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17.- Haymitch

"Ven aquí, muchacho"

Doy vuelta en la cama encontrándome con el lugar de Haymitch vacío.

Miro el reloj que descansa sobre el taburete, notando que éste está por marcar apenas las seis de la mañana; Haymitch no pudo haberse levantado tan temprano únicamente por gusto.

Doy un respingo cuando mis pies desnudos tocan la fría madera de la habitación. El invierno ha llegado al distrito y con ello la mala suerte de que la calefacción de nuestra habitación se hubiese averiado. Me coloco una bata encima del pijama, pero ni eso logra aplacar el frío que logra calar mis huesos. Cojo una de las frazadas de la cama, cubriendo desde mis hombros hasta la punta de mis pies antes de abrir la puerta y bajar las escaleras.

Parece que le calefacción se ha dañado por completo porque toda la casa parece haberse convertido en una nevera. Mis dientes castañean e intento caminar más rápido para encontrar a Haymitch, tomarlo de la mano y llevarlo escaleras arriba antes de morir de hipotermia.

Lo encuentro en el salón comedor, sentado en una silla y con la mirada perdida en el mantel de flores que la madre de Gale me ha regalado por mi cumpleaños pasado. Frunzo el ceño, enfurruñada con mi esposo por dejarme sola en la cama en estos crudos días de invierno.

No le riño por la situación porque mientras me acerco, logro darme cuenta que sus ojos están perlados en lágrimas y que no parpadea; sus manos están cerradas en un par de puños que hacen sonar sus nudillos mientras que sus labios están resquebrajados por el frío y por la fuerza con la que los aprieta. Me acerco, apretando la frazada contra mi cuerpo.

—Haymitch— Me siento a su lado provocándole un susto para luego relajarse al notar que soy yo. Su brazo limpia ágilmente las pocas lágrimas que ha dejado salir y se dedica a regalarme una pequeña sonrisa que me hace querer mimarlo — ¿Qué haces aquí y a esta hora?

—Yo sólo... —Mira hacia el mantel de nuevo, jugando con sus manos— No podía dormir, lamento si te desperté. Vuelve a la cama

Le miro y él me mira de vuelta. Tomo su mano dejando un pequeño apretón que le hace sonreír de a poco, originando que su cuerpo se vaya relajando hasta el punto en que su mano contraria deja de ejercer presión. Tomo un mechón de su cabello llevándolo detrás de su oreja.

—No quiero hacerte sentir mal, Haymitch, pero eres un asco mintiendo— Él suelta una ligera carcajada— Puede que logres convencer a Plutarch y a todos los demás con tu palabrería sin sentido, pero sabes que eso no funciona conmigo. Así que, ¿Qué es lo que va mal?

Haymitch se queda en silencio y por un momento el único sonido que se genera es el de las aves cantando por el amanecer. Tomo su barbilla, obligándole a decirme la verdad antes de que utilice métodos de persuasión que no le gustarán para nada. Acaricio su rostro, las pequeñas arrugas en sus ojos me muestran que algo le preocupa y que no lo deja dormir por las noches. Haymitch cierra los ojos y con un diminuto suspiro dice:

—La cosecha es en tres días

No necesito de más para entender lo que sucede; el ánimo de Haymitch siempre decae en las vísperas de la cosecha. No lo culpo porque entiendo que debe ser difícil para un mentor el conocer a un par de chicos, pasar tiempo con ellos y al final ver a través de una pantalla como mueren uno tras otro durante años. Haymitch no lo dice de viva voz, sin embargo sé cuánto le afecta el ser partícipe de los juegos sin tener la oportunidad de rechazarlo.

Respeto su dolor y respeto su trabajo; Haymitch ha dado todo de sí para traer un vencedor al distrito y así poder salvar a uno de los tantos chicos que han muerto en esos malditos juegos. Es difícil, porque Haymitch proyecta cada muchacho muerto en nuestro único hijo Angus.

Angus tiene quince años y su nombre no ha salido entre las papeletas de la cosecha, al menos no todavía. Comparto la angustia de Haymitch al pensar que nuestro hijo puede ser elegido para ir a la arena, no obstante, sabemos que es algo que no podemos cambiar por mucho que lo deseemos.

Me acerco a él, besando el espacio entre sus cejas.

—Todo va a estar bien, Haymitch

—Dices eso mismo cada año— Susurra entre risas. Yo le sonrío

—Ahora parece una mentira, ¿Verdad? Mis palabras no cobran sentido cuando sabes que a pesar de lo que diga este será un año igualmente difícil— Haymitch asiente. Acaricio su cabello lentamente ganándome una sonrisa sincera— Tienes razón al pensar que va a ser una mierda, pero al menos debemos tener la esperanza de que algún día eso puede cambiar.

El rostro de Haymitch se contrae, adoptando la misma mueca de inseguridad que tenía al principio. Su mirada va a parar a una de las flores del mantel antes de mirarme nuevamente. El agarre sobre mis manos se vuelve más fuerte y su cara se acerca tanto a la mía que tengo que alejarme un par de centímetros para apreciarlo mejor.

—Sabes que eres lo mejor que tengo, ¿verdad? Tú y Angus. No podría imaginar mi vida sin ustedes, sin verlos a diario, sin tenerlos cerca. Los amo, en verdad los amo

Su frente se junta con la mía e inmediatamente después Haymitch se pone a llorar. Siento su miedo, el terror que invade su pecho al imaginar a nuestro propio hijo en medio de algo tan horrible como son los juegos. Le calmo, susurrándole cariños al oído mientras acaricio su nuca, su cabello y su rostro. Es como un niño, un niño asustado.

— ¿Eh? ¿Qué pasa? — Nos separamos ni bien escuchamos la voz de Angus emerger desde lo más alto de las escaleras. Haymitch se limpia las lágrimas y hace como si nada hubiese pasado. Me giro para mirar a mi muchacho, quien se frota los ojos con el brazo vistiendo su pijama con dibujos de soldaditos y con el cabello rubio enmarañado. Sonrió, sacudiendo la cabeza— ¿Hay junta familiar y no me han avisado?

—No, por supuesto que no. Tu padre y yo bajamos a conversar un rato, es todo

— ¿Con este frío? ¡Caramba! Deben estar locos— dice, frotándose los brazos. Haymitch suelta una carcajada, alzando los brazos en dirección a Angus

—Ven aquí, muchacho, dale un abrazo a tu padre

Angus baja corriendo las escaleras dejándose abrazar por Haymitch a pesar de que se queja por lo mucho que dura el abrazo. Yo río, acercándome a ellos y compartiendo mi frazada en un abrazo que nos calienta a todos.

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