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VIII. el chico que Vio todo.

Verónica

— ¿En qué estábamos? —cuestionó Patrick, quien estaba desnudo sobre mi cama.

Él estaba acostado de lado: tenía pierna izquierda flexionada y la derecha reposando sobre la cama. Sus labios sonreían con picardía y sus ojos me miraban con deseo, mientras que su mejilla estaba apoyada sobre su puño izquierdo cerrado.

Mis sábanas cubrían su ingle.

Las cortinas estaban cerradas y las luces apagadas, pero a pesar de ello la habitación no estaba del todo oscura: habían algunas velas aromáticas esparcidas por el lugar, al igual que un camino de pétalos de rosas rojas que iba desde la puerta hasta la cama.

— ¿Qué es todo esto? —cuestioné, mirando a mi alrededor.

— ¿Te lo explico con teoría o práctica? —preguntó Patrick, agarrando su teléfono.

Inmediatamente comenzó a sonar una canción de The Weeknd en mi Homepad, por lo que Patrick se levantó de la cama y caminó en bóxer hasta mí. Mordí mi labio inferior en un intento por contener la risa cuando —sin aviso previo—, él me cargó y me llevó hasta la cama, dándome un beso corto una vez me acostó sobre ella.

Busqué con mis manos mientras me besaba su celular, y una vez que lo conseguí con la derecha abrí los ojos para detener la música.

— ¿Qué sucede? —preguntó Patrick, despegándose de mí y quitándome su teléfono.

—Eso te pregunto yo a ti —dije, sentándome en la cama—. Te pregunté qué es todo esto y lo único que hiciste fue besarme.

— ¿Realmente quieres que te diga los que estamos a punto de hacer?

—Estábamos —corregí.

— ¿Cómo que "estábamos"?

—Te dije que no estoy de ánimos —recalqué.

—Ya, pero eso fue temprano.

—Me humillé ante la prensa y los invitados discutiendo con mi familia, mi abuelo trató de suicidarse y alguien lo asesinó en el intento, tuvo dos funerales y literalmente acabo de enterrarlo —contabilicé los hechos con mis dedos—. ¿Realmente crees que tengo ánimos para acostarme contigo?

—Sólo estaba tratando de hacer algo lindo por ti —aclaró Patrick.

— ¿Algo lindo? —cuestioné sarcástica—. ¿Crees que tener sexo después de enterrar a quien literalmente fue mi padre durante trece años es algo lindo?

—No quería que la situación te consumiera.

—Pues lamento haber arruinado tu intento tan romántico de tener sexo conmigo después de dejarme tirada en el entierro de mi abuelo —dije sarcástica.

— ¡Dejé que fueras sola para comprar todo esto! —espetó molesto, refiriéndose a las rosas y las velas con las que ambientó el lugar.

—Puto egoísta de mierda —pensé en voz alta.

— ¿Egoísta yo? —cuestionó, viéndome con las cejas fruncidas y sus ojos grises clavados en mí—. No puedo creer que digas eso —agregó, comenzando a colocarse sus jeans claros.

— ¿No puedes creer que diga que eres egoísta porque antes del testamento continuaste intentando de acostarte conmigo a pesar que te pedí varias veces que te detuvieras? —Cuestioné, mirándolo de arriba abajo mientras se colocaba su camisa roja—. ¿Sabías que a pesar de que seamos pareja estabas intentando abusar de mí?

—Tampoco exageres Verónica —dijo, atando los cordones de sus deportivos negros—. Sabes perfectamente que no estoy tan desesperado.

— ¿Estoy exagerando? —Él asintió en respuesta—. ¡Vete a la mierda! —grité, arrojándole una almohada.

Patrick agarró su chaqueta, celular y las llaves de su auto antes de salir de mi habitación, dejándome dentro de ella enfadada.

¿A quién se le ocurría tener sexo después de un entierro?

***

Unas horas más tarde desperté luego de tomar una siesta, dándome cuenta de que eran las ocho de la noche: me di una ducha y salí de la habitación, dejando mi celular sobre mi cama. Me dirigí hacia la cocina donde me encontré a Martha —el ama de llaves—, lavando los trastes.

¡Hmm hmm! —aclaré mi garganta, captando su atención.

— ¡Martha cariño! —saludé enérgicamente, dándole un abrazo.

— ¡Señorita Verónica! —Saludó de vuelta— ¿Cómo está hoy?

— ¡Ay Martha! ¿Cuántas veces debo recordarte que me digas Verónica? Eres parte de la familia, yo estoy bien, ¿Y usted?

—Discúlpame Verónica, estoy bien, ¿Estás segura de que tú lo estás?

—Estoy tranquila —dije mientras me sentaba en la encimera de mármol negro. Agarré una manzana del cesto de frutas y le di una mordida—. ¿Ya todos cenaron?

—Sí, creo que les encantó mi pollo thai —dijo con aires de suficiencia.

— ¿A quién no le gusta tu pollo thai? —cuestioné, dándole otra mordida a mi manzana.

Ella sonrió ante mi halago—. Que no dejen nada en el plato es la mejor forma de demostrarlo —dijo, tallando un sartén con la esponja—. Cuando la cena estuvo lista fui a su habitación para avisarle, pero estaba dormida con tanta tranquilidad que no quise despertarla.

—Gracias por no hacerlo —dije, ofreciéndole una sonrisa.

— ¿Quiere que le caliente la cena de una vez?

Negué con la cabeza ante su ofrecimiento—. Con esta manzana estoy bien.

—Pues no puedo estar más en desacuerdo, apenas has comido desde lo ocurrido —dijo, con tono de regaño.

—Comeré algo más tarde.

— ¿Cómo puedo confiar en usted? —preguntó, cerrando el grifo.

— ¿Alguna vez te he dado motivos para no hacerlo? —cuestioné. Martha frunció el ceño y me miró directo a los ojos, mientras secaba sus manos con una toalla azul—. No me respondas.

Ella negó con la cabeza y se mofó—. Voy a calentarle la comida entonces.

—De hecho... —murmuré, quedando pensativa durante un par de segundos—. Olvídalo.

— ¿Ocurre algo?

Negué con la cabeza en respuest00a—. Es que me da pena pedírtelo.

—Verónica, literalmente limpiaba tu cama cuando te orinabas en ella y cuando te llegó tu primer período, ¿Realmente hay pena entre nosotras?

Me mofé ante su comentario—. Bueno, ¿Sería muy desconsiderado de mi parte si te pido que me hagas una pasta primavera?

Ella respiró hondo y se cruzó de brazos—. Es extremadamente desconsiderado, pero a pesar de que tengo honestamente tengo flojera de hacerla se la prepararé —dijo, buscando algunas cosas en la nevera.

Tiré el corazón de la manzana en el bote de basura.

— ¿Puedo preguntarte algo?

— Lo que sea —dije, asintiendo con la cabeza.

—Es que no sé cómo preguntar sin sonar descortés.

—No importa.

Ella se quedó mirando las cosas que había puesto en la encimera de mármol central en silencio durante un par de segundos—. ¿Cuánto tiempo se quedarán tus tíos? —preguntó finalmente.

—Noventa días.

— ¡¿Qué?!

— ¡Shhhh! —llevé mi dedo índice al centro de mis labios—. Órdenes del abuelo.

— ¿Estás bromeando? —Preguntó, frunciendo el ceño.

—Créeme que nada quisiera más que se fueran mañana mismo —dije—. Pero mi abuelo lo pidió en su testamento.

—Y cuéntame... —dijo—. ¿Cómo fue ese baño de sangre?

—Justo eso: un baño de sangre. Para poder saber qué nos toca tenemos que pasar noventa días conviviendo jugando a la maldita familia feliz en esta villa.

— ¡Es increíble! Definitivamente Don Alberto estaba... —se detuvo en seco.

— ¿Loco? —Pregunté, completando sus palabras—. Puedes decirlo.

Se sonrojó—. Verónica, yo no...

—No importa —interrumpí—. Yo también pensé lo mismo cuando pasó lo que pasó, y cuando vimos este vídeo de testamento.

— ¿Dejó el testamento en vídeo? —curioseó, encendiendo una de las hornillas de la cocina.

Asentí en respuesta, bajándome del mesón y encaminándome al salón de las escaleras—. Tengo que ir a hacer algo. ¿Puedes subirme la pasta cuando esté lista?

— ¡Tranquila! —accedió.

—Y pones unos cuantos panes de ajo.

Salí de la cocina en dirección a las escaleras: al pasar por la puerta de cristal que daba hacia el patio me llamó la atención ver a alguien sentado en la orilla de la piscina, dándole la espalda a la casa. Salí al patio y de forma sigilosa me acerqué: cuando estuve lo suficientemente cerca que salté justo detrás de la figura masculina y grité fuerte.

— ¡Mierda! —gritó el chico, resbalando y cayendo dentro de la piscina.

Estallé en carcajadas.

— ¿Qué acabas de hacer? —dijo Ethan, volviendo a la superficie.

—Te veías acalorado, sólo quería refrescarte —dije entre risas.

Ethan cogió impulso con sus brazos y salió de la piscina, posicionándose tan cerca de mí que nuestras respiraciones se encontraron: me miró fijamente a los ojos esbozando una sonrisa llena de malicia, acto seguido se sacudió como un perro.

— ¡¿Qué haces?! —Reclamé, usando mis brazos como un escudo—. Me vas a mojar.

—Y no precisamente con esta agua —dijo, refiriéndose a la piscina—. Tú comenzaste el juego y yo lo terminaré.

Me abrazó fuerte y saltó de vuelta a la piscina, llevándome con él.

Nadé de forma desesperada hacia la superficie—. ¡¿Qué mierda te pasa?! —grité, tomando una bocanada de aire

Ethan me abrazó nuevamente, mientras que yo lo golpeaba en el pecho tratando de soltarme.

—Te vi acalorada, sólo quería refrescarte —dijo en tono burlón, esbozando una sonrisa pícara.

—Sólo es chistoso cuando yo lo digo —dije, blanqueando mis ojos.

—No, creo que en mi hace más gracia.

— ¿Me puedes soltar? —le pedí.

—Di la palabra mágica —dijo con tono burlón, lamiendo su labio inferior.

— ¿Me puedes soltar? Por favor.

— ¿Y qué si no quiero?

El silencio reinó en el lugar.

Ethan miraba fijamente mis ojos, nuestras respiraciones se unieron.

Ya era de noche, por lo que hacía frío y el hecho de que me abrazara no se sentía tan mal, y tenerlo tan cerca no me incomodaba.

De hecho, me sentía con tanta confianza.

Ethan retiró con su mano derecha el cabello de mi rostro llevándolo hasta detrás de mis orejas, mientras se acercaba de a poco a mi cara viendo fijamente a mis labios. Me quedé inmóvil viendo como estaba cada vez más cerca, sintiendo seguridad estando entre sus brazos.

Cerré mis ojos y sin oponerme ante lo que iba a pasar.

— ¡Hmm hmm! —una voz masculina aclaró su garganta.

Escuché algo caer al suelo. Ethan me soltó enseguida.

— ¿Interrumpo algo? —preguntó Patrick con claro enfado.

—Pa-patrick —balbuceé, nadando hacia la orilla—. No-no es lo que parece —agregué, saliendo de la piscina.

— ¿No? —Dijo, llevándose las manos a sus caderas—. ¿Y qué es lo parece según tú? —añadió, dándome la espalda y caminando de regreso a la casa.

—Patrick— lo detuve, agarrándolo del brazo—. ¡No es lo que parece!

— ¡No! —Gritó— ¿Qué habría pasado si llego después? De seguro te habrías acostado con él luego de negarte a hacerlo conmigo.

Mi ritmo cardiaco aumentó gracias al enojo latente en mi interior, al igual que mi temperatura corporal se volvió cálida, provocando que —de forma impulsiva—, le diera una fuerte bofetada.

— ¡A mí no me trates de zorra! —Dije, golpeando su pecho con mi dedo índice derecho—. ¿Me vas a tratar de infiel a mí?

El mantuvo su mano derecha en el lugar donde lo golpeé—. ¿Qué estás queriendo decir?

—Digo que yo no soy la que me cancela los planes por mis padres o Nolan.

—Sabes perfectamente que Nolan es como mi hermano —se excusó.

—Sí, pero a veces siento que lo usas como excusa para pasar de mí —reproché—. ¿Te estás viendo con otra?

— ¡Por Dios Verónica! —espetó—. Déjate de estupideces.

— ¿Estupideces le dices? —Pregunté con ironía—. ¡Claro! Es una estupidez que en semanas no hayamos salido juntos, es una estupidez que me cancelaras para una cena importante, ¡Es una estupidez que no me hayas acompañado hoy a enterrar a mi padre! —sentí como mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.

—Basta, ¿Sí? —pidió—. Hablemos de esto después, no quiero que digamos cosas de las cuales nos podremos arrepentir —agregó, dándome la espalda y caminando de vuelta a la casa.

— ¡Claro! —grité—. ¡Huye como siempre!

Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro, provocando que de a poco rompiera en llanto. Una húmeda mano se posó en mi hombro derecho, causando que diera un pequeño salto de la impresión.

—Todo esto es tu maldita culpa —recriminé a Ethan, señalándole con mi dedo índice en su pecho.

—No creí que nos interrumpirían —se excusó—. Y menos que quien lo haría sería tu novio.

—Sólo vete de aquí —dije con voz quebrada, lágrimas corrían por mis mejillas.

—Escúchame —me tomó del brazo, atrayéndome contra su cuerpo—. Si ese imbécil no te creyó es muy su problema —añadió—. No estábamos haciendo nada malo. No llores por inseguridades ajenas.

— ¿No estábamos haciendo nada malo? —Pregunté sarcásticamente, haciendo un vago intento por secarme la cara, cosa que fue inútil porque aún estaba mojada—. ¡Estabas a punto de besarme!

—Sí —admitió con cinismo—. ¿Y cuál es el problema?

—Ethan... —suspiré profundo—. Ese es el problema. Tú y yo no podemos tener nada, eres mi chófer y nada más, así debe ser.

—Eso no es lo que me demuestran tus acciones cuando estamos juntos —contraatacó—. Mírame a los ojos y dime que no sientes al menos lo más mínimo de atracción por mí.

Crucé mis brazos sobre mi pecho y miré hacia la alberca—. No siento nada por ti.

—A mis ojos, Verónica —dijo, tomándome del mentón.

Ambos dimos un profundo suspiro, el frío que sentía por el hecho de estar mojada de repente se disipó. Era como si el calor que brotaba de nuestros cuerpos de repente tornara el ambiente de frío a cálido.

—Suéltame —le ordené.

—Está bien —me soltó—. Yo te dejaré ir, por ahora. Nos vemos en la mañana, señorita Altamira.

¿Qué sentía por Ethan?

Nada, esa debería de ser la respuesta: nos conocíamos desde un par de días atrás y —por alguna razón—, estaba causando un torbellino de sentimientos en mí que antes no sentía.

Ni siquiera con Patrick.

Ethan me generaba tanta confianza y era imposible negar la química entre nosotros. Era una especie de conexión que había sentido esos últimos días. Tal vez sólo era atracción lo que sentía por él.

¿Qué más podría ser?

Después de todo no conocía tanto de él como debería.

***

—Verónica, querida —llamó una voz femenina.

Me quité el antifaz que usaba para dormir, froté mis ojos y estiré mis brazos hacia arriba, haciendo que algunos huesos de mi espalda tronaran. Al abrir bien los ojos me quedé petrificada ante lo que estaba presenciando, por lo que —de manera inevitable—, comenzaron a brotar lágrimas de mis ojos mientras mi boca no paraba de temblar.

Sus ojos esmeraldas estaban fijos en mí.

Sus labios rozados estaban curvados en una sonrisa tierna

Sus brazos estirados hacia mí, invitándome a que la abrazara.

Su rubio cabello —el cual heredé—, caía a los costados de su rostro, ya que estaba suelto y lacio.

Era...

— ¿Ma-mamá? —balbuceé, viéndola de arriba abajo antes de abrazarla.

La abracé fuerte y ella acostó mi cabeza sobre la falda de su vestido blanco.

— ¿Qu-qué haces aquí?

—Sentí que mi pequeña me necesitaba —dijo, acariciando mi cabello—. ¿Cómo está mi pedacito de cielo?

—Mamá, no sabes la falta que me has hecho —rompí en llanto—. ¿Y papá?

—No ha podido venir princesita, está ocupado haciendo unas cosas.

— ¿Cómo está el abuelo?

—Él está bien cariño, está descansando.

—Mamá, estoy tan confundida.

—Lo sé nena. Estos días no han sido muy fáciles para ti, Pero prometo que todo pasará.

—Hacía tanto que no venías a visitarme en sueños.

—Lo lamento cariño. He estado ocupada, ya sabes... Allá arriba.

—Mamá, ¿Qué debo hacer?

—Sólo sigue a tu corazón mi niña, él te dirá qué hacer.

—Mami, ya que estás allá arriba y lo ves todo... ¿Quién es V?

Un ruido proveniente del pasillo hizo eco en la habitación.

—Debo irme cariño, descansa —se despidió, acomodándome sobre la cama como estaba antes de verla.

—Dale un beso a papá de mi parte. Te amo —dije cerrando mi ojos nuevamente, colocándome el antifaz para dormir.

Horas más tarde la odiosa alarma sonó, anunciando que ya había amanecido y que desgraciadamente todo había sido un sueño.

Y daría la vida porque no fuera así.

***

Joey

—Jóvenes —dijo el profesor Jackson—. Denle la bienvenida a sus dos nuevos compañeros —agregó, girándose hacia nosotros—. Preséntense por favor.

—Buenos días —dijo mi hermana, dando un paso enfrente—. Mi nombre es Sabrina Mitchell y... Bueno, soy la nueva.

—Hola —dije con tono de voz un poco bajo—. Mi nombre es Joey...

—No se escucha, imbécil —murmuró un chico en la tercera fila.

El salón no tardó en llenarse de risas.

— ¡Silencio! —Gritó el profesor—. ¡No toleraré esas actitudes en contra de sus compañeros! Continúe, joven Altamira.

—Mitchell, profesor —corregí.

—Altamira —murmuró una chica con coleta de caballo.

Todos voltearon a ver a Verónica—. ¿Acaso no tienen familia? —espetó ella—. Imbéciles.

Todos dirigieron nuevamente sus miradas hacia mí—. Bueno, mi nombre es Joey Mitchell y antes de que pregunten tonterías sí, somos mellizos —un chico en la segunda fila levantó la mano—. No, no tenemos telepatía. Venimos de la preparatoria East Side y... Bueno, estamos aquí.

—Por allá hay asientos disponibles —indicó el profesor, señalando hacia donde estaban sentados Verónica y sus amigos—. Espero que sean buenas personas y le pasen los trabajos pendientes a sus dos nuevos compañeros de clase, ya que se están integrando un poco tarde —dijo, mientras escribía "Límites" en el pizarrón.

— ¿Está ocupado? —preguntó Sabrina a Verónica, refiriéndose a un asiento que estaba a su derecha.

—No, pero espero que les quede claro que el hecho de que estemos en el mismo salón signifique que seremos unidos —advirtió ella—. Bienvenidos primitos —agregó, haciendo énfasis en la última palabra.

—Tranquila, primita —dijo Sabrina, imitando el tono de Verónica—. Tu puesto no te lo quitaremos.

—Eso ni soñándolo, querida —respondió Verónica con aires de suficiencia, blanqueando los ojos y volteándose hace su mejor amiga.

Sabrina se sentó a la derecha de Verónica y yo me senté detrás de ella; saqué la libreta de matemáticas de mi mochila y la coloqué sobre el escritorio. Alguien tocó mi hombro derecho por lo que volteé, encontrándome con un chico delgado que tenía un peinado que parecía hecho por su madre y un par de lentes con algo de cinta adhesiva en el centro.

—Así que son familia de la diva —curioseó él.

—Sí —asentí en respuesta—. Pero ya sabes, juntos más no revueltos.

—Eso espero, esa perra me debe una —dijo, con cierto tono de enfado.

— ¿Cómo te llamas? —pregunté.

—Adam —dijo, estirando su mano derecha.

—Joey —dije, estrechando su mano—. Un placer.

—Soy ciego, no sordo —dijo con ironía—. Escuché cuando te presentaste.

— ¿Y qué te debe Verónica? —curioseé.

—Es la razón de que tenga que usar lentes con cinta adhesiva.

— ¿Ella te...?

—Sí —asintió, interrumpiéndome—. Esa perra me los rompió.

— ¡Vaya! —dije asombrado—. ¿Qué habrás hecho para que reaccionara de esa manera?

—Accidentalmente tropecé con ella y le derramé café encima —relató—. Vaya que lo disfruté.

—Sabes... Tu rostro me suena conocido.

— ¡Mitchell! —gritó el profesor. Sabrina y yo levantamos nuestras miradas—. Espero que estuviera pidiendo apuntes, este examen es el lunes.

—Sí profesor —asentí cabizbajo muy apenado.

¡Genial! Primera clase, primer regaño.

***

— ¿Y a ustedes cómo les fue? —preguntó Courtney animosa.

—Estudiamos con nuestra querida primita —dijo Sabrina con tono burlón—. Te podrás imaginar el resto.

—A mí me fue bien —añadí—. Ya hice un amigo.

—Están hablando con el popular del salón —dijo Matthew.

Fuimos interrumpidos por el teléfono de Courtney, el cual sonaba en su bolso.

— ¿Es de V? —preguntó Sabrina, frunciendo el ceño.

—No, es del pesado de Louis —informó—. Ha estado escribiéndome toda la mañana.

—Si insiste debe ser importante —añadí—. ¿Verónica no le entregó las copias de los currículos esta mañana?

—Currículums niño —corrigió Courtney—. Y eso creo.

— ¿Qué tal si consiguió al camarero que sobornaron? —preguntó Matthew.

—Tienes razón —concordó Courtney, quitando su bolso de la mesa y colocándoselo en las piernas. Apoyó sus codos en la mesa para revisar su celular—. Pues, al parecer también asiste aquí —dijo, ampliando la imagen.

— ¿En qué año va? —preguntó Sabrina, inclinándose hacia el celular de Courtney.

—Aquí dice que en último —respondió Courtney—. Pero no lo he visto hoy.

— ¿Cómo se llama? —preguntó Matthew.

—Se llama Adam —respondió Courtney, mostrándonos una foto de él en su celular—. ¿Lo han visto?

— ¡Claro! —Dije, asintiendo repetidas veces—. Es el chico que conocí hoy en clases.

—Parece que es amigo de Verónica —dijo Sabrina, señalando con su boca hacia la puerta de la cafetería.

—No lo creo —diferí de su opinión—. Él mismo me dijo en clase que la odia.

— ¿De qué estarán hablando? —preguntó Matthew, frunciendo sus cejas y acariciándose el mentón como si estuviera pensando.

—Él me dijo que ella le debía algo —añadí.

—Pues al parecer sí, ya se lo está pagando —dijo Sabrina

Miré por encima de mi hombro que Verónica le estaba entregando un sobre que claramente contenía dinero.

—Necesitamos hablar con él —dijo Courtney—. Pero ya, cuando Verónica se le aleje.

—Pues vamos ahora —dijo Sabrina—. Salió de la cafetería, tenemos que alcanzarlo.

— ¿Cargan efectivo? —pregunté, levantándome de la silla.

—Sí, lo suficiente —dijo Courtney, buscando la billetera en su bolso.

Salimos al pasillo principal del instituto y nos encontramos a Adam rápidamente: estaba sacando libros de su casillero.

— ¡Qué hay Adam! —saludé—. Te presento a mi prima.

— ¡Un gusto! Me llamo Courtney, pero puedes llamarme Court —se presentó ella, esbozando una sonrisa.

—Ya nos conocimos —aclaró Adam—. En la fiesta donde su abuelo... Ya saben.

—Pues sí —asintió Courtney—. Y de eso precisamente te quería hablar.

— ¿Qué pasa? —preguntó Adam, cerrando su casillero.

— ¿Has hablado con la policía últimamente? —preguntó Sabrina.

— ¿Por qué debería de hablar con la policía? —cuestionó Adam confundido.

—Eso es una historia para después —dijo Courtney—. Ocurrió algo y están interrogando de nuevo a todas las personas que asistieron a la fiesta, eso incluye a los empleados.

—Y... —añadió Adam.

—Necesitamos que en serio te olvides de lo que viste en las escaleras —dijo Courtney.

—Pues, necesitaré un poco más si quieres a un Adam amnésico —dijo, cruzándose de brazos

— ¿Te parecen quinientos más? —ofreció Courtney, ofreciendo un fajo de billetes.

—Hecho —aceptó Adam, agarrando el dinero.

—Un placer hacer negocios contigo Adam —dijo Courtney, mientras nos alejábamos del lugar.

—De hecho... —agregó Adam, haciendo que volteáramos a verlo nuevamente—. Creo que les gustaría saber de quién era la sombra que vieron ese día, pero eso tendrá un costo adicional.

— ¿Cuánto? —preguntó Sabrina.

—Mil verdes —ofertó Adam.

—No cargamos esa cantidad ahora mismo —dijo Courtney—. Pero si nos das un poco de tiempo...

—Esta noche —interrumpió Adam—. A las ocho, les mando la ubicación por mensaje.

—Hecho —dijo Sabrina, siendo interrumpida por la campana. Adam caminó en dirección a la puerta del instituto—. ¿No vendrás a clases?

—Tengo cosas que hacer —respondió Adam—. Nos vemos esta noche.

Adam salió del instituto, mientras que Courtney, Sabrina, Matthew y yo nos dirigimos hacia nuestros salones.

¿Qué habrá visto Adam esa noche?

Eso era lo único en lo que podía pensar en ese momento, y en terminar ese día escolar infernal.

***

El reloj marcó las dos de la tarde. Matthew, Louis y yo estábamos en la habitación de Sabrina y Courtney hablando con ellas sobre lo sucedido esa mañana.

—Entonces... —dijo Louis—. ¿Hablaron con el chico?

—Sí —asintió Sabrina—. Y ya pagamos para que olvide a Courtney, pero...

— ¿Pero qué? —interrumpió Louis.

—Él dijo que vio a quien estaba arriba, la sombra de la que ustedes hablaron —expliqué.

— ¿Y quién era? —preguntó Louis.

—Quiere mil más por esa información —dijo Matthew.

—Bueno, con que olvide lo de Courtney basta —dijo Louis, con cierto tono de tranquilidad.

—Pero... —añadió Sabrina—. ¿Y si la persona que Adam vio fue la que mató al abuelo?

—Es imposible —dijo Louis—. Ya lo habría dicho a la policía de ser así.

— ¿Y si es V? —insinuó Matthew.

— ¡Dejen de preocuparse! —Espetó Louis—. No saquen conclusiones apresuradas, ¿Qué tal si sólo está jugando con ustedes para sacarles más dinero?

— ¿Qué tal si no? —Cuestionó Courtney—. Es mejor salir de dudas, además, sabremos si ha mentido.

—Está bien —dijo Louis—. Yo les doy mil dólares, pero si la información es falsa y él se queda con el dinero ustedes deberán de devolver cada centavo.

— ¿De dónde sacarás el dinero hermanito? —preguntó Courtney.

—Eso a ti no te importa.

El teléfono de Courtney sonó.

—Es de Adam —dijo, leyendo para sí misma la pantalla.

—Pues léelo —ordenó Matthew.

La policía ha venido conmigo, no les conté lo tuyo— leyó Courtney—. Si aún quieren saber quién más estaba nos vemos en el estacionamiento del West Coast. Ya saben la hora.

Nos vemos allá —tecleó Courtney—. ¿Lo envío?

—Sí —asentí con la cabeza.

Enviar.

***

—Se los dije —alardeó Louis, apagando su cigarro—. Llevamos más de veinte minutos y no se presentó.

— ¡Cálmate! —Dijo Courtney—. ¿Qué tal si viene en camino?

—No vendrá —dijo Louis—. Claramente no tiene nada.

—Entonces... —dijo Verónica—. Él les dijo que vio a alguien discutiendo con el abuelo al igual que a mí.

—Sí —dijo Matthew.

—Será mejor que llegue —agregué.

—Si su vida antes era miserable, ahora será peor —dijo Verónica—. Ese insecto aprenderá que con un Altamira no se juega.

— ¿Y tú eres sicaria ahora o qué? —dijo Courtney en tono burlón.

—Súbanse a la camioneta, al menos que quieran irse a pie —ordenó Louis.

—Sólo cinco minutos más —suplicó Sabrina.

—Ya esperé veinte minutos, no lo haré más —sentenció Verónica.

—Además —añadió Louis—. Nos estamos demorando mucho para salir a comer pizza, y todos están bajo mi cargo así que súbanse.

— ¿Le temes a mamá? —preguntó Courtney, subiéndose en el asiento de atrás.

—A mamá sola no —aclaró Louis—. Pero sí unida con mis tíos.

Todos nos montamos en el auto del tío Xavier y dejamos el oscuro estacionamiento atrás, para dirigirnos a Lazzaro's a comer pizza como dijimos que haríamos a nuestros padres.

***

Adam

—Bueno Adam, con este trabajo vivirás como mereces por meses —me dije a mí mismo.

Miré la hora en mi celular, eran las siete y cincuenta de la noche.

Aquella noche fría estaba acompañada de una persistente brisa que soplaba las calles de Rosefield. Yo estaba en el oscuro y desolado estacionamiento del West Coast.

Saqué de mi bolsillo un paquete de cigarrillos, agarré uno y metí nuevamente el paquete en el bolsillo derecho de mi chaqueta. Saqué del bolsillo izquierdo de mi jean el encendedor, el cual cayó al piso. Al levantarlo, un escalofrío recorrió mi espalda.

Encendí el cigarrillo y di una calada. Mi celular sonó.

Llamada entrante
Blocked ID

Extrañado, contesté la llamada.

— ¿Bueno? —Dije, sin obtener respuesta—. ¿Hay alguien ahí?

Silencio absoluto: lo único que logré escuchar fue una respiración agitada al otro lado de la línea.

—A ver genio, hubieras silenciado el micrófono por lo menos, escucho tu respiración imbécil.

Colgué.

Di otra calada a mi cigarrillo cuando escuché pasos detrás de mí, y antes de que pudiera voltearme, alguien golpeó fuerte mi cabeza.

***

Abrí mis ojos

¿Por qué no tenía mis lentes? ¿Dónde mierda estaba? ¿Por qué tenía el traje de la mascota del equipo?

Y lo más importante aún, ¿Por qué había tanto plástico en el piso?

Todo estaba oscuro. Alcancé a ver unas pocas velas colocadas en círculo a mi alrededor.

— ¡Ayuda! —grité—. ¡¿Alguien puede oírme?!

Una silueta empezó a hacer presencia dentro del círculo de velas, por lo que hice mi mayor esfuerzo para tratar de ver a la persona ya que al no tener mis lentes se me dificultaba un montón la vista: lo único que logré detallar fue una especie de toga negra y una espeluznante máscara de cabra.

— ¡¿Qui-quién eres?! —balbuceé. La persona se quitó la máscara y me colocó los lentes—. Tu-tu-tú ¡Tú mataste al abuelo de Verónica!

***

GLOSARIO.

The weeknd: Es un cantante, compositor y productor canadiense, conocido por éxitos como «Save Your Tears», «Blinding Lights», «The Hills», «Starboy», «Out Of Time», entre otros.

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