Viento
Instantes después, con un brillante destello de partículas azules, la figura de Link emergió en el punto exacto del teletransporte de la Atalaya de Fuerte Vigía. Al instante, sus ojos recorrieron el panorama con la precisión de un guerrero siempre alerta. Lo que contempló le llenó de satisfacción.
Con una mirada rápida, captó la actividad febril a su alrededor: Karad, junto con Pay, ultimaba los detalles de varios refugios que funcionarían como enfermerías improvisadas. Habían construido camas y traído agua curativa de las termas cercanas, tanto de las volcánicas fuentes de Hebra como de las místicas termas de Taortol en la misma región. Link esbozó una sonrisa silenciosa, recordando cómo el descubrimiento de esas aguas termales había sido un verdadero hallazgo. Siguiendo la pista de unas hermanas que le hablaron de un valioso alijo de setas —su manjar favorito, en especial las trufas vivaces—, encontró unas termas ocultas en los confines de Tabanta, un lugar remoto y apartado de cualquier civilización. Desde entonces, no perdía ocasión para escaparse y sumergirse en sus aguas cálidas, donde hallaba un breve pero merecido respiro entre sus muchas hazañas.
Pero algo comenzó a llamar la atención de Link. A pesar de la aparente calma, una sensación oscura se cernía sobre ellos. El cielo de un color rojizo enfermizo, se oscurecía rápidamente, como si una tormenta estuviera a punto de estallar. Sin embargo, no era una tormenta común; la atmósfera misma parecía cargada de una maldad palpable. El aire, espeso y cargado, tenía un olor diferente, un tufo nauseabundo a descomposición, leve pero persistente, como una sombra invisible que acechaba en cada rincón.
Bajó la vista con creciente inquietud, sintiendo que algo no iba bien. Los mensajeros, normalmente un fluir ordenado de información, se agolpaban en la entrada de Fuerte Vigía, uno tras otro, con pasos apresurados y rostros tensos, como si trajeran noticias urgentes, o peores, de algo que ya había comenzado. Prunia, normalmente tan serena, salió de su laboratorio con una velocidad inusitada, su rostro marcado por una mezcla de nerviosismo y tensión, algo que Link no podía reconocer. En sus brazos descansaban pilas de pergaminos, sus ojos escaneando los documentos con rapidez, y su cuerpo se movía con una ansiedad palpable, ajena a su naturaleza.
Link, que había estado observando en silencio, comenzó a sentir cómo el nudo en su estómago se apretaba. La situación era inusual, demasiado inquietante para ser ignorada.
De repente, fue arrancado de sus pensamientos por una voz familiar que lo llamaba con una alegría que sonó artificialmente brillante:
—¡Linkyyy! —llamó Prunia, apareciendo en la puerta de su laboratorio con una sonrisa que, aunque cálida, no lograba esconder la sombra de preocupación en sus ojos. —¡Al fin llegas! Los demás ya están aquí, desayunando. ¡Eres el último en llegar!
Link la miró, buscando alguna señal que le indicara qué estaba pasando. Percibió el esfuerzo por mantener una apariencia tranquila, pero la sensación de incomodidad que irradiaba de ella era inconfundible. Prunia, siempre tan tranquila y controlada, ahora estaba claramente al límite, y eso no podía ser ignorado. Algo grave estaba ocurriendo, y ella no estaba dispuesta a hablar al respecto.
Con una ligera sonrisa, Link se rascó la nuca y trató de suavizar la situación, aunque sus palabras no lograban borrar la tensión que se sentía en el aire.
—Lo siento, me retrasé revisando los mapas con Mineru —dijo, esforzándose por sonar casual, aunque el peso de sus pensamientos seguía allí, pesando sobre él. En realidad, había estado atrapado en un momento de nostalgia, perdido en recuerdos de Zelda que lo habían mantenido anclado al pasado. Eso, sumado a su creciente ansiedad, lo había retrasado—. Quería asegurarme de que no se nos escapara ningún detalle —agregó, como si sus palabras pudieran despejar el mal presagio que lo envolvía.
El nudo en su estómago no se disipó. Algo en el tono de Prunia, algo en su postura, le decía que estaba ignorando algo crucial, algo que él no podía dejar pasar.
—¡Anda, pasa ya! Preparé crepes con miel de vigor, ¡perfectas para que os llenéis de energía antes de lo que viene! —intentó decir Prunia con una voz que pretendía ser relajada, pero la urgencia era clara en su tono. —También nos acompañan Rotver y Josha, deseando escuchar vuestras aventuras.
El énfasis en la palabra "lo que viene" cayó como una advertencia en el aire. Link asintió, sabiendo que había algo que debía esperar, algo que no iba a poder ignorar por mucho más tiempo. No quería presionar a Prunia, pero sentía que el peso de la situación estaba por desbordarse.
Al cruzar la puerta, el bullicio de la habitación lo recibió con aromas reconfortantes de desayuno, pero aún así, el sentimiento inquietante no desaparecía. Los demás estaban allí, compartiendo risas y anécdotas mientras los platos se llenaban, pero Link no podía sacudirse la sensación de que todo estaba a punto de cambiar.
—Link, amigo, ¿cómo puede ser que incluso Yona y yo hayamos llegado antes que tú? —bromeó Sidon con una sonrisa cómplice—. Debo decir que tu puntualidad necesita trabajo, pero ya sabes que te perdonamos.
Link rió junto a ellos, contagiado por la calidez de sus amigos. En ese instante, pensó que este momento, esta unión, era parte de lo que realmente hacía grande la misión que tenían por delante. Todos ellos, desde la jovial Riju hasta el incansable Yunobo, estaban allí no solo como aliados, sino como una familia elegida.
—¡Qué haría yo sin vosotros! —dijo Link, mirándolos con gratitud—. Me ayudasteis tantas veces, pero que quede claro, esta vez fui yo quien os hizo esperar... así que desayunaré rápido. Prunia sonrió satisfecha, mirándolos con un brillo en los ojos mientras disfrutaban de la comida.
Este pequeño momento, pensó Link, era un recordatorio de lo que todos querían proteger: un Hyrule donde las risas y la paz fueran la norma, y no la excepción.
Durante el desayuno, el ambiente se llenó de animadas conversaciones y risas, mientras los héroes compartían anécdotas de las increíbles hazañas vividas en los últimos meses. Cada relato parecía más asombroso que el anterior, y el compañerismo entre ellos se hacía evidente en cada palabra. Josha y Rotver, ávidos de conocer más detalles, no pudieron resistir su curiosidad. Decididos a aprovechar la ocasión, se volvieron hacia los sabios con preguntas en mente, ansiosos por descubrir los secretos y desafíos que cada uno había enfrentado en los templos sagrados.
Sin embargo, mientras todos se sumergían en la conversación, Link se volvió hacia Prunia, notando una creciente preocupación en su rostro. Se suponía que tenían que bajar en breve; no era una visita de cortesía, sino una reunión para definir la estrategia final y partir sin demora. Pero al acercarse a ella, vio que su atención estaba completamente absorbida por la montaña de pergaminos que había visto recibir. Decidió levantarse para hablar con Prunia, no podía dejar que su amiga cargase con lo que fuera que estuviera pasando. Pero, cuando se giró para moverse, la voz de Josha interrumpió su pensamiento.
—Link, nos gustaría que nos contaseis vuestras aventuras juntos.— se giró hacia los sabios — ¿Cómo os convertisteis en sabios? ¿Qué pruebas superasteis? —preguntó, claramente emocionada. — Además, nos gustaría conocer más sobre la tecnología que se encontraba en los templos, sus mecanismos etc. Su investigación podría darnos ideas que podríamos implementar para impulsar el uso la tecnología en Hyrule.
—Sí, ¡nos encantaría escuchar vuestras historias! —exclamó Rotver, quien se había acercado al escritorio y, con su libreta en mano, ya se preparaba para tomar notas. —Por supuesto, nuestro interés es 'puramente científico'.
Link miró rápidamente a Prunia, que, aunque intentaba mantener la calma, no pudo evitar frotarse la frente con cansancio. Otro mensajero llamó a la puerta, y ella, con gesto resignado, se levantó a abrir el pergamino que traía. Un suspiro escapó de sus labios, y, al mirar a Link, él pudo ver claramente la tensión acumulada en su rostro.
Prunia le hizo una señal discreta con la mano, como si le pidiera que se hiciera cargo de la situación. Link entendió al instante que algo urgente ocurría, pero que tendría que esperar el momento adecuado para enfrentarlo. Asintió con un gesto leve y volvió a dirigirse a los sabios, sabiendo que las respuestas tendrían que esperar.
—Está bien, está bien —dijo, tratando de mantener la calma mientras se acomodaba en su asiento—. Pero tened en cuenta que pronto tendremos que irnos. Es posible que no tengamos mucho tiempo.
Con una sonrisa, se giró hacia los sabios, dejando que la tensión del momento se disipara un poco.
—Bueno, ¿quién de vosotros quiere empezar? —preguntó, tomando el control de la conversación con un tono ligero—. Vosotros sois los verdaderos protagonistas, así que os toca llevar la iniciativa.
Lo que empezó como una pregunta sencilla se convirtió rápidamente en una acalorada discusión sobre quién debía contar primero. Link observó la escena con una sonrisa discreta, dejando que la camaradería entre los sabios llenara el espacio. A pesar de la urgencia que sentía, estos pequeños momentos de unión eran importantes, una pausa necesaria antes de lo que sabía que estaba por venir.
Finalmente, decidieron echarlo a suertes. La suerte favoreció a Tureli, quien fue elegido para empezar. Yunobo, sin embargo, no pudo evitar un gesto de desánimo al quedar en último lugar, a pesar de haber sido el primero en acompañar a Link en su aventura.
Tureli, lleno de energía juvenil, dio un pequeño salto y extendió sus alas con entusiasmo antes de empezar a hablar.
—Como ya sabéis —dijo, su voz vibrando con emoción mientras recorría con la mirada a los presentes—, nuestra región estuvo azotada por una ventisca descomunal que aisló completamente la villa Orni. Aún estamos recuperándonos, y, de hecho, Link nos ha estado ayudando con las provisiones a cambio de flechas y materiales esenciales.
Prunia, que revisaba distraída una montaña de mensajes, levantó la mirada con interés.
—Claro, lo recuerdo. La ventisca provocó el colapso del puente que conectaba vuestra villa con las demás poblaciones. Fue un desastre.
Tureli asintió, su semblante ensombrecido al recordar aquellos días difíciles.
—Así es. Fue terrible. Yo quería ayudar a mi pueblo, pero mi padre no me dejaba. Estaba enfadado, frustrado, y sentía que no podía hacer nada. Intenté unirme a la búsqueda del Arca Celeste, una leyenda que contaba como una vez bajaron unas barcas desde el cielo, que ayudaron a sobrevivir al pueblo Orni, procedentes a su vez de otro gigantesco. Pero mi padre no me hizo caso, ignorandome por completo.
Hizo una pausa, mirando a Link con una mezcla de gratitud y admiración.
—Pero entonces llegó él. Link vino en mi busca, y gracias a su determinación, finalmente nos pusimos en camino.
Josha, que estaba inmersa en sus notas, levantó la cabeza con expresión asombrada.
—¡Por Hylia! ¡Lo que habréis pasado! Recuerdo que Link mencionó que tuvisteis que ascender a las islas más remotas del cielo. Un lugar que, hasta ese momento, solo existía en las leyendas...
Tureli asintió, sus ojos brillando con la intensidad de los recuerdos.
—Exacto. Todo se reveló gracias a una antigua canción popular de nuestra tierra, la 'Canción del Arca Celeste'. Esa canción, transmitida de generación en generación, contenía pistas sobre su ubicación. Link descifró sus versos, y no perdimos tiempo en seguirlas.
Hizo una pausa, su pecho hinchándose de orgullo mientras continuaba con voz firme:
—El viaje fue una aventura increíble, y llegar allí resultó ser un desafío monumental para ambos, especialmente para Link. El camino que debíamos recorrer pertenecía a una isla celestial, pero ya no era más que un campo de escombros flotantes. Pero lo que vimos justo antes de llegar, cuando el arca ya flotaba sobre nuestras cabezas, fue algo que aún permanece grabado en nuestras retinas. Decenas de barcos formaban un círculo en el aire, navegando entre las nubes como si se tratara de un río en el cielo. Los barcos se dividían en niveles, y esa visión nos dio una idea. Link debería saltar de uno a otro, ascendiendo poco a poco hasta llegar a la cima.
Obviamente, Link, al no tener alas, no se atrevió a hacerlo. "Lo siento, no tengo tanta potencia de salto", dijo Tureli, haciendo que Link se sonrojara y se escucharan algunas risillas ahogadas. Entonces se me ocurrió algo: "Te impulsaré con mis corrientes de aire en la dirección que me digas. Solo tienes que abrir tu paravela, yo me encargaré de llevarte hasta el otro lado".
—Así, mientras usaba mis habilidades para impulsarlo, Link saltaba de un barco a otro, navegando sobre la ventisca como si el cielo mismo fuera su campo de batalla. ¡Fue una proeza sin igual!
La sala quedó en silencio por un momento, todos los presentes atrapados en la intensidad del relato de Tureli. Era más que una historia; era un recordatorio de lo lejos que habían llegado y de lo que les aguardaba en el futuro.
—¿Y no te caíste, Linky? —preguntó Prunia, mirando sus papeles con una sonrisa sutil en los labios. Aunque su tono era suave, había una chispa de diversión en su voz.
—Bueno... —dijo Link, ruborizándose ligeramente—. Alguna que otra vez perdí el pie y tuve que retroceder unos pasos. Pero, gracias a los santuarios cercanos y a mi habilidad de teletransporte, pude regresar sin mayores problemas. Aunque, en ese momento... sí, pasé algo de vértigo. Todavía no había volado lo suficiente por las islas, y me daba bastante respeto. —Se tocó nerviosamente la nuca al recordarlo—. Finalmente llegamos al Arca Celeste, y creedme cuando os digo que todo el sufrimiento valió la pena solo por ver semejante maravilla flotante.
—¡Oh! —exclamó Josha, abriendo los ojos de par en par—. He leído algo al respecto, pero jamás pensé que existiera de verdad. ¿Podrías contarnos más detalles sobre cómo es?
—¡Por supuesto! —dijo Tureli, elevándose en el aire con calma, sus alas dibujando círculos majestuosos alrededor de los presentes, mientras sus ojos centelleaban con fervor—. El Arca Celeste... es un vestigio de gloria y poder divino, flotando más allá de los confines del cielo, oculta entre nubes doradas. Es un santuario sagrado, de una perfección arquitectónica que desafía el entendimiento mortal, creado por manos que bebieron del saber eterno de las diosas.
—Sus puertas —continuó con una voz solemne y profunda—, altas y colosales, guardan secretos de una era remota. Relieves tallados cubren su superficie, donde se narran los relatos de héroes y dioses inmortales. Al cruzarlas, uno queda ante columnas descomunales, como alas que se elevan hacia el firmamento, sosteniendo arcos de oro y plata que reflejan la historia misma de Hyrule. Y allí arriba, en esas alturas sagradas, reina un silencio tan vasto y solemne que hasta el tiempo se desvanece; un lugar donde el aire parece eterno y el eco de las divinidades aún resuena.
Los presentes escuchaban en completo silencio, cautivados por la voz de Tureli, quien, en su entusiasmo místico, parecía transportar sus almas hacia ese lugar sagrado donde la historia y la leyenda se entrelazan.
Link, al escuchar el aplauso y ver la admiración en los ojos de sus compañeros, continuó con su relato, dejando que el peso de sus palabras marcara el ritmo de la historia.
—Una vez allí —prosiguió Link con tono grave—, nos encontramos con Zelda... o, mejor dicho, con una de las marionetas del Rey Demonio. Ella nos condujo hasta el terminal principal, el cual debíamos activar para detener la tormenta que azotaba la región de los Orni.
Tureli, visiblemente emocionado, retomó la palabra con energía.
—Entre los dos, nos encargamos de buscar y desactivar los puntos clave, mientras yo usaba mi poder para generar corrientes de aire que impulsaran el sistema. Cuando el mecanismo finalmente se desbloqueó, apareció la criatura del Rey Demonio: Gelminus. Un monstruo colosal, con cuerpo de gusano, que controlaba terribles ráfagas de viento, haciendo la batalla aún más peligrosa.
—¿Y cómo lo derrotasteis, Link? —preguntó Josha, con los ojos brillando de emoción, absorta en el relato del héroe.
—Al principio, no sabía cómo enfrentarlo —admitió Link, su voz cargada de solemnidad al revivir la tensión del combate—. El viento me empujaba en todas direcciones, como si la tormenta misma quisiera engullirme. Pero entonces lo vi: los círculos de cristal en su cuerpo, brillando como estrellas oscuras. Supe que ahí estaba su punto débil. Abrí mi paravela y, resistiendo cada golpe de las corrientes traicioneras, empecé a destruirlos uno a uno, en una lucha mortal contra el viento.
—Imagino que no fue tan fácil como lo describes, ¿verdad? —interrumpió Rotver, quien había dejado su cuaderno de lado para servirle una taza de té a Link. Sus ojos reflejaban el respeto de quien escucha una historia de gran valentía.
—Gracias, Rotver —respondió Link con una ligera inclinación de cabeza mientras tomaba la taza. Después, en un silencio pensativo, recordó la crudeza de aquel combate—. Ni por un momento fue sencillo —dijo con una sonrisa tensa—. Cada embestida de Gelminus era como un trueno que retumbaba en el aire, y las corrientes cambiaban sin previo aviso, amenazando con desequilibrarme en pleno vuelo. Cada movimiento debía ser preciso, porque un solo error habría significado mi caída al vacío. Golpe tras golpe, logré acercarme lo suficiente para atacar sus puntos vulnerables, hasta que, finalmente, con un último impacto certero, lo derroté.
En el mismo instante en que Gelminus tocó el suelo y su imponente cuerpo se desplomó, la tormenta cesó, como si el propio viento exhalara un último suspiro de derrota. Las nubes se abrieron y el cielo comenzó a despejarse, inundándonos con una luz radiante. Fue en ese momento —continuó Link— cuando entendimos que el poder del Arca Celeste había vuelto a la calma.
—Y cuando al fin logramos vencerlo, cuando Gelminus cayó derrotado y la calma retornó al cielo —interrumpió Tureli, sus ojos brillando de orgullo—, ¡se presentó ante mí el espíritu de mi antepasado y me nombró Sabio del Viento! ¡Mirad mi piedra secreta!
Tureli enseñó con cuidado la pequeña piedra en forma de lágrima que colgaba en una de sus patas, como si fuera una pulsera, brillando con la luz dorada que emanaba de su interior. El aire se llenó de una energía palpable mientras los presentes observaban la reliquia con asombro.
Mientras Tureli alzaba su piedra sagrada, una suave ráfaga de aire, cálida y pacífica, envolvió a todos los presentes, como si la esencia del viento bendijera aquel momento. Link, observando a su compañero, sintió la grandeza épica de su alianza, sellada en las alturas y grabada en el firmamento eterno de las leyendas de Hyrule.
Pero, distraídos como estaban con los relatos de los sabios, muy cerca de ellos, tal vez demasiado, se encontraba el subsuelo del castillo de Hyrule. Un lugar marcado por la tragedia de la desaparición de Zelda, ahora convertido en la oscura guarida del Rey Demonio. Su presencia era una maldad tangible, que se filtraba por cada grieta, cada rendija, impregnando las entrañas de la tierra con su veneno. El aire era espeso, cargado de una energía corrosiva, y las criaturas que habitaban las profundidades gemían de terror, aterradas por la magnitud del mal que gobernaba ese lugar.
—Te has acercado... quizás demasiado —la voz del Rey Demonio resonó como un eco profundo, llenando el abismo con una amenaza que vibraba en sus paredes. Su tono, cargado de una cruel arrogancia, dejaba claro que la victoria ya era suya—. Te tengo atrapado, héroe. Mi ejército ya se encuentra en marcha, arrasando con todo lo que se cruce en su camino. Y cuando descubras lo que está sucediendo, cuando te des cuenta de que tus amigos, la ciudad que tanto amas, está siendo destruida en este mismo momento...
Una risa macabra, rebosante de locura, reverberó por todo el abismo, como una ola de oscuridad que se desbordaba sin control. Era el sonido de la desesperación misma, un símbolo palpable de cómo la oscuridad, lenta pero imparable, comenzaba a apoderarse del mundo.
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