Capítulo 3
Enseguida que leí esa nota, supe de qué se trataba, tampoco como que fuera lo más encubierto de la vida. El ático, el tercer piso, pero vaya ático más grande, desde fuera se podría confundir con una planta más donde se alojan residentes, pero no, es un piso totalmente a oscuras con una habitación prohibida. La palabra "prohibido" solo alienta a las personas a desafiar lo que sea que esté bajo ese prototipo.
La tía le había dicho a la señora Bloom sobre mi mascota desaparecida, y ella por supuesto que no iba a dejar de decir algo como un "lo siento". Después puso de excusa que alrededor de estos bosques habían animales salvajes que pudieron haber tenido la culpa, aunque lo dudo. En fin, estarían alerta a cualquier movimiento extraño.
Luego de tanto drama por un día, quise descansar sin plantearme nada de lo que serían mis próximas decisiones. Para cuando desperté de mi siesta, solo supe que era hora de la cena. Y aquí estoy en la larga mesa de estilo victoriano, compartiendo comida con más personas de las que jamás pensé.
Obviamente la señora Bloom encabeza la mesa, su hijo rubio de sonrisa arrogante pero inevitablemente sexy, a su lado. También hay una pareja de ancianos que parecen muy cordiales, pero el sentido de la moda de la mujer es extremadamente exagerado, como si se tratara de una de esas videntes de las películas. Supongo que esos dos son de los que han pasado bastante tiempo viviendo aquí.
A mi lado, una chica rubia de unos veintitantos, alarga el brazo para alcanzar un bote de aceitunas, pero un chico castaño de facciones parecidas, le da un manotazo regañando para que no coma antes de lo indicado. Una mujer que supongo que va por los cincuenta, se encuentra frente a mí y todo el tiempo lo lleva discutiendo con el canoso que parece ser su esposo. Estoy a punto de tomar el tenedor y clavárselo a través de los dos labios para que de calle. Cada vez aprieto más el utensilio entre mis manos.
El sonido de una cuchara contra una copa de cristal me hace detener el momento de tensión. La señora Bloom por supuesto, parada al borde de la mesa. Presiento que va a dar comienzo a la cena.
—Bien, gracias por su atención. Quiero darle la bienvenida a nuestras nuevas huéspedes —nos señala a nosotras dos, odio ser el centro de atención—. Espero que la estancia sea de su agrado una vez más, así como que los viejos residentes les den una cálida bienvenida.
—Te agradezco, Rose —dice mi tía con cortesía levantando su copa de vino tinto en un brindis aéreo o algo de eso.
—Prosigamos a la cena —toma asiento.
Naturalmente no se permiten las bebidas alcohólicas a los menores de edad, y a mí me falta para formar parte del gran grupo. Así que cuando me doy cuenta, soy la única que está bebiendo zumo de naranja en una copa que se ve más elegante con vino. En un corto chequeo para comprobar que nadie más esté bebiendo zumo, me encuentro con el zoquete rubio haciendo un brindis en el aire con su vino y esa sonrisa burlona. Solo tomo aire para no perder la compostura.
¿La comida? Si no fuera por el ambiente fúnebre y una araña balanceándose sobre nuestras cabezas, me haría la idea de que estamos en medio de un buffet de palacio. Verduras, un gran plato de carne que por Dios que parece que han matado un venado para nuestra bienvenida. Lástima que el otro hijo no esté aquí... ¿por qué rayos me importa eso? Tal vez solo siento un poquito de curiosidad.
—Heather cielo, ¿podríamos hablar? —me toma por sorpresa la señora Bloom antes de que pueda abandonar la mesa.
Miro a mi tía que da un leve asentimiento con la cabeza.
—Claro.
Sigo a esta mujer a través del comedor y llegamos a la cocina donde un chico joven está lavando los platos y otro señor gordo que creo que es el cocinero, acomoda la despensa. Ella les hace una señal a ambos para que salgan y poder quedar nosotras solas.
—Me disculpo por como te traté hace unas horas, no fue adecuado porque no tenías la culpa, entiendo donde la curiosidad humana puede llegar. A su llegada nunca me tomé la molestia de informar sobre que hace años habíamos dejado la tercera planta fuera del alcance de los huéspedes. Espero que me perdones y podamos abrir cuenta nueva.
—No se preocupe, señora... Rose —corrijo de forma inmediata ante su mirada—. Jamás debí haberme entrometido en sus asuntos, pero como entenderá...
—Tienes preguntas —sonríe leyéndome el pensamiento—, y te las daré —comienza a caminar por la cocina deslizando un dedo por la isla—. Mi hijo Deven tiene algunas... condiciones especiales.
—¿Cómo así? —entrecierro los ojos con confusión—. ¿Hace magia como Harry Potter o es el elegido de algo?
—Nada de eso, querida —se ríe un poco—. Verás, su piel es más frágil que la de una persona común, a cualquier exposición de la luz se puede dañar, por ello tenemos que mantenerlo en la mayor oscuridad posible, entablar ventanas y...
—Entiendo, pero, ¿por qué esconderlo del mundo? Aquí ni siquiera hace sol.
—Su piel es muy sensible como ya dije, además no es solo eso. Durante toda su infancia ha tenido que vivir encerrado, se le ha enseñado en casa, lo que significa que no ha podido compartir espacio con otros chicos de su edad, debido a esto ha desarrollado un trastorno depresivo extremo. Incluyendo uno de los síntomas, querer terminar con su vida. La última vez que lo dejé salir, el señor Clifton y su esposa —sé que se refiere a la pareja de ancianos—, lo hallaron caminando por el borde del tejado.
—¡Oh Dios! ¿Cómo pudieron persuadirlo?
—No lo hicimos, cayó, pero luego de un tiempo de recuperación y rehabilitación, no ha vuelto a salir.
—Y si es tan sensible de la piel, ¿cómo es que lo dejó salir?
—Tiene etapas más débiles que otras —eso me parece ridículo, pero no abriré la boca—. Como sea, cielo, será mejor que te mantengas lo más alejada posible del ático —sonríe de esa forma tan desagradable aunque a simple vista parezca a amable—, y de él. No le gustan los desconocidos y aunque mantengamos todo artilugio peligroso fuera de su alcance, aún puede utilizar sus manos —me guía fuera de la cocina, no sé por qué más que advertencia, esto me suena a amenaza ajena de "si no te alejas, algo malo te pasará".
—Mantendré mi promesa. Por cierto, la carne estaba deliciosa —doy una sonrisa falsa para dirigirme a mi habitación.
♦♦♦
Miro la pantalla de mi celular por décima vez que estoy en esta cama, por fin son las doce en punto. Soy un desastre general, pero la puntualidad es uno de mis fuertes, y esta hora me dice que es el momento para subir al ático. Para descubrir cuál es la verdad entre todas las mentiras que esa mujer me ha dicho; en primer lugar, si no le agradan los desconocidos, ¿por qué me envió una nota con el propósito de verme? Y eso de los períodos de la fragilidad de su piel... No sé nada de términos médicos, excepto de lo poco que he sabido de mi hermano, pero me parece muy raro que algunas veces se pueda quemar vivo y otras tenga la piel como una piedra. ¿Es un vampiro o qué? ¿Y si está encerrado todo el tiempo como pudo haber dejado la nota o ver nuestra llegada?
Luego de comprobar que la tía está en ese sueño profundo del que jamás despierta una vez en él, me escurro por el pasillo en oscuridad nocturna salvo por la luz de la linterna de mi teléfono que esta vez sí no me daré el lujo de dejar atrás. Todo vacío y la lluvia no ha cesado, el ruido de los grillos aquí es audible. No tengo problema para encontrar las escaleras al final del pasillo y continúo.
Ahora con la luz en mano, puedo divisar el corto corredor del tercer piso, con unas cinco habitaciones tal vez, vaya que parece más grande desde fuera. Enfoco la luz del móvil a la placa con el número de habitación: en blanco. Genial, ahora tengo que lidiar con una habitación fantasma... o eso pensé, ninguna de las otras tiene número tampoco. Dejo eso, y me propongo a girar el jodido pomo de la puerta.
La abro lentamente, pero no como la vez pasada, ya que a medida de que se deja ver el interior de la habitación, enfoco la luz, precisamente en la esquina donde lo ví esta mañana. Nada. Piso dentro preguntándome por qué no está en el mismo sitio, pero no es algo realmente relevante ya que es una habitación con cuatro paredes, por favor, Heather.
—Cierra la puerta —oigo desde un sitio desconocido, y le obedezco paralizada por el temor—. Apaga la luz —no la apago, sino que pego la parte del teléfono a mi cuerpo para que no emita luminosidad, quedando todo en negro.
—¿Qué rayos...? —me quedo sin aliento en cuanto siento una mano helada tocar mi mentón.
Ante el contacto me estremezco como si me hubiera tocado un muerto acabado de salir de su tumba. Retrocedo todo lo que puedo, pero de inmediato choco con la puerta, ¿qué pensaba? Quiero patear, gritar o decir aunque sea una maldita palabra, pero en cambio me quedo muda y expectante a lo que hace, pues sus toques no son bruscos como si me quisiera hacer daño, sino delicados, aunque la frialdad de su piel es impresionante.
Desliza su mano hacia mi cuello, de una forma gentil, hasta me podría acostumbrar a su toque, ¿qué me está pasando? Sube hacia la parte de atrás de mi oreja, cada vez presiento que está más cerca, hasta puedo presentir su respiración caliente. De inmediato sé lo que está haciendo: pone mi pendiente en su sitio. En cuanto se asegura de que el arete está seguro y sin posibilidad de caerse, se separa bruscamente. ¿Eso es todo? ¿Tanto misterio para devolverme mi pendiente? Ahora sé que lo perdí aquí.
Levanto mi móvil iluminando frente a mí, pero en ningún momento me vino a la mente su problema en la piel, así que pienso en arrepentirme de haberlo iluminado. Solo que no es problema alguno para él, ni siquiera sus ojos se han visto molestos por la repentina luz chocante, así como una persona normal lo haría. ¿Entonces está en la fase de piel más fuerte? ¿Me han mentido? ¿O solo es la luz solar la que lo afecta? Por Dios Heather, ¿cómo le va a afectar la luz de una linterna?
—La luz... seré estúpida...
Ahí parado frente a mí más alto de lo que evidenciaba en su postura sentada, con toda su piel que parece porcelana y esos ojos oscuros de iris exagerados, suelta una risa sarcástica de la que jamás lo creí capaz con ese semblante de debilucho. No diré que es un flacucho blandengue, tiene hombros anchos y una altura considerable, pero no puedo decir que tiene un cuerpo bien formado como su hermano que tiene pinta de ir al gimnasio cada día. Es bastante guapo como para ser alguien que ha pasado toda su vida en una habitación oscura. Su rostro sigue viéndose como tallado a mano, tanto que quisiera dibujarlo.
—¿Qué es divertido?
—Al parecer ya te han puesto al tanto sobre mi supuesta "enfermedad" —simula comillas con sus dedos al mencionar la última palabra.
—¿No estás enfermo? —aún sigo sin quitar la luz de su rostro, pero ni siquiera parece molestarle.
Observa hacia la nada en su derecha, con la esquina de sus labios levantada en media sonrisa, pero se vuelve a voltear hacia mí esta vez con una expresión repentina de seriedad. En un movimiento rápido, se lanza a mí y me vuelve a atrapar entre la puerta y él, solo que esta vez con cada una de sus manos a ambos lados de mi cabeza. Su torso desnudo y pálido apresándome junto a él, sin escapatoria. La luz hacia el suelo dando un leve resplandor.
—Dime, Heather, ¿crees que estoy enfermo? —otra vez siento su cálido aliento en mi rostro.
—¿Sabes mi nombre? —en momentos como este me da por tartamudear, pero intento sonar segura.
—Te sorprenderían cuántas cosas se pueden escuchar a través de estas paredes.
—¿Qué hacías en mi habitación?
—No hay habitación con mejor vista en todo el hotel, además las ventanas son nuevas, son limpias. ¿Sabes a qué se debe? —niego con la cabeza—. Una niña se suicidó —dice como si nada, es más, hasta con una notable expresión de fingido dolor—. ¿Qué hicieron? Cambiaron las ventanas —vuelve a levantar la comisura derecha de sus labios—, y así nada había pasado.
—¿Por qué te tienen aquí?
—Madre dice que es correcto —habla de forma automática, trago grueso.
—Tienes juguetes... —me refiero a la pila de estos en la otra esquina de la habitación que ilumina la luz.
—Madre dice que ayuda a reprimir los malos pensamientos.
—¿Cuál es la verdadera razón de que viniera aquí?
—Quiero que descubras la verdad, Heather.
—¿Qué verdad? Tu madre dice que...
—¿Qué dice? ¿Que soy un enfermo mental? —extiende su sonrisa como si tuviera sus mejillas rajadas para formularla—. Dime, Heather, ¿crees que soy un enfermo mental?
Abro la boca y la cierro una y otra vez sin saber qué responder a eso. Este sujeto me parece más que un enfermo, tiene problemas... grandes problemas, y a cualquier fallo de mi parte...
—Heather, ¿crees que soy un enfermo mental? —vuelve a gritar golpeando la puerta con una mano.
—Yo...
De un momento a otro, toma la mano que tengo libre y la lleva a su boca, específicamente mi dedo índice. Lo muerde con todas sus fuerzas hasta que la piel se parte y la sangre se extiende en sus labios. Como reflejo lo empujo lejos de mí, abro la puerta y salgo de ahí con el corazón a punto de salírseme del pecho. Bajo las escaleras a toda prisa y ya en el segundo piso me recuesto en la pared para soltar el aire que estuve conteniendo.
Miro mi dedo como si se hubiera pinchado con la maldita aguja que utiliza mi tía para tejer y me lo llevo a la boca para parar la sangre. Siento una presencia a mi lado y me giro espantada.
—¡Caiden! ¿Por qué siento que tu tarea en la vida es asustarme?
—¿Por qué siento que la tuya es estar en donde no debes? —esa sonrisa ladina... me recuerda al retorcido de su hermano.
Caiden percibe que tengo la mente en otra cosa y detiene la vista en mi dedo, alza las cejas en ¿asombro?
—Veo que ya estás enterada de lo que es capaz mi querido hermanito.
—Es un enfermo.
—Es un rarito, siempre se ha comportado extraño con las chicas.
—¿Chicas? Pensé que había estudiado toda su vida aquí.
—Una parte... su infancia, el comienzo de su adolescencia —suspira como si estuviera pensando en otro mundo—. Como sea, en el comienzo de la preparatoria, mamá lo envió a un internado fuera de Reshville. Incluso tuvo una novia, pobre chica... —se muerde el labio inferior, ¿ya he dicho que se ve jodidamente sexy?
—¿Por qué?
—Él hacía cosas —señala con la mirada mi dedo—. En fin, un rarito, pero no podemos cuestionar sus métodos —se encoge de hombros.
Me quedo callada, mientras detallo la vestimenta de Caiden: esta vez tiene el cabello más desordenado y un pijama de seda como el que suelen usar la gente de la realeza en todo su esplendor, se adhiere a su cuerpo. ¡Pero qué bueno está! Me atrapa mirándolo, giro la vista hacia delante, creo que demasiado notorio.
—¿Qué pasa, Heather? —pregunta con picardía.
—¿Dónde dejaste la fachada de tipo malo de esta mañana?
—¿Qué? ¿Te gusto más como chico malo, chica rebelde? —en un segundo ya está más cerca a mi lado, demasiada cercanía.
—No digas tonterías —resoplo separándome de la pared—. ¿Sabes qué? Ahora iré a dormir, y tú deberías hacer lo mismo —señalo en dirección a mi dormitorio.
—Linda noche, Heather -sonríe abiertamente—. Procura soñar conmigo —agita la mano en despedida.
—Como sea —le doy la espalda y vuelvo a resoplar por su arrogancia.
Mis pensamientos están en otra parte mientras cruzo la puerta a mi habitación. ¿Cuántas mentiras me ha dicho la señora Bloom? ¿Qué rayos estaba pensando ese loco del tercer piso? ¿Decía la verdad cuando hizo alusión a desmentir lo que me había dicho su madre? Mejor aún: ¿acaso hay alguna verdad en todo lo que han dicho?
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