CAPÍTULO 58
Shurna no era amante de las nuevas tecnologías, pero tiempo después le pedí que, por favor, se comprara un teléfono para que fuera más sencillo localizarnos. Hubo un tiempo en el que usábamos un tipo de comunicación un poco más fantasiosa; usando aves mensajeras que nos mantenían unidas por correspondencia.
Pero en cuanto las cosas comenzaron a ponerse feas, supimos que era hora de cambiar la táctica. Desde que comencé a fallar en mi magia, le pedí que se abriera una línea telefónica pues tenía la horrible sensación de que algo iba a pasar. Me prometió darme su número, pero después de lo de Gared, no pudimos saber nada la una de la otra.
Y ahora me encontraba en el territorio de Sebastián, esperando un juicio además de un ritual que haría bajo el permiso de uno de los lugareños. Cualquiera que se prestara estaba bien, así que les di a todos un par de horas para que se pusieran de acuerdo, pues comprendía que no era fácil ver de nuevo a uno de tus seres queridos o amigos en forma fantasmal. Además, aunque los fantasmas recordasen su muerte o eventos importantes, en la mayoría de las ocasiones, sus personalidades eran drásticamente diferentes. Al no tener nada que perder, comienzan a hablar de temas un poco escabrosos de su familia a modo de venganza porque quizás se murieron con un rencor en su corazón. Siempre lo advierto y siempre todos lloran tras la llamada de su persona amada, pues como dije, no sale nada como uno desea. La muerte siempre ha sido misteriosa y al igual que ocurre con la vida, nos cambia y modela. Volvemos a nuestro origen, nos despegamos de nuestra esencia y vamos a parar a un lugar desconocido, donde nada es como la Tierra.
Conocía los riesgos de realizar este trabajo, pues mi vida se alargaba, pero mi cuerpo se cubría de achaques. Mi salud era cada vez más pésima, cosa preocupante por la situación en la que estábamos. Necesitaba localizar a Shurna para que ella supiera mi localización. Recurrí a los mensajes crípticos.
—¿Begonia blanca?
Si afirmaba, significaba que se trataba de Shurna. Siempre que nos mandábamos mensajes, antes preguntábamos si era nuestra amiga del alma la que nos hablaba.
—Begonia blanca, querida dalia.
Suspiré aliviada; la preocupación que había atesorado en el corazón era mayor de lo que pensaba. Su respuesta me decía que era mi amiga del alma y que agradecía siempre mi ayuda sincera. Quise informarle de mi ubicación, pero era demasiado arriesgado hacerlo por mensaje, por lo que le dije de forma críptica que tomara mi llamada y que no dijera absolutamente nada, que se limitara a escucharme.
Esperaba que todo marchara bien.
—Shurna, me encuentro en el territorio de Sebastián. Tengo un problema con respecto a un niño que dice ser un espectro. Sé que no lo es, algo me lo dice, quizás una de mis tantas corazonadas, pero requiero hacer un ritual para hablar con otro espíritu. Ese niño podría ser peligroso; desde que se me pegó mis poderes han ido menguando. Por favor, revisa que el territorio del geiser energético más próximo, se encuentre tranquilo. Temo que se encuentren en apuros. Yo me quedaré hasta el día siguiente. Deséame suerte.
Ahora que la había avisado, podía centrarme en lo que tenía que hacer. Sebastián no aparecía por ningún lado y era extraño pues estaba tras de mí en el momento que tomé mi teléfono del bolsillo. Quizás se habían emocionado con su llegada y alguien que conocía lo había llevado a su casa para celebrarlo. No tenía idea del lugar ni de su extensión, por lo que me moví lo justo teniendo como referencia la plaza principal que era donde me encontraba de pie. Mi mirada fue a parar a los puestos que tenía delante de mí, en la que los tenderos comenzaban a recoger sus bártulos debido a que el día comenzaba a caer. Me acerqué a alguien.
—Veo que ya se acabó la jornada.
—Sí señora, tenemos decretado un toque de queda por el incidente del anterior Alpha. Nos queda poco tiempo y queremos darnos prisa.
—Por supuesto. ¿Podría indicarme la casa del señor Sebastián?
—Oh claro, es la cabaña más grande, pero ahora vive el señor Ludwig que es nuestro nuevo Alpha. Desgraciadamente ahora Sebastián no tiene casa.
Sentí una enorme tristeza por él. No era justo que le olvidaran de aquella forma tan horrible, borrando incluso las huellas de su existencia. Hice caso a las indicaciones, poniéndome en marcha para encontrar la cabaña de la que hablaba la tendera. La zona residencia contaba con unas veinte casas aproximadamente, fabricadas con madera con aspecto rústico, pero de buena calidad. Algunos hombres se encontraban armados con sus martillos arreglando algunas vallas o tablas de la entrada de sus casas, pero en cuanto me veían pasar, me sonreían y hacían una reverencia muy cortés. Les devolvía el saludo con la sensación de profunda extrañeza, pues no es que me hubiera relacionado con muchas personas en los últimos años. Cada vez era más ermitaña y me fiaba menos de la gente. No era para menos, pues no quedaban muchas como yo.
Para colmo, a mi familia me la arrebataron de cuajo sin siquiera poder pestañear. En tan solo un segundo, mi esposo e hijos, yacían en un charco de sangre cortados por la mitad. Jamás experimenté un dolor tan profundo como ése, el verlos así, con ese vacío en sus ojos. Supe que la muerte es mucho más fuerte que la vida, que todos somos frágiles incluso aquellos que no se consideran así. No hay poder que iguale a la guadaña, a la oscura e insondable muerte.
Una voz conocida me llamó la atención. La vista se desvió a una cabaña cuyo tamaño era mucho mayor que las promedio que había visto por el camino. Con un tejado verde y una entrada preciosa, la casa del Alpha me daba la bienvenida. Varias luces alumbraban el exterior y el camino de piedra. Dos hombres protegían la puerta principal, pero sabían quién era y me dejaron pasar sin problemas.
Sebastián abrazaba a una mujer que lloraba desconsoladamente sobre su hombro. No hacía falta que me dijera que aquella mujer era su madre, pues en sus ojos podía verse claramente su amor incondicional. Comprendía el horror que había sufrido al escuchar de la boca de todos, que su hijo provocó la muerte de su propio padre y que, por ello, estaba condenado al olvido por parte de todos los que una vez le conocieron.
La mujer se sorprendió al verme. Educadamente, agaché la cabeza a modo de reverencia pues era alguien muy respetado en el lugar. Un hombre que reconocí por el emblema de los Alpha de ese territorio, me saludó con la misma cortesía que yo misma tuve con la mujer. La admiración que se respiraba me hacía sentir abrumada, pues a veces solo me consideraba como un saco de huesos viejo cuya existencia apenas parecía pender de un hilo.
—Querida, siéntate. Me han dicho que vas a realizar un ritual muy importante.
—En efecto, estoy esperando a que se decida quién está dispuesto a permitir que llame a uno de sus seres queridos. He avisado que la experiencia suele ser más bien desagradable, pero la mayoría de las ocasiones, no les importa con tal de ver a aquel que echan de menos.
La mujer sonrió tristemente. El nuevo Alpha se presentó formalmente, pidiéndome ser el sujeto de experimento de mi ritual. Como líder de su pueblo, comprendía que era su deber ahorrarle el máximo daño a cualquiera de ellos, por lo que me acompañó al exterior en solemne silencio.
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