VII
— ¿Listas, Guardianas de las almas humanas, castigadas por Tennurus y encantadas por Dallet? —la voz del Dios era profunda, decidida.
—Listas, señor —las voces de las guardianas sonaron al mismo tiempo, chocaron miradas.
Ambas sabían que era ahora o nunca.
—Recuerden que es la única oportunidad que tienen, y si falla no volverán a acercarse a él, y usted, Guardiana Life, tendrá que tomar otra alma bajo su protección haciendo olvido de la que aquí reside.
—Lo entiendo, señor Gluwet, Dios de las culpas y las condenas. Ha aceptado nuestro trato y bajo el juramento de la tregua de Diángel no hay palabras que puedan romperse.
—Ahora que sé que entienden su posición, esperaremos aquí. Eukrattos, encargado de la supervisión del grupo del solsticio, hágame el favor de buscar al alma que responde al nombre de Nathan Bellum. Y le pido a usted, Guardiana Destiny, traiga a mi presencia a su protegido, quiero tenerle de testigo de lo que hoy ustedes profesan. Mediré con palabras y opiniones de otros seres cercanos las culpas del alma que desean sacar de mi régimen.
[...]
Frey
Verde, boscoso y espeso. Los azulejos volaban alrededor de los árboles que me daban una vista hermosa.
Disfrutaba el paisaje que me ofrecía el paraíso, observando los árboles y los pétalos de las flores que destacaban en el jardín.
Entonces una figura alada se postró frente a mí, tapándome la vista a los frondosos árboles que allí se asentaban.
Los ojos azules del ángel que me protegía me miraban fijamente, con apremio.
— ¿Destiny? ¿Volviste? ¿Te despedirás de mí? Mira, yo... —me calló, rodeándome con sus brazos— ¿Es un abra...?
Se elevó, llevándome cargado como un niño pequeño, volando con esas majestuosas alas blancas.
— ¿A dónde estamos yendo, Destiny?
—Al limbo.
— ¿Qué haremos en el limbo? ¿Nathan tiene algo que decirme? —sentí la esperanza fluir por mi ser. ¿Lo vería después de tanto tiempo? ¿Sabría algo de él?— Creí que no vendría al limbo ya, yo...
—No precisamente a ti. Y no permaneceremos en el limbo, Friederich.
Lo que me dijo después me desencajó completamente.
No lo creí.
—Eso no puede hacerse, ¿estás bromeando conmigo?
Supe que no lo hacía cuando descendió al limbo, y un ser de piel tostada y rizos negros cual azabache se encontraba esperándonos.
—Oh, el olor a carne pura —susurró recién llegué.
Olía a anís dulce, como los que mi abuela usaba para las tortas, tan bueno en el olor, pero horrible cuando lo pruebas.
—Friederich Maslow, mi nombre es Eukrattos, supervisor del grupo del solsticio, mano derecha de Gluwet, Dios de las culpas y las condenas, demonio purificador y castigador de las almas desterradas —se presentó extendiendo su mano, yo la estreché. Era demasiado caliente, ¿siquiera eso era normal?— Tú llámame Eukrattos, alma pura.
—Mi nombre ya lo conoce —murmuré. Él era imponente, me daba miedo.
—Así es. Seré el encargado de llevarte a ti, alma premiada, y a tu guardiana, al hogar de mi señor, para que sean testigos del juicio que se le efectuará a Nathan.
¿Un qué? ¿Un juicio? ¿Por qué? ¿Qué hizo? Oh, probablemente había hecho alguna estupidez. Nathan, Nathan, ¿por qué?
—Deja tus formalidades con él, Krattos, es alguien de confianza —el ángel le contestó.
—De ninguna manera, Tiny, entiendo tu confianza en él y la comparto. Pero su alma es tan ejemplar, transparente cual aguas calmadas, que no puedo hablarle como un igual pues a su lado soy un ser impuro y cruel.
—Creo que todos tenemos nuestros propios lugares en el mundo, señor Eukrattos, entiendo, respeto y valoro el suyo pues rige y cumple los castigos a personas que en vida se creyeron verdugos. En definitiva usted no es mi igual, pues cumple funciones que son de gran ayuda al mundo, y yo sólo soy una simple alma mortal.
—Poca es la diferencia entre ayudar un alma y ayudar mil, son las intenciones las que ponen el peso en la balanza —Destiny habló—. Me encantaría que siguiéramos hablando sobre funciones pues soy amante de la mía, pero esperan por nosotros.
—A por ello entonces, saquemos a tu novio del infierno, Friederich —el demonio guiñó un ojo.
Un portal horizontal en el suelo fue creado por el señor Eukrattos, abriéndonos paso al lugar de las almas que en vida fueron crueles, inhumanas, al punto de merecer un castigo luego de ella.
Lo contrario al paraíso y al mal llamado 'descanso eterno'.
El infierno.
Nathan
— ¿Cómo mierda...? ¿De qué manera...? Life, esto es una broma pesada que me están haciendo tú y el demonio a mi cargo. Es imposible que un Dios, con millones de demonios a su cargo, millardos de almas que están aquí a su merced, simplemente vaya a dejar que yo, un idiota que vivió sólo 20 años y que no hizo nada mejor que ser una rata de alcantarilla, le explique por qué no debería estar en el lugar que dirige —era irracional.
¿Era cierto aquello de que los Dioses eran almas compasivas, calmadas y dispuestas a ayudar? No lo creía.
No todos eran así, claro estaba.
Frey me contó que Tennurus condenó a las almas que podían acabar con su reinado, dividiéndolas y enviándolas a distintas partes del mundo.
También me contó que Dallet las encantó para que pudieran encontrarse, y saber que se encontraban con su otra mitad.
¿Capricho tal vez? ¿O sólo ganas de joderle la vida al otro Dios?
Como sea, eso mostraba las diferencias entre los Dioses.
—Cierra la boca, pesimista —me retó. Rodé los ojos—. Espero que no se te ocurra voltear así los ojos en presencia del Dios Gluwet.
—Sigo sin entender cómo logras que un Dios de renombre se fije en mí —bufé.
Actuaba con altanería, porque no iba a mostrar la ilusión que estaba apoderándose de mí.
Era una oportunidad que no creía merecer. ¿Cuántos la habrían tenido antes de mí? ¿La habrían desperdiciado? ¿O tal vez no?
¿Qué si no lo convencía? Era un Dios, joder, tal vez ella había hecho un pacto, ¿qué si por culpa mía perdía algo? Su divinidad, sus alas, había leído sobre ángeles caídos y nunca era algo bonito.
—Los Dioses siempre tienen criaturas trabajando para ellos, Nathan. Zaaret y Meilev tienen a los ángeles, tanto a los guardianes como a los que no se encargan de las almas, además Zeelev los ayuda; Gluwet tiene a los demonios, castigadores, sus ayudantes; Tennurus tiene a los obscuros, seres que crean miedos, que corrompen almas vivas; Leashet tiene a las ninfas, que guardan la naturaleza con su vida; y Dallet tiene a los celestiales, seres que van dando oportunidades, nuevas esperanzas, ayudas. Así hay muchos más seres, muchos más Dioses. Y siempre, como seres ayudantes, interactuamos con otros seres y Dioses, ten como ejemplo mi amistad con Eukrattos. La mayoría de los Dioses tratan con respeto a los seres, este es el caso de Gluwet, que me ha concedido el oírte para sacarte de aquí.
— ¿Qué debo hacer para salir de aquí?
—Confesar todo lo que pasaste en vida, malo o bueno. Y dejar que los demás hagamos todo lo posible por sacarte de aquí.
— ¿Y si fallo?
—No te cuelgues del "¿y sí?", Nathan. Estas oportunidades nunca vuelven.
-
A las afueras del Palacio de los Condenadores, hogar del Dios Gluwet, el condenado y su protectora se encontraban parados a la espera de la llegada del demonio que había intercedido por el rubio, un alma pura y su guardiana.
Supieron que estaban cerca al oír los gritos de las demás almas condenadas que, con excitación exclamaban por la llegada del ángel de piel morena, que tenía sus alas escondiendo al chico de orbes avellanados.
Un alma pura jamás debe ver el dolor del infierno, oír los gritos desgarradores, sentir el malestar de los condenados. Terminan quebrados, rotos, lastimeros, pues la transparencia de su ser exige perdón aunque no sea merecido.
— ¡Cierren el maldito hocico, plañideros infames! Alejen sus miradas del deslumbrar de esta alma, pues ni con sus gritos en la mayor octava harán que los libre. ¡Una década más de condena a todos aquellos que gritaron!
—Definitivamente, ahí vienen —murmuró Life, al ver al otro ángel caminando junto al demonio, teniendo a Frey bajo sus alas, acurrucado con los ojos cerrados.
— ¿Listo, Nathan? —Preguntó la morena, Nathan negó— Listo o no, te traje a tu amuleto de buena fortuna. Pero no puedo hacer que oiga o vea hasta que estemos fuera del alcance de los gritos y miradas de los condenados, es un horror para un alma que pertenece al cielo.
—Permíteme entonces guiarlo junto a ti, Destiny, sé que por el lugar en donde pertenezco no merezco confianza, pero...
—Él confía en ti más de lo que lo hace en mí, Nathan. Si bien fui asignada a cuidar de él, te reconoce a ti como su protector, lo cual me hace estar algo celosa, en realidad —se burló haciéndoles reír—. Guíalo, apuesto a que aligerará su pesar.
Nathan posó dubitativo su mano en el hombro del otro, haciéndole dar un brinco.
—Hola, amor —susurró.
—No puede oírte, Nate —le contestó Destiny—. Está encantado para que no pueda ver u oír, por lo menos hasta que estemos en el lugar del Dios Gluwet.
—Entiendo.
—Pero puede sentir tu tacto, así que guíalo, él sabe que eres tú.
Con un asentimiento de cabeza, Nathan lo rodeó por la espalda y lo hizo caminar ligeramente.
— ¿Nathan? ¿Amor? ¿Estás aquí? No puedo oírte, no te veo, Destiny me explicó por qué, pero huele a ti, a... A menta y cigarrillos de fresa.
El rubio asintió en el cuello del otro, depositando un pequeño beso que hizo al pelinegro voltear y abrazarlo fuertemente.
Aunque las palabras no sirvieran, no importaba, pues los olores, el tacto, y sobre todo el calor del otro los llenaban.
Sintiéndose ajenos del mundo donde se encontraban.
— ¿Cómo puede oler a él si aquí definitivamente no hay menta ni cigarrillos de fresa? —inquirió el demonio haciendo reír a las guardianas.
—Las almas toman el olor físico de sus cuerpos, Krattos, de hecho, todos los seres lo hacen, depende de muchas cosas. Por ejemplo, los obscuros huelen a azufre, y los celestiales a fresas con chocolate —explicó la pelirroja.
—No quiero despegarlos, Nathan, pero esperan por nosotros allí adentro, niño —interrumpió Destiny, el rubio asintió—. Sigan a Eukrattos, por favor.
El demonio guiaba a las almas humanas que se encontraban abrazadas, tras ellos las protectoras mantenían sus alas abiertas, reduciendo la incertidumbre de los dos amantes.
Para cuando estuvieron dentro del palacio, Destiny desencantó a su protegido, a quien le brillaban los ojos cuando vio al ojiverde.
—Saldrás de aquí, te lo prometo —las palabras de Frey eran consoladoras para quien las escuchase, su timbre, su tono, la dulzura, la positividad. Sus manos rodeaban el cuello de Nathan, quien no podía apartar la mirada de los ojos avellanados que lo miraban con amor.
—Haré todo lo posible para que resulte, amor. Pero si eso no ocurre, tienes que prometerme algo.
—Dime.
—Tienes que dejar de buscar formas de volver a verme, Frey. Tienes que olvidarme.
— ¿Qué? No, estás jodiéndome, ¿cómo piensas que me olvide de ti? Si has sido desde que te conocí lo más hermoso que he tenido, el único en quien he confiado mi vida a sabiendas, el único a quien le confié mis palabras, mis besos, el único al que le confié mi cuerpo. Nathan...
—Frey, escúchame, por favor —pidió el rubio, Frey negó alejando sus manos del otro—. Frey...
—No. Me niego a prometer eso. Porque yo... Lo único que he hecho es pensar en cómo volver a verte, porque sé que no perteneces aquí sin importar lo que digan los Dioses, porque yo te conozco más —debatió con la voz rota—. Y sé que la has cagado mil millones de veces, pero también sé que has ayudado y aliviado otras dos mil. Pero si tú estás decidido a dejar de luchar está bien, lo haré yo por ambos, sólo déjame ayudarte. Yo...
No pudo seguir hablando pues los hipidos se hicieron presentes, pasó sus manos por su cabello estresado.
Si él quería dejar de luchar. Si él ya no lo quería...
—Y no me importa que no me quieras, que no me ames, yo te sacaré de aquí para que estés en paz como lo mereces.
—Friederich Maslow Noshimuri, los únicos años de mi vida que valieron la pena fueron los últimos dos, pues los viví contigo. Eres dueño de mis sonrisas, de mis besos, de mis anhelos, de mis sueños. Ahuyentador de malos sueños, temores y miedos. Sólo dos seres me conocen bien, mi protectora que estuvo conmigo toda mi vida, y tú, que le diste un vuelco cuando me hablaste por primera vez. Entiendo tu actitud y que pienses que no merezco estar aquí, porque yo también anhelo tenerte conmigo a diario, admirándote, oyéndote, hablándote, sintiéndote, y es por ello que haré lo que pueda para volver a ti, amor —sus manos acunaron el rostro de su novio, secando sus lágrimas—. Pero si mis esfuerzos no son suficientes, prométeme que harás todo para superarme, ¿sí? Para que estés en paz, para que puedas reencarnar, para que puedas vivir.
—Yo no quiero una vida sin ti —sollozó—, quiero que tengas la vida que debiste haber tenido, sin temores, ni gente molestándote, ni idiotas que no saben respetar.
—Tampoco quiero una vida sin ti —susurró el rubio abrazándolo, besando su cabeza—. Tú prométemelo, promete que si este Dios no me deja salir de aquí me superarás para reencarnar. Y yo prometo entonces que cuando cumpla mi condena y reencarne, te buscaré, aunque el universo no diga que somos almas gemelas ¿Está bien?
—Está bien. Te lo prometo.
—Te lo prometo. Y para que sepas, siempre te he amado, te sigo amando, y te amaré aún cuando olvide todo esto.
—Te amo, aunque tal vez lo olvides pronto.
Nathan iba a refutar, pero unas puertas de madera abriéndose de golpe lo callaron. Frente a ellos, una imponente mujer de cabellos negros y ojos rojos se hizo presente.
—Soy Deenyse, hija del Dios Gluwet, Diosa de los pactos y las promesas. Vengo aquí para guiarlos al juicio de Nathan Bellum. Acompáñenme.
Para los cinco involucrados en esa travesía, esos pasos hacia adentro del lugar donde residía el Dios de las culpas y las Condenas marcarían un antes y un después en su existencia.
Uno que tal vez jamás se iban a imaginar.
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