herido en el ataque que había ordenado Finvarrar a espaldas de su hijo, antes de que Deacon decidiera dejarlo fuera del tablero de juego.
Observé las caras de todos aquellos nobles que habían pasado a formar parte del consejo que se encargaba de tomar las decisiones junto a Deacon; todos ellos me resultaban familiares, los había visto en el salón del trono, mientras mi esposo se encargaba de catalogarlos. De descubrir las amenazas a su reinado.
Los hombres se doblaron en una respetuosa reverencia antes de abordarme con los temas más urgentes sobre el gobierno de la Corte Oscura. Les presté toda mi atención mientras me acompañaban hacia el despacho del rey, aquella habitación en la que Finvarrar me había llevado para sus oscuros propósitos; apreté mis manos para que ninguno de ellos fuera consciente del ligero temblor que las había recorrido al caer en la cuenta de que sería la primera vez desde aquella noche en la que ponía un pie ahí dentro.
Ahora convertida en reina.
Los guardias que custodiaban el pasillo me abrieron las puertas de par en par y mis ojos recorrieron el suelo, alcanzando a las paredes donde Finvarrar había lucido sus mejores trofeos; incluyendo la cabeza cercenada de Robin Goodfellow, el Antiguo que les había traicionado. Que había intentado impedir que se cumpliera lo que había visto en el Códice.
Sus ojos vacíos de vida me devolvieron la mirada antes de que me atreviera a dar un paso, cruzando el umbral e internándome en aquella enorme sala. Todo se encontraba tal y como lo recordaba, lo que indicaba que Deacon había decidido no tocar nada de allí. Miré a los hombres por encima del hombro con una expresión impertérrita, cumpliendo con el papel que me correspondía; Iona no había errado al advertirme de todos ellos, de la codicia que relucía en sus ojillos. En la avidez de convertirme en su próxima presa.
No les iba a resultar tan fácil como creían.
—Quiero que retiren todas esas cabezas de inmediato —ordené.
Uno de los consejeros se apresuró a mascullar una disculpa antes de dar media vuelta para cumplir con lo que había exigido. El resto se quedó rígido por la impresión, conscientes del poder que emanaba; de lo mucho que se habían equivocado conmigo, creyéndome débil.
Les dediqué una sonrisa cargada de advertencias y rodeé el escritorio, deslizándome hacia la cómoda silla que había al otro lado.
—Empecemos...
El resto de mi frase quedó atascada en mitad de mi garganta al reconocer al hombre que se había detenido en el umbral de la puerta. La mirada del recién llegado ya se encontraba clavada en mí mientras yo mantenía mi rostro inexpresivo, a pesar de que su inesperada visita y de lo que podía significar para mis planes; los consejeros se percataron de que toda mi atención se había visto alterada por algo, y giraron la cabeza en la misma dirección.
La sonrisa de lord Deian se tornó satisfecha al descubrir que se había convertido en el centro de atención de todas las miradas.
Me pregunté qué hacía el lord allí. Su presencia dentro de la corte se había visto ligeramente disminuida —o aquellas habían sido las últimas noticias que había tenido— tras lo sucedido en el funeral de Kermon, cuando se enfrentó a Deacon delante de otros invitados y que avivó los rumores que corrían sobre nuestros problemas dentro del matrimonio. Especialmente los relacionados con el suicidio de Beira por las falsas promesas que le hizo mi esposo.
Pensé que Deacon se habría encargado del lord, pues había sido la persona que más le había perjudicado con aquella cruzada que mantenía por las ansias de venganza por la muerte de su primogénita.
—Lord Deian —le saludé con cautela.
El interpelado lo tomó como una silenciosa invitación para adentrarse en el despacho, paseándose entre el resto de hombres como si él fuera el rey. Como si fuera él quien controlara la situación.
Me recoloqué sobre la silla y estudié a lord Deian. ¿Qué estaba haciendo allí? Era evidente que sus contactos dentro de la corte eran extensos, ya que no había dudado en presentarse ante mí sabiendo que Deacon se encontraba lejos de la Corte Oscura, buscando pillarme desprevenida y sin la protección que podría ofrecerme mi esposo mientras estaba conmigo.
—¿Puedo preguntaros qué hacéis aquí? —continué, cuando se detuvo en primera línea, por delante de los consejeros, que parecían nerviosos—. No cuento con mucho tiempo y...
La sonrisa de lord Deian aumentó de tamaño y de malicia.
—Me gustaría disculparme por el retraso, Majestad —me interrumpió, doblándose por la cintura—, pero ya podemos continuar, si vos lo deseáis.
El silencio se hizo en el interior del despacho. La cabeza empezó a darme vueltas cuando empecé a encajar las piezas, a comprender la presencia de lord Deian allí; maldije a Deacon por haberme mantenido en la ignorancia respecto a ese hombre que me sonreía como un lobo. Era evidente que mi esposo había sabido calar al lord y entendía el riesgo que suponía para nosotros, para su corona; los rumores que había estado expandiendo a sus espaldas habían funcionado, minando el control que Deacon mantenía.
Pero el rey oscuro era astuto, demasiado; y había decidido tener a ese enemigo en concreto lo más cerca posible para poder tenerlo estrechamente vigilado. Fingiendo darle poder, fingiendo hacerlo por los costes que podrían resultarle de no ceder a lo que buscaba.
Tras comprender qué estaba haciendo lord Deian allí, que formaba parte del consejo de Deacon, reanudamos lo que habíamos dejado pendiente tras su inesperada llegada. Durante aquella interminable hora en la que el gabinete no dejó de parlotear sobre pequeños problemas a los que no me costó mucho darles solución y en los que no se tocó ningún tema que se acercara lo más mínimo a las tropas que la Corte Oscura mantenía en el Valle; me mantuve en la silla detrás del escritorio, fingiendo no ser consciente de la intensa mirada de lord Deian clavada en el perfil de mi rostro mientras trataba de cumplir con mi papel eficientemente.
—Es suficiente por hoy —intervino el lord cuando uno de sus compañeros estaba explicándome una propuesta sobre impuestos.
El resto de ellos se contemplaron los unos a los otros, sin atreverse a contrariar la orden que reposaba sobre el cuidado comentario que había hecho el hombre, quien parecía tenerlos atemorizados; entrelacé las manos sobre la dura madera del escritorio y les dediqué una sonrisa cortés, confirmando lo que lord Deian había dicho de manera sutil.
Uno a uno, el gabinete de Deacon fueron disculpándose y abandonando el despacho en el más completo silencio... Menos uno. Confirmando mis sospechas, lord Deian fue el único que se quedó allí, observándome del mismo modo que había llevado haciendo desde que pusiera un pie en la sala, con esa irritante sonrisa plasmada en su odioso rostro.
Me erguí cuando la puerta se cerró detrás del último en marcharse, dejándonos a solas. No aparté la mirada del lord, vigilando todos y cada uno de sus movimientos; tomé una brusca inspiración por la nariz cuando lord Deian apoyó las palmas de sus manos sobre la superficie de madera.
—¿Complicado, Majestad? —me preguntó, sosteniéndome la mirada—. Ser reina no es una vida fácil...
Aquel tipo no suponía ningún riesgo para mí. Toda la fuerza de lord Deian se concentraba en su lengua; desde el primer día en que lo conocí y en el que vi cómo se movía dentro de la corte, incluyendo los comentarios sutilmente ofensivos que dirigió a Kermon, supe que no podría perderle de vista. El modo en el que logró que sus hijas se convirtieran en mis damas de compañía avivó las dudas que tenía sobre aquel hombre lleno de codicia, pues entendí el objetivo de aquella petición a la antigua reina antes de que hiciera las insinuaciones sobre la unión que había esperado entre ambas familias: utilizar a sus propias hijas para conseguir información sobre mí. Más poder que usar para lograr sus propósitos.
Al toparse con mi silencio, lord Deian decidió ir más allá:
—Es la vida que estaba reservada para mi hija antes de que aparecieras tú de por medio.
Me puse tensa de manera inconsciente ante la mención implícita de Beira en la conversación. Sabía que su muerte le había trastocado, obsesionándolo hasta el punto de retrasar los ritos funerarios para que los sanadores pudieran demostrar que su preciada hija no se había suicidado... que todo había sido un movimiento calculado por parte de Deacon, que había sido él quien se encontraba detrás de todo aquel doloroso asunto.
Y no podía estar más equivocado.
—Veo que aún no habéis superado su muerte —observé con precaución.
Los ojos del lord relucieron ante mi apreciación y sus manos se cerraron en puños.
—No es sencillo olvidar que mi hija fue asesinada —escupió con resquemor—. Así que mi respuesta es no, Majestad: aún no he podido superar su muerte.
Me obligué a relajarme. Parte de mi plan continuaba funcionando gracias a los rumores que seguía expandiendo sobre Deacon; ambos compartíamos objetivos comunes, aunque lord Deian no pudiera saberlo. Si quería crear un conflicto interno que mantuviera la atención de mi esposo divida, complicándole ligeramente que pudiera centrarse por completo en la guerra, tendría que aprovechar todas las oportunidades que se me presentaban. Y eso incluía a lord Deian y el odio que parecía compartir con muchos otros hacia Deacon.
Si quería utilizar a lord Deian para mis propios fines, tendría que moverme con cuidado. Debía vigilar mis pasos y procurar no dar ni uno solo en falso, pues eso supondría la derrota más absoluta; estando tan cerca no podía permitirme el más mínimo error.
Así que adopté el papel que más convenía en aquella situación y representé la imagen que lord Deian tenía de mí, igual que muchos otros: alguien que aún no había terminado de aprender las reglas de los juegos que se seguían en la corte.
Tomé una bocanada de aire, preparándome para ello.
—Valoraba a vuestra hija, lord Deian —dije a media voz.
Dejé que mi mentira flotara en el espacio que había entre los dos. La realidad era que, desde el primer instante en que nuestras miradas se cruzaron, pude ver el verdadero rostro de Beira; al igual que Deacon, había conseguido calar a la mujer y había sabido ver la codicia que le había inculcado su padre desde niña: ella había sido educada para ocupar mi lugar, para verse algún día llevando la corona y sentándose junto a Deacon; había aceptado a espiar para lord Deian y, de cambio, había intentado acercarse a mi esposo, creyendo que tendría una oportunidad de recuperar lo que supuestamente le pertenecía mientras mi esposo se divirtió utilizándola del mismo modo que estaba haciendo lord Deian.
Sin embargo, Beira subestimó a Deacon e intentó seducirlo para conseguir acercar posiciones entre ambos. Yo misma fui testigo de cómo se le insinuó en la privacidad del despacho anexo a nuestro antiguo dormitorio compartido y el nulo efecto que tuvo en mi esposo, que se encargó de dejarle bastante claro que jamás tomaría una amante y que no estaba interesado en ella; despechada por su negativa a caer sus redes, Beira se encargó de hacerle llegar los rumores que corrían sobre mi cercana relación con Kermon. Lo que había despertado los primeros recelos de Deacon hacia su medio hermano.
Luego Beira se convirtió en una amenaza de la que tuve que encargarme rápidamente, usándola a mi favor para crear las primeras fricciones dentro de la familia real respecto a la fidelidad de Deacon, a su nivel de compromiso con la parte del plan que nos competía a ambos: la concepción de un heredero.
—A pesar del daño que pudiera hacerme —apostillé, insinuando la ficticia relación que hice creer que hubo entre mi esposo y Beira.
El dolor y la rabia resurgieron tras la mirada de lord Deian, que apretó la mandíbula con fuerza cuando saqué de nuevo el tema a colación. Mi intención era utilizar a mi favor el rencor que guardaba el hombre hacia mi esposo, hacerle creer que yo me encontraba de su lado... y empezar a dirigirle en una dirección determinada: que creyera que había algún tipo de nexo entre la muerte de su hija y el ataque que sufrió Finvarrar en su despacho.
En definitiva, que tuviera mucha más munición que usar contra el nuevo rey oscuro e hiciera correr más rumores. Los suficientes para que el descontrol se expandiera como la pólvora, creando las primeras revueltas de todos aquellos que todavía apoyaban a Finvarrar como su legítimo rey.
—Mi hija fue una marioneta en manos de Deacon, mi reina —me corrigió lord Deian con frialdad—. Del mismo modo que lo sois vos.
Procuré que mi rostro expresara una profunda desolación. Durante mis primeros meses en la Corte Oscura me había sentido así, como una muñeca en manos de Deacon que se dejaba manipular y usar a su antojo por obligación, por el temor de lo que hubiera sucedido de haberme mostrado la más mínima reticencia a seguir los pasos que me había dictado mi esposo; haber seguido aquel papel de esposa sumisa y servicial se había llevado consigo todas mis fuerzas, todas mis energías. Luego había llegado un punto en el que no había sido capaz de aguantar más, sintiendo lo cerca que estaba de romperme en mil pedazos... permitiendo que Deacon se saliera con la suya.
Hice que mi respiración se agitara y mis ojos mostraran un convincente brillo de temor que despertó la curiosidad de lord Deian.
—¿Creéis que no lo sé, milord? —le pregunté y forcé un ligero temblor en mi voz—. Mi vida pende de un fino hilo estando al lado de Deacon.
Vi cómo se inclinaba hacia mí, interesado por que siguiera hablando y cerca de caer en mis propias redes.
Retorcí las manos sobre el escritorio y luego desvié la mirada de su rostro, como si lo que estaba a punto de decir me produjera una gran conmoción, resultándome muy complicado decir aquellas palabras mirándole cara a cara. Mi madre me había enseñado bastante bien cómo mentir y adoptar distintos papeles, mostrándome hasta el más mínimo detalle.
—Creo que Deacon podría tener algún tipo de relación con la muerte de Beira, cuando creyó que era un conflicto para sus intereses —confesé en voz baja y escuché el sonido ahogado que emitió lord Deian al oírme casi confirmar que mi esposo había asesinado a su hija y luego lo había hecho pasar por un suicidio—. Y también creo que ha habido otras... víctimas.
Planté la primera semilla y fingí apuro cuando devolví la mirada a su rostro. El hombre parecía conmocionado y en su mirada relució la sospecha cuando dije que había habido otras personas que habían caído por mano de Deacon; no me costó seguir mucho la posible línea de pensamiento que estaba teniendo lugar en su cabeza en aquellos precisos instantes.
Estaba tendiéndole una mano en su cruzada contra mi esposo, estaba dispuesta a colaborar con él para demostrar que todo lo que había defendido sobre la muerte de Beira no era una invención; desde que nos conociéramos, siempre había tenido cuidado de mostrarme frente a lord Deian como una muchachita sin experiencia y que parecía anulada por Deacon. Durante el funeral de Kermon, cuando insinuó sobre nuestra relación frente a mi esposo, me mantuve en un sepulcral silencio cuando podría haber respondido a sus acusaciones.
No sabía con certeza qué informaciones les habrían hecho llegar sus hijas mientras fueron mis damas de compañía, pero lord Deian no me veía como realmente era. Me subestimaba por ser una mujer... por ser tan joven, en comparación con sus largos años de experiencia.
—Deacon siempre ha sido un hombre ambicioso —continué y las lágrimas humedecieron mis ojos ante la atónita mirada del lord— y estaría dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguir sus objetivos. Cualquier cosa —recalqué premeditadamente.
Mi esposo me había enseñado mucho sobre el sutil arte de la manipulación, no en vano él había demostrado tener un gran manejo de ella. Me obligué a callar, fingiendo estar horrorizada por haber hablado de más y rezando para que aquel codicioso hombre leyera entre líneas, comprendiera lo que había querido decir realmente: que Deacon había atacado a su padre para acelerar ser coronado.
Lord Deian podría creer que su hija se había convertido en un obstáculo para mi esposo cuando le exigiera que cumpliera con las promesas que le había hecho y entre las que se encontraba convertirla en reina. Ocupar mi lugar.
Poco a poco, los ojos del hombre fueron oscureciéndose al entender el sentido de mis palabras, lo que no me había atrevido a decir en voz alta. Pensé en Devrig, en lo mucho que le hubiera gustado escuchar aquello... una pequeña prueba que confirmaba sus teorías sobre lo sucedido, sobre la identidad del atacante.
Deseé que aquella información llegara a sus oídos de mano del propio lord.
El hombre y yo nos contemplamos en silencio unos minutos en los que pudiera asimilar la valiosa información que creía que le había confiado entre aquellas cuatro paredes porque la presión me había vencido.
Esperé que eso le espoleara a continuar su guerra fría con Deacon dentro de la Corte Oscura, que le diera más energía para derrotarlo y poder vengar finalmente la muerte de su primogénita.
Aguardé unos segundos antes de hacerle la petición de una esposa desesperada y procuré que mi voz transmitiera eso mismo: desesperación. Horror. Un miedo que se había aferrado a mi interior y no lograba abandonarme.
—Ayudadme a desenmascarar a mi esposo —lancé mi cebo y dejé que algunas de las lágrimas que humedecían mis ojos cayeran por mis mejillas—. Ayudadme a que se haga justicia.
Lord Deian se irguió y me contempló con atención, valorando la alianza que estaba proponiéndole: yo le proporcionaría una confesión de todos los crímenes que había cometido mi esposo —en el que incluiría el asesinato de Beira— y él se encargaría de que la corte revocara su coronación.
Sin embargo, Deacon jamás entregaría su corona voluntariamente; lucharía por ella y derramaría sangre para protegerla, como ya había hecho, lo que haría que su verdadera cara saliera a la luz. Lo que supondría una importante crisis en la Corte Oscura que haría que su trono se tambaleara.
Lo que le mantendría ocupado y sin poder controlar eficientemente las tropas que había enviado al Valle para la guerra.
Un frente dividido.
Ni siquiera Deacon sería capaz de hacerse cargo de tantos problemas juntos, y yo misma me iba a encargar de avivarlos desde la sombra. Del mismo modo que había visto hacerlo a su familia y a él mismo.
Observé a lord Deian cerrar el puño y llevárselo al pecho, encima de donde latía su corazón; una señal de que aceptaba mi jugoso acuerdo de colaborar, de convertirnos en aliados por una causa común. Pese a ello, tanto el lord como yo guardaríamos las distancias el uno del otro; lo mismo que sucedía con la confianza.
Sin embargo, lo que yo buscaba de lord Deian es que siguiera alentando los rumores y añadiera algunos nuevos sobre Finvarrar. Rumores que pudieran llegar a oídos de Devrig e incentivaran su interés por desenmascarar al nuevo rey oscuro y demostraran que había sido el responsable de lo sucedido.
Que lo hizo porque buscaba la corona.
—Majestad —dijo a modo de despedida.
Dio media vuelta y salió del despacho a toda prisa, seguramente con intenciones de mover a sus aliados y ponerles al corriente de la reveladora conversación que habíamos mantenido.
Cuando tuve la certeza de que estaba sola, sequé mis mejillas y me recliné sobre el respaldo de la silla, contemplando el despacho vacío con una expresión especulativa. No podía confiar en lord Deian, pues era como una víbora a la espera de saltarme al cuello para matarme con su veneno; pero sí confiaba en que el hombre haría lo que hiciera falta para conseguir la venganza que tanto anhelaba. El poder que podría destruir a Deacon.
Recordé la última advertencia de mi esposo, la que me había hecho antes de marcharse apresuradamente.
«Si caigo yo, caes tú.»
Una sonrisa burlona se me formó en el rostro: cuando Deacon cayera, yo no estaría allí; me habría ido muy, muy lejos.
La ausencia de Deacon se alargó más de lo que yo había creído. Apenas había tenido un solo respiro desde que tomara el control que mi esposo había dejado temporalmente abandonado y mucho menos había tenido tiempo de buscar a Anaheim y Demetria para saber si habían recibido algún tipo de noticia por parte de Adamark; me había mantenido estoica respecto a Keiran, aferrándome a la poca información que había traído Demetria consigo del exterior: herido, pero vivo.
Y Deacon seguramente ya lo sabría.
Me llevé una mano a la sien izquierda, masajeándomela mientras intentaba concentrarme en la cantidad de papeles que se desplegaban delante de mí, esparcidos por toda la superficie del escritorio; tras la marcha de Deacon, había decidido instalarme en el despacho del rey para poder cumplir con mis responsabilidades e investigar por mi cuenta, buscando cualquier documento que me diera una ligera pista del avance del ejército oscuro en el Valle. Habían transcurrido horas desde que me hubiera separado de aquella mesa y mi espalda estaba empezando a resentirse por la rigidez a la que se había visto sometida; con un suspiro me levanté de la silla y estudié las paredes cubiertas por estanterías. Un grupo de sirvientes se había hecho cargo de todas las cabezas y, cuando retiraron la que pertenecía al Antiguo, les pedí que la redujeran a cenizas. Era posible que Puck no hubiera mostrado la misma deferencia que yo, pero no me sentía cómoda sabiendo que lo que quedaba de su cuerpo fuera tratado como un mero objeto. Como un trofeo del que Finvarrar había alardeado... y luego burlado.
Mis pasos se dirigieron hacia una de las estanterías que recubrían toda la pared. Los lomos de los libros estaban en buen estado, lo que denotaba que todos ellos habían sido cuidados y protegidos... o que no eran tan antiguos como creía; recorrí con la mirada los títulos, preguntándome qué tipo de lecturas habría tenido el antiguo rey. La mayoría de ellos me resultaban familiares, pues teníamos copias en las bibliotecas de palacio, en la Corte de Invierno; me paseé frente a las hileras de libros, frunciendo el ceño al ver que ninguno de ellos parecía ser lo suficientemente viejo para pertenecer al período anterior a la guerra que asoló por primera vez nuestro mundo.
Continué comprobando los títulos hasta que alcancé una zona alejada, cerca de donde estaba el escritorio en el que había estado trabajando. Ladeé la cabeza al ver signos de deterioro en aquellos libros, tan distintos a los que había estado observando a unos metros de distancia; entrecerré los ojos al leer los títulos, topándome con tomos que nunca antes había tenido el placer de leerlos.
Un escalofrío me bajó por la espalda cuando mi magia luminosa percibió un rastro. Una huella de una magia que no me resultaba desconocida porque la había sentido en mis propias carnes, en aquel mismo lugar; la inconfundible magia de Finvarrar cubría un libro en concreto, un voluminoso tomo en el que se encontraban recogidos algunos tratados creados entre la Corte Oscura y la Corte Luminosa, cuyo efecto también alcanzaba a las cortes menores; los dedos me cosquillearon cuando rozaron el cuero del lomo, las letras doradas y en relieve.
Tiré del libro hacia mí y un chirrido resonó dentro de la estantería, descubriendo que no era auténtico, sino un falso libro ahí colocado a propósito, escondido en aquel rincón del despacho. Una llave que encendía algún tipo de mecanismo.
Retrocedí cuando la estantería empezó a deslizarse hacia un lado, desvelando una habitación secreta. Dudé unos segundos antes de reunir el valor suficiente para meterme ahí dentro; las antorchas chisporrotearon y prendieron nada más poner un pie en aquel sitio, mostrándome un pasillo de piedra que terminaba en otra sala abovedada en la que pude distinguir el reflejo de... cristal.
Recorrí la poca distancia que separaba la entrada de aquel habitáculo y el aire se me quedó atascado en los pulmones. Fue como si hubiera retrocedido en el tiempo y continuara en Las Brumas, en el ático donde Eigyr mantenía protegido el Códice de las Cuatro Estaciones; en el centro de la habitación se erigía una vitrina expositora que mostraba varias páginas manuscritas que parecían haber sido arrancadas de algún libro.
Me acerqué a ellas y contuve las ganas de apoyar una mano sobre el cristal tras la que se protegían cuando vi que las letras resplandecían y se movían como si tuvieran vida propia; el corazón arrancó a latirme con violencia cuando, a través del vidrio, pude sentir la magia que empapaba a todos aquellos papeles. Un cúmulo de distintas magias, un todo.
Aquellas páginas pertenecían al Códice.
Encajé de golpe aquella pieza y la incomprensión se agitó dentro de mi cabeza. Puck había visto dentro del Códice el futuro, aprovechándose de una inocente Ahreum; había sido el Antiguo quien había dado a los reyes oscuros aquella arma antes de abandonarlos para impedir que se cumpliera lo que había visto. Entonces, ¿cómo era posible que tuviera frente a mí una parte del Códice?
Porque Puck no había transcrito las visiones que le mostró el Códice: había robado algunas páginas, llevándose consigo parte del poder que atesoraba aquel raro objeto. La magia recorría aquellas letras que parecían flotar sobre la página, sin formar algo coherente; separadas del libro y los espejos, aquel papel mágico no tenía poder suficiente para funcionar correctamente. Para mostrar lo que ocultaban: el presente, pasado y futuro de nuestro mundo.
Alcé la mirada y contemplé la extraña superficie que recubría aquella habitación circular. Los antepasados de Deacon habían tratado de emular los tres espejos que yo había visto en el ático de Las Brumas, creando un enorme mural que me rodeaba; tragué saliva cuando mi magia luminosa me cosquilleó, ansiando ser liberada. Deseando fundirse con la magia que desprendían aquellas páginas.
La superficie del mural resplandeció levemente, respondiendo a la silenciosa llamada de mi magia. Grotescas imágenes de la guerra aparecieron en aquel material tan extraño, similar al metal; el estómago se me revolvió al contemplar por mí misma el horror que había desatado la Corte Oscura, la carnicería que dejaron a su paso. Me llevé las manos inconscientemente al vientre cuando vi la Corte Luminosa siendo atacada brutalmente por las huestes de la Corte Oscura; el rey portaba una armadura negra con un enorme cuervo plateado grabado en el centro del peto y tenía su mortífera espada en alto. Subido a lomos de un enorme caballo, cruzaba las calles de la ciudad, que debió ser la capital de la Corte Luminosa, blandiéndola contra los desventurados que intentaban huir y alejarse de aquella masacre.
Todo dentro de mí se tornó frío cuando las imágenes se fundieron para dar lugar a otras. Reconocí el interior de un esplendoroso castillo, los lujosos pasillos y las puertas abiertas que conducían a un enorme salón; al fondo de aquella habitación se alzaban dos tronos gemelos hechos de oro... donde intentaban buscar refugio cinco personas. Una de ellas llevaba una corona y mantenía a una niña pegada a su capa, tratando de protegerla del horror que estaba teniendo lugar; a su lado había una mujer con un bebé entre los brazos y un niño que se aferraba a las faldas de su vestido mientras temblaba de pies a cabeza.
El rey oscuro hizo su aparición y pude sentir en mis huesos el terror que se extendió por todo el salón del trono. No había sonido, pero no me costó mucho imaginar los gritos que dejaron escapar los niños; el rey luminoso hizo que la niña se escondiera tras él e intentó enfrentarse a su enemigo, que lucía su espada manchada de sangre con un perverso orgullo.
De igual modo que había visto a Deacon en multitud de ocasiones, el rey desapareció en una nube oscura para volver a aparecer a pocos metros de donde se encontraba la familia real. La reina movió los labios en un grito mudo mientras pegaba el cuerpo de su hijo a sus piernas e intentaba sostener al bebé; quise apartar la vista ante lo que se avecinaba, pero me encontraba paralizada en mi sitio. Atrapada por aquellas imágenes que estaban desarrollándose frente a mis ojos.
La bilis inundó mi boca cuando el rey oscuro atacó, con una maniática sonrisa curvando sus finos labios; una sonrisa que hizo que se asemejara mucho a Deacon, demostrando que la misma sangre corría por sus venas.
No mostró ningún tipo de piedad, ni siquiera con los niños. Los ojos se me llenaron de lágrimas cuando el rey oscuro se deshizo en último lugar del bebé, arrancándolo de los brazos del cadáver de su madre; mis dedos se hundieron en la carne de mi vientre, como si quisieran alcanzar al mío para protegerlo. Mantenerlo a salvo era mi máxima prioridad, evitar que pudiera ser testigo de aquellas mismas imágenes.
Porque estaba segura de que volvería a repetirse la historia y que todo lo que había visto en aquel mural metálico se reproduciría si no conseguíamos detener a la Corte Oscura antes de que se saliera con la suya.
Me forcé a dar media vuelta y a abandonar aquella habitación, entumecida por las sangrientas imágenes que estaba repitiéndose una y otra vez dentro de mi cabeza; hice que la estantería regresara a su lugar y me tambaleé hacia el escritorio, sintiendo un sabor amargo en la boca.
Ordené con una voz chirriante que me trajeran algo de beber y me situé frente a la chimenea encendida, deseando que el fuego alejara la frialdad que parecía haberse aferrado a mis huesos.
Deacon era como aquel rey oscuro. Compartían la misma locura y ambición; eran igualmente peligrosos, una amenaza a la que habría que detenerle los pies antes de que fuera demasiado tarde.
No sé cuánto tiempo pasé delante de la chimenea, abrazándome a mí misma, hasta que sentí la caricia de su magia llenando la habitación; anunciando que había regresado, aunque todavía no sabía si victorioso del asunto que le había obligado a marcharse días atrás. Noté cómo atravesaba la distancia hasta donde estaba detenida y no tuve fuerzas suficientes para apartarme de su contacto cuando sus dedos acariciaron mi cuello.
Las visiones de aquella habitación me habían dejado agotada.
—¿Me has echado de menos? —susurró junto a mi oído—. ¿O deseabas que las próximas noticias que recibieras sobre tu esposo tuvieran algo que ver conmigo regresando a la Corte Oscura en un ataúd?
Me mantuve en silencio, sintiendo aún el frío atrapado dentro de mi cuerpo, apagando el fuego de la rabia que tendría que haberme consumido al escuchar a Deacon.
—Lo has hecho bien en mi ausencia, enfrentándote a todos esos lobos que quieren vernos caer, mi pequeña polilla —continuó al ver que no respondía—. Tal y como se esperaba de una reina.
Me aferró por los brazos para hacerme girar hasta que nuestros rostros quedaran frente a frente. Vi cómo Deacon fruncía el ceño al ver mi mala cara, pero no iba a desvelarle qué me tenía en aquel estado; no sabía si mi esposo era consciente de dónde escondían las páginas robadas del Códice, y yo no iba a decírselo motu proprio.
—Dentro de cuatro días los reyes de las cinco cortes van a reunirse para intentar alcanzar un acuerdo... o para lanzar la última ofensiva que determinará quién ganará esta guerra —me confesó en un susurro—. Es tu deber como reina de la Corte Oscura acompañarme, Maeve.
* * *
Me siento un poco sad porque hemos perdido nuestro ya familiar resumen con gifs en los capítulos anteriores :((((
Sin embargo, lo reanudamos en este.
Avisé sobre el encuentro del trío Deacon-Maeve-Keiran... Adivinad dónde va a ser
Otra cosa, mariposa... ¿SE IRÁ SINÉAD DE LA LENGUA?
Todas las cortes reunidas para intentar hacer la paz y no la guerra... ¿Resultado? Una reunión de lo más movidita donde va a hacer falta las palomitas.
(((Ahora ya sabemos de dónde sacó Deacon su """mala sangre""")))
(((((((((Ahora ya sí que está todo colocado después de que fuera consciente del problem al que se me había aparecido)))))))))
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