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X. ¿Juntos en esto?

Louis

— ¡Son sus ojos! —gritó Verónica.

— ¡Esto no puede ser posible! —exclamó Courtney.

— ¡Shhhhhh, son falsos! —grité, recogiendo los plásticos ojos de la alfombra rosa de Verónica.

— ¿Falsos? —cuestionó Sabrina con nerviosismo e incredulidad.

—Pruébalos tú misma —respondí, arrojándole sagazmente los ojos.

— ¡Louis! —gritaron las chicas en coro.

— ¡Eres un asqueroso! —espetó Courtney enfadada.

—Y ustedes unas cobardes —dije entre risas.

— ¿No hay nada más en la caja? —interrogó Joey.

Negué con la cabeza, frunciendo los labios—. Sólo estaban los ojos y... Una nota —agregué, agarrando el papel que estaba del fondo de la caja.

—A ver —dijo Verónica, arrebatándome la nota de las manos—. "No es por sacárselos en cara pero ya les quité a dos estorbos de su camino, malditos mimados mal agradecidos" —leyó Verónica.

—Dos estorbos... —murmuró Matthew.

—Sí, al abuelo y Adam —interrumpió Verónica.

— ¿Llamaste estorbo al abuelo? —preguntó Courtney confundida.

—Yo no, pero V sí —respondió Verónica—. ¿O a qué crees que se refiera con dos estorbos?

—Pero Adam y el abuelo no eran estorbos para nosotros —cuestionó Matthew.

—Tal vez no para nosotros, pero definitivamente sí lo eran para V —añadí.

—Pero... —dijo Courtney—. ¿En qué podrían molestarle Adam y el abuelo a V?

—En su juego para torturarnos —razonó Sabrina—. Miren, es obvio: al matar al abuelo nos mantendría juntos durante noventa días en esta villa infernal.

— ¿Qué hay de Adam? —cuestionó Joey.

—Tal vez Adam sabía quién era V —añadió Matthew—. Y V al enterarse que nos estaba cobrando por decirnos su identidad decidió quitárselo del camino.

— ¿Por qué V quiere que pensemos que Adam era un estorbo en nuestro camino? —cuestionó Verónica confundida.

Los chicos y yo intercambiamos miradas llenas de culpa.

Sonaba mal, pero de alguna manera V impidió que Adam le contara a Verónica acerca de la acalorada discusión sobre la que mentimos en nuestras declaraciones a la policía, y por la cual pagamos para que lo mantuviera en secreto

—No lo sé —dije finalmente.

—Creo que será un misterio hasta que atrapemos al maldito —agregó Matthew.

—Maldita —corrigió Courtney—. ¿Olvidas que le describieron una chica a Verónica?

—Da igual —murmuró Matthew.

—El West Coast anunció que mañana las porristas y los del equipo del colegio deben de estar presentes uniformados en el cementerio —informó Verónica, leyendo algo en su teléfono—. Así que mañana tienen que estar listas a las diez.

— ¿Es en serio? —preguntó Sabrina incrédula.

—Sí —reafirmó Verónica—. Creo que no les di uniformes por lo que pasó, así que mañana pueden venir a mi habitación para arreglarnos juntas.

— ¿Te estás drogando? —cuestionó Courtney.

—No —dijo Verónica, blanqueando sus ojos—. Sólo digo que la mejor forma de combatir esto es manteniéndonos unidos, somos seis y V es sólo una perra, ¿Están conmigo o no?

Verónica extendió su brazo derecho con la mano abierta y todos la miramos con incredulidad, por lo que agitó un poco su mano insinuando que selláramos una especie de pacto. Matthew fue el primero en colocar su mano encima de la de ella, seguido de Sabrina, luego yo, a continuación Joey y por último —luego de mirarnos confundida—, Courtney.

—Bien —dijo Verónica—. Haré un esfuerzo por llevarme bien con ustedes... Pero eso sí, cae V o caemos nosotros.

—Nosotros me suena a mucha gente —añadió sagazmente Courtney.

— ¡No-so-tros! —Sentenció Verónica—. O caemos todos o no caemos ninguno, pero no podemos dejar a nadie atrás, es hora de protegernos.

Matthew, Joey, Sabrina, Courtney y yo nos miramos asombrados.

¿Acaso era una trampa de Verónica? ¿Era parte de un plan malévolo en nuestra contra?

La verdad es que todo era incierto, pero si de algo estaba seguro es que algo tenía entre manos.

—Tanta confianza y hospitalidad me confunde —agregué.

—Si viviremos juntos por tres meses, lo mínimo que podemos evitar es no matarnos en el intento —dijo Verónica.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Nos exaltamos un poco al oír que golpearon la puerta.

— ¿Quién es? —preguntó Verónica.

—Aurora —respondió mi madre.

—Pase.

—Verónica, ¿No has visto a los chi...? —mi madre se detuvo en seco, quedando sorprendida por unos instantes en el umbral de la puerta.

Increíblemente luego de una mala semana nos vio conviviendo juntos en tranquilidad.

—Bueno, aprovechando que están todos vine a decirles que la cena está servida.

— ¡Al fin! —exclamó Joey, levantándose de la orilla de la cama.

—Tenía hambre —dijo Matthew al mismo tiempo, saliendo de la habitación detrás de este último.

—Adelántense ustedes —nos ordenó Verónica—. Yo bajo enseguida.

Sabrina y Courtney salieron de la habitación, y cuando me paré en el umbral de la puerta para posteriormente cerrarla, algo me detuvo.

—Louis... —murmuró Verónica, agarrándome de la muñeca—. Estamos juntos en esto.

Asentí lentamente, tratando de asimilar que demonios acababa de pasar—. Cuentas con nosotros Verónica, estamos en esto al igual que tú.

Verónica me abrazó.

Estaba sorprendido y —sin creer lo que estaba pasando—, dejé mis brazos abajo unos instantes, pero luego correspondí a su abrazo

—No olvidé lo protector que solías ser cuando éramos niños —añadió Verónica, en un hilo de voz que apenas alcancé a oír.

—No quiero dañar el momento... —murmuré—. Pero en serio tengo hambre.

Ella me soltó finalmente, por lo que salí de su habitación y ella cerró la puerta tras de mí una vez que estuve fuera.

¿Qué carajos acababa de pasar?

Primero ofreció a las chicas arreglarse con ella para ir a un funeral, luego nos pidió tregua, confianza y hasta me abrazó.

Esa semana sí que había estado loca.

Bajé al comedor y me senté entre Joey y Matthew; esa noche Martha cocinó una lasaña que olía de maravilla, por lo que no vacilé en servirme un buen trozo. Ya todos habían comenzado a comer, sólo faltaba Verónica por unirse a la mesa, quien no tardó en llegar.

—Permiso — dijo entrando en el comedor—. Buen provecho.

—Igual —contestamos todos.

Verónica se sentó en el extremo de la mesa, donde habitualmente lo hacía y jugó un poco con su tenedor—. Perdón— dijo, en un tono casi inaudible.

— ¿Disculpa? —dijo la tía Oriana confundida, pues apenas se pudo escuchar lo que dijo Verónica.

—Dije que lo siento —repitió Verónica, levantándose en su puesto—. No he sido una buena anfitriona desde que llegaron, los he tratado mal y muchas veces no les hablé como debía.

—No tienes que disculparte, querida —dijo la tía Oriana tomando su mano.

Verónica se sentó de nuevo.

—Entendemos por lo que estás pasando y sabemos que no es fácil lidiar con todos los cambios repentinos de tu vida, en especial los que hizo mi padre —dijo mi mamá.

—Sabemos que tu comportamiento no ha sido intencional —añadió el tío Xavier—. Eres una adolescente, tus hormonas están a flor de piel.

—Sí, pero no... —murmuró Verónica.

—No digas nada —interrumpió mi madre—. Hagamos como que no pasó.

Verónica asintió en silencio, llevándose un bocado a la boca—. ¿Qué tal va la empresa? —preguntó a Maddison.

—Mejor hablemos de otra cosa.

— ¿Por qué?

—Pues tus adorados suegros dicen que habían firmado con Alberto un acuerdo que los dejaba al mando de la empresa durante el tiempo en que la lectura del testamento se llevara a cabo, y como será dentro de tres meses estarán al mando ese tiempo.

— ¿Es en serio? —cuestionó mi madre.

—Eso es imposible —añadió el tío Xavier al mismo tiempo.

—Claro que lo es, el abuelo jamás haría algo como eso —concordó Verónica—. Entiendo que dejara la empresa a cargo de Evan, ¿Pero de los Ray?

—Así parece —afirmó Maddison—. Ellos me enseñaron el acuerdo firmado, y todo se ve legal.

— ¿El abogado de papá hizo ese acuerdo? —interrogó la tía Oriana.

Madisson negó con la cabeza—. Al parecer lo hizo el abogado de los Ray.

—Mi abuelo nunca firmaría algo que no fuera hecho por Evan, y mucho menos si no nos beneficia —aclaró Verónica—. Además, mi abuelo no era cercano a mis suegros para hacer algo así.

—Pues al parecer sí —reafirmó Maddison—. ¿Puedes hablar con ellos? Para ver si así no hacen tantos cambios.

—Yo me encargo —accedió Verónica—. Pero será el lunes, mañana saldrán de la ciudad.

— ¿Estás segura? —cuestionó Maddison con incredulidad, frunciendo el ceño.

Verónica asintió—. Patrick me dijo hoy que irían a la casa de un tío o algo así.

—Es extraño, ellos convocaron una reunión mañana —anunció Maddison.

Verónica se quedó callada unos instantes—. Bueno... Tal vez cancelaron sus planes.

El celular de Verónica sonó por lo que ella vio la pantalla, dio un suspiro y volvió a colocarlo sobre la mesa.

¿Sería Patrick? ¿O un mensaje de nuestro queridísimo V?

—Cambiando de tema —intervino el tío Xavier—. ¿Vieron lo del joven asesinado que encontraron en su instituto?

—En primera plana —dijo Sabrina—. Nosotras lo conseguimos.

¡Woah! —Espetó el tío Xavier—. No me imagino que debió ser esa horrible escena.

—Es lo más horrible que he visto —aclaró Verónica.

—Te vi en las noticias —dijo mi madre, refiriéndose a Verónica—. Te veías como toda una diva evadiendo a la prensa.

—Años de práctica —añadió Verónica—. ¿La policía no les ha dicho nada con respecto a lo del abuelo?

Mi madre negó con la cabeza.

—De hecho, a mí me llamaron —agregó el tío Xavier—. Tienen la teoría de que el asesinato de papá y el de ese joven están conectados.

— ¿Por qué pensarían eso?— preguntó Maddison.

—Al parecer ese chico trabajó aquí la noche de la fiesta —continuó el tío Xavier—. Dicen que el hecho de que no lo habían interrogado aún y repentinamente aparece muerto les resulta sospechoso, de alguna forma.

—Mañana es su entierro —informó Courtney—. Y el director del instituto hizo un comunicado donde dice que las del equipo de porristas y los del equipo del colegio debemos asistir uniformados.

— ¿Debemos? —interrogó mi madre.

—Sí —asintió Courtney animosa—. Sabrina y yo entramos al equipo.

— ¡Felicidades! —exclamó la tía Oriana.

—No fue tan difícil, Verónica es la capitana del equipo —dijo Sabrina.

—Sí, pero ustedes se ganaron el lugar —aclaró Verónica—. Son talentosas.

Me ahogué con un pequeño trozo de lasaña, por lo que intenté pasarlo con un sorbo de vino.

¡Paren todo! ¿Acaso Verónica estaba adulando a alguien que no era ella?

Creo que el alcohol —y tal vez las drogas—, me tenían un poco mal. Debía dejarlas por un tiempo.

Debía...

Verónica se despidió de todos y posteriormente abandonó el comedor. Después de cenar subí con los chicos a la habitación de Courtney y Sabrina, donde en un rato de risas y recuerdos surgió la conversación acerca del raro comportamiento de Verónica.

—Yo creo que está fingiendo —dijo Courtney.

—Ella misma lo dijo cuando habló con Maddison —añadió Sabrina—. Nunca se disculpa.

—Yo la vi arrepentida —difirió Matthew.

—A mí no me convence mucho —aclaró Joey.

—Primero nos trata de la patada, tal cual como si fuésemos... No sé la verdad, ni a los animales se les debe tratar así —dijo Courtney.

—Lo que sea —añadí, dando una calada de mi cigarrillo y exhalando el humo por la ventana—. Es mejor tener las cosas calmadas, seguimos desconfiando y ya está, no hay problema.

—Espero que no dejes el cuarto apestando a tu asqueroso hábito —gruñó Courtney.

—Tranquila Einstein —espeté—. Por algo estoy junto a la ventana.

—No me importa, pero le importará a mamá cuando se entere.

— ¿Y le dirás tú?

—No empiecen —añadió Sabrina—. Acabaron las peleas con Verónica, no peleen entre ustedes.

—Tranquilo hermanito, ¿De qué serviría que mi madre se enterase si no podría sacarle provecho a tu secreto?

Apague el cigarrillo y lo arrojé por la ventana—. ¿De verdad crees tenerme en tus manos? —dije, caminando hacia la puerta.

—Siempre lo hago.

—Primero muerto que deberte algo —sentencié, saliendo de la habitación.

***

— ¿Tampoco puedes dormir? —preguntó una voz femenina, provocando que por poco apagara mi cigarro del susto.

Era Maddison, quien estaba entrando a la cocina. Negué con la cabeza; Maddison agarró un vaso y lo llenó de agua—. No sé qué me pasa esta noche.

—Debe ser el estrés de estos días —insinuó Maddison—. Entre la muerte de tu abuelo, la policía rondando por la casa y el cambio de ambiente entre tu ciudad y Rosefield te deben de estar quitando el sueño.

—Tal vez sea eso.

El reloj de la cocina marcó las dos y cuarenta minutos de la madrugada. Por alguna razón esa noche no logré conciliar el sueño, por lo que estaba en la cocina tomándome un vaso de leche mientras fumaba un cigarro para relajarme.

— ¿Quieres un poco? —le ofrecí de mi humeante cigarro.

Ella negó con la cabeza y bebió un sorbo de su agua—. No fumo, gracias.

—Se supone que yo tampoco, así que por favor no le digas a mi madre —pedí, en tono de súplica—. Me mataría si se entera.

Ella se mofó ante mi comentario, después del cual guardamos unos instantes en silencio mientras veíamos el patio de la villa a través de la ventana de la cocina.

—Nunca imaginé que Alberto se quisiera suicidar —admitió, rompiendo el silencio—. Y mucho menos que alguien quisiera hacerle daño.

—Ya sabes lo que dicen: tanto dinero y poder puede traer consigo odio y envidia.

—Lo sé, pero tu abuelo era tan buena persona —dijo, posando su mano sobre el dorso de la mía—. Digo: donaba tanto a caridad, arregló tantos espacios de Rosefield era tan buena gente... No puedo creer que alguien le haya matado, y menos que siga libre. Pero ya no hablemos de eso — sugirió—. Cuéntame de ti.

—No hay mucho que contar —dije—. Terminé hace un año el instituto y me tomé un tiempo para mí.

— ¿Eso es todo? —Cuestionó frunciendo el ceño, recostándose de la encimera de mármol sobre la que yo estaba sentado—. Vamos, eres un Altamira: la lotería en dinero y genética —llevó su mano derecha a mi cabello y lo revolvió—. Debiste tener a las chicas locas por ti en el instituto —agregó, jugando con su dedo índice sobre el dorso de mi mano.

—Puede ser —dije con tono sarcástico, pues tenía razón—. Pero no conseguí a la que realmente me moviera el piso.

—No te apresures —dijo—. Mira a Beyoncé y a Jay Z, tal vez la que te mueva el piso no ha nacido... O nació antes que tú —llevó su rojizo cabello hasta detrás de sus hombros.

Me ruboricé y Maddison lanzó una pequeña risa coqueta—. Puede ser —dije finalmente.

— ¿Qué quieres estudiar?

—Estoy entre derecho y medicina.

—Los doctores y los abogados son tan sexys —dijo en tono coqueto.

—Sí, bueno, yo... —balbuceé nervioso.

¿Desde cuándo una chica causaba eso en mí?

Bueno, a decir verdad Maddison estaba como quería: era pelirroja, tenía unos increíbles y naturalmente rojos labios, su piel era blanca y delicada, esos ojos esmeralda intensos, acompañado con inteligencia, sensualidad y un buen cuerpo.

—Voy a subir —informó, lavando el vaso donde tomó agua al tiempo que me pedía el mío.

—Subiré de una vez contigo —dije, entregándole mi vaso.

Después de que Maddison lavó los vasos apague la luz y salimos de la cocina; por alguna razón la acompañé la habitación del abuelo. Ella se detuvo en el umbral de la puerta, tomó mi mano y me miró a los ojos.

—Yo aún no me voy a acostar, y estoy muy aburrida, ¿Quieres pasar? Tal vez podamos divertirnos un rato —me invitó, esbozando una sonrisa pícara en sus labios naturalmente enrojecidos mientras jugaba con el tirante de su bata de seda negra.

Eché un vistazo por el pasillo y volví a examinar su aspecto—. Claro— asentí con la cabeza.

Después de todo no tenía sueño

***

Verónica.

— ¿A dónde vamos? —pregunté a las siluetas que apenas lograba ver en los asientos delanteros.

—Daremos un paseo —dijo una voz masculina proveniente del puesto del piloto.

Intenté ver por la ventana desde el asiento del medio, donde me encontraba con el cinturón de seguridad puesto; algunas gotas de agua estaban haciendo competencias en los vidrios del auto. Era una noche lluviosa y nublada —más que de costumbre—, la luna lucía más llena que nunca.

¿A dónde íbamos?

Ciertamente no lo sabía, pero estaba ansiosa por llegar.

¿Nunca se han sentido como si estuvieran fuera de sí?

Estaba teniendo una de esas noches, y lo único que quería era olvidar lo acontecido los últimos días.

— ¿Qué es eso? —dijo una voz femenina perteneciente al copiloto.

—No lo sé —dijo la voz masculina.

— ¡Es un animal! —exclamó la voz femenina—. ¡Frena!

— ¡Eso intento! —gritó la voz masculina.

Luego de un brusco movimiento el coche dio un par de vueltas, lo único que podía escuchar eran gritos, sintiendo un repentino golpe fuerte.

— ¡Dios! —jadeé sentándome en mi cama, llevando una mano a mi pecho para asegurarme de que mi corazón seguía latiendo.

Mi estómago dio un vuelco y mi frente estaba empapada de sudor.

Todo había sido un sueño.

Un sueño de aquella horrible noche hace trece años, cuando iba en el auto con mis padres y tuvimos el accidente donde perdieron la vida.

***

— ¿Dónde dormiste anoche? —interrogó Joey a mis espaldas, con un tono de voz casi inaudible.

Miré de reojo para darme cuenta de que la pregunta era para Louis.

— ¿De qué hablas? —Preguntó Louis, manteniendo el mismo tono de voz que Joey—. En nuestra habitación, al igual que ustedes.

—Anoche me levanté y no te vi —insistió Joey.

— ¡Shhhhhhh! —Chistó Emma, quien estaba a mi derecha en formación—. Estamos en un cementerio, ¿Pueden cerrar la boca? —Emma se volvió hacia a mí nuevamente—. No sé a qué vinieron tus primos —me susurró.

—Vinieron a apoyar —aclaré—. Después de todo ellos también estudian en el West Coast, ¿No?

—Tienen como dos días en el instituto —reprochó Emma—. ¿Qué tanto les puede importar un cuatro ojos?

—No te expreses así de Adam —reclamé—. Él no merecía esto... Nadie merece esto.

—Lo dice la que le rompió sus lentes —atacó Emma sagazmente.

—Eso fue el lunes —me defendí.

—Igual, pues... —dijo Emma

— ¡Shhhhhh! —Nos chistó Joey— Estamos en un cementerio, ¿Pueden cerrar la boca? —nos ordenó en tono burlón.

Miré de reojo la mueca que hizo Joey: había puesto la cara de una forma extraña, sacándole la lengua y su dedo de en medio a Emma, quien suspiró y blanqueó sus ojos en su dirección, pero al volver a mirar al frente esbozó una diminuta sonrisa. Estábamos en el cementerio dándole un último adiós al cuerpo de Adam.

Era horrible saber que V estaba detrás de su asesinato.

La culpa me consumía al saber que tal vez estábamos ahí por mi culpa, al igual que la de mis primos. Pero era peor no poder decir nada por temor a lo que nos podía pasar, porque si así actuó con Adam... No quería imaginarme qué haría con nosotros.

Desde el primer mensaje dejó en claro que éramos su principal objetivo.

Entre toda la gente con caras largas, llorando o en shock por la escena que estábamos contemplando logré divisar al detective Campbell, quien me estaba clavando los ojos. Bajé la mirada con incomodidad, centrándome en el ramo de tulipanes que había ordenado el día anterior en Flowers Art.

Cuando el sacerdote que estaba dando la misa finalmente la culminó, los sepultureros procedieron a bajar la urna de caoba, por lo que las personas se acercaron a arrojarle flores conforme iba descendiendo.

Saqué uno de los tulipanes y le di el ramo a Emma, quien sacó un tulipán y se lo pasó a Rachel, y así sucesivamente; me acerqué al hueco y arrojé el tulipán encima de su urna; una lágrima se me escapó por el rabillo del ojo.

—Lo siento —susurré, contemplando unos segundos la urna.

— ¡Ha sido tu culpa! —Gritó una señora del otro lado de la tumba—. ¡No creas que no estoy al tanto de que molestabas a mi hijo!

Sí, se trataba de la madre de Adam

—Cálmate mujer —pidió un hombre a su lado, el cual era su esposo.

— ¡¿Cómo quieres que me calme?! —Gritó la señora—. ¡Por su culpa nuestro hijo está muerto!... ¡Eres una asesina!

Quedé en shock, por lo que el detective Campbell me tomó del brazo y me llevó con él.

—Señorita Altamira, ¿Tiene algo que decir acerca de lo que acaba de pasar? —preguntó la odiosa reportera.

—La señorita Altamira no tiene nada que decir —respondió el detective Campbell, apartando a la reportera y a su camarógrafo con la mano derecha.

—Lo que faltaba, que me lleve como una criminal —reclamé, recostándome en su auto.

—Necesitaba hacerle unas preguntas —dijo, sacando una pequeña libreta y un bolígrafo—. Sólo son de rutina, por lo que podemos hacerlas aquí.

—No des más rodeos, ¿Qué quieres Campbell?

— ¿Por qué no mencionaste ayer que le rompiste los lentes el día lunes a Adam?

—Porque no me lo preguntó. Además, ¿Qué puede importarle un drama estudiantil?

—Mucho —respondió—. Estamos hablando de un caso de asesinato.

Respiré hondo y blanqueé mis ojos—. Corrí porque estaba huyendo del director, Adam venía en dirección contraria y chocamos, empapándome con café... Sí, reaccioné mal.

— ¿Dónde estabas el jueves entre las ocho y las nueve de la noche?

—No parecen preguntas de rutina, Campbell —cuestioné, cruzándome de brazos.

—Si te sientes incómoda podemos ir a la comisaría —sugirió.

— ¿Para que me sigas tratando de asesina?

—No digo que hayas sido tú —aclaró Campbell—. Pero por tu reacción parece que sabes más de lo que dices.

— ¿Cómo quiere que reaccione? Si hasta con mi abuelo me trató de asesina.

— ¿Todo en orden? —preguntó Ethan, posicionándose detrás del detective.

—Claro —contestó Campbell.

—Por la expresión de Verónica me parece que no es así —dijo Ethan, cruzando sus brazos sobre su pecho.

—Sólo estoy haciendo mi trabajo.

— ¿Acosar adolescentes? —dijo Ethan sarcásticamente—. Creo que eso no se ve nada bien en su trabajo, detective.

— ¿Y usted? —Preguntó Campbell—. ¿No debería de estar revisando los neumáticos? O mejor aún, esperando detrás de un volante.

—Lo que sea —dije caminando hacia Ethan—. Sus preguntas las responderé con mi abogado en su oficina —sentencié, tomando a Ethan del brazo y abandonando el lugar.

—Pensé que querías saber —dijo Campbell logrando captar mi atención, por lo que volteé a mirarlo de nuevo—. La persona que mató a Adam le marcó la letra V en su pecho con una yerra.

— ¿Qu-qué es una ye-yerra? —balbuceé frunciendo el ceño.

La mandíbula me temblaba, mientras hacía el intento de no mostrar lo nerviosa que estaba.

—Es con lo que marcan al ganado —respondió Ethan.

Tragué saliva tan fuerte que lo hice audible—. ¿Por qué tan nerviosa Señorita Altamira? —interrogó Campbell.

—No lo estoy —negué con la cabeza—. Vámonos Ethan —agregué, caminando en dirección a los chicos.

—Nos vemos mañana a las dos en la comisaría —informó Campbell—. Claro, con su abogado.

— ¿Un domingo? —pregunté con incredulidad, frunciendo el ceño.

—El crimen no descansa.

—Ahí estaré.

***

—Los Ray's no salieron de la ciudad —informó Maddison.

Mientras todos cenaban con normalidad, yo jugaba con el tenedor y la lechuga de mi ensalada. No podía parar de pensar en lo que me había dicho Campbell, en como V había dejado su horrible marca en Adam.

—No he hablado con Patrick en todo el día, tal vez le marque en un rato —dije finalmente.

— ¿Estás bien? —Curioseó la tía Oriana, quien estaba sentada a mi derecha—. Te noto distraída.

Asentí con la cabeza—. Sólo... no tengo mucho apetito.

— ¿Qué dijeron en esa reunión? —preguntó el tío Xavier a Maddison.

—Que a partir del lunes habrían cambios en la política de la empresa —informó Maddison, quien dio un sorbo a su soda y continuó—. Creo que lo más prudente sería que ustedes tres como hijos deberían de presentarse a ver qué está pasando —sugirió a mis tíos.

—El lunes a primera hora iremos contigo —dijo mi tía Aurora.

—Permiso —dije, levantándome de la silla.

— ¿A dónde vas? —Preguntó el tío Xavier—. Apenas y tocaste la comida.

—No tengo hambre. Que disfruten la cena, me retiro.

Salí del comedor y me dirigí hacia el patio, donde me acosté en una de las sillas reclinables junto a la piscina, saqué el celular de mi bolsillo y me dispuse a llamar a Patrick, quien no me contestó.

¿Seguía en Rosefield o se fue luego de la reunión en Altamira's Group?

Sólo había una solución para mi duda.

Buenas noches, casa de los Ray, ¿Con quién desea hablar? —Dijo Prudence al otro lado de la línea.

Ella era su ama de llaves.

— ¡Prudence querida! —saludé animosa—. ¿No está Patrick? Su teléfono me suena apagado.

No se encuentra cariño, él salió hace un rato.

— ¿Me puedes comunicar con Diane? Por favor.

— ¡Enseguida!

¡Verónica, Cariño! —Exclamó Diane al otro lado de la línea—. ¡Me alegra oírte!

— ¡Diane! —saludé—. ¿Cómo estás?

Yo estoy bien. ¿Y tú?

—Bien gracias, ¿No sabes dónde está Patrick?

¿Patrick? —preguntó confundida—. Él me dijo que iría a tu casa, salió hace un rato.

—Tal vez viene manejando —dije, cuando claramente sabía que no iría—. Sabes lo juicioso que es al no usar el teléfono mientras conduce.

Sí, tal vez esté por llegar —dijo convencida.

—Hasta luego, disculpa por molestarte —me despedí.

No es molestia querida, luego hablamos para lo del cumpleaños de Patrick, recuerda que es el próximo sábado.

— ¡¿Cómo olvidarlo?! Nos estamos viendo, hasta luego

Colgué la llamada.

Coloque el celular sobre mi pecho con mis brazos cruzados sobre él mientras contemplaba las estrellas por unos instantes, pues fui interrumpida por el vibrar de mi celular, y como lo temí, era un mensaje de V.

De: Blocked ID
720 Washington avenue, piso 3, habitación 35. No digas que no te ayudo perra.
XOXO.
V.

Miré el mensaje confundida.

¿Qué había en ese sitio?

Volví a marcarle a Patrick, quien esa vez no tardó en contestar.

Verónica, amor, ¿Cómo estás? —saludó.

No sonaba como si estuviera conduciendo.

— ¡Hola amor! ¿Cómo te fue en el viaje?

Llegamos bien, el tío Earl nos recibió con una barbacoa, estamos junto a una fogata, mis primos están intensos.

—Me alegro amor —una lágrima recorrió mi mejilla.

Me mintió.

¿Qué tal las cosas en el cementerio?

—Intensas: mucha gente llorando y la madre de Adam me acusó de asesinarlo.

No podría ni imaginármelo... Realmente quiero seguir charlando, pero mi madre insiste en que vuelva.

—Salúdamela amor.

FIN DE LA LLAMDA

Patrick me mintió.

Jamás me había sentido tan engañada.

Volví a leer el mensaje de V con esa extraña dirección, por lo que acudí a Ethan para que me llevara, quien accedió de inmediato.

— ¿Puedes decirme a dónde me llevas? —interrogó, viendo el mapa en la pantalla del auto.

—Tú sólo conduces. Voy a buscar algo a la dirección que te di.

— ¡Rayos! —Exclamó estacionando el auto—. Si querías hacer algo conmigo me habría conformado con la villa.

—No seas estúpido —dije, golpeando su hombro—. ¿Estás seguro de que es aquí?

Él asintió con la cabeza.

—Si no vuelvo en veinte minutos vas a buscarme, estaré en la treinta y cinco.

—Está bien —accedió.

Bajé del auto y leí el letrero: Venus Hotel.

Entré al vestíbulo: las paredes blancas del lugar contrastaban a la perfección con los sillones de cuero negro, al igual que con la alfombra color vino que se extendía por todo el sitio. En el mostrador había una chica que vestía uniforme de oficina, su cabello azabache estaba atado en una coleta de caballo y tecleaba algunas cosas en su computadora, reflejando su pantalla en el cristal de sus lentes de lectura.

— ¡Bienvenida al Venus Hotel! —dijo al notarme, esbozando una enorme sonrisa—. ¿Puedo ayudarla en algo?

—Sí, vine a visitar a alguien.

— ¿Tiene el nombre de la persona?

—La habitación es la número treinta y cinco —dije—. Es mi novio, estamos celebrando nuestro aniversario.

—Pues... ¡Felicidades! —exclamó—. Ya le aviso que llegó.

— ¡No no no! —Dije, negando repetidas veces con la cabeza—. Yo subo, quiero sorprenderlo.

—Está bien, pase adelante.

Caminé por el pasillo hasta el ascensor, encontrándome con un carrito de limpieza que tenía —entre todas sus cosas—, una tarjeta maestra que tienen las mucamas que sirven en todas las puertas, por lo que la agarré y subí al ascensor.

Piso tres, habitación treinta y cinco

Pegué mi oreja en la puerta logrando escuchar unos sonoros gemidos, por lo que confundida y asqueada abrí la habitación despacio, intentando hacer el mínimo ruido al introducirme en ella: justo enfrente de la puerta había un espejo con una pequeña mesita y un florero sobre ella. Los gemidos se hacían más sonoros; agarré el florero y caminé hasta el lugar de donde provenían los quejidos.

— ¡Ho-ly-shit! —Espeté, dejando caer el florero al suelo—. Ahora todo tiene sentido. 

***

GLOSARIO.

Beyoncé: es una cantante, compositora, actriz, modelo, diseñadora de moda, filántropa y empresaria estadounidense.

Jay Z: es un rapero, productor, empresario y, ocasionalmente actor estadounidense. Es uno de los artistas de hip-hop más exitosos económicamente en Estados Unidos y mundialmente.

Yerra: ​​es un acontecimiento durante el que se realizan varias tareas propias del campo. La principal, es la marcación del ganado orejano, que se hace con un hierro al rojo sobre el cuerpo del animal.

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