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•CAPÍTULO 3•


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THE ICE QUEEN ²
COMO HIELO Y FUEGO
Las cartas del tarot.
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"El tren con destino a Madrid hará la siguiente parada en Praga, vamos a detenernos una hora para el descanso de nuestros pasajeros, quienes quieran bajar del expreso y dar un paseo turístico, deben estar aquí a las seis y cuarenta y cinco"

La voz de la mujer que habló por el alto parlante dentro del transporte sonó de repente y los pasajeros comenzaron a descender del tren. Ludovica iba leyendo un libro sobre cristales mágicos y piedras preciosas, Viktor se removió a su lado sin saber dónde estaba, la bruja le observó, regalándole una sonrisa ligera mientras cerraba el manuscrito.

—Llegamos a Praga, siento que tengo el culo cuadrado a pesar de estos asientos de cuero—farfulló la joven removiéndose en el asiento, colocando la capucha de su sudadera—, ¿te parece ir a dar una vuelta por los alrededores en lo que pasa el tiempo hasta la siguiente parada?

Viktor se frotó los ojos para despertar del todo. Últimamente dormía bastante, era como su pasatiempo favorito, dándose cuenta que el motivo por el que lo hacía era para olvidar el pasado, no darse cuenta de la realidad que lo retenía.

—Creo que nos hará bien ir a estirar las piernas—resolvió tomando el bolso de cuero que solía llevar siempre. Sentía que el estómago le rugía—, tengo hambre, vamos por algo para comer.

Ambos magos salieron del tren, ninguno había estado en Praga y lamentaron no tener tiempo para recorrer más. Viktor había ido cuando era un bebé casi recién nacido, recordaba haber visto algunas fotografías junto a su madre. No obstante no recordaba nada sobre el país; se dio cuenta que había un sin fin de artistas callejeros que yacían haciendo sus espectáculos a las afueras de las estaciones.

—¿Esto era lo que querías ver?—preguntó la joven, analizando el ambiente festivo y de carnaval—¿el circo pobre de Praga?

—Estoy seguro de que no dirías eso si las cosas entre tú y Olivia no estuvieran mal. Sabes que cuando las cosas entre ustedes están bien, todo lo demás te importa un carajo. Lo que honestamente no entiendo.

Ludovica era una bruja muy particular. Sus padres eran rusos, ella nació allí y parte de su infancia la pasó en San Petersburgo; cuando fue admitida en Durmstrang no fue ninguna sorpresa para ella, sus padres eran sangre pura y a la única escuela a la que la enviarían sería en una institución donde no tuviera que compartir con muggles. Si bien no los detestaba, tampoco se esmeraba en comprenderlos del todo ya que no le parecían relevantes en su vida.

—¿Qué es lo tan complejo de entender?

—Es increíble la manera en la que a veces todo te importa nada y que una persona sea capaz de hacer que te importe todo. Que seas feliz por estar junto a alguien, que tu humor cambie dependiendo si está o no. A eso me refiero.

Ludovica analizó las palabras de su amigo y no sabía si hablaba sobre ella o de él mismo en tercera persona. Suspiró y no emitió palabras pues no quería hacerlo sentir mal, frunció los labios y se aclaró la garganta.

—Olivia es alguien que me ha acompañado desde los diecisiete— murmuró—, no sé cómo afrontar ciertas cosas si ella no está.

—Supongo que todos aprendemos a hacerlo—respondió el joven apoyándose en el barandal de un puente con vista al lago.

Qué ironía.

Ambos sufrían de formas similares. No obstante Ludovica se sintió culpable por quejarse; su amigo había asumido la partida de su esposa, de su hija a la que ni siquiera sabía de su existencia si no hasta haberla perdido.
Tragó saliva y se limitó a observar el vaivén del agua del lago, apoyando su cabeza en el hombro del mago.

—Creo que estamos jodidos, Viktor.

—Eso lo sabemos desde hace mucho, Ludo.

—Bajamos del tren para comer, no para lamentarnos de la vida y cómo es una miserable— declaró Ludovica mientras prendía un cigarrillo—, ¿ves algo que te apetezca?

—¡Oh, no empieces con tu doble sentido!

—¡Hey! —rió la rusa, dando una calada—, sólo te he dicho que mires hacia los locales.

—Te conozco hace muchos años como para saber que eso no es más que una invitación a que me jodas toda la noche por responder a tu trampa— sonrió Viktor—, vamos aunque sea por unos sandwiches y café, en el tren todo es desabrido y costoso.

—Tienes galeones que rebalsan tus cámaras en el banco, ¿qué te importa lo que vale un maldito café?

—Jamás he sido un derrochador— sonrió.

Ambos caminaron hacia un local junto a él lago, donde un chico vestido de bufón vendía cafés, medialunas, rollos de canela, entre otras bollerías tradicionales de la región. Mientras compraban, un show de marionetas inició en medio de la plaza principal, jóvenes movían los hilos de los muñecos, cantaban canciones y los hacían danzar, sacándoles sonrisas a los viajeros que allí disfrutaban del espectáculo.

Ludo se tomó del brazo de Viktor y aplaudió con ganas cuando las marionetas contaban historias y relataban cuentos tradicionales de las leyendas y cultura de Praga.

Viktor por su parte sonrió y rió cuando decían ocurrencias divertidas. De pronto se vió sonriendo; se vió sonriendo de verdad después de muchos meses y volvió a su postura seria de inmediato.

Se sintió culpable.

Se sintió mal de estar disfrutando por ese pequeño momento.

—Creo que ya deberíamos volver— siseó en el oído de la bruja—, vamos a perder el tren.

De pronto una mujer les salió al camino, iban con prisa y Viktor sin querer arrojó unas cajas que llevaba en la mano.

—Lo siento, lo siento, señora— se disculpó mientras se agachó a recoger las cosas, entre ellas, unas cartas que parecían ser para leer el destino—, íbamos muy a prisa.

—Oh, no no. Si jóvenes tan guapos como tú tiraran de mis cajas más seguido, mis días serían más felices. Dichosos sean mis ojos— le elogió la mujer—, ¡pero mira esos ojos! están tan tristes...

Viktor se limitó a sonreír.

¿Acaso tan evidente era que una desconocida se percataba?

—Perdone—replicó Ludovica cuando supo que su amigo no hablaría más.

—No hay ningún problema como para que deban pedirme disculpas—señaló—¿quisieran una lectura de las cartas?—ofreció emocionada.

—Lamentablemente no tenemos tiempo, nuestro tren sale ahora— volvió a pronunciar el búlgaro, algo estresado por aquella innecesaria conversación —, esperamos que tenga una buena noche.

Una vez dentro del tren nuevamente, fueron al vagón comedor, donde se sentaron uno frente a otro separados por una mesa de madera blanca. Ludovica se quedó observando a las personas despedirse en el andén y después volteó sus ojos hacia su amigo, quien se mantenía pensativo.

—¿Qué piensas?

—Pensaba en la mujer, en lo que me dijo—pronunció.

—Pues probablemente tiene el don de la adivinación— habló jugueteando con su tono de voz.

—¿Ah sí, como tú?—le preguntó con sarcasmo.

—¡Hey! siempre he tenido predicciones muy acertadas a todos quienes me han consultado— terció abriendo los ojos, de forma algo agresiva—¡No te pases, Krum! Tengo paciencia contigo, pero no juegues en el límite.

La abuela de la bruja solía ver las cartas del tarot, los oráculos, las hojas del té, entre otras tantas formas de conocer o adivinar el futuro. Ludovica solía mencionar que había heredado el don, pues desde muy niña jugaba con uno de los mazos de su abuela hasta que tuvo edad para aprender sobre el arte y conocer el significado de las cartas. Aprendió y sus palabras siempre eran acertadas, o la mayoría de las veces.

—Perdón, pero debes admitir que es extraño que una desconocida me ofrezca leer mi futuro— declaró con ironía—, la mayoría de las adivinas son unas farsantes— siseó enarcando una ceja.

Ludovica se lo tomó personal y expresó el desafío en su rostro. Buscó en su cartera y sacó la baraja que siempre cargaba.

—Ya que te estás burlando...

—No me estoy burlando—le interrumpió el joven—, sólo desconfío de una desconocida.

—Bueno, ya que desconfías de la desconocida a la que casi le quebras la cadera por chocar con ella— ironizó—, puedes probar conmigo— ofreció—, ¿Te parece un poco de supuestas farsas?

Viktor recordó la vez en la que Ludo le leyó las cartas antes de que este partiera a Londres. Cuando viajaría a Hogwarts por primera vez. En aquella ocasión se quedaron conversando hasta tarde, él jamás quiso que su amiga experimentara sus dotes con él, por lo que cuando se lo permitió, ella fue consisa y precisa para leer lo que identificaba en su tirada.

Todavía tenía presentes las palabras de la rusa en aquella ocasión.

“— Tienes que impregnar las cartas con tu esencia y después cortar el mazo en donde quieras— le explicó a la luz de las lámparas de la biblioteca.

Viktor hizo lo que su amiga demandó, sintiéndose escéptico.

—Ahora vas a escoger seis cartas— demandó y el mago siguió los pasos indicados.

Cuando dejó las cartas sobre la mesa, la bruja guardó las demás, fue dando vueltas las cartas una por una, generando expectación.

—La rueda de la fortuna— comenzó a hablar—, el sol, dos de copas, los amantes—enarcó una ceja—el carro y el rey de vástagos.

Hubo un silencio que generaba tensión.

—La rueda de la fortuna habla de un destino cambiante, está invertida, por lo que habla de eventos inesperados; la carta del Sol muestra tu próximo viaje sin ninguna duda, el dos de copas implica que vienen cambios emocionales, probablemente vas a asociarte con alguien totalmente opuesto a tí —hizo una pausa—, la carta de los amantes invertidos me llama la atención, que yo sepa no haz terminado una relación, por lo que puede que implique que los próximos desafíos sean difíciles. El rey de espadas predice que eres un líder nato a pesar de las adversidades que se adapta a la carta del carro, que indica que una lucha o situación compleja se avecina.

—¿Debería tener miedo?

—Deberías estar alerta, podrías hallar cosas que no imaginas— respondió la chica con voz enigmática”

Viktor suspiró tras dejar de lado las antiguas palabras de su amiga. Su vida había cambiado mucho desde aquel presagio y para su fatal desenlace, su amiga había acertado en todo.

—No sé qué esperar de esas cartas, antes ya haz leído mi supuesto destino. ¿Debería aceptar tus palabras otra vez?

Ludovica sonrió y rodó los ojos.

—Puede que las cartas mientan.

—¿Las cartas mentir? Las cartas nos muestran nuestro destino— aclaró—, nuestro destino viene escrito. Eso no lo podemos cambiar, solamente nuestras decisiones nos van llevando a los hechos que están indicados para cada instancia en nuestra vida.

—Está bien, me has convencido. Házlo.

Ludovica comenzó a revolver las cartas con elegancia y prolijidad. Algunas personas en el tres les observaban de forma curiosa, siempre llamaba la atención una chica que cargaba un mazo de cartas y tenía una apariencia tan excéntrica y oscura como la rusa. Extendió el mazo en la mesa y miró a Viktor.

—Puedes escoger— le instó.

Tal como en la otra ocasión, Viktor sacó las cartas al azar, sin pensar demasiado en cuáles eran las que escogería, pues debía admitir que no sería asiduo nunca a la fascinación que su amiga sentía por esas ciencias mágicas.

«¿Adivinación? No, eso es basura, eso es para quienes no tienen cerebro para las runas antiguas»

Sonrió y pensó para sus adentros.

—«Perdóname, cariño. Pero no estás para leer mi carta astral en runas antiguas. »

Ludovica guardó el resto del mazo y fue volteando las cartas con calma, una a una, tomándose muy enserio el escenario, tal como siempre lo realizaba.

Miró las ilustraciones y sintió su corazón latir fuerte.

¿Sería capaz de ser lo más objetiva para decirle a Viktor lo que ella interpretaba de la elección de sus cartas?

—Bien, ¿vas a decirme qué es? ¿acaso voy a morir?

Ignoró el aire de despreocupación ante la mención de la inminente muerte de su amigo, pues no le hacía gracia, pero no discutirá con él por aquellos dichos sarcásticos.

—La estrella, el ermitaño, la fuerza, el mago— comentó —, uno de copas, la emperatriz— farfulló finalmente y tragó saliva.

Viktor le hizo una seña para que hablara.

—La estrella está invertida, indicando que haz tenido decepciones, tus sueños no se han cumplido— susurró— el ermitaño indica que debido a eso prefieres mantenerte sumido en la soledad, pero el mago implica un gran cambio y está ligada a la fuerza, por lo que tendrás que recurrir a tu poder interior para ser capaz de lograrlo.

Cuánto misterio...

—El uno de copas muestra cambios en tus sentimientos— susurró—, que tienen que ver con la emperatriz... espera, hay una carta pegada aquí detrás.

Viktor observó con atención y su corazón palpitó como no hacía hace tiempo.

Los amantes.

—¿Esa no vale, cierto?

—Sí lo hace, salió en tu baraja sin querer.

—¿Y qué significa?

—La emperatriz habla de el ciclo de la muerte y la vida más allá y los amantes pueden hablar de que quizás sentimientos nuevos pueden surgir.

La vida más allá.

—Ojalá la vida más alla existiera realmente— declaró Viktor observando por la ventana, zanjando totalmente la lectura de tarot.

De haber podido se hubiera tumbado a llorar.

—Vamos al vagón, necesito dormir.

Ludo identificó que la capacidad de socializar de Viktor se había acabado repentinamente tras aquella reveladora lectura de cartas, y lo entendía. Se reprendió mentalmente por haberle instado a hacerlo, todas las cosas que le había dicho tenían tanto sentido.

Sentido si es que la vida más allá existiera.

Decidió mantenerse en silencio y acomodar el asiento salón cama que habían solicitado en el vagon para poder ir cómodos.

Viktor por su parte besó a su amiga en la cabeza y después se volvió hacia la ventana para poder conciliar el sueño. Poco a poco lo fue inundando, su cuerpo sólo le pedía escapar de la realidad.

No sabía si es que fue todo lo que las palabras de su amiga acarriaron o que realmente ella no salía de sus pensamientos en ningún instante aunque estuviera haciendo cosas por montón durante el día.

Pérsefone era uno de sus sueños más recurrentes. Cada vez antes de dormir, le pedía a lo que fuera que existiera y fuera superior que ellos, le permitiera soñar con Pérsefone, necesitaba verla más que fuera en su subconsciente.

Era insano y sabía que si seguía tratando de inducir sus recuerdos con ella, se volvería loco.

Pero los sueños eran lo único que le quedaba.

Y esa noche había logrado meterla en su cabeza.

Ella no hacía nada, sólo lo observaba.

Lo veía sentada en medio de una total oscuridad, un sueño que solía repetirse, pues le indicaba que podía recordarla, pero jamás volvería a alcanzarla, no podría tenerla en sus brazos otra vez.

Era inalcanzable.

Hasta que algo del sueño cambió.

Ella comenzó a llamarlo, comenzó a llamarlo por su nombre.

Viktor, Viktor...

—Mi amor...

Su voz fue un susurro suplicante y agónico.

Ella seguía nombrándolo.

Y las palabras que ella le debía, cambiaron.

Encuéntrame

En ese instante sus ojos se abrieron.

Se había sentido tan real, que se maldijo por haber despertado.

¿Qué había sucedido?

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