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[Epílogo] ❀2

"Un nuevo comienzo"

El pequeño lapso de armonía termina al pisar el hangar del distrito uno.

Los rebeldes nos saludan con sonrisas efusivas haciendo evidente la excitación que les provoca saber al capitolio derrotado para esta misma noche. No perdemos tiempo, los soldados de la resistencia nos envuelven en chalecos protectores aun si nuestros uniformes nos cubren lo suficiente de las balas enemigas. El cabo Holmes, de la división de francotiradores del uno me sonríe, colocándome despacio un cinturón en las caderas repleto de balas junto con un rifle M40. Johanna recibe lo mismo bajo una mueca de disgusto.

Yo había asumido que Johanna estaría bien con eso, cargando tantas armas posibles dado a lo mucho que ella adora sentirse con el poder de atacar pero simplemente no parece estar de acuerdo el ser asignada a la unidad de tiradores. No la culpo. Ella es realmente buena lanzando un hacha y yo soy muy buena manejando la espada, pero ambas somos bastante promedio con un arma.

Aun así logro colgarme el rifle a la espada sintiéndome extraña por el peso sobre mi hombro derecho. A Haymitch se le entrega un arsenal de pistolas en una mochila junto con una ballesta militarizada parecida a la de Gale; Annie coge un revólver pequeño y Prim opta por guardar varios punzones en sus bolsillos. Sin perder más tiempo Holmes nos enfila hacia una furgoneta blindada dándonos indicaciones de hacia dónde ir y por sobre cuáles calles no poner un pie ni de broma.

—Hace algunas horas hicimos un recorrido de reconocimiento en las primeras calles del capitolio asegurándonos de la inactividad de la mayoría de las vainas—explica Holmes mientras nos ve subir al auto. Él asegura las puertas tomando el asiento del conductor comenzando a conducir—El terreno está despejado seis cuadras hacia el norte. Esas fueron las calles principales que el escuadrón del sinsajo utilizó para sitiar el centro de la ciudad. Creemos que el presidente Snow supone ya no quedan más rebeldes allá afuera pues la mayoría de nosotros están atacando la zona suroeste del capitolio, así que no le hace mucha gracia desperdiciar municiones. Eso y porque está moviendo las vainas de lugar

—¿El holo muestra la secuencia de las minas nuevas?

—No, sólo las conocidas—me responde echándonos una ojeada por el espejo retrovisor—Incluso si el camino está despejado intenten mantener el holo consigo y no habrá mayor problema. Traten de seguir el camino del sinsajo mientras logramos dar con la ubicación de su escuadrón, ¿todos tienen sus comunicadores? —Asentimos, llevándonos una mano al oído en un acto reflejo—Bien, así podremos saber su posición si surge algún imprevisto

La furgoneta sigue con su camino dando sacudidas sobre las rocas haciéndonos chocar entre nosotros. Johanna va a mi lado, vigilando el holo brillando entre puntos rojos que poco a poco se van desvaneciendo. Johanna apunta hacia una calle de la zona oriente de la ciudad donde las vainas desaparecen secuencialmente quedándose activas aquellas que rodean la mansión de Snow extendiéndose ochocientos metros a la redonda.

Apaga el aparato sin querer saber más del asunto por el momento. Cierra los ojos, apoya la nuca contra el metal del auto y se dispone a dormir el par de horas que quedan de viaje. Yo decido quitarme el comunicador un rato descansando de la presión ejercida sobre mi pabellón, dejando el auricular en uno de los bolsillos delantero de mi chaqueta. El comunicador de Tyron es más cómodo, pienso, porque aún si lo he llevado puesto desde mi escape del distrito, su tamaño compacto parecido al de una pepita es amable con mis oídos.

La primera calzada de la ciudad puede verse en la segunda hora de nuestro viaje alzándose majestuosa ante nosotros. Holmes detiene el auto sobre la carretera ayudándonos a bajar en silencio, pegando nuestras armas a ras de piso. Nos da las últimas indicaciones, sube a la furgoneta y nos desea buena suerte antes de retomar el camino de vuelta al distrito uno. Haymitch se hace con el Holo tomando la primera posición de la fila seguido de Johanna, los soldados que nos acompañan, Annie, Prim y yo.

Atravesamos las primeras cuatro calles sin problemas en medio de un silencio espantoso, escuchado el temblar de nuestras propias respiraciones. Cuando alcanzamos el final de la quinta cuadra el Holo suena alertándonos a todos; Haymitch hace una seña con su brazo derecho levantándolo por encima de su cabeza para que Prim y yo podamos verlo hasta el final de la formación.

—¿Qué ocurre? —Pregunta Annie en un hilo de voz. Haymitch se calla por un momento revisando el aparato antes de responder

—Debemos tomar otro camino

—¿Porqué?

—Hay una vaina a la mitad de la siguiente calle. Ellos no pudieron haber pasado por aquí, de ser así estaría desactivada

—Cambiar de ruta sería perder el rastro del sinsajo—Comenta Jones, uno de los soldados. Haymitch chasquea la lengua—Comenzaríamos de cero

—Bueno, eso es mejor a quedarnos varados en este lugar. Solo espero que puedan contactarse con ellos antes de siquiera pisar el círculo de la ciudad.

La fila sigue avanzando, tomando la dirección marcada por el Holo hacia el este, donde las calles parecen estar despejadas. Johanna se rezaga en la marcha dejando pasar a los demás posicionándose en mi lado izquierdo. Va jugando con el hacha en su mano dándole vueltas mientras se gira, caminando de espaldas.

—Jugaremos en el capitolio mientras Snow no está porque si el viejo aparece, a todos nos matará... ¿Snow, Snow, estás ahí?

—Seguramente lo está—menciono, riendo por el canto desafinado de Johanna. Parece estar más relajada lo cual me confunde un poco, sin embargo no me atrevo a preguntarle los motivos. Ella sigue tarareando la canción ahora moviendo sus manos a los costados como una niña pequeña y dando saltitos en su lugar. De no ser por el hacha afilada colgante en sus manos incluso podría creer en su repentina inocencia.

Johanna continúa con su juego hasta escuchar de nueva cuenta el sonido del Holo un segundo antes de que una explosión nos lancé a todos hacia atrás.

—¡Por aquí! —Haymitch regresa por mi cuando caigo sobre la calzada lastimándome la barbilla. Él me jala hacia arriba ordenándoles a los demás no detenerse y bajar las escaleras del subterráneo. Continuamos corriendo en línea recta bajo la extenuante lluvia de sangre que nos ahoga. Mi mente se desborda en imágenes brillantes, recuerdos del vasallaje y otros cuantos de mi estancia en la celda del capitolio. El cuerpo de Peeta a mi lado, llorando, gritando, bebiendo de mi sangre... las fotos de Finnick están por todas partes, tapizan la ciudad y su cara nívea en la fotografía se mancha de rojo a causa de la lluvia. Mi cerebro colapsa, cayendo de rodillas en el pavimiento—No, no—se detiene Haymitch con los cabellos escurriéndole sobre la cara—Levántate, tenemos que continuar

—Soy un muto—susurro, escuchando voces en mi cabeza que no se callan. Haymitch maldice pero el relámpago que cae cerca de nosotros silencia sus palabras. Encierro mis oídos con las manos sintiendo el intercomunicador del escuadrón en el derecho y el de Finnick en el izquierdo. Haymitch grita a los demás seguir corriendo hasta alcanzar la salida del túnel hacia las tiendas de la siguiente manzana. Me jala del uniforme llevándome a rastras hacia la entrada del subterráneo donde nos detenemos

—Gaia, debes despertar. No podemos abandonar a los demás

—Soy un muto, Haymitch—me limpia la sangre de la cara, negando—Un muto entrenado para matar. No puedo... no puedo seguir

—Si puedes, tienes que hacerlo. Hemos perdido demasiado para llegar hasta aquí, no puedes rendirte ahora

Las lágrimas se escapan de mis ojos deslavando la sangre de mis mejillas. Johanna tenía razón. Es un viaje sin retorno, una batalla casi perdida. Lo entiendo ahora y lo entiendo mejor luego de la primera explosión donde perdemos al soldado Jones.

Parte de mi visión se desvanece con el estallido al igual que Prim pierde la audición del lado derecho dejando a la mitad del escuadrón desorientado.

Pero entiendo la veracidad en las palabras de Haymitch. El escuadrón del sinsajo nos necesita para continuar su camino hacia la mansión de Snow. Las armas en la mochila de Haymitch hacen la diferencia entre seguir adelante o comenzar la retirada.

El reporte de la posición del sinsajo nos llega minutos después de la explosión, informándonos de un refugio rebelde en una de las tiendas del capitolio donde se encuentran los soldados restantes del equipo de Katniss. No tenemos tiempo para detenernos, Haymitch nos lleva por las calles cubiertas de vainas de las que, aun no sé cómo, salimos bien librados.

El horror comienza cuando las ultimas horas de la tarde llegan y junto a ellas una cortina de sangre nos golpea de pronto. Haymitch me despabila, toma el rifle de mi hombro poniéndolo sobre mis manos y me palmea el rostro devolviéndome al aquí y al ahora.

—Tienes prohibido volver a irte, ¿me escuchaste? No puedes hacer esto, Finnick te necesita

La mención de Finnick me dota de una energía renovada, apretando el arma firmemente contra mi pecho. Calmo mi respiración, oliendo el metal de la sangre dentro de mis fosas nasales.

No puedo fallarle. Él me necesita. Se lo debo

La lluvia se detiene de golpe dejando la calzada inundada en sangre y vísceras. Mi estómago se revuelve y entre la ceguera puedo distinguir sombras moviéndose a metros de distancia desde nuestra posición.

—Haymitch, ¿qué es eso? —pregunto, apuntando hacia las sombras que se acercan despacio. Su mano encierra mi brazo con fuerza, apretándolo hasta enterrar sus uñas en mi carne

—Mierda

Las sombras se mueven de un lado hacia otro como un péndulo. Escucho a Haymitch comenzar a correr, sin embargo mis piernas no reaccionan a las órdenes de mi cerebro dejándome clavada en mi lugar observando el vaivén de sus pasos. Haymitch vuelve a por mí, jalándome del brazo ayudándome a seguir corriendo.

Entramos al subterráneo pasando por los rieles huyendo de los gruñidos pisándonos los talones. Haymitch no me suelta en ningún momento, ni siquiera al girarse de espaldas y descargar su cartucho sobre lo que sea que está siguiéndonos el paso.

—Son mutos—me informa, disparando a ciegas—Este maldito pasaje debe estar lleno de vainas

—¿Cómo el resto de la ciudad?

—Algo peor que eso. Vamos

En la angustia que le sigue a la persecución un nuevo sonido se oye tras nosotros. Un ruido vaporoso, chirriante. Bajo nuestros pies los rieles tiemblan anunciando la llegada del tren.

—¡Cuidado!

Haymitch me empuja hacia un lado permitiendo el paso del tren sin ser aplastados en el proceso. Seguimos corriendo ahora por separado; él con la mochila a cuestas y yo con la ceguera sin poder ver el ventanal con el que me golpeo.

Caigo hacia atrás. El arma se clava en mi espalda. La sangre en mi cabello mancha el pavimento atrayendo el olfato del muto, saltando sobre mí. Lo alejo con mis manos enterrándolas en su pelaje brillante reconociendo una especie de lobo cruzado con un león. Sus fauces se abren desde mi cuello hasta mi cabeza rugiendo en más de cuatro voces diferentes. El tren sigue pasando. Haymitch no se detiene, pero el muto sobre mi lo hace.

—Gaia...

Es su voz.

De las fauces del muto sale la voz de Finnick como un canto. Un canto profundo, desesperado, una llamada de auxilio...

La sangre se me congela. El muto ruge de nuevo aunque ahora en lugar de voces desconocidas emerge la de Finnick una vez tras otra llamando mi nombre. Sus garras se entierran en mis brazos, estando lo suficientemente hipnotizada para no sentir la sangre brotando en forma de cascada.

El tren pasa al igual que un borrón a mi lado. El sonido de un reloj suena en mi cabeza, y entre mi ceguera juro distinguir los ojos de Finnick en los del muto.

No lo puedo aceptar, brilla la luz de la pistola de Haymitch en el eje. A través del muto, puedo distinguir a Finnick, luchando por aferrarse cuando tres chuchos lo atacan. Cuando uno tira la cabeza hacia atrás para tomar la mordida de muerte, algo extraño sucede. Es como si yo fuera Finnick, viendo imágenes de mi vida pasar por delante. El mástil de un barco, un paracaídas de plata, Maggs riendo, un cielo de color rosa, el tridente de Beetee, yo misma enfundada en un vestido de novia, las olas rompiendo sobre las rocas. Luego se acaba.

El cuerpo del muto explota y los ojos de Finnick se desvanecen.

Mi mente se bloquea una vez más. Esto ya no tiene sentido. El venir aquí, el luchar por él.... Finnick ya no está, ha muerto, yo lo haré muy pronto, ellos tendrán que matarme cuando me transforme de nuevo.

Haymitch me levanta, no obstante, la ceguera de mis ojos se agrava al punto de no dejarme apreciar nada más que puntos luminosos en un lienzo opaco. El disparo de Haymitch suelta pólvora en mis ojos dejándome ciega de manera permanente. La oscuridad de mi mente me aterra, rebobinando la muerte de Finnick entre imágenes borrosas.

Por fin salimos del subterráneo a pasos de gigante, Haymitch me ayuda a subir los escalones y posteriormente a recorrer las tiendas en busca de aquella donde Katniss está refugiándose. La voz de Prim corta el silencio en la ciudad, llamado a gritos el nombre de Haymitch avisándole de su posición. Él me dirige por la calle, empujándome dentro haciendo sonar la campanilla de la tienda.

La puerta se cierra detrás de nosotros. Ambos caemos de rodillas al piso, exhaustos, él por el esfuerzo de traernos a los dos hasta aquí y yo por la locura de mi propia mente.

Me encorvo hacia delante cubriendo mis oídos, golpeándome la frente contra el piso. Los ojos del muto se estampan en la oscuridad de mi cerebro bloqueando las imágenes de la muerte de Finnick reproduciéndolas incontables veces una tras otra. Escucho voces cerca, sin embargo lo único que deseo es golpearme hasta perder la consciencia.

Un par de manos me levantan del suelo, moviéndome de un lado a otro, acunando mi cara, acariciándome el cabello... Abro los ojos sin poder ver nada pero percibiendo un calor familiar frente a mí.

—Gaia—me llama. Mi cuerpo reacciona a la voz del muto, empujándolo lejos de mí. Él vuelve, abrazándome hasta hacerme gritar. Intenta callarme poniendo una mano sobre mis labios sin poder lograrlo por los espasmos de mis piernas alejándolo a patadas. El muto vuelve, ahora gritando mi nombre— ¡Gaia! ¡Soy yo! ¡Soy Finnick! Soy yo...

Coge mi rostro con gentileza, girándolo hasta donde supongo está el suyo. Soy arisca a creer en sus palabras aun si su calidez me reconforta el alma herida. Las imágenes en los ojos del muto mostrándome la muerte de Finnick... no, no, esto no puede ser real.

Palpo sus manos captando la falta de pelaje en ellas. Son firmes como las manos de los pescadores en el distrito cuatro, rugosas por el yute de las redes y la salinidad del mar. Sus dedos acarician mis brazos subiendo hacia mi cuello deteniéndose en mis mejillas. Debo ser un desastre, con la cara manchada de sangre, los ojos desorbitados y la frente abollada. Toco de nuevo sus manos, luego sus hombros y al final su rostro. Remarco con mis dedos el borde de su mandíbula, el lóbulo de sus orejas, el inicio de su cabello... ¿Podría ser verdad? ¿podría seguir vivo?

—Soy yo, soy yo, mi amor

—Finnick...

Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello como una posesa. Siento sus brazos vacilar antes de que me abrace de la misma forma. No tan estable como alguna vez lo fue, pero aun así cálido y fuerte. Miles de momentos surgen a través de mí. Todas las veces estos brazos fueron mi único refugio del mundo exterior.

Lloro como bebé en su regazo sintiendo a la pólvora escocer en mis ojos. Me prendo a él enloquecida, asustada por creerlo muerto hace un par de minutos.

El cuerpo me tiembla en un ataque de histeria, horrorizada por los juegos de mi propia mente. Ha bastado una sola prueba en contra para volver a perder la cordura, poner en peligro a mí equipo y lastimar a mi esposo de nueva cuenta. El pecho me duele de tanto llorar sin saber si lo hago por la tristeza o por el maldito escozor de la pólvora. Un sollozo se me escapa de los labios y luego otro y otro y otro hasta convertirme en un desastre de mocos, lágrimas y cartuchos quemados.

—Creí que estabas muerto—digo, sin saber si me ha escuchado entre los berridos—El muto tenía tus ojos, decía mi nombre...

—Está bien, no pasó nada, yo estoy aquí—me besa la frente sudorosa sin importarle la porquería de la que estoy cubierta—Peeta me acompaña, seguimos a salvo, ambos te extrañamos y estamos felices de volver a verte

—Quédate conmigo—Me aferro, encerrando su espalda ancha entre mis brazos. Finnick suspira, cargándome por las piernas llevándome a un lugar que no conozco

—Siempre—murmura, bajando un tramo de escalera. Luego me deposita sobre una superficie rugosa, desarmándome para poder descansar—Siempre, mi amor

La obnubilación de mis ojos es profunda. Las luces en mi mente han desaparecido y me han dejado en una inquietante oscuridad. Sigo persiguiendo la voz de Finnick aun si ahora parece lejana, casi extinta. Hay mucho dolor pero también hay algo parecido a la realidad. El papel de lija de mi garganta. El olor de la sangre en primer lugar. El sonido de la voz pastosa de Finnick, el aroma de Peeta a mi lado. Estas cosas me dan miedo, y trato de regresar a las profundidades para darles sentido. Pero no hay vuelta atrás. Mis piernas arden por el esfuerzo o quizá por el miedo de no estar cien por ciento convencida de la realidad de las cosas, pero sin poner ningún tipo de resistencia.

El cansancio me abraza (¿O lo es la presencia de Finnick?) pidiéndome descansar. Yo obedezco porque, ¿realmente hay otra cosa que pueda hacer?




Cuando despierto no tengo tiempo ni energía para preocuparme por los sentimientos heridos.

Mis párpados están irritados por la pólvora, hinchados y rasposos, pero mi visión parece estar mejor. Cuando abro los ojos la ceguera por la pólvora parece haberse desvanecido dejando únicamente a la provocada por la explosión. A mi alrededor todo es borroso. No reconozco el lugar donde estoy, sin embargo mi mente asocia las paredes enmohecidas y el olor a humedad en el ambiente con las de mi celda en el capitolio. Intento levantarme en un grito, siendo detenida por una presencia a mi lado.

—Tranquila—me dice. Es Finnick, presionando los vendajes en mis brazos evitando se muevan de lugar. Me toco las sienes encontrando otro juego de vendas, llevo la parte inferior de la barbilla engrapada y la quemadura en mi brazo sigue ardiendo bajo las gasas como la primera vez. Finnick me ayuda a sentarme despacio sobre el plástico debajo de mí, apoyando la espalda contra la pared. Acerca un cuenco con agua a mis labios combinado con lo que parece ser una dosis pequeña de morfina para calmar el dolor de mis heridas. Entorno los ojos enfocando su figura logrando captar su rostro magullado por la guerra y la molestia que le causa verme hecha un harapo. Cierro los ojos esperando el estallido de su enojo sobre mi cara—Prim te curó hace apenas unas horas. Tuvimos que limpiar la sangre de tu cuerpo primero

—¿Ella... está bien?

—Aún no recupera la audición, pero fuera de eso está en una pieza

—¿Annie, Johanna...?

—Ambas están arriba intentando que Katniss no mate a Haymitch—dice, tomando mi mano cambiando los vendajes. Está serio, demasiado serio, algo realmente inusual en él. Me abstengo de hacer más preguntas concentrándome en los movimientos de sus manos sobre mi piel herida limpiándola con retazos de tela húmedos. Carraspeo la garganta sin atraer su atención pero haciendo que sus manos se muevan más rápido sobre las mías—No la culparía si lo hiciera

—Finnick...

—Mientras dormías tuve que revisar tu pulso varias veces pensando que podrías haber muerto en cualquier punto de la noche

—Finnick...

—Haymitch tiene suerte de haberte traído a salvo hasta acá. Si no yo mismo lo hubiese atravesado con mi tridente

—Él me salvó la vida

—No tendría porqué haberlo hecho si no te hubiese traído con él en primer lugar. Poniéndote en peligro, solapando tus locuras...

—¡Finnick!

Su mirada vidriosa se levanta observándome con una mezcla de furia e impotencia contenida. Somos las únicas personas en la habitación (¿O sótano?) pero voces conocidas se escuchan en el piso de arriba donde supongo se encuentra Katniss reprendiendo a Haymitch tanto como se le da la gana. Finnick no está menos molesto pues sus uñas se clavan en sus palmas mientras se levanta de mi lado y camina hacia la pared para darme la espalda.

Son pocas las veces donde recuerdo a Finnick molesto de verdad, siendo una de estas la misma razón por la que se molestó conmigo al ofrecerme para ir a los juegos. Son actos de desafío que a él no le gustan por ser irracionales y en su mayoría desastrosos, sin embargo siempre termina por consentirlos porque en el fondo acepta la mula terca con la que se ha casado.

Me pongo de pie intentando acercarme a él y abrazarlo por la espalda, deteniéndome casi de inmediato al analizarlo como una mala idea. Primeramente, porque lo haría enfurecer aún más. Como si lo hubiera ofendido terriblemente, lo cual es bastante posible y en segunda porque mis brazos aun duelen lo suficiente para no poder alzarlos por encima de mi cintura. Apoyo la espalda en la pared sintiéndome débil por la falta de alimentos y la deshidratación pero sin dejar de notar la tensión del hombre frente a mí.

—No tenías que haber venido, Gaia

—Hay muchas cosas que no debí haber hecho y aun así las hice

—Esto es distinto, estamos en medio de una guerra

—¿Y cuando no lo hemos estado? Viviendo en el capitolio, siendo mentores de chicos que terminan muertos cada año, ¿Qué importa? Hemos estado encuartelados durante años, sintiéndonos como prisioneros en nuestra propia casa, ahogándonos con los recuerdos de nuestros juegos, viviendo con miedo...

—Y es por eso que te pedí quedarte en el distrito trece—refunfuña pasándose los dedos por el cabello. Se gira hacia mi centelleando en furia, como un volcán a punto de estallar —¡Pero tú nunca me escuchas! ¡Nunca escuchas a nadie! Eres tan... ugh, malditamente arrogante

—No es así

—Lo es. No te importa la seguridad de Johanna, ni la de Annie, ni la mía. Ni siquiera la tuya propia. Eres egoísta, quieres hacer las cosas a tu modo siempre, arrastrando a los demás a desgracias como estas

No había dicho esto con ninguna malicia en particular, todo lo contrario, sus palabras son meramente cuestiones de hecho. Sin embargo mi boca todavía sigue abierta en shock por el enojo emanado directo de su tórax. Siento los ojos encharcados obstaculizando mi ya de por si opaca visión.

—Quise venir a ayudarte—digo, tan patético como suena—Saber si estabas bien, si Peeta estaba bien.

—Tenías el intercomunicador que te di, eso debió haber sido suficiente. Pero necesitabas convertirte en un mártir. Exponiéndote al peligro aun cuando te supliqué que no lo hicieras

—No iba a abandonarte sabiendo que podrías estar herido—me excuso. Él chasquea la lengua alejándose hasta el lado opuesto de la habitación—Avanzando hacia la mansión de Snow con cada vez menos hombres, apaleados y sin más equipo que tu tridente y el arco de Katniss

—También la ballesta de Gale—farfulla rodando los ojos

—Si, porque esas tres cosas son suficientes para terminar una guerra

Finnick se detiene por un momento, olvidando su enojo para mirarme con los ojos cristalizados. Las palabras se atoran en su garganta por todo lo que hemos dicho y lo que no. Agita la cabeza de un lado a otro espantando sus pensamientos de la misma forma en que se espanta a una mosca. Suspira una, dos, tres veces sin llegar a encontrar las palabras necesarias para seguir refutando mi presencia en este lugar, estando en un limbo entre la paz que le causa verme viva y la angustia de saber que puede no ser por mucho tiempo.

No es difícil entrar en su mente, de hecho, no lo es entrar a la mente de cualquiera en esta tienda pues cada uno de ellos piensa lo riesgoso de tener en sus filas a una vencedora semi estable que puede echarlos a los lobos en cualquier momento. No confían en mí porque, de hecho, ni yo misma lo hago.

Pero estos son unos juegos. La ultima edición de los juegos del hambre donde todo es válido y las alianzas se dividen únicamente en dos bandos contrarios. No hay niños en esta arena y las pintas de los distritos apoyando a sus contendientes se han desvanecido. Ahora somos un solo distrito unificado en contra del capitolio, el gigante que duerme en la zona norte donde la mansión de Snow se alza a la espera de la llegada de los rebeldes para atacar. En el trece, bajo las ordenes de Coin, nadie podía poner un pie fuera del distrito hasta el termino de la guerra, donde el tren esperaría por ellos con el fin de llevar a los refugiados hacia una nueva vida en el libre Panem. Quedarme sentada esperando por noticias de Finnick no era una opción. Nunca lo fue. Siempre lo supe y él también.

Intento esconderlo, sin embargo mi decepción por la poca de fe de Finnick sobre mí me aplasta los hombros.

Él lo nota y aun si lo hace le importa menos que un comino. Sacude la cabeza de nuevo bajo la larga mata de cabello cayéndole en la frente. Pequeños rayos dorados cruzan por encima de su cabeza y no sé si es a causa de uno de mis recuerdos alterados o por la poca visión de mis ojos.

—Sigues sin entenderlo

—No necesito hacerlo, Finnick—mi pecho vibra, ansioso—He venido para ayudarte de la misma forma en que me ayudaste a mi en el trece. Aun si tenias miles de razones para irte encontraste una sola para quedarte a mi lado—le digo—Te lo debo

Sus ojos se cierran. ¿Así que es eso?

—Entiendo. Estás aquí para saldar una deuda conmigo. No te preocupes, entonces, no me debes más nada

Mi cabeza se gira con fuerza ante el siseo de su voz, pero me toma un poco para creer que sus palabras son reales. Las manos me pican por encerrarlas en su cuerpo y golpearlo hasta sacar esas ideas tan tontas de su cabeza. Finnick no entiende el sentido de mis palabras y yo no comprendo el porqué de sus absurdos, sin embargo eso no es impedimento para no arreglarlo de otras maneras.

Me le acerco en un movimiento rápido evitando una reacción anticipada de su parte. Encierro mis brazos en su cuello y pego mis labios a los suyos. Resquebrajados y debajo de una capa de sangre seca, pero que me siguen sabiendo tan dulces desde la primera vez que los conocí. Él parece rejego al principio, como siempre lo ha sido. Me pego a su cintura sin dejarle espacio para huir hasta sentir sus manos serpentosas asfixiar mi cintura mientras sigue el compás de mi boca demandante.

Nuestros dientes chocan. Castañuelas se escuchan en la habitación. Finnick se ríe y ese es el sonido que necesito escuchar por el resto de mi vida. Aun si disfruto de su cercanía me veo obligada a separarme. Lo veo a los ojos. Sus iris vacíos, sin la confianza que yo quiero que me tenga. Dentro de mí una llamarada se enciende quemando todo a su paso.

—Te amo, Finnick, no podría abandonarte—digo al fin. El rostro de Finnick se ilumina de pronto, con ganas de devolverme el sentimiento. Le detengo, negando—Eso es lo que tu y yo hacemos—me separo, caminando tambaleante hacia las escaleras. Abro la puerta sobre mi cabeza dejando pasar la luz comenzando a calentar la bodega. Él me observa desde su lugar. Labios hinchados por el contacto, rojos y húmedos. Justo como solía recordarlo— Salvarnos el uno al otro

Trepo hasta alcanzar el ultimo escalón cerrando la compuerta en un sonido seco. Todos en el primer piso giran a verme pero mi atención se va directamente hacia una mujer de pie al fondo de la estancia enfundada en abrigos de pieles pesadísimos. Su cara felina me sonríe, estirando los brazos invitándome en silencio a fundirme en ellos. Tropiezo con los muebles en mi camino hacia ella, pero me hundo en su calidez tan pronto como sus dedos alargados me jalan por el uniforme.

—Tigris

—Oh, querida

—¿Qué haces aquí?

—Bueno, esta es mi tienda—ronronea, acariciándome el cabello. Le conozco, Tigris es una buena amiga mía y de Finnick desde nuestros juegos, donde le conocimos gracias a nuestros estilistas. Me sonríe justo de la misma manera en que la recuerdo, me conduce hasta la cocina en silencio, haciéndome sentar frente a un enorme cuenco de sopa. Pierdo la noción de mi última comida antojándose apetitoso el platillo sobre la mesa—Conmigo estarán a salvo

Me ofrece cubiertos, una servilleta y una pequeñísima caja dorada donde descansa el intercomunicador de Finnick junto al del escuadrón. Tigris deja la cajita a un lado de las cucharas ofreciéndome una disculpa en silencio

—Los saqué de tus oídos cuando ayudé a limpiarte. Supuse que serían incomodos llevarlos puestos mientras dormías, espero no te moleste

Niego, contemplando ambos aparatos. El comunicador del escuadrón se mantiene quieto y en silencio, pero el aparato más pequeño se enciende en rojo, vibrando como un loco. Tigris se aleja dejándome comer en paz, no obstante, la pepita continúa brillando, desesperada por recibir una respuesta. Cubro la cajita dejando morir al aparato por si solo mientras la sopa me devuelve el calor que he perdido.




Las manecillas del reloj marcan las tres y cuarto de la mañana desde un pilar de la cocina.

El escuadrón del sinsajo está escondido en el sótano, durmiendo lo que resta de la noche antes de enfilarse hacia la mansión de Snow. El equipo se ha modificado, dejando a Gale, Haymitch, Katniss y Finnick para partir a primera hora de la mañana hacia el objetivo final de los rebeldes. Como es obvio, me han dejado de lado junto a Peeta y a Prim, resguardándonos en la tienda de Tigris hasta estar seguros de haber terminado con la dictadura del presidente Snow.

Peeta habla conmigo después de comer, enfatizando la felicidad de verme en una pieza. Yo le sonrió pues es el mismo sentimiento que tengo al verle tan repuesto, de pie y listo para su nueva vida lejos de lo que nos han hecho en el capitolio. Nos quedamos juntos un rato, abrazados, como en los viejos tiempos. Él encaja perfectamente en mis brazos como yo encajo en los suyos. Pero no es lo mismo. No es la misma sensación desprendida de los brazos de Finnick.

Peeta me invita a dormir junto a los demás en el sótano a la media noche, oferta que rechazo pues el espacio es demasiado pequeño para todos y porque mi cobardía pesa más que el deseo de pasar una noche bajo el cobijo de los hombres más importantes de mi vida. Él me insiste durante un momento aunque luego se disculpe para irse a dormir junto a Katniss provocándome una carcajada. Peeta es feliz, por lo tanto, yo también lo soy.

Me quedo con Tigris en el primer piso de la casa. Ella duerme sobre su sofá de plumas y yo prefiero dormitar en el piso de la cocina debajo de una encimera para ocultar cualquier rastro de la presencia de los rebeldes. En las calles se escuchan estruendos terribles, señal de la llegada de los nuestros a la ciudad. Tomo la cajita con los auriculares colocándome uno en cada oído bloqueando el paso de los sonidos del exterior.

Las horas pasan. Estoy dormitando sobre una canasta cuando uno de los intercomunicadores vibra, despertándome.

La pepita en mi oído derecho brilla en rojo y solo basta acariciarlo con el dedo para escuchar la voz del otro lado de la línea.

—¿Finnick? —pregunto. Mi voz rasposa por el cansancio. Escucho un suspiro del otro lado antes de obtener una respuesta afirmativa—¿Qué haces despierto? Mañana debes estar de pie a primera hora

—No podía dormir

—¿Porqué?

—Te extraño—me dice igual que un crío. Le imagino haciendo un puchero con los labios mientras el cabello le cubre parte de la cara. Sonrío, palpando la calidez en mis mejillas—¿Dónde estás?

—En la cocina

—¿Porqué no has bajado a dormir?

—Estoy durmiendo aquí

—¿Porqué?

—No quiero verte—susurro. Él finge un jadeo haciéndome reír—Estás castigado

—¿Estás molesta conmigo?

—Tú eres quien está molesto—Hay un silencio alargado del otro lado de la línea. Finnick no contesta y comienzo a creer que la conexión se ha ido hasta que su respiración agitada se escucha muy cerca del micrófono—¿Finnick?

—Lamento lo de antes—dice bajito—Todo lo que dije... no lo pienso de verdad. Estaba enojado. Molesto por verte arriesgando tu vida una vez más. Me volví loco

—No me digas

—Pero debes entenderme. Para mi no hay nadie mas importante que tú. Perderte significaría la muerte

—Conmovedor

—Hablo en serio—se ríe—Mientras estuve fuera yo... soñaba todos los días con volver a verte. Cada noche antes de irme a dormir me despedía de ti en silencio en caso de no despertar la mañana siguiente. Pero entonces amanecía con vida y luchaba en las calles con la imagen de tu bello rostro tatuada en mi mente como recordatorio de que debía volver sano y salvo a ti como prometí antes de partir

—Ambos cumplimos nuestras promesas, huh—susurro, apretando el aparato contra mi oreja—Tú estás aquí conmigo y ahora yo soy una Gaia diferente

—Dilo—me pide

—¿El qué?

—¿Me amas? —mis mejillas se encienden aun si nadie está consciente para ver mi bochorno. Finnick espera paciente—¿Lo haces?

—Si, Finnick

—Dilo

—Te amo

—También yo—responde emocionado—Mucho

—Lo sé. Yo... lamento haberte hecho pasar por tanto...

—Eso no importa—me dice. De su lado escucho unas fuertes pisadas—Si eso era lo necesario para llegar hasta aquí entonces lo haría mil veces. Yo daría mi vida por ti

—No lo digas

—Es la verdad—La compuerta del sótano se abre en un chirrido bajo, enviándome escalofríos por la espalda—Cuando esto termine nos casaremos de nuevo

—¿De nuevo?

—Si. Esta vez sin miedo, sin preocuparnos por quien nos esté mirando en nuestra propia casa. Sin ser mentores, sin estar cerca de la muerte. Será distinto

—Claro

—Nuestros hijos podrán jugar donde quieran, cuando quieran. Jamás se preguntarán lo que es una arena, lo que es la sangre o si sus padres volverán con ellos al final del día

—Eso sería maravilloso—mis palabras se ahogan entre las lágrimas por el sueño de algo que no hemos podido tener desde hace mucho tiempo. Los pasos se escuchan más cerca hasta detenerse

—Lo será—su voz se corta en dos proviniendo del umbral de la cocina y el aparato en mi oído. Sus ojos se posan en mi figura encendiendo tenuemente la luz del pasillo, sonriéndome. Acerca el micrófono a sus labios con galantería—¿Aun hay espacio en la cocina para uno más?

Sonrío. Él siempre tendrá un espacio junto a mí. Donde sea, cuando sea.

Me recorro hacia un lado invitándole a sentarse. Finnick lo hace, me toma de las manos besándolas por encima de los vendajes sin despegar sus ojos de los míos. Muestran algo más que sueños, muestran la esperanza de un nuevo comienzo. Para nosotros. Para el país. Para todos.

Su frente se posa suavemente en la mía sin intenciones de lastimarme. Acerca sus labios a los míos fundiéndolos en un movimiento dulce acortándonos la respiración. Los dedos fríos de Finnick se cuelan debajo de mi uniforme acariciándome el vientre desnudo subiendo lentamente hasta el valle de mi sostén.

Es en ese momento donde Finnick y yo volvemos a unirnos. Aún si en el futuro hay momentos difíciles como estos, sus brazos estarán ahí para reconfortarme. Y finalmente sus labios. En la noche en que sienta el secuestro de recuerdos de nuevo, el dolor de mis heridas dentro de la celda y la culpa por la pérdida en el vasallaje, sabré que esto habría pasado de todas formas. Que lo que necesito para sobrevivir no es el fuego de nuestras acciones encendido por la rabia y el odio. Tengo bastante de eso en el pasado como para traerlo al presente o peor aún, arrastrarlo conmigo hacia el futuro. Lo que realmente necesito es volver a casa. El azul brillante del mar en el horizonte llevándose a cuestas el recuerdo de una batalla interminable por la libertad. La promesa de que la vida puede continuar, sin importar lo malo de nuestras pérdidas. Que puede ser buena de nuevo si nosotros lo queremos. Y solo Finnick puede darme eso.

Sus movimientos se detienen y a cambio me regala una sonrisa. Me besa la frente y se recuesta conmigo abrazándome con fuerza

—Te amo—repite. Sus manos bajando y subiendo por mi espina dorsal

—Y yo a ti—digo, sólo para sus oídos. Por fin después de tanto tiempo puedo decirlo—Y yo a ti, Finnick



***

Hemos llegado al final AHHHHHHHHHHHHHH

Espero les haya gustado la historia bbs y perdón por la tardanza, la escuela me consume :(

Se aceptan comentarios buenos, malos y mentadas de madre, porque no JSJSJSJSJ

Mañana comenzaré una historia de Cato porque Alexander Ludwig es vida siono xd 

Gracias por el apoyo, las amo

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