xviii. end of life ¹
⸙ ࣪ ۰ ‣ CAPÍTULO DIECIOCHO
⚔️ fin de la vida 🪙
primera parte
❛ Anne, mi adorada hermana.
¿Recuerdas cuando recorríamos Driftmark? Pasaste mucho tiempo en la Fortaleza Roja, pero aún así crecimos juntas. Unidas en contra de Laenor, en contra de todos. Me ayudaste a forjar mi personalidad, mi autonomía, y siempre voy a agradecerte. Soy quien soy por ti.
No me imagino nada diferente.
Tuve un sueño hace poco, fue extraño, fue decisivo. Pero te vi a ti, y eso calmo cualquier inquietud que pude haber tenido. Estabas a mi lado, como sé que quisieras estar ahora.
Aún así, está bien. Podemos estar lejos, pero estamos en calma, y eso es lo importante. Estoy con alguien que me ama, al igual que tú estás con quienes te aprecian, con quien deseas amar sin restricciones.
Y sobre eso, Alysanne, hazlo. Dioses, no puedo creer que aún no hayas huido de la mano con Rhaenyra. La amas, tanto como a Daemon. Laenor lo entendería, en realidad, te apoyaría. Sabemos todo por lo que has pasado, todo lo que sientes. Somos tus hermanos, tu familia.
Y ustedes serían una familia igual de hermosa. Ustedes tres, las niñas y los príncipes. Podrían instalarse en Rocadragón, vivirían en paz.
Sé que sientes que la Corte es tu hogar, pero el hogar lo hacen las personas. Podrías estar debajo de una cueva, pero con las personas que amas te sentirías afortunada. Poco a poco has dejado la dependencia que sientes por un solo lugar, no retrocedas. Eres la Heredera del mar, navega y haya tantas aventuras como puedas. Los que te aman, como yo, siempre estaremos contigo.
En especial yo, Alysanne, siempre seré la hermana que te ama y te apoya en cada demencia, la que estará a tu lado aún cuando no puedas verme.
Vive, ¿si? Disfruta que el tiempo puede ser muy tramposo. Ama tan intensamente como el fuego Targaryen que recorre nuestras venas, y sé tan libre como las olas del mar con el que hemos crecido, tan manso como peligroso.
Dale mis saludos a todos, recuérdales mi cariño y el especial lugar que tienen en mi corazón.
Con amor, Laena Velaryon. ❜
—Envió esta carta poco antes de entrar en labor de parto.
Alysanne se había quedado observando la carta, repasando con sus dedos cada palabra.
—¿Ya dio a luz? —preguntó, mirando a Daemon y Rhaenyra de inmediato.
Alysanne recién había terminado de alistarse para afrontar un nuevo día cuando los príncipes aparecieron. Ellos habían sido informados primero al estar juntos, pues las niñas habían querido ayudar a empacar, y Daemon no las había querido dejar solas. El tema de la partida de Rhaenyra aún no lo habían tocado
—¿Cómo está? ¿Por qué nadie me lo avisó? —insistió Alysanne, sintiendo la inquietud embargarla. Su hermana ya era madre, o eso creía.
—Alysanne —llamó Rhaenyra, queriendo evitar que entrará en ansiedad. La tomó por los hombros con una piadosa sonrisa, haciendo que la mirará confundida.
—¿Qué? Debo saber cómo está mi hermana. No he podido acompañarla, debería ir con ella ya mismo.
—No, Alysanne —detuvo Daemon. Él estaba a lado de Rhaenyra, e igual que ella, la miraba con mucho pesar—. Lo sentimos —dijo, tomándola desprevenida.
Sus palabras le hicieron creer lo peor, haciéndole sentir un fuerte dolor en el pecho. Pero nada de eso se comparó a lo que vivió cuando oyó la noticia.
—Laena murió, al igual que su bebé. No soportó el dolor del parto. Supo que su destino sería así de trágico, y decidió...
—¿Decidió? —repitió, sintiendo que el aire empezaba a faltarle. Se apoyó en Rhaenyra mientras Daemon tomaba el valor para continuar destruyendo el corazón de su amada.
—Le pidió a Vhagar acabar con su vida.
Y fue impactante, nocivo para Alysanne.
—No... —susurró, sintiendo las lágrimas nublar sus ojos—. Mi hermanita no...
—Nadie pudo detenerla —añadió Rhaenyra, acariciando su rostro para intentar reconfortarla.
—Yo hubiera podido —contradijo, queriendo gritar, pero careciendo de la fuerza para hacerlo—. La dejé morir —concluyó asustada por aquella idea. Se sentía tan culpable que llegaba a odiarse.
—Alysanne, no es así...
Pero la Velaryon dejó de oír palabra, todo a su alrededor se volvió difuso. Dejó de apoyarse en Rhaenyra y cayó de rodillas al suelo, sobre la alfombra de su dormitorio. Ahí se destrozó, las lágrimas no pararon y sus gritos iniciaron. Se abrazó a si misma mientras se recriminaba y lamentaba la pérdida de su amada Laena.
—¡NO! —su voz se quebraba, al igual que su corazón.
Sentía un dolor diferente, nuevo, intenso y destructor que invadía todo su ser. Pensar en su hermana, en todo lo que habían vivido y lo que les había faltado, la mataba. No podía parar de sollozar pensando en el hubiera. Lamentaba tanto haberla dejado sola, lamentaba la nueva realidad en la que Laena ya no estaba.
—Mi hermana...
—Alysanne —susurró Daemon sin saber cómo reducir su dolor. Estando los tres en el suelo, él la abrazó, amparándola en su pecho.
—La perdí. Yo, la perdí —repitió con la mirada perdida, los ojos rojos por las lágrimas.
—Oh, Aly... —susurró Rhaenyra, abrazándola también para intentar calmar su sufrimiento.
Pero a Alysanne le dolía demasiado, ardía y quemaba su interior como ni los siete infiernos podrían hacerlo.
Los días tuvieron que pasar, y el dolor todos tuvieron que guardar.
En Driftmark, la bandera de los Velaryon se alzó. Un cuerpo regresó a donde pertenecía.
En las orillas del mar, Laena Velaryon era despedida por su familia y todos aquellos que la habían querido durante su tiempo de vida.
—Estamos aquí reunidos en la Sede del Mar, para entregar a lady Laena de la casa Velaryon, a las aguas eternas, los dominios del rey Tritón, donde Él la guardará hasta el fin de los días —citó Vaemond Velaryon, quien oficializaba la partida de Laena—. Al echarse al mar para hacer su último viaje, lady Laena deja a la familia que amaba en la orilla. Aunque no regresará de su viaje, ellos seguirán unidos por la sangre. La sal fluye por las venas de los Velaryon. Nuestra sangre es espesa. Nuestra sangre es pura, y nunca debe diluirse.
Alysanne, situada entre sus padres, dio las últimas palabras mientras preparaban la tumba de Laena para dejarla caer. Su madre la apoyaba, tomando su brazo.
—Mi dulce hermana, que los mares sean tan serenos como tu espíritu, los vientos tan vigorosos como tu alegría y tus sonrisas en nuestra memoria tan rebosantes como tu corazón —expresó, sintiendo las lágrimas volver a pasearse por sus mejillas—. Del mar hemos venido, y al mar regresaremos —concluyó, viendo cómo dejaban caer la tumba de su hermana—. Hasta pronto, Laena —susurró antes de abrazar a su madre, quien también sufría mucho por la pérdida de su segunda hija.
Entonces, los dragones que pertenecían a las Velaryon aparecieron en el cielo, sobrevolándolo y dándole la última despedida a la jinete con pequeños rugidos.
La ceremonia terminó, pero inició la reunión posterior. La gente se dispersó, reuniéndose en pequeños grupos. Habían muchas personas, pues Laena se había vuelto una persona muy querida por su trato dulce y gentil. También estaba la familia real.
Alysanne permanecía a lado de Laenor, quien estaba tan destruido como ella.
—Necesito irme —confesó él, dándole el último trago a su copa de vino.
—Laenor, no —pidió, cubriendo con ambas manos la de su hermano—. No quieras pasar esto solo.
—Amaba a Laena, Alysanne.
—Todos aquí lo hacíamos —recordó, observando a su alrededor—. Yo lo hacía. No me dejes sola, no a tus hijos que también sufren una pérdida.
Jacaerys y Lucerys, al igual que las niñas, lamentaban la muerte de sir Harwin y su padre tanto como Rhaenyra y Alysanne.
—Lloran por su verdadero padre —dijo sin medir su tono de voz, acercando más su rostro al de Alysanne—. Yo no puedo hacer nada, hermana... Lo siento, pero no puedo soportarlo —concluyó, besando su cabeza antes de alejarse, dejando detrás a todas aquellas personas que querían brindarle sus condolencias.
Alysanne quedó sola por un instante, pero prefirió no martirizarse por ello, o por lo que su hermano hacía. El ruido de las mareas logró distraerla, el hermoso paisaje frente a sus ojos la hipnotizó. Había llorado ya tanto, que no tenía más para dar. Se quedó sin expresión alguna admirando el mar del que su hermana ahora formaba parte.
Entonces, sus tres hijas llegaron a hacerle compañía, abrazándola.
—Mis niñas —susurró, besando la cabeza de cada una—. ¿Cómo se sienten?
—Amábamos mucho a la tía Laena, y también le teníamos estima a sir Harwin —expresó Alyssa por sus hermanas—. Duele haberlos perdido tan trágicamente.
Alysanne las miró por unos segundos, sin saber qué decir. Cómo las podría consolar si ella no podía calmarse ni a si misma. —Lo sé... —fue lo único que se le ocurrió responder.
—Jace y Luke también se sienten tristes —comentó Aemma, preocupada por ellos—, más por la muerte de lord Lyonel y ser Harwin.
—No han de querer estar aquí —supuso Alysanne, entendiendo—. ¿Por qué no van con ellos?
—Nos sumiremos todos en tristeza, mamá —opinó Rhaena.
—Estar con personas que entienden tu dolor, te ayuda a no sentirte tan sola.
—Entonces no deberíamos dejarte —comprendió Alyssa, tomando la mano de la mayor—. Tú sufres, más que todas.
Alysanne forzó una sonrisa para ella.
—Está bien, pequeña. Vayan con quienes se sientan mejor, con quienes las necesitan.
Las tres asintieron ante su petición, tomando caminos diferentes. Aemma y Alyssa fueron con sus primos, Jace y Luke. Alyssa, si no pensará más en los demás que en ella, hubiera ido con Daeron para que la aliviará con sus siempre acertadas palabras. Rhaena, por otro lado, sí fue con Aemond, sabiendo que se sentiría mucho mejor a su lado.
Alysanne se quedó nuevamente sola hasta que Daemon llegó, liberándose al fin de todos aquellos que querían hablar con su esposa, pero eran interceptados por él para que no la molestarán.
—¿Cómo te sientes? —preguntó mientras la abrazaba por la espalda. Ambos estaban en dirección al mar.
—¿Debo mentir?
—No a mí —respondió, besando su mejilla con dulzura.
—Es lo peor. Todos se sienten mal, y yo... No sé cómo hacerlos sentir mejor. Laena era experta en eso.
—Está bien que no lo sepas, mi princesa —reconfortó, abrazándola con más calidez—. Cada uno debe sobrellevar el dolor a su manera.
—No sé ni qué decirle a las niñas, a Laenor. Él de seguro fue a tomar malas decisiones, a perder la razón, a intentar olvidar, solo. Y no pude evitarlo. Últimamente no puedo evitar nada, y mi familia siempre sale perjudicada.
—Alysanne —llamó, haciendo que volteara hacia él—. No es culpa tuya. Siempre has intentando proteger a quienes amas, toda tu vida. Es momento de que te cuides, de que sanes, de que nosotros te cuidemos. Mereces finalmente recibir todo lo que has dado.
Daemon continuó acompañándola, abrazándola mientras le susurraba palabras reconfortantes. La hacía sentir mejor, y pronto Rhaenyra también se unió a esa tarea.
Todos intentaban consolarse de alguna manera, y estaba funcionando. Aemma se había quedado junto a Jacaerys y Lucerys, acompañándose mutuamente en su dolor. Alyssa, al final, había ido corriendo con Daeron, siendo recibida entre sus brazos para recibir un poco de su consuelo. Ambos eran una gran compañía para el contrario. Rhaena se había quedado a lado de Aemond, ambos estaban sentados en un mueble mientras ella recostaba su cabeza sobre el hombro del príncipe, y él le contaba cualquier historia para distraerla, pues no soportaba verla triste.
Alysanne junto a Daemon y Rhaenyra se sentía mucho mejor, más amada y protegida. Rhaenys y Corlys estaban juntos también, queriendo reconfortarse con su cercanía de la pérdida de una de sus hijas.
Un rugido indicó que el sol pronto se iría, al igual que la compañía que Laenor había traído de la Fortaleza Roja, y ahora iba detrás de él luego de que el Señor de las Mareas le recordará su deber de acompañar a su hijo, quien estaba solo en las orillas del mar.
Alysanne dejó que aquel hombre fuera por su hermano, comprendiendo que ella no podría ayudarlo en ese instante. Entonces, cuando Rhaenyra fue un momento a hablar con sus niños para que pronto fueran a la cama, el rey se aproximó a Daemon y a Alysanne.
—Mis sinceras condolencias, milady —dijo, dirigiéndose a la Velaryon.
—Gracias, su majestad —respondió, apreciando sus palabras.
—Los dioses son crueles —añadió, siendo apoyado totalmente por ella.
—Lo han sido especialmente contigo —comentó Daemon, notando lo deteriorada que estaba la salud de su hermano.
—Sí —aceptó el rey, soltando una lastimosa risa—. Deberían quedarse en el Desembarco del Rey —propuso segundos después—. Es hora de volver a tu hogar, Daemon.
—Mi hogar es a donde vayan mi esposa e hijas —aclaró, abrazando a Alysanne por la cintura.
—Por eso mismo. Sé que hemos tenido nuestras diferencias, pero dejemos que el tiempo las borre, que el cariño puro de nuestros hijos lo haga.
—¿A qué te refieres?
Alysanne sintió que pronto algo estallaría. Ella aún no le había dicho a Daemon lo que Rhaena le había expresado con respecto a Aemond.
—Tienes un sitio en mi corte, como Alysanne, si es lo que necesitas. Tienen nuestros hijos mi bendición si es lo que ellos quieren.
—¿Ellos? —repitió—. ¿Cómo? ¿Quiénes?
Alysanne negó discretamente con la cabeza, queriéndole hacer comprender al rey que Daemon no sabía nada sobre el posible compromiso de Rhaena y Aemond.
—Yo...
Pero la Velaryon comprendió que guardarlo más tiempo no ayudaría en nada.
—Daemon —lo llamó, notando cómo todo su cuerpo estaba tenso—. Rhaena me expresó su deseo de, de casarse con... Aemond.
—¿Qué? —articuló apenas, palideciendo.
—Ella lo quiere, mi dragón —continuó, viendo lo asustado que estaba.
Su hija, su pequeña niña, quería contraer nupcias, y lo peor, con el hijo de Alicent. Agradecía que por lo menos no fuera Aegon.
—Y mi hijo también la quiere —añadió Viserys—. Vino a mí diciéndome lo mucho que ama a Rhaena, sus puras intenciones.
—No —negó Daemon de inmediato, con la cabeza, con las manos, con cada partícula de su ser—. Ellos no saben que es amar. Él no puede amar a mi niña, o tener buenas intenciones. No.
Viserys sonrió sutilmente, entendiendo los celos de un padre.
—Rhaena lo quiere.
—Ella tampoco puede quererlo —proclamó.
—Cálmate por favor.
Pero Daemon no daba lugar a una reacción pacífica. Se alejó de Alysanne y Viserys, dejándolos solos.
—Hermano... —llamó el rey, pero fue inútil—. Lo siento, creí...
—Está bien, mi rey —calmó—. Debía enterarse en algún momento, más si Rhaena y Aemond no se separan ni un minuto.
—Son unos niños muy unidos... —comentó, viéndolos conversar y sonreír—. Alysanne, te pido una vez más que consideren mi propuesta de quedarse en King's Landing.
—Majestad...
—Rhaenyra se fue, tú planeas hacer lo mismo —recordó, expresando su aflicción—. No le quites a las niñas lo que han aprendido a llamar hogar, no te alejes de lo que tú consideras hogar.
—Daemon ya dijo lo que he tardado en entender. El hogar está en donde todos estemos —recordó—. Amo estar en la corte, tanto como estar aquí, en Driftmark. Pero sé que podemos estar en Rocadragón tan bien como en ambos lugares.
—Alysanne...
—No se quedará solo, alteza. Lo visitaremos cada tanto. Le debo mucho como para abandonarlo —le juró, sonriéndole mientras cubría su mano, la que se apoyaba en un bastón para caminar—. Ha sido parte fundamental durante mi vida, al igual que Aemma, y como ella hubiera querido, siempre tendrá mi apoyo, y el de mi familia.
—Gracias, Alysanne.
—Gracias a usted, mi rey.
La noche fue llegando, y muchos decidieron descansar del ajetreado día. Laenor, habiéndose lastimado recientemente, lo hizo con ayuda de su acompañante. Alysanne decidió llevarse a su familia también, acostando a las niñas. Ella quería dedicarse a saber en dónde demonios estaba Daemon.
Su tarea se hizo mucho más fácil cuando Rhaenyra apareció detrás de su puerta con información.
—¿Lo viste? —preguntó, mirando un segundo dentro de la habitación para confirmar que sus hijas ya dormían.
—Fue a la costa.
—Gracias, Nyra —expresó, entrando al dormitorio para tomar una capa que la protegiera del fuerte viento. Iría por él.
—Te acompaño —propuso, viendo cada movimiento.
—No es necesario, Rhaenyra.
—Lo es para mí —detuvo, convenciéndola con su determinación.
—¿Los niños?
—En la cama —respondió—. ¿Las niñas?
—Espero que pronto duerman, en especial tú, Rhaena —dijo directamente, queriendo que la segunda de sus hijas descansará como sus hermanas.
—Es que Aemond... —quiso reclamar la pequeña de inmediato, apareciendo de pie detrás de su madre. Rhaena estaba preocupada por él, pues sabía que no estaba en el castillo, que podría estar en peligro.
—Nada, mi niña excepcional —la interrumpió, acariciando fugazmente su cabello—. A la cama. ¿No quieres descansar un poco?
Rhaena quiso continuar, pero el dedo de su madre sobre sus labios, indicando silencio, no se lo permitió. Se rindió, regresando a la cama. Actuaría luego, tenía que planearlo bien.
Alysanne se sintió más tranquila ante la acción de su hija y fue a la puerta, regresando con Rhaenyra. Se tomaron del brazo y empezaron la búsqueda.
—¿Por qué se fue así? —preguntó la princesa con curiosidad.
—Se enteró de Rhaena y Aemond. Me sorprendió que su primera reacción no haya sido ir corriendo por nuestra hija para encerrarla en la torre más alta.
—Quiere mucho a las niñas, de seguro le dolió saber que crecían, y que él no había sido de los primeros en enterarse —dio Rhaenyra su punto de vista, haciendo a Alysanne asentir segundos después, apoyando su idea—. Pero si lo hablan con calma, todo se solucionará.
—Eso espero...
Rhaenyra y Alysanne salieron del castillo de Driftmark, y se detuvieron un segundo en la entrada. Ambas recordaron la vez que estuvieron justo ahí, hace más de 10 años, para establecer un matrimonio.
—¿Lo recuerdas? —preguntaron al mismo, sonriendo ante ello—. Lo hago.
—Eras joven aún —mencionó Alysanne—. La pequeña Nyra.
—Estaba por casarme —replicó, sintiendo que no respetaban su madurez.
—Aún cuando cumplas 100 años, siempre serías mi pequeña Nyra —informó Alysanne, tocando su nariz un segundo. Ambas se sonrieron—. Tan intrépida, tan rebelde.
Ambas seguían tomadas del brazo, brindándose calor a pesar del frío.
—El tiempo no ha pasado en ti —susurró Rhaenyra—. Sigues tan hermosa, y creo que aún más.
La Velaryon la miró agradecida, sin la necesidad de expresar palabras.
Caminaron un poco, rememorando el pasado, las anécdotas, todo aquello que habían vivo de jóvenes y nunca olvidarían. Rieron como en los viejos tiempos, en los cuales no tenían mayor problema que el de escapar en dragón.
—Daemon —dijo la princesa.
—Daemon —repitió Alysanne, sin querer tocar aquel nombre por un momento—. Bueno...
—No, Daemon está ahí —hizo saber, señalando a un hombre sentado cerca al mar, dejando que las olas tocarán sus pies descalzos.
Ellas se fueron acercando, viendo cómo su saco y zapatos estaban sobre la arena, y Daemon solo tenía su camisa desabrochada y pantalones arremangados un poco.
—Aquí estás... —anunció Alysanne, acercándose más a él mientras Rhaenyra prefirió darles su espacio—. Te buscaba.
—No creo ser tan necesario para ti —respondió con la mirada fija en las olas—. Ya decides por ambos, supongo que ahora también son solo tus hijas.
—No te comportes de esta manera —pidió, arrodillándose a lado de él—. No he decidido nada, en realidad, esa decisión fue uno de los motivos por los que fui a Pentos, a regresarte a casa.
Daemon no dijo nada al respecto, sintiéndose aún mal. Él, aparte de Alysanne, notó a alguien más lejos. Volteó su cabeza hacia Rhaenyra, mirándola jugar con sus manos inquieta.
—Depende de ambos el futuro de Rhaena, es nuestra hija —continuó Alysanne, haciendo que Daemon se concentrará en el problema—. Jamás decidiría algo tan importante sabiendo que somos un equipo.
—Mi Rhaena crece, Alysanne —susurró, sintiéndose mucho más afligido por eso—. Quiere alejarse tan pronto de nosotros. Yo no quiero perderla, no me siento preparado —confesó.
Sus palabras derritieron el corazón de la Targaryen y la Velaryon. Su manera de expresarse las enternecía.
—No debe ser ahora, ninguna unión. Las tres son aún pequeñas, tienen mucho por conocer. Seguirán a lado nuestro, Daemon.
—¿Lo aseguras?
—Mientras esté en mis manos, siempre seremos una familia —prometió, tomando su rostro y besando su mejilla mientras él cerraba los ojos, queriendo resguardarse en su abrasador contacto.
Él dejó caer su cabeza sobre el pecho de Alysanne, quien lo abrazó. Se mantuvieron así un rato, brindándose el apoyo que necesitaban.
Rhaenyra aún los observaba, admirando su unión, el amor que tenían. Quiso irse, queriendo regresar a su soledad, pero Daemon la llamó:
—¿Tan rápido planeas abandonarnos?
—No me necesitan —respondió en el mismo lenguaje que usaba.
—Siempre necesitaremos de ti.
Y aquellas palabras aceleraron su corazón de una manera que solo podían lograr ellos. Alysanne la llamó esa vez, haciendo que se sentará entre ellos.
Los tres quedaron en una fila, admirando el mar, el cielo estrellado y la luna brillante.
La paz de ese momento no podrían venderla a ningún precio, la atesorarían por siempre, ya que, a pesar de originarse por el fin de una vida, ellos sentían que algo en sus corazones se encendía y volvían a ser como antes, cómo querían ser por siempre.
¡voten y comenten! 💥
primera parte del último capítulo del primer acto. <33
JEMIISA ©
20/11/22
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