Capítulo 26
—Esta historia no tiene un final feliz, de hecho... ni siquiera creo que tenga un fin.
—Todas las historias tienen un final y no todas tienen que ser felices, a veces a la vida no le acompaña al significado de los cuentos de hadas —suspiro dando una sonrisa para que comience a contar su historia.
—Creo que debería de empezar por el principio, hace muchos años... —su mirada se queda plasmada en otro lugar como si su mente viajara al sitio de la historia—. Un joven que tenía prohibido amar, vio desde su hogar a una hermosa muchacha con cabellos color de fuego, sentada en la gran piedra del centro del valle, en su regazo hacía trazos como si de una de las más grandes obras de arte se tratara. El viento chocaba con su cabello moviéndolo en todas direcciones —sonríe de la forma más sincera que lo he visto hasta ahora, siento como si me estuviera mostrando un nuevo ser—, dándole un aire de concentración en su arte que cualquier maravilla a su alrededor parecía insignificante. Pronto, el joven descubriría la rutina de la chica, lléndola a ver cada tarde desde la distancia, cosa que era difícil de continuar y detenerse a cada impulso que tuviera de hablar con ella. Hasta que una tarde en la que el cielo se tornó oscuro, anunciando la próxima tormenta, descubrió que habían estado siguiendo a su amada desde las profundidades del bosque, comenzando en su humilde pueblo lleno de bandidos sinvergüenzas a los que no le importaba arruinar vidas con tal de divertirse un poco —se queda perdido por unos segundos.
Los bandidos aparecieron de entre los árboles, agarrando a la chica como si de su propiedad se tratara. Pretendían hacerle daño, quitarle la pureza que ese ser que desde lejos la miraba, tanta había aprendido a amar de ella. No lo pudo soportar más, así que decidió enfrentarse a los individuos para rescatar a su amada y estos sin ser rivales para el joven, fueron vencidos rápidamente. La joven ante el susto, cayó en sus brazos dejándolo por completo asustado. Creía que le había pasado algo grave, sin tener conocimiento del desmayo así que la llevó a refrescar con el agua del río cercano.
Ella abrió los ojos y contempló lo que tenía en frente, lo apodó como su "Ángel Guardián". Él con el alivio de que su amada se encontrara bien, supo que el momento de conocerla, hablar con ella y detallarla de cerca, había llegado y con ello, llegó su amor. Todos los días a la misma hora, él ya la estaba esperando sobre la piedra en la que ella acostumbraba dibujar, llegando a hacerlo con más que el impresionante paisaje natural a su alrededor. El rostro de su ángel se volvió su inspiración, aunque él jamás encontrara explicación a tal obsesión, le encantaba lo que ella hacía y más tarde descubrió que por cada dibujo, era como si se imirara a sí mismo al espejo.
Él quiso hacer algo por ella también, así que probó con su arte, nunca le quedó tan bien como lo ejecutaba su amada, pero el detalle hacía que fuera hermoso, queriendo perfeccionarlo cada día más. Al contrario de la joven, él no necesitaba observarla todo el tiempo para copiar su rostro ya que este estaba en su mente toda hora, por lo que en soledad, trazó y proyectó tantos dibujos como fuera posible, por si algún día su mente olvidaba el perfil, que fuera imposible no recordar su presencia. Hasta que un día, los suyos descubrieron tal amor que era mutuo.
Lo expulsaron de su hogar, sin ser este un problema más que una señal del destino que le indicaba que debía de estar con su amada, sin cadenas o restricciones, podía amar libremente. Sin embargo, no le permitirían ser feliz, sino que lo condenarían a una tristeza eterna acabando con lo único bueno en él, sin piedad, sin ser la excepción de la regla.
—¿La mataron? —pregunto habiendo dejado de dibujar ya hace rato.
—La enviaron al infierno como si hubiera cometido el más atroz de los pecados —sus palabras salen con odio—, lo único que hizo fue amar a alguien prohibido.
—Como Romeo y Julieta —frunzo el ceño por mi propia comparación, él ríe sin gracia.
—Romeo y Julieta murieron por amor —no sabía que es fan de la obra de Shakespeare—, los protagonistas de esta historia fueron separados cruelmente por la inhumanidad de los demás.
—Si lo piensas, Romeo y Julieta no hubieran muerto si no fuera por la enemistad de sus familias —se queda callado porque en algo tengo razón o la escena es mucho más diferente y no tiene la intención de contármela—. ¿Y... es ese el final de la historia?
—Te dije que no era un final de cuento de hadas —baja la mirada hacia mi boceto.
—Los finales son solo finales, Deven —suspiro—. Hablando de finales, voy a terminar este dibujo —ríe sin entender por qué.
—Eres tan impasible —continúa riendo suavemente—, como ella. ¿Por qué tienes miedo de sentir si tienes un corazón?
—¿Eh? —sí oí, solo que se me hace rara la pregunta. Levanto mi mirada para encontrarme con su rostro más cerca del mío—. Yo... no... ¿Tú no tienes miedo de hacerlo?
—No puedo, no te puedo amar, Heather —toca mi rostro con su mano helada, la decepción por sus palabras, clara en mi expresión.
—¿Por qué? ¿Hay algo que pueda hacer para cambiarlo? —desliza su mano hasta quedar en mi pecho del lado izquierdo.
—Solo tienes que mantenerlo latiendo, Heather.
—¿Qué hay de ti? ¿No puedes dejar de lado el pasado para comenzar un nuevo futuro? —lo imito poniendo mi mano en su pecho desnudo que de lo contrario a mis latidos acelerados, se encuentra muy calmado, extrañamente siento algo.
—No es así como funciona —otra vez toca mi rostro y por último se detiene en mi cabello, introduciendo sus dedos de una forma extraña hasta dar con mi cráneo—. Solo no te vayas, no me dejes aquí con ellos, Heather.
—¿Quieres que me quede en el hotel? —asiente dándome lo que quería desde un principio, pero sin emitir palabra de mi parte que confirme mi estadía.
—Solo no me dejes, ¿sí? No puedo amarte como te mereces, pero solo imagino que dejes de estar a mi lado, de subir aquí arriba en busca de explicaciones o solo por un tonto dibujo y... —se acerca a mí hasta sentir nuestras respectivas respiraciones—. Y siento que volveré a vivir el mismo infierno con mi piel quemándose desde el interior, con mi alma pudriéndose de odio... rencor hacia la humanidad —aprieta los ojos alejando los malos pensamientos—. Me destruiría.
La cercanía de nuestros rostros hace que nos expresemos en susurros, respirando el aliento del otro, pero más que nada, matándome con sus palabras. No soportaría verlo sufrir o irme sabiendo que lo hará y en vez de darle una respuesta de palabras vanas, le confirmo que me quedaré, uniendo nuestros labios mientras sostiene fuertemente el agarre a mi cabeza. Me levanto en mis rodillas para estar a su altura que aún estando sentado me sobrepasa. Una vez siendo un tanto más alta, rodeo su cuello con mis brazos, desliza sus dedos a través de mi cabello hasta dejarlo por la punta debajo de mi cintura.
Me junta más con él, permitiendo saborear sus labios con un hambre voraz como si jamás hubiera besado en mi vida, pero la verdad es que es por las ansias que tenía de hacerlo con él. Algo totalmente nuevo, que aunque no sea pasional y ardiente como Caiden actúa sobre mí, el hecho de la correspondencia lo hace suave y deseoso, saciando la espera que ambos habíamos tenido. El tiempo se va de nuestro pensamiento principal y solo nos damos cuenta de que un buen rato ha pasado cuando un estruendo se siente en la ventana sobre nosotros.
Un cuervo se acaba de estrellar contra el cristal de la ventana y ahora se resbala hacia abajo dejando su plumaje negro adherido al cristal. Aún tengo el corazón en la boca por el susto, que a la misma vez se refleja en mi rostro al mirar a Deven inexpresivo como siempre ante este tipo de situaciones (así dice que soy yo la impasible).
—Están migrando, no se quieren quedar aquí para la tormenta —informa como si nada—. Es extraño que se haya nublado su campo de visión de tal manera.
—Sí... bueno, creo que iré a decirle al sheriff que pasaré los últimos días antes de ser mayor de edad, en el hotel —señalo la puerta.
Bajo las escaleras hasta la salida, no sin antes colocar el teléfono en mi oreja para simular una llamada que jamás ha sucedido. Al llegar y toparme la analizadora mirada de Caiden fumando junto a la puerta, bajo el móvil inmediatamente y hago como si estuviera colgando.
—Ehm... Ryoko dice que ha tenido un percance con su familia y que no será posible mudarme hoy —le explico aún sin haber preguntado—. Iré a disculparme con el sheriff.
—De acuerdo —pronuncia Caiden con una mirada severa—. Entonces llevaré tus valijas de vuelta a la habitación.
—Te lo agradecería —doy mi mejor sonrisa que se esfuma con él aprisionándome junto a la pared.
—A mí no me engañas, pelirroja. Ve y miéntele al sheriff si quieres con ese cuentecito del problema de tu amiguita, pero conmigo no lo hagas —su aliento a cigarro se cuela por mi nariz de una forma brusca como sus palabras.
Me quedo inmóvil cuando se retira sin decir algo más, llevando mis valijas escaleras arriba. ¿Debería de enojarme? Es... no sé ni qué pensar, porque el que tiene derecho a estar enojado es él, ya que luego de decirle que haría mis esfuerzo por amarle, voy al ático y me beso con su hermano, admitiéndome a mí misma que por él siento algo que no podría por Caiden. ¿Debería de sentirme culpable por su reacción? Si acaso su cambio rudo se debe a eso, ¿cómo se enteró? ¿Me estaría espiando? Deven me imploró que no quería quedarse con ellos, ¿y si con "ellos" también incluye a Caiden? ¿Debería de preocuparme por alguna acción vengativa? Dios...
—De acuerdo, Heather, no te tienes que disculpar por hacerme esperar, de todas formas es mi deber como sheriff y amigo de la familia —de todas formas me siento culpable ante explicarle mi mentira—. Lo que le pasó a Joelle es lamentable —quita la mirada apenado—. Tantas vidas siendo arrebatadas estos últimos meses, mi familia... ¡personas inocentes! —aprieta los puños.
—Sobre eso quería hablarle... Creo que usted tiene derecho a saberlo —me muerdo el labio.
—Heather, sea lo que sea que me vayas a decir, vayamos a la comisaría o algún lugar fuera de la órbita de este hotel, sabes que no podemos confiar en nadie aquí —asiento—. Además, también tengo algo que decirte con respecto a lo de tu tía —abro los ojos por el miedo a que haya descubierto algo de mi hermano.
—¿Sí? Dígame.
—Sube al coche, te diré en el camino y enseñaré algunas pruebas que dejé guardadas en mi despacho para más seguridad —le hago caso.
Al cerrar la puerta del asiento de copiloto en la patrulla de policía, me invade un olor demasiado diferente al de cigarro que he acostumbrado en los otros viajes. Lo siento como si hubiera algún animal muerto aquí dentro, pero tal vez es el ambiente o alguna comida podrida de días, en fin, muchas explicaciones de lo más normales. Elegiré no estar con pensamientos extraños mientras el coche arranca para incorporarse a través del sendero del bosque. Avanzamos lentamente por el camino de tierra debido a los numerosos baches tomando en cuenta que la lentitud no será el problema ya que el pueblo está a menos de un kilómetro de camino por el bosque.
—Entonces, Heather, ¿qué es eso que tenía que saber? —sujeta el volante con una mano mientras busca algo en su bolsillo.
—Es... —me debato sobre decirle o no algo de su hija, pero debe de saber, ¡es su jodido derecho!—. Sobre su esposa e hija, siempre fue cierto el hecho de que Karol no hizo lo que hizo por su propio ser.
—Eso lo sé, Heather —saca un cigarrillo finalmente, pero parece que no encuentra su encendedor—. Heather, ¿podrías...? —señala con el dedo la guantera frente a mí—. Por favor, ve a ver si allá dentro dejé el encendedor, es que mi cabeza últimamente siempre está en las nubes.
—Claro —distraigo los ojos de la carretera para abrir la guantera, pero aún así percibo como aprovecha el momento para darle un giro algo inesperado al volante, para introducir nos en otra dirección hacia el bosque—. ¿Vamos a alguna otra parte?
—Es un atajo con menos baches para llegar al pueblo, y además más cerca de la comisaría —sonríe para transmitir calma, pero lo único que me transmite es inseguridad.
Asiento con los labios apretados y fijo mi vista en la guantera para erizarme aún más los pelos con la situación. Una foto se ha desprendido al abrirla, cayendo en el estrecho paso de mis pies, sin embargo, no es eso lo que me deja pasmada, sino un vaporoso trozo de tela negro abultado en el fondo. Trago grueso tratando de disimular mientras estoy totalmente segura de que es una de las túnicas que usaban en el maldito ritual tras los pasadizos del sótano. En este instante me viene a la mente el séptimo encapuchado del que pude encontrar identidad, solo que aún no puedo estar segura del todo que haya sido él porque tal vez la tiene, pero alguien más la usó y se la encontró guardándola de prueba.
Reacciono de inmediato y le alcanzo el encendedor que estaba apoyado en el manto. Agradece con un movimiento de cabeza, dando a entender que quiere que recoja la fotografía que cayó por mi culpa. Prende el cigarro y se lo coloca en la boca para impregnar el ambiente de ese maldito humo.
—No se preocupe, yo la recojo —me refiero a la foto y me lanzo hacia adelante para probar suerte con mi mano hurgando en el sitio de mis pies.
Cuando las puntas de mis dedos hacen contacto con el material, la chispa de lograr algo prometido, alumbra mi cara y entre la rendija de mis rodillas y el suelo, veo de cara la foto recibiendo otro golpe de la realidad que confirma todas mis siniestras sospechas. La foto no era otra ni más ni menos que una toma en posición diferente a la que encontré en el anuario de mamá, quedando en claro que el rostro del hombre abrazando a Rose y que antes no se dejaba ver, era el del sheriff Walsh. En conclusión: es el séptimo individuo encapuchado, ex de Rose y posible cómplice de otros crímenes.
Se da cuenta de mi asombro mirando la jodida foto del grupo adolescente, e inmediatamente me la arrebata un tanto nervioso para volverla a colocar en la guantera.
—Llevamos mucho tiempo ya en el camino, ¿no cree? Incluso a este ritmo por el camino normal, hubiéramos salido ya al pueblo —silencio—. ¿Por qué me mintió? —creo que en estos momentos, lo más inteligente siempre es seguir la corriente, pero ya he dejado en claro que no soy así. Otra vez silencio, pero más aceleración—. ¿A dónde vamos en realidad, sheriff Walsh?
—No fue mi intención, ¿sabes Heather? Quería salvarla, pero ella huyó de mí y condenó su salvación para siempre.
—Entonces... ella estaba huyendo de usted, Karol huía de su propio padre, pero ¿por qué? ¿Por qué ella no querría ser salvada?
—Le lavó el cerebro, esos monstruos le lavaron el cerebro, la hicieron huir de mí y rehusarse a su salvación. Le hicieron creer que lo que hice estuvo mal, pero solo quería remediar lo que hizo el monstruo de su madre y ella tuvo miedo —las lágrimas comienzan a descender mientras suelta humo por la boca—. ¡Pero era el primer paso! La tuve que matar para anular la maldición que le lanzó a nuestra hija, entonces ese día en el bosque, acompañado de luna llena, se hizo el escenario perfecto para el maldito ritual. ¡El daño estaba hecho! ¡El daño estaba hecho! —da golpes en el volante por la desesperación de sus palabras—. El alma de mi hija le pertenecía a las entrañas del diablo. Julia... yo la amé, pero mi hija estaba primero, ahora las perdí a las dos, por rehusarse a su salvación —comienza a repetir lo mismo una y otra vez como si fuera una oración bíblica, ¿qué le pasa? Esto da miedo... está mal mentalmente.
—Por favor, sheriff... Le pido que...
—¡Cállate! ¡Cállate! Rose me matará si no hago lo que ordena, no puedes continuar viva hasta la próxima luna llena o será el fin de todos —pisa más el acelerador.
—Ahora lo entiendo, John Black jamás fue el perro faldero de Rose, sino tú bajo la fachada incorruptible del sheriff de Reshville. ¡Fui tan estúpida!
—¡Cállate! Ninguno fue tuvimos elección, Rose tenía todo lo que nos importaba bajo su poder. Mi pecado... el pecado que consistía la sola existencia de mi hija, los cuales solo pude limpiar con ese ritual, no tuve elección —¡claro que sí, maldición!—. ¿Sabes? John siempre dio la impresión a los residentes del hotel de estar acosando a Rose por una ficticia obsesión amorosa, pero lo único que hacía era cuidar por su hija, velar cada día porque estuviera bien en las garras del diablo. Porque luego de que el maldito monstruo del ático que Rose tiene por hijo, la empujara por una de las ventanas del segundo piso, la supervivencia solo contaba de la fuente del hotel, cosa que era incierta cada día.
—Mientes, Deven no haría eso —niego repetidamente con la cabeza, pero él ignora mis palabras.
—Desde que esa niña llegó allí, la maldita señora Bloom la había pensado como una garantía para algún punto sensible de algún huésped, además para una vez más cumplir su obsesión de limpiar sus pecados. Así fue como el punto débil de los Schmidt fue la clave, la semana anterior a luna llena un poco antes de que llegaran tú y tu tía al hotel, la inocente Annie Schmidt subió al ático y fue desgarrada por la fuerza de la bestia que allí estaba encadenada. Rose creó una fachada para que toda sospecha del ritual que tenía planeado con la hija de John, fuera descartada por su parte, al encontrar el cadáver misteriosamente en el depósito de agua, asesinado por su querido hijo.
—¡Mientes! ¡No! ¡Mentiroso! ¡Deja de mentir! —lo empujo repetitivamente hasta que pierde el control del auto.
Todo ocurre en un pestañear del que solo me doy cuenta que el auto se ha desviado por completo luego de que despierto adolorida y con la cara estrellada con la parte de enfrente del auto. Hemos chocado con una gran piedra que podría ser parte de una montaña en medio del bosque, quedando del modo que la puerta del lado del asiento del conductor, esté atascada con la roca. Eso me da ventaja de escapar arrastrando todos mis dolores conmigo, además de un golpe sangrando en el área de mi frente. Antes de salir tomo el arma de su cinturón por si se despierta e intenta dispararme.
Caigo al pasto apoyando los codos y luchando por levantarme y correr de ahí. Pronto escucho un quejido desde allá atrás y me lanzo a correr cojeando.
—¡Ven aquí, Heather! ¡No te voy a hacer daño! ¡Eres la mejor amiga de mi hija! —como si eso sirviera ya de algo.
Intento apresurarme cada vez más cuando oigo los pasos fuertes detrás de mí, solo por instinto ya que en esta zona no planeo llegar a ninguna parte. Cuando está lo suficientemente cercano a mis espaldas, me giro para apuntar con el arma y decirle que no se acerque más. Por el impacto retrocede alzando los brazos en señal de rendición, pero con la expresión de un total psicópata para nada parecido al sheriff cuerdo que solía ver (aunque realmente nunca fue muy pasivo mentalmente). En sus ojos destila una incoherencia total con sus sentidos, como si el único propósito fuera pecar de cualquier forma.
—¡No te muevas o dispararé! —lo sé, la típica frase.
—Oh pequeña Heather, tan valiente como tu padre —da un pequeño paso demostrando que no me tiene miedo aunque le esté apuntando—, pero también tan incapaz de matar a una mosca. ¿Sabes? Era un buen hombre, realmente lo aprecié y admiré, al contrario de tu madre, era una perra —la demencia toma papel en sus ojos.
—¡Mientes! ¿Crees que después de todo lo que me has dicho voy a creer estas jodidas palabras?
—¿Crees que de todo eso te he dicho alguna mentira? —no lo creo—. No es divertido vivir en mentiras, y eso es lo que ha hecho tu hermanito supuestamente enfermo. ¿Acaso no te has preguntado por qué no tiene ningún parecido con tu padre? ¿No te has puesto a pensar que tu madre lo engañó en sus narices y engendró al monstruo que es Robyn? Ya viste en nuestra foto grupal que desde la adolescencia tus padres compartieron su puro amor, pero si miras en los ojos de tu madre, te darás cuenta de que solo él la amó —sonríe psicópatamente.
—¡No! ¡Silencio! —quito el seguro del arma para parecer más amenazante, pero parece no importarle y dar un paso más.
—¿Qué has visto en los ojos de tu hermano? Oscuridad, ¿cierto? Pues eso es de lo que se compone su ser, y lógicamente debería de ser heredado por su progenitor. Un monstruo engendrado por otro monstruo...
—¡Basta! ¡Calla! —aprieto el gatillo con las lágrimas ahogándome, pero nada, la pistola no tiene balas, ahora entiendo por qué le preocupaba tan poco que fuera a disparar.
—¿Quién es el monstruo, Heather? —ríe abiertamente poniéndome al borde de la locura—. Has entrado a la cueva de la bestia sin saber que has estado en...
Sus palabras se procesan en mi cabeza como un encendedor prendiendo un sendero de gasolina, explosivo, a punto de explotar. Un calor sube por todo mi ser para evitar que escuche más de una palabra de él. Suelto el arma sin importarme dónde vaya a caer y con la adrenalina al máximo y todo el impulso que haya guardado en la vida, agarro una piedra de un tamaño moderado para caber en la palma de mi mano y me lanzo a él, gritando.
—¡Mentiroso! —del primer golpe lo tumbo en el suelo y me coloco encima—. ¡Mentiroso! —golpeo—. ¡Eres repugnante! ¡Mentiroso! ¡Muere!
Cuando dejo sus sesos esparcidos por todo el pasto y tierra, me siento al lado del cuerpo. Miro mis manos ensangrentadas y suelto la piedra con la cual le rompí el cráneo hasta desfigurar todo su rostro y matarlo. Ese calor que sentí al principio, va disminuyendo y dejando en mí una sensación de satisfacción. Lo he matado, sí, pero no me siento mal o culpable, sino que he saciado una sed que jamás disfruté así.
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Nota de autora: Pues aquí está este capítulo después de tanto tiempo, espero que sea de su agrado aunque esté sin editar y espero de todo corazón tener la oportunidad de traer otro capítulo lo más pronto posible.
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