• CAPÍTULO 22 •
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THE ICE QUEEN ²
COMO HIELO Y FUEGO
No puedo disculparme por el pasado.
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Spencer no había ido a trabajar, se reportó enferma y ya llevaba ausente algunos días desde que le envió una lechuza a George para mencionar que no podría presentarse en Sortilegios Weasley. Al principio, el pelirrojo no se percató de nada inusual en aquella disculpa, pero cuando pasaban los días y ella no volvía al trabajo, se inquietó; se suponía que nada más tenía un resfrío común que podía aliviarse con unas cuantas pociones simples.
No quería mostrarse intenso o insistente, sabía que las chicas en ocasiones necesitaban de espacio, pero según él, este no era el caso. No obstante había una espinita en su interior que conseguía hacerlo sentir incómodo, como si ella hubiese querido poner distancia o espacio entre ambos por alguna razón que por ahora desconocía.
George sabía que era propenso a cometer tonterías o a hacer bromas que a veces a las personas no les hacían sentido, esto porque tenía un humor muy diferente al común de los seres humanos.
¿Acaso había dicho alguna estupidez en medio de una conversación? ¿Le había gastado alguna broma que consiguió que ella no quisiera hablarle?
El pelirrojo podía ser impulsivo, pero nunca mal intencionado.
O eso era lo que creía...
Por alguna razón, ese día decidió irse un poco más temprano de la tienda, cerrar antes, para poder visitar a Spencer en la casa de su tía. No quería causar mala impresión, por lo que pasó a la heladería Fortescue y compró unas galletas de vainilla como obsequio.
Las campanillas resonaron y la regenta de la tienda se encontraba atendiendo a un par de damas que observaban sombreros algo exuberantes, por lo que se quedó en la puerta aguardando para poder preguntar por la pelirroja, sin dudas le hacía falta. La alegría contagiosa de Spencer era algo a lo que ya se había familiarizado y que en estos días de ausencia, extrañó bastante.
—Madame ¿Cómo se encuentra?—saludó con gentileza.
—Muy bien ¿en qué puedo ayudarte, George?—preguntó al ver que no miraba ninguna prenda, dando por entendido a que no estaba buscando comprar ropa.
—La verdad es que quisiera saber si es que Spencer se encuentra mejor, de ser así, quisiera verla, sabía que tenía un resfrío, pero han pasado los días y no ha vuelto al trabajo. Sólo me gustaría saber si es que está mejor—mencionó sintiéndose algo expuesto.
La mujer mayor lo analizó, sabiendo sin saber en realidad qué era lo que estaba pasando entre su sobrina y el joven mago. Alisó sus vestimentas y luego de eso asintió, entregándole una sonrisa cordial.
—En efecto, Spencer se encuentra mejor. Voy a subir a avisarle a su habitación, puedes esperar en la sala, pasa por favor, George.
El pelirrojo avanzó detrás de la señora Marklin y observó mientras la bruja subía las escaleras en dirección a la que debía ser la habitación de Spencer.
—Viene en unos minutos, ¿puedes aguardar un instante?
—Claro, muchas gracias madame.
Por extraño que pareciera, se sintió nervioso en esa espera, sabía que algo pasaba y le abrumaba que hubiese lastimado a la chica, decidió mirar el bullicio del callejón Diagon por la ventana mientras aguardaba a la bruja. Se volvió cuando percibió los pasos que resonaban en la madera de la escalera, se volvió y vio la expresión seria de la pelirroja, algo que no era común en ella, pues por lo general siempre estaba sonriendo o riendo de algo.
—Spencer...—Se quedó en silencio por unos instantes, pues no sabía cuál era la mejor manera de saludarla—. Estaba preocupado, quise venir a verte, espero que eso no te cause incomodidad. Quería saber cómo seguías.
Ella se mantuvo dubitativa por unos segundos al pie de la escalera y después avanzó a la sala a donde se encontraba George.
—Estuve muy enferma, perdón por no haber ido al trabajo. Hoy recién me he sentido mejor, lamento si esto te ha causado inconvenientes en la tienda.
George analizó sus gestos, su postura algo terca y bastante tensa. Spencer no le estaba observando a los ojos, rehuía la mirada del pelirrojo y fue inevitable verla fruncir los labios, como si evitara decir alguna tontería. El mago tragó saliva y suspiró, pues la expresión de ella era un claro indicio de que las cosas no iban como esperaba que sucedieran.
—Spencer, no lo entiendo ¿he hecho algo que te hizo sentir mal? No sabía que ahora me ignorabas ¿tú ya no quieres estar cerca de mí?
—George, la verdad es que no sé cómo decírtelo sin sonar como una estúpida. Pero no sé porqué siento que mis sentimientos están heridos.
—¿Pero porqué?
Hubieron unos instantes de silencio que se sintieron eternos. Spencer se sentó en un sillón de la sala y este se quedó de pie frente a ella, todavía sin comprender qué era lo que sucedía específicamente.
—¿Por qué no me dijiste que amabas a la chica que murió?
Esa pregunta.
Esas palabras fueron como una corriente eléctrica atravesando el interior de George, pues supo de inmediato que Spencer conocía su secreto, uno que se había esforzado mucho en mantener oculto.
—¿Qué?
—Aquel día, en el cementerio cuando fui a hacer el encargo para mi amiga, visitamos las tumbas de los Rosier. Cuando Viktor Krum llegó al mismo tiempo que nosotros y tu expresión tranquila se volvió sombría en cuanto le viste aparecer allí.
George se encontraba atónito por la situación.
—¿Por qué no fuiste sincero conmigo? ¿Por qué no me dijiste que amabas a Perséfone? Que ella era la chica de la que habías estado enamorado antes.
—Te lo mencioné, te conté que había sentido algo por alguien años atrás.
—El día en que fuimos al Panteón podrías haberlo comentado.
Ese fue el instante en que George comenzó a incomodarse verdaderamente. Ahora entendía que el día en que Florence había visitado a Spencer, le había comentado sobre su historia con Perséfone, algo que a decir verdad, le molestaba porque lo consideraba incorrecto.
—Pues no teníamos la confianza suficiente como para haberte contado todos los detalles de una relación ¿no lo crees?
Spencer colocó una sonrisa irónica en su semblante y negó con la cabeza para sí misma, entrecerró sus ojos sin dar crédito a las palabras que el mago había recién dicho.
—¿No tenías la confianza para contarme sobre ella pero sí para acostarte conmigo? ¿Es eso lo que me tratas de decir?
—Esto es ridículo —señaló él, evidentemente molesto —Florence no debió contarte sobre este asunto, no era algo que le correspondiera decirle a nadie.
Hubo nuevamente un silencio.
Spencer intentó respirar, pues fuera del enojo que sentía en dicho instante, tenía sentimientos por George y no quería que esa conversación terminara por alejarlos, sólo que para ella era difícil, le estaba costando manejar sus emociones.
George tragó saliva e inspiró profundamente, tampoco quería herirla con lo que iba a decir; aquella intromisión lo había tomado por sorpresa, no estaba preparado para afrontar esa charla.
—Cuando yo conocí a Perséfone, la odiaba —farfulló—, no sé si odiar es la palabra exacta, pero créeme cuando digo que la detestaba con cada poro de mi cuerpo. No éramos amigos ni mucho menos, solían castigarnos por pelear e insultarnos en medio de las clases.
» La convivencia nos llevó a tolerarnos y honestamente el que confundió sus sentimientos por ella fui yo, quería saber si era posible cambiar el semblante y la mala manera con la que ella siempre iba por la vida —terció —, debo admitir que ese fue mi prejuicio, creer que ella cambiaría en algún momento sólo por el hecho de que yo pensaba diferente, Perséfone nació siendo una purista acérrima y murió siendo así.
Yo quería conocerla y saber quien era realmente, saber si había algo más allá que la máscara y coraza con la que siempre la veía. Cuando pasó el tiempo, me di cuenta de que había desarrollado sentimientos por ella, lógicamente no eran correspondidos, hasta que me atreví a acercarme. No sé si para bien o para mal, aún no sé cuál fue el motivo por el que ella aceptó involucrarse, desconozco si porque quería experimentar, causar revuelo con sus padres o hacerme un tipo de juego mental; el asunto es que de ser enemigos, pasamos a ser un secreto que se escondía en los armarios de Hogwarts para poder pasar tiempo juntos sin ser vistos por alguien más.
—¿Qué fue lo qué pasó entonces?— preguntó Spencer cuando se atrevió a interrumpir el monólogo que había empezado George.
—Pues sucedió lo inevitable, la realidad y las diferencias entre nosotros eran demasiado grandes y ninguno dio su brazo a torcer. Sin mencionar que ella se unió a los mortífagos, prefirió unirse al bando de Lord Voldemort antes de que yo le ayudara a salvar su vida.
—¿Por qué dices eso?
—Porque es así, yo le ofrecí huir, que su vida fuese diferente. Ahora comprendo que jamás fui la persona indicada para su vida, no era yo quien hizo aflorar la humanidad en su interior o quien cautivó sus sentimientos. No sabría decirte qué sucedió entre medio, sólo sé que falleció y durante mucho tiempo me mantuve como un imbécil, sintiéndome enojado por las elecciones que ella había hecho, cuando en realidad estaba en todo su derecho.
>>Perséfone se casó con Viktor entre medio de todo el caos y debo admitir que eso dolió, porque uno suele ser caprichoso, terco y aferrarse a lo que no es para uno—declaró al final. Volvió a suspirar, pues sentía que ya no tenía absolutamente nada que decir—No quise hacerte daño, de verdad que jamás fue la intención, quería conocerte, abrirme de nuevo a la perspectiva de estar con alguien, de ir avanzando en esto que implica descifrar a una persona y fallé—murmuró George, sacó la caja de galletas que había comprado para Spencer y la dejó sobre la mesa que había en el centro de la sala de estar—. No es necesario que vuelvas al trabajo si no te sientes cómoda, de igual forma estaré contento de haberte encontrado y haber compartido contigo, sólo que ahora después de tanto tiempo, no puedo disculparme por el pasado, antes lo había hecho, me sentía arrepentido por las cosas que me permití vivir y sentir y es incorrecto, gracias a eso soy lo que soy ahora.
—Espera—dijo ella tomando su brazo.
—Creo que es mejor que tomemos distancia durante algún tiempo, no me refiero a no hablar. Si no a pensar hasta que se solucione este malentendido, obviamente sigues siendo parte de Sortilegios Weasley si aún lo deseas—volvió a farfullar, completamente absorto en sus pensamientos.
—Supongo que volveré en cuanto me recupere del todo. Honestamente, me alegro de haberlo aclarado, me siento algo estúpida ahora...
—Mejórate, no te preocupes por tonterías—Eso fue lo último que dijo antes de salir por el umbral de la puerta que conectaba con el atelier de Madame Marklin.
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Durante algunos días después, Spencer ya no se encontraba tan segura acerca del motivo de su enojo y sentimiento de molestia. Tenía la sensación de haber arruinado las cosas con George de forma definitiva, sabía que Florence no había tenido malas intenciones al contarle sobre la ex novia del pelirrojo, sin embargo debía admitir que su reacción tal vez fue apresurada y ahora ambos se hallaba en una situación complicada con sentimientos algo confundidos por el dolor de la mala experiencia.
Por ese mismo motivo, una noche decidió ir a beber unos tragos al bar que visitó con George, pero esta vez, nada más que con su compañía. Debía cambiar algunas conductas problemáticas de riesgo que cargaba desde que era adolescente, por ejemplo, beber en exceso cuando estaba emocionada, nerviosa, ansiosa o triste.
La barra estaba con unas cuantas personas que bebían y conversaban con sus respectivos acompañantes, algo que la hacía sentir algo miserable.
En ese instante se percató de que odiaba la sensación de sentirse sola, la soledad a causa de la separación de alguien que le importaba.
—Disculpa ¿está ocupado allí?
La pelirroja negó con la cabeza sin ver bien quien era el hombre junto a ella, se suponía que no esperaba tener compañía.
—¿Un mal día? —interrumpió la voz del hombre a su lado.
—¿Disculpa?
—Lo siento, sólo luces cansada o talvez, preocupada.
En ese momento se volvió a él y realizó una irónica sonrisa, cargada con el sarcasmo propio de la bruja.
—Mira, si no tengo compañía no es porque no pueda tenerla, es porque no quiero. Así que porfavor no trates de entablar conversación conmigo, te aseguro que no soy interesante para nada.
—Espera, te conozco —susurró el mago desconocido, enarcando la comisura de sus labios en una sonrisa tenue —, nos vimos hace un tiempo aquí, nos topamos en el baño. Eres esa pelirroja...
Spencer frunció el ceño, haciendo memoria, intentando recordar si es que era verdad lo que el aludido mencionaba.
Hasta que lo recordó. Fue un encuentro fugaz donde intercambiaron un par de palabras.
—Ah, eras tú.
—Veo que mi rostro no es nada memorable—señaló él — A diferencia de ti, claro que eres interesante, de lo contrario te hubiese olvidado.
Ella puso los ojos en blanco, no tenía ánimos para ligar. Menos con un desconocido, evidentemente mayor, del cual no sabía absolutamente nada.
—Si mal no recuerdo, en esa ocasión tenías compañía ¿Acaso eres de esas malas mujeres que no tienen segundas citas?
Fue inevitable no reírse de ese comentario.
—¿Siempre eres tan entrometido?
—No, sólo cuando me interesa la persona a la que le estoy hablando.
—Eso debes decírselo a todas ¿o estoy equivocada? —mencionó la joven haciendo mella en que el tipo era un casanova.
—Si me conocieras, quizás no tendrías esa primera impresión de mí —Estiró la mano en dirección a la bruja y enarcó una ceja completamente llevado por la autoconfianza —Rabastan, un placer ¿Y tú eres?
Ella se quedó viendo, analizando unos segundos si es que valía la pena tener esa conversación.
—Spencer— dijo al fin.
—¡Hemos descubierto el primer misterio! Ahora dime ¿porqué ya no estás acompañada?
—¡Spencer! ¿Eres tú?
La joven sintió que alguien a sus espaldas gritaba su nombre bastante entusiasmada. Los ojos verdes de la chica se volvieron y se percató de que Fleur DelaCour –su antigua compañera de clase– y Bill Weasley –esposo de esta última y hermano de George– casi llegaban donde se encontraba.
Fleur se echó a los brazos de la pelirroja y la estrechó con alegría.
—Sabía que estabas en Londres, pero no habíamos tenido la oportunidad de vernos —siseó Fleur en un francés incomprensible para muchos en el bar —¿Qué haces aquí? ¿Andas con alguien?
—Fleur, Bill.
Antes de que pudiese decir nada, se volvió a la silla, sin embargo su acompañante había desaparecido, sin decir o mencionar algo. Spencer frunció el ceño, confundida.
—¿Quién era la persona junto a ti? —inquirió Bill, de inmediato.
—No lo sé, sólo estaba sentado a mi lado.
—Pensé que estabas con él —infirió Bill, analizando si se había perdido entre la personas —, creí verlos hablar.
—No, no en realidad, no tengo idea quién era ¿le conocías? —preguntó Spencer, inquieta por la incómoda situación y la desaparición de su acompañante, quien hacía menos de cinco segundos, estaba allí intentando ligar de manera desesperada.
—No, creí que era alguien más.
Bill conocía quien era Rabastan Lestrange. No obstante no quería arruinar la noche con intrigas, nada más se sentó junto a su esposa y pidió un trago en lo que ambas francesas platicaban.
Spencer analizó la situación en el interior.
¿Acaso aquel hombre escondía algo?
Decidió que no le daría más importancia de lo que tenía, lo más seguro era que no volviese a toparse con él.
O eso era lo que ella creía.
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