I. chica conflictiVa.
3 MESES ANTES.
***
—Verónica, vamos —dijo una voz femenina.
—Señorita Altamira, levántese por favor —dijo una voz masculina.
—Verónica, ¿Puedo hacerte compañía? —pidió otra voz femenina.
— ¿No la vieron? La sangre de él la manchó toda.
—Verónica...
— ¡VERÓNICA!
***
Verónica.
Era una mañana tranquila en la Villa Altamira.
Los rayos de sol que se colaban por las persianas de la ventana de mi habitación —acompañados de la alarma que sonaba de mi teléfono—, me informaron que ya eran las siete de la mañana del lunes.
Estiré mi mano a la mesa de noche que estaba junto a mi cama y rastreé el celular con ella, apagando la alarma que aún sonaba una vez lo tuve a mi alcance. Me senté en la cama y estiré mis brazos hacia arriba, haciendo tronar varios huesos de mi espalda. Deslicé el antifaz para dormir de seda desde mis ojos hasta mi cabello, liberando un fuerte bostezo.
Me arrimé a la orilla derecha de mi cama y estiré mis piernas fuera de ella, poniéndome las pantuflas blancas de conejo. Me paré y acomodé mi bata de seda roja. Caminé al baño de la habitación —el cual estaba detrás de la pared de mi cama—, miré mi reflejo en el espejo y me espanté de mí misma.
Lucía fatal.
— ¡Uyyyyy! —exclamé para mí misma—. ¿Eres tú diablo mentiroso? —bromeé, analizando mi maquillaje corrido y mi cabello desastroso.
Ese fin de semana El High estuvo de fiesta: era el club más exclusivo del pueblo y al cual tenía acceso VIP —uno del sinfín de privilegios que traía el apellido Altamira en Rosefield, y a la mayoría de los sitios a los que iba—.
Sí, el apellido Altamira traía consigo un montón de privilegios
Cepillé mis dientes y lavé mi rostro, aplicando jabón facial en él; me despojé de mi ropa y entré en la ducha para bañarme y lavar mi cabello. 20 minutos después de un rápida y vigorosa ducha, atravesé corriendo mi habitación en mi bata negra con una corona dorada bordada en la espalda debido al frío.
Me detuve frente a las puertas dobles blancas enmarcadas que se encontraban unos metros frente a mi cama, abriéndolas hacia adentro para entrar al amplio vestidor de mi habitación.
Me senté en la silla victoriana del tocador: comencé a secar, planchar y ondular las puntas de mi rubio cabello, para posteriormente enfocarme en maquillar mi rostro.
— Who's that sexy thing i see over there?! —Canturreé mirándome en el espejo, usando mi brocha de rubor como micrófono—. That's me, starin' in the mirror
Me puse de pie y caminé hacia el cajón de ropa íntima del armario. Posteriormente caminé hacia el maniquí que estaba en el centro del vestidor con mi uniforme escolar: Camisa blanca, moño turquesa, blazer y falda negra.
Coloqué en mi cabello una diadema de perlas, y en mis orejas aretes a juego, pantimedias blancas se extendían desde mis piernas hasta los Ralph Lauren negros de 10 centímetros que calzaba.
Salí del vestidor a mi habitación, agarrando mi abrigo estilo princess a cuadros amarillo y negro y mi mochila del escritorio que estaba junto a mi ventana para posteriormente salir de mi habitación.
Caminé por el pasillo y bajé las escaleras hacia el piso inferior, saliendo por las puerta doble de cristal que daban hacia el patio trasero de la casa, sintiendo una vibra diferente todo el camino.
Algo simplemente no estaba bien.
Caminé por el sendero de piedras que se extendía desde la puerta hasta el área de la piscina, atravesándola por los costados hasta llegar al comedor techado que teníamos en el patio, viendo a la persona con la quien compartía la gran Villa Altamira.
Mi Abuelo.
Don Alberto Altamira tenía 70 años de edad, sus ojos café estaban fijados en el periódico local, su cabello gris —el cual en algún momento fue negro azabache, contrastando con su pálida piel—, estaba peinado de lado como siempre solía hacerlo.
— ¡Buenos días princesita! —exclamó al verme, cerrando el periódico y poniéndolo a un lado.
— ¡Buenos días papá! —saludé de vuelta, dándole un abrazo.
Me senté a su derecha y puse mi mochila y abrigo en la silla continua.
— ¿Cómo amanece el abuelo más consentido de todos? —pregunté, dándole un mordisco a mi tostada.
—Hoy me levanté muy feliz —dijo, dándole un sorbo a su jugo—. Viendo que mi princesita cada día está más bella.
—Y yo viendo que gracias a Dios cada día estás más sano.
—Verónica, necesito hablar de algo muy importante contigo —dijo, enseriando su semblante.
— ¿Por qué tanta seriedad? —pregunté con temor y me encogí de hombros.
Cada vez que mi abuelo hablaba de esa manera nunca daba buenas noticias.
— ¿Algo anda mal?
—Sabes que últimamente mi salud ha mejorado —dijo, mientras jugaba con sus manos—. Es porque no he estado yendo a la oficina, no agarro estrés. El cardiólogo me dijo básicamente que soy una bomba de tiempo, y en cualquier momento voy a estallar.
Mi estómago dio un vuelco y mi respiración cambió su ritmo, tal parecía que no estaba lista para escuchar algo como eso.
Él era mi ejemplo a seguir, fue el único que se quedó a mi lado luego de aquella tragedia.
A muy temprana edad perdí a mis padres en un accidente automovilístico en el cual también estuve involucrada, pero por cosas del destino alguien que andaba por la misma vía me sacó a tiempo del auto. Esa persona me dejó a un lado del camino, llamó a emergencias y se marchó antes de que la ayuda llegara.
No recordaba ningún detalle de aquella persona, puede ser porque tan solo tenía 4 años o porque mi subconsciente bloqueó ese recuerdo.
—Lo sé abuelo, por eso te cuido con mucho cariño —dije dulcemente y continué comiendo.
Tenía que saber que estaría con él hasta su último aliento como él lo estuvo para mí durante trece años.
A pesar de que mi abuelo desempeñaba el papel de padre/madre conmigo, nada igualaba a mis papás: extrañaba cuando mi padre me cargaba en sus hombros mientras corría alrededor de la villa, sujetando con fuerza mis cortas piernas mientras yo extendía mis brazos hacia los lados y me sentía como una mariposa.
Libre.
Extrañaba nadar en la alberca con mi madre, siempre quise nadar como ella, pero mis flotadores me lo impedían. Solíamos pasar horas en el agua.
Era demasiado feliz en aquellos momentos que ahora entre lágrimas, fotos y una botella de vino recuerdo.
—Seré sincero contigo, me queda poco tiempo de vida —afirmó con voz medio quebrada y mirada triste.
Nunca lo había visto de esa forma.
Mi abuelo siempre fue una persona con carácter fuerte, era muy trabajador y sí te lo sabías ganar era generoso y divertido. No recordaba verlo llorar alguna vez.
Y si mi memoria no me fallaba ni siquiera lloró cuando murieron mis padres.
Siempre se mantuvo sereno, dándome la seguridad, paternidad y apoyo que necesitaba. Verlo así me hacía daño.
—No tienes que preocuparte —aseguré, posando mi mano derecha sobre la izquierda de él—. Yo me encargaré de que este poco tiempo sea el mejor de tu vida, así que puedes pedir lo que sea.
—Ya que lo mencionas —dijo, enderezándose en su sitio—. Quisiera pasar lo que me resta de vida con toda mi familia.
—Bueno, eso está perfecto —concordé, bebiendo un sorbo de mi jugo—. Ya me tienes a mí que soy tu única familia.
—No me refiero a eso —dijo, quedando en silencio un par de segundos. Finalmente suspiró—. Hablé con tu tía Aurora y dijo que vendría con tus primos Louis y Courtney, también vendrá tu tía Oriana con Sabrina y Joey; además de que viene tu tío Xavier con Matthew —informó entusiasmado.
— ¡¿Qué?! —Grité molesta, arrojando los cubiertos en la mesa—. ¡¿Los oportunistas muertos de hambre vienen?!
— ¡No los llames así, son tu familia! —gritó mi abuelo molesto.
Nunca lo había visto tan enojado, y menos conmigo.
— ¡¿Qué te pasa?!
— ¡No vienen ni para año nuevo desde hace trece años! —recalqué.
—Es que...
— ¡Es que nada! —interrumpí—. ¡¿Sabes por qué van a venir verdad?! ¡Sólo por el dinero!
—No tienes que enfadarte —dijo mi abuelo, calmándose.
—Para evitarme un colapso le diré a Erick que me lleve al West Coast de una vez.
—Que te vaya bien, y realmente espero que entiendas que estoy haciendo todo esto por tu bien —dijo agarrando nuevamente su periódico.
—Y yo espero que tú entres en razón y recuerdes que todos ellos me abandonaron cuando más lo necesité —recalqué, recordando el tiempo que había pasado.
Luego del accidente de mis padres hacía trece años —y de que sus restos fueran enterrados en el cementerio local—, todos mis familiares se fueron de la villa. Y jamás volvieron: nunca llamaron en cumpleaños, navidades, año nuevo; tampoco nos visitaron ni una sola vez...
Simplemente nos borraron del álbum familiar.
A pesar de su abandono, nunca me hicieron falta: pues mis cortos diecisiete años podía decir que tenía una vida casi perfecta.
Había comenzado a ser vlogger en Youtube y ya contaba con varios suscriptores, tenía grandes cantidades de seguidores en Instagram y Tik Tok por el asunto de Altamira's Group. Todos en Rosefield —el pueblo en el que vivía—, sabían quién era.
Tenía universidades de la IVY League peleándose para que asistiera a sus instalaciones como estudiante; constantemente recibía castings de todo tipo, sesiones de fotos, modelaba ropa para marcas importantes, etc.
Pero como todo, tanto poder tiene sus pros y sus contras.
¿Quién dijo que vivir en el ojo público era tarea fácil?
Ser parte de una familia con muchísimo poder genera dos cosas: envidia o admiración.
Ambas pueden acabar mal.
Hacía algunos años acusaron en un periódico a mi abuelo de abuso infantil, afirmando que había abusado sexualmente de mí en diferentes ocasiones. Desmentí las declaraciones con miras de calmar las cosas, pero sólo las empeoraron, resumiéndose todo en acciones legales de mi abuelo contra el periodista que dio la falsa noticia y el periódico que la difundió. Mi abuelo no gano únicamente la demanda.
Ganó un montón de dinero.
Me levanté de la silla, agarrando con fuerza mi mochila y abrigo; me encaminé al interior de la villa y me dirigí al garaje del ala derecha de la villa, atravesando el salón de las escaleras, el recibidor y la sala de estar.
Erick estaba esperando por mí tan puntual como siempre: su traje negro perfectamente planchado, sus arrugas no tan visibles en la frente —pues tenía 45 años más o menos—, y con esa sonrisa que lo caracterizaba.
Me abrió la puerta de la Tundra 2019 azul que le asignó mi abuelo, arrojé la mochila y el abrigo dentro de ella, me detuve sosteniendo la puerta con mi mano derecha antes de subir y lo miré a los ojos.
— ¿Sabes? No soy inútil, puedo abrir una puerta y sé perfectamente cómo cerrarla —dije con brusquedad, subiéndome y azotando la puerta.
Pude notar su expresión de asombro a través del vidrio ahumado; dio la vuelta hacia el lado del conductor, subió a la camioneta, la encendió, giró la redoma de la fuente de la villa, apretó el botón del control del portón y salimos del lugar.
Saqué mi iPhone de mi bolsillo y comencé a responder los comentarios de mi último post en Instagram.
Lo único que hacía ruido en el auto era el suave sonido del aire acondicionado. Noté que Erick en ocasiones me veía por el retrovisor, pero estaba tan centrada en los comentarios que no le di importancia, hasta que levanté la mirada y justo él estaba viendo.
— ¿Se te perdió una igualita a mí o qué? —espeté, curvando mis labios en una sonrisa hipócrita.
— ¿Por qué tan amargada? —preguntó, sin apartar la vista del camino.
— ¿Por qué tan metido?
— ¿Sabes lo que dicen de las personas que responden una pregunta con otra? —dijo sonriendo.
— ¿Estás admitiendo que eres un idiota? —Dije, alzando la ceja derecha—. Porque respondiste mi pregunta con otra.
Él trabajaba con mi abuelo desde que tenía uso de razón, por lo que me había visto crecer. Fue mi chófer desde que mis padres murieron, llevándome siempre al instituto.
Después de tantos años de servicio se había ganado mi confianza y cariño, al igual que la del abuelo. Me había visto en mis mejores y peores días: cuando estaba feliz, deprimida, estresada, obstinada o molesta —como estaba en ese momento—.
—Ya, en serio, ¿Qué pasa? —curioseó—. Es raro verte de mal humor tan temprano y que no sea por una resaca.
Reí un poco ante su comentario.
—Añádele una discusión a la resaca y tienes la respuesta. Discutí con Don Alberto.
— ¿Quieres decir con tu abuelo?
—Aún estoy molesta, así que será Don Alberto hasta que se me pase.
—Hasta aquí llegó tu cupón —dijo Erick refiriéndose a que ya habíamos llegado al West Coast.
Se estacionó enfrente de las escaleras principales, bajó de la camioneta y me abrió la puerta. Para llegar al colegio —después de un fin de semana del que no recordaba nada—, la entrada fue igual que siempre.
Triunfal.
Bajé de la camioneta como si estuviera llegando a una alfombra roja, colgando mi mochila en mi hombro derecho y el abrigo en mi brazo izquierdo. Erick cerró la puerta tras de mí y lo volteé a ver.
—Disculpa lo de hace un rato, no es tu culpa que ande de mal humor.
—No se preocupe, sabe que siempre estaré para escuchar sus problemas —una llamada interrumpió nuestra conversación—. Es su abuelo, avíseme cuando esté lista.
—Está bien.
Erick se montó nuevamente en la camioneta y se marchó.
Me puse los audífonos y reproduje mi playlist de Spotify: 7 Rings de Ariana Grande sonaba mientras subía las escaleras principales que se extendían desde la calle hasta las puertas del edificio de ladrillo donde estaba mi instituto.
Abrí las puertas dobles y entré en el abarrotado pasillo principal; caminé hasta mi casillero que se encontraba en la hilera izquierda —casi al final de dicho pasillo—, justo frente a las escaleras imperiales que daban hacia el piso superior; abrí mi casillero y metí varios de mis libros en él, dejando solo el que correspondía a la primera clase.
Me miré en el espejo que tenía en la puerta del casillero y retoqué un poco mi maquillaje. Cuando estaba terminando de aplicar el labial alguien me abrazó por atrás y colocó su cabeza en mi hombro derecho.
—Buenos días amor —dijo al oído una voz masculina que reconocí al instante, quitándome el audífono derecho.
Se trataba de Patrick Ray: el chico más popular y codiciado del West Coast, y con el que salía. Automáticamente sonreí hacia el espejo, volteé hacia la derecha y le di un beso corto.
—Ahora son mejores —dije, dibujando una sonrisa con mis labios.
— ¿Tienes planes para hoy? —preguntó, soltándome y recostándose en el casillero de al lado.
—Distraerme lo más que pueda para luego regresar a casa y odiar la vida —dije, cerrando mi casillero.
— ¿Odiar la vida? —cuestionó, frunciendo el ceño.
—Así es —asentí con la cabeza—. Los oportunistas muertos de hambre vienen —agregué, mientras comenzábamos a caminar por el pasillo.
— ¿Los oportunistas muertos de hambre? —preguntó confundido.
—Mis familiares, hermanos de mi madre y sus patéticos hijos.
— ¿Primos y tíos?
—Desgraciadamente sí —dije, siendo interrumpida por el timbre.
—Debo ir a clases, luego hablamos de esto, ¿Te parece?
—Está bien, tengo clases con Miller y sabes lo necio que se pone —dije, tomando sus manos.
—Cuídate, hablamos luego —se despidió, besando mi frente para perderse por el pasillo a mi izquierda.
Miré a Patrick unos segundos antes de perderse entre la gente.
Era un chico digno de admirar, tanto por su cerebro como su apariencia. Tenía ese perfecto cabello color castaño claro, esos ojos increíblemente azules en los que te perdías fácilmente, esa sonrisa de comercial con sus hoyuelos, su barba perfectamente afeitada
Su aspecto físico era atlético gracias jugaba fútbol con el equipo del instituto y se mantenía en el gimnasio, por lo que la estatal lo tenía en la mira.
Patrick era todo un sueño.
Ambos conformábamos la pareja líder del instituto y de nuestra promoción por lo que nos convertía en el centro de atención no sólo de ahí, también en Rosefield.
¿Por qué? La respuesta es más sencilla de lo que esperan.
Patrick era el hijo de Joseph y Diane Ray, los dueños de Ray's Liquors y la principal competencia de Altamira's Liquors, por lo que nuestro noviazgo era visto como un ejemplo de sana convivencia.
Aunque nuestra relación comenzó siendo un negocio de mi abuelo con sus padres para mantener una fachada de paz ante la luz pública, terminé enamorada de él.
Aunque no estaba del todo segura que él sintiera lo mismo por mí.
Gracias a que iba un poco atrasada a la clase de Historia Universal con Miller subí las escaleras imperiales hacia el piso superior con prisa, pues siempre enloquecía cuando alguien llegaba tarde. Al llegar al piso superior doblé a mi derecha hacia el desierto pasillo.
Al parecer la única retardada era yo: di unos pocos pasos adentrándome en el lugar y me detuve al ver que por el otro extremo venía el director. Estaba enfadado y traía a un alumno agarrado del brazo.
Giré sobre mis talones para rodear el pasillo y llegar al salón, pero antes de que pudiera caminar escuché un grito.
— ¡Hey tú, detente ahí!
¡Mierda!
Comencé a correr en dirección contraria. Seguí el pasillo frente a las escaleras, luego giré a la derecha y cuando creí que mi día no podía ser peor choqué con un idiota que derramó café en mi uniforme.
—Dis-disculpa —balbuceó el chico aterrado y cabizbajo.
— ¡Eres un ciego! —grité—. ¡¿Acaso esos lentes no te bastan para ver por dónde caminas?! —agregué, viendo sus anteojos en el suelo.
—Lo-lo la-lamento Ve-Verónica— balbuceó nervioso mientras se agachaba y rastreaba con sus manos los lentes.
— ¡¿Cómo te llamas?!
—A-Adam.
— ¡Bueno Adam! —grité.
Miré a mí alrededor, notando que desde dentro de los salones nos estaban grabando, por lo que me agaché hasta estar a su altura.
—A nadie le agradan los ciegos —murmuré con aspereza en su oído—. Si los lentes no te ayudan en lo absoluto para ver por donde caminas, ¿Para qué los usas? —agregué, pisando con la punta de mi tacón derecho sus anteojos.
Al escuchar el crujido los encontró y se los colocó, pero estos estaban rotos a la mitad. Seguí mi camino y Adam se volvió hacia mí.
— ¡Esta me las pagas!
— ¿En efectivo o mejor un cheque? —dije sarcásticamente, mientras caminaba con una sonrisa de suficiencia en mi rostro ocultando mi molestia.
Estaban grabando y no podían capturar mi lado malo.
Finalmente llegué al salón luego de girar dos veces a la derecha; una vez dentro suspiré de alivio al encontrarme con que Miller aún no había llegado.
Comencé a adentrarme en el salón, notando que todas las miradas apuntaban hacia mí. Algunos reían por lo bajo mientras que otros susurraban. Me preguntaba por qué hasta que escuché algo en concreto.
—Ella es la del vídeo —murmuró una voz femenina a mi izquierda.
Volteé a ver, encontrándome con un grupo de chicas —lo que me hizo imposible saber quién había sido—, por lo que me limité a mirarlas con desprecio y una sonrisa más falsa que sus extensiones en mis labios.
Finalmente llegué con mi grupo de amigos.
Me senté a la derecha de Emma, en la fila tras nosotras estaban Jayden y Michael, respectivamente.
Puse mi bolso en el escritorio, volteé y tiré del cabello de Jayden, que estaba hablando de quién sabe qué con Michael.
— ¡Auch! —Exclamó quitando mi mano de su cabello—. ¿Por qué lo haces?
—No sé —dije, subiendo y bajando mis hombros mientras hacía una mueca con mi boca—. Quería que se callaran y funcionó.
— ¿Qué te pasó en la camisa? —preguntó Emma.
— ¿No lo sabes? —Dijo Michael—. El Raro Adam le echó café en el uniforme.
—Exacto —dije, quedando pensativa durante unos segundos y negando con la cabeza—. ¿Cómo sabes de algo que me acaba de pasar?
—Todo el mundo lo tiene —dijo Jayden.
— ¿El qué Jay? —pregunté frunciendo el ceño, nombrándolo por su apoyo.
—El vídeo —respondió Michael.
—No sé de qué vídeo hablan, pero yo no lo tengo —dijo Emma, siendo interrumpida por una notificación de su celular—. Olvídenlo, ya me llegó.
—Muéstramelo Em.
Los cuatro hicimos un círculo y Emma reprodujo el vídeo: se trataba de lo que acababa de pasar apenas unos segundos antes con Adam en el pasillo.
¿Quién grabó el vídeo?
Literalmente pudo ser cualquiera, o más importante aún...
¿Quién lo distribuyó?
Y el hecho de no tener respuestas a ninguna de esas preguntas sólo me hacía enfurecer más —y a su vez—, actuar de manera insensata.
— ¡¿Quién fue el gracioso que me grabó y se lo envió a todo el instituto?!
— ¡Fui yo! —gritó una voz femenina.
Las personas fueron apartándose dejando un espacio por donde caminaba una chica de mediana estatura, piel pálida y una larga cabellera pelirroja.
—Yo fui la que pasé el vídeo a todo el instituto, ¿Cuál es el problema? —dijo mirándome de arriba a abajo.
— ¿Lo grabaste también? —pregunté con tono autoritario.
—No, pero sé quién lo hizo —dijo dibujando una patética sonrisa en su rostro.
—Habla entonces, ¿Quién lo grabó? —pregunté, cruzándome de brazos.
—Se dice el pecado, no el pecador.
— ¿Cómo es que te llamas tú? —pregunté.
—Anna.
—Igual de mosca muerta que tu nombre —dije mirándola de forma despectiva.
Ella soltó una pequeña risa sarcástica—. Lo dice Anita la huerfanita.
— ¿Quieres que te calle ese asqueroso agujero al que al que llamas boca? —dije, acercándome.
— ¿Y quién me va a callar la boca? —dijo de forma desafiante—. ¿Tú o una de tus mascotas?
Agarré el tabique de mi nariz entre mis dedos y respiré hondo—. ¿Sabes algo? No seguiré perdiendo mi tiempo con tan poca cosa como tú. No respondo por las consecuencias.
— ¿Me estás amenazando? —dijo Anna, dando un paso hacia mí.
—Tómalo como quieras, no me importa. Y apártate de mí vista, ya me duele el cuello de ver hacia abajo —dije, dando la vuelta sobre mis talones.
Anna jaló mi cabello por lo que volteé al instante, dándole una fuerte bofetada.
Ella respondió de la misma manera, pero antes de que su mano impactara con mi rostro logré detenerla. Apreté su muñeca y acerqué su cara a la mía.
—Primera y última vez que me levantas la mano, mosca muerta —advertí—. Porque créeme que si quiero puedo destruir tu vida solamente con un chasquido de mis dedos.
Escuché la puerta del salón abrirse e inmediatamente solté a Anna. Miller acababa de entrar al salón y automáticamente todos nos sentamos sin pronunciar palabra alguna de lo que acababa de pasar.
— ¡Buenos días clase! —saludó Miller alegre.
—Buenos días profesor Miller —dijimos todos en coro.
—Saquen sus libros y ábranlos en la página 79 —dijo mientras escribía Golpe de Estado venezolano (año 2002).
Mi teléfono sonó en mi escritorio mientras sacaba el libro de mi mochila.
—Celulares apagados o en silencio —reprendió Miller.
—Lo siento —dije, sacando el libro y poniéndolo en mi escritorio.
Agarré mi celular y lo puse en silencio, prendiendo en su pantalla para leer lo que había en ella.
NUEVO MENSAJE
BLOCKED ID.
Fruncí el ceño y desbloqueé mi teléfono, metiéndome en la bandeja de mensajes para leer el que recién me acababa de llegar.
De: Blocked ID.
¿Qué es una vida perfecta sin apariencias?
Claro, sin ellas serías todo menos perfecta.
El tiempo comienza a correr zorra, y te prometo estaré ahí para verte caer.
XOXO
—V.
¿Quién era V?
En su momento me pareció un simple mensaje, pues nunca imagine que con el tiempo se convertiría en más que eso.
¿Cómo iba a imaginarme que sólo significaba el principio del fin?
***
GLOSARIO
IVY League: Es una conferencia deportiva de la NCAA compuesta por ocho universidades privadas del nordeste de Estados Unidos.
Ralph Lauren: Es una empresa de moda estadounidense que produce productos que van desde la gama media hasta los segmentos de lujo.
Vlogger: Son personas que tienen un canal de video en el que suben contenido periódicamente. Como influencers, se especializan en un tema, pero trabajan con diferentes tipos de contenidos: tutoriales, entrevistas, testimonios, microblogging, etc.
Youtube: Es un sitio web de origen estadounidense dedicado a compartir videos.
Instagram: Es una aplicación y red social de origen estadounidense, propiedad de Facebook, cuya función principal es poder compartir fotografías y vídeos con otros usuarios.
Tiktok: Es una red social de origen chino para compartir videos cortos y en formato vertical propiedad de la empresa china ByteDance.
Whatsapp: Es una aplicación de mensajería instantánea para teléfonos inteligentes.
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