Acto segundo: Una determinación irrevocable
Raven parpadeó varias veces para espantar los fantasmas que rondaban en su cabeza. Contempló a la mujer de bata blanca con una sonrisilla torcida, carente de diversión.
—¿Has entendido todo lo que he explicado, Rave? —preguntó Ana Kane, la doctora principal de Horna. Aquella había sido, posiblemente, la noticia más difícil que le había tocado dar a alguien a quien apreciaba.
—Repíteme el final, es la parte más interesante.
—Con la extracción definitiva de...
—No. No —ella alzó las manos para frenar su discurso. Sabía y entendía de qué iba todo, solo que aquellas cuatro palabras le causaban un sentimiento que no conseguía descifrar.— Lo otro, lo realmente importante.
—Te estás muriendo, Raven.
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Cuando todo acabó el día en que Apocalypse intentó regresar a la vida, en realidad no había hecho más que iniciar. Desencadenando una serie de acontecimientos que marcarían algunas vidas. Vidas que en verdad no necesitaban continuar desmoronándose.
Satanachia o la Bestia era libre ahora. Se había solucionado un problema causando otro quizás peor. Así que situaciones desesperadas conllevaron a medidas desesperadas. Wolverine fue el único con la fuerza y el factor regenerativo suficiente para acercarse a lo que una vez había sido su pequeño cuervo y con el acto de atravesar sus garras en el cuello de la criatura que ya no era ella ni nadie, logró que Saori y Masha Fosberg la contuvieran hasta regresarla a la Fortaleza Escarlata. Donde no lastimaría a nadie y podrían intentar traerla de regreso.
No resultó como esperaban.
La única forma de parar al Señor de los Ejércitos Oscuros era encerrándole lejos de su recipiente, pero para una madre y una hermana, aquel recipiente había tenido nombre y voz propia: Raven Fosberg.
El exorcismo forzado funcionó al final y la naturaleza siguió su fatídico curso de vida, donde un ser que había muerto realmente hacía más de 50 años, debía continuar muerto.
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—Es como un cáncer. Más violento, quizás y no tenemos cura para detenerle.
Ahora todos estaban sentados en el gran salón de la mansión, donde se colaban los últimos rayos del sol de la tarde.
Habían pasado en total dos semanas desde que Raven volviera a ser... ¿Qué?¿Una chica que se caía en pedazos? ¿Un cadáver andante? ¿El final de un mal chiste? Porque si una idea los rondaba a todos, era que aquella mujer de cabello repentinamente plateado por la edad, ojos sin brillo y piel lechosa, no era la Dama sin Sombra que conocían.
La mención de la palabra con C por parte de Ana, en un esfuerzo por explicar la naturaleza de lo que estaba sucediendo con Rave, hizo que Wade Wilson se levantara con brusquedad y huyera de la sala.
Los presentes guardaron silencio unos segundos, digiriendo la información que tenían frente a sus rostros y que se negaban en rotundo a aceptar.
Logan se levantó para ir tras el mercenario y la voz ronca, sin entonación apenas del Cuervo le frenó.
—Déjame a mí, Wolvie. Sé que él quiere escucharlo de mí y de nadie más.
Verla salir tambaleándose y sujetándose de las paredes mientras se presionaba el abdomen, le provocó una piedra enorme en la garganta al mutante, aunque se abstuvo de intentar ayudarla. La conocía lo suficiente para saber que el orgullo lo llevaría como bandera hasta el final.
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Deadpool estaba sentado en la barandilla del porche, meciendo las piernas en el aire como un niño de cinco años. No volvió la vista cuando la escuchó recostarse a su lado. Con máscara o sin ella, temía lo que iba a suceder cuando sus sentimientos se desbordaran.
—Wade —la chica pronunció su nombre en un murmullo. Él mantuvo la mirada en el horizonte.— Wade, sabes que esto va a pasar quieras o no.
—¡Juguemos un juego! —la interrumpió dando palmas.
A Raven le estaba rompiendo el corazón verlo tan desesperado por escapar de la realidad.
—Wade, tenemos que...
—¡Juguemos un juego! —repitió como disco rayado. Ella suspiró, aceptando.
—De acuerdo, Wilson, ¿cuál es ese juego que tanto te interesa?
Esta vez sí la miró a los ojos, por lo menos tanto como era capaz sin quitarse la máscara.
—El juego consiste en que tú no te rindes y sigues con nosotros... Muchos, muchos, condenados años.
Rave tuvo que apretar los labios para no echarse a llorar allí mismo. Desde que había recuperado la conciencia, se había visto obligada a ser el pilar que sujetara la estructura tambaleante de los demás y empezaba a cansarse. No quería poner una carga en los hombros de nadie, pero tampoco quería que la necesitaran de esa forma.
—Sabes que eso no sucederá, Wade. Me voy a morir sin...
—¡NO! —esa única palabra, ese único grito de angustia la tomó desprevenida.
Reaccionó de la forma en que no habría querido hacerlo.
—¡Pues te jodes, Wilson! ¡No eres un maldito niño, no voy a explicarte esta porquería con marionetas! ¡Me voy a morir porque me quiero morir y punto!
El movimiento espasmódico de sus hombros le indicó que el mercenario estaba llorando, en silencio, sin hacer más aspavientos. Sollozos apenas perceptibles.
—Tú mejor que nadie deberías entenderme, Pumpkin.
Él negó en un gesto, mientras se cubría la boca con una mano para contener el llanto.
—No puedo —confesó— No puedo, Revi. No soy lo suficientemente valiente para esto.
Raven le acarició la espalda con ternura. Wade bajó del barandal y se apartó cuando ella trató de abrazarle para consolarlo.
—Me voy, no quiero despedirme... Solo... solo procura seguir aquí si se me ocurre volver en algún momento, ¿de acuerdo?
La chica le regaló una sonrisa tímida y le vio caminar hacia la pista de aterrizaje, en busca de alguien que le sacara de Horna antes de explotar por el dolor.
—Esta vez sí es un adiós, Wade.
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Discusiones.
En esos días que precedieron al final, todo fueron discusiones, gritos, llantos, amigos mirándola con nostalgia. Y Raven no podía odiar más aquella situación.
Esa noche, luego de salir y entrar al baño unas mil veces, vomitando cada bocado de comida, cada sorbo de agua —hasta respirar creyó que la hacía tener arcadas— la antigua Dama sin Sombra se encaminó al despacho de Masha, su madre adoptiva, para comunicarle la determinación irrevocable que había tomado sentada en el suelo de la ducha, con el agua helada cayendo sobre su cuerpo que lentamente se rendía.
—Me voy de la Fortaleza —anunció entrando. La mujer del otro lado del escritorio la observó sin comprender.
—Revi, no estás en tus cabales. Necesitas estar aquí, con los tuyos. Con los que podemos e intentamos ayudarte.
—Madre... lo que de verdad necesito es morir de una maldita vez y ustedes no me lo están haciendo fácil.
Masha trató de razonar con ella. De hacerla entender y cuando sus argumentos fallaron ante una lógica tan sencilla como era el hecho de que, sin la Bestia, ya no tenía forma de seguir viviendo, porque básicamente llevaba muerta la mitad de su existencia, recurrió a los demás para convencerla.
—¡QUE SE CALLEN! —Raven estaba frustrada, cansada de todo— No pienso cambiar de opinión, así que ya pueden ir haciéndose a la idea. Me niego a morir aquí, donde puedan verme y llorarme... Ya basta de tanto drama.
—Rave, en vista de que es una decisión tomada, al menos déjame ofrecerte mi casa en las montañas como destino.
Hasta ese momento, Jean Phillipe había permanecido neutro. Sin opinar ni comentar nada, maquinando la forma de plantear su idea. La única manera en que se sentía capaz de ayudar a la mujer que, en el fondo, siempre había querido y admirado.
—¿Es lejos? —le interrogó ella descubriendo su vía de escape.
—En los Alpes. No puedo ofrecerte más.
Raven sonrió complacida. ¿Más? ¿Para qué? Ya no había a dónde poder huir de lo que se avecinaba y estaba dispuesta a abrazar a la oscuridad bajo sus propios términos.
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