• CAPÍTULO 5 •
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THE ICE QUEEN
COMO HIELO Y FUEGO
Aquí se siente aún más frío.
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—Promete que estarás bien...
Viktor asintió pues Ludovica más que darle ánimo, le estaba amenazando y era imperioso que hiciera lo que sus órdenes indicaban. Cuidarse era una tarea de vida o muerte o ella misma vendría del lugar donde estuviese y le obligaría a mantenerse cuerdo.
—Ludo, todo estará bien. No es que vaya a saltar a las vías del tren en movimiento—respondió y de inmediato lo lamentó, pues la expresión que colocó la bruja no le gustó para nada.
—Créeme que si no tuviera temas sin resolver, iría personalmente a dejarte—siseó—, tus bromas no me causan ningún chiste, grandulón.
—Ve tranquila, estaré bien. Ya queda poco para llegar a destino.
Ludovica echó los brazos alrededor de su cuello, en medio del andén de Frankfurt. Había llegado la hora de que sus caminos se separaran y ambos resolvieran los temas que tenían pendientes. La bruja no llevaba tanto equipaje más que una mochila y una cartera.
—Te diría que le dieras un golpe a Karkaroff de mi parte, pero recordé que está muerto—dijo entre risas, sin ocultar el hecho de que detestaba a su antiguo director—, te quiero Viktor, porfavor si necesitas lo que sea, comunícate conmigo. Yo llegaré a donde estés y cuando sea, eres mi mejor amigo.
—Lo sé, enana— respondió dándole un beso en la frente—, tú y tu humor de mierda han sido mi compañía favorita.
—Adiós— se despidió el joven y volvió al tren una vez que dieron la señal.
Ludovica se quedó viéndole a través del vidrio y le hizo un gesto con la mano cuando el tren comenzó a avanzar. Era imposible para ella no sentir la tristeza de su amigo, pues por más que se demostraran personas frías, se estremecían con las emociones en cualquier momento. La bruja siempre pensaba en lo mal que él se debió sentir al momento de perder a Pérsefone, en lo solitario que debió verse el mundo, lo sabía por la forma en que su mirada cambió, en lo acabado que volvió a Noruega a buscar sus cosas y lo desgarrado de su voz cuando le contó toda la historia. Allí se recriminó por no haber ido cuando él volvió a Londres, quizás podría haberlo ayudado.
No obstante ahora las cosas eran así, había pasado el tiempo y Viktor no rehuía de la soledad pues era la única compañera que le era útil para que el corazón no doliera de aquella forma. Las personas solían decir o hacer cosas extrañas cuando se encontraban con él, por ende le incomodaban y lograban que el hecho de estar en las sombras cada vez fuera más ligero de asumir.
El viaje en tren propició que sus pensamientos se dispararan sin aligerarse. En los lapsus que dormía veía laberintos sin salida, en todos los sueños terminaba encontrándose con aquella melena pelirroja que perseguía sin poder alcanzarla, por más que corriera, se desvanecía entre sus manos.
Buscó entre sus cosas y sacó un libro para poder pasar el tiempo hasta llegar a Dinamarca, allí tenía que tomar un barco para atravesar el Mar del Norte y llegar a Noruega, por lo que su travesía en el tren largo por Europa todavía no terminaba.
Entre las cosas que sacó de la casa de Sefi, fueron los libros. Sabía que a ella no me hubiera gustado que sólo estuviesen allí llenándose de polvo, por lo que él decidió trasladarlos a su residencia en Bulgaria, donde al menos estarían mejor cuidados que en la Mansión Rosier. Para su viaje se había llevado tres, no era tan buen lector como para devorar más libros, sabía que no los terminaría de leer y podía convocar alguno en caso de que terminara esos antes de volver a Bulgaria.
Pérsefone tenía en su biblioteca personal muchos libros sobre artes oscuras y magia antigua. Y para su sorpresa algunos libros muggles enfocados en el terror y la fantasía, sobre brujas y criaturas sobrenaturales. Sus gustos eran marcados.
Acarició el lomo del libro y la cubierta de terciopelo color vino. Fue a la página correspondiente y sus ojos se conectaron con la lectura; antes jamás había leído un libro sobre vampiros que no fuera Drácula. Pero debía admitir que la pluma de Sheridan Le Fanu le había logrado cautivar, podían sentirse las emociones que intentaba traspasar con su escritura y cada sensación era casi palpable.
Carmilla era una vampiresa hermosa que seducía a sus víctimas, hasta que encontró a Laura y se enamoró de ella. Hizo todo por convertirla y ofrecerle una vida eterna a su lado. No obstante a veces el destino era caprichoso y no se dejaba guiar por las emociones del ser humano, él seguía haciendo lo que desde un inicio estaba trazado.
— «Me invadió un amor cruel, extraño, capaz de arrebatarme la vida. El amor exige sacrificios y no hay sacrificios sin sangre.»—leyó en tono de voz más alto y pensó:
«¿Acaso no todos hacemos aquello cuando nos enamoramos?»
¿Entregarnos por entero sin que nos importe el resultado de aquel maravilloso arrebato?
Sí, lo hacemos. En efecto.
Las noches sobre el tren se posaban en cosa de segundos, no obstante no le era posible descansar debido a los sueños que tenía. Era una total ironía el hecho de que su subconsciente le permitiera ver a Pérsefone, pero a cambio de que el despertar le causara tanta desazón que se sintiera inepto frente a aquella dicotomía.
El aire de Dinamarca lo invadió cuando llegó a la última parada del expreso. Tomó sus cosas y de manera disimulada realizó un hechizo para quitarle peso a sus pertenencias y caminar en dirección al puerto Nyhavn, donde debía tomar un barco que lo llevaría hasta Noruega. En muy poco tiempo había pisado tierras de diferentes países, sin tener la mínima intención de recorrerlos o de observar lo que había a su alrededor.
Dinamarca era un país donde podía respirarse la buena calidad de vida y los paisajes hermosos podían apreciarse en un sitio tan común como la salida de la estación de trenes. Había césped y jardines florales a donde quiera que mirase, sintiéndose prácticamente dentro de un cuento de hadas muggle.
Más no le interesaba analizar las bellas proezas que los arquitectos no magos habían realizado en el país, sólo le interesaba abordar el barco, atravesar el mar Báltico y llegar pronto al instituto, donde sabía lo estarían esperando, no tan gratamente, hace al menos dos años que esperaban por su retorno.
Entregó el boleto en la taquilla, su identificación y después de pasar las pruebas de seguridad ingresó al navío. Si supieran que junto a él tenía una vara de madera capaz de asesinarlos a todos con unas simples palabras, no le hubieran permitido abordar tan fácilmente.
En ocasiones añoraba una vida como la de los muggles, sin la preocupación de tener un poder que debes ocultar, sin poder usarlo para salvar a quien amas. Preferiría vivir ajeno a lo que pasa en sus narices si de evitar el sufrimiento se tratase, pues ni siquiera la magia permitía una vida completamente feliz.
Su viaje en barco sólo duraría un par de horas, por lo que debía acostumbrarse al vaivén, muchas veces había abordado al transporte de la escuela, sin embargo navegar nunca fue de sus actividades favoritas. Acomodó su equipaje junto a él y se reclinó en una banqueta revestida de madera y acolchada con cuero, quería aprovechar las últimas horas de sol que tendría, ya que una vez llegado al círculo polar tendría que olvidarse del calor y los rayos del sol.
Cuando la niebla comenzó a caer, los funcionarios de la embarcación invitaron a los pasajeros a entrar, pues acercándose a la península de Escandinavia, la bruma se apoderaba del aire, congelando la piel de cualquiera que se encontrara en la superficie.
Una vez dentro del salón se sentó en un sitial negro y sacó de su bolso el libro con el fin de terminarlo. Fue sumergiéndose dentro de las páginas, concentrándose en la lectura que lo envolvió, acarició las páginas pensando en que hace algún tiempo atrás, la piel de Sefi había pasado una a una las hojas decoradas con ilustraciones góticas.
Eso hasta que el sueño le invadió sin percatarse.
Su subconsciente hizo lo suyo y allí estaba otra vez, viéndolo todo oscuro, hasta que un escenario similar al que había enfrentado en el laberinto del torneo de los tres magos se tomó toda la escena. No había luz allí, sentía sobre su piel una brisa fría que lograba colocar su piel de gallina.
Y de pronto ella.
De pronto estaba Pérsefone en sus sueños nuevamente.
—Por favor—siseó sintiendo pesar, como si verla le estuviera causando un dolor físico impensado—, por favor no aparezcas si tendrás que irte otra vez.
—Viktor...
Por más que trataba de alcanzarla, la visión de su rostro se difuminada más cada vez que se acercaba. Cada paso que daba hacia ella, era un paso que ella se distanciaba.
—No te vayas, por favor Pérsefone, no me dejes aquí— le suplicó.
—No puedo quedarme, no todavía...
—¿Cuándo podrás quedarte? —preguntó exigiendo una posibilidad para que eso sucediese— ¿podrías hacerlo durante alguna noche o durante un día? Sólo uno...
—Podré, pero primero tienes que descubrir cómo.
—¿Tú podrías volver?
Antes de que pudiera verla avanzar, el rostro de la chica estaba frente al de él. Sin pensarlo intentó rodear su cuerpo con sus manos, sin tener éxito como en las otras ocasiones donde quería abrazarla por al menos un segundo y no podía.
—Encuéntrame, Viktor. Encuéntrame.
Los sueños solían durar segundos, no obstante aquellas agónicas visiones para él duraban una eternidad, horas interminables en las que era consciente de que ella no se encontraba ahí y al despertar se evaporaba, se escurría como el agua entre sus dedos.
¿Por qué le pedía que la encontrara si eso no era posible en el plano terrenal?
Despertó nuevamente, sudado, alborotado y sumamente irritable. Mientras más intentaba conciliar el sueño, no podía hacerlo de una manera reparadora, siempre soñaba en escenarios terribles donde ella caminaba sin oírle, donde no podía verlo directo a las ojos o donde se hallaba tan cerca pero no podía tocarla antes de que desapareciera.
Buscó el agua que tenía en una botella personal y bebió grandes tragos, estaba exhausto y sediento. El libro se encontraba en el suelo y la chaqueta que se quitó antes de sentarse prácticamente a los pies del sitial.
—¿Eres Viktor Krum, no es así?
No se había percatado de la presencia de otra persona en el salón hasta que pronunció su nombre. A unos metros de donde el había estado durmiendo, había una mujer de cabello castaño, ojos celestes y piel pálida; llevaba un vestido azul y un abrigo de piel similar al color de su cabello.
Se sintió un poco molesto, pues no sabía durante cuánto tiempo esa mujer había estado viéndolo. No es que se hiciera presa de la paranoia, no obstante el hecho de que alguien lo viera dormir le hacía sentir vulnerable y observado en una faceta que para él era personal.
—Sí y usted ¿nos conocemos de algún lugar? Perdone si es así y no la recuerdo—murmuró denotando el fastidio en su voz.
—Aldonza Bennett, fui aprendiz de tu madre en el tiempo en que trabajó en el ministerio.
Mikaela Krum durante algunos años fue coordinadora en el departamento de cooperación mágica internacional, allí conoció muchas personas por las que consiguió que Viktor diera las pruebas de Quidditch para la liga nacional, cualquier persona mal hablada diría que su madre compró el puesto para él, pero el talento que el joven desbordaba sobre la escoba era nato y cada día se hacía más evidente que hubiesen sido unos ineptos si lo dejaban escapar.
En ese tiempo Mikaela tuvo muchas personas a su cargo, entre ellas la mujer de unos cuarenta años que hacía frente a él.
—Oh, bueno. Mi madre no está aquí, estoy viajando solo— respondió intentando dar por terminada esa incómoda conversación.
—Asumo que ella debe estar disfrutando en sus mansiones ¿No es así?
—No he sabido de mi madre hace un tiempo, nuestra comunicación no es muy fluida, pero eso ya debe de saberlo—contestó mirándola fijo, sintiéndose molesto por la repentina confianza que percibía de la mujer.
—Asumo que vas a tu antigua escuela, ¿qué más podrías hacer de camino a Noruega? ¿Por qué viajas tan solo?— preguntó sin esconder su interés.
—Pues viajo por motivos personales.
—¿Olvidar no? ¿Olvidar la guerra y las consecuencias de las locuras de la juventud?
—No entiendo qué es lo que trata de decir.
El atrevimiento de la mujer le causó molestia, si hubiera tenido la sangre más fría probablemente la habría abofeteado, pues era muy evidente que quería ir más allá de los límites permitidos por él en su escueta y tensa conversación.
—Sabes, aunque no has despegado tus ojos de ese libro, yo te he visto. Vengo viajando desde Praga en el mismo tren y te reconocí pues las facciones de tu padre y madre hacen una mezcla que es difícil de no reconocer— siseó—, te he observado, jamás descansas, jamás duermes sin que las pesadillas te consuman ¿o estoy equivocada?
Viktor la escuchó sin decir nada, era demasiado educado como para ofenderla.
—Escuché lo que sucedió, lo que sucedió contigo y aquella bruja inglesa. Lo lamento, no creas que no lo hago— murmuró—, ningún joven de tu edad, con tus capacidades y atractivo debería pasar por eso, por eso creo que debes distraer tu mente.
La mujer se sentó a su lado y sin ningún pudor acarició su rostro, sintiendo su piel y el deseo que desprendía a través de la piel.
—Deberías pasar al menos una noche en la que puedas sentir placer y distraer tus pensamientos que lo que te abruma— le susurró, intentando subirse sobre su regazo cuando esté le colocó los brazos, para apartarla.
—Lo siento, señora— dijo con firmeza, sin ninguna intención de ser maleducado—. No me encuentro interesado en ese tipo de encuentros, espero que pueda encontrar a otra persona para tener esas aventuras a escondidas de su marido.
El rostro de la mujer cambió, logrando que sintiera vergüenza y rabia por haber sentido el rechazo del joven. Tenía que admitir que si Mikaela llegaba a enterarse de aquel fortuito encuentro con su hijo y que había tenido intenciones de seducirlo, estaría en graves problemas, por lo que respiró profundamente y decidió dedicarle solamente palabras afiladas.
—No desperdicies tu juventud con el fantasma o el recuerdo de alguien, Viktor. No siempre tendrás la oportunidad de yacer con una mujer como yo.
El joven se limitó a levantarse y tomar sus cosas.
—Espero que tenga un buen viaje, señora Bennett.
Durante sus años de carrera, habían habido muchas mujeres maduras que habían tenido la intención de involucrarse con él, no obstante cuando comenzó su carrera era muy joven y ahora sentía que no podría relacionarse con alguien de esa forma en mucho tiempo, si es que lograba hacerlo.
A la mañana siguiente cuando el barco llegó al puerto de Bergen, Noruega. No tardó en caminar hasta el lado del puerto donde podría hacer el encantamiento y llegar a las barcazas que lo llevarían a través de los fiordos hasta la escuela.
Ingresó en una plataforma donde un faro coronaba los mares fríos del ártico. El cambio de temperatura fue inmediato, se aprovechó de colocar el abrigo y un sombrero, pues el viaje a la escuela no sería tan largo, pero las temperaturas no darían tregua.
Con su varita realizó una runa sobre el sitio específico y este abrió una muralla automáticamente, creando un puente que formaba un camino a un muelle que solía siempre estar congelado. Esta no era la ocasión, pero la luz solar era muy tenue. Pudo ver la luz del gigante faro sobre la gran mole de piedra en la que yacía desde hace años.
Por arte de magia, una barcaza apareció en el puerto de Merkagdal, con un ocupante arriba de ella: Hernest Kjell, farero y quien custodiaba los terrenos de la escuela.
—Veo que ya eres todo un hombre, Viktor— le saludó cuando lo identificó entre el abrigo y el sombrero—, la vida te convirtió en un hombre.
El anciano solía ser amable con todos quienes lo eran con él, gustaba de escuchar los problemas de los estudiantes y contar historias sobre fantasmas. Llevaba toda la vida trabajando en la escuela, muchos ya decían que era un fantasma, pues no sé explicaban la manera en la que un hombre de su edad siguiera de pie llevando todas esas labores.
—Es un gusto volver a verte, jovencito— respondió mientras comenzaba a moverse la barcaza—, sin embargo asumo por tu mirada que no tienes ganas de hablar ni de responder preguntas.
Viktor sonrió y asintió, aquel hombre tenía la habilidad de ver a través de las personas. El anciano respetó su silencio y el joven a su vez observó los fiordos que hace años no eran parte de su usual paisaje conocido.
Sacó del interior de su camisa, un colgante con el anillo que llevaba la inscripción de su boda y lo apretó. A donde fuera que se dirigiera, ese anillo iría junto a él, hizo ese gesto simbólico con apremio, se recordaba que no estaba huyendo de nada, solamente estaba terminando un trámite que hacía mucho tiempo debió de haber concluído.
Se convertiría en historiador, la haría por ella, lo haría por ambos.
Y para eso era preciso que terminara la maestría.
Cuando la barcaza estuvo en el embarcadero y descendió, Viktor se despidió del farero, prometiendole una platica mientras bebían una cerveza o una sangría en Draggen, la localidad cercana a la escuela. Cuando sus pies tocaron tierra firme había una figura enfundada en pieles.
—No pensé que realmente fueras a venir, te esperábamos hace mucho.
Un hombre de altura imponente y ojos grises los observaba fijamente. András Hallstein se había convertido en el director luego del exilio voluntario de Karkaroff.
—Pues ya heme aquí.
—¿Cómo encuentras que está el sitio? ¿Nos echaste de menos?
—No— susurró—, aquí se siente aún más frío. Aún más frío del que suelo percibir siempre.
—Adelante, no te quedes ahí. Ya habrá tiempo para charlas.
Una vez que el búlgaro atravesó los muros de la escuela, el anfitrión realizó los encantamientos de protección. Luego de eso miró al joven a los ojos, como si quisiera encontrar verdad en ellos, como si mi si estuviera analizando en ellos todo lo sucedido en el tiempo transcurrido en la ausencia. El mago se acercó y le dio un abrazo al joven, quien a su vez, correspondió al gesto. Conocía a Viktor desde los once años, fue su profesor y ahora volvía a encontrarlo muy distinto al chico vivaz y lleno de espíritu aventurero que conoció. Ahora sus ojos estaban tristes y los golpes de la pérdida se hacían visibles.
Realmente se había convertido en un hombre.
Y de cierta forma, había vuelto a casa.
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