Capítulo 16
—Buenos días, ¿puedo ver al sheriff Walsh? —pregunto al sujeto en la entrada de la comisaría.
—Tienes suerte, pequeña Chucky —deja su taza de café a un lado para removerme el cabello como si fuera una niña—. El sheriff está desocupado ahora mismo, ya sabes por dónde es el camino.
—Ten buen día, Chuck —sonrío por los viejos tiempos y me dirijo a la oficina del sheriff.
Cuando era pequeña, papá nos traía a Robyn y a mí para enseñarnos su trabajo. Robyn no mostró interés alguno en todo este lío de investigaciones, sino que se dedicó a molestar a Chuck, que cuando aquello era un joven cadete, con que su nombre se asilimaba al muñeco de las pelis de horror. En cambio, Chuck no se vio ofendido en absoluto y por el color de mi cabello tan similar al de mi madre, la tomó conmigo poniendo el apodo de Chucky que hasta ahora usa.
El plan de molestar por parte de mi hermano, no le salió muy bien del todo, incluso lo ví un poco celoso por el hecho de que a cada rato me compararan con mamá. Papá tenía el cabello rubio últimamente cubierto por las canas, así que el cabello oscuro de mi hermano le molestaba estúpidamente por un posible engaño. ¿Qué iba a ser? La genética dio un giro dramático, al menos nuestros ojos azules daban indicios de parecido con papá. Mamá se lo tomaba con risas cada vez que se bromeaba con ello, sin prestar mucha atención al daño que le estaban haciendo esas malditas ideas a mi hermano.
Mientras camino por al comisaría luego de tanto tiempo, los antiguos compañeros de mi padre me miran con lástima, tal vez un pésame mudo que no me conmueve ni un pelo. Si solo supieran los secretos del perfecto sheriff Steinwedel... Aunque supongo que también estarán dando pésames por lo de mi hermano. Recuerdo que la extorsión se volvió insoportable, además del peso de mi conciencia aún inocente por haber enterrado vivos a nuestros padres, Robyn me había quitado el teléfono y me prohibía demasiada interacción con los cercanos. Un día exploté y llamé desde la secretaría de la Preparatoria Ragsdale hasta comisaría, denunciando todo o casi todo.
Omití la parte de que cuando los sepulté estaban vivos, sus corazones aún latían de una forma débil, pero hermosa. Recurrí a la excusa de que me había amenazado todo este tiempo para no abrir la boca, y era creíble, la enfermedad de mi hermano lo hacía todo creíble y más fácil. No sé si me quedé callada de mis actos por miedo, o solo porque mi verdadera naturaleza es una perra.
Robyn a temprana edad fue diagnosticado con el síndrome de Capgras, que es un trastorno neuropsiquiátrico que afecta la capacidad de identificación del paciente. Este cree que una persona, generalmente un familiar, es reemplazado por un impostor idéntico a esa persona. En esta condición los pacientes como Robyn son incapaces de reconocer los rostros conscientemente a pesar de ser capaces de reconocer otro tipo de objetos visuales. Es tan extraño... Robyn siempre pareció muy consciente de todo lo que decía, he llegado a pensar que cuando se refería a mamá y papá como “impostores”, es que era capaz de ver sus verdaderas caras.
—¿Puedo pasar? —toco ligeramente la puerta del despacho del sheriff Walsh.
—¡Oh Heather! Por supuesto, adelante y siéntate —sonríe como su estado de ánimo se lo permite.
—Pensé en lo que me dijo en el cementerio —observo el retrato familiar sobre el escritorio, ahí solía estar el de mi familia—. Las cosas van a ir para peor, a veces no puedo ni distinguir qué es un sueño o no —recuerdo la habitación con las enredaderas que de un momento a otro desaparecieron—. Hasta que no descubra lo que está pasando aquí, no creo ser capaz de dormir tranquila, menos en ese hotel.
—Te entiendo, Heather. Cualquier cosa que necesites, recuerda que estoy aquí y te ayudaré en lo que sea —junta las manos sobre la mesa con una mirada amable.
—Me alegro de que haya dicho eso, porque la verdad es que necesito ayuda con algo, pero primero tengo que decirle una cosa que no estoy muy segura de que lo deje tranquilo.
—No te cierres nada, adelante.
—Karol... —ante la mención del nombre de su hija, su rostro cambia drásticamente a nostalgia—. Creo que Karol estaba siendo perseguida por alguien, alguien que la extorsionaba.
—Sabía que algo estaba pasando, Heather, lo sabía —se levanta de su silla como un científico loco que acaba de descubrir algo—. Mi hija tenía miedo cuando su madre no estaba, cuando apareció... Días después se escapó de casa.
—Sí, eso lo sé —me mira un poco confundido, pero luego relaja su mirada seguramente suponiendo que Karol me lo contó.
Detrás de su escritorio, jala una pequeña cortina que hasta hace unos segundos cubría un tablón de investigación cubierto de fotos de distintos ángulos del hotel, conectadas de un lado a otro con hilos rojos. En la parte de abajo vienen fotos de la señora Bloom y su ex esposo, Caiden y una con un signo de interrogación.
—Desde antes estaba investigando el Bloom Hill Hotel, ahí pasan cosas inimaginables, o tal vez ya lo sabes porque no eres de las que se quedan encerradas en la habitación, ¿no es así, Heather?
—Tiene razón, señor Walsh —suspiro mirando la foto de Caiden señalado como sospechoso, maldición.
—Solamente aceptamos ir a esa maldita cena para encontrar algo para mi investigación, Julia ni siquiera quería ir. Todo fue mi culpa —se pasa la mano por el cabello—. Sé que fueron ellos, ellos tienen algo que ver —señala con odio hacia el tablón.
—¿Descubrió algo entonces?
—Sí, su otro hijo —apunta la foto con el signo de interrogación—. Ese chico... Su existencia es tan dudosa como su inocencia, Heather. Sus archivos de identificación no están por ninguna parte —gira el monitor de la computadora hacia mí con cero resultados de búsqueda sobre “Deven Black”.
—No se apellida Black, él... —dudo si compartir la información que me dio.
—He buscado todas las alternativas, no hay nadie como él en los registros de Reshville o en todo Estados Unidos. Es como si no existiera.
—Es... no sé qué decir, ¡algo debe de haber! No puede haber estado enfermo desde su nacimiento como para su madre ni siquiera lo haya registrado —frunzo el ceño con confución—. Acerca del favor que le iba a pedir, señor Walsh.
—Te escucho —toma asiento relajándose un poco del estrés de su investigación secreta, que tome un poco de café, por Dios.
—Hace unos días descubrí una habitación en el hotel... Había una niña, una niña que parecía en coma o algo por el estilo, de repente comenzó todo a ir mal y Rose, Black y una de las parejas que se hospedan allí, se preocuparon hasta llevarla al hospital o... no sé dónde. Llegaron por la noche y por la ventana de mi habitación pude ver con claridad que la niña no estaba con ellos.
—¿Una niña? ¿Qué planean estos maníacos ahora? ¿Tal vez dijeron su nombre?
—Sí, claro. Aubree si no recuerdo mal. Tal vez unos diez años, cabello oscuro y piel muy pálida, debe de ser hija de la tal Justine.
—De acuerdo, los Smith —se refiere al apellido de la pareja, por lo que supongo que debe de conocerlos—. Buscaré registros sobre Aubree Smith y tan pronto los tenga te haré saber.
—Ah, por cierto... Hace tiempo que no veo a una vieja compañera, supongo que se habrá ido de Reshville, pero no he tenido noticias de ella. ¿Podría hacerme saber de su paradero para estar más tranquila?
—Claro, ¿cuál es su nombre?
—Annie... —me rasco la cabeza tratando de recordar el apellido que ví en el estante de reconocimiento—. ¿Schmidt? Sí, Annie Schmidt —ahora diciéndolo en alto se me hace más similar a lo mencionado por el sheriff.
♦♦♦
Salgo de haber preparado el dormitorio para el próximo residente del que me informó la señora Bloom, cuando veo pasar al señor Black desde las escaleras del tercer piso. Con la mirada gélida de sus ojos verdes, me deja con el escalofrío acostumbrado, que solo respondo con una sonrisa de “nada pasó”, cuando es obvio que iré directo a ver a Deven. Tengo en claro que no le agrada su supuesto padre, pero no he preguntado demasiado sobre el tema ya que, la última vez reaccionó de una forma demasiado bipolar y quiero ganarme su confianza de poco a poco. Tampoco le pregunté algo de Aubree porque ese día ni siquiera levantó la mirada, como si supiera que le iba a hablar sobre el tema y acudió a ello para evitarlo.
Esta vez un resplandor del día nublado con pequeñas gotas anunciando lo que serán próximos días de tempestad (cosa que no es extraña en Reshville), me dan la bienvenida al abrir la puerta de esa celda. Achino los ojos con la inesperada luminosidad de la tarde, pero poco a poco acostumbro la mirada para ver a mi alrededor al chico aún más pálido bajo la luz, en su pose habitual, levantando la cabeza ante mi llegada. Visualizo en el suelo las tablas que estaban antes cubriendo la ventana, ¿será a eso a lo que ha venido Black?
—Volviste —susurra entornando sus ojos sombríos hacia mí—. Esta vez no vienes con un papel y lápiz, ¿te aburriste de dibujar mi rostro? —con decaimiento tanto en su voz como en su rostro, intenta elevar sus comisuras en media sonrisa.
—Ví a... Black salir de aquí, así que pensé...
—No soy el único que está en las celdas del ático, lo sabes. ¿No crees que pudo haber ido a ver a alguien más?
—¿La niña? ¿Ella está aquí o...?
—Todas estas personas... —no deja de abrazar sus piernas como un pequeño niño, lo que me causa ternura al acercarme—. Almas en pena que se perdieron por ahí, me pregunto si son tan puras como para ir al cielo o tan oscuras como para quemarse en el infierno —suspira—. Los hilos rojos del destino, forjados por cada acción ya sea del pasado o presente, por ende, determinando el futuro.
—¿De qué hablas? Esto no tiene nada que ver con...
—Todavía no es tiempo, Heather. ¿Has notado algo extraño en la comida las últimas semanas? —el brillo de diversión adorna su rostro sombrío mientras cambia de tema tan abruptamente.
—Es... ¿cambiaron de cocinero o algo parecido? Ya no es lo mismo que cuando llegué —me detengo a mí misma respondiendo su estupidez—. Pero, ¿qué más da eso, Deven?
—El perro —mira hacia la nada con seriedad—, se acabó.
—¿Qué? —mira hacia mí.
—Critican a los chinos por comer perro, pero tienes que admitir que es una carne deliciosa —sin hacer alguna expresión diferente, hace que con esas palabras mi existencia se vuelva amarga—. Madre la prepara con sus propias manos.
—Por Dios —hago una mueca de asco por haberme comido a mi propio perro y resultado realmente delicioso.
Ante la mención de mis cortas palabras que realmente no significan más que una expresión de incredulidad, Deven abre los ojos como aquel día de la visita a mi hermano. Ambos reaccionan de forma extrema a esa palabra. Elimina por completo esa pose inocente para larzárseme encima poniendo una mano sobre mis labios y haciéndome perder el equilibrio y caer al suelo. La madera dura me duele en toda la espalda y la parte trasera de la cabeza por el golpe, su mano ejerce más fuerza sobre mi boca, y su peso está por completo sobre mí.
Presencio como las suaves gotas pasan a ser una intensa lluvia que llena el sitio con sus golpes contra el cristal finalmente descubierto. Sin poder separar los labios, paso a mirar sus ojos más cerca que nunca, confirmando ahora en la claridad que no hay diferencia alguna entre su pupila e iris. Todo negro, oscuro como su alma, pero incitando a perderse en ella así el castigo final sea la muerte. Sin poderme quitar de la mente la idea de tener más, tengo el imperioso deseo de besar su piel, la piel de su mano que se pega a mis labios como si parte de ellos fuera.
—No digas cosas que corrompen mi alma —pega sus labios en mi mejilla—. No quiero lastimarte, pero tampoco tengo la voluntad para detenerme.
Con la mano que no tengo aprisionada por el cuerpo que quiero sentir, agarro la suya que me impide hablar. Él cede mejor de lo que creí, sin apartar su rostro del roce con el mío. Luego acaricio su cabello colándolo por entre mis dedos con facilidad.
—¿Por qué no podrías detenerte? —susurro en su oído.
—No soy como los demás, Heather —eso lo sé—. Madre intenta que sea bueno, pero no puedo. El mal vuelve a renacer —se levanta levemente para recostar su cabeza en mi pecho como si intentara oír mi corazón.
—No estás enfermo, ¿estoy en lo cierto?
—Estoy maldito, eso no tiene cura —entrelaza su mano con la mía, lo recuerdo del dormitorio aquella noche, no me importa.
—Todas las maldiciones se pueden revertir.
—Debe ocupar su lugar —aprieta mi mano con fuerza—. Soy un monstruo sin corazón, Heather. Tú tienes —me avergüenzo de lo acelerado que va mi corazón por su cercanía y él está escuchando—, deberías escapar y alejarte de todo el mal.
—Me han dicho antes que no hay salvación, ¿puedes creer que acepto mi destino? No me reconozco —rio de mi propia estupidez, él no se inmuta—. ¿Deven?
—¿Uhm?
—¿Te cuento una historia?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro