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[Mini Fic] ❀18

"Jaulas de noche"

Debajo de mis pies una fina capa de cenizas se agolpa contra el cuero desgastado de mis botas. La aldea de los vencedores del distrito cuatro se ha mantenido intacta a pesar del bombardeo que lo atacó hace varios meses, cuando la rebelión hacia el capitolio se volvió más palpable que nunca.

No queda casi nada del distrito. Las redes de los pescadores han quedado abandonadas en la orilla y las canastas terminan de calcinarse a mitad del circulo de la ciudad, ahí donde solía estar el edificio de justicia junto con los principales mercados que sustentaban las necesidades de las familias cuyas actividades no contemplaban el abasto de alimentos para sí mismos.

Doy un recorrido pequeño a través de la ciudad antes de encaminarme a la que solía ser mi casa dentro de la aldea de los vencedores; la puerta permanece abierta pero nada ha sido desacomodado de su lugar. Los manteles siguen igual de blancos que siempre y los escalones siguen chirriando de la misma forma en que lo hacía cuando la casa me fue entregada. En el segundo piso las gavetas del armario están abiertas de par en par aunque a simple vista parece que quien sea que haya estado aquí no encontró lo que buscaba pues mi ropa yace en el piso de la habitación.

Por un momento me inclino a coger un par de mudas de ropa y llevarlas conmigo al trece pero desisto de ello al pensar que no tendría caso pues las autoridades del distrito son muy estrictas respecto a la pulcritud de los uniformes que todos estamos obligados a usar. Aun así me acerco a una tela larguísima abandonada del otro lado de la habitación tomándola con cuidado.

Es un hermoso vestido blanco que reconozco casi al instante. Mis manos tiemblan sobre la tela y cuando paso la yema de mis dedos sobre las perlas adheridas a la parte de arriba del que cuelgan pequeños tirabuzones dorados; las mangas transparentes se abren a la altura de los codos dejando caer el resto de la tela como una cascada. Los recuerdos me golpean tan pronto como mis manos se aferran al vestido decidiendo que un objeto tan preciado como ese no puede quedarse entre los escombros.

La mochila que llevo en la espalda se llena con varios objetos que encuentro en el cuarto de baño, como dentífricos, cepillos y rollos de papel higiénico. Los suministros en el distrito trece son bastante reducidos así que si tengo la oportunidad de ayudar al menos con un poco para que esa cantidad crezca no voy a desaprovecharla. Recaudo algunas sábanas del armario que bien podrían ayudar en el hospital, cojo algunas medicinas del botiquín así como una que otra hierba medicinal que descansa en el ultimo cajón de la alacena. Aseguro las correas de la mochila una ultima vez dejando la aldea tan rápido como llegué.

Decido dar una ultima visita al distrito antes de abandonarlo para siempre, caminando por las calles viendo las casas de los vecinos exhalando los últimos vestigios del fuego por las chimeneas. Hay cuerpos en las calles y varios de ellos aun llevan pegados los nidos de rastrevispulas que han soltado junto con las bombas expansivas para terminar de aniquilar lo que quedaba de mi hogar. Aprieto el paso a través de la plaza principal donde el rastro de los últimos sobrevivientes terminaron de lavarse con la espesa lluvia que cayó ayer; intento no prestar demasiada atención a la dirección en la que voy, pero los recuerdos son tan abrumadores que explotan en mi mente enviándome imágenes de lo que solían ser las calles de uno de los distritos más bellos del país.

Es una escena devastadora por donde quiere que lo mires y poco tardo para soltar las lágrimas provocadas por el hedor de los cuerpos que no han sido movidos. Entierro las uñas en mis palmas aferrándome al pequeño lapsus de cordura que todavía me queda

—Mi nombre es Gaia Odair. Mi hogar es el distrito cuatro—murmuro, caminando a través de la alfombra producida por las cenizas de los cadáveres—Estuve en los Juegos del Hambre dos veces. Me secuestraron. El capitolio me torturó. Snow me odia. Durante mucho tiempo creyeron que estaba muerta. Quizá lo estoy y no me he dado cuenta de ello. Sería mejor si lo estuviera...

—Gaia, ¿debería bajar? —la voz de Annie se escucha a través de mi intercomunicador genuinamente preocupada. Ella y Maggs esperan por mí en el aerodeslizador sobrevolando el distrito vigilando mis movimientos. Me han dejado bajar sola y ver por mi propia cuenta lo que el capitolio le ha hecho al distrito dándome oportunidad de aclarar lo ultimo que queda de mis recuerdos distorsionados.

Cuatros meses me son necesarios para sentirme enteramente capaz de abandonar las esposas y comenzar a hacer una vida más o menos normal en el distrito trece. No es demasiado, pero eso representa un gran avance dentro del secuestro de recuerdos del que he sido parte junto con Peeta. Después de mucho tiempo somos capaces de comportarnos como personas normales aun si hay momentos en donde nuestras mentes se bloquean dejándonos en una especie de limbo.

Las terapias con Tyron me ayudan a superar los bloqueos de la misma forma en que han ayudado a Annie para intentar dejar atrás sus traumas del pasado. Nos apoyamos en el proceso e incluso hemos tenido sesiones compartidas descubriendo que el hablar de nuestros juegos con Tyron nos ayuda a superarlos de a poco.

Peeta sigue siendo un gran apoyo para mi como sé que yo lo soy para él. Por las tardes, después de que ambos terminamos con nuestras actividades del día, la presidenta Coin nos permite dar una caminata por el límite del distrito donde el aire fresco me hace arder los pulmones. Al principio resultó ser algo incómodo para ambos estando acostumbrados ya a la escases de oxígeno en las profundidades del trece, sin embargo la libertad de la naturaleza nos ayuda a aclarar nuestros recuerdos al punto de descubrir cosas que nos asustan.

Otro par de meses más nos toma para entender nuestras acciones en el vasallaje y antes de él, la alianza que los mentores hicimos con Haymitch y Plutarch para la revolución, la protección que debíamos ofrecerle a Katniss y Peeta en la arena y por ultimo recuerdo el accidente con el campo de fuerza, mi hijo retorciéndose en mis entrañas ante la sensación del peligro y su pérdida a manos de Snow; la inyección con veneno de rastrevispula, las imágenes de Finnick en mi cabeza convertido en muto... lo recuerdo, lo recuerdo todo.

La realidad me escuece, porque, de hecho, lo está haciendo y es ridículo.

El día en que mi mente se aclara, la magnitud de la realidad me hace caer en un pozo de tristeza donde Finnick intenta jalarme hacia la orilla. Lo hablo con él, informándole lo desbloqueado por mi mente ganándome una sonrisa lastimera de su parte; Finnick busca calmarme, decirme lo aliviado que se encuentra por verme al fin liberada de las ataduras de mi propia mente, sin embargo nada resulta siendo la culpa de haber tratado a Finnick como un desconocido lo que no me deja dormir por las noches.

Peeta también se libera, pero al igual que yo la culpa le detiene de disfrutar esa libertad. Nos deshacemos de un oponente para hacernos de otro que nos golpea con guante de acero en la cara. Katniss y Finnick se esmeran en aislar esos pensamientos, algo que nos toma un tiempo más hasta que las sensaciones de culpabilidad merman lo suficiente para permitirnos llevar una vida más o menos estable.

La responsabilidad de mi pérdida, tan ilógico como puede sonar, ya no recae sobre Finnick ni sobre Snow, lo hace sobre mí porque los fantasmas en mi cabeza saben, ellos en verdad creen, que pude haber actuado diferente.

—No—Le respondo a Annie en un hilo de voz. Recorro la calle hasta detenerme en el atrio de la ciudad donde el rastro de muerte no ha tocado la piedra todavía—Estoy bien, ¿ha llegado la señal de Peeta?

—Haymitch la envió hace un par de minutos—Me informa Maggs con voz cansada—Ambos están ya de camino al trece y nosotras ya deberíamos hacer lo mismo

—Sólo unos minutos más—les pido, captando una imagen más amplia de la devastación de mi distrito desde lo alto del atrio—Por favor

—De acuerdo—me permite Maggs por que ella, tan remoto como eso puede resultar, se ha convertido en comandante en jefe de su división y yo ahora debo acatar sus órdenes—Tómate tu tiempo

No necesito tiempo, de hecho ya no necesito nada para comprender la magnitud del movimiento rebelde. La población del cuatro ha diezmado y la revolución ya no es a costa de las vidas reclamadas por los Juegos del Hambre sino por el exterminio de la mayoría de los distritos. Peeta ha sido enviado al doce porque como yo, necesita ver el tamaño de destrucción en su hogar, él como yo necesita entender el olor de la muerte, el sonido de los gritos de las víctimas, el ardor de las llamas que lo redujeron todo a cenizas....

Lo entiendo y ahora obligo a mi mente a captar la imagen de devastación del distrito cuatro, ahí, parada en el atrio como uno de los cuatro sobrevivientes de lo que un día fue un lugar maravilloso.




Mis brazos se aferran al cuello de Peeta al llegar al hangar. Siento un picor en los ojos a causa de las lágrimas que me niego determinantemente a derramar. Ya no quiero llorar. Eso no va a arreglar nada de lo sucedido, antes debo aferrarme a la idea de la revolución e intentar buscar algo para ayudar con el propósito.

Los ojos azules de Peeta reflejan el horror vivido en el doce así que me abstengo de hacer preguntas que le generen un bloqueo de recuerdos. Le acaricio las mejillas húmedas asegurándole estar bien y que por suerte he logrado recolectar algunas cosas útiles de casa. Tal parece él ha hecho lo mismo pues su mochila está repleta de medicinas, artículos de higiene y una que otra chuchería. Dejamos ambas maletas en la entrada, viendo a uno de los chicos del trece llevarlas consigo

—Encontré dulces en casa—me informa con una mueca—O al menos en lo que quedaba de ella

—Genial, hace mucho que no pruebo uno de estos—digo tomando el dulce de regaliz que me ofrece sacado de su bolsillo. Le doy un mordisco haciendo una mueca por la acidez. Peeta suelta una carcajada mientras nos enfilamos hacia el campo de entrenamiento

Hace un par de semanas Peeta fue aceptado en la división de Katniss para avanzar hacia el Capitolio. Le he reñido ni bien me contó sobre ello sabiendo el peligro que correría estando en el campo de batalla peleando para no tener una crisis a mitad de la ciudad. Peeta me dice estar tranquilo porque en los entrenamientos del escuadrón le han enseñado a estar en equilibrio con su mente y los riesgos a los que pudiera estar expuesto, aun así no me convence del todo el que quiera formar parte de un grupo tan importante como lo es el equipo del sinsajo.

No puedo hacer mucho para lidiar con la angustia que me causa, pues Finnick se ha enlistado en el mismo escuadrón.

La convivencia recomendada por Tyron hace lo suyo, ayudándome a recuperar mis recuerdos pero también despertando mi interés hacia Finnick en el camino. Las mejillas se me calientan al darme cuenta de las reacciones de mi cuerpo al estar tan cerca de Finnick por las noches disfrutando de nuestro tiempo juntos. Él inventa un juego de preguntas donde navegamos en mis recuerdos, yo pregunto si son reales y él me responde lo más apegado a la realidad posible. La noche se nos va entre risitas tontas, anécdotas que ambos atesoramos y miradas significativas que me calientan el corazón.

Aun si nuestra relación ha mejorado bastante, la ultima barrera por derribar sigue entre nosotros no permitiéndole a Finnick hacer otro movimiento que no sea tomarme de las manos cuando nos dirigimos hacia el comedor. Peeta y Katniss se encuentran en las mismas circunstancias sin mencionar que su relación avanza a pasos más lentos y certeros.

No le culpo a Peeta por querer ayudarle, entendiendo sus motivos aunque sin entender por completo los de Finnick.

Al llegar al campo de entrenamiento los miembros del escuadrón están en su última sesión de ejercicios con el pecho pegado al suelo intentando librarse de una soga sujetando sus muñecas. Finnick levanta la vista haciendo contacto conmigo, entonces se levanta tan rápido como puede, desata sus manos y coge el tridente que descansa a su lado, corriendo hacia mi para cogerme de las manos.

—Hey, ¿cómo estuvo el paseo?

—Acogedor—respondo haciendo notorio lo difícil que ha sido para mi el ver al cuatro reducido a cenizas. Peeta se aleja para darnos algo de privacidad reuniéndose con Boggs en el lado opuesto del campo

—Lo lamento, debí suponer que esto sería difícil para ti.

—Está bien, sólo tuve una crisis en todo el camino. Ese es un gran avance, ¿cierto?

—Cierto—él sonríe besándome la mejilla en un acto involuntario. Mis mejillas enrojecen por el contacto. Finnick parece entender lo que ha hecho sin parecer arrepentido en lo absoluto—Lo lamento

—Finnick...

—Ha sido un impulso, perdóname

—No... no importa—susurro con las mejillas más rojas que un carbón encendido. Me molesta la sonrisita altanera en los labios de Finnick disfrutando de mi bochorno—Yo... iré con Johanna, le ayudaré con los niños

—Te acompaño. El entrenamiento acabó y necesito ver a Beetee en el nivel doce

—¿Para qué?

—Mencionó tener algo para mí—dice como si nada mientras avanzamos hacia el ascensor

La enorme caja metálica se cierra dejándonos en un silencio incómodo. Finnick está a mi lado sin decir nada e incluso le veo fruncir el ceño eliminando cualquier rastro de arrogancia de hace unos minutos. Le veo de reojo pensando que le conozco bien para darme cuenta de que algo le preocupa. El pensamiento me hace dar un brinco, ¿de verdad le conozco tanto como antes?

—¿Todo bien? —le pregunto llamando su atención. Finnick me mira y tras darme una sonrisita asiente

—Ajá

Ajá no es una respuesta

—Dios, olvidé que a ti no puedo ocultarte nada

—¿Por qué querrías ocultarme algo?

—Porque sé que vas a enloquecer—menciona, haciéndome fruncir el ceño. Me giro hacia él obligándole a hacer lo mismo

—Ya estoy lo suficientemente loca por el veneno de las rastrevispulas, gracias

—No quise decir eso

—Ajá

—No contestes con un ajá a mi ajá. ¿Ajá?

—Finnick, basta

—Ya, bueno—dice, pasando una mano por el rostro. El elevador sigue bajando, haciendo paradas en cada nivel cerrando las puertas una y otra vez—Te lo diré

—Bien

—Coin quiere que volemos al Capitolio mañana a primera hora

—¿Qué?

—Katniss aceptó y dado a que estoy en su escuadrón...

—Finnick...

—Lo sé—suspira recargando su tridente en una esquina para tomarme las manos—Lo sé, es muy arriesgado pero tengo que hacerlo

—No, no tienes qué—le reclamo soltando sus manos—Has entrenado por muy poco tiempo, no estás preparado

—Lo estoy. Realmente las reuniones con Boggs solo fueron coartadas para dejarte más tranquila—me dice chasqueando la lengua—No necesito entrenarme como soldado cuando ya he ganado los juegos, sé lo suficiente para sobrevivir allá afuera

—¿Me engañaste? —pregunto, asqueada de su cinismo. Finnick sabe lo que significan para mí las mentiras después de todo lo que he vivido con el fin de recordar una realidad distorsionada por hechos falsos clavados en mi mente. Finnick intenta acercarse pero yo se lo impido— ¡Me mentiste!

—Tuve que hacerlo

—¡Y apuesto a que Peeta también lo ha hecho!

—Un poco. No hay mucho tiempo para aprender a ser un soldado en medio de una guerra

—¡Santo cielo! —Me llevo ambas manos a la cabeza sintiendo como el bloqueo de recuerdos comienza a hacerse más nítido de a poco. Finnick se da cuenta de eso; se me acerca, aplica fuerza en mis manos esperando que el ataque pase y me susurra lo mismo que he hecho yo esta mañana. Tú nombre es Gaia Odair. Tú hogar es el distrito cuatro, conmigo. Estuviste en los Juegos del Hambre dos veces. Te secuestraron. El capitolio te torturó. Snow nos odia. Durante mucho tiempo creímos que estabas muerta. Te rescatamos y ahora estás a salvo en el distrito trece...— ¡Suéltame! Me... me mintieron... lo hicieron

—Era la única manera—susurra queriéndome hacer entrar en razón. Yo niego, creyendo que es la idea más estúpida que se les ha ocurrido—Katniss estará allá afuera arriesgándose el pellejo en las calles del capitolio perdiendo a más y más hombres conforme se acerca a la mansión de Snow, no podemos abandonarla

—Hay otros soldados perfectamente listos para ayudarla

—Si, pero ninguno de ellos es Peeta—me dice. Lo observo conteniendo las lágrimas entendiendo que esto es un acto del propio Peeta buscando ir hacia Katniss—Lo he hablado con él y ambos estamos de acuerdo en hacerlo

—Entonces yo iré con ustedes

—No tienes entrenamiento militar

—Ustedes tampoco. Aprenderé sobre la marcha

—No lo harás

—Iré con ustedes, ayudaré en lo que pueda

—No te dejaré hacerlo

—¡Tú no tienes derecho a retenerme!

—Lo tengo—me informa, tomando mis muñecas con una fuerza que me lastima. Su mirada se torna oscura haciéndome entender que está profundamente molesto—Sigo estando a tu cargo y sigo siendo tu esposo. Puedo atarte a la maldita cama para retenerte si quiero, pero no deseo lastimarte, así que lo único que te estoy pidiendo es que te quedes aquí

—Finnick...

—¡Escúchame! —ruge en mi cara, encolerizado. Aprisiona mis manos por encima de mi cabeza aporreándome contra la pared dejándome sin aliento. La temperatura de mi cuerpo aumenta al sentir su cuerpo tan pegado al mío—En la arena yo juré protegerte, cuidar de ti y de nuestro hijo y fallé—dice entre dientes con el rostro completamente rojo de furia—fallé cuando te sacaron de la arena, cuando te llevaron al capitolio y después fallé de la peor manera al ver lo mucho que te habían torturado. Falté a mi promesa incontables veces y eso fue lo que nos trajo hasta aquí. No estoy dispuesto a cometer los mismos errores, Gaia, no lo haré y tendrán que pasar sobre mi cadáver si intentan lastimarte de nuevo. Voy a vengarme, voy a vengar tu sangre y la vida de nuestro hijo. Déjame hacerlo. Gaia, déjame hacer esto solo

—No tienes que enfrentarte a esto por tu cuenta

—Tú ya haz hecho demasiado—me susurra cerca de los labios. El ascensor sigue bajando, haciéndome perder un poco del aire recuperado en la superficie. Finnick aprisiona mis mejillas entre sus manos mirándome fijamente—Pasando por el dolor tu sola... luchando contra tu propia mente durante tanto tiempo... ahora me toca a mi

—No puedo perderte—Mis lágrimas se asoman deslizándose por mis mejillas—Ni a ti, ni a Peeta, yo...

Los labios de Finnick sobre los míos me impiden seguir con el discurso tan patético que estoy dando. Me sobresalto por la sensación de sus manos en mis caderas siendo ese nuestro primer contacto más intimo desde hace más de siete meses. Pongo mis manos contra su pecho queriendo separarlo a pesar de que él se aferra más a mi cuerpo. Luego se separa, consciente de lo ocurrido

—Lo lamento—me susurra. Luego pega su frente a la mía—Antes de irme tenía que hacerlo aunque fuera una última vez

El ascensor se abre y Finnick no pierde tiempo en tomar su tridente e irse por el pasillo. Las puertas vuelven a cerrarse antes de poder seguir su camino; me apoyo contra la reja intentando jalar el aire robado por la profundidad, pensando en la posibilidad de no volver a ver al hombre que acaba de irse.




Los frascos de benzodiacepinas siguen en la repisa donde Finnick las ha dejado alimentado por la confianza desmesurada que me tiene. Honestamente la peor decisión que ha tomado.

La veo desde la cama donde trato de dormir al menos un par de horas antes del amanecer. Finnick no ha aparecido en lo que va de la noche haciéndome creer que sigue molesto por nuestra discusión en el ascensor. Durante los últimos meses hemos sido compañeros de cuarto y aunque no compartimos la cama en ningún momento, su presencia es un factor para ayudarme a conciliar el sueño, cosa que ahora no puedo hacer.

Me aferro a la cordura tanto como puedo con las benzodiacepinas en el estante llamándome a gritos; sé que si me levanto y cojo una sola pastilla podré dormir como un bebé, sin embargo no soy capaz de traicionar la confianza de Finnick ni mi propio autocontrol.

Al final me levanto decidiendo que esta noche definitivamente no voy a dormir, al menos no si Finnick no me acompaña. De esa manera me enfilo hacia la puerta caminando al ascensor en búsqueda de mi escurridizo esposo. Bajo nivel tras nivel hasta dar con el lugar de trabajo de Beetee donde aún permanece mejorando la ballesta de Gale.

—Beetee—le llamo. Él gira su silla de ruedas hacia mí recibiéndome con una sonrisa cansada—¿Has visto a Finnick?

—Está en aquella sala probándose el traje que acabo de hacerle—informa apuntando hacia una habitación entreabierta. Beetee me sonríe ofreciéndome su mano para darme un apretón caluroso—¿No deberías estar descansando? Escuché que hoy los niños de la estancia les dieron mucha guerra a ti y a Johanna

—Es difícil cuidar a tantos niños a la vez, más cuando el encierro les hace comportarse más rebeldes de lo normal. Al final del día es reconfortante estar con ellos incluso para Johanna

—Ellos la adoran

—Por muy extraño que parezca—Nos reímos ante la visión de Johanna rodeada de niños siendo abrazada y jaloneada para unírseles en el juego de las sillas musicales. Johanna tiene una pinta de gruñona, pero nadie duda de su buen corazón—Así que... ¿un traje nuevo?

—Y un tridente también—me dice mostrándome un tridente que abre y cierra sus puntas. Tiene un alcancé más grande y por lo tanto más mortífero—Un mejor núcleo, puntas flexibles y hecho de un material más ligero. El color sólo fue para darle estilo, ya sabes, porque tu esposo es el hombre más vanidoso sobre la tierra

—Lo amará

—Eso espero. Toma—dice, poniéndome el tridente sobre las manos—Entrégaselo. Yo debo ir al nivel tres a darle un reporte a Coin para la transmisión de mañana. Necesitaremos distraer a Snow para que puedan entrar a la ciudad

Beetee rueda su silla hasta el ascensor dejándome sola en medio del salón con un arma letal entre los dedos. El sudor me baja por la frente al temer perder la cabeza en un momento como este. No sé si el calor que siento se debe al miedo producido por la guerra o porque aún tengo las cenizas de mi propio distrito en los zapatos. Hay ruido en la sala donde Finnick está probándose el traje. Me lleno de valor para caminar hasta ahí y tocar la puerta.

Finnick me mira desde su lugar, girando la cabeza al estar observándose en el espejo pegado a la pared. La luz tenue le enfoca lo suficiente para dejarme ver lo bien que le queda el uniforme negro de soldado hecho por las manos mágicas de Beetee. Él es el hombre más inteligente de este distrito y sé que ese traje es un regalo para ambos, asegurando la protección de Finnick dentro de lo posible para que pueda volver conmigo sano y salvo.

Se me acerca, contrariado por mi presencia. Le extiendo el tridente sin querer tenerlo conmigo un segundo más.

—Beetee me pidió entregártelo Dice que eres un hombre muy soberbio

—Él dijo eso, huh

—Si— digo sin saber hacia donde moverme. Sus dedos se aferran al tridente con cuidado, como siempre lo ha hecho—pero le caes bien, lo suficiente para hacerte un traje y salvarte la vida

—¿Qué haces aquí? —Finnick se da la vuelta acercándose otra vez al espejo. Yo le sigo de cerca pegándome al escritorio a su lado—Deberías estar durmiendo

—No podía hacerlo

—¿Porqué?

—No estabas ahí

—No sabía que querías que estuviera—Frunce el ceño, mirándome con atención. Sé que mis acciones lo confunden. Primero le quiero lejos y luego le quiero cerca. Es confuso para cualquiera, realmente—Debiste habérmelo dicho. No me habría quedado con Beetee hasta tarde

—Está bien. No... no tenías manera de saberlo

Hay un tubo pequeño sobre el escritorio al lado de un par de armas de alto calibre sobre una funda que, supongo, debería ir sobre las caderas de Finnick. Tomo el frasco mirando un par de diminutas esferas negras en el interior

—¿Qué es esto?

—Son jaulas de noche—me dice, retirándolas de mi alcance. Mis ojos se humedecen ante el significado de eso

—Veneno—mi voz se quiebra—¿Por qué necesitas llevar veneno contigo?

—Es en caso de ser capturado. El veneno actuaría en segundos e incluso podría volar todo en un radio de cinco metros al ser impactadas con una presión mínima. Fueron modificadas para destruir la evidencia de los rebeldes

—Eso no me deja más tranquila

—¿Porqué te preocupa tanto? —me pregunta bajando el tono de su voz. Sus manos encierran mi rostro obligándome a sostenerle la mirada—Gaia...

—Duerme conmigo esta noche—pido. Los ojos de Finnick se agrandan por la sorpresa que le causan mis palabras.

—¿Qué?

—Duerme conmigo

—No sé si sea lo mejor

—Por favor—pido una vez más. Su rostro se ablanda y dejando el tridente sobre el escritorio de Beetee toma mi mano encaminándonos fuera del nivel hacia el ascensor que nos lleva hasta el pasillo de habitaciones. Entramos a la nuestra en silencio siendo alumbrados únicamente por la luz que se cuela del pasillo por la rendija de la puerta. Le ayudo a quitarle el uniforme dejándolo en el suelo, con Finnick quedándose sólo en calzoncillos. Un miedo terrible me perfora el pecho provocando que mis brazos cobren vida y se prendan al cuello de Finnick tan fuerte que temo lastimarlo. Él me abraza de la misma forma por la cintura

—Voy a estar bien—me promete—Y Peeta también. No te preocupes por nosotros

—Jaulas de noche, Finnick—es entonces cuando me rompo, mojándole el hombro con mis lágrimas—Vas a llevar contigo jaulas de noche

—Lo sé. Lo siento, mi amor

Caminamos torpemente hacia la cama sin dejar de abrazarnos. Luego de tanto tiempo en la oscuridad me niego a abandonar los brazos de Finnick disfrutando por primera vez de su calor después de haberle rechazado tantas veces. Él lo entiende, me arrulla tanto como puede y me deja sobre el colchón cubriéndonos con las sábanas.

Este es un gran paso para mí. Para nosotros.

Finnick no está por completo seguro de si tocarme o no. Sus inseguridades se van hasta que le pido abrazarme, colocando su barbilla por encima de mi cabeza. Él suspira, besándome la coronilla.

—No sabes cuando esperé para esto, Gaia. Me has dado un magnifico regalo

—Cuando vuelvas... todo será diferente—aseguro—Yo seré diferente

Finnick tarda en responder y eso no me gusta para nada

—Lo sé

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