•CAPÍTULO 2•
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THE ICE QUEEN ²
COMO HIELO Y FUEGO
Sortilegios Weasley
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En el Callejón Diagon las cosas habían vuelto a ser como siempre. Los escaparates de las tiendas volvían a estar repletos de artefactos mágicos, animales que emitían sonidos únicos, niños que preparaban sus materiales para Hogwarts y turistas que recorrían el lugar asombrados por la cantidad de chucherías que exhibían los locales.
En medio de ese gran espacio, se alzaba una de las tiendas más populares, esta había cautivado a miles de personas que viajaban a veces desde muy lejos para poder conseguir sus productos mundialmente famosos. Sortilegios Weasley fue azotado por una pérdida demasiado grande como para que siguiera su continuidad como si no hubiera sucedido nada.
Sus cortinas estuvieron cerradas desde aquel fatídico dos de mayo, pues uno de sus dueños ya no se encontraba en el plano terrenal; y el otro se encontraba en medio de la miseria debido a esta misma situación.
Luego de un año de no poner un pie en la tienda, George Weasley había tomado fuerzas de donde no sabía que tenía, para poder arrastrarse hasta allí y entrar en el sitio que pensó le haría feliz por el resto de su vida. No obstante, jamás pensó que el resto de ella tendría que compartirlo sin su gemelo, Fred.
Los primeros intentos fueron errados. Inicialmente George, se sentía incapaz de pensar en ello, después le fue impensable poner un pie dentro de la tienda luego de quitar los hechizos de protección que cuidaban de ella en su ausencia. Sortilegios Weasley era un proyecto salido de la imaginación de ambos y esta sería la máxima creación para ellos, les daría felicidad y la vida a la que no podían aspirar antes.
Las bromas siempre habían estado con ellos, siempre eran aquello a lo que se aferraban en los malos momentos y era para lo que ambos pelirrojos eran buenos.
¿De qué servía reír ahora si Fred no estaba para hacerlo en su compañía?
Esas fueron las palabras que George se repitió por mucho tiempo, hasta que sintió el impulso de hacer un cambio. No permitiría que su vida fuera directo al abismo. A Fred no le gustaría aquello. Ahí fue cuando decidió volver a la tienda, para reencantarse con la idea de la diversión, aunque a esta le faltara la parte más importante para que realmente pudiera ser catalogada como algo digno por lo que reír.
Así como tantas otras personas, Fred falleció en la batalla de Hogwarts, dejando tras él a una familia destrozada y sobretodo, a George sintiendo que nunca más volvería a estar completo.
—Creo que hay que despachar caramelo de la fiebre, durante el fin de semana llegaron varios pedidos— declaró Ron.
—¿Podrías encargarte tú? Tengo que hacer las entrevistas ahora en un rato y alguien tiene que atender— respondió George mientras reponía algunos caramelos.
Su hermano Ronald estaba en medio de su entrenamiento para ser auror y durante sus ratos libres se estaba dedicando a apoyar la tienda. Todos sabían que ese proceso estaba siendo difícil para George, por lo que él se había ofrecido voluntariamente a acompañarlo, a sabiendas que su hermano sabía que lo hacía para verificar en qué estado se hallaba y que no entraría en shock o sufriente de un ataque de pánico en medio de la gente.
—No hay problema, lo haré— contestó para después desaparecer a la bodega.
Sin duda, aquella chispa que caracterizaba a George, había desaparecido casi por completo, el brillo en sus ojos era escaso y las sonrisas aún más. Ya no se oían sus carcajadas contagiosas y tampoco sus chistes acompañados por ese humor negro. Por ese mismo motivo, nadie intentaba traspasar su espacio, nadie ya sea de sus amigos o de la familia, quería hacerlo sentir mal con un comentario que lo hiriese, después de todo era quien más sufría.
Aquel día no podía dejar de sentir una emoción desagradable en su interior. Sentía que de alguna forma estaba siendo un traidor. Tenía que conseguir a una persona que lo ayudara con la tienda, que apreciara el negocio y se hiciera cargo de todo aquello para lo que este fuera requerido.
Era mucho trabajo para una sola persona y los tiempos de Ron eran escasos. George apreciaba su ayuda, pero sabía que se sentiría más cómodo con un extraño a tener que estar fingiendo estar de buen humor delante de su hermano. Sabía perfectamente que su madre después hacía preguntas y no quería poner a Ron en la situación de tener que mentir por su causa. Tampoco quería que su madre siguiera pendiente de él y su estado mental, ya tenía suficiente con la pérdida de un hijo como para tener que hacerse cargo del débil gemelo que quedó a la deriva.
Si contrataba a alguien externo, no tendría que preocuparse por poner buena cara, podría encerrarse en la bodega a armar pedidos cuando quisiera, podría quedarse mezclando materiales para nuevas bromas o comprar pociones y estudiar transfiguraciones.
Solamente que el sentimiento no se iba y ese era el de traición.
Aquel día tendría que encontrar a quien supiera a Fred.
Algo imposible. Algo totalmente impensado pues Fred era único, irrepetible e insustituible.
Sortilegios Weasley le pertenecía a Fred y estar buscando a alguien que tomara su lugar en al menos un sólo sentido; lograba que George se descompusiera en niveles que no creyó imaginar nunca.
Suspiró y con la varita cambió el letrero de cerrado a abierto y se colocó tras la caja registradora, mirando a la nada literalmente. Podrían haberle robado, podrían haber entrado para llevarse la mercancía y no habría hecho nada, pues George se encontraba en un estado de inercia la mayoría del tiempo.
Se volvió para ordenar detrás del mostrador en lo que tardaría en aparecer el público deseando comprar sus productos. Observó su reflejo en un espejo que yacía frente a él–ubicado estratégicamente para ver cuando la puerta se abría– ; le costó tiempo entender porqué cada vez que se miraba, se veía con dos orejas.
Cuando el corazón estaba triste, todos los espejos se convertían en el Oesed.
La primera vez que conoció uno o supo realmente para qué servían, se sintió totalmente molesto. No podía comprender el motivo por el cual, aquel objeto creía que su más profundo deseo era volver a tener el oído que perdió en la batalla de los siete Potters.
¡Era una tontería!
Cuando la rabia dejó de invadirlo por completo o a cada momento, su mente pudo comprender que lo que realmente reflejaba el espejo, no era a él con las dos orejas, si no que le mostraba la viva imagen de su gemelo. Y evidentemente ese sí era su más profundo y desesperado deseo; los sentimientos de George gritaban internamente por Fred y eso no cambiaría, seguramente algo que no dejaría de doler jamás.
Sin embargo, aquellos pensamientos de melancolía extrema debido a su gemelo, se vieron ensombrecidos por aquel vértigo percibido en el estómago cuando los recuerdos nos traen nuevamente vivencias que queremos enterrar en lo más profundo, pero que el subconsciente nos reitera que aún anhelamos aquello que tanto esmeramos por dejar atrás.
Detrás de su reflejo apareció una cabellera pelirroja.
Una melena rojiza como el fuego.
Sintió que las manos le temblaron un poco y atinó a volverse de inmediato. Una cosa es que tuviera añoranzas para con su gemelo fallecido, otra cosa muy diferente era verla a ella.
Pues debía admitir que no le hacía ningún bien.
Para su tranquilidad aquella visión que lo consiguió hacer sentir un poco estupefacto, era de carne y hueso. Algo que logró hacerlo sentir más calmado, no obstante no sentía grato el hecho de que su cuerpo reaccionara de esas maneras a tales estímulos.
Desechó las ideas reprobatorias, era mejor no atraparse pensando en los recuerdos que le hacían daño y nublaba el juicio. Pero aquella cabellera fue imposible no asimilarla a la de alguien más. Se dijo a sí mismo que debía controlarse y concentrarse, ya que para atender al público debía mantenerse sereno.
—¿George Weasley no es así?
La voz femenina hizo que se volviera rápidamente. Sabía que no era posible que la dueña de la cabellera fuera aquella persona que su subconsciente trajo a su memoria. Analizó a la joven que había delante de él, era bastante alta, de contextura delgada, piel pálida, pecosa; poseía los ojos verdosos, labios rosados y cabello color caramelo. Su voz era sedosa y su expresión era agradable.
Según su opinión tenía vagos recuerdos sobre ella, no obstante no lograba identificar de dónde la conocía.
—Si soy yo— contestó logrando el atisbo de una sonrisa para devolverle.
Ella estiró la mano y sus comisuras se elevaron al igual que las de él.
—Vengo a la entrevista—explicó —, Spencer Marklin.
En ese instante recordó de a donde la conocía. Spencer Marklin había sido su compañera hasta tercer año y después de eso había decidido irse a estudiar al extranjero, específicamente a Beauxbatons. No entendía qué era lo que podía estar haciendo allí después de varios años en la refinada escuela de magia.
Sin embargo esa información no le interesaba en lo absoluto y tampoco le competía preguntar.
—Es un gusto volver a verte— murmuró —, sabía que te fuiste fuera de Inglaterra.
—Oh, sí —respondió de manera escueta—. Ya había pasado demasiado tiempo en Francia, pasaron muchas cosas y necesitaba un cambio de aire.
—¿Osea que te interesa el puesto?
—De hecho sí— respondió con una sonrisa de disculpa al realizar la información—. Mi tía mencionó que buscabas a una persona y pues quiero postularme.
En ese momento cayó en la cuenta de que Spencer era pariente de la bruja que vendía túnicas unas calles más allá. De lo contrario no tenía como enterarse y haberse comunicado para hacer la cita para la entrevista de vendedora.
—Dime Spencer, ¿qué es lo que sabes de Sortilegios Weasley?
La pelirroja tragó saliva y sonrió amenamente al notar que su entrevista había iniciado de manera inmediata, con ella de pie y el dueño del local entrevistandola mientras las personas comenzaban a entrar a por productos. Sintió la presión invadirla y no le quedó de otra que resignarse a que no pasaría a ninguna oficina o a ningún sitio más tranquilo.
—Sé que la tienda es muy popular, ustedes realizan las bromas y han prosperado desde que abrieron— comentó sintiéndose orgullosa por lo que sabía que respondería—. Tienen productos muy cotizados, pues magos de todas partes vienen a comprar a su tienda, sobretodo ahora pues la mantuvieron cerrada después de los sucesos vividos en la guerra.
En ese instante Spencer observó que en la tienda no estaba más que él. No sabía dónde podría estar Fred, quién era su gemelo, no obstante se sintió incómoda al preguntar debido a que jamás fueron personas cercanas.
—Bien Spencer, quizás creas que es un trabajo sencillo— respondió George—, pero tenemos un gran flujo de clientes, si bien el horario es de diez a seis de la tarde, hay que reponer productos, hacer envíos, limpiar los muebles entre otras cosas que puedan necesitarse.
Spencer asintió, la verdad es que no le interesaba tener un empleo de vendedora. Quería tener su independencia pues tras irse de Francia, sus padres no quedaron contentos.
—Me parece perfecto— declaró con la sonrisa y la felicidad a flor de piel.
—Pero antes debo preguntar algo, espero que no te moleste—farfulló el mago—, ¿porqué quieres trabajar vendiendo bromas? No desprecio mi tienda, para nada— acotó—, pero estuviste tanto afuera, que no me imagino que una chica quiera interesarse en este tipo de trabajo. Realmente no te juzgo, pero es extraño.
—Pues en la vida pasan muchas cosas y pues cambian en el momento en que menos pensamos. ¿También quisiera saber porqué buscas a otra persona para ayudarte con la tienda?
George sintió que una parte de él volvía a revivir antiguos dolores. Volvía a sentirse traidor por estar buscando un reemplazo para alguien que jamás podría tenerlo ni por asomo.
—Fred ya no está... —susurró y no dijo más, pues entrar en detalles implicaría echarse a llorar como un bebé.
—Oh...
—Debo realizar otras entrevistas ahora— le planteó tratando de esconder las lagrimas que comenzaban a crearse en sus ojos.
Hablar de Fred siempre lograba tocar su fibra más sensible. Aunque sólo fuese una simple mención a su nombre. Spencer asintió, pues se percató que aquel tema no era algo que quisiera hablar con una perfecta desconocida.
—Te avisaré cualquier cosa— murmuró.
—De corazón espero poder ayudarte en la tienda— respondió—, hasta luego George, ha sido un gusto volver a verte.
—Lo mismo digo, Spencer— correspondió para despedirse.
George notó cómo las ondas de su cabello fueron moviéndose cuando ella dejó la estancia del local de bromas. El mago suspiró para prepararse para la siguiente entrevista, aún le quedaba esperar un día largo, habían habido un montón de postulantes, realmente la popularidad de su negocio era tangible.
No se sentía feliz con eso.
Lo haría si tuviera a Fred junto a él para verlo.
Aquella tarde, junto a Ron, atendieron a un montón de clientes que se agolparon en el interior de su morada, aunque decidió bajar la cortina una hora antes de lo acostumbrado. Debía tomar el tren pues hace un tiempo no había realizado la visita que su interior necesitaba en aquel instante.
A la salida de su empleo,sus pies conducidos por el anhelante deseo de su espíritu, pisaron la gravilla de aquel frío cementerio, que era decorado con plantas, césped y enredaderas silvestres.
Sabía el camino para llegar a donde estaban los restos de su hermano, la falta que le hacía era innegable.
—Hola Freddie— saludó—, no sabes lo mucho que te he echado de menos.
La lápida en el césped mostraba el nombre de su hermano fallecido.
—He venido porque debo contarte algo que antes jamás hice. No tuve el valor de decírtelo. Donde sea que estés, espero que no me maldigas y que no me juzgues.
Suspiró acomodándose en el mármol de la sepultura.
—He venido a hablarte de alguien...
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