[Mini Fic]❀14
"Encuentros no tan gratos"
Hay un dolor que se esparce por todo mi cuerpo obligándome a despertar.
Mis párpados se sienten pesados y si no fuera porque los he empezado a abrir de a poco comenzaría a creer que están pegados a mi rostro con cinta. Hay una lámpara enorme en el techo con su luz cegadora apuntando directamente a mi cuerpo enfundado en un fino camisón blanco del que cuelgan decenas de cables extraños. Voces agrietadas se escuchan del otro lado, pero me siento demasiado abrumada como para entender de lo que están hablando.
Mirando hacia abajo me doy cuenta de que mis brazos se encuentran cubiertos con gasas que van desde mis omoplatos hasta mis muñecas; mis piernas, cada vez más engarrotadas, tienen algunos puntos de sutura que arden cada vez que intento moverme sobre la camilla acolchada en la que intento no perder la poca calma que me queda. La puerta de la habitación está abierta lo que me enciende una alarma en la cabeza al mirar hacia todas partes sin notar la presencia de Peeta.
No es hasta que decido levantarme que me doy cuenta del respirador al que estoy conectada. Me pongo de pie con un quejido, siendo el respirador lo último que desconecto para salir al corredor de donde provienen las voces.
Me detengo en el umbral apoyando mis manos en la puerta luego de sentir una gran falta de aire en mis pulmones. Los ojos me escosen tanto, que la idea de volver a la camilla parece tentadora, sin embargo no lo hago si no que cojo una bolsa de plástico olvidada en uno de los muebles, la coloco cerca de mi boca y nariz ayudándome a respirar a cada paso que doy.
Todo es muy diferente en este lugar porque incluso a través del plástico alcanzo a oler la humedad que se desprende de las paredes que, a diferencia de las de mi habitación, se encuentran totalmente grises con pequeñas manchas de la filtración del agua. Me apoyo contra ellas mientras camino, susurrando el nombre de Peeta entre mis dientes.
De pronto parece que la bolsa ya no es lo suficientemente apta para ayudarme a respirar porque luego de bajar un par de escalones un nivel hacia adentro, parece que el aire se vuelve más denso contrayendo mis pulmones haciéndolos arden. Me aferro al plástico de cualquier manera, siendo eso lo único que me ayuda a continuar en el camino.
Las voces se escuchan más cercanas desde mi posición actual, de hecho, alcanzo a ver como un par de personas corren de un lado a otro portando los uniformes más desgarbados que he visto en mi vida. Me detengo, pensando que, de seguir en el capitolio, esos debían ser los ayudantes de Snow buscándonos a Peeta y a mí para matarnos de una buena vez por todas.
Quiero esconderme, pero entre mis movimientos tan torpes hago sonar una canasta de aluminio que se encuentra en el suelo alertando a los dos hombres en el pasillo. Ambos me miran y es en ese momento en que logro distinguir el rostro demacrado de Plutarch Heavensbee y la mirada decaída de Haymitch. Mi corazón se vuelve loco dentro de mi pecho así que en medio del dolor que causan mis pies heridos corro hacia él de la misma forma en la que él lo hace hacía a mí.
—¡Haymitch!
Le embisto con un abrazo que me quita el poco aliento que me queda. Haymitch me aprisiona con sus brazos y yo me permito mojar su hombro con las lágrimas que he estado conteniendo desde que he estado siendo prisionera junto a Peeta. Haymitch junta nuestras frentes diciéndome lo feliz que está de verme, yo le pregunto por Peeta y él me asegura que le están atendiendo en la misma ala que yo y que pronto podrá reponerse. Luego, cuando Haymitch devuelve mis pies al piso flaqueo, teniendo que sostenerme de los brazos de Haymitch junto al pecho de Plutarch que se ha acercado a ayudar.
—Tienes que volver a la habitación, Gaia—Me dice Plutarch notando mi arritmia por la falta de aire. Yo niego, susurrando el nombre de Peeta una y otra vez—Has estado con las defensas bajas desde hace meses y la profundidad del distrito trece no te está ayudando
—¿Distrito... trece? —murmullo, sin creer que las palabras del vigilante sean ciertas. Haymitch asiente, ayudándome a permanecer en pie
—Si, lo hablamos antes, ¿recuerdas?
Pero la verdad es que no recuerdo nada.
Las imágenes en mi cabeza están tan revueltas que no alcanzo a distinguir lo que es verdad de lo que no. Puedo recordar a Haymitch, la manera en que me apoyó en mis juegos y la presencia de Plutarch en un momento antes de que fuese llevada al capitolio. Todo se encuentra terriblemente embrollado al punto de no dejarme oportunidad de saber si las palabras de estos dos hombres tienen algún sentido o no.
—¡Gaia!
Alguien grita mi nombre desde el otro lado del pasillo, giro el rostro para saber de quien se trata cuando los recuerdos comienzan a brotar de uno por uno de una forma tan horrible que me provoca querer gritar. Lo miro atentamente luego de que su rostro comenzara a deformarse en el muto más horroroso que he visto en la vida; sus ojos saltan fuera de sus cuencas, las uñas de las manos extendidas le crecen hasta el piso y su sonrisa áspera se vuelve incluso más grande que las fauces de un león. El muto se acerca a mi con intención de lastimarme así que decido lanzarme hacia él antes de que siquiera intente tocarme.
Lo derribo de un solo golpe subiéndome a él para arañarle la cara una vez tras otra. Haymitch me pide que me detenga, pero hago oídos sordos a su petición sin sentido. Lo único que quiero ahora es hundir mis uñas en la garganta del muto, desgarrar su piel hasta que la sangre me brote de las manos y vengar lo que le ha hecho a mi pequeño hijo aun estando en mi vientre. Los ojos del muto se abren amplios por mi agarre, hasta que los brazos de Haymitch me apartan y me lanza contra Plutarch quien me detiene por la cintura mientras grito hasta no poder más
—¡Tengo que matarlo! ¡Suéltame, suéltame!
—Tranquila, Gaia—me dice al oído—Sólo es Finnick
—¡Él lo hizo! —le grito, notando la figura de Haymitch ayudándole a ponerse de pie. El muto me observa con intenciones de acercarse a mi—¡Él lo mató! ¡Ese muto mató a mi hijo! ¡Lo mató! Y ahora yo... yo tengo que hacerle lo mismo...
—Gaia...
La voz del vigilante se escucha lejana luego de dejar que mis piernas se doblaran y él me atajara con su cuerpo para no golpear el piso. Mi arritmia se intensifica por la falta de aire silenciando todos mis sentidos. Al final sólo alcanzo a oír la voz distorsionada del muto llamando mi nombre antes de desmayarme.
Cuando despierto me veo incapaz de moverme, poco tardo en descubrir que me han atado los pies a la cama al igual que mis brazos y mi torso. El respirador cubre mi nariz ayudándome a recuperar el aire que he perdido en mi encuentro con Haymitch y ese muto asqueroso que me ha hecho tener las más horrorosas pesadillas.
A mi lado se encuentra Haymitch sentado en una silla de madera cerca del ventilador leyendo una revista que cierra al darse cuenta de que he despertado. Me sonríe a medias, acariciando mi frente sudorosa.
—¿Cómo te sientes, preciosa? —Sacudo la cabeza sin darle la respuesta que él espera. Hace una mueca mientras aleja los cabellos que me caen por la cara—Está bien, no hables. Supongo que Plutarch tenía razón sobre la profundidad del distrito, hay muy poco aire aquí abajo y el hecho de que seamos demasiadas personas en este lugar no ayuda en nada. Tendrás que acostumbrarte en tanto estemos aquí
Quiero liberarme de la máscara sobre mis labios a pesar de que me falte el aire de nuevo, sin embargo, Haymitch no me lo permite sino que conecta un par de pequeños tubos a la máquina para después acercar los extremos más pequeños a mi rostro, quita la máscara y en un rápido movimiento incrusta los pequeños tubos en mi nariz. Tomo un respiro hondo agradeciéndole su ayuda.
—¿Mejor?
—Si, gracias
—Fue un milagro que aun después de tanto tiempo les encontráramos con vida—me dice—Aunque no es como si les hubiésemos hallado en las mejores condiciones. Tuviste un paro cardiorrespiratorio cuando venías hacia acá, por suerte los médicos del trece pudieron controlarte
—Eso explica el porque me duele siquiera el respirar
—Eso y porque el oxígeno está racionado. Tranquila, los doctores son optimistas, dicen que estarás mas o menos bien en un mes o dos
—¿Y Peeta? ¿Cómo está él?
—Bien, intentando recuperarse
—Quiero verle
—Por ahora no podrás hacerlo—menciona rascándose la barbilla. Le miro, esperando a que me explique porque no puedo hacerlo—Está en confinamiento al igual que tú
—¿Confinamiento?
—Así es. No podrán salir del ala médica hasta que el psiquiatra les diga que pueden hacerlo—Se acerca aún más a mí, bajando el tono de su voz—Intentaste asesinar a Finnick, Gaia
—Y lo hubiera logrado de no ser por ti
—Cariño, sabes que les han inyectado veneno de rastrevispula a ti y a Peeta en el Capitolio, ¿verdad? Nada de lo que su mente les diga es real. Están dañados
—No es verdad, no es así—Intento levantarme, pero me es imposible gracias a las fuertes correas de cuero que me aprisionan a la cama. Lágrimas de rabia se escapan de mis ojos mismas que Haymitch limpia con su pulgar—Finnick... él... fue quien asesinó a mi bebé, Haymitch. Lo hizo
—No, no fue así
—Sí, si lo fue. Tienes que creerme Haymitch por favor, yo lo vi
—Gaia...
—Él estaba ahí, lo vi. Todas las malditas noches podía reconocer su rostro deformado, diciéndome que era el culpable de lo que había pasado, que su plan siempre fue quitarme a mi hijo. Finnick lo hizo, Haymitch, por favor...
—Ya, ya, linda—arrulla, poniendo una de sus frías manos sobre mi corazón dañado. Me calma, aunque evita decir si es que me cree o no—Vamos a ayudarte a superar esto, te lo prometo
—No quiero superarlo, quiero matarlo, quiero deshacerme de Finnick Odair, Haymitch, te lo suplico
Él no dice nada, pero puedo ver en sus ojos que nada hará para complacerme. Una mujer con uniforme blanco entra por la puerta saludando a Haymitch con una sonrisa a medias.
—Señora Everdeen, ¿cómo está Katniss?
—Mejorando. Su cuello está muy lastimado y no puede hablar. Peeta...—Mis ojos se posan en ella al escucharle decir ese nombre. Haymitch se pone un par de dedos en los labios pidiéndole silencio—Vine porque el señor Heavensbee me pidió que monitoreara a la paciente
—Ella está mucho mejor, gracias por preocuparse
—Quiero ver a Peeta—digo una vez más. Haymitch me mira—Por favor, quiero estar con él
—Gaia...
—No, tú no lo entiendes Haymitch, quiero estar con Peeta, necesito estar con él
Él se lo piensa un poco antes de echarle un vistazo a la mujer que se encoje de hombros luego me observa de nuevo soltando un suspiro.
—Supongo que podemos mover tu cama hacia allá
—Gracias
Ambos desconectan cada aparato con intención de mover la camilla hacia la puerta viéndome obligada a jalar aire la pequeña distancia de mi habitación a la de Peeta que, según Haymitch, se encuentra a sólo dos pasos de distancia. Ellos empujan lentamente hasta el umbral donde con un pequeño esfuerzo logro ver a Peeta en su cómoda, igualmente esposado a ella de manos y pies. Haymitch me acerca, dejándome a su lado.
Peeta parece estar sumido en un sueño profundo que me parte el corazón. Le pido a Haymitch que me acerque más y quite las sogas de mis brazos. Él duda en hacerlo hasta que la señora Everdeen le dice que lo haga, liberando por fin una parte de mi cuerpo.
Mis brazos están adoloridos, pero eso no me detiene de estirar uno de ellos hasta tocar las manos frías de Peeta a sus costados. Una lágrima me baja por el puente de la nariz mientras se me escapa un sollozo desde el fondo de mi garganta
—Estoy aquí—Susurro, pero él no me contesta
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