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ix. fire in our hearts

‧₊˚「 CAPÍTULO NUEVE 」˚₊‧
• segundo acto •
🫀  fuego en nuestros corazones  🗡️

❛ abrazando la locura, mis
demonios me susurran
al oído. bienvenido a
mi lado oscuro ❜
darksideneoni

Con el secreto del rey bien resguardado, y todo posible enemigo contenido, el bando de los Verdes tenía todo planeado.

Criston Cole sería nombrado comandante de la Guardia Real. Aegon II sería coronado al amanecer, y bajo la espectativa de todo King's Landing, asumiría la autoridad y se le colocaría la corona de su homónimo, el Conquistador. Nadie podría mostrarse en contra de la ancestral fuerza Targaryen, o como otros varios, morirían.

Pero a pesar de todo, quienes no estaban de acuerdo, lucharían.

Erryk Cargyll conocía bien al príncipe Aegon, era su escudo juramentado y había tenido que ser testigo de muchas depravaciones. Él sabía bien que Aegon no debía convertirse en el rey de los Siete Reinos, no era digno.

Entonces decidía firmemente actuar. Él, poco antes de que el amanecer se pusiera, planeó bien sus movimientos y con precaución fue a la habitación de Alysanne Velaryon para ayudarla a escapar junto a su hija Alyssa.

Ellas no habían podido dormir, temiendo que ocurriera algo terrible si bajaban la guardia.

Pronto el guardia real se deshizo de los obstáculos alrededor de la habitación de la Reina de los Dragones, y ambas pudieron verlo ingresar.

—Ser Erryk —nombró Alysanne, poniéndose de pie. Mantuvo a su hija detrás—. ¿Qué es lo que hace? ¿Qué ocurre?

—Vengan conmigo —pidió, extendiéndoles unas capas—. No puedo permitir esta traición, este insulto en contra de usted y su familia —expresó, y Alysanne y Alyssa apreciaron su lealtad.

Ambas lo conocían, admiraban su valentía al enfrentar a la corona. Eran la solución que habían necesitado, así que confiaron.

—Gracias —dijo Alysanne a Cargyll cuando se colocó la capa y cubrió su cabello plateado con la capucha, al igual que su hija—. Nunca olvidaremos este gesto.

—Siempre a su servicio, mi señora.

—Debemos ir por Rhaena —pidió—. ¿Dónde está?

—Ella ha tomado un bando... —tuvo que informarle—. La vi yendo por el príncipe Aegon, siguiendo a los príncipes y ser Criston. Él mismo ha asegurado que Rhaena traicionó la causa de la princesa Rhaenyra.

Y escucharlo de alguien en quien confiaba fue, destructivo. Era cierto, su hija las había traicionado, la niña que había cuidado y amado desde su nacimiento.

—Ha de estar ahora en la habitación del príncipe Aemond. Lamento recordarle lo peligroso que sería ir por ella. Arriesgarían su vida si las encuentran.

—¿Estás seguro ? —insistió, rogando que fuera una equivocación, necesitándolo. Era una de sus amadas hijas—. Puede que la están obligando.

—La vi con mucha libertad. Pero si le reconforta, ella no estaba totalmente de su lado. Trataba de lastimar a Aegon.

Fueron demasiadas las posibilidades que rondaron en la cabeza de la Velaryon. Quizás su hija solo trataba de ayudarlos fingiendo estar de lado de los Verdes, usando a Aemond para lograr sus propósitos. Quizá ella no era una traidora y solo quería serle leal a su familia, quizá ella actuaba en contra de los usurpadores y no contra su sangre.

—Puedo regresar y ayudarla —propuso ser Erryk, lamentando que se sintiera así—. Pero ahora, es incierto, milady. Debemos irnos.

Alysanne no supo qué hacer, necesitaba saber más de su excepcional hija. Pero también estaba Alyssa con ella, debía cuidarla. Sintió que enloquecía.

Alysane y su hija menor tuvieron que salir de la alcoba siguiendo a ser Erryk, tan rápido que la Velaryon no tuvo más tiempo para despedirse de los momentos que guardaba su habitación, ni siquiera tuvo cabeza para ello.

La idea de que Rhaena estuviera sola la torturaba incesantemente. Pero, si Alysanne iba a buscarla, ¿y confirmaba que todo era verdad? Su familia saldría lastimada, la pequeña princesa de la vida que confiaba en ella. Las perdería a ambas.

Dieron pasos largos, apresurados, pero antes de que pudieran alejarse más, alguien totalmente inesperado apareció.

—No se detengan —pidió ser Erryk antes de notar la presencia del recién llegado. Sacó su espada de inmediato.

—Está bien —aseguró Alyssa, dando una señal con su mano de que no era necesaria la violencia. Ella lo había reconocido—. Es Daeron.

El príncipe estaba de pie a un par de metros, agitado y desalineado. Era claro que había venido corriendo, huyendo de varios obstáculos, por Alyssa.

Ambos se aproximaron de inmediato, siendo la primera reacción unirse en un necesitado abrazo. Alyssa buscó su consuelo mientras Daeron se aferró a ella. La Targaryen se rompió en llanto sin poder evitarlo más, entonces él tomó su rostro, limpiando con sus pulgares las lágrimas sobre su suave piel.

Se mantuvieron en su momento íntimo un instante. Daeron no supo qué lo llevó a hacer lo que hizo luego, simplemente se dejó llevar por su cautivado corazón. Y Alyssa no lo rechazó, correspondió sus sentimientos y le hizo saber los suyos.

Sus almas, las cuales corrían el gran riesgo de mancharse por el odio de sus familias, por la sangre de sus enemigos, se unieron en un beso. Tenían poco tiempo, debían estar juntos el mayor posible. Daeron le tomaba el rostro mientras Alyssa rodeaba su cuello, incrementando su cercanía. Estar cerca, sin tener la necesidad de siquiera mirarse, ya hacía que sus corazones se regocijaran.

Lamentablemente, su amor no pudo ser eterno. Alysanne admiró cada momento, su puro y joven sentir, y lamentó tener que romperlo. Debían actuar lo más antes posible.

—¿Sabes dónde está Rhaena? —preguntó la Velaryon.

—Estuve en, aislamiento, y ella me envió algo con una criada —respondió, dándoles una pequeña llama de esperanza—. Les dejó una carta. Solo leí la primera línea para darme cuenta de que no era para mí. 

El pequeño pergamino bien envuelto mostraba en su interior la letra de Rhaena Velaryon, y mostraba una información muy reveladora.

—Muchas gracias —expresó Alyssa, y Daeron quedó perdido en el brillo de sus ojos.

—Debemos seguir —interrumpió ser Erryk, preocupado por que alguien los atrapará. Se había incrementado el número de fugitivos—. Se nos hace tarde.

—Mamá —llamó Alyssa, quería saber cómo actuarían, a qué lugar irían para rescatar a su amada hermana.

Pero no fue lo que esperaba, Alysanne reaccionó de forma distinta a como lo iba  a haciendo

—Debemos seguir —confirmó lo que decía el guardia. Su mirada no expresaba nada, estaba totalmente vacía—. Ahora.

—Las acompañaré —anunció Daeron, quien se mantenía a lado de Alyssa tomando su mano.

Pero la Targaryen había quedado transtornada. No entendía la actitud de su madre, cómo se rendía tan fácil si se trataba de Rhaena.

Los cuatro tuvieron que caminar. Alysanne a la par de ser Erryk, comentándole sobre las armas que le habían arrebatado para ver si podría recuperarlas, Alyssa estando con Daeron, aún de la mano.

—Quiero que estés bien —expresó el príncipe de repente, besando fugazmente su frente.

—Puedes ir con nosotras a Rocadragón —propuso Alyssa, sin estar totalmente consciente de lo que decía, de lo que significaba. Ella solo no quería dejarlo, no en tales circunstancias. No soportaba la idea de perder a tantas personas—. Estaremos bien ahí.

—Alyssa... —susurró Daeron, siendo que lo habían tomado desprevenido. Su propuesta abarcaba muchas cosas que él no era capaz de decidir en unos segundos.

Pasaron por el patio interior central, observando a Lord Caswell colgando de una soga que ahorcaba su cuello. Alyssa quedó perpleja, y Daeron evitó que continuará observando al apresurarla. Alysanne, dejando un segundo su búsqueda de la verdad, recordó a aquel hombre, quien había sido el primero en felicitar a Rhaenyra luego de su tercer parto. Sonrió melancólicamente por la memoria, y lamentó su muerte, aunque no lo pudo hacer por mucho, pues no tenían ese privilegio.

Pasaron por el santuario de Balerion, en donde se situaba el cráneo del gran dragón y las velas no se apagaban. Aquel camino los llevó hacia una salida que se conectaba con el pueblo.

Alysanne recordó el lugar, cómo habían esperado a Rhaenyra ahí la noche en la que habían descubierto uno de sus más profundos deseos. Quiso regresar a esos días, hubiera tomado decisiones diferentes.

—¿Dónde estamos? —preguntó Alyssa confundida, pues era la primera vez que conocía aquella salida.

—Al sur del Camino del Rey —respondió su madre, colocando una de sus manos en su espalda para incentivarla a continuar.

—Blackwater está por aquí —prosiguió ser Erryk, guiándolas nuevamente.

Continuaron caminando, notando que el sol se ponía. La caminata había sido más larga y agotadora de lo que habían esperado.

En una de las calles de King's Landing, Alysanne expresó la preocupación que empezaba a intranquilizar sus pensamientos.

—No puedo dejar a Rhagar, a Caníbal. Han de estar sintiendo esto, volviéndose agresivos.

—Tampoco puedo dejar a mi Alba —añadió Alyssa, lamentando mucho no tenerla a su lado.

—Si pudiéramos ir a la fosa de dragones...

—No lo creo —negó el príncipe Daeron, lamentando interrumpir a su tía—. Cada movimiento es peligroso, ustedes corren riesgo y si alguien las llega a ver, podría ser terrible. —La simple idea le causó escalofríos, él no podía concebir la imagen de su eterna compañera muerta.

—La esperan en el puerto, mi señora —recordó ser Carryk dirigiéndose a Alysanne—. No podrán pasar de las puertas —tuvo que reconocer, disminuyendo cada vez más sus ilusiones—. Deben llegar a la ribera y buscar un barco antes de que noten que no están.

Entonces, cuando llegaron al fin de una calle, vieron a una multitud de gente aproximarse por la calle que buscaban tomar. Buscaron otro camino, por la izquierda, pero ocurría lo mismo. Las capas doradas acorralaban a la gente, dirigiéndola al mismo punto. Todas las calles estaban llenas de gente que en punto se acumuló, empujándose entre sí.

En tanto ajetreo, ser Erryk perdió de vista a quienes buscaba ayudar, y Alysanne casi extravió a su hija por los empujones de la gente confundida y alterada, pero Daeron no lo permitió. El príncipe logró unir a madre e hija, entregándole la mano de su amada a la heredera del mar.

El momento se sentía turbado. Alysanne solo trataba de no dejar ir a su hija mientras los plebeyos continuaban empujando por la insistencia de la guardia de la ciudad. Nadie se salvaba.

En aquel momento, Daeron tuvo que decidir aunque no lo hubiera parecido. Él sabía que si, continuaba con Alyssa, no podría dejarla, y eso es lo que hubiera hecho sin dudar si no tuviera un deber familiar que lo detenía. Lo odiaba, cada segundo de sentir una obligación con su madre, sus hermanos. Pero era así, él no podría dejarlos, sentía cariño y lealtad. Y aunque amaba a Alyssa con tanta intensidad, aunque podría dar su vida por ella, ir a su lado sería hacerle más daño.

—Te amo, Alyssa. Llega sana y salva por favor —expresó, queriendo grabar cada uno de sus detalles en su mente. Le sonrió una última vez.

Entonces, Daeron dejó que la multitud lo perdiera, se camufló entre ellos y ni Alyssa o su madre pudieron verlo. La menor lo llamó a desesperados gritos, necesitando de él:

—¡DAERON! ¡Daeron, regresa!

La princesa de la vida se destruía lentamente, y su madre no sabía qué más hacer, rogaba por que pudiera superarlo.

Alysanne agradecía que Daeron no tuviera intenciones de lastimar a su hija de alguna manera. Los Verdes ahora eran una enfermedad, y mientras se mantuvieran lejos, no podrían infectarlos.

El ajetreo era abrumador, exasperante y violento. Habían perdido a ser Erryk, era un hecho, y empezaban a entender el motivo. Vieron a la carroza real pasar, transportando a Alicent Hightower y Aegon II Targaryen. Las capas doradas los retuvieron hasta su partida. Luego de ello, los plebeyos continuaron yendo de prisa, temerosos a lo que los guardias pudieran hacerles.

Alysanne y Alyssa continuaron siendo empujados por la multitud, que los fue dirigiendo a un camino que no tenía otro destino que el el Pozo de dragón en la colina de Rhaenys. Alysanne supo que era una solución. Los dioses habían confabulado finalmente a su favor.

La Velaryon tomó la mano de su hija con más fuerza, queriendo que se concentrará el presente. La pequeña Targaryen solo podía pensar en su compañero eterno, considerando todas las posibilidades, entendiendo que se había terminado aunque eso la hiriera. Daeron se quedaría con su familia, y Alyssa pronto regresaría con la suya.

Cuando estuvieron cerca de Pozo Dragón, al ser más espacioso, empezaron a caminar con más calma. El coliseo estaba totalmente lleno, por lo que algunos tuvieron que quedar afuera de las puertas.

Por fortuna, Alysanne y su hija entraron, oyendo lo que la Mano del Rey anunciaba, conmocionando a todos los que podían oírlo.

—Pobladores de King's Landing, hoy es el más triste de los días. Nuestro amado rey, Viserys El Pacífico, está muerto.

Los murmullos iniciaron, pero no escalaron, evitando el alboroto desmedido. En esos segundos, Alysanne y Alyssa vieron el fondo de Pozo Dragón, donde se habían situado los usurpadores.

De lejos, difícilmente observaron a miembros de la guardia real, al consejo y la familia del difunto rey.

—Pero también es de lo días más gloriosos —prosiguió, retomando la atención—. Pues cuando su espíritu se alejaba, susurró su último deseo, que su hijo primogénito, Aegon, lo sucediera.

Alysanne quiso gritar en aquel momento lo erróneos que estaban, quiso recordar quién era la legítima heredera, a quién debían darle su lealtad. Pero supo que no ayudaría, y lo confirmó cuando el pueblo, lleno de ideas sobre el poder masculino, aplaudió.

Pronto, entraron guardias y capas doradas, colocándose en dos filas que hicieron un camino para Aegon II.

Las trompetas sonaron, indicando su llegada. Se alzaron armas, y pronto el príncipe apareció. Se notaba el desgano en su rostro, la pena, no era la imagen de un dichoso rey. Pero aún así, se sentía un ambiente tenso y glorioso.

Alysanne no pudo escuchar más a Otto Hightower, observando con desdén cómo cada espada descendía luego de que Aegon pasará. No era algo que mereciera, era todo un fraude.

Cuando Aegon subió las escaleras hasta el podio, Alicent lo recibió, besando su frente. Pronto él se hincó frente al Septón de la fe, y la corona de Aegon el Conquistador se acercó a él. Su hermano menor prefirió no ver, y su esposa lo presenció con decepción, conocía mejor que nadie a Aegon.

—Esto no está bien —susurró Alysanne, haciendo que Alyssa reaccionará. El momento erizaba su piel—. Vámonos.

Todos estaban tan concentrados con la "coronación", que nadie pudo notar la huida de dos personas. Los guardias no estaban, era la oportunidad.

Alysanne guió a su hija hacia los túneles de Pozo Dragón, conociendo cada camino que los llevaba a aquellas magníficas criaturas. La Velaryon, cada que visitaba la Fortaleza Roja, delegaba un momento para visitar a los dragones, ellos la conocían bien.

Al llegar, pudieron verlos. Alyssa fue de inmediato con Alba y su madre se embarcó en la búsqueda de Rhagar y Caníbal. Ellas no los iban a dejar.

Hallaron también ornamentadas armaduras de jinete de dragón que decidieron colocar sobre sus ropajes. La mayor vestía de azul, color característico de su casa, mientras su hija morado y plateado, colores favoritos de su hermana. Pronto, el escudo de la casa Targaryen se lució en sus pechos.

Si Alysanne lo hubiera pedido, los pocos dragones en el lugar la hubieran seguido, pero ella solo necesitaba de los suyos. Lo había meditado, recordando cada palabra de su madre. No era ambiciosa, no era vil.

Cuando hallaron a Alba, Rhagar y Caníbal, Alysanne tomó el rostro de su hija apresurada antes de que subiera al lomo de su dragona. Entendía que no tenían tiempo.

—Tienes que oírme, Alyssa —pidió con seriedad, confundiéndola aún más—. No somos dueñas de ninguna vida, no controlamos a ningún dragón.

—Mamá...

—Ellos no son bestias asesinas, son nuestros compañeros, nuestra familia —le recordó, queriendo que sus palabras resonaran en sí misma. Ella no quería usar a Rhagar o Caníbal para causar daños, no les dejaría el trabajo sucio—. Los protegemos tanto como ellos a nosotros. ¿Lo entiendes?

—Sí... —respondió, captando sus palabras, esperaba. Su mente estaba tan dispersa que temía equivocarse, actuar imprudentemente. Debía ser más como su madre y no su padre en ese instante... ¿verdad?

En la superficie, Aegon había sido declarado rey. Sobre su cabello característico de un Valyrio, reposaba la corona del conquistador.

Él observaba a cada persona frente a él, a sus guardias, a su madre, quien inclinaban su cabeza hacia él, a su esposa, que con mucho pesar tuvo que dar una reverencia, a su hermano, quien dio un breve asentimiento con la cabeza. Pero la persona que Aegon disfrutó más observar fue, Rhaena Velaryon.

Ella estaba ahí, aunque su madre o hermana no lo hubieran notado. Una capucha cubría su cabeza y la capa inferior a su vestido negro y rojo, colores característicos de la casa Targaryen, del bando de los Negros. 

Aegon esperó con paciencia, sabiendo que Rhaena estaba en la obligación de tragarse todo su orgullo. La mirada fulminante de la Velaryon estuvo sobre el Targaryen cada instante, cuando su rodilla se flexionó casi sin parecerlo y su cabeza se inclinó tan solo un poco. Aemond tomaba su mano, dándole toda la fortaleza que necesitará.

Verla rendirse ante él fue la dosis de poder que Aegon necesitaba. Rhaena reiría al saberlo, burlándose de la poca confianza que tenía, de la aprobación que necesitaba. Pero ahora solo podía pensar en su humillación, ¿cómo había terminado en ese punto?

—¡Salve, su majestad! ¡Aegon, segundo con el nombre, rey de los Ándalos y de los Rhoynar, y los primeros hombres, señor de los Siete Reinos y protector del reino!

Ser Criston repitió el nombre del hijo primogénito del rey, y toda la gente empezó a aclamar a favor del usurpador. Lo apoyaban, y eso no podía causarle más repulsión a Rhaena, a Helaena.

Aegon disfrutaba su momento de gloria, incentivando más al pueblo al envainar su espada. Cada grito de apoyo, nutría su orgullo.

Pero a los Verdes el éxito no les duró demasiado.

El suelo de Pozo Dragón entró en erupción, haciendo que los vítores de la multitud se convirtieran en gritos de pánico. Tres criaturas colosales aparecieron desde debajo del salón principal. Uno de ellos alzaba vuelo, mientras los otros continuaban abriéndose paso en la superficie, aplastando con sus colas y garras.

La gente corrió asustada, buscando huir, aunque algunos fueron aplastados por los escombros caídos que los dragones enviaban por los aires o barrían hacia el interior. Pronto, los dragones emergieron del manto de ceniza que había por su escape. El primer dragón en verse fue Alba, quien sobrevolaba el caos teniendo en su lomo a Alyssa Targaryen.

Rhagar fue el siguiente, haciendo temblar una última vez a los pueblerinos con su rugido. Era montado por su jinete, la imponente Alysanne Velaryon. Ella no quitaba la mirada de los impostores, viéndolos mucho más de cerca.

Caníbal se mostró después, disfrutando de algunos aperitivos humanos con mucho placer. Podría haber calmado sus ansías por degustar dragones, adultos o pequeños, hasta los huevos de dragones, pero cambiar a totalidad no era tan fácil para él.

La gente continuó tratando de huir, ya sea tratando de escalar a los pisos superiores de Pozo Dragón, o atravesando las puertas mientras las capas doradas intentaban cerrarlas con desesperación.

—¡Abran las puertas! —ordenaba Otto Hightower sin éxito, pues nadie pudo oírlo.

Alysanne y Alyssa se fijaron entonces en su alrededor, en toda la gente que se veía perjudicada.

—Rhagar —llamó Alysanne una sola vez, lo que fue suficiente. El deslumbrante dragón golpeó con su cola las puertas, abriéndolas de golpe y haciendo volar a varios guardias. La gente pudo escapar—. Caníbal, basta —ordenó entonces, evitando que continuará degustando pueblerinos.

El dragón se removió nada contento, pero cedió, quedando a lado de Rhagar. Ambos se veían como una dupla arrasadora.

Entonces, las jinetes de dragones volvieron a fijarse en los atemorizados Verdes. Alicent empujó a ser Criston para que dejará de resguardarla, y le ordenó cuidar de su hija Helaena tanto como de Rhaena.

Aegon fue cubierto por el cuerpo de su madre, quien sin importar el riesgo, trataba de proteger a su primogénito.

Alyssa sobrevoló sobre los traidores, llenándolos de mayor temor.

Su madre acercó a Rhagar, queriendo aproximarse más a ellos. Observó a la reina, su genuina valentía, notó la sorpresa del cobarde "rey". Vio también a sus sobrinos, lo cautivada que estaba Helaena y lo decidido que estaba Aemond en proteger a su familia. Fue ahí que pudo notar a alguien que anteriormente no había visto.

Su hija Rhaena era cubierta por el cuerpo de quien su terco corazón amaba. El momento dio un giro inesperado cuando ella, al no tener el defecto de optar por esconderse, o huir, quitó la capa que cubría su cabello pelinegro. Aemond quiso evitar que la vieran, pues temía que la lastimarán de algún modo. Pero no había manera de retenerla, no a la Velaryon.

Todos se fijaron en Alysanne y Alyssa, esperando por su reacción al saber que la presencia de Rhaena tendría repercusiones.

Alyssa quedó perpleja al ver a su hermana mayor. Lo había considero, pero jamás creyó que podría verlo, confirmarlo. Su hermana estaba en el bando de los Verdes.

Su madre bajó la cabeza, apartando la mirada. Recordó a su pequeña hija contándole sus aventuras, jurándole a ella y Daemon que nunca los dejaría.

La carta de Rhaena que su madre había leído anteriormente, le informaba su decisión de quedarse en la Fortaleza Roja con la intención de destruir a los Verdes desde el interior. Alysanne no había estado segura de ello, había querido ir por su hija para llevarla a casa, pero la última frase, advirtiendo que no se iría, la había detenido. La Reina de los Dragones conocía bien a su heredera, y por ello creía con temor que no eran esas sus reales intenciones. Le dolía demasiado creer que su hija realmente pudiera estar traicionándolos.

Ahora, existía una nueva posibilidad; irse juntas, regresar a Rocadragón. Ala de Plata no estaba muy lejos, podrían controlarlo. Era la prueba de lealtad que necesitaban.

—Vámonos, Rhaena —pidió Alyssa, descendiendo un poco aunque eso la pusiera en peligro—. Vamos a casa.

La mayoría de los Verdes esperaron que Rhaena los abandonará, que mostrará su verdadera lealtad y fuera con su madre. Pero su respuesta fue, totalmente fiferente a la que habían esperado, lo que Aemond había deseado.

Rhaena, luego de pensar en la reina, en el amor que le tenía a sus hijos, en la impune Helaena que estaba ahí, en el amado príncipe que se quedaba junto a ella, negó con la cabeza. Todos quedaron pasmados, algunos decepcionados.

La mirada de la excepcional se desvió a la reina, quien asintió con la cabeza, agradeciéndolo. Si Rhaena no se iba, las posibilidades de que los miembros del bando Verde fueran lastimados, se reducían. Ambas recordaron la charla que habían tenido, las debilidades que habían dejado salir a la luz.

Ahora Rhaena Velaryon era, realmente una traidora a los ojos del exterior. No había más titubeo, ella había decidido.

Poco a poco, mientras la furia invadía a la abrumada Alyssa, la pena y melancolía fueron tomando el control de Alysanne. Ella aún trataba de creer que era parte de la estrategia, pero era tan complicado. Una lágrima se deslizó por su mejilla mientras Rhagar, como Caníbal, sintiendo lo que atormentaba a su jinete, no pudieron evitar actuar.

Se acercaron amenazantes, haciendo que la reina cerrará los ojos, riendiéndose. Aceptaba todo lo que pudiera ocurrir, no huiría. Ella continuaba protegiendo a su hijo hasta el final, tanto como su familia hacía con quienes querían.

Alysanne vio ello, y su mente tuvo que despejarse por un pesado concepto; el amor de una madre, el peso de la sangre. Ella conocía bien a cada persona en el podio, había compartido con ellos. La Velaryon no podía dañar a quienes Alicent protegía con tanto esmero, ni a la hija que prometía adorar sin importar las circunstancias y hasta que los días acabarán.

Rhagar y Caníbal solo rugieron, provocando un fuerte viento que los hizo temblar. Pero Alyssa no pudo ser tan prudente, no con todo lo que en su interior la acababa.

La princesa de la vida ordenó con autoridad:

—¡Dracarys!

Alba quiso obedecer a su jinete, siéndole totalmente servicial, pero la autoridad de Alysanne tomó el control de ella, se apoderó de sus llamas. Los verdes se arrodillaron, tratando de que el fuego sobre sus cabezas no los lastimará. El fuego de Alba solo se había expandido sobre ellos, y no contra ellos.

—Rogarán la muerte creyéndola un dulce consuelo, pero clamarán piedad cuando esta los encuentre. Nunca hallarán la paz —prometió Alysanne.

Caníbal de inmediato emprendió vuelo, cruzando las puertas de Pozo Dragón y llevándose consigo a algunos hombres que aún seguían ahí paralizados, para solo dejarlos caer más adelante, disfrutando de sus gritos. Luego de él fue Alba, quien se llevó a una decepcionada y lastimada Alyssa. Había perdido a dos personas importantes en un solo día.

Rhagar y Alysanne fueron al último. La Reina de los Dragones no pudo volver a mirar a su hija, pero Rhaena supo que lo merecía. La cola de Rhagar arremetió contra uno o dos de los enemigos, tratando de que fuera el odiado ser Criston o la Mano del Rey, pero ya no fue una orden de parte de Alysanne.

La mente de la Velaryon estaba demasiado nublada, su corazón muy malherido y su alma fracturada. Era todo por ella, su amada hija.

En los aires, las alas de los tres dragones se movieron de arriba a bajo con fuerza, sabiendo bien cuál era el destino. Habían huido de la Fortaleza Roja, pero ahora tenían muchos más desafíos por delante.

La muerte sería el más requerido en tiempos de guerra, y la paz, ciertamente un anhelo que nadie podría darse.

Los dragones danzarían mientras un jubileo de sangre y fuego se formaba bajo sus garras.

¡la reina de los dragones ha hablado, tus votos y comentarios ha ordenado! 🔥

Sé que no viene al caso de los dragones y las traiciones, pero ¿les gusta la historia? ¿La escritura?

Me ayudarían demasiado si responden, pues hay un proyecto entre manos del cual espero los mejores resultados. <33

Los tqm, muchas gracias a quienes comentan, votan y apoyan, son mis favs. 😚

El final se acerca, y esta autora ya lo tiene todo fríamente calculado.






























































































J E M I I S A 🦋

12 / 12 / 2022

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