
«6»
— No... no creo que sea eso —rió levemente con el celular en su oreja.
— ¿Por qué no? —repuso su amigo—. Es más que obvio, no seas tan estúpido, Bri.
— Lo siento —dijo algo apenado.
— No te disculpes, no es tu culpa haber nacido estúpido —bromeó su amigo—. En fin, la cosa es que no podré acompañarte a la cita con el loquero, tengo un asunto importante. Iré a ver a una chica que dicen que es increíble.
— Oh... no te preocupes, mucha suerte, Ned —dijo Brian.
— Muchas gracias —dijo este—. ¿Tú has conocido a alguien después de Chrissie?
— No, la verdad no —respondió.
— Oh, qué mal —dijo Ned—. Si quieres conocer a alguien, opérate esa nariz y plánchate ese pelo de trapeador. Es mi recomendación.
— Gracias... —se rascó el cuello algo apenado. En cierta forma, Brian odiaba su aspecto, y pese a que aquellos comentarios de su mejor y único amigo lo hacían sentir mal, no tenía el valor de decírselo en la cara.
— Bueno, no tienes dinero para operarte —siguió—. Quizás puedas ahorrar o algo así. Deberías trabajar, flojo —bromeó.
— Eh... cuando salga de la universidad empezaré a trabajar —dijo—. Mi mamá me dijo que no quiere que tenga demasiada carga...
— No seas tan flojo, la carga ya la eres tú haciéndolos gastar dinero en terapias y medicamentos —dijo Ned—. Te lo digo de forma franca, porque soy tu amigo y quiero ayudarte.
— Lo... lo sé, Ned —suspiró el rizado mirando hacia abajo—. Gracias por ser mi amigo.
— No agradezcas eso, no es tu culpa que los demás no te soporten —respondió este—. Y dile a tu hermano que deje de ser tan sobreprotector contigo. Que se compre una vida o algo.
— Oliver es bueno...
— Es obsesivo, deberías tener cuidado con él y alejarte un poco. Solo quiere que estés bien para el poder desentenderse de tu mamá y que la cuides tú. Con lo mal que quedó cuando se fue tu papá...
— Ned...
— ¡Es cierto! Estás en una casa donde tu madre se volvió loca cuando los dejó tu padre, y tu hermano quiere irse y dejarlos a su merced. Ni siquiera son tu familia real, Brian, solo te quieren utilizar.
— No es cierto, Ned... ellos me quieren... —repuso.
— ¿Así como te querían en el orfanato? ¿Así como te quería tu padre adoptivo que los dejó?
— Ned, ya para... —murmuró.
— Brian, estoy siéndote honesto. Tienes que quitarte la venda de los ojos, tienes que irte de ese lugar. ¡Al Diablo con ellos!
— Ned, yo los quiero —repuso—. No los voy a dejar.
— ¿Y ellos te quieren a ti? —le preguntó—. No, solo te usan. Oliver te usa para que te hagas cargo de tu rota madre, y tu madre te usa para compensar la ausencia de un marido. Eso es retorcido, Brian. Tienes que irte de ahí.
— No... no quiero irme... ellos sí me quieren...
— No, no lo hacen. Y lo peor es que te tiran veneno de la gente que sí te quiere, como yo. Tienes que alejarte.
— Yo los quiero...
— Ellos no a ti. Dime, ¿quién realmente es tu hermano? ¿Ese tipo que sólo quiere usarte? ¿O yo, que nos conocemos desde los tres años? ¡Dime, Brian!
— Ambos —dijo en voz baja.
— ¡No, yo soy tu hermano, no ese tipo! ¡Y me ofende que los quieras más a ellos! —le gritó y le cortó. Brian comenzó a llorar de solo pensar que su amigo estaba molesto con él, sin contar que le hizo bastante pensar todo lo que este le dijo.
Quizás era cierto que nadie lo quería, y quizás acababa de alejar a la persona que realmente lo hacía.
O quizás la toxicidad de esa amistad lo estaba cegando en demasía.
Brian creía que realmente no valía nada, y que si dejaba este mundo, nadie iba a extrañarlo. Estaba seguro de aquello, pese a que era un pensamiento totalmente erróneo.
Sin pensarlo más, tomó su chaqueta y dejó una pequeña nota en su cama. Esperaba que Oliver y su madre lo perdonaran.
(...)
Las zapatillas brillantes de Roger hacían un sonido leve al momento de pisar el suelo en el que caminaba. El chico volvía de ir a ver a su padre tras su jornada universitaria mientras escribía en su libreta rosada con brillos, usando un lápiz del mismo color.
A las personas les llamaba la atención ver a un chico con aquellos colores en sus accesorios, pero a Roger no le importaba. Desde temprana edad, el color rosado había sido uno de sus favoritos, junto con el azul rey y el púrpura, y todo eso lo mostraba en sus vestimentas y sus objetos de valor.
Roger guardó su diario de vida en su mochila y cerró esta misma. A veces sentía que sólo era escuchado por esa libreta y que sus palabras plasmadas en ella gracias al lápiz, eran de las pocas cosas que le daban fuerza en esos momentos. Su madre ya no estaba, sus amigos poco lo escuchaban, su hermana parecía odiarlo y su ex novio se casaría con alguien más.
Suspiró, quiso pensar que no era la persona más desgraciada de la Tierra, sabía que en comparación con gente en situación precaria, o con enfermedades, era alguien afortunado. Al menos tenía salud.
La noche era fresca, no habían muchas personas transitando en la avenida por ser un día de semana, y el rubio decidió que sería buena opción pasar por un puente para acortar el camino.
Mientras caminaba, pudo ver que había alguien sentado en el barandal con los pies flotando ante el vacío que había bajo estos. La persona miraba hacia abajo, soltando sollozos, y tenía el cabello más rizado que Roger había visto nunca. No era estúpido, sabía qué significaba eso, y se alarmó.
Mandó al diablo su promesa de no ayudar a nadie más, no podía no hacerlo si una vida corría riesgo. Se acercó con cuidado, de forma lenta, nervioso y esperando estar haciendo lo correcto, esperando que no hubiera un insulto como respuesta. No podía simplemente no ayudar a esa persona.
Al estar más cerca, notó que era un chico. Debía de tener su edad y era bastante alto y delgado. Roger incluso llegó a preocuparse por su delgadez. El chico pedía perdón entre sus numerosos sollozos, mientras decía que le había fallado a todos.
— Hola —dijo con voz suave mientras le tomaba del brazo—. Me llamo Roger, ¿cómo te llamas tú?
El chico volteó a verlo. Era atractivo al parecer del rubio, con dos ojos avellana que mostraban una tristeza enorme, y un cabello castaño oscuro y rizado que le caía por los hombros. Le gustó su nariz, nunca había visto una como la suya. La consideró bastante bonita.
— Brian —respondió en voz baja. Roger pensó que su voz era sumamente suave, tranquila.
— Pues... es un gusto conocerte, Brian —dijo acercándose un poco más—. ¿No necesitas ayuda para bajar de allí?
Brian solo negó ante su pregunta, mientras se mordía el labio inferior con nerviosismo. Roger pudo notar que este estaba notoriamente herido y seco, probablemente aquel era un tic seguido del chico rizado.
— No tienes que saltar —lo animó—. Estoy seguro que dejarás un vacío enorme si lo haces.
— Lo dudo —repuso—. Así mi familia tendrá una carga menos.
— Yo diría que si lo haces... tu familia quedaría destrozada —repuso a su vez el rubio—. Vamos... ven conmigo, no saltes.
— Si me conocieras dejarías que saltara —lo miró.
— Creo que si te conociera, te abrazaría fuerte y comenzaría a llorar mientras te ruego que no lo hagas —respondió Roger—. Hay muchas razones por las que vivir, hay algunas que quizás ni siquiera conoces aún. Quizás qué prepara el futuro para ti.
— Mientras no sea continuar así, estaré bien —dijo—. Pero no puedo arriesgarme a continuar así el resto de mi vida.
— Todas las cosas cambian —dijo mientras con suavidad le tomaba la mano.
— El pasado no —miró al frente.
— Puedes aprender a aceptarlo y a vivir con él.
— Llevo años intentándolo y nada funciona.
— Quizás la vida o Dios o en quien creas está intentando ayudarte.
— Dios me ayudaría si existiera.
— Hay cosas que salen de sus manos —dijo—. Las cosas malas vienen de alguien más.
— No lo sé —suspiró—. Ya estoy harto.
— Yo también estoy harto de muchas cosas —dijo—. Pero... hay veces que tenemos que vivir cosas malas para poder disfrutar de las cosas buenas. La vida nunca será perfecta, siempre habrán momentos en los que estarás hundido.
— ¿Tanto como ahora?
— Sí. Y lo bueno de pisar fondo es que solo puedes subir —le sonrió leve.
— Bueno... creo...
— Mira... Brian... podemos ser amigos. Puedo ayudarte —dijo—. En lo que necesites.
— No quiero ser también una carga para ti —lo miró.
— No eres una carga para nadie —repuso.
— Mi mamá trabaja muchísimo para pagarnos la universidad a mi hermano y a mí. Mi papá nos dejó. Y además tienen que pagar un psiquiatra y medicinas porque adoptaron un niño desquiciado.
— No es tu culpa que él no los haya sabido valorar —repuso Roger—. Mucho menos creo que estés desquiciado.
— Si no me hubieran adoptado tendrían menos problemas.
— Y también menos amor —dijo—. Los amas, no los hagas sufrir.
— Soy un imbécil...
— No lo eres... solo eres alguien que necesita reparar su corazón. Y yo puedo ayudarte, en serio.
— No quiero ser una carga para ti...
— No lo serías... en serio. ¿Qué te parece si vamos a tomar un café? Hay una cafetería veinticuatro horas, podemos conversar y conocernos. Allí puedes contarme de tus problemas.
— No... no lo sé... no quiero ser una carga... —insistió.
— No lo eres, solo seríamos dos amigos tomando un café.
— Pero nos acabamos de conocer.
— En ese caso hagámonos amigos. ¿Qué te parece?
Brian lo miró. El chico parecía un ángel. Con su cabello rubio y lacio, largo, que le llegaba poco más abajo de los hombros, y unos hermosos ojos azules que parecían iluminar todo lo que veían, con largas pestañas color ocre y una nariz pequeña y recta. Era realmente hermoso, no se había fijado antes en eso por haber estado tan ensimismado en la acción que quería hacer. Parecía que realmente quería ayudarlo.
— Está bien —accedió en voz baja. El rubio sonrió y asintió.
— Entonces vamos, estoy seguro que te hará bien.
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