xvii. distance
⸙ ࣪ ۰ ‣ CAPÍTULO DIECISIETE
⚔️ distancia 🪙
❛ así como el fuego necesita al aire, yo no arderé a menos que estés aquí. ❜
Alysanne había sufrido leves consecuencias por sus actos. Al parecer, la imprudencia era contagiosa. Pero no se arrepentía a pesar de haber recibido la recriminación de Rhaenyra, o del mismo rey. Darle un castigo a sir Criston había sido tan reconfortante. Lo que si no le gustaba para nada era haberlo hecho frente a sus hijas, frente a Alyssa, que era la más sensible y piadosa de ellas.
La Velaryon se había encerrado en su habitación luego de ello, ordenando que Rhaena y Alyssa estuvieran con ella.
Llegó la media noche, y ella no pudo dormir. Su mente estaba llena de tantas cosas, problemas, soluciones, más problemas, ideas sueltas, noticias recientes. Pensaba constantemente en la familia que tenía aparte de sus hijas; sus padres, sus hermanos, Laena en especial ya que no estaba a su lado, y más en momentos como los que ella pasaba.
Laena Velaryon ya había contraído matrimonio, y había sido a las orillas de Driftmark hace unos años. Ahora, se encontraba embarazada luego de varios abortos. Era preocupante para Alysanne, pero las promesas de su hermana asegurándole que estaba bien, y que si ocurriera algo, por más pequeño que fuera, le avisaría, la calmó. Laena estaba bien con la compañía de su esposo y todos los súbditos que la querían.
Alysanne continuó pensando, esta vez en lo que motivaba tantas cosas; el amor. Los matrimonios, las uniones, los errores del pasado. Recordó cuando era joven y había hallado su primera aventura en Daemon, para luego, en secreto, continuar con sus experiencias. Recordó su estadía permanente en la Fortaleza Roja, cómo acompañaba a su padre en algunas reuniones del Consejo, que con el tiempo se había renovado y ahora contaba con tres miembros nuevos, tres mujeres; la reina Alicent, la princesa Rhaenyra y lady Alysanne.
Luego, decidió centrarse en Daemon, en su matrimonio y en cómo aquel hombre la había atrapado hasta el altar. Ella en un principio nunca había tenido en sus planes formar una familia, creía que viviría en un barco navegando por el Mar Estrecho. Y aunque eso seguía siendo posible, ahora tendría hacerlo con un esposo y tres hijas que amaba con todo su corazón.
Extrañaba al Targaryen, y extrañaba a su primogénita. No pudo dejar que las ideas siguieran rondando su mente, así que tomó una, la menos coherente y más precipitada.
Ella había tomado un caballo e ido a la fosa de dragones por Rhagar, su compañero que, con el tiempo, ya había terminado de desarrollarse y era tres cuartos del tamaño de Vhagar, pero igual de feroz si se trataba de enemigos. También, se había vuelto un poco mimado al ser el favorito de Alysanne entre tantos dragones.
Alysanne había decidido irse de King's Landing. A una gran velocidad, la Velaryon se dirigía a las ciudades libres, al último lugar de donde su hija se había comunicado mediante una carta; Pentos, la ciudad asentada en una bahía del Mar Angosto.
Hace mucho que Alysanne no volaba en Rhagar por motivos parecidos, como ir detrás de un huevo de dragón robado. Las últimas veces que había montado a Rhagar habían sido para paseos cotidianos, pero ahora, era nuevamente para buscar a Daemon y a alguien que en el pasado no se hubiera ni imaginado; su hija.
El cabello plateado de Alysanne se ondeaba al sentido del fuerte viento, producido por la naturaleza y las alas de Rhagar en cada movimiento. Cuando vieron las torres cuadrangulares y edificios de ladrillo características de la ciudad, fueron reduciendo la velocidad. Alysanne no quería asustar a sus habitantes. Vio la luz de varias casas en el pueblo, pero la mayor fuente de iluminación era una edificación muy grande situada un poco lejos de los plebeyos, donde vivía el príncipe de la ciudad, y de seguro estaban su esposo e hija, hospedándose ahí como lo hizo toda la familia en el primer viaje a Pentos.
Alysanne se fue acercando, causando la sorpresa de la gente y mucho alboroto que, de seguro, llamó la atención de quienes descansaban. Ella sobrevoló lento sobre el lugar para que pudieran darse cuenta de quién era.
—¡Lady Alysanne! ¡Hagan espacio para su aterrizaje! —ordenó uno de los guardias del lugar, al parecer el de mayor cargo.
El patio principal del castillo se desocupó, y Rhagar pudo aterrizar, quedando cohibido por el espacio. Ya se había acostumbrado a estirar sus alas cada que le placiera en Rocadragón, o la Fortaleza Roja.
—Muy buen chico —felicitó Alysanne, hablándole a su dragón.
Rhagar gruñó en respuesta, amando las adulaciones de la Velaryon. Los presentes, en tanto, se asustaron por ello.
Mientras la heredera del mar bajaba de su dragón, Aemma Targaryen corría por su padre hacia la biblioteca.
—¡Mamá!
—En la Fortaleza Roja, cariño —respondió, concentrado en su lectura.
—¡No, mamá está aquí! —aclaró, haciendo que él se detuviera—. ¡En el patio! ¡Con Rhagar!
—¿Qué...?
Daemon había quedado desconcertado. No si quiera podía seguir oyendo a su hija por lo fuerte que resonaban los latidos de su corazón. Aemma le ofreció su mano, y su padre no supo hacer más que tomarla.
La menor guió a Daemon, yendo rápido por la emoción que le generaba tener a su madre tan cerca luego de tantos meses. Descendieron unas escaleras, deteniéndose justo al terminarlas.
Alysanne se veía preciosa a los ojos de su esposo, su sonrisa seguía siendo tan deslumbrante como para seguir enamorándolo, su voz endulzaba su corazón como siempre y su amor hacia los dragones, siendo que él descendía de ellos, seguía tan fuerte como desde el primer momento.
—¡Mamá, te he extrañado mucho! —expresó Aemma, corriendo hacia la Velaryon, quien no se había apartado de Rhagar aún.
Alysanne la recibió entre sus brazos, colocándose a su altura. La emoción invadió su pecho, sintiendo que pronto estallaría. Estaba más que feliz al ver a su primogénita.
—Mi dulce Aemma —susurró, besando su cabeza—. ¿Sabes cómo te extraño? Me haces falta, mi niña.
—Tú igual a mí, mamá —respondió sin despegarse de ella.
Rhagar también quiso unirse al reencuentro, rodeando a madre e hija con su cuerpo.
—¡Rhagar! —saludó Aemma con una sonrisa de oreja a oreja—. También has hecho mucha falta.
El dragón rugió, haciendo reír a la menor. Alysanne estiró uno de sus brazos para acariciarlo, agradeciéndole el cariño que les daba, mientras seguía rodeando los hombros de Aemma con el otro.
Entonces, alguien le ordenó apartarse:
—¡Rhagar, a un lado!
El corazón de Alysanne se detuvo, al igual que su respiración. Todo a su alrededor de un momento a otro empezó a ocurrir en cámara lenta, no le importó. Sintió a su hija mover su brazo, recordándole quién había llegado.
Pero la Velaryon lo podía ver bien, era él. Era su amado y tenaz Daemon, su imprudente y valiente esposo, su dragón.
Rhagar se hizo a un lado junto a Aemma, quien miraba emocionada como sus padres se reencontraban. La historia de amor que tenían era lo más maravilloso para ella. Veía cómo se contemplaban desde una distancia aún considerable, cómo las palabras se ahogaban en sus gargantas, pero no eran necesarias igual.
Daemon continuó caminando hacia Alysanne, quién hacia lo mismo. Cuando sus cuerpos sintieron todo ese fuego que se encendía en el interior cada que se veían, recordaron tantas cosas, entre ellas el dulce y cálido hogar. Se unieron en un fuerte abrazo, Alysanne se aferró a él mientras sus ojos se llenaban de rebeldes lágrimas, y Daemon la acogió entre sus brazos, habiéndola necesitado tanto.
—Mi hermosa Alysanne... —susurró, tomando la parte posterior de su cuello mientras la detallaba con la mirada.
—Te extrañé, dragón —respondió, descansando su frente sobre la de él.
Sus respiraciones se mezclaron y sus corazones saltaron extasiados. Sus labios se buscaron, hallándose con tanta facilidad, uniéndose de manera tan sublime.
Al tomar tiempo para recobrar la respiración, sus miradas conectaron. Daemon vio aquel brillo morado en los ojos de su guerrera, y fue precioso. Le expresaba tanto y sin la necesidad de palabras.
Retomaron un último beso mientras los dedos de Alysanne se hundían en el largo y sedoso cabello de su esposo, y Daemon hacía una presión exacta en el cuello de su dama.
Entonces, Aemma tosió falsamente y Rhagar gruñó un poco. Los amantes voltearon sus cabezas hacia ellos, sonriendo ante la inocencia de la pequeña y la complicidad del dragón.
Alysanne, más que nadie, se sintió dichosa de estar cerca a ellos.
La familia Targaryen había decidido ir a un lugar más cálido, la sala principal en donde flameaba una fogata. Los mayores estaban sentados en muebles personales, ubicados muy cerca, mientras Aemma estaba sentada a los pies de su mamá, dejando que acariciara y peinara su cabello.
—Rhaenyra ha dado a luz a otro hijo —comentó Alysanne.
—¿También comparte, casualmente, un extraño parecido con el comandante de la Guardia de la Ciudad? —preguntó Daemon con una copa de vino en la mano. Él fingió, al reír, que le daba igual.
—Lo hace —respondió aún así—. Ella hizo su vida, tal y como nosotros.
—Si hubiéramos...
—Pensar en el hubiera nos lastimará —pidió, mirando a Daemon con una débil sonrisa—. Hay cosas del ahora que no podemos cambiar.
El Targaryen asintió antes de darle un sorbo a su copa, reprimiendo una mueca de desagrado. Él prefería, y extrañaba, el vino de King's Landing. Era una de las tantas cosas que le pesaba haber dejado.
—¿Cómo están mis hermanas? —preguntó Aemma, evitando voltear su cabeza para no arruinar la trenza que le hacía su mamá en el cabello.
—Te extrañan mucho, al igual que yo. Rhaena te necesita para guardar la compostura, para no sentirse tan sola antes de dormir, no sabe ya con quién conversar. Y Alyssa, ella necesita de su hermana mayor.
—¿Sigue leyendo? —preguntó, recordando cómo habían estado aprendiendo juntas.
—Lo hace —contestó con una sonrisa—. Todas las noches quiere leerme sobre conquistas, dragones, se ha vuelto una fanática —añadió, ampliando su expresión. Recordar a sus hijas la hacía muy feliz.
Daemon las observaba conversar, pensando en cuánto había extrañado a su Alysa. Recordó cuál era el motivo de evitar la Fortaleza Roja, y por lo tanto dejar a parte de su familia.
—Deberías ir a descansar —aconsejó la heredera del mar, acariciando su espalda—. Nos espera un largo día.
—¿Volveremos a la Fortaleza Roja? —preguntó, sintiéndose entusiasmada.
Alysanne miró a Daemon, quien se había quedado pensativo. Él solo miró a su hija, quien ha estaba de pie frente a ellos, con una sonrisa.
—Estás de seguro muy cansada —dijo la Velaryon con dulzura. Aemma quiso detener un bostezo, pero se le fue imposible—. Ve a la cama, cielo.
La mayor de sus hijas accedió, se acercó a abrazarla y a darle un beso en la mejilla. Fue con Daemon luego, quien desordenó algunos de sus mechones y besó su cabeza. Aemma salió del salón.
—Está preciosa.
—Tal y como la dejaste —respondió el Targaryen, estirando su brazo para poder tomar la mano de su amada—. Le hacen falta.
—Las niñas te extrañan también —dijo, sintiendo los dedos de Daemon recorrer lentamente su brazo hasta llegar a su rostro.
—Y yo a ellas.
—Regresa —soltó, como orden o petición, eso dependió de Daemon—. No sabes cuánto necesitamos de ti, de Aemma. Dejemos esta innecesaria distancia.
—No quiero distanciarme de ustedes, Alysanne. Pero no quiero estar donde... Ella esté —explicó, acariciando con las yemas de sus dedos la suave piel de Alysanne.
—¿Tanto te aflige amarla...?
—Me aflige no poder expresarlo, no poder tomarla e irnos —respondió—. No puedo entender cómo lograr quedarte a su lado así.
Sus voces habían sido pacíficas, sus palabras expresadas con lentitud. El toque de Daemon domaba las mareas en el interior de Alysanne, y la presencia de Alysanne calmaba el fuego en Daemon.
—¿Regresarán? —insistió Alysanne una vez más.
El príncipe quiso negarse, pero algo en Alysanne siempre lograba ejercer un fuerte poder sobre él y convencerlo de demasiadas cosas.
—Lo haremos.
Daemon Targaryen, Alysanne Velaryon y el primer fruto de su amor, dejaron Pentos. No era un mal lugar, pero no era su hogar.
Por la tarde, habían retornado en sus dragones a la Fortaleza Roja. El de Aemma había sido guiado por Rhagar. Decidieron que no sería solo una visita a la corte, se habían ido definitivamente de las ciudades libres.
La primera parada, luego de dejar los dragones y posteriormente el equipaje, fueron las niñas; Rhaena y Alyssa. La Velaryon mayor admiró el reencuentro desde el marco de la puerta, cómo el amor abundaba en aquel salón.
Entonces, ella oyó los murmullos de la gente afuera del lugar. Todos se enfocaban en algo fuertemente relacionado con Rhaenyra. Recordó haber visto desde las alturas a sir Harwin dejar la corte, y supo que la princesa estaba pasando por algo malo. Dejó un segundo que su familia continuará poniéndose al día, y fue por ella.
Pero cuando la encontró y le preguntó, expresando su preocupación, Rhaenyra quiso evitar el tema a toda costa.
—Hablé con el consejo acerca de la enemistad con la reina, disculpé cualquier ofensa y propuse, un matrimonio entre Jacaerys y Helaena para que cuando llegue el momento, ambos puedan gobernar juntos. Para ser aliados de una vez por todas —le había contado.
Alysanne había accedido a tocar un segundo el tema. —De seguro tu padre estuvo de acuerdo.
—Me apoyó, pero la reina... A pesar de que le ofrecí un huevo de dragón a Aemond si Syrax entregaba una nueva nidada, no cedió —explicó desde un sillón.
—Lo lamento —soltó Alysanne al respecto. Ella estaba sentada frente a la princesa, se enderezó antes de continuar: —Pero, Nyra, debemos retomar el tema de Harwin.
—No es necesario.
—¿Qué ocurrió? —insistió, entendiendo que era importante.
—Mientras te encerrabas en tu habitación con las niñas, su padre decidió que se iría para evitar más escándalos —respondió, mirando hacia otro lado. A ella le dolía mucho la partida de sir Harwin, no haber podido despedirse de él—. Se fue hace poco, no sin antes despedirse de los niños.
—¿Cómo lo tomaron?
—Jacaerys me enfrentó. Preguntó si Harwin era su padre, si era un bastardo. Me quedé... Helada, yo... No supe qué decirle.
—Oh, Rhaenyra.
—Le recordé que era un Targaryen, que era eso lo que importaba.
—Y así es, Nyra —apoyó con una triste sonrisa. Lamentaba lo que Rhaenyra pasaba
—No sé qué hacer, todo se ha vuelto muy complicado. Es, insoportable.
Alysanne inclinó su cuerpo hacia ella, y con su mano derecha la tomó por la barbilla.
—Tienes nuestro apoyo.
—Solo el tuyo, Alysanne, y el de mi padre que, es verdad, está cegado por el amor que me tiene —dijo, queriendo evitar las escurridizas lágrimas sin éxito—. Ni siquiera tengo a Laenor, pues quiere irse a la nueva guerra que se aproxima en los peldaños de piedra.
—Mi hermano no sabe cómo ser un padre, un esposo —admitió—. Está muy lastimado por los traumas del ayer. Pero te quiere, y quiere a los niños.
—Son entonces cuatro personas contra toda una corte —soltó, forzando una sonrisa mientras las lágrimas caían sobre sus mejillas.
—Son dragones capaces de matar por ti —corrigió, acariciando su mejilla— Fui a Pentos, Rhaenyra —le hizo saber, luchando por perderse en sus azules ojos—. Traje a Daemon y a mi hija. Ya no puedes estar tan sola, ¿o si?
—¿Daemon...? —repitió, habiéndose quedado plasmada desde que oyó su nombre.
El corazón de Rhaenyra latió con más fuerza, su mente se esforzó para no desconcentrarse, para obligarse a no pensar en el Targaryen. Hace tanto que no lo veía, lo extrañaba, era de las personas que ella más adoraba al final de todo.
—Aún sientes algo por él, ¿no es así? —Alysanne la trajo de vuelta a la realidad, ella aún tomaba el rostro de Rhaenyra, queriendo detallar cada expresión.
—Mis sentimientos se han empolvado tanto, Alysa —respondió, tomando la mano de su acompañante para guiarla hacia su pecho—. Mi corazón los protege, pero él también es débil —confesó, sintiéndose descubierta.
—Lamento que hayas perdido a Harwin —susurró en aquel momento tan íntimo.
—Oh, te aseguro que yo lo lamento mucho más. Perder amantes parece una rutina —expresó cansada, cerrando los ojos ante el tacto de Alysanne—. Duele, pero supongo que ya me he acostumbrado.
—Lo siento —repitió una vez más, pero esa vez no se refería a Strong, si no a ella y a Daemon, a cómo habían dejado a Rhaenyra.
Ellos creyeron que le harían un bien al alejarse, que le permitirían encontrar la estabilidad que ellos no podían ofrecerle, pues, como todo el universo parecía decirles, eran caóticos.
—Iremos a Rocadragón, con Laena —informó Rhaenyra, abriendo sus ojos y hallando a los de Alysanne admirándola—. Podremos estar bien ahí, todos.
—¿Dejarás la fortaleza roja? —preguntó al comprender lo que decía, soltando su rostro por la impresión.
—Tu hermano me dijo que, un marinero sabio se aleja de la tormenta cuando se forma —citó, bajando la mirada. Se sentía muy agotada por todo lo que ocurría a su alrededor, todo el ataque que estaba viviendo—. Aquí me han quitado autoridad, he sido la burla en los pasillos. Debo irme.
—Es un marinero tan precavido como temeroso —opinó Alysanne—. Si te vas, Alicent no parará hasta adueñarse del lugar. No está tan lejos, Nyra.
—Ya no me interesa —dijo con una dureza impresionante—. Solo quiero que mi familia esté bien —añadió, manteniendo su firmeza—. Y si eso significa dejar este lugar, así será, Alysanne.
Las dos se quedaron en silencio, pensando en lo que la otra podría tener en la mente. En ese momento parecía que, aunque sus corazones matarán por estar juntos, no estaban en la misma sintonía.
—¿Vendrán con nosotros? —soltó Rhaenyra la esperada pregunta que Alysanne temía.
—Un motivo por el que he decidido permanecer aquí, eres tú, Rhaenyra —le recordó.
—Entonces vayamos a Rocadragón —propuso, tomando sus manos.
—Pero las niñas se han acostumbrado —concluyó su idea, esperando que Rhaenyra soltará sus manos por lo que le decía. Ella no lo hizo.
—Conocen Dragonstone, estarán bien.
—No lo sé, incluso Rhaena...
—¿Rhaena? —insistió ante su silencio, sacándole un cansado suspiro.
—Rhaena quiere a Aemond —respondió, tomando ahora ella las manos de Rhaenyra.
—Ellos aún son niños, las amistades van y vienen —opinó, creyendo que no era un gran problema.
—No, Nyra. Rhaena quiere estar con Aemond, unirse en matrimonio, está cautivada —aclaró, dejándola sorprendida—. Si la alejo, no entiendes el daño que le causaría.
—De igual forma ellos no se casarían, Aly—habló Rhaenyra, pensando en la pequeña Rhaena y su futuro—, no lo permitirías, ni tú ni Daemon.
—Nyra... —susurró, tomando el valor para contradecirla.
—¿Dejarías que...?
—No lo sé —admitió—. Es lo que mi hija quiere.
Y de las pocas debilidades que tenía Alysanne, su descendencia era una de ellas. Ella no podría ver sufrir a ninguna de sus hijas, las amaba demasiado como para permitirlo.
—Es una niña pequeña, no sabe bien lo que quiere —le recordó Rhaenyra.
—No es tan diferente a ti —contestó, haciéndole fruncir el ceño—. Quiere algo y no para hasta conseguirlo. Es un fuego muy difícil de apagar.
Rhaenyra recordó su juventud junto a Alysanne, su atrevimiento y vivacidad, cómo todo eso se había ido perdiendo en el tiempo.
—Cásala con Jacaerys —propuso entonces—. Olvidará a Aemond pronto. Rhaena y mi hijo se quieren mucho, serán un increíble dúo.
—¿Qué...? —murmuró, soltando las manos de la princesa mientras se ponía de pie—. ¿No dices haberlo comprometido con Helaena?
—Nos iremos. Ya nada de eso tiene validez —se justificó, parándose también—. Ambos podrían estar juntos, Aly, podrían reinar en su momento.
—¿Acaso tus promesas son lo mismo para todos? —preguntó, reaccionando de una manera que la Targaryen no esperaba—. ¿Solo para conseguir lo que quieres? ¿Para satisfacer tu capricho de que Alicent se quede sola?
—Ella es una traidora —expresó, intentando no alzar la voz. Estaban solas, sin niños o chismosos, pero no quería hacer la situación más difícil.
—Ella está sola en esta corte. Solo hace lo que debe de hacer como reina, es su responsabilidad.
—Yo no entiendo lo que estás haciendo tú —dijo a la defensiva—. Eres mi aliada, ¿o la suya?
—¿Acaso no puedo vivir sin resentimientos? Que tú no lo hagas no significa que pase lo mismo con los demás.
Rhaenyra se quedó en silencio, sintiéndose herida por las palabras de la mujer que amaba como a nadie. Alysanne se arrepintió al instante, pero optó por el silencio.
Todo se sentía muy tenso, todo alrededor de ambas parecía desmoronarse en vez de remediarse.
—No irás a Rocadragón, ¿cierto? —preguntó una última vez en un lento susurro.
—Debo hablarlo con Daemon —respondió, desordenado su cabello, que había preferido mantener suelto , y en sus ojos se volvió a reflejar ese antiguo brillo, travieso y dominante—. Quédense junto a mí. Laenor hace su vida, yo puedo hacer la mía a lado de ustedes.
—Es mi hermano... —recordó, siendo que siempre se excusaba de eso.
Alysanne no podía caer. Daemon y ella habían tomado la decisión de que dejarían a Rhaenyra para no causarle ningún daño, no podía ninguno ser débil ahora... ¿verdad?
—Y yo soy tu Nyra —replicó la princesa, acercándose a ella, tomando su cintura—. Quiero ser suya con toda la devoción.
—No lo hagas —suplicó, intentando apartarse sin éxito. Ella misma se obligaba a mantenerse cerca sin poder controlarlo. En su interior se vivía una feroz guerra de entre la cordura y la demencia—. ¿Por qué?
Rhaenyra se acercó más, tentándola.
—He conocido poco tu lado manipulador. Pero ahora puedo verlo. Ya entiendo cómo has enloquecido a tantos hombres —susurró Alysanne, tomando su rostro y manipulando sus próximos movimientos—. Eres perversa, Nyra.
—¿Y eso importa?
—No.
Pero cualquier decisión que habría podido tomar Alysanne en ese momento de debilidad, acompañado extrañamente de un fuerte dominio, no marcaría tanto la diferencia como lo que ocurriría pronto.
Sus corazones debían estar preparados, sus mentes fuertes y sus almas listas para no perecer por la tormenta que se aproximaba.
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JEMIISA ©
19/11/2022
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