Viviendo con el diablo
Desperté, por fin había dormido más de cuatro horas seguidas.
En la correccional compartía una celda con un chico bastante... extraño, no podía darme el lujo de dormir sin tener miedo de que me hiciera algo.
—No dormiste lo suficiente en la cárcel —entró mi madre haciendo ruido.
—Igual que cuando traías a tus amigos drogadictos aquí —gruñi.
Ella me aventó lo primero que se encontró el cual agarre con una mano, después de años uno aprende a esquivar o atrapar lo que le lanzan.
—Voy a salir cuida a tu hermano —ordenó.
—Como si tú lo hicieras —murmuré levantándome de la cama.
—¡Qué crees que estuve haciendo estos meses! —exclamó molesta.
—Drogarte, venderte, estar ebria... sabes puedo seguir todo el día —ataqué poniéndome la playera.
Ella bufó molesta.
—Te crees muy listo no es así —se cruzó de brazos.
—Bueno no se necesita mucho para superarte —me defendí saliendo de la habitación.
Y así había sido toda mi vida, mi madre atacándome y yo defendiéndome.
Cuando era pequeño me llamaba tantas veces idiota que si a los dos años me preguntabas mi nombre te contestaba que era idiota.
Al salir ahí estaba mi hermano en su sillón, viendo televisión... no podía hacer más.
—Enano —sonreí revolviendo su pelo.
—Beck me despeinas —se quejó volviendo arreglar su cabello.
Puse los ojos en blanco, preparé el desayuno con lo poco que había en la despensa.
Cereal con leche que era mi especialidad, le tendí el plato a mi hermano mientras desayunábamos juntos.
Mi madre se había ido y no volvería hasta la noche, lo cual era normal.
La puerta se abrió dejando entrar a la única persona que de verdad me agradaba fuera de mi hermano.
—Rita —sonrió mi hermano.
El chico estaba enamorado de su enfermera.
—Mi niño —sonrió, ella se acercó para besar su frente.
Se dió vuelta para recaer en mi.
—¡Beck! —exclamó sorprendida.
—Hola Rita —salude feliz de verla.
Me levante para darle un abrazo fugaz ya que mi hermano se ponía celoso, la morena era la cuidadora de Cas la cual el estado había puesto para ayudar mientras yo estaba en la escuela y mi madre "trabajando"
Me fui a cambiar pues tenía que salir para arreglar mi regreso a la escuela, al igual que comprar comida.
Bajo las tablas de mi cama guardaba mi dinero, el que me daban mis compañeros de escuela amablemente tras pedírselos o el que sacaba trabajando.
Retire las tablas para darme cuenta que ya no había dinero, mi madre lo había encontrado.
—Mierda —dije golpeando la tabla.
—Beck —regañó Rita— puedes hablar mal donde quieras, pero no quiero ese lenguaje aquí para que luego salga de la boca de tu hermano.
—Perdón —suspiré sentándome en la cama.
Ella me dió una sonrisa, había entrado para preparar el coctel de medicinas de Cas.
—¿Cómo está? —pregunté.
—Tuvo que someterse a un par de diálisis por sus riñones, pero el tratamiento funcionó —explicó— lejos de eso nada que no tuviera ya.
Asentí algo cansado.
—Se trató de escapar para ir a verte —dijo con una pequeña risa— te extraño mucho.
—Yo igual lo extrañe —afirme— pero no podía dejarlo verme así.
Ella asintió, sabía que mi hermano se la había puesto difícil estos meses.
—Te pagaré las horas extras solo deja consigo un trabajo —me adelanté.
—No te preocupes Beck —me calmó— no dejaría solo a mi niño jamás.
El estado solo pagaba un par de horas de su cuidado, mi madre no se perdería ni un solo día la hora feliz y yo necesitaba trabajar para alimentarlo.
—Gracias —dije sincero.
Bese la frente de mi hermano para salir.
Llegue a la escuela que no estaba muy lejos de casa por lo que llegaba perfectamente caminando.
Al entrar podía ver las miradas sobre mi, ese olor a miedo era mi favorito al igual que el de la gasolina.
Caminaba por los pasillos sin ilusiones de volver, lo vi, caminando con su vista siempre en un libro.
Amaba la carne fresca por la mañana.
Me acerqué para golpear su libro haciéndolo caer al suelo.
—¡¿Qué... mierda?! —exclamó mirándome.
El pequeño retrocedió un paso para alejarse.
—Pensé que seguías en la cárcel —murmuró sin verme.
—Libertad por buen comportamiento —sonreí— o que crees que solo tú puedes seguir las reglas.
Él me miró para luego bajar la mirada.
—Ya me voy —susurró.
Él pasó de mí así que lo tome de la mochila para regresarlo.
—Lo hacemos por las buenas o por las malas —le recordé.
Él suspiró abrumado.
—No puedes hacer esto —dijo sacando su cartera.
—¿O qué? Me acusaras con tu mami —me burlé.
Le arrebate la cartera para sacar el dinero y aventarle el resto.
—Mejor te preparas porque volví con ganas de ñoño para desayunar —sonreí.
Tomó su cartera del suelo para salir de ahí.
¿Se lo merecía?
Claro que si, aquel chico desalineado con cara de bebé lo había llamado alguna vez amigo.
Aquel chico que creí era uno de mis mejores amigos se apartó después de mi primera condena, cuando más necesitaba un amigo se fue.
Así que si, me podía dar el lujo de ser un idota con él.
Me dirigí a la oficina del director que ya me esperaba.
—Pasa Beck —pidió aquel hombre que ya me conocía.
Me senté en su oficina par subir los pies en su mesa.
—¡Beck! —regañó molesto.
Bufé para hacerle caso.
—Estoy seguro que me extraño, con tantos niños tan aburridos ya no tenía a quien regañar o si —me burlé.
—Claro, extrañaba tener llamada de padres furiosos por chicos sin dinero —me miró molesto.
—No tiene pruebas contra mi —sonreí.
Él suspiró para darme una hoja.
—Tu nuevo horario —explicó— las condiciones para tu libertad era la terapia así que la acomode en tu horario —informó.
—Asco de horario —gruñi viendo la hoja.
—Beck tienes mucha suerte de estar aquí —me recordó— otra oportunidad que pocos tienen.
—Vaya oportunidad —me quejé.
El director solo suspiró, uno más en la lista de los que intentaron ayudar.
—Las cosas de mi casillero...
—Siguen ahí —me calmó.
—Bueno —me levante— creo que lo veré aquí pronto.
Salí de su oficina para dirigirme a mi casillero, no era tan estupido, teniendo la madre que tengo tenía que tener un lugar más seguro para mi dinero.
Abrí mi casillero, aún con mis libros.
Tome la botella de metal donde guardaba mi dinero, era un pequeño colchón para situaciones como estas.
—Así que el ladrón de pasteles es el famoso Beck Jones —dijo el chico azotandose de espalda contra el casillero conjunto.
Le miré, un cabello castaño mal peinado, desalineado en todo su aspecto y la mochila al hombro, sus nudillos abiertos por heridas recientes... este chico había sido mi remplazo.
—Si tan famosos soy que haces hablándome —señalé azotando el casillero a centímetro de su cara.
—Escuché que metiste a un chico de complexión grande en uno de estos —miró el diminuto casillero— creo que estos niños exageran.
Negué con la cabeza.
—Te sorprenderías que tan fácil es dislocar un hombro —asegure— si quieres te lo compruebo.
Él me miró de arriba abajo.
—No lo creo viniendo de alguien que le gusta el pastel de zanahoria —se burló.
Le miré serio, por primera vez alguien me soportó la mirada.
Tome un billete para arrugarlo y lanzárselo a la cara.
—No soy un ladrón —aclaré.
Me di la vuelta para irme, aún tenía que ir a comprar cosas para la casa.
Siempre me gustó ir al supermercado, ver todas las posibilidades de comprar, ver las ofertas y sin duda las pruebas de comida gratis.
Regrese a casa, Rita se fue en cuanto llegue pues tenía que ir por sus hijos.
Mi hermano comía pastel, con una sonrisa en rostro.
—¿Qué te preparo de cenar? —pregunté mientras organizaba la despensa.
—No quiero nada —murmuro.
—No te alimentarás de puro pastel —regañe, el pequeño me miró feo— bien solo hoy.
Él siguió con su pastel, me tiré en el sillón para descansar quedándome dormido en minutos.
Desperté por los gritos de mi madre.
—¡Que mierda le dijiste a tu hermano! —regañó.
—Me lástimas —chilló.
La estupida de mi madre tomaba la muñeca de mi hermano con fuerza.
La vida me había enseñado que si no me defendía terminaba lastimado... lo había aprendido tarde, pero una vez aprendido nadie me volvió a lastimar.
Me levante para separarla de mi hermano, un empujón y ya estaba al otro lado de la sala.
—No te atrevas a tocarlo —sentencie.
Miré a mi hermano quien no dejaba de llorar.
—¡De donde mierda sacaste el dinero para la comida! —exclamó molesta.
—De mi dinero, del tuyo no creo porque eres tan hija de puta como para robarle a tu hijo —respondí.
—¡Nada es tuyo! —gritó— he malgastado toda mi jodida vida en ustedes que me puedo dar el lujo de tomar algo que probablemente robaste.
—Para tus jodidos vicios —le plante cara— ese dinero es para alimentarnos y vestirnos, cosa que tú en tu puta vida has hecho... tu no eres nada.
A mi madre nunca le importo golpearme, conforme fui creciendo busco métodos más efectivos para que me doliera pues su mano ya no era suficiente.
Cables, palos, libros... quien dijo que un buen librazo no te hacía pensar la cosas dos veces.
Hoy con la botella de cerveza que se había bebido, su fiel compañera que siempre estaba en su mano.
El golpe de cristal no solo dolía, los filosos trozos de vidrio cortaban quedándose incrustados... un zumbido se hizo en mi oído.
Ella me miró, dispuesta a rematar con la parte que se quedó intacta en su mano.
Mi hermano se puso frente a mí para protegerme.
—No lo lastimes —pidió entre lágrimas— por favor.
Mi madre miró a mi hermano, soltó la botella para mirarnos a los dos, no era tan estupida como para hacerle daño.
Ella se fue sin decir más, estaba seguro de que no regresaría en un par de días.
Casper me miró aterrado, lo abracé para sentarlo en el sillón pues su corazón latía muy fuerte, miré su muñeca para ver el gran moretón en ella.
—Tranquilo ya pasó —lo calmé.
Se quedó un momento abrazándome hasta que mi sangre manchó su cabello.
—Tienes que ir al hospital —miró aterrado.
—Estoy bien —lo calmé.
Me levante para ir por el botiquín, uno grande por la condición de mi hermano.
Limpie la herida para sacar los restos de cristal, uno a casi nada de mi ojo.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó desde la puerta.
Asentí, me senté en el borde de la tina mientras mi hermano sacaba los últimos restos.
—Tal vez necesites puntadas —dijo con sus ojitos tristes.
—Estoy bien —lo calmé.
—Podrías tener una contusión... yo llamaré una ambulancia...
—Casper —lo detuve ligeramente tomando su mano— estoy bien, me a golpeado peor.
Mi hermano asintió para salir con la excusa de prepararme la cena para hacerme sentir mejor.
Termine de colocar la gasa, me dejaría una buena cicatriz.
Salí para cenar cereal.
Después de acostar a mi hermano me dote de una buena dosis de analgésicos pues me dolía la cabeza demasiado, decidí dormir para calmarme.
Eh aquí mis razones para matar.
1.- Me hicieron daño.
2.- Le hicieron daño a alguien a quien amo.
3.- Esa persona es una Perra.
Mi madre cumplía los requisitos y lo que pasó es que el rompecabezas se completa solo.
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