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[Mini Fic] ♝1

"La ambición de una familia"


Aclaración: En esta historia Katniss y Peeta ganaron un año antes  ;)


Las manos de Sigrid se retorcieron sobre su regazo mientras escuchaba el alboroto de su familia en la planta baja.

Era el último día de los juegos donde solo dos tributos luchaban a muerte por el poder y la gloria de resultar vencedores en los septuagésimos cuartos juegos del hambre.

El distrito dos siempre figuró entre los favoritos del capitolio, razón suficiente para que sus tributos recibieran todo tipo de ayuda en la arena llevándolos a la recta final casi todos los años. Para el resto de los distritos era diferente, porque ellos debían asegurar la supervivencia de sus tributos enviándoles comida, medicamentos o ropa aún si los pocos patrocinadores animados a apoyarlos les daban algo de dinero.

Normalmente los profesionales eran los favoritos en las contiendas, sin embargo ese año resultó diferente gracias a la pericia del muchacho del distrito once, quién logró sobrevivir a las tres terribles semanas desde el inicio de los juegos.

Tresh parecía un tipo bastante letal, Sigrid creyó que ningún otro año había sido como ese, tan feroz y despiadado que solo los más frívolos podían ver la televisión por más de tres segundos. Casi la mayoría de los tributos cayeron a manos del imponente muchacho agricultor, a excepción de Cato quien, deteniéndose las entrañas con la mano, intentaba dar caza a su último adversario.

Eso fue lo único que Sigrid necesito ver para alejarse de la estancia y subir las escaleras hacia su habitación entre el mar de quejas por parte de su familia. Los Langobardi nunca fueron muy cercanos entre sus propios miembros y los juegos del hambre provocaron que la división entre hermanos se hiciera más grande, todos ellos con la ambición de ganar y llenar de gloria a la ya afamada familia.

Sigird no entendía la pasión de sus hermanos por pertenecer a los vencedores del distrito y tampoco compartía el amor por ello, ni siquiera por ser hija de dos ganadores de los juegos ni nieta de los dos vigilantes en jefe más importantes en la historia de Panem. Para Sigrid era más importante ayudar a crecer a su aldea, continuar con sus obras altruistas en la escuela del valle y, de ser posible, hacer una vida con su prometido lejos de su familia de hienas hambrientas.

Justo en ese momento su madre debería estar maquinando una historia fantasiosa que contarle a Cato a su llegada, informándole del poco interés de Sigrid al verle en la arena a punto de ganar, sin embargo él ya estaba enterada de eso, pensó, porque incluso antes de partir Sigrid admitió una vez más la repulsión que le hacía sentir el ver morir a niños en cadena nacional.

—Pero tienes que verme ganar—le había pedido él en su habitación en el edificio de justicia justo después de haberse ofrecido como tributo. Sus manos estaban entrelazadas con el enorme anillo de diamantes brillando en el dedo de Sigrid. Ella no estaba muy contenta por la decisión que Cato había tomado, de hecho, el verle como tributo le enfermaba, pero era poco lo que podía hacer al respecto—¿Acaso no te emociona pensar en la nueva vida que tendremos cuando yo gane este torneo?

—Torneo—repitió ella, molesta—¿Qué clase de torneo mata a chicos inocentes por diversión?

Él rodó los ojos por pura obviedad

—Ya hablamos de esto

—No, creo recordar que tú lo hablaste sin dejarme opinar para finalmente tomar esta decisión. Cómo si nuestro futuro no dependiera de ello, ¿Qué demonios, Cato?

—No lo entiendes, se trata de honor

—De qué te sirve ganar honor si puedes perder la vida ahí dentro

—Eso no va a pasar—se carcajeó como si hubiese oído un chiste buenísimo. Abrazó a Sigrid sin dejarle quejarse más aún si ella todavía tenía algunas cosas pendientes a decirle. Besó su frente, sonriendo—No lo veas si no quieres, pero estaré esperando por ti en la estación cuando haya ganado

—Más te vale

En ese instante los vítores enardecidos de su familia le hicieron saber lo que ella ya intuía. Cato había ganado, consiguió la gloria que quería y sus vidas cambiarían para siempre. De una buena o mala manera.

Sigrid nunca dudó de él, no cuándo Cato le hizo jurar confiar en su valentía antes de poner un pie en el tren que lo llevaría a un destino tan incierto como sus propios pensamientos. Sigrid juró esperar por él, pero sobre todo confiar en que volvería y él, fiel a su palabra, lo había hecho.

Cato, según su madre, era lo mejor que pudo haberle pasado a Sigrid incluso después de haber cometido la peor injuria contra sus parientes. Hace un par de años atrás su nombre había salido de la urna, cumpliendo el sueño de cualquier chica del distrito en ser elegida para representar a su familia delante de todo el país, sin embargo lo único que Sigrid sintió fueron unas tremendas náuseas y el terror subiéndole hasta las orejas. Se quedó parada en su lugar ignorando la presencia de la vocera en turno ofreciéndole su mano para ayudarle a subir a la tarima, dando media vuelta y corriendo hacia los bosques donde, como nunca nadie tenía el deseo de entrar en ellos, los agentes de la paz no cuidaban, internándose en él hasta que las voces de las chicas gritando en la plaza queriendo tomar su lugar como tributo se apagaron.

Sigrid no pudo volver a casa hasta una semana después, cuando descubrió que su hermana melliza Agatha había sido la elegida para ir a los juegos. Sus padres se avergonzaron de Sigrid intentando excusar su comportamiento ante sus amistades sin lograrlo del todo; sus hermanos comenzaron a mirarle con mofa y sus amigos no quisieron más serlo.

Era de esperarse, nadie quería estar cerca de la peor desgracia del distrito dos.

Pero entonces, en la academia, apareció Cato, con su perfecto cabello dorado moviéndose con el viento y sus ojos azules brillando bajo el sol. El chico tuvo las pelotas de acercarse a Sigrid y, sin importarle el qué dirán de la gente, empezó a interesarse en ella

Poco a poco Sigrid recibió el respeto de los jóvenes de la academia, el de su familia y el de sus amigos porque Cato era la joya más preciada de la zona, el chico que sería el vencedor más valioso del valle y el guerrero más fuerte de todos. Sigrid no se quejaba, claro, porque él parecía estar feliz con la atención recibida, no obstante a ella le hubiese gustado ser reconocida por su propio mérito y no por el hombre con el que pretendía casarse.

Joder, que incluso sus padres parecían amar más a Cato que a ella misma. Muchas veces les vio revoloteando alrededor de él en las cenas a las que era invitado, echando la casa por la ventana al ver a Sigrid llegar acompañada de una voluminosa piedra en su dedo anular, agradecidos por tener en la familia a un verdadero guerrero.

—Tienes suerte—había dicho su madre en la cocina mientras Sigrid le ayudaba a cargar la ensalada hacia el comedor donde Cato acababa de pedirle su mano a su padre—ningún otro hombre querría estar contigo bajo estas circunstancias

Por supuesto que su madre se refería a lo cobarde que había sido al ser elegida, cosa que a Cato no le importaba en lo más mínimo pues Sigrid le explicó el nulo interés que los juegos le generaban. Él lo entendió, respetó su decisión y no volvió a tocar el tema, prometiéndole que, mientras él estuviera cerca, nadie volvería a hacerla sentir inferior.

Soltó un suspiro de alivio al escuchar a Caesar Flickerman decir el nombre de su prometido por los parlantes declarándolo el vencedor de los juegos. Sigrid apretó el anillo en su dedo sintiéndose mal por Tresh y por todo su distrito. Los nervios le bajaron al estómago imaginado a Cato mal herido y con las entrañas volcadas en el pasto. Evitó pensar en eso. Pronto estaría en el capitolio y lo dejarían como nuevo, sí, eso es lo que verdaderamente pasaría.

Giró sobre su cama al sentir la luz de la habitación encenderse de pronto mirando a Ares apoyarse en el marco de la puerta. Sigrid le sonrió permitiéndole pasar.

—Cierra la puerta y apaga las luces, por favor

—¿Estás en medio de una sesión espiritista o algo?

—Gracioso, pero no, solo intento... calmarme

—Fueron unos buenos juegos, ¿Verdad? —Sigrid encogió los hombros mirando sus manos enfocadas por la luz de la luna. Ares se sentó a su lado en la cama haciendo chirriar la madera por el peso de su uniforme blanco—Acabo de ver a mamá llorando de la emoción

—Espero que no inunde la casa

—Nah, antes se hunde ella en el champagne que ha estado bebiendo

Ambos rieron bajito para no ser descubiertos. Sigrid cogió la mano de Ares donde descansaba su casco

—¿Cómo ha ido el trabajo?

—Bien, cansado, como siempre

—¿Han arrestado a muchas personas?

—No, el uno es un distrito muy calmado, el verdadero problema es tener que aguantar estas botas de porquería—se quejó, quitándose el calzado con los mismos pies—No me pagan lo suficiente por esto

—Ya lo creo que no

Ares era su segundo hermano mayor después de Brendan y el tercero después de Cronos, estos últimos siendo también vencedores de los juegos. Ares no había tenido el problema de Sigrid de no aceptar ser tributo pues se zafó del asunto decidiendo ser un agente de la paz, algo que llevaba honor a su familia igual o más que ser un tributo. Sus padres alardearon de su decisión por meses hasta el hartazgo.

Pero Ares era el favorito de entre sus hermanos. Fue el único que no la juzgó por sentir miedo y quién la protegió cuando sus demás hermanos quisieron botarla de casa. Además, claro, de ser el más inteligente de toda la familia.

Se acercó a Sigrid encerrándola en sus brazos tan fuerte como a ella le gustaba. Sigrid supo que los hijos de Ares serían los más felices pues su padre daba los mejores abrazos del mundo.

—¿Cómo te sientes ahora que serás la esposa del vencedor más pomposo de la aldea de los vencedores?

—Es ridículo. Pero me alivia que Cato lo lograra

—Si, un día más y te quedarías sin dedos—dijo, recordando la preocupación de su hermana reflejada en el morder de sus uñas—honestamente asqueroso

—Cierra la boca

Ares se separó no sin antes dejarle un suave beso en la frente. El ceño de Sigrid se encogió, confundida

—¿Te irás? —cuestionó. Ares bufó

—¿Qué te hace pensar eso, enana?

—¡Besaste mi frente! —lo acusó—Solo haces eso cuando vas a irte por mucho tiempo

—Dios, a veces me da miedo lo mucho que me conoces

—¡Ares!

—Bien—él se rindió, pasándose una mano por el rostro cansado—Fui reasignado al distrito doce

—¡¿Doce?!—Sigrid se levantó de la cama, espantada—¿Te irás del otro lado del país?

—No lo digas así

—Ares, jamás te habías ido tan lejos

—Lo sé, pero el comandante Thread me lo pidió y ya sabes cómo es—Sigrid asintió pues conocía al hombre que era amigo de sus padres desde la academia. No podía negársele nada sin que sus padres pusieran el grito en el cielo—el distrito doce... ha estado teniendo problemas—mencionó, sin estar seguro de si hacía bien contándole aquello—Desde los juegos pasados... ya sabes, todo se complicó

—¿Con lo de Katniss y Peeta?

—Si, parece que el tener a dos vencedores detonó una bomba de rebeldía en ese distrito, pero no es nada que no podamos controlar

—¿Volverás para la boda?

—Eso espero—dijo con una sonrisa—si no, siempre puedes ir a visitarme

—Como si eso fuera posible

—Lo será. Estoy seguro de que el imbécil con el que te casarás modificará las reglas como se le venga en gana

—Él no es un imbécil—Sigrid le miró mal. Ares alzó los hombros cogiéndola por el brazo para llevarle consigo hacia la puerta

—Se casará con mi hermanita, así que en lo que a mí concierne lo es. No es digno

—Estás loco

—Seguramente. Bajemos, no puedes perderte las felicitaciones de nuestra maravillosa familia

Sigrid le golpeó el hombro

—Eres odioso

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