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ii. womans

‧₊˚「 CAPÍTULO DOS 」˚₊‧
• segundo acto •

🫀  mujeres  🗡️

❛ solo un genio podría amar
a una mujer como ella
por favor, entiende, sí, me
he enamorado de ti ❜
geniuslsd

Corlys Velaryon, por años, se mantuvo luchando en los Peldaños de Piedra. Había dejado Driftmark para poder dedicarse totalmente a ese problema. Pero el Señor de las Mareas había sufrido una emboscada, rajaron su cuello con una filosa daga y cayó por la borda. Sufrió una gran pérdida de sangre, y lo más preocupante, contrajo una fiebre infernal.

Oír esa noticia fue muy chocante para su esposa y nieta, quienes se encargaban de Driftmark en su ausencia.

—La Serpiente es fuerte —comentó Rhaena, queriendo reconfortar a su adorada abuela.

—Sin duda —respondió Vaemond Velaryon, a pesar de que nadie le había hablado. Él también había oído las noticias junto a la princesa y Rhaena en el salón de los Nueve—. Pero he visto a fiebres llevarse a los hombres más jóvenes.

—No pienso tolerar carroñeros en mi casa —expresó Rhaenys, deteniendo al hermano de su esposo.

—Amo a mi hermano, pero no debemos engañarnos. Puede que recibas su barco y él llegue muerto —continuó aún así, acercándose más al trono de Driftmark—. ¿Y quién ocupará el lugar en el que te sientas?

—Mi abuela parece muy cómoda en él —expresó Rhaena con firmeza. La castaña estaba de pie a lado del trono.

—Ella tan solo gobierna en la ausencia de su esposo. Si él muere, debe legarse.

—A mi hija Alysanne Velaryon, tal como dispuso mi marido —recordó Rhaenys.

—Soy de la misma sangre de la Serpiente Marina, y soy hombre. Muchos sabrán comprender que no es capaz.

—¿Osa subestimar a mi madre? —preguntó Rhaena, sintiendo el fuego encenderse en su interior. La paciencia no era de sus mejores cualidades—. Gusta morir bajo las llamas de un dragón, ¿no es así?

—Calma, mi niña —pidió Rhaenys, estirando su brazo para que Rhaena tomará su mano, lo que hizo.

Pero cuando Vaemond se acercó más, quedando a pocos metros de la princesa y su nieta, la castaña se puso en mayor alerta. Antes, hubiera empezado a defender a su familia a gritos, pero ya había madurado con la ayuda de Rhaenys.

—Solo digo la verdad. Es una mujer. Y su heredera, bueno...

Si bien la primogénita de Aly era Aemma, ella se había comprometido con Jacaerys Velaryon. Por lo tanto, Aemma se volvería reina algún día, eso hacía que la Velaryon decidiera dejarle su herencia a su segunda hija. Pero, los rumores sobre la legitimidad de Rhaena se habían avivado por la cizaña de Vaemond, lo que complicaba la situación.

—No permitiré que se le robe su derecho como hace mucho me ocurrió a mí —expresó Rhaenys, enfrentando a su cuñado—. Ya está decidido. Cuando llegue el momento, Alysanne herederará Driftmark y luego de ella, Rhaena lo hará.

—Preferiría contar con tu apoyo —admitió Vaemond, algo alterado—, pero no lo necesito. El viento ha cambiado. La Corona tiene buenos motivos para apoyarme.

Pero Rhaena expuso lo que pensaba sobre aquel tema: —No es un rey quien ocupa el Trono de Hierro, tío. Sino una reina.

Y eso era para ella un claro indicio de que las mujeres estaban tomando el poder que siempre habían merecido.

En Rocadragón, Alysanne y Daemon se aventuraban dentro de una caverna, emprendiendo una expedición cuidadosa.

Un tiempo luego, la Velaryon señaló lo que habían estado buscando, sonrió y tomó bien el pico que habían traído. Pero antes de poder moverse, el Targaryen tomó su cintura y besó sus labios en celebración.

Le dio más fuerzas para empezar con la tarea; dar pequeños golpes hasta romper la corteza que había en el suelo y así, poder tomar debajo de él el preciado tesoro.

Syrax había dado una nueva nidada, y ambos se habían propuesto conseguir aquellos huevos. Los dragones en su bando seguían aumentando, y eso era una alegría para ambos. Su amor y cuidado por aquellas criaturas era inigualable.

Terminaron de extraer los huevos de Syrax y salieron de la cueva, en donde dos guardianes de dragones los esperaban.

Syrax ha puesto una nueva nidada —comunicó Daemon en Alto Valyrio muy emocionado—. Tres huevos. ¡Tres huevos!

—Que los dejen en la cámara de calentamiento —ordenó Alysanne con una sonrisa y amabilidad.

Enseguida, mi señora —respondió el mayor de los guardianes, recibiendo el bolso en donde se guardaban los huevos de dragón—. El maestre ha traído esto. Acaba de llegar. Es de lady Rhaena, de Marcaderiva —comunicó, entregándoles el pequeño papel.

Alysanne lo desenrolló de inmediato mientras los guardianes se iban, queriendo saber de su hija.

—¿Qué nos dice? —preguntó Daemon con curiosidad al ver cómo su mirada poco a poco iba perdiendo su brillo—. Dragona...

—Problemas —respondió sencillamente, pero eso fue suficiente para el príncipe. Ella miró a su esposo afectada, y de inmediato recibió su abrazo. Él no necesitaba más que su mirada.

Los dos regresaron al castillo de Rocadragón pronto, queriendo compartir con Rhaenyra lo que ocurría.

En el camino, ambos conversaron sobre lo que Rhaena les decía, cómo podían identificar sus emociones solo con letras.

Al llegar, vieron a Alyssa leyendo en el puente de piedra junto a su dragona Alba, quien se mantenía recostada junto a ella.

—Mi princesa —saludó Daemon, besando su frente cuando se acercó.

—Papá, mamá, ¿cómo les fue? —preguntó cautelosa. Sabía que si los resultados eran negativos, sus padres estarían triste por unos días.

—Genial —respondió Alysanne, forzando una sonrisa para su hija aún cuando tenía un problema martirizando su mente—. ¿Dónde está Nyra? ¿Tu hermana?

—Aemma con su prometido, en la Cámara de la Mesa Pintada —respondió—, tratan de aprender Alto Valyrio en un día. Rhaenyra de seguro ya está con ellos.

—¿Jace continúa con eso? —preguntó Alysanne mientras pasaba con cuidado a lado de Alba, intentando no despertarla. Ellos se dirigían al interior del palacio—. ¿Aemma aún no le ha quitado esa idea?

—Ella también tiene esa necesidad. Quieren honrar las tradiciones de sus ancestros, como lo harían unos reyes —respondió Alyssa, y sus padres compartieron una mirada.

Desde que el compromiso se había concretado, luego de que se había hallado a Jace y a Aemma compartiendo un beso no tan inocente, ellos se acompañaban en todas las ideas, tareas y aventuras. Sabían que algún día gobernarían, y querían ser lo mejor posible.

—Parece que planean destronar a Rhaenyra —opinó Alysanne sin hablar en serio—, muy apurados.

—Quiere enorgullecernos —respondió Daemon, refiriéndose de su hija—. Él... No lo sé, puede tener oscuras intenciones.

Alysanne sonrió. Los celos de Daemon nunca se irían, y menos si se trataban de sus hijas. Eran su posesión más preciada, y si fuera por él, no se comprometerían nunca y se quedarían a lado suyo por siempre.

Pronto los tres llegaron a la Torre del Tambor de Piedra, en el patio interior, específicamente a la parte más alta, donde estaba la Cámara de la Mesa Pintada. Al entrar, la princesa ordenó que los dejarán solos. Alyssa se mantuvo en la puerta, esperando por Jace, Aemma y el pequeño Joffrey, que jugaba junto al fuego en compañía de una criada. Ellos pasaron a lado de Alysanne, quien besó brevemente la mejilla de su hija mayor y revolvió el cabello del primogénito de su Nyra, no sin antes recordarle:

—La postura, mi príncipe.

Jacaerys asintió de inmediato, enderezando su espalda como decía. Los jóvenes terminaron de salir.

Daemon y Alysanne continuaron aproximándose a Rhaenyra, quien los esperaba con una inevitable sonrisa. Quedando frente a frente, la Velaryon besó sus dulces labios, queriendo resguardarse en ellos. Daemon, luego de entregarle la nota de su hija a la princesa, besó su frente con suavidad en saludo.

Rhaenyra leyó rápidamente, mirando de inmediato a Alysanne.

—Pretende quitarte tu derecho de nacimiento... Y solo por ser, mujer. Es un absurdo —opinó nada contenta, regresando su mirada a la carta.

—A Vaemond jamás le ha gustado el poder femenino —recordó, y al igual que Daemon, tuvo presente el tiempo en los Peldaños de Piedra, el cual también había servido para unirlos mucho más—. Cree que nos sobreestimanos, que no merecemos de apoyo y confianza.

—Pero llegar a este punto... —prosiguió Rhaenyra, repudiando la idea—. Eres una Velaryon, su sangre. Es impresionante su ambición.

—¿Se habrá aliado con alguien en la corte? —preguntó Daemon.

Rhaenyra volvió a enrollar la nota. —Rhaenys y Rhaena han volado a la corte. Cuentas con el apoyo de tu madre. Vaemond no podría vencer.

—No entiendo su necesidad —expresó Alysanne cansada, apretando sus manos en puños con nervios. Sus uñas se clavaban en su delicada piel, dejando marcas.

Daemon y Rhaenyra lo notaron, y tomaron sus manos, llevándolas hacia sus labios para dejar suaves besos.

—Si bien Vaemond cree que te has alejado de tu madre por lo ocurrido con Laenor, pronto sabrá que tú tienes el apoyo de todo el reino —reconfortó Rhaenyra, transmitiéndole calma en su mirada.

—Hasta la corona se sentirá en la obligación de apoyarte —añadió su esposo, acariciando su mejilla—. Eres la idónea para suceder Driftmark, además de la reina de los dragones, eres la heredera del mar, Alysa.

Y sus palabras hicieron que se sintiera bien, lograron hacer que recuperará su confianza. Rhaenyra fue la primera en besarla, sacándole una sonrisa que sólo se amplió cuando Daemon también probó de sus labios.

El príncipe colocó una de sus manos sobre el vientre de Rhaenyra, quien había quedado nuevamente embarazada, mientras con su otro brazo rodeó la cintura de Alysanne. Le sonrió a sus esposas.

—Al Desembarco del Rey.

Así, Rhaenyra, Alysanne y Daemon tuvieron que prepararse para regresar junto a su familia a donde todo había iniciado.

Todos, menos Alysanne, fueron en un navío Velaryon a la Fortaleza Roja. Ella prefirió llegar en la montura de Rhagar, con los dragones de sus hijas y un fiel Caníbal detrás. A este último le había terminado gustando acompañar a su jinete a donde fuera sin la necesidad de ser específicamente invitado, conocía nuevas víctimas.

Al llegar al Desembarco del Rey, Rhaenyra, Daemon y los chicos fueron en una carroza al castillo, siendo presentados y recibidos en el patio principal de una forma muy penosa. Nadie, además de Lord Caswell, se había preocupado por darles la bienvenida.

Alysanne vio eso desde las alturas, y decidió actuar. Hizo rugir a Rhagar para que su presencia fuera más notable. Los dragones detrás de ella rugieron también, y cada persona en King's Landing supo de la llegada de Alysanne Velaryon y su familia, quedando maravillados por el espectáculo en el cielo, por los dragones tan hermosos que acompañaban a la reina de ellos.

Alysanne aterrizó en el pozo de dragones, pidiendo que los guardianes se encargarán de cuidar a todas las criaturas que había traído detrás. Luego de asegurarse de eso, salió y tomó el caballo que maravillosamente le habían delegado. Ella se apresuró a llegar al castillo, encontrándose con las cosas muy, diferentes al ingresar.

Ella recorrió los pasillos, conociéndolos muy bien a pesar de los cambios. Llegó al espacio central del palacio, en donde los cortesanos comúnmente se reunían a hablar. Recordó cuando pasaron junto a Rhaenyra y Laenor por ahí, poco después de que la princesa diera a luz. Habían pasado muchos años.

La inundó la melancolía, pero tuvo que despavilarse. Fue hacia la torre del rey, en donde se encontraban los aposentos de la reina y Viserys, sabía que ahí estarían sus amados, y no se equivocó en lo absoluto.

Ella entró, queriendo evitar hacer ruido. Al estar adentro, vio detrás de las cortinas que rodeaban la cama del rey dos siluetas: Rhaenyra y Daemon. Se acercó sin escándalo, viendo cómo el rey procuraba sentarse para poder ver mejor a sus invitados.

—Con cuidado, su majestad —pidió Alysanne sin poder evitar ayudarlo. Se acercó, encargándose de que estuviera lo más cómodo posible.

Entonces pudo ver mejor su estado. Viserys estaba mucho peor de cómo lo había dejado hace dos años. Traía una venda sobre su ojo derecho y su piel estaba mucho más carcomida, estaba demasiado delgado.

—¿Alysanne? —preguntó, reconociendo su voz.

—Así es, mi rey —respondió, tomando su mano con mucho cuidado.

—Ha pasado tanto tiempo... —expresó Viserys, sabiendo que estaban con él personas importantes en su vida.

Alysanne le entregó a Rhaenyra la mano de su padre, yendo al lado de Daemon, quien no era capaz de mirar a su hermano.

—Han herido a la Serpiente Marina en los Peldaños de Piedra —comunicó cauteloso.

—¿Qué? Ganaron esa guerra hace años.

—No —respondió su hermano, apenado—. La Triarquía ha resurgido. Es una nueva guerra. Y han pedido que se dirima la sucesión de Marcaderiva y quién herederá su trono.

—Es el derecho de Alysanne —recordó el rey—. No debería haber ninguna petición... Alicent y Otto se ocupan de esos asuntos.

—No, hermano. Escúchame —pidió Daemon, acercándose a él—. Debes posicionarte del lado de Alysanne, para que ella suceda a su padre.

La Velaryon hizo a un lado a su esposo, considerándolo demasiado imprudente. El rey no estaba en condiciones para poder interceder, y ella lo entendía.

—Padre, nos gustaría que conocieses a alguien —expresó Rhaenyra para que dejarán el tema de la sucesión un momento.

—Pronto también vendrán mis niñas a visitarlo —le comentó Alysanne con dulzura.

El corazón del rey se regocijo como hace mucho no ocurría. Él se obligó a despavilarse un instante, queriendo entender en lo posible lo que ocurría a su alrededor.

Entonces, abrió el ojo bueno que le quedaba, luchando con la luz.

—Alysanne —nombró al verla sonreír tan cálidamente como lo hacía en el tiempo de Aemma—. Daemon —continuó al encontrarse con él.

—Hermano —respondió.

—¿Quién es? —preguntó el rey antes de que Rhaenyra apareciera con el menor de sus hijos en brazos.

—Padre, ese es Aegon —presentó, mirando al niño que le habían entregado a Alysanne recientemente.

—Aegon.

—Y este, es Viserys —continuó, acercando al pequeño a su abuelo.

—Viserys. Ese es un nombre digno de un rey.

Rhaenyra sonrió, queriendo reprimir las emociones negativas que le producía ver a su padre en tan mal estado.

—Disculpen —pidió el rey cuando sintió una fuerte punzada de dolor.

Los niños empezaron a llorar, sintiendo el pesar de su abuelo. Alysanne supo cómo calmarlos, acariciando sus suaves mejillas y ayudando a mecerlos.

—Por favor, acércame mi té —pidió Viserys a su hermano, quien estaba más disponible. Daemon señaló el te en el mueble a lado de la cama—. Sí, ese.

Daemon se lo entregó, y cuando el rey pudo probar de su contenido, su dolor disminuyó. Daemon no pudo evitar oler la copa, queriendo descubrir qué escondía ese té.

—Está bien, majestad —calmó Alysanne su angustia por haber hecho llorar a los niños. Ella ya había entregado al joven Aegon a los brazos de su padre—. No debe agitarse más, descanse.

—¿Alyssa? ¿Vendrá...? —preguntó, siendo ayudado a recostarse nuevamente. Él volvía a sentir que su conciencia pronto se iría.

—Por supuesto. Ella y las mellizas —respondió—. Pero descanse, habrá tiempo de que las vea.

—Oh... No estoy tan seguro —admitió en un susurro lastimoso antes de volver a caer dormido.

Alysanne acomodó las sábanas sobre él, y dejó que descansará. Ella no podía creer cómo habían llegado a ese punto. El tiempo no había sido tan considerado con el rey. La Velaryon recordaba como si fuera ayer aquel paseo que habían tenido en el patio real, cómo el le había ofrecido su apoyo y pedido su lealtad. Y ahora, veía cómo poco a poco Viserys moría.

Alysanne, al igual que Rhaenyra y Daemon, se alejaron del rey, quedando aún en su alcoba, en la sala a lado, donde el rey tenía su impresionante maqueta del Desembarco del Rey.

Alysanne estaba sentada en un sillón que simulaba bien un trono, mientras Daemon tomaba su mano y estaba de pie a su lado derecho, y Rhaenyra daba vueltas de un lado a otro preocupada.

—Parece una persona distinta. Quizás deberíamos consultarle al maestre Gerardys —propuso, acercándose a sus esposos. Alysanne tomó su mano para ayudarla a calmarse—. Si él pudiera ver al rey, tal vez...

Entonces, la reina entró a la habitación, deteniendo su conversación. Rhaenyra quedó a lado de Alysanne, igual que Daemon.

—Princesa Rhaenyra. Príncipe Daemon —saludó Alicent, acercándose a ellos—. Lady Alysanne. Hacía mucho que no gozábamos de vuestra presencia.

Rhaenyra y Alysanne notaron la mirada de la reina sobre el brazo de la princesa, en donde se notaba la cicatriz que la cortadura de Alicent le había provocado.

—Cierto, alteza —expresó la heredera al trono de hierro luego de soltar la mano de Alysanne y pegar sus brazos a su vientre, escondiendo cualquier cicatriz.

—El verde le sigue quedando especialmente bien —halagó Alysanne, pero todos supieron que sus intenciones no podían ser buenas—. Quizás unas mangas podrían añadirle un toque, espectacular.

Alicent tomó su brazo derecho, en donde Alysanne la había lastimado. Tenía una notable cicatriz, pues el corte, aunque no lo hubiera parecido, fue largo y profundo.

—Dice acerca de gozar nuestra presencia  —expresó Daemon, aún sin soltar la mano de su amada—, pero al parecer no lo bastante como para recibirnos como es debido.

—La reina tendría, asuntos más urgentes —dijo Rhaenyra—. ¿Qué sabremos de gobernar un reino?

—Yo no gobierno, como sabrán —aclaró Alicent—. Mi padre y yo somos representantes de la sabiduría del rey.

—¿Y cómo expresa él esa sabiduría? ¿Con toses y resuellos? —preguntó Daemon con un tono despectivo—. Me sorprendería que recordará su nombre, o que lo hagas tú.

Alysanne hizo presión en la mano de Daemon para que parará. No debían crear problemas tan rápido, no ante el motivo por el que habían venido.

—El estado de Viserys ha empeorado desde la última vez —explicó Alicent, sacándole una risa seca a Daemon—. Padece terribles dolores. Y los maestres han aconsejado...

—Los maestres, sí... —habló Rhaenyra con ironía, acercándose a la reina. Ambos Targaryen iban contra Alicent—. Ellos lo mantienen, aturdido con la leche de la amapola y los Hightower calientan el trono.

—Puede que tú no la hayas visto sin ella... —habló Alicent antes de mirar a la Velaryon—. Pero bien sabe lady Alysanne y lady Alyssa que tenía un dolor terrible.

Y era por eso que la heredera del mar no quería comentar sobre ese tema. Sabía lo mucho que había sufrido Viserys por sus enfermedades, los momentos en los que parecía recuperarse, pero de repente volvía a recaer. Era un ciclo sin fin, y siempre el rey salía perjudicado.

—No dudo que haya sido pura misericordia —intercedió Daemon, soltando la mano de Alysanne—, pero dime, para aliviar su sufrimiento, ¿aconsejaron retirar los escudos de los Targaryen y colocar estatuas y estrellas en su lugar?

Daemon dio un paso adelante y la Velaryon se puso de pie. El Targaryen se acercó a Alicent furioso, pero Alysanne no se movió, confiando en la prudencia de sus amados.

—Los símbolos de los Siete nos sirven de guía —se justificó—, y nos recuerdan que hay una autoridad superior.

—Y, ¿qué autoridad decidirá sobre el derecho de mi esposa a su herencia? —preguntó Daemon sin dejar su alteración.

—Decidiré yo y la Mano —respondió la reina, divirtiendo al príncipe por lo injusto que eso sería—. Pero el Padre es justo y me pide que olvide estas acusaciones.

—Como olvidaste tu lugar, ¿no? —fue el único comentario de Alysanne. La reina prefirió mantener su compostura y salió del salón, sacándole una risa burlona a la Velaryon.

Ella podría no ser tan insistente como sus amantes, pero aún así lograba herir a sus enemigos con un solo movimiento. Era digna heredera de la Serpiente Marina, y defendería su derecho a toda costa.

¡la reina de los dragones ha hablado, tus votos y comentarios ha ordenado! 👑

hoy dos capítulos, no se olviden de apoyar ambos. <3


































































































J E M I I S A 🦋
27 / 11 / 2022

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