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viii. search

‧₊˚「 CAPÍTULO OCHO 」˚₊‧
• rhaena velaryon cap •

🫀  búsqueda  🗡️

❛ ¿qué soy ahora? ¿qué pasa
si soy alguien a quien no quiero
cerca? estoy cayendo de nuevo ❜
fallingharry styles

Si retomamos el inicio de la mañana en la que una danza guerrera inició, Rhaena Velaryon despertaba por la incesante caminata de Aemond Targaryen en la habitación.

—¿Qué ocurre, Aemond? —le preguntó soñolienta, haciendo que el príncipe notará su error. Se acercó y sentó a lado de ella, en el borde de la cama.

—¿Dormiste bien? —evadió el tema, y entonces la Velaryon estiró su cuerpo mientras bostezaba. Luego le sonrió, y fue respuesta suficiente—. Me complace...

Rhaena no paró de sonreírle, pero con los ojos cerrados. Intentaba que de aquella manera finalmente pudiera acostumbrarse a la luz y despertar.

—Eres una gran compañía —murmuró Aemond, acariciando sus mechones pelinegros. No entendía cómo en algún momento le había hecho tanto daño. Su impulsividad y resentimiento eran lo peor de él—, ya lo había olvidado...

—Yo nunca dejé de pensarte —confesó, tomando su mano para llevarla hacia sus labios y dejar un corto beso en la palma. Ella ya había despertado.

Aemond acercó su rostro al de Rhaena, quien le transmitía tanta calidez con una simple sonrisa. Compartieron un beso tras otro, pero tenían algo diferente.

Melancolía, tristeza, algo relacionado, supo Rhaena.

—¿Qué pasa? —le preguntó preocupada al sentir cómo sus lágrimas caían sobre su piel—. Aemond...

Rhaena de inmediato se enderezó, sentándose en la cama. Estaba sorprendida por verlo llorar, de pequeños había ocurrido varias veces, pero él ahora se veía tan indestructible que, era extraño. Aemond limpió sus mejillas con poca delicadeza, pero ella lo detuvo, encargándose de esa tarea. Se acercaron más y Rhaena cuidó de él, limpió cada lágrima que volvió a aparecer.

—¿Qué es lo que pasa? —insistió con cautela, tomando su rostro con ambas manos para hallar su mirada.

Aemond se tomó unos segundos para lograr responder. —Mi padre... falleció.

Y aunque eso no fuera lo que realmente lo destruía, se relacionaba, pues la muerte de su padre significaba demasiados cambios, ataques en contra de muchos. Él no quería que su anhelada Rhaena se viera perjudicada.

La noticia tomó totalmente por sorpresa a la Velaryon. Dejó que apoyará la cabeza en su hombro mientras acariciaba su cabello. Pensó en sus padres, en su hermana pequeña, en Rhaenyra, en cómo la noticia los devastaría.

—Lo siento mucho... —susurró, notando cómo se resguardaba en ella del dolor—. No estás solo, siempre estaré aquí.

Besó su cabello y lo acarició, cuidándolo el mayor tiempo posible.

Pero no pudo ser eterno, ella supo que debía ir con su madre y hermana para apoyarlas en el mal momento que vivían. Arregló su vestido y un poco su cabello. 

Pero Aemond la tuvo que detener. Suponía que ya habían aprisionado a ambas en la misma habitación de su tía. Lo lamentaba, porque él amaba y respetaba demasiado a Alysanne, pero... También tenía un doloroso deber familiar.

El príncipe debía informarle, hacerle entender lo que la muerte del rey provocaba.

—Hay usurpadores —delató—. Quieren a Aegon como rey.

—No es posible —indicó, empezando a entender todo—. Eso es traición. Aemond, tu hermano no es el heredero —le recordó—. Lo sabes.

—Para mi familia lo es...

—No puedes engañarte —pidió Rhae, aproximándose y tomando su rostro—. ¿Aemond, comprendes la gravedad de apoyar esto?

—Lo siento... —susurró, rindiéndose ante ella.

—No lo hagas —pidió, intentando que la mirase—. Aemond, por favor.

—No traicionaré a mi familia.

—¿Pero sí a mi madre? ¿A quien confió en ti lo suficiente como para darte a Vhagar? ¿Traicionarme a mí?

—No —negó de inmediato, atreviéndose a mirar sus ojos oscuros, los cuales transmitían decepción. Cubrió sus manos con las suyas—. Rhaena, no debe afectarnos, es un trono.

—El de Rhaenyra.

—Apóyanos —pidió, tomándola desprevenida—. Quédate de nuestro lado, Rhae.

Rhaena Velaryon, la excepcional, estaba entre la espada y la pared. Todo se definía en amor, y ahora entendía qué tanto podía ser una debilidad, igual que Aemond. Amaba tanto a Rhaena que llegaba a ser un notable punto débil.

Ambos debían elegir entre el amor por su familia, o el amor verdadero. Poco a poco se iban destruyendo.

Rhaena analizó todo, cada posibilidad. Quedarse, o irse. Estaba de todos modos atrapada.

Entonces, ingresó Alicent a la habitación, hallando a Rhaena y Aemond juntos. Su hijo cerró los ojos mientras bajaba la cabeza, y la dejó. Rhaena dio pasos hacia atrás. Se sentía acechada.

—Rhaena... —llamó la reina, acercándose a ella muy lentamente. Cada paso que daba la hacía retroceder más—. Tranquila, no te haremos daño.

—No tienen honor, y mucho menos palabra —soltó, sintiendo cómo su espalda chocaba con la chimenea encendida—. Traiciona una vez más a quien fue su amiga, de seguro ya lastimó a mi madre. Dígame, ¿qué le hizo? ¿En qué calabozo la encerró?

—Rhaena, para —pidió Aemond.

—¡No! ¡Ustedes son, traidores!

—¡Rhaena! —llamó la reina, acercándose de inmediato. Tomó sus hombros, evitando que se moviera—. Entiende, no somos tus enemigos. Tu madre y hermana están bien, sabes cuanta consideración les tenemos.

Pero Rhaena no creyó en sus palabras, en su supuesto cariño. Ahora todo parecía fracturado.

Todo lo que ocurría estaba siendo demasiado para cada persona dentro de la corte, los alteraba y hacía actuar de la forma que fuera necesaria.

—Rhaena, debes entender. Actúo por los deseos de Viserys.

—¿Sus deseos? —repitió antes de soltar una fría risa—. Mi madre me lo ha contando, lo he podido confirmar. El rey amaba a su hija, la nombró su heredera y siempre la defendió. ¿Cómo puede usar su nombre para hacer tantas atrocidades?

—Me lo dijo por la noche, fui a cuidarlo y él me lo confesó. Es cierto, dijo que Aegon era el príncipe prometido, que debería unir al reino contra el frío y las tinieblas. Rhaena, me dijo que debía hacerlo.

Pero la reina no entendía lo equivocada que estaba, lo mucho que había confundido las palabras de su esposo, que no habían sido dirigidas a ella.

—No... —negó Rhaena la posibilidad, no tenía sentido para ella—. El rey no pudo haber dicho eso.

—Por favor no llames mentirosa a mi madre —manifestó Aemond, tratando de ser lo más imparcial posible.

—No puede ser cierto, Aemond.

—¿Y si lo es? —cuestionó, haciendo que negará con la cabeza—. ¿Si Aegon está destinado a ser el rey?

—Aegon jamás podría ser un buen rey —aseguró—. Él no es digno. Ustedes lo saben mejor que nadie.

—Pero es el elegido —habló la reina, tratando de hacerle frente a la intensa mirada de Rhaena, igual a la de sus padres—. Quédate de nuestro lado, ayúdanos a cumplir con el último deseo del rey.

—No traicionaré a mi familia, no me parezco a ustedes.

Y Alicent supo que debía ejercer un poder de convencimiento que su padre mucho había utilizado con ella desde que era una muchacha. Lo lamentó, pero ella necesitaba del mayor apoyo, necesitaba sentir que, por lo menos, una integrante de los Negros, la descendiente de Alysanne, la apoyaba.

—Ya no eres tan diferente... —murmuró.

—¿Qué?

—Decidiste dejar a tu familia por quedarte aquí —le recordó, siendo neutral al hablar—. Tu madre tuvo que ser la que no te permitió olvidarte de ellos. Tú quieres estar aquí, con mi hijo. Siempre lo has querido... ¿Por qué eso cambiaría ahora?

Rhaena no supo qué responder, Alicent supo dónde atacar, y lo hizo bien.

—Madre —recriminó Aemond lo que le hacía a su amada. Él podía ser egoísta y permitir que la manipulará, justificándose en el amor, pero ya no quería volver a lastimarla. No soportaría saber que una vez más había arruinado todo.
 
Rhaena tuvo segundos para decidir lo que haría. Podía continuar negándose, ganándose un lugar en la reclusión. Pero, ¿acaso no la habían educado para ser más inteligente?

Alicent quería jugar, pero Rhaena Velaryon aprendía rápido, había tenido buenos maestros.

Su mirada de inmediato cambió mientras las palabras de su abuela se repitieron en su mente: “Debes ser más inteligente que tus enemigos, una cabeza fría puede lograr más que el fuego de mil dragones”

Su expresión de odio se desvaneció, al igual que su intensidad y negatividad, también trató de desaparecer cada sentimiento de tristeza. Cerró los ojos y bajó la cabeza, su respiración se regularizó. Luego de remojar sus labios, abrió los ojos y una vez más tuvo la cabeza en alto.

Iba a enfrentarlo todo como siempre le habían inculcado.

—No cambiará. No puedo dejar a Aemond en garras tan afiladas como las que existen aquí.

Ella extendió su mano hacia su príncipe, quien, casi hipnotizado, no tardó en tomarla.

—La respetaba —se dirigió a la reina, sintiendo a Aemond de su lado—, y también la quería. Ahora solo, me compadezco.

Rhaena Velaryon había sacado una característica de su padre que, solo en ocasiones, él reconocía con orgullo. Era controladora, vil con facilidad.  

Pero el mundo era igual, y todos deberían adaptarse.

Antes de que alguien volviera hablar, ser Criston Cole llegó con noticias; el príncipe Aegon había desaparecido, y la Mano del Rey había mandando a su escudo juramentado a buscarlo. Lo conocía, tenían posibilidades buenas de encontrarlo.

Rhaena miraba mal a sir Criston hasta que Aemond llamó su atención.

—Gracias por quedarte —susurró contra su oído, haciendo que cerrará los ojos.

Y su corazón se sintió culpable. Rhaena no solo lo hacía por Aemond, lo hacía por su propia ventaja. Quizá, al final de todo, ella sí era mala.

Y aún así, no dejaba de amarlo con locura. Cuando llegará el momento de actuar en contra de los Verdes, sabía que él sería el único capaz de frustrar sus planes, el único con el poder de detenerla. 

Rhaena besó fugazmente sus labios, forzando una sonrisa para él. Poco después, ambos volvieron a dirigir su atención al guardia real y la reina, entendiendo que planeaban la búsqueda del príncipe Aegon.

Aemond anunció que iría, dando un par de pasos hacia ellos.

Rhaena se cruzó de brazos, viéndolos mientras formulaba bien una idea que había cruzado su mente, y ella impulsivamente no había podido evitar tomar. Se mostraba con un aire pensativo.

La reina se aproximaba de inmediato a su descendencia, recordándole: —Ese no es mi deseo, Aemond. Si algo ha sucedido...

Pero su hijo la convenció, él iría con ser Criston, pero alguien más planeaba hacer lo mismo.

—¿Podría, acompañarlos? —preguntó la Velaryon, ganando la atención de los tres presentes—. Si hablamos de conocer a Aegon, sé bien que es un sanguinario. Se oyen bien los murmullos en los pasillos. 

—Por favor mide tu manera de expresarte sobre mi hijo —pidió Alicent—. No creo que sea necesario arriesgar a más personas. No tienes por qué ir.

—Quiero ir —informó más claramente.

—¿Cuál es tu verdadero motivo?

—Probablemente solo quiera matar a tu hijo —soltó sin problema, sorpréndiendolos—. Pero les aseguro que tampoco es beneficioso dejarme aquí.

Alicent no supo qué podía ser peor. Rhaena era capaz de incendiar el lugar, pero lo que podría hacer en las calles también era una gran preocupación.

Aemond sonrió mientras ladeaba la cabeza, mirándola con atención. Él jamás creyó tener un tipo específico de pareja, pero Rhaena era totalmente lo que él quería.

—Estará a mi lado, madre —la apoyó, tomando su mano—. No hará nada en contra nuestro.

Alicent no tuvo otra opción más que aceptar. Rhaena, Aemond y sir Criston irían en búsqueda del príncipe.

Varios emprendieron la búsqueda de Aegon II, y algunos terminaron en la calle de la Seda.

—Aegon me trajo en mi decimotercer día del nombre —informó Aemond mientras caminaban por el pueblo. Ellos habían intentado camuflarse con ropa de plebeyos o capas—. Dijo que era su deber como hermano —prosiguió, intentando evitar mirar a su futura prometida. Era un tema del pasado—. Asegurarse de que estuviera tan educado como él.

Los tres se detuvieron frente a una puerta de fierro.

—Al menos eso fue lo que entendí —concluyó antes de tocar.

—No comprendo —expresó sir Criston.

Aemond tapó los oídos de su Rhaena con ambas manos antes de explicarlo mejor. La Velaryon se quejó, pero luego entendió que era mejor no saberlo.

—Cada mujer es una imagen de la madre, de la cual se debe hablar con reverencia —comentó sir Criston.

Rhaena miró extrañada a Aemond, quien solo le sonrió incómodo.

Cuando les abrieron la puerta, fue el hombre de la guardia real quien habló mientras Aemond intentó cubrir con su cuerpo a Rhaena y deseó que no lo reconocieran.

Ser Criston informó con cautela que buscaban al principe Aegon, pidiendo discreción. La mujer de inmediato les comunicó que el príncipe no estaba ahí, que él no frecuentaba la calle de la Seda, pues sus gustos eran mucho menos refinados. No soltó más información, y solo le envió un saludo a Aemond.

Rhaena quedó intrigada por ello, así que salió de las sombras del príncipe, oyendo a la mujer halagar lo mucho que había crecido.

—Gracias —despidió la pelinegra, tomando el brazo de Aemond para calmar la inquietud que la mujer le provocaba—. Vamos, mi príncipe...

Aemond asintió, concentrándose solo en Rhaena. Ambos fueron detrás de sir Criston. Los tres continuaron caminando por el pueblo de King's Landing.

—Parece que se equivocó con los hábitos de Aegon —mencionó el guardia.

—Podría estar en manos de mercenarios, en un barco a Yi Ti.

—Podría estar muerto —añadió Rhaena, que aún tomaba el brazo de Aemond.

—Esperemos que no, por el bien de su madre, Aemond —opinó el leal guardia de la reina.

—¿Creen que Aegon tenga bastardos? —expresó Rhaena la duda que desde hace mucho guardaba—. Si su manera de vivir es tan, indecente, no creo que cuide mucho su linaje. No me sorprendería que se excite con la violencia también.

—Es mejor no dudar del honor del príncipe —aconsejó sir Criston, pero solo recibió la despectiva mirada de la Velaryon.

—Henos aquí, recorriendo la ciudad, como un buen soldado, buscando a un holgazán al que no le interesa su derecho de nacimiento —mencionó Aemond, deteniéndose y haciendo que todos hicieran lo mismo—. Soy yo, el hermano menor, quien estudia historia y filosofía. Soy yo quien entrena con la espada y monta al dragón más grande del mundo. Soy quien debería...

Y lo que decía hizo que Rhaena pensará en su hermana. Recordó las cartas de Aemma contándole lo mucho que se preparaba para el momento en el que pudiera llegar a ser reina. Ella sí lo merecía, pero para Rhaena, verse a lado del trono de hierro, o sentada en él, era extrañamente atrayente.

Aemond pronto expresó que, si ocurriera algo, él estaría disponible para cumplir como el siguiente en la línea al trono. Rhaena no pudo evitar interesarse más de aquella faceta ambiciosa, formidable. Podría estar mal por demasiados motivos, pero le era inevitable. 

—Aegon no es apto para gobernar —apoyó Rhaena lo que Aemond dijo con anterioridad—. ¿Dónde es más probable que esté? En un asqueroso rincón agrediendo a alguna mujer.

Nadie dijo nada, respetando su indignación.

Pero a pesar de todo, los tres tuvieron que continuar con la búsqueda. Al final, no encontraron específicamente a Aegon, sino, en Flea Bottom, hallaron a Otto Hightower y los gemelos Cargyll hablando con una mujer.

Los observaron de lejos, esperando.

Cuando Erryk y Arryk se movilizaron, ellos fueron detrás, llegando hasta el Gran Septo. Esperaron en las escaleras que salieran.

Rhaena rechazaba totalmente la idea de apoyar a los Verdes y sus propósitos. Aegon II era el menos indicado para el trono, Rhaenyra era la verdadera heredera. La Velaryon necesitaba actuar.

Sin tardar mucho, uno de los gemelos apareció con un Aegon apresado, tomado bruscamente de los brazos por su resistencia. Sir Criston y el príncipe Aemond actuaron de inmediato.
 
—Lo lamento, amigo —dijo ser Criston, apuntando con su espada al gemelo.

Entonces, debido a la distracción, Aegon logró escapar. Le dio un codazo a su opresor y corrió como si el mundo se destruyera detrás de él. Su hermano y Rhaena fueron detrás mientras los guardias empezaron una pelea con sus espadas. Desde lejos, ser Erryk se mantenía de espectador, preparando lo que le diría a Alysanne Velaryon sobre su hija Rhaena.

Aemond Targaryen fue quien volvió a atrapar al príncipe Aegon cuando terminaron de bajar escaleras, lanzándolo contra el suelo.

—¡No! ¡Detente! —pidió su hermano mayor cuando lo jaló bruscamente. Observó a Rhaena detrás de él. Entonces, empezó a reír como si la situación le causará demasiada gracia.

—Esperaba que desaparecieras —admitió su hermano menor, tomándolo por el cuello mientras Aegon hacía lo mismo.

—¿Nuestro padre murió? —preguntó, queriendo entender por qué tanta insistencia en encontrarlo. Él no creía que podría importarle a alguien.

—Sí, y van a hacerte rey.

Aegon le escupió en el ojo, haciéndolo quejarse y soltarlo. Pero no fue tan fácil escapar. Rhaena era otro buen obstáculo.

—¿A dónde crees que vas... Príncipe heredero? —nombró con burla, empujándolo en contra de una fuerte que había cerca. Por infortunio para Rhaena, solo chocó su espalda y no su cabeza.

—Déjame ir —le pidió, alzando las manos en rendición.

—Debería matarte —expresó, pateando su estómago con fuerza.

—¡Déjame ir! —exigió luego de gritar adolorido. Él no quería ser rey, solo necesitaba huir.

Cuando Aemond pareció recuperarse y querer atrapar una vez más a su hermano, Rhaena supo que no tenía demasiadas oportunidades, lamentaba no tener una espada. Solo pudo volver a golpearlo, pateando su rostro por debajo de la mandíbula, y luego una dos veces más su estómago. Con constancia, con fuerza y odio. Aemond, que había quedado perplejo, finalmente pudo interceder, poniéndose entre ambos. Rhaena se detuvo al verlo. Él levantó a su hermano, tomándolo por el brazo para que no escapará.

—¡Deja que me mate a golpes! —le pidió Aegon con verdadero dolor—. ¡Yo no quiero ser rey! ¡No quiero cumplir con el deber! ¡No estoy preparado!

—En eso todos estamos de acuerdo —expresó Rhaena furiosa.

—Permitan que me vaya —rogó, colocándose frente a su hermano. Le dolían los recientes golpes, y le daba la posibilidad a Rhaena de darle algún golpe por la espalda, pero era algo cobarde y ahora ella ahora sentía, pena por el cobarde príncipe—. Déjenme ir y encontraré un barco. Cuando huya, nunca me encontrarán. Serán los reyes de todo Poniente.

Rhaena miró a Aemond, quien consideraba aquella opción. Era la solución para la Velaryon, si Aegon se iba, solo sería Aemond, ella podría manejarlo. No se deramaría ninguna lágrima, ni una gota de sangre.

Pero pensar en un buen futuro los alejó de la realidad.

Sir Criston apareció luego de derrotar a ser Arryk. —La reina espera —les recordó, mirando con desprecio a la pelinegra, ahora recibiría una reprimenda por las dolores que presentaba el príncipe.

Aegon tuvo que seguir al guardia real mientras Aemond y Rhaena se quedaron de pie, inmóviles.

—¿Lo consideraste? —susurró el Targaryen.

—¿Qué? —preguntó, aún desorientada por el agitado momento.

—Gobernar.

Rhaena miró a Aemond de inmediato, y aunque su boca articuló un firme "no", su mirada expresó lo contrario.

Ella solo pedía que su mente no se viera nublada por ningún motivo, que sus propósitos y su lealtad siguieran firmes hasta el final.

Al llegar a la Fortaleza Roja, de inmediato encerraron al príncipe en su habitación. Alicent no había tardado en aparecer a hablar con su hijo, llamando a un maestre al enterarse de los golpes.

Aemond también estaba con el primogénito varón del rey, y Rhaena, por su lado, no había evitado acompañarlos aunque eso a la mayoría no le gustará. Necesitaba estar lo más cerca del problema, conocerlo y saber todo para poder actuar.

—¿Sabes la lástima que das?—le preguntó la Velaryon, estando de pie a lado de Aemond mientras Aegon era atendido en su cama y Alicent estaba a su lado.

Iniciaba un segundo plan; plantar la semilla de la desconfianza.

—Si aceptas un consejo, deberías renunciar a todo esto. No es para ti. Solo te volverás loco con la idea de que no lo mereces, de que eres un usurpador desleal e insuficiente.

—Rhaena, no continúes —ordenó la reina, creyendo que ya era mucho haber lastimado a su hijo físicamente, como para hacerlo emocionalmente. Deseaba no tenerle tanta consideración a Aemond y poder alejarla—. Déjalo tranquilo.

—Podría dejarlo con gusto debajo de las llamas de Ala de Plata —respondió. Su mirada se había tornado oscura, y solo expresaba repulsión.

Ella había querido a Aegon en el pasado, pero ahora no podía sentir más que rechazo. La verdadera naturaleza del príncipe era algo que ella no podía soportar.

—¿Y qué haces quedándote? —preguntó Aegon fastidiado—. No perteneces aquí, ni siquiera debiste venir en primer lugar.

—Tú no tienes la capacidad de hablarme de posiciones.

—Soy el príncipe heredero.

—Eres la miseria, infame y despreciable.

Aegon trató de levantarse de la cama, pero su madre y el médico se lo evitaron. Rhaena alzó la cabeza con calma, demostrándole quién era la más prudente e inteligente.

—Ni siquiera das la talla para ser un príncipe, mucho menos podrías ser un rey.

Aemond tuvo que actuar, quedando detrás de Rhaena y tomando sus brazos para tratar de alejarla y calmarla, llevándola hacia atrás.

—No estás aquí porque ames a mi hermano —dedujo Aegon, incluyendo la cizaña en sus propósitos. Le había herido todo lo que había dicho—. Solo quieres destruirnos desde el interior. ¡Eres destructiva para todos aquí!

—No es mi problema que te sientas amenazado, Aegon —respondió, provocándolo aún más.

—Es ridículo que no lo veas, hermano —se dirigió a Aemond—, ella será tu fin, el de todos si no se va ¡ahora! —Observó a su madre, quien miraba a Rhaena como algo indescifrable.

—Ella no se irá —respondió el jinete de Vhagar, odiando la sola idea—. Se mantendrá a mi lado, les guste o no. Pueden detestarlo, pueden renegar, pero eso no cambiará. Aegon, ya tienes un trono, no continúes arruinando a los demás con tu existencia.

Y eso terminó de destruir el alma de Aegon. Todos estaban en contra de él, lo notaba con mucha más claridad ahora. No era un Targaryen digno, no era querido o respetado, solo lo aceptaban por ser hombre. Toda su vida pasó ante sus ojos, cada decisión que lo llevó al error. Pensó en el mañana, en cómo resultaría y en quiénes estarían de acuerdo. La aprobación era algo que él necesitaba.

—Ridículo —concluyó Rhaena. Ella supo que su plan había dado algunos resultados.

Alicent se puso de pie, cansada fue por la Velaryon. Tomó su brazo y le susurró varias cosas para que la acompañará sin reclamar, también le dedicó una clara mirada a su hijo para que no interviniera. Ambas salieron del lugar sin dar mayores explicaciones.

Ni bien estuvieron afuera, ser Criston Cole tomó por los brazos a Rhaena. La reina no lo había ordenado, pero tampoco lo deshizo.

La reina pidió que la llevará a su habitación. 

—¿Qué planeas, Rhaena? ¿Enloquecer a todo el mundo? —la enfrentó cuando estuvieron en el interior, aún con la presencia del guardia.

—¡Usted me obligó a quedarme! —le recordó, señalándola. Se sentía demasiado abrumada, ya no sabía qué debía hacer, el temor de haberse equivocado con tantas cosas la mataba lentamente—. ¡Es usted quien desea la destrucción de todos!

—¡Quería tu apoyo! ¡Quería que mi hijo fuera feliz! —expuso sus motivaciones, presintiendo que pronto ella se volvería loca—. Solo quiero que mi familia esté bien...

—Lo que hace demuestra lo contrario —juzgó, tratando de ir lejos de ella. Sentía que se contaminaba—. Usted está arruinándolo todo. Yo también quería ser feliz, junto a Aemond.

Y la reacción de Alicent fue, inesperada, vulnerable. Miró hacia otro lado mientras las lágrimas empezaron a descender de sus marrones ojos.

—No entiendo qué hago. Solo quiero que mis hijos lo tengan todo, como mi padre me enseñó. Lo he intentando tanto... Todos estos años...

Y Rhaena no supo qué hacer o decir ante su confesión. Le costaba empatizar con ella, pero entonces la imagen de su madre cruzó su mente. ¿Alysanne haría lo mismo si le ocurriera algo parecido? La Velaryon no lo creía.

—Su hijo me ha lastimado tanto —murmuró Rhaena, llamando su atención. Ella observaba hacia otro punto en la habitación, evitando romper en llanto por la pesadez de la situación—. Debería hacer lo mismo, debería destruir su corazón, arruinarlos...

Pero el silencio llegó por un instante. Dejando que pensarán y analizarán aún más, lo que solo hizo que continuarán atormentando sus mentes. Alicent le pidió a ser Criston que se fuera antes de dirigirse a la joven:

—¿Nos arruinarás, Rhaena?

—Debería decir que no, porque soy mejor que eso —empezó a confesar, mostrando una falsa sonrisa mientras las lagrimas corrían por sus mejillas—. Pero... ciertamente no sería capaz. Amo destructivamente a su hijo, no soy capaz de lastimarlo —y al decirlo, no pudo fingir más, su rostro se contrajo de pena—. Debí regresar a casa.

Le dolía más arrepentirse, pues había prometido que aceptaría el precio de quedarse con Aemond.

Alicent se recordó llorando por cumplir deberes con su sangre, y aunque lo de Rhaena fuera por amor, se vio reflejada en ella y eso fracturó de a pocos su corazón. Ella no dudó en acercarse a Rhaena y rodearla con sus brazos.

Ambas necesitaban de apoyo, y aunque no era el que esperaban, realmente lograba reconfortarlas.

Alicent Hightower y Rhaena Velaryon unieron a dos bandos en un consuelo, sabiendo bien que duraría solo un instante.

¡voten y comenten! 💥

es que... solo sé que va a doler. lo sientooo. T-T














































































































J E M I I S A 🦋
11 / 12 / 2022

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