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CAPÍTULO 17


LORIE

Nos vimos envueltas en un estruendo ensordecedor, de una forma tan sigilosa que me hizo pensar que nuestro atacante podía tratarse de un vampiro. La rapidez de movimientos, unido al nulo jadeo mientras atacaba, me daba unas evidencias que creía bastante claras. Para mi sorpresa, nuestro atacante ni siquiera le prestó atención a Catherine y eso sí que era sospechoso ya que una humana podría ser perfecto para una moneda de cambio si se trataba de un miembro del Exilio.

Recordé todas las lecciones impartidas por Nicolae, suplicando porque esa racha de buena suerte no se acabase, ¿Y si cambiaba de opinión y decidía dañar a Cathy? Aunque mis sentidos eran más agudos que antes, era consciente de mis debilidades, por lo que no era capaz de proteger totalmente a cualquiera de mis aliados. Las carencias de unos, eran las virtudes de otros y así era como hasta ahora, habíamos sobrevivido.

Por mucho tiempo que mantuviera la lucha, comencé a percatarme de que los movimientos de aquel extraño eran erráticos y seguían una coreografía muy sencilla de seguir. Era suficiente como para cansarme, pero no para dañarme, es decir, había adoptado una posición defensiva sin pretensión aparente de herirme.

Y eso unido a la pasividad ante la presencia de Cathy, me escamaba de sobremanera. Comencé a preguntarme las razones una y otra vez, llegando a la conclusión de que quizás se trataba de una especie de distracción para atacar a los que se encontraban en la mansión. Y si eso era cierto, debíamos de avisarles en la mayor brevedad porque podrían ser desde unos pocos a unos cientos.

—¡Cathy, corre a por ayuda! —Le grité mientras intentaba desarmar a nuestro atacante. Él la seguía ignorando muy a pesar de que lo tenía sencillo para herirla, matarla o llevársela.

Un estruendo ensordecedor, unido al sonido de varias ramas quebrarse, me dio el indicio de que un grupo de personas habían llegado a la escena. Un cúmulo de olores familiares me hizo respirar tranquila.

—Buenos reflejos, querida hermana—Me susurró Nicolae apartándome ligeramente. Otro olor familiar llegó a mi nariz: vainilla y canela, uno de los perfumes de Nicole.

—¡Eh colmillitos, nos tenías preocupados! Basta ya de irse y no decirnos nada, con lo que nos gusta quemar adrenalina con un poco de acción.

Las bromas de Nicole siempre tenían un efecto relajante. Aliviaba la tensión independientemente del peligro que nos rodease y eso lo agradecía en el corazón. Una leve sonrisa apareció en mi rostro mientras que las manos de Peter me guiaban lejos de la lucha que acababa de iniciarse entre el extraño, mi hermano y Nicole. Por la voz de Cathy, ambas éramos llevadas camino a la mansión o al menos, a un lugar seguro.

—Nos habéis preocupado mucho, venid conmigo—Nos dijo Madeline. Ella nos tomó de las manos con esa suavidad típica a la que nos tenía a todos acostumbrados. Incluso con un horroroso terror en su semblante tembloroso, su voz mostraba una seguridad innata. Necesitaba saber más acerca del siguiente movimiento.

—Ambas vendréis conmigo a la mansión mientras el resto se ocupa del atacante. Me siento responsable de que ambas hayáis estado en peligro. No debí abrir mi boca.

—Eres de las pocas que me habla con franqueza y con la verdad por delante. Te lo agradezco con el corazón—Dijo Catherine con gran desamparo. Madeline carraspeó sutilmente, tirando un poco más de nuestras manos para acelerar nuestro paso. Los resoplidos de Cathy la hicieron detenerse y cargarla sobre su espalda para así ir más veloces. Cortésmente, se disculpó por ese exceso de confianza, pero ambas nos reímos ante semejante incongruencia.

—Hemos pasado demasiado durante estos últimos años como para no dejarte que me lleves en brazos.

—No puedo evitar ser así. Problemas por ser de la aristocracia. Tampoco puedo evitar preguntarte porque me siento increíblemente mal por lo sucedido.

—¡Déjalo ya Maddy!¡Tú nos dijiste lo que estaba pasando con el cabezón de mi hermano y, simplemente, quisimos meternos en la boca del lobo para saber más! Deja de atormentarte, por favor. Míranos—Hice una pausa mientras daba pequeños saltitos—estamos perfectamente bien.

Una leve risa dispersó la inquietud del momento, ya que la preocupación por una emboscada se encontraba presente. La presencia del olor a las magnolias, me dio la pista de encontrarnos cerca de casa, por lo que inspiré hondo aliviada.

—Sé que es algo absurdo de preguntar, pero estoy segura de que saber que hemos llegado a casa.

Asentí orgullosa pues, a pesar de que carecer de vista era una de las peores cosas que podrían ocurrirle a cualquiera y una gran limitación, para muchas otras cosas era maravilloso. Detectaba lo que a otros les eran imposible, por lo que no me sentía tan desvalida como imaginaba.

—Lo que me asombra es lo bien que has llevado todo esto. No mucha gente tiene la positividad que tienes tú—Me dijo Catherine mientras escuchaba la verja de la entrada chirriar. Una oleada de tristeza me atenazó el pecho, respondiendo dolorosamente.

—He pasado por algo peor, la muerte de un hijo. Eso es algo peor que perder la vista, que esa sensación de sentirte perdida en un mundo que es de oscuridad y sombras. Nunca en la vida me sentí tan desamparada y sola que cuando la perdí.

Los brazos tibios de Madeline me rodearon, mostrando una gran compasión. Los de Catherine, en cambio, tan cálidos como podía recordar los que eran de mi hija. No pude evitar llorar; me permití un par de lágrimas antes de recomponerme y entrar en casa.

No dije mucho más pues no me encontraba demasiado bien. Decidí que era hora de estar sola y de aliviar aquella tristeza que siempre llevaba en el pecho. Ambas lo comprendieron, haciéndome prometer que, si necesitaba algo, las llamaría sin importar la hora o el momento.

—No te preocupes por nada, en cuanto el resto llegue a casa, te mandaré un mensaje. Tan solo descansa.

Asentí débilmente dejándolas a ambas en el hall de la mansión. Nunca más podría ver una fotografía o tocar algo de mi hijo pues había sido destruido durante el tiempo en el que tanto yo como mis hermanos, fuimos torturados bajo este mismo techo.

Las secuelas que arrastraba de aquel entonces eran los abusos sexuales a los que había estado sometida. Dejé de perder la noción de cuantos hombres habían estado en aquel dormitorio, aunque había un nombre que se repetía una y otra vez.

Y por cómo se dirigían a él, era el que mandaba en aquel momento. Su voz tenía un acento extranjero, el cual aún no podía desentrañar. Y aunque todos ellos eran unos cafres de cuidado, él era simplemente, algo totalmente fuera de serie. Siempre que me abusaba, pedía a todos que salieran del sótano, pues a él no le gustaba que lo estuvieran mirando. Luego me colocaba una peluca y comenzaba a maquillarme y perfumarme, casi como si quisiera convertirme en una muñeca viviente.

Y entonces, daba rienda suelta a su imaginación, la cual era demasiado desbordante. Aunque todo aquello había dejado una marca imborrable en el corazón, había seguido adelante por mi familia. No deseaba hacerles sufrir más ni tampoco ser un lastre para ellos y menos en un momento como el que estábamos viviendo.

Salí del dormitorio, caminando por los pasillos para bajar un poco la ansiedad, hasta que me sentí un poco cansada como para continuar. Volví de nuevo a mi dormitorio, tanteando sin ayuda de mi bastón, el patrón de las paredes y de los objetos que encontraba. Necesitaba darme un baño antes de sumergirme en el mundo de los sueños.

Y así hice, entré y cerré la puerta. me costaba mucho llegar al baño, pues no contaba con mi fiel bastón. Quizás por terca o porque pensaba que no lo necesitaría, lo dejé en algún lugar de mi habitación, pero mi necesidad de relajarme era demasiado como para comenzar con su búsqueda.

—Al cuerno con el bastón, nada arregla algo tan bien como el agua caliente.

Por el aroma a jabón, comencé a guiarme hasta tocar los azulejos helados del cuarto de baño, pero había algo que me había perturbado en cuanto llegué allí, algo que ya había olido en el pasado.

Algo que me disgustaba profundamente, por lo que comencé a rebuscar en los cajones hasta dar con una pequeña caja cuadrada. Inhalé profundamente y fue cuando un clic sonó en mi cerebro.

—¿Lorie, que haces en mi cuarto de baño?

La voz de Madeline me hizo sobresaltar, hasta hacer resbalar la pequeña caja en dirección al fregadero. Señalé con el dedo y le pregunté

—¿Qué es eso? ¿Y que hace en mi dormitorio?

La mano de Madeline se posó sobre uno de mis hombros delicadamente, hasta hacerme sentar en el borde de la bañera. Con cierto pesar y preocupación, me respondió.

—No querida, éste es mi cuarto de baño, te equivocaste al orientarte en el pasillo.

Asentí nerviosamente aun atontada por aquel maldito frasco que guardaba la caja. De nuevo, señalé aquello con un dedo tembloroso, preguntando qué era aquello.

La respuesta me dejó helada.

—Es una colonia que solía usar antes. Siempre ha sido mi favorita y mi esposo me la regaló como regalo de aniversario. Maldito Alexei.

Y ese nombre cayó sobre mí como un rayo.

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