CAPÍTULO 45
La ceremonia había acabado y con ello, comenzaba mi calvario. No deseaba por encima de ninguna cosa, ocupar un puesto que no me correspondía. Pero eso era cosa del testamento del anterior Alpha:
"Si muero a manos de mi hijo, el siguiente será uno de los hermanos Black"
Alan, aunque fuera mi gemelo, no tenía dotes de liderazgo. Para colmo, hoy que era mi coronación, estaba de viaje porque la aventura palpitaba en sus venas. No pude si quiera presentarme ante Sebastián, viendo como lo echaban de su propio hogar por un delito que dudaba que hubiera sido cometido por sus manos.
Acto seguido, tenía que ir a la casa matrimonial que era donde me esperaba mi futura esposa. No me emocionaba la idea de casarme, pues ya tenía a alguien en el corazón desde que era un crío. La conocí por casualidad en uno de los viajes a los que fui con mi hermano. Estaba empeñado en irnos a la India, pues deseaba entre otras cosas, contemplar las estrellas en un maravilloso desierto por la noche. Le dije que la temperatura era terriblemente baja y que lo pasaríamos no muy bien, pero insistió que miraría las estrellas en cada desierto de cada parte del planeta, pues era el mejor lugar para ello.
Siempre fue muy poético y para nada adicto al trabajo u obligaciones. En cambio, para mí, esa vida no era mi preferida; sí, me gustaba viajar, pero no dejarlo todo para hacerlo. Y ahora que iba a casarme dentro de no mucho, las probabilidades de hacer una escapada eran mínimas.
Las luces de la hermosa cabaña se hallaban encendidas y dos guardias estaban apostados en la entrada. Les pregunté las razones de su presencia.
—Señor, no nos fiamos de que Sebastián vuelva y pretenda hacerle algo. El ser desterrado no es plato de buen gusto.
—Deja de decir sandeces; conozco a Sebastián lo suficiente como para saber que no hará ninguna estupidez.
Les ordené que se marchasen con el pretexto de tener intimidad con mi prometida, a lo que ellos accedieron marchándose con una reverencia. Toqué varias veces la puerta para informar de mi llegada, abriendo y encontrándome con la joven y con la madre de Sebastián.
Ella me sonrió al verme.
—Hola Ludwig, tremendo placer me da verte, aunque no hayan sido en las mejores circunstancias. Debe haber sido complicado dejar tu manada para venir a la nuestra.
—No se preocupe, es lo que su marido deseaba. Mi padre como su colega de toda la vida, ha visto propicio que fuera yo el que aceptara el cargo debido a que poseo más sentido del deber que mi hermano.
—Oh, el joven Alan—Contestó. Todos sabían del espíritu aventurero de él, pues en más de una ocasión nos puso en evidencia a todos. Su rostro pasó a mostrar un poco de molestia.
—Él fue el que trajo una plaga de caracoles a nuestros lares. Le pareció simpático criarlos, pero no pensó en las consecuencias de una proliferación masiva, que es lo que finalmente ocurrió. Digamos que nos quedamos sin flores durante dos inviernos.
—No es lo único que trajo—Dijo Beth—también vino con un cargamento de algo que decía ser sales exóticas de baño y resultaron ser drogas.
Ambas comenzaron a reírse suavemente, pero mi rostro mostraba la mayor de las vergüenzas. Alan era un caso perdido, eso lo sabía bien, por lo que yo debía de compensar sus malditas locuras. Me disculpé en su nombre y le di de nuevo el pésame a la señora Jones. Ella parecía cansada por todo lo ocurrido, por lo que se disculpó y se marchó a la habitación de invitados. Beth comenzó a hablar.
—Ella va a quedarse con nosotros por tiempo indefinido. Temo por su vida y no quiero que haya más muertes por nuestro alrededor. Tenemos un asesino en nuestras filas y necesitamos encontrarlo.
—¿Piensas que no fue Sebastián? —Le pregunté con curiosidad. Lo cierto es que yo no creía para nada aquella versión por mucho que ambos pelearan de forma asidua. Beth se levantó de su silla para acercarse a la ventana y asomarse. Tras mirar durante unos segundos, cerró completamente las ventanas de la sala de estar. Por su actitud, temía que fuésemos escuchados y nos tratasen como una especie de desertores: unos individuos que conspiraban en contra de su propia especie.
Una vez que ella pensó que todo estaba bajo control, continuó nuestra conversación. En sus ojos podía brillar la necesidad de hacerse justicia.
—Voy a hacer todo lo posible para descubrir quién fue el asesino. Quiero limpiar el nombre de Sebastián y que vuelva a casa. No merece ser repudiado por algo que no ha hecho.
Su dolor era palpable y su determinación, devastadora. Me preguntaba si ella tenía una lista de sospechosos que podrían haber perpetrado el asesinato. Ella me dejó claro que tenía muchos enemigos pero que era más temido que respetado y el miedo, para bien o para mal, te hace recular ante la posibilidad de empuñar un arma. Pues si por un casual el anterior Alpha quedase vivo tras un ataque, ni el agresor ni su familia hallarían lugar en la tierra donde descansar. Aquel hombre siempre fue un lunático agresivo con aires de Dios, y aunque muchas cosas no podían cambiar, el respeto por las demás personas si sería algo que implantaría desde hoy. Y en cuanto a las leyes que despreciaban a las mujeres, me prometí a mí mismo que también lo lograría cambiar.
Beth se quedó pensativa mientras miraba su vaso medio vacío. Se aventuró a servirse una nueva copa de vino, comenzando a hablar con un cierto tono achispado por el alcohol.
—Es curioso como una noche de este tipo en el que el nuevo Alpha y su prometida deberían estar retozando en la cama, tienen un plan entre manos para nada romántico y a la mujer del antiguo Alpha viviendo en su cabaña. El destino nunca sabes qué puede traerte.
—Toda la razón. Yo nunca he sido de cumplir con los estándares que se deben cumplir desde siempre. No es que no sea un romántico, pero no soy fan de los matrimonios de conveniencia—Dije de forma cómica. Intentaba aliviar la enorme tensión que podía sentirse desde que puse un pie dentro. Y es que Beth sabía perfectamente que, si hubiera querido, hubiera tenido relaciones con ella, lo consintiera o no. En este caso, su respuesta me dejó bastante atónito.
—Yo siempre he cumplido con cualquier cosa que me mandaran. Siempre he sido una mujer sumisa, sin sueños ni aspiraciones. Si me hubieras pedido tener sexo, no hubiera podido negarme pues tú eres ahora el jefe de todo, incluyendo de nuestras vidas. Pero algo sí voy a decirte, comienzo a comprender lo que Sebastián deseaba para todas nosotras. Esa libertad de elegir, de decir sí o no; eso es algo que nunca nadie hemos tenido.
—¿Y si te pidiera acostarnos juntos esta noche? ¿Qué dirías?
Ella sonrió ligeramente, mostrando unos dientes brillantes que resaltaban con la luz de las velas. Aquella mujer era inteligente y era una auténtica lástima que pasara su vida siendo la esclava de alguien, en este caso, mi esclava. Iba a liberarla de ese estigma.
—Pedírmelo...es hasta romántico, ¿No crees? No te lo aceptaría, pero sí que te abrazaría y posiblemente lloraría en tu hombro.
—¿Por qué harías eso? —Pregunté consternado.
—Precisamente por eso, porque me lo pedirías. Y esa es razón suficiente para agitar mi corazón, porque por primera vez, un hombre me trataría como un igual y no como un objeto.
Y justo fue eso lo que hice, le pedí un abrazo. Pues ambos nos encontrábamos en el mismo barco y las aguas nos daban miedo. Aquel gesto de cariño demostró que una nueva era podía comenzar y que el primer paso para llegar a ella ya lo habíamos dado con algo tan sencillo como un abrazo.
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