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15.- Finnick

"Estrellas y secretos"

Su espalda tocó la fría pared de la enorme casa; con una mano sostenía su recompensa y con la otra sujetaba el cigarrillo que se llevaba a la boca cada pocos segundos. El hombre al que acababa de atender estaba saliendo de la alcoba y se despidió de ella con un guiño antes de desaparecer por el pasillo. Serrat cerró los ojos por un momento con asco, recordando por un momento lo que tuvo que hacer para poder sobrevivir en la inmundicia que todos llaman capitolio.

Algo bueno quedaba de todo aquello, sonrió para sí misma cuando observó la hermosa piedra puntiaguda que llevaba en la mano. Había conseguido una más, ya sólo le quedaban ocho estrellas que poseer y entonces ella y su familia serían inmunes a toda la mierda del presidente Snow.

No todo era fácil, por supuesto que no, pero por algo tenía que empezar, ¿no? Después de todo tenía que pagar un precio por la alta tarifa que le ponía a los hombres que querían pasar un rato con ella. Lo valía. Mierda, claro que lo valía

Las cosas serían menos complicadas si tan sólo su cabeza dejara de dar vueltas alrededor del hombre engreído del distrito cuatro, aquel que los secretos podrían comprar su tan anhelado cuerpo y el tenerlo en su cama por una o dos noches. No estaba muy alejado de lo que ella hacía, aunque podría decirse que Serrat, por muy loco que fuera, no se acostaba con cualquier hombre que tuviese un secreto que a ella poco podría importarle

Estrellas. Eso era lo que pedía

Escuchó pasos acercarse, pero ella siguió fumando su cigarrillo. Un destello dorado la cegó por un momento y para cuando pudo darse cuenta el tan aclamado Finnick Odair ya se encontraba sentado a su lado en el piso, con el torso descubierto y el cabello despeinado. Finnick parecía totalmente follado. Serrat viró los ojos.

—Hola, Serrat

—Finnick—Saludó, asintiendo lentamente. Finnick le sonrió

— ¿Qué haces en el pasillo?

—Me relajo, ya sabes—El humo salió de su boca de una forma casi artística— ¿Y tú? ¿Qué haces por aquí?

—Espero a alguien

Sabía que aquella frase era la clave para saber que estaba aguardando la llegada de su siguiente cliente. Le sonrió un poco tratando de guardar su enojo

—Te está yendo muy bien esta noche, ¿huh?

—No mejor que a ti, supongo—Le dijo, echándole una mirada a la piedra que llevaba en la mano—Sigues coleccionando esas cosas, por lo que veo

—Ya sabes porque lo hago, Finnick

—Ya, ¿Aun piensas que eso es real?

—La historia no miente. ¿Crees que Snow sería tan idiota para aceptarlo? Todos los distritos se pondrían a buscar como locos

La historia se basaba en que en cada uno de los doce distritos existía una piedra preciosa muy rara, única en su especie que, siendo recolectadas por una sola persona, sería inmune a cualquier trato con el capitolio e inclusive sería excluida de los juegos para siempre. Serrat quería las reliquias del país para salvar a su pequeña hermana de doce años de la desgracia.

Los libros de historia clasificados como prohibidos en el capitolio –y que ella logró robar- mostraban una imagen de la estrella; era de finas puntas y su color variaba en cada distrito, jamás eran iguales y se decían que estaban escondidas en lugares muy remotos de cada comarca por lo que ni siquiera los mineros del doce pudieron encontrar la suya. Y jamás lo harían porque el hombre que acababa de irse de la casa le había dado la estrella del doce a Serrat.

Pero, ¡hey! Que no era su culpa, Snow la había orillado a eso. Había ganado sus juegos a una buena edad y poseía un bonito cuerpo y un rostro sin igual por lo que la obligó a servir a los hombres del distrito que quisieran pasar una velada con ella. Las cosas estaban claras, Serrat podía escoger lo que ella quisiera a cambio y escogió lo más preciado del país. Y por muy tonto que sonara, los hombres se lo daban.

Finnick soltó una carcajada

— ¿Cuántas te faltan? ¿Nueve?

—Ocho. Pronto serán siete

—Ya lo creo

No le gustaba para nada lo que estaba insinuándole, si, el profanar su cuerpo de esa manera era algo realmente atroz, sin embargo no tenía otra opción. Estaba siendo obligada porque si no hacía lo que le pedían entonces su familia pagaría las consecuencias

— ¿Qué hay de ti? ¿Te has hecho con un buen secreto?

—Oh, cielo, ni siquiera te lo imaginas— Finnick movió sus cejas—Ha sido oro puro

— ¿A qué te refieres?

—Conocí a una mujer muy... interesante. Me contó algo sumamente importante acerca de nuestro amado presidente

— ¿En serio? ¿Qué es?

Finnick se rio

—Bueno, no puedo decírtelo. Tú tienes tus joyas, yo tengo mis secretos

—No eres el único que oculta cosas—le dijo, queriendo sentirse menos boba por su petición anterior. Finnick se le acercó peligrosamente

—Oh, no me digas que tu tambien tienes uno que otro secretillo

—Por supuesto que si

—Interesante—Sus ojos se posaron en los labios de ella— ¿Te gustaría compartirlos conmigo?

—Ja, ya quisieras, Odair

—De hecho si—respondió con seriedad. Posó una de sus manos en la cintura de ella. El olor a cigarro emanando de su boca mezclado con su perfume haciéndolo sentir exitado—No sabes lo mucho que quiero estar contigo

—Bueno, ya sabes lo que quiero a cambio—le dijo con una sonrisa altanera—Quiero la estrella de tu distrito, del distrito cuatro. Si no es así, entonces olvídalo

Serrat pensó que había ganado, después de todo, ¿Dónde demonios podría él encontrar el tesoro de la comarca número cuatro? Era absurdo. Finnick rio sin gracia, se llevó una mano a los bolsillos de su pantalón haciendo que los ojos avellanados de Serrat se agrandaran

—Hablas de una piedra como... ¿esta? —Alzó su mano y dejó ver la pequeña estrella aqua entre sus dedos. Serrat intentó alcanzarla, aunque él no se lo permitió—Oh, no, no, no, uh huh. Tienes que ganártela

— ¿Cómo?

Finnick le guiñó un ojo

—Tú sabes como

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