• CAPÍTULO 20 •
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THE ICE QUEEN ²
COMO HIELO Y FUEGO
Almas que se corrompen poco a poco.
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—¿Y qué me dices muchacho? ¿Te es interesante la propuesta?
Viktor no podía con el fastidio que aquella conversación le provocaba. Hacía mucho tiempo que había dado un punto final y probablemente definitivo a su carrera como buscador de Quidditch, si bien fueron tiempos que le habían traído felicidad, no era algo que ahora le causara el mínimo placer.
András Hallstein –el director de la institución mágica– había permitido que el antiguo entrenador de Viktor le visitara después de someterlo a un sin fin de pruebas mágicas y encantamientos donde no supiera la dirección exacta de la fortaleza que ocultaba al castillo Durmstrang. Claramente lo había hecho en contra de los deseos del mago, ya que sabía de sobra que este se negaría rotundamente.
—Pierre —murmuró Viktor con una leve sonrisa, en realidad quería mandarlo al demonio, pero el hombre siempre cuidó de él y no permitió que sacaran provecho de su talento sin que este recibiera los frutos reales de su esfuerzo—. Ya sabes que no he cambiado de opinión, no me gusta que vengas a perder el viaje, sé que vienes de lejos.
—Y aún así recibo tus desprecios, jovencito. Te advierto que cuando quieras recuperar tu carrera ya habré encontrado a otro prodigio del Quidditch y conseguiré que todos en este deporte se olviden de ti —señaló resentido, entre tono de broma y en tono verdadero—. Vamos, András, ayúdame a convencer a este terco de volver al equipo.
—¿Y qué te hace pensar que me va a hacer caso a mí si jamás lo ha hecho? —preguntó con algo de sarcasmo, observando a Viktor con una ceja enarcada.
Ambos hombres intercambiaron una mirada, sabían que hacerlo cambiar de opinión seria imposible. Viktor era determinado y sabían que no daría su brazo a torcer; volver a subirse a la escoba no estaba en sus planes.
—¿Es tu última palabra?
—Sí Pierre, es lo último que diré. La carrera en el deporte es momentánea, ahora me encuentro estudiando lo que siempre desee, siempre quise dedicarme a la historia y no voy a cambiar de opinión.
El aludido frunció los labios, sabía que ya no podía hacer más y tampoco rogaría por una atención que no se le otorgaría.
—No sabes lo que estás haciendo —le mencionó con algo de molestia, no obstante habían sido años de compartir, le dio un abrazo fuerte, palmeando su espalda y le susurró —. Retoma tu vida chico, la verdad es que nadie será como tu, jamás. Eres el prodigio del deporte que sólo aparece una vez en la vida, cualquier cosa, si cambias de opinión sabes donde encontrarme.
El hombre se despidió del director y salió por la puerta de la oficina. Viktor le secundaría, sin embargo la voz de András le indicó que no se fuera.
—¿Sucede algo?
—Quiero sabes qué es lo que te pasa a ti. Tu comportamiento es errático, tu aspecto se vuelve extraño y pues para que negar que cada vez pareciera que no estás durmiendo nada ¿acaso estás consumiendo drogas?
Viktor emitió lo que pareció ser una sonrisita irónica y breve. Entendía la preocupación del hombre, últimamente tenía la cabeza enterrada en los libros.
—Sólo tengo mucho de lo que ponerme al corriente en mis maestrías. Tengo que entregar el segundo avance en dos días y pues tú me quitas tiempo en estas ridículas reuniones que sabes que no tendrá ningún efecto—contestó el mago.
—Me preocupas, de verdad que me tienes nervioso. Desde que volviste al castillo no eres el mismo.
—¿Y qué esperabas? ¿Que vuelva al Quidditch y haga como que aquí no pasó nada? ¿Acaso dimensionas lo que he vivido?
—Si lo sé, pero han pasado dos años.
—¿Y eso significa que tengo que seguir con mi vida y hacer como que no perdí nada? ¿Cierto? No te golpeo únicamente porque se supone eres un mago respetable. Pero te voy a pedir que no vuelvas a meterte en mis asuntos, András.
Salió del despacho sintiendo la cara arder por la rabia. Su tolerancia en ese momento no era una de sus virtudes y las personas le hacían perder la paciencia con frecuencia. Entró a su habitación cerrando con un portazo y suspiró profundamente, echándose de espaldas sobre el colchón de su cama.
Sentía la mente azotada por los pensamientos, le invadían con intensidad las ganas de querer desaparecer y no tener que darle explicaciones a nadie sobre su comportamiento, sobre sus decisiones. Viktor siempre había sido juicioso y ahora parecía ser que todos querían tener espacio para opinar sobre su vida a pesar de que hace mucho era un adulto.
Intentó concentrarse en aquello que le estaba tomando su tiempo por completo. Se había desvelado leyendo una y otra vez el libro mencionado por la profesora Tindra. Las ojeras sobre su rostro demostraban lo poco que estaba consiguiendo dormir, tenía los pasos en su cabeza grabados a fuego, ya se los sabía de memoria.
¿Pero cómo llegaba hasta ese punto sin hacer que lo arrestaran? ¿Sin que el mundo creyera que era un demente que quería atemorizar nuevamente al mundo mágico?
Se encontraba en un punto ciego, donde tenía que determinar qué haría con respecto a la información que tenía, estaba consiguiendo no pensar en nada más. Se estaba volviendo completamente loco.
Se frotó los ojos y se dirigió hasta su escritorio, tenía que conseguir llenar algunos pergaminos con respecto al tema que había escogido para su evaluación. Intentó desechar los pensamientos que mantenían su mente ocupada y abrió los libros dispuesto a leer hasta que los ojos se le cerraran del cansancio. Se encontraba oxidado, lo sentía, pero no quería darse por vencido, de lo contrario no sabría que hacer con su vida.
Abrió un libro grueso en el que se había quedado leyendo, estuvo inmerso en la lectura hasta que de repente apareció un nombre que hacía referencia a algo que podría no tan sólo servir para su investigación.
Si no que también para sus otros propósitos.
...“ Durante los años anteriores a su encarcelamiento definitivo en Numbergard, Gellert Grindelwald avasalló varias capitales de Europa, sus discursos y meetings tenían gran audiencia debido a que la mayoría de los magos creían en la supremacía de la sangre pura. Siempre se hizo acompañar de una bruja que consideraba su igual, la francesa Vinda Rosier siempre estaba junto al mago, practicaba la magia oscura y era realmente poderosa. Fue condenada por los crímenes contra los no magos, no obstante fue extraditada a su país natal, donde se encuentra recluida de forma permanente en la mansión Rosier, de donde era originaria la familia”...
Vinda Rosier seguramente era una familiar de Perséfone y podría darle luces de lo que debía hacer, no es que pudiese ayudarle mucho, pero había algo en esa mínima frase que había vuelto a poner a andar sus esperanzas.
Y recordó los pasos en su mente.
Todos y cada uno más siniestro que el anterior.
¿En algún momento imaginó estar metido hasta el cuello en una situación que podría costarle su alma?
No, definitivamente no.
¿Cuando vio por primera vez de cerca a Perséfone pensó que estaría dispuesto a hacer actos realmente condenables por ella?
Tampoco.
En esos años era un idealista, entregado por completo al altruismo y seguía al pie de la letra las enseñanzas que le había dispuesto la familia de su padre. Los Krum eran personas humildes, sencillas, se habían dedicado toda la vida a la cría de animales fantásticos para la exploración mágica, para el cuidado de las especies, jamás habían estado ligados a nada oscuro, a nada que fuese contra la vida y la integridad de alguna persona.
Pero no podía dejar de pensar en ella.
No podía sacar de su mente que tenía en sus manos la posibilidad de poderla traer de nuevo a la vida. Y esa sensación lo estaba carcomiendo por dentro.
Siempre recordaba vivencias junto a ella, dejándose llevar por los recuerdos que le hacían volver a los tiempos en los que sólo pensó que estaba conociendo a una chica completamente diferente a él, rememoraba la época en la que sabía que se estaba enamorando, pero no sabía que le amaría de esa forma que ahora lastimaba por haberla dejado escurrirse de entre sus manos.
Hogwarts.
Allí fue donde la conoció y siempre pensaba en que fue una de las mejores jodidas cosas que le sucedieron.
Él y sus compañeros eran los dueños del mundo en el barco fantasma que arribó en las orillas del lago negro en ese castillo inglés.
Ella merodeaba por su mente desde que la había visto, desde esas pláticas sobre libros y artes oscuras de las que jamás fue asiduo, pero ella era como una araña que tejía muy bien su tela, pues él estaba completamente extasiado, al punto en que no le incomodaba que fuera una purista, se había dejado atrapar como un chiquillo.
Recordó el día de la fiesta en el barco.
«... ¡Bienvenidos, bienvenidos! Siéntanse como en casa —anunciaba Pietro mientras varias decenas de personas entraban en la que era la casa de los estudiantes en su estancia —¡Hay alcohol para todos!
—Es imposible que Karkarov no se entere de esto— siseó Viktor mientras miraba a su alrededor, ansioso.
—No seas aguafiestas, Igor debe haberse ido a entretener con algunas mujeres en el pueblo, bien sabes que le hace falta. Después entrará a alguno de sus aposentos dentro del castillo ¿Crees que se molestará en venir aquí? Lo más seguro es que llegue hecho una cuba, no querrá que lo veamos así y darnos oportunidad de hablar mal de él. Y si tenemos problemas lo asumiremos como buenos caballeros de la casa Olsson— dijo fanfarroneando.
Viktor tenía un vaso de sangría en la mano, sin embargo no había bebido nada todavía, había estado calentando la bebida en su mano a la espera de ver aparecer aquella rojiza melena atravesar la entrada del barco.
—Podrías cambiar la cara, mira quien viene allí —replicó Pietro dándole un codazo —, vas a agradecerme esta noche, te lo aseguro —dijo haciéndole un gesto obceno con la mano.
Viktor miró en la dirección que su amigo le indicaba y la vio. Era Perséfone junto a su amiga, aquella que respondía al nombre de Daphne, esa a la que Pietro no dejaba de perseguir.
—Yo me quedo con la rubia, ya sabes. Voy a hablar con ella para que te quede el camino libre, ¿ya ves las cosas que hace tu mejor amigo por ti?
Viktor esbozó una sonrisa torcida.
—¡Eh, Krum! No te vayas a poner a hablar sobre libros —señaló su amigo en tono de burla.
—Come mierda y muérete, Nykolych—le respondió con una sonrisa, levantándole el dedo medio antes de que este se alejara.
El búlgaro sintió el impulso de querer ir a saludarla de inmediato, sin embargo no quería parecer un maldito acosador, además se percató que ella estaba disfrutando mucho de ver las esculturas aque estaban dispuestas en la sala de estar del barco. Comenzó a sonar una canción y ella sonrió de forma espontánea hacia su amiga.
—¡Sabes que adoro esta canción, ven a bailar conmigo! —la escuchó decir, arrastrando a la rubia hacia el centro donde los jóvenes bailoteaban y payaseaban.
Y es ese instante la observó moverse. Sus movimientos eran ligeros, imprecisos y a la vez perfectos mientras tarareaba.
—Gimme Gimme Gimme a man after midnight, take me through the darkness to the break of the day.
Gimme Gimme Gimme a man after midnight. Wont somebody help me case the shadows away.
Su voz era dulce y también intimidante, poseía algo en su interior que era completamente atractivo y sensual. Pero no era fingido, era natural, algo propio de ella que lograba convertirse en el centro de las miradas con tan sólo entrar en la habitación. Verla girar, mover su cabello y divertirse sin la careta con la que solía mostrarse al mundo, consiguió que el chico se estremeciera.
Una de sus compañeras le ofreció un trago y se giró viéndolo. Él se encontraba observándolo y ella lo había visto infraganti, le dijo algo en el oído a su amiga y se dirigió en dirección a donde estaba.
—Viktor Krum, que bueno volver a verte, así que este es el tan misterioso barco del mar del norte.
—Pues lo mismo digo—dijo dándole un sorbo a su trago, inconsciente para darse valor —por lo que me doy cuenta, te gustan las canciones muggles. Eso es algo contradictorio.
—Pues me gusta ABBA, es una de las pocas cosas buenas que han hecho los muggles —mencionó sin temor a sus dichos —¿Te gusta alguna música a ti?
—Pues sí, hay músicos que son muy buenos.
—¿A ver, podrías contarme sobre tu gusto musical?
—Eh, creo que no tengo uno en específico, pero creo que me gusta The Doors, Queen y Pink Floyd.
—Tienes buen gusto, Krum. Debo admitirlo.
La fragancia de su cabello fue hasta las fosas nasales del mago, sintiéndose repentinamente idiota por pensar como un niñato.
—Ven ¿quieres sentarte?
—Oh, no. La verdad es que me gustaría poder ver las esculturas que hay aquí ¿estas son todas?
—No, hay más por el pasillo hacia las escaleras del segundo piso. Son sobre la mitología griega.
—Mi madre está obsesionada con eso, por eso me colocó este nombre.
—De hecho ahora que lo mencionas hay una sobre Hades y Perséfone en uno de los escalones.
—¡No enserio! Quiero verlas todas.
Una a una, ambos magos observaron los patrones y las pulidas formas, leyendo las inscripciones y hablando sobre los pecados de cada uno de los dioses, riéndose de lo humanos que eran y de lo ridículo de sus errores. Hasta que llegaron a aquella.
—Hades y Perséfone en el inframundo ¿Qué opinas sobre los amos del infierno?— le preguntó Viktor para saber su opinión.
—Creo que Hades rescató a Perséfone de una madre egoísta que solo la quería para ella y sus fines. Ella ama ser la dueña del averno ¿Qué mujer no quiere ser la dueña de todo? La que te diga que no, está mintiendo, somos demasiado competitivas como para negarnos.
—¿Tú quieres ser la dueña del infierno?
—Pues las sombras jamás me han desagradado. Digamos que en la sección prohibida soy la dueña de esos pasillos mientras estoy allí —dijo para terminar carcajeandose.
—¿Y tú qué opinas de la escultura?
Tuvo que pensar muy bien sus palabras, era muy sensual. Hades tenía a Perséfone sobre su regazo, desnuda y sus manos tocaban sus cintura, ella sostenía una granada en las manos.
Tragó saliva. Varios chicos bajaron las escaleras con apremio y empujaron a Perséfone, él la sostuvo con rapidez, logrando que ambos quedaran muy cerca, podían sentir el cuerpo y la respiración, sentir las risas del contrario debido al casi accidente.
Viktor no supo si era el alcohol que estaba haciendo efecto en sus venas, pero su respiración estaba agitada y tuvo el impulso enfermizo de querer besarla. Sus labios eran rosados tal como los granos de la fruta que sostenía la Perséfone de la escultura.
—Creo que refleja perfectamente lo que había entre ellos —respondió observándola a los ojos, sin poder ocultar sus intenciones.
Aquella maliciosa chiquilla lo estaba volviendo loco.
—¿Bailas conmigo? —le pidió sin titubeos, sacándolo completamente de sus casillas.
—Claro—señaló él, dejando que ella lo conduciera nuevamente hacia abajo.
Estaba frente a él y parecía que le estuviese bailando al ritmo de la música algo dark que ahora resonaba.
Sí, en efecto ella era como una araña que estaba tejiendo su tela para hacer caer a alguien.
Él era el que había caído esa noche y lo más seguro era que no consiguiera salir...»
Viktor salió de sus recuerdos.
Y añoraba volver a sentir aquella sensación.
Aquel vertigo. Aquella pasión, ese amor apasionado e incandescente que esa bruja había despertado en él.
Y si la respuesta era Vinda Rosier, viajaría a Francia.
Aunque tuviera que dejar su alma a cambio de la de ella.
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