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VIII

—Soy alguien de palabra, seres que aquí están presentes —las palabras del Dios se hacían escuchar en la sala en la que estaban—. No creo que nadie deba inmiscuirse en mis decisiones, porque son mías, a mi cargo. Es por ello que como ven, mi hija ha salido del lugar recién entraron, y no hay ningún otro demonio además de Eukrattos, a quien le confiaría mi vida, pero jamás mis decisiones. Juren ante mí decir la verdad, sin omisiones. Júrelo, Nathan Bellum.

—Juro ante usted, Dios Gluwet, de las culpas y las condenas, no mentir ni omitir ningún detalle —juró el rubio, ganándose un asentimiento de cabeza.

Poco a poco, los demás presentes repitieron la misma oración.

—Siendo conocedores de su posición, empezaremos con este juicio, Nathan Bellum, cuénteme de su vida, y yo pues decidiré si merece estar fuera de mi reino.

—Sí, señor —murmuró.

Dejó salir un suspiro antes de empezar a contar su vida, el por qué de sus acciones y actitudes.

>>Nací en un pequeño pueblo al sur de mi país, mis padres me criaron con el amor que me tenían, dieron todo por mí, hasta la vida. Era su único hijo, su adoración.

Muy tímido para hacer amigos, siempre se lo recalcaban a mamá en la escuela. Me gustaba ver documentales y películas, y cuando aprendí a leer no pude parar. Siempre fui bueno en el colegio, le prestaba atención a mis clases, realmente me gustaba. No había examen en el que no tuviera una buena nota.

Cuando iba a entrar a octavo grado, debía ir a comprar mis libros. Se suponía que iría con mamá, pero ella tardó mucho hablando con la vecina, así que me dejó ir solo. Decidí acortar camino por una vereda, allí un hombre empezó a gritarme cosas, lo mandé a comer mierda, pero yo era un muchachito de doce años delgadísimo, y él un adulto con mucha más fuerza. No sé qué pasó, yo... Desperté encadenado a una cama en ropa interior.

La voz de Nathan se quebró, escapándosele un gemido lastimero.

La mirada de Frey no paraba de estar en él, escaneándolo, observándolo.

Sé que es difícil, amor, sé que fue horrible. Pero tú puedes.

—Guardianas, abran sus alas tras él. Aligeren su dolor, por favor —pidió el Dios, ambas mujeres le obedecieron, extendiendo sus alas tras él—. Prosigue por favor, Nathan.

>>Hizo muchas cosas conmigo esa vez. Después me subió a un auto, ordenó que no dijera nada, yo iba en la parte trasera y a mis lados había dos hombres más.

Pero pasamos por el centro de la ciudad, y vi a mis padres de reojo, buscándome, les grité. Ellos me oyeron, y fue el detonante para que esos hombres detuvieran el auto, bajaran y los trajeran al auto, diciéndoles que yo estaba allí.

Entraron, me abrazaron, les agradecieron a los hombres por guardarme, intentaron bajarme. Y entonces... Un disparo en la frente de papá. Sigo recordando... El grito de mi madre, mis manos temblando, mamá abrazándome con fuerza, luego otro impacto, en su sien.

Su sangre me manchó por completo. Jamás voy a olvidar sus rostros despedazados, la sangre manchando el auto, y cómo luego tiraron sus cuerpos a un río.

Fui tratado como su esclavo entonces, hasta que escapé a los quince, no sé cuanto corrí, juro que sentí que fue mucho tiempo, muy largo el trayecto.

Pasé hambre, frío, yo... Robé unas cuantas veces, y me metía en peleas callejeras. Hasta que conocí a Damien, él me dejó entrar a su casa, a su familia. Sus padres no estaban, habían desaparecido, eran sólo su hermana y él.

Y su otra familia, pandilleros.

Nunca me sentí tan bien hasta la primera vez que peleé con cuchillos con un idiota que nos estuvo molestando.

Había otras pandillas que se metían con nosotros, y debíamos responder, los golpes y navajas no eran suficientes, recurrimos a las armas...

No sé con cuántas vidas acabé, lo siento, pero era mi vida o la suya, y yo... Quería sobrevivir.

Fui alguien que se creyó Dios para acabar con vidas como le placía, y me arrepiento de ellos pues no tengo el poder, toda mi vida he sido un cabrón sin nada bueno que ofrecer.

A los dieciocho lo conocí, a Frey, él estaba en el país porque su padre es de allí, fue en un restaurante, él trabajaba allí y yo fui a comer.

Yo acababa de salir de un tiroteo, estaba agitado cuando me senté en la mesa, sudado, jadeante, y él se acercó preguntándome sutilmente:

— ¿Estás bien?

Me llevó agua, y dejó que almorzara a su cuenta, a cambio de nada.

Jamás conocí a alguien mejor que él, tan atento.

Y no pude no hacer nada cuando noté que estaban a punto de robarlo a unas cuadras de su trabajo.

—A él nadie lo toca —aseveré, poniéndolo tras mi espalda.

— ¿A órdenes de quién? —preguntó aquel chico de cabellos azules con altanería.

—A órdenes de Nate Bellum, ¿o quieres que te lo demuestre de otra forma, novato?

Frey siempre fue demasiado insistente, y cada vez que me veía por la zona me saludaba, aún con mis malas respuestas. No sé cómo diablos derribó mis paredes tan rápido, que terminé llamándolo amigo.

— ¿Si sabes que no soy alguien precisamente seguro, no? No soy una buena persona, Friederich.

—Tonterías, te vi dándole dinero a aquella niña que no tenía para su almuerzo en el restaurante.

—Dinero de dudosa procedencia.

—Dinero que ayudó a saciar una necesidad.

Y sin darme cuenta terminé contándole a mi mejor amigo que me había enamorado de un estúpido chico japonés de sonrisa calmada y ojos brillantes.

Frey sonrió al cruzar miradas con su novio, y esa mirada no pasó desapercibida para el Dios.

Así que cuando me besó "porque quería quitarme la crema batida del labio", no tuve más opción que corresponderle a esos delgados labios sabor a chocolate.

Tardamos mucho tiempo en aceptar una relación, porque era jodidamente peligroso que estuviéramos juntos, joder.

Pero lo logramos.

Una vez, teníamos una operación de cobranza por hacer, estábamos en casa de Damien, y él estaba ahí porque yo había prometido ayudarlo con matemáticas.

Le pedí a Damien que lo llevara a casa, porque no era tan lejos, unas seis cuadras a lo máximo.

A los pocos minutos de que hubieran salido... Disparos.

—Friederich, por favor acérquese a él —pidió el Dios, Frey corrió hacia el rubio y lo atrapó en sus brazos, a este paso ambos estaban llorando, por los recuerdos, por aquella trágica noche donde habían perdido a ese gran amigo que les había brindado tanta seguridad.

—Él siempre estuvo orgulloso de ti, Nathan, él te amaba, siempre fuiste su mejor amigo. Siempre fue tan leal... —consoló el pelinegro, Nathan asintió besando su frente.

—Yo lo sé, pero no deja de doler, Frey. P-pero voy a seguir, ¿puedo?

—Claro, hágalo —concedió el Dios, observando cómo las manos de los amantes se juntaban entrelazándose.

>>Nosotros corrimos como una cuadra, entonces los vi en el suelo. Su torso sangraba, Frey intentaba detener la sangre sin éxito.

Me tiré a un lado de él, tomando su mano.

— ¡Llamen una maldita ambulancia! —Grité— Damien, amigo, resiste, te lo ruego.

—No seas tan necio, Nathan, tú sabes que no hay nada que pueda hacerse —contestó débilmente.

—Cállate, idiota, te voy a salvar, entonces vamos a ir a vaciar los cargadores en las espaldas de todos ellos, yo...

—Oh, vamos, eso lo harás sin mí —tosió, la sangre salió de golpe—. Friederich, prométeme algo.

—S-si, lo q-que quieras, Damien —Frey gimoteó, sosteniendo su otra mano.

—Cuidarás de él, ¿no? Vamos, que estará mejor contigo que conmigo.

—Prometo hacerlo —el pelinegro contestó—, prometo cuidarlo.

—Está bien. Y tú, Nathan, promete que no te cerrarás con él.

—Y-yo, lo pro-prometo —sollocé, él sonrió.

—Los amo, tórtolos —susurró, entonces cerró sus ojos.

— ¡Damien! ¡Damien! Hermano, por favor. No puedo hacer nada de esto sin ti, ¡te necesito aquí! Damien, abre los ojos, te lo ruego. Por favor —emití apretando su mano, sin embargo no ocurrió nada.

—Dio su vida por mí —Frey susurró—. Iban a darme, pero él me abrazó. Fue culpa mía. Lo siento, lo siento, lo siento —se dejó caer sobre el cuerpo inerte del otro.

Entonces los dos nos quedamos así, llorando encima de su pecho, disculpándonos, hasta que llegó la maldita ambulancia tardía y la policía.

Jamás voy a superar su muerte, el hecho de que él dio su vida por mi novio, porque sabía que me daba estabilidad. Siempre he sabido que de ser yo quien hubiese estado con Frey, él estaría vivo aún.

Luego de eso, las peleas eran normales, las operaciones, los golpes. Me quedaba a veces con Frey en su departamento o muy pocas en mi casa.

Las pesadillas siempre fueron constantes.

Y mi último día de vida hubiese sido el mejor si no fuera porque vi morir al amor de mi vida, quedándose sin aire, perdiendo su sangre, llorando, jadeando, gimiendo, pidiendo por ayuda.

El verlo morir fue peor que mi propia muerte.

Vi morir a las únicas cuatro personas que me habían amado incondicionalmente, todas por mi culpa, por mis malas decisiones, mis malas acciones. Todas, de alguna u otra forma perdieron su vida por mí. Y nunca voy a perdonármelo.

Pero estoy aquí ahora por una persona, y es quien ahora toma mi mano, porque no creo merecer el perdón, pero me siento capaz de hacerlo con solo verlo, pues es el ser más puro, sosegador, amoroso, hermoso y capaz de darlo todo sin esperar nada a cambio que puede existir. Gracias.

El Dios asintió.

—He oído tu declaración, gracias por tu tiempo. Ahora, les pido que salgan todos de esta habitación a excepción de ti, Eukrattos. Estoy listo para oír las razones de cada uno, empezando por el demonio a tu cargo, Nate.

Tras una reverencia de las guardianas, Nathan y Frey, salieron de la habitación, sentándose en un pequeño sofá.

—Fuiste bastante fuerte, Nathan —pronunció Destiny, sonriéndole ligeramente—. Muy pocas personas son capaces de contar hechos traumáticos.

—Yo sólo... No es la gran cosa, hay personas que pasan por cosas peores y- las cuentan con lujo de detalles, y toleran preguntas, y contradicciones. Yo soy sólo un idiota con pesadillas.

—Cierra la boca, Bellum —lo calló su guardiana—. Lo que tú viviste sí fue la gran cosa, fueron eventos que te marcaron, que te duelen, te agitan. Cada quien tiene una forma distinta de contar sus cosas, y puedes contarlas sin preguntas ni contradicciones innecesarias. Después de todo, solo tú viviste esas circunstancias.

—Tú también estuviste conmigo, así que también lo sabes.

—Sé cómo te sentiste al vivirlo, pero no las viví. Nathan, jamás me he disculpado por ser una mala guardiana, mereces una disculpa por no hacer bien mi trabajo —el rubio frunció el ceño ante las palabras de su ángel.

— ¿Bromeas, Life? Tú me salvaste de muchas, pude haber muerto en esos tiroteos, o la vez que una abeja me picó, o de hambre, ¡alguien pudo haberme matado cuando estuve en la calle! Pero no me pasó. Me cuidaste, y esas alas aliviaron todo, y si duele como la mierda ahora, no me imagino cómo podría haber dolido sin ti aquí.

—Él tiene razón, Life. Te he dicho millones de veces que dejes de menospreciar tu trabajo, fuiste, eres y serás la mejor guardiana que conozco, porque cualquiera ya se habría rendido. Pero no cualquiera es como tú —aseveró Destiny, apoyando su cabeza en el hombro de la otra guardiana.

—Son las mejores guardianas que podríamos haber tenido, eso sin dudas. No creo que haya mejores que ustedes —ratificó el pelinegro, sentado sobre el regazo del rubio, quien lo rodeaba por las caderas.

Un panorama que haría sonreír a cualquiera, al ver las auras que los cuatro seres emanaban.

Auras que solo los enamorados podían emitir.

Por otro lado, el Dios de las culpas y las condenas le hacía preguntas a su mano derecha.

— ¿Qué te llevó a esto, Eukrattos? A defender a un condenado, en vez de quemarlo una y otra vez.

—La intervención de Life, mi señor. Usted conoce de nuestra amistad, ha pasado por años, planos, por los Dioses, por la diferencia de nuestros trabajos. Haría lo que fuera por ellas.

—Conozco bien su relación, conozco por lo que los tres han pasado juntos. Pero qué te hizo decirte a ti mismo: mierda, voy a sacar a este condenado de aquí.

—Pensé que tenía material para demonio, señor —comentó el rizado—, conmigo era cortés aunque sarcástico, miraba con asco a muchos condenados de los que sabía qué habían hecho en vida. Y jamás buscó interactuar con ninguno. Casi rompo la ley de las condenas merecidas con él haciéndolo revivir lo que pasó en su adolescencia, Life me lo contó. Fui conociéndolo, señor, él haría cualquier cosa por mantener a salvo a Friederich, y siempre expresó que prefería vivir mil condenas a que su novio bajara al infierno, estaba quejándose todo el tiempo de su guardiana lo visitara porque este no es lugar para ángeles.

—Entiendo, Eukrattos. Gracias por tu declaración. Haz el favor de salir y llamar a la guardiana Destiny, te pido.

—Sí, señor —con una reverencia, el demonio salió de la sala en busca de la guardiana de piel morena.

Cuando el ángel entró, tomó asiento, lista para ser interrogada.

—Eukrattos ha mencionado que haría lo que fuese por ti y Life, ¿harías tú lo que fuese por él?

—Sin pensar. Eukrattos es alguien de confianza para mí, y en todo lo que esté a mi alcance lo ayudaré.

—Entiendo. Volvamos a lo que vinimos, Destiny, ¿puedo llamarla así? Llámeme usted Gluwet solamente.

—Claro, Gluwet.

—Bien. Como ángel, como ser que ha atravesado el infierno, ¿crees que Nathan tenga el derecho de salir de aquí?

—Si no lo creyera, no me hubiera arriesgado a traer a mi protegido a este lugar que usted sabe, aborrezco.

— ¿Por qué ha traído a Frey aquí sabiendo lo peligroso que es? Y no conteste con un "usted me lo pidió". Dígame su razón.

—Porque desde que está en el cielo, lo único que ha hecho es investigar cómo sacar a su novio de aquí. La vez que lo vio en el limbo, le dijo con los ojos millones de cosas, que tal vez fueran trilladas, pero cuando uno ama le encuentra el valor a esas palabras, Gluwet. Y si no lo traía hasta aquí, para ver a en sus palabras, el único en quien ha confiado su vida a sabiendas, el único a quien le confió sus palabras, sus besos, el único al que le confió su cuerpo, siento que fallaría como arrasadora de penas.

—Entiendo tu punto, Destiny ¿Crees tú que sería lo más sano para ambos que estén juntos?

—Lo sé, señor. Frey siempre fue alguien protector, amable, él necesitaba ayudar a la gente buena, porque así se lo inculcaron en su familia, apoyaba, le gustaba hacerlo porque sentía que cumplía con su familia. Pero, cuando conoció a Nathan, como persona, fue como si todas sus barreras se rompieran, Nathan es para Frey el partidor de sus límites. Lo ayudó, porque le llamó la atención, porque lo atrajo, porque cumplía para él. Frey siempre estuvo para él, en las noches de pesadillas, de temores, en los ataques de pánico, en el estrés de las operaciones. Y sí, se abrumaba porque Nathan se cerraba mucho, pero aprendió a quitar poco a poco sus capas, enamorándose en el proceso. Frey daría todo por quitarle el dolor a Nathan, y lo está haciendo.

—Ha estado hablándome de su protegido y lo agradezco, pero quiero saber de Nathan, ¿cómo lo ves tú, como protectora de Frey, es sano para él?

—Nathan fue peligroso en vida, pero jamás se atrevió a hacerle daño a Frey, no conscientemente, creo que lo peor que le ha hecho ha sido cerrarse ante él, e interrumpir su sueño de madrugada. Frey confía más en Nathan que en mí, Gluwet. Y he notado cómo los miraba cuando estaban aquí en frente, abrazándose al recordar la muerte de Damien, sé lo que usted vio.

—Las almas bendecidas por Dallet, ¿hubo un par frente a mí? —el Dios preguntó, con un ligero temor.

Las almas poderosas habían sido divididas y separadas por Tennurus, pero Dallet las encantó, haciendo que en algún punto se reencontraran y recuperaran su poder, su brillo. Brillo que era capaz de acabar con un Dios.

—Parecen ser algo más que almas gemelas, Gluwet. Parecen ser almas complementarias, aquellas que se van amoldando a la otra acorde a las vidas que viven.

—Ese es...

—Un caso por siglo y medio.

El Dios asintió estupefacto ante las palabras de aquella guardiana, y gentilmente pidió que se retirara e hiciera entrar al otro ángel.

—Life, la guardiana bendecida por los Dioses de las almas.

—Vengo a devolver la ayuda que me fue otorgada.

—Empecemos entonces, ¿por qué, de tantas almas condenadas, he de quitarle el lugar a la que tú proteges?

—Porque su lugar no es este, y tú lo sabes.

— ¿Insinúas que Zaaret, Meilev o Zeelev, los Dioses de las almas, dadores de segundas oportunidades, se equivocaron con tu protegido?

—No insinúo nada, lo estoy afirmando. Sé quién le dio juicio a Nathan y Frey, y sé que no se cumplió el real protocolo de las balanzas de las acciones. El Dios Zeelev lo miró y lo envió directo aquí, ocurrió lo mismo con Frey, Gluwet.

— ¿Tienes consciencia de lo que estás diciendo, Life? Blasfemas contra el Dios hijo de quienes te favorecieron cuando estabas condenada.

—Esos Dioses me criaron como a una hija, me instruyeron en mis labores, y es por ello que conozco las cosas que Zeelev haría por simple aburrimiento. Si no me cree, haga con Nathan el ritual de la balanza.

—Te creo, Life. Pero conoces que no debo armar un escándalo por esto, vivimos en paz, cada quien haciendo lo que debe.

—Lo entiendo, Gluwet. Por eso sólo te pido que dejes ir a Nathan, conozco tu mirar, sabes que no merece esto.

—Suficiente, Life. Gracias por tu declaración. Por favor, haz la última llamada.

—Traeré a Friederich para usted, Gluwet. Gracias por tomarte el tiempo de escucharlos.

Tras un asentimiento de cabeza del Dios, la guardiana salió, un momento después se vio entrar a Frey.

—Pocas veces he visto almas como la tuya, Friederich Maslow. Siéntete en confianza conmigo, te tengo una propuesta.

—Dígame, señor.

—Ya he tomado mi decisión, y sólo tú tienes el poder de cambiarla. Mi decisión actual está grabada en esta perla —pronunció alzándola—. Y tú tienes dos opciones: La fácil, cambiar la decisión. Y la difícil, contestar mis preguntas. Elige.

El castaño se quedó en silencio, pensando.

¿Qué tal si cambio la decisión y salvo a Nathan? ¿Qué tal si lo condeno al infierno? ¿Es el Dios jugándome una treta?

No sabía si era alguna artimaña, por lo que continuó con lo que planeó.

—Como usted lo mencionó, no le gusta que los demás se inmiscuyan en sus decisiones, por lo que creo que yo, una simple alma mortal, no debería hacerlo. Su decisión es enteramente suya, y yo sólo estoy aquí para ofrecerle mi punto de vista —pronunció Frey, haciendo sonreír al Dios.

—Eso es lo que quería oír. Comencemos entonces, Frey.

Lo que en esa sala se habló, jamás salió de esas gruesas paredes.

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