1. Los limones que te da la vida están sobrevalorados.
Lo primero que pienso es:
Demonios, tengo la boca seca.
Mis parpados pesan mucho y mi rostro se siente adormecido pero de todas maneras intento humedecer mi lengua. Inmediatamente me doy cuenta de que no puedo, tengo conectado a mi que no me lo impide.
Parpadeo unas cuantas veces, pero sigo sin acostumbrarme a la intensa luz blanca que amenaza con dejarme ciega. Finalmente, fijo mi mirada en las puertas corredizas de cristal y luego en mi cama y el edredón color crema nauseabundo. ¿Cómo no?
Un jodido hospital.
Respiro en busca de aire y pronto me doy cuenta de que tampoco no puedo, que estoy respirando a través de un tubo extraño en mi boca.
¿Debería sacármelo?
Mis manos se sienten débiles, como si fuesen tontas y estuviesen adormecidas. Me quito el tubo sintiendo la cinta dolerme cuando la despego de mi piel y respiro profundo. Joder. Tomo una bocanada de aire demasiado profunda y larga. El abdomen comienza a dolerme.
Paseo mi mirada por la habitación vacía y me sorprendo cuando encuentro a alguien que honestamente, no pensé volver a ver más en mi vida. Está dormido plácidamente en una silla que luce incómoda. Esto es el jodido colmo.
—Seth —siseo. Mi voz me resulta extraña, es rasposa y me cuesta hablar.
Él no se despierta.
Estoy por volver a intentar cuando la puerta se abre. Una mujer en una bata blanca entra.
—Hola, Quinn —saluda ella acercándose con una pequeña sonrisa—. Soy Marie Jensen, tu doctora. ¿Cómo te encuentras? ¿Puedes hablar?
—Hola —murmuro.
Me fijo en su cabello oscuro atado en un moño y las ojeras que parecen estar desde siempre bajo sus ojos. Marie es asiática y luce amigable, siento que es agradable tenerla a mi lado. Se coloca a mi lado.
—¿Cómo te sientes?
—Tengo sed.
Se ríe por lo bajo.
—Es normal, ya te traeremos agua. Por ahora, te haré un chequeo para asegurarme de que todo esté en orden. No sé si lo recuerdas, pero te viste envuelta en un incidente y recibiste una bala. Por suerte, te atravesó y solo rasgó uno de tus riñones, pero la pérdida de sangre hizo que fuera muy peligroso. Pudimos salvarte, pero algo falló en la operación y tus pulmones empezaron a tener problemas. Entraste en un coma lo cual te dificultó aún más respirar y tuvimos que conectarte. Siendo sincera, es un milagro que hayas despertado.
Parpadeo unas cuantas veces. Le pido que me repita lo que acaba de decirme. Lo hace con mucha paciencia y una voz muy calma.
—¿Hace cuánto pasó todo esto? —le pregunto.
—Dos meses —responde ella.
—¿Cómo? —inquiero confundida sin saber si la he oído bien o no.
—Dos meses. Has estado inconsciente por dos meses. Hoy es ocho de mayo —explica. Entrecierro mis ojos y de repente, mi cabeza hace clic.
—Olive —musito.
—Disculpa, ¿quién? —pregunta la doctora Jensen quitando su vista de su tableta digital en donde estaba escribiendo algo.
—Olive Hamilton, la niña que estaba conmigo cuando me dispararon —explico sintiendo un cosquilleo en mi garganta.
Por favor que me diga que está bien.
Que me diga que está bien. Es lo único que necesito oír.
—No hemos recibido a ninguna niña. Eras solo tú y Malcolm Hamilton.
Tiene que estar bromeando.
—¿Él...? —inquiero sin poder pronunciar bien las siguientes palabras.
La doctora niega con la cabeza y el cuerpo se me llena de alivio.
—Una bala le rozó la pierna, solo fue un poco de sangre. Está bien. Y por lo que veo, tú también. Aunque me gustaría hacerte más pruebas para asegurarme de que estés bien. En un rato vendrá otro doctor y una enfermera con agua.
—Gracias —murmuro.
—¿Quieres que lo despierte? —me pregunta Marie amablemente al señalar con su cabeza a Seth.
—No, ya lo hago yo.
Asiente y se va. Corre la puerta corrediza de cristal y me doy cuenta de que estoy en Unidad de Cuidados Intensivos.
Me cosquillean las manos cuando las muevo. Se siente extraño hacerlo. Muevo mis dedos suavemente.
—Seth —mascullo. Mis ojos recorren mi alrededor en busca de algo con que golpearle la cabeza, pero no encuentro nada. Me cuesta hablar, por lo que no quiero ni siquiera intentar gritarle así que aclaro mi garganta—. Seth.
—¿Mhm? —inquiere sin abrir sus ojos. Al fin. Lentamente abre sus parpados y clava sus ojos en mi. No dice nada. Esperaba más. Que grite y comience a saltar, quizás.
—¿No estabas en Los Ángeles? —le pregunto rompiendo el silencio, y es cuando Seth parece darse cuenta de que esto no es ninguna alucinación.
Se levanta de su asiento como tuviese un resorte, deja caer la manta al suelo y se inclina a mí.
—¡Despertaste! —exclama con sus ojos abiertos como platos—. Tengo que llamar a la doctora Jensen.
—No te preocupes, ya hablamos —le digo—. Me he despertado hace rato.
—¿Y no me dijiste?
—Estabas durmiendo.
—Joder, no sé ni por donde empezar... Eres una tonta lagarto, ¿cómo pudiste dejar que te balearan? Yo crie líderes, no débiles —me regaña con el entrecejo fruncido. Quiero reír, pero rápidamente me doy cuenta de que sería doloroso así que no lo hago. Sonrío.
—Al menos no he muerto. ¿Qué haces en Miami?
—Joder, acabas de despertarte de un coma. ¿Por qué lo tomas tan a la ligera?
—¿Quieres que me largue a llorar? Porque tengo ganas. Solo que intento estar positiva, Jones.
—¿En qué momento maduraste? —pregunta ahora con un brillo divertido en sus ojos. Acaricia mi cabeza con su mano.
—Supongo que cuando huiste a Los Ángeles.
—Volví apenas me enteré de lo que te pasó, desde entonces he pasado más tiempo en esa silla que con cualquier otra persona —suspira. Es difícil de explicar, pero siento como de a poco, el vacío con el que me había despertado empieza a llenarse. Lo diré siempre: Es increíble la manera que tiene Seth de instalar una sonrisa en mi rostro automáticamente.
—¿Solo tú? —pregunto.
—No, tienes una lista de visitantes bastante larga, pero nos vamos turnando. En cuidados intensivos solo dejan que haya un visitante. ¿Quién diría que la gente te quiere de verdad?
—Necesito ver a—
—¿Liam? —inquiere Seth casi con una sonrisa cómplice—. ¿Qué hay con ese? ¿Son novios?
—¿Sabes algo de su hermana? —le pregunto evadiendo la pregunta.
—La verdad es que no. Simplemente sé lo que todos saben por las noticias, nada más. La doctora Jensen prometió llamar a todos apenas despiertes así que no tardarás en tener esta habitación inundada de gente.
Esbozo una débil sonrisa.
Seth no se equivocaba. Luego de que una enfermera me diera agua y un doctor diferente me llevara a tomografías, me quitará sangre y me chequeara distintas partes de mi cuerpo, vuelvo en una camilla hacia una habitación normal dado a que mi estado ya no pende de un hilo. Al menos eso es lo que creen los doctores.
Mis ojos se confunden, realmente hay muchas personas para mirar y ni siquiera sé por quién arrancar. Parpadeo y llevo la mirada al doctor, quién luce aburrido y molesto de que haya tanta gente en la habitación.
—Quinn —suelta mamá en un suspiro ahogado. Noto que está al borde de las lágrimas cuando se acerca a abrazarme. En vez de su estilo actual, en el que no se dejaría tener un pelo afuera, tiene uno bastante extraño para mi. Su cabello rubio está recogido en una coleta desordenada y luce vaqueros.
El doctor le advierte que tenga cuidado ya que las palabras no salen de mi boca cuando me estrecha con tantas fuerzas que empieza a doler. El olor a colonia cara me inunda la nariz y su champú de coco me transmite cierta tranquilidad ahora que cierro los ojos y aspiro con fuerzas.
No entiendo verdaderamente. Me cuesta empatizar con la situación de Seth, mamá y todas las personas que me esperan en la sala. Es extraño, no puedo explicarlo. Para mi solo fue un parpadeo. Emma disparó una vez, falló y le dio a un espejo, y luego volvió a disparar y la bala aterrizó en mi estómago. Empecé a sangrar, parecía una cascada. Mis manos viscosas y manchadas de sangre es algo que no creo olvidar nunca, la imagen está impregnada en mi cabeza porque para mí, sucedió hace horas. Entonces Olive chilló tan fuerte que pensé que mis oídos se partirían en dos y todo se convirtió en una nube negra. Oía gritos de aquí y gritos por allá, pero sentía que lo estaba viviendo en otro plano. Cerré mis ojos y pensé que sería para siempre hasta que los abrí encontrándome una habitación blanca y Seth durmiendo en la silla.
Rick es el que se acerca después. Noto que se ha dejado crecer la barba, algo que recuerdo oír decir que nunca haría porque detesta como le queda. Sin embargo, no luce mal. Es diferente.
—¿Te sientes bien? —es lo primero que me pregunta cuando sus manos acarician levemente mi rostro.
Me quedo sin palabras. No sé como me siento.
—No puedo caminar —respondo como solución.
La doctora Jensen me lo había dicho mientras estaba en la sala de tomografías, mis articulaciones duelen porque hace mucho tiempo que no me muevo correctamente y por voluntad propia. Tomaría un rato de fisioterapia para volver a recuperar la movilidad de antes.
—Has despertado, todo va a estar bien —dice luego de abrazarme y dejar un beso en la coronilla de mi cabeza. A su lado, mamá intenta batallar las lágrimas.
Espero encontrar a Nate, pero no lo hago. En vez de eso, recorro la habitación y me encuentro con ese par de ojos oscuros intensos en la otra punta de la habitación. Liam me mira como si no pudiese creer que esté ahí, sentada en una silla de ruedas observándolo fijamente mientras todas las personas, ruidos y movimientos de mi alrededor desaparecen. Mi respiración se corta. Lo noto más delgado, mas ojeroso, con el pelo más revuelto de lo normal. Hay tantas cosas que quiero decir, quiero preguntar, que no sé ni por dónde empezar. Para mi fue un instante, para Liam fueron dos meses en los que no estuve y tuvo que aprender a sobrellevar la situación de Olive. Lo conozco, sé que es fuerte pero nunca cuando se trata sobre su familia. Una sensación de remordimiento me revuelve el estómago. Debí haber estado aquí para él.
Liam camina decidido hacia mi, acorta la distancia y se pone de cuclillas de manera que queda a mi altura.
—No vuelvas a asustarme así, Gatita —inquiere como si se le hubiese escapado todo tipo de aire. Escuchar su voz logra calmar los latidos de mi corazón que se aceleraron por el simple hecho de tenerlo cerca. Se inclina y me rodea con sus brazos. No exactamente el recibimiento que esperaba. Entierro mi cabeza en la curva de su cuello y su hombro. Cierro los ojos. Lo estrecho con más fuerzas pero con cuidado de no desprender el suero enganchado a mi brazo.
—Te amo —murmuro para que solo nosotros dos podamos escuchar.
—Yo también, no sabes todo lo que me has hecho falta —responde. Cuando deshace el abrazo y deja sus manos en los muslos, se inclina hacia mi para besarme pero—
—Ya, tortolitos. Dejen el drama para más tarde —interrumpe una voz familiar.
—¡Nicholas! —sisea alguien.
Me separo de Liam porque siento que esto es realmente digno de ver. Primero identifico a Nicholas Ackerman, el chico de los brillantes ojos azules y la personalidad de un algodón de azúcar. Está de brazos cruzados mientras me mira divertido, como si pudiera leerme la mente. Sabe que encuentro esta situación sumamente extraña. No muy lejos de él, Tyler está apoyado en una pared con las piernas cruzadas y las manos enterradas en los bolsillos de sus vaqueros. Me sonríe. Nunca pensé que Tyler Aiken volvería a dedicarme una de sus sonrisas. Y, por último, está Aggie. Tiene sus manos entrelazadas con nerviosismo mientras me da una mirada esperanzadora. Ella es la primera en tomar la iniciativa. Se aproxima y pronto me veo rodeada de cincuenta kilos de amor.
Siendo honesta, luego de todo lo que pasó conmigo y entre ellos, tenerlos en una misma habitación era como un sueño.
—Haces milagros, Meyer —me dice riendo y es como si me contagiara de buena energía porque me rio también al entender el doble sentido.
Nick también me abraza y a él, lo estrecho con fuerza de más. Porque fue el único que realmente se tomó el tiempo de escucharme cuando todo explotó en su momento, y por todo lo que había pasado. Por último, Tyler se acerca y es como si pudiese sentir a Liam tensarse a mi par.
—Me alegra que estés bien —dice esbozando una pequeña sonrisa.
Me limito a asentir con una pequeña sonrisa para que no delate cuan verdaderamente feliz estoy de verlos a todos de nuevo. El doctor carraspea y le pide a Rick que se mueva para así poder dejarme en la cama. La cama desciende unos centímetros cuando él toca un botón y me ayuda a pararme. Mis piernas tiemblan por un momento y puedo sentir a Liam tensarse a mi lado. Me cuesta mantenerme de pie, pero el doctor es rápido y sabe lo que hace, me ayuda a subir y me tapa a pesar de que hace calor. Cuelga el líquido de mi intravenosa y chequea que todo esté en orden. Lo está, porque se retira.
Trago saliva y cruzo miradas con Liam. Me entiende, y sabe que quiero preguntarle qué demonios está pasando, cómo está Olive y en dónde terminó Emma. No quiero sonar grosera, no quiero que mamá y Rick piense que me importa él más que ellos, pero de todas maneras lo suelto:
—Uhm, ¿podrían dejarme un rato a solas con Liam? —inquiero en voz baja. Inmediatamente Rick dispara sus cejas hacia arriba en descontento pero mamá es rápida y comprensiva. Lo toma del brazo y le hace una seña con la cabeza para que salgan.
Nick, Aggie y Tyler se van detrás de ellos sin decir nada.
La puerta se cierra y el silencio nos cubre. Liam lo rompe cuando exhala pesadamente todo el aire que contenía y deja caer sus rodillas en el suelo y entierra la cabeza en el borde de la cama a mi lado. Coloca las manos sobre su cabello y tironea. Mi corazón se parte al verlo así.
Me obligo a sentarme derecha y me inclino hacia Liam. Con la mano sin la intravenosa, acaricio su cabello y hago que me mire. Él sube la cabeza y noto sus ojos más rojos y humedecidos.
—Está muy mal —suelta en un hilo. Trago saliva—. Ha pasado por un verdadero infierno. Empezó terapia apenas pudimos encontrar el mejor psiquiatra para casos parecidos al de Olive... pero es difícil. No es la misma niña que se fue hace años. La cambiaron, me cuesta reconocerla. Desde el primer día es como si estuviese en un estado catatónico. Nos observa, nos mira, a veces nos habla y nos responde, pero es como si mirara todo en un segundo plano. De noche, cuando cree que nadie se da cuenta, llora hasta que se queda dormida. Oírla sufrir así me está volviendo loco.
Pensé que había pasado por momentos dolorosos, pero escucharlo tan roto, tan angustiado en un tono de voz que parece como si alguien le cortara con una navaja la garganta y el corazón al mismo tiempo.
—Ven aquí —lo llamo sin siquiera saber por donde empezar. Me muevo al extremo de la cama y quito las sábanas invitándolo a acostarse conmigo. Acepta sin decir nada y sube. Él me rodea con sus brazos y yo apoyo mi cabeza en su pecho—. Olive está recibiendo tratamiento. No va a ser un camino fácil o corto y va a doler mucho, pero vamos a solucionarlo. Ahora quiero saber cómo estás tú.
El vago recuerdo de que Liam estuvo un tiempo tomando pastillas antidepresivas empieza a flotar en mi mente. No quiero que vuelva a estar así.
Resopla ligeramente y me estrecha más contra él.
—Estoy hecho un desastre, Quinn. Ni siquiera sé por donde empezar.
Lucho las lágrimas, porque no es un buen momento para llorar.
—Todo va a mejorar, Liam. Estaré contigo para todo. No será fácil pero tampoco imposible —murmuro. Aunque realmente, detrás de todas esas palabras se esconde la parte de mi que es desesperanzadora y la que conoce la realidad con un toque amargo de más.
Quizá, no todo esté bien.
Pero voy a intentar que así sea, me cueste lo que cueste.
Echo mi cabeza hacia atrás y me acerco lo justo para dejar un beso en su barbilla. Liam aprovecha esto para agacharse y besarme en los labios, como se debe y como estuve esperando desde que lo vi parado en la habitación.
Si hay un lugar en el mundo mejor que los brazos de Liam, quiero conocerlo porque estoy segura de que no existe.
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