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"A veces, el mejor modo de enfrentarse a los conflictos no es solo con palabras, sino con acciones que te den control de lo que está fuera de tus manos."

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Isabella apenas había terminado de acomodarse en su cama del hospital, cuando escuchó un suave golpe en la puerta. Levantó la vista con algo de cansancio, pero cuando vio la silueta de Lara, su expresión cambió al instante. Una sonrisa algo cansada pero sincera apareció en su rostro.

Lara entró rápidamente, un brillo en los ojos y una energía que ni siquiera el lugar sombrío del hospital podía apagar. Estaba claro que el ver a Isabela en esa cama la había emocionado mucho.

—¡Isa! —exclamó, caminando rápido hacia su amiga y abrazándola con calidez—. ¡No sabes cuánto te extrañé! Nadie sabía nada de ti, estaba preocupadísima. Pensé que algo te había pasado, hasta que te vi en las noticias. ¡Por fin te encontré!

Isabella se tensó un poco al principio, pero la amabilidad de Lara fue suficiente para relajarse. A pesar de todo lo que estaba sucediendo en su vida, la presencia de su amiga era reconfortante.

—No te imaginas lo que ha pasado... pero qué bien verte, Lara. Gracias por venir —respondió Isabela, mientras su amiga se separaba y le entregaba una pequeña bolsa de papel—. ¿Qué traes?

Lara sonrió, dándole la bolsa.

—Un regalo para la pequeña —dijo con un tono alegre, sacando una mantita suave de color blanco con detalles en rosa y unos pequeños zapatitos—. Y un poquito para ti también —añadió, dejando una revista y una caja de galletas dentro de la bolsa.

Isabella suspiró, agradecida por el gesto. Tenía un sinfín de cosas en la cabeza, pero la dulzura de Lara estaba quitando un poco el peso de la situación.

—Gracias, Lara —le dijo, sonriendo más sinceramente. Se quedó mirando a su amiga, dudando un poco antes de hablar—. Necesito que me ayudes con algo. Algo... urgente.

Lara la miró confundida, cruzando los brazos mientras dejaba caer la bolsa sobre la silla a un costado.

—Claro, ¿qué pasa? ¿Cómo te puedo ayudar?

Lara llegó a la prisión, un edificio de concreto frío y gris que parecía devorar cualquier rastro de esperanza. Con un par de documentos en la mano y el corazón latente de inquietud, atravesó el vestíbulo hasta la sala de visitas. Los guardias la miraban con desconfianza, como si ella fuera una presencia extraña. Sin embargo, al ver el nombre en la lista de visitas, uno de los oficiales asintió y la dejó pasar.

Robby estaba sentado en una mesa, su mirada dura, pero apagada. Aunque no podía sentirse completamente libre, no era ajeno al hecho de que la vida fuera de las rejas seguía su curso, y las personas que más le importaban estaban fuera. Cuando levantó la vista y vio a Lara, un destello de sorpresa brilló en su rostro, aunque la presencia de su amiga era algo inesperado y al mismo tiempo desconcertante. Hace tanto tiempo que no se veían.

Lara le dedicó una sonrisa tímida pero cálida. Se acercó lentamente, y Robby, dudando por un segundo, aceptó el gesto y la dejó tomar asiento frente a él. Lo primero que hizo fue sacar un pequeño sobre del bolso.

—Hola Robby. Isabela... —dijo en voz baja—. Me pidió que te entregara esto. No tienes idea de cuánto me alegra verte de nuevo, Robby.

Robby, confundido, extendió la mano y aceptó el sobre. El sonido del papel al rasgarse fue lo único que llenó el espacio entre ellos antes de que su vista se centrara en la letra de la nota, cuidadosamente escrita por Isabela. Sus ojos, al principio de preocupación, se suavizaron a medida que sus dedos recorrían las palabras:

"Robby,
Si estás leyendo esto, significa que al fin te he podido mandar un mensaje después de todo. Quiero que sepas que he despertado, que nuestra hija y yo estamos bien. Te necesito aquí cuando salgas, porque no puedo hacerlo sola. Tú y yo luchamos con muchas cosas, pero lo que más quiero es que sepas que siempre te voy a recordar con cariño y que, aunque las cosas sean difíciles, confío en que podamos ser una familia.
Te quiero, siempre,
Isabela."

Robby casi no podía contener la sonrisa. El peso de los últimos meses, la incertidumbre sobre cómo Isabella había estado, la angustia por no haber podido hacer más por ella, todo eso desapareció. Ahora, tenía un rayo de esperanza. Su hija, su familia... Estaban bien.

—Ella está despierta —murmuró Robby, su voz quebrada de alivio—. Ella está despierta, Lara. ¿Sabes lo que eso significa?

Lara asintió, un brillo de empatía en los ojos. A pesar de la distancia y el tiempo sin verse, ella comprendía lo que Robby sentía. Y más importante aún, entendía que este era el primer paso hacia algo que Robby había estado buscando durante mucho tiempo.

—Estoy feliz por ti, Robby. Y me alegra saber que aún queda esperanza... —dijo Lara, intentando ponerle un poco de luz al día de él.

Robby guardó la nota cuidadosamente en su bolsillo. Sintió un renovado deseo de hacer todo lo posible para salir de ahí, para estar con Isabella y poder construir lo que aún no se había derrumbado. El futuro estaba ahí, esperándole.

Pero, a pesar de su alegría, también sabía que todavía quedaban muchos obstáculos por vencer. Sin embargo, con la promesa de estar juntos, se aferraría a eso.

La habitación del hospital seguía tan callada como antes, el silencio envolvía a Isabella mientras ella miraba por la ventana, esperando alguna novedad, algo que la sacara de ese estado de incomodidad en que se encontraba. No había visto a Lara en un buen rato, y la espera parecía interminable. Sus pensamientos seguían siendo un torbellino de emociones encontradas.

La puerta se abrió de golpe, y Johnny Lawrence, el abuelo paterno de la bebé, entró sin previo aviso. Isabella se sobresaltó al verlo, ya que, aunque ambos sabían quiénes eran, la relación entre él y Robby siempre había sido un terreno complicado. Johnny, sin embargo, no parecía estar allí para revivir viejos conflictos. En lugar de eso, había una sonrisa nerviosa en su rostro, acompañado de un pequeño paquete que traía en las manos.

—Hola Isabella, te traje algo —dijo él, dejando el paquete sobre la mesa junto a la cama de Isabella—. Sé que no somos precisamente los mejores amigos, pero pensé que te gustaría.

Isabella frunció el ceño, un tanto desconcertada. Observó el paquete y luego miró a Johnny, que parecía genuinamente dispuesto a hacer las paces, al menos por el momento.

—¿Qué es esto? —preguntó, tomando el paquete y desenvolviéndolo con curiosidad. En sus manos encontró una camisa de bebé algo llamativa, con una mezcla de colores vivos, un estilo un tanto retro.

—Es, uh… algo que pensé que podrías usar. Un estilo de ropa que, ya sabes, es como lo que me gusta. Música y eso. Vi un par de camisetas así y pensé que le caerían bien —respondió Johnny, mirando el rostro de Isabella. Era evidente que él intentaba hacer un esfuerzo, aunque la tensión seguía flotando en el aire.

Isabella le dio una mirada extraña, pero, de alguna manera, no podía evitar sonreír ante el intento de Johnny. A pesar de todo, este era el abuelo de su hija, y quizás, de algún modo, eso quería decir algo más grande que las diferencias.

—Gracias, Johnny… Aunque no estoy segura de que sea realmente su estilo —respondió, dejando escapar una risa suave, algo tímida.

Johnny la miró de forma pensativa y dio un paso hacia ella, levantando la mirada hacia su rostro.

—Oye, ser mamá no es un trabajo fácil, ¿sabías? Y a veces las madres tienen que ser más duras de lo que parecen —dijo con una seriedad algo exagerada. El tono en su voz era como si estuviera ofreciendo un consejo invaluable—. Si te metes al karate, serías imparable, ya sabes.

Isabella frunció el ceño, divertida y confundida al mismo tiempo.

—¿Karate? —preguntó, con una ligera risita, pero sin malicia—. No creo que sea lo que necesito ahora, Johnny. De hecho, ya tengo mi propio sistema para lidiar con cosas.

Johnny la miró escéptico, elevando una ceja mientras comenzaba a imitar los movimientos de un combate.

—¿Y qué harás si alguien te ataca? Porque por más que tengas a esa bebé, las cosas no siempre son fáciles —dijo Johnny, con su habitual actitud arrogante mientras hacía un gesto como si estuviera listo para lanzarse sobre ella.

Isabella se sobresaltó al instante cuando Johnny imitó el movimiento como si fuera a atacarla. No lo pensó mucho. Rápidamente, tomó el spray de pimienta que tenía en la mesa y, con un movimiento rápido, lo roció directamente en la cara de Johnny.

Johnny dio un paso atrás, cubriéndose los ojos mientras sentía la quemazón inmediata del spray. Se quedó paralizado, sus ojos lloraban y su expresión era de total sorpresa.

—¡Oh Dios, lo siento! ¡No era mi intención! —dijo Isabella con un tono desesperado, viendo cómo Johnny se frotaba los ojos con desesperación.

Johnny, aún tosiendo y tratando de calmar el ardor, levantó una mano.

—¡Está bien! ¡Está bien! —dijo entre respiros. Después de unos segundos, cuando el ardor pasó un poco, miró a Isabella, quien lo observaba confundida—. Eso estuvo… eso estuvo fuerte.

Isabella lo miró entre preocupada y avergonzada.

—Perdón, es que… me dijiste que me defendiera, y bueno, yo… —comenzó a decir, sin saber bien cómo disculparse.

Johnny soltó una risa entrecortada, aún con los ojos algo rojos.

—No te preocupes. Este es el tipo de cosas que me hacen pensar que en serio deberías unirte a mi dojo—bromeó Johnny, despejándose los ojos con un pañuelo.

Isabella suspiró aliviada cuando notó que la tensión se había aliviado.

—¿Eso significa que aún piensas que debo meterme a karate? —preguntó, bajando el spray de pimienta, aunque aún lo sostenía como una especie de recordatorio.

Johnny, ligeramente recuperado de la sorpresa, le lanzó una sonrisa.

—Definitivamente —respondió, con una mueca amistosa—. Te defenderás muy bien si sigues entrenando, y si algún idiota te vuelve a atacar, ya no tendrás que recurrir al spray.

Isabella levantó una ceja, sintiéndose más relajada.

—¿Eso lo dices por mi seguridad o por ver más situaciones como esta? —bromeó, recibiendo una sonrisa cómplice de Johnny.

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