| ✦ | Capítulo 1.
El estómago me dio un violento vuelco al reconocer las paredes de piedra que me rodeaban. La libertad que había podido sentir en Las Brumas se vio sustituida por una presión en el centro del pecho al verme atrapada de nuevo por aquellas paredes que me habían acompañado durante todos los meses que había pasado en la Corte Oscura. Alguien había limpiado el estropicio que dejé la noche que saqué a Keiran de la celda y todo estaba en orden, como si nada de ello hubiera pasado.
La pequeña salita del dormitorio que compartí con Deacon seguía estando tal y como la recordaba, con aquellos dos sillones dispuestos frente a la chimenea, que se encontraba encendida, y la alfombra que cubría esa parte del suelo. No había rastro alguno de mis doncellas, pero...
—Maeve.
Apenas habían sido siete días de separación, pero ahora me parecían una eternidad. Anaheim salió de la puerta que conducía al baño y ambas nos reencontramos a mitad de camino; nos abrazamos con fuerza y yo solté un suspiro ahogado de alivio de verla a salvo. No debía haber sido fácil para ella la situación en la que nos habíamos visto atrapadas, cuando yo había usado la campana de Eigyr para pedir su ayuda. Pero ella estaba bien, nadie se había percatado del engaño.
Dejé que sus manos me recorrieran el cuerpo con premura y cierta preocupación, un estudio exhaustivo que intentaba aplacar la ansiedad de verme de nuevo después de tantos días sin tener noticias la una de la otra. La detuve por las muñecas y le sonreí.
—Estoy bien —le aseguré.
Anaheim me abrazó de nuevo mientras la escuchaba murmurar para sí misma palabras de agradecimiento a los elementos por haber cuidado de mí en aquel tiempo de ausencia. Demetria se mantenía en un segundo plano y pude reconocer el vestido que llevaba como uno de los míos; aunque ahora mostraba su verdadera identidad, aquella prenda delataba que la había seguido manteniendo hasta que Adamark le había enviado el mensaje de auxilio. Impidiendo que alguien pudiera adivinar lo que había sucedido, que la auténtica princesa de Invierno no se encontraba en la Corte Oscura.
Que la princesa se había desvanecido.
Les conté atropelladamente a las dos lo que había sucedido, ya que Adamark no debía haberles dicho mucho, pues su única preocupación había sido conocer el estado en el que se encontraba Demetria después de que yo le informara que Cadmen se había volatilizado, huyendo. Los rostros de ambas fueron ensombreciéndose paulatinamente a cada palabra que pronunciaba, relatando cómo la Corte Oscura había encontrado Las Brumas y roto el sortilegio después; las manos de Anaheim se cerraron sobre las mías como cepos al oír sobre mi enfrentamiento con Cadmen.
—Ha habido revuelo por aquí —me confió Demetria—. Pero no sabíamos a qué se debía...
—Deacon no tardará en aparecer por aquí —apostilló Anaheim, con el rostro ensombrecido por la preocupación—. Su ausencia significa que las heridas de Cadmen le han impedido hablar, y no sabemos cuánto tiempo disponemos de ventaja hasta que se presente aquí tu esposo.
Demetria ladeó la cabeza con aspecto pensativo.
—Tenemos que encargarnos de tu apariencia ahora mismo —sentenció—. Anaheim, espero que el baño esté preparado —la aludida asintió, haciendo que la luminosa sonriera—. Perfecto, acompáñanos, Dama de Invierno.
Las seguí hasta el cuarto de baño, donde la enorme tina de la bañera desprendía una nube de vapor y en el aire flotaba un inconfundible olor a perfume que pretendía enmascarar mi propio aroma. Me obligaron a que me desnudara por completo; el gesto de sorpresa —y una pizca de horror— de Demetria no se me pasó por alto, pero fingí no darme cuenta de ello. Anaheim me ayudó a entrar en la tina con cierta premura mientras Demetria se hacía cargo de hacer desaparecer las prendas prestadas que había usado en Las Brumas.
—Quítatelo todo —le indicó Anaheim a la otra en un susurro furioso, dejándose llevar por la incertidumbre de no saber con cuánto tiempo contábamos hasta que Deacon se presentara allí, exigiendo una explicación.
Demetria no dudó al obedecer. Supuse que la relación entre ambas se había consolidado al ser conscientes de que su futuro pendía de un hilo y que tenían que colaborar juntas si querían seguir adelante y no ser descubiertas.
Mi mirada se vio atraída hasta el cuerpo desnudo de la luminosa y fui consciente de que había un fallo en su apariencia. Un fallo que no podía apreciarse a simple vista si no sabías que se encontraba ahí.
Entonces se oyó un fuerte estrépito al otro lado de la puerta. Todas nos quedamos congeladas al escuchar el sonido de alguien intentando entrar a la fuerza en el dormitorio, alguien que se encontraba muy enfadado; registré la mirada que compartieron las dos antes de que la mano de Anaheim me empujara hacia abajo. Hacia el agua.
—Esfúmate —escuché que le decía a la otra antes de que mi cabeza se sumergiera bajo la superficie del agua, hacia el fondo—. No tardará mucho en echar abajo los sortilegios que colocamos en la puerta.
Me hundí en la bañera a causa del sorpresivo movimiento y luego salí a flote, cuando las manos de Anaheim me aferraron por los hombros y tiraron de mí. Jadeé y rompí a toser ante aquel ataque desprevenido por su parte; la miré con los ojos enrojecidos, exigiendo una explicación al respecto.
Demetria se había desvanecido, cumpliendo la orden de Anaheim.
Su tez estaba pálida y su mirada cargada de auténtico pánico.
—Es Deacon —murmuró mientras sus ojos alternaban entre mi rostro y la puerta del baño—. Está aquí.
Me pregunté cuánto tiempo habría transcurrido desde que Cadmen desapareciera de Las Brumas hasta ahora. En mi fuero interno lamenté no haber tenido un poco más de espacio para poder prepararme mejor para ese momento, pero me obligué a dejar la mente en blanco y a proteger mis pensamientos como Anaheim me había enseñado. Había llegado el momento: había regresado a la Corte Oscura para ganar, y aquella era mi primera prueba.
Ella adoptó una postura desenfadada junto a la bañera, alzando ligeramente la barbilla.
Me recoloqué, intentando encontrar una posición en la que pudiera fingir que estaba disfrutando de un agradable baño mientras repasaba con la mirada todo mi alrededor. El vestido de Demetria se encontraba tirado cerca de donde estaba la bañera, mi piel parecía haberse desprendido de la leve capa de suciedad que había arrastrado después del enfrentamiento y mi pelo húmedo caía hacia el suelo.
A primera vista no había nada en mí que pudiera hacer sospechar que no estuviera haciendo otra cosa que tomar un baño en la soledad de mi dormitorio.
Pero Deacon era demasiado observador y se fijaría hasta en el más mínimo detalle.
Olfateé con discreción mi piel, asegurándome de que el perfume se había quedado adherido a mi cuerpo, cuando la puerta del baño se abrió con un brusco empujón y chocó contra la pared.
Me quedé rígida al reencontrarme con Deacon. Se encontraba tal y como le recordaba, como había aparecido en mis peores sueños, pero, a pesar de su aparente imagen calmada, sus ojos brillaban por la ira que le embargaba; Cadmen debía haberle contado todo lo que había sucedido, incluyendo mi supuesta presencia en Las Brumas.
Ahora estaba en mi mano convencer a mi esposo de lo contrario, y devolver el golpe contra la Antigua.
Anaheim rodeó la bañera hasta situarse entre Deacon y yo, como si quisiera protegerme de su mirada.
—¿Qué quieres, Deacon? —le pregunté.
Debía fingir que su exaltada llegada al baño me había cogido totalmente por sorpresa y que desconocía los motivos que le habían empujado a ello. Un ramalazo de satisfacción me acarició la espalda al ver en su mirada un leve brillo de desconcierto: él estaba seguro de que no me encontraría allí porque, según había escuchado de Cadmen, yo estaba en otro lugar. Muy lejos de la Corte Oscura.
Me incliné un poco, lo suficiente para ver cómo el príncipe oscuro esbozaba una sonrisa desdeñosa a su tía.
—Es mi esposa, no tiene nada que no haya visto —comentó.
Mis mejillas enrojecieron de rabia, pero me mordí la lengua y aguardé a recibir una explicación por su parte. Estaba ansiosa por conocer cuál iba a ser su excusa, ya que no podía exponer a la Antigua, pues eso supondría revelar qué había estado haciendo en realidad fuera de la corte. Algo que yo no debía conocer bajo ningún concepto.
Pero Deacon optó por el silencio de ignorar mi pregunta.
—Vístete —dijo en su lugar—. Necesito que me acompañes a un sitio.
Anaheim me miró por encima del hombro mientras yo le devolvía la mirada desde la bañera.
—Ahora, Maeve —añadió Deacon—. No me encuentro precisamente paciente en estos momentos.
—Entonces espera fuera —le espetó Anaheim.
Deacon la fulminó con sus ojos negros por la osadía de hablarle de ese modo, pero luego dirigió su mirada hacia mí y entendí el mensaje que había en ellos. La amenaza implícita si no cumplía con lo que me había exigido.
El príncipe oscuro dio media vuelta y salió del baño, dejándonos a solas.
Sin embargo, ninguna de las dos nos atrevimos a hablar, pues existía la posibilidad —con toda certeza— de que Deacon estuviera atento a lo que sucediera aquí dentro. Salí de la bañera y me sequé con una de las toallas que Anaheim tenía tendidas hacia mí; luego me puse de nuevo el vestido que había usado Demetria en el pasado mientras ella trenzaba mi cabello húmedo a toda velocidad. Nuestras miradas se encontraron en el reflejo del espejo cuando estuve preparada.
No sabía dónde iba a llevarme Deacon, tampoco qué me tenía preparado. Debía continuar con aquella farsa de inocencia y desconocimiento absoluto; tenía que convencer a mi esposo y hacerle dudar de la palabra de Cadmen.
Y tenía un plan que, esperaba, diera resultado.
Anaheim tomó mi mano, estrechándomela con fuerza mientras nos dirigíamos hacia la puerta. Su mirada me rogaba que tuviera cuidado.
Asentí, tomando una gran bocanada de aire y saliendo al dormitorio, donde Deacon me esperaba. Abandonó el sillón donde había estado aguardando y se dirigió hacia mí, cogiéndome por el brazo sin hacer mucha presión con sus dedos; con una gélida mirada, le indicó a Anaheim que no estaba autorizada a acompañarnos.
Me guio hacia el pasillo y cerró la puerta a nuestra espalda; una sensación de temor empezó a formarse en el fondo de mi estómago. El corredor estaba vacío y me produjo un extraño déjà vu que no tenía un bonito final; Deacon tiró de mí para que avanzara, pero me resistí, ganándome una nueva mirada de advertencia por su parte.
—Deja de mantenerme en la ignorancia, creo que merezco saber qué está sucediendo —le espeté, logrando que nos detuviéramos en mitad del pasillo vacío.
Deacon ladeó la cabeza como un auténtico depredador que se encontraba a punto de comerse a su presa.
—Cadmen ha regresado a la Corte Oscura —dijo, con sus ojos evaluándome—. Y ha traído noticias... interesantes sobre el exterior.
Tiró de mi brazo para que nos pusiéramos de nuevo en marcha, pero yo me negué.
—¿Qué noticias? —exigí saber.
El corazón empezó a latirme con fuerza, pero me obligué a mantenerme firme; a no dejar que mis sentimientos me pusieran al descubierto. Necesitaba crear dudas a Deacon, las suficientes para que se creara distancia entre la Antigua y él; las suficientes para que pusiera en tela de juicio lo que Cadmen le había contado.
—Que estabas en un lugar donde no te correspondía estar.
Me mantuve inmutable.
—Ella me odia, por si lo habías olvidado —le respondí.
Deacon no dijo nada, como su mano tampoco me soltó.
—Intentó asesinarme mientras tú estuviste fuera de la Corte Oscura —continué.
Tampoco conseguí nada en aquella ocasión, por lo que dejé escapar un suspiro exasperado.
—¿Acaso eres tan ciego, Deacon? —por supuesto que no lo era, pero mi misión era hacerle creer todo lo contrario—. ¿No te das cuenta de lo que pretende?
De un tirón me acercó hasta que nuestros pechos estuvieron a poca distancia; seguí el movimiento de su cabeza al ladearse y pensé que había logrado crear un pequeño resquicio de duda en el príncipe oscuro; el haberme encontrado en mi dormitorio, metida en la bañera cuando supuestamente debía estar a kilómetros de distancia, debía haber contado a mi favor. Y necesitaba exprimir ese hecho para mi propio provecho.
—¿Y qué, según tú, es lo que pretende, mi pequeña polilla? —preguntó con voz aterciopelada.
Después de tanto tiempo, aquel estúpido apodo me chirrió en los oídos, pero me obligué a ignorarlo; a no desviarme de mi objetivo.
Le sostuve la mirada, reflejando en mis ojos una pizca de vulnerabilidad y miedo hacia Cadmen.
—Que te deshagas de mí —contesté sin un asomo de duda—. Ella quiere verme muerta, me ve como a su enemiga. No descansará hasta conseguir lo que se propone.
La exasperación empezó a transformarse en desesperación al ver que todos mis intentos no estaban surtiendo efecto alguno. ¿Cómo pretendía que confiara en mí, que nunca le había dado ningún motivo de peso para que lo hiciera, frente a una persona que pertenecía a su círculo más cercano, y en la que sí confiaba? Era una batalla que, a primera vista, no podía ganar.
Pero lo haría.
Y para ello debía sacrificar aquello por lo que había peleado en silencio todos aquellos meses; algo que sabía que Deacon llevaba deseando mucho tiempo escuchar. Y que me brindaría la victoria que necesitaba.
—Por favor, Deacon —le rogué y me obligué a colocar la palma de mi mano sobre su pecho a modo de súplica silenciosa—. Hazlo por el bebé, protégelo de la amenaza que supone Cadmen.
Por primera vez desde que nos conocíamos, Deacon dudó. Pero yo no había terminado todavía con todo aquello, decidida a llevar a cabo aquel sacrificio de un modo que no le dejara lugar a dudas: aferré una de sus muñecas y dirigí su mano hacia mi vientre; presioné su palma contra el tejido del vestido para que pudiera palpar aquella ligera curva que había mantenido en secreto todo aquel tiempo bajo los amplios vestidos que había estado usando.
—Estoy embarazada.
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