II
El limbo era aquel lugar donde se decidía a dónde irían las almas cuando aún estaban inconscientes después de su muerte. Estaba prácticamente a la altura de la tierra pero en un plano espiritual.
Además era el lugar al que iban las almas condenadas cuando necesitaban decirle algo a las premiadas, ya que no tenían permitido ir al cielo por sus actitudes.
Nathan había despertado en el infierno por el calor abrasante, y se le explicó su culpabilidad. Él, a diferencia de su chico aceptó su lugar, después de todo se le había puesto fin a sus miedos con la bala que destrozó su corazón.
No se sentía culpable o triste por estar donde estaba, estaba realmente seguro de que lo merecía. Lo que lo estaba carcomiendo era que por su culpa aquel chico de negros cabellos, ojos almendrados, piel dorada y radiante sonrisa había sido víctima de él, de sus acciones, porque sentía como si lo hubiese matado él mismo dejando que se quedara con él.
Frey, si tan solo te hubiese apartado —pensó—, si tan sólo te hubiese mandado de regreso a casa, no te hubiese ocurrido esto. Acabé contigo, y lo siento, porque tú merecías algo mejor, tú merecías más.
Cuando fue llevado al limbo por su ángel guardián, lo escuchó decir un millar de cosas.
—Nathan, él te perdonará, eso quitará un poco de tu carga —su ángel guardián era una pelirroja de orbes verdosos, piel clara y sonrisa divertida. Ella se había disculpado por no poder salvarlo, pero había hecho todo lo que pudo. Su nombre era Life.
—Y eso no es lo que quiero —explicó el rubio—, él va a perdonarme porque su alma es tan pura que no puede guardar rencor, pero él no puede hacerlo, ¡murió por culpa mía! Yo me odiaría. Yo solo quiero decirle que fue mi culpa, que no se culpe por esto que ocurrió, y que siento no haberlo podido proteger más. Mierda, su familia debe odiarme.
Nathan
Claro que yo iba a culparme, porque si no fuera por mi imbécil e idiota existencia él estaría en algún lugar de Japón junto a su familia materna, almorzando juntos, saliendo con un bonito y no-pandillero chico japonés, sin arriesgar su vida todos los días estando con él.
—Él pudo haberse alejado si quería —me dijo ella—, él no lo hizo porque te amaba. Y creo que sigue amándote, la muerte no mata el amor. Y el amor es bastante necio, aunque lo hubieses mandado a un mar de distancia hubiese encontrado una manera de volver porque así como tu creías que mantenerlo lejos era lo mejor para él, él sabía que mantenerse cerca fue lo mejor para ti. Dime si no sentías bien teniéndolo a un lado de ti, Nathan. Niégalo.
—Sí, pero tenía miedo y- —me interrumpió.
—Ambos se sentían bien juntos, tú te sentías bien gracias a él. Y si no fuera así, tú no estarías aquí para decirle "te amo" una última vez, porque lo del perdón es una excusa. Yo te expliqué que las almas premiadas perdonan a todo y todos en el momento en el que entran al paraíso.
Iba a repicar cuando sentí una presencia a nuestras espaldas, entonces volteé.
Él estaba mirándome, con los ojos color almendra más hermosos del mundo expresando preocupación, tristeza, pero sobre todo amor.
Sus manos estaban juntas y jugaba con sus dedos, estaba usando un traje celeste.
Ángeles y Dioses podían sentir envidia al verlo, piel dorada, mejillas sonrosadas, orbes castaños y suave cabello azabache. Frey era pues lo más hermoso que vi en vida y después de ella. Aún más hermoso que cualquier ángel.
Life me había explicado que aunque nuestros cuerpos físicos mueren, nuestra alma toma su forma, e igual podíamos sentir lo que sentíamos con nuestro cuerpo.
—Anda, puedes acercarte a él —la mujer a su lado le dijo, yo me negué cuando él hizo amague de acercarse a mí.
—No —sentencié—, no me toques. Si lo haces, entonces vas a mancharte conmigo, tu alma pura se contaminará y-
—Las cosas no funcionan así, Nathan —mi ángel guardián me dijo—, las almas no pueden ser corrompidas después de la muerte, no así. Ve, cariño —me alentó.
Entonces fui el primero en correr hacia él y atraparlo en mis brazos al tiempo en que un sollozo se me escapaba.
—Lo siento, perdón —la voz se me quebró cuando me apoyé en su hombro—, perdón.
Tal vez era verdad, él era mi debilidad.
—Está bien —susurró acariciándome el pelo, aún así se le escuchaba lloroso—, no tienes por qué disculparte, amor, no fue tu culpa. Está bien, Nate.
—No... —gimoteé, acunó mi rostro en sus manos—, perdón.
—No debes disculparte —limpió mi rostro con sus pulgares y me sonrió, sus ojos estaban cristalizados y tenía lagrimas corriendo por sus mejillas—, está bien, vamos a estar bien —depositó un beso en mi frente.
Volvió a abrazarme y yo le correspondí.
La seguridad que me brindaba nunca había flaqueado, y aún estando condenado al tormento pude sentirme un poco seguro, porque gestos simples como acariciar mi espalda o besar el costado de mi cabeza me hacían sentir como si de verdad todo iba a estar bien.
Cuando el llanto cesó, besó mis labios dulcemente, le correspondí de igual forma, poniendo mis manos en su cintura.
—Te amo —susurró—, te amo y dejaría el cielo por ti.
—No puedes hacer eso, es tu premio por ser un ángel en la tierra —le reclamé, él mordió su labio—, tienes que recordar que te amo y disfrutar del paraíso, porque te lo mereces.
— ¿No te ha pasado que tienes algo que mereces, pero no lo quieres? ¿Cómo cuando sacabas una mala nota por no estudiar, pero no querías esa calificación? Bueno, me pasa así. Tengo el cielo alrededor pero no lo quiero, te quiero a ti. Y sé que tú no perteneces allí, Nathan, y no sé cómo sacarte de allí, pero lo averiguaré.
Nos habíamos sentado en el suelo, él tenía su cabeza apoyada en mi hombro y yo tenía mi cabeza sobre la suya.
—Ya hiciste mucho por mí en vida, ahora disfruta de tu libertad.
—Es mi libertad, y yo decido si voy a usarla buscando cómo sacarte de aquí —rebatió, sonreí.
Ese sentimiento de deja vù que calentaba mi pecho se hizo presente.
La calidez que sentía a su lado, como un poco de calma en la tempestad, eso fue lo que me atrajo de él.
Su personalidad, la sonrisita tímida y amigable que me obsequiaba, esas ganas de hacerme sentir mejor.
Esos abrazos reconfortantes y consoladores, las noches que se gastaba en vela porque yo no podía dormir producto de las pesadillas atormentantes, cada "tranquilo, estoy contigo", su voz calmada y su capacidad para escuchar. Frey era el ser más puro que conocí, el que más merecía el cielo.
Más que mi novio, el chico del que me había enamorado, él era el mejor amigo que pude tener junto con Damien Wong. Habría dado la vida por ambos si se me hubiese permitido.
Oh, Damien, espero que estés en el cielo, amigo.
—Amor —lo llamé, él me miró. Sabía que le encantaba que usara ese apodo—, no te preocupes por mí.
—Yo me preocupo si quiero —debatió haciéndome reír—. Veré cómo sacarte de aquí, haré hasta lo imposible.
— ¿No te sacaré de esa idea, verdad? Joder —él negó— Lo aceptaré sólo si no haces algo que te condene al infierno, Frey. Ese lugar es horrible.
—Vale.
—No, prométemelo, por favor.
—Te lo prometo —habló. Entonces asentí.
Y me quedé viéndolo, porque era de verdad hermoso. ¿Cómo el mundo me había premiado con él, siendo yo un cabrón de primera? Me sentía afortunado de sólo verlo con esos ojitos rasgados y sus mejillas sonrojadas.
— ¿Estás consciente de que esta tal vez sea la última vez que te vea? —Le pregunté, él asintió— ¿Cómo pudimos acabar así? Si tan sólo hubiese tomado otras decisiones, yo...
—No sigas culpándote, amor —me sonrió—, verás que no será la última vez. Por ahora sólo hablemos, quiero recordar tu voz lo mejor posible hasta la próxima vez que te vea.
Acepté, porque era lo que más podía hacer.
Entonces me habló sobre que podía visitar a su familia pero que no lo haría ahora, sobre que había estado dibujándome, sobre que Destiny (su ángel guardián) siempre lo asustaba. Y yo disfruté cada una de sus palabras hasta que preguntó algo que me golpeó al instante.
— ¿Te dolió mucho cuando moriste? Yo no lo recuerdo —murmuró.
Era uno de los castigos de las almas desterradas, recordábamos cada detalle del dolor de la muerte, la desesperación, el temor, el llanto.
—A decir verdad, fue rápido —mentí, él entrecerró sus ojos, sabía que lo engañaba—, pero sí dolió. Aunque cuando te dispararon, mierda, fue como si me hubiesen dado a mí, caíste de bruces y yo te tomé, intenté parar la sangre, no lo logré, perdón —suspiré.
Vi la vida huir de sus ojos, su piel palidecer, el dolor en sus palabras, sus gimoteos desesperantes. Él sufrió mucho al momento de irse, y yo lloré de impotencia porque no podía hacer que dejara de sangrar, de jadear, de morir.
—Duele, duele, Nathan, por favor, ayúdame a pararlo —su sollozo me rompió el alma, sus ojos se cerraron y fue cuando noté que había dejado de respirar.
Había cerrado sus ojos para no abrirlos jamás.
Había muerto en mis brazos, manchando mis manos. No me había dado cuenta de mi llanto hasta que mis lágrimas acabaron en su pecho.
— ¡Frey! ¡Friederich, despierta! —grité sintiendo mi garganta desgarrarse. Lo apreté más a mí, tal vez si le daba calor él despertaría.
Cerré mis ojos rezándole a un Dios que no sabía si existía, pidiendo que fuera un mal sueño y que me hiciera despertar con él diciéndome que me calmara, que iba a estar todo bien, que cuidaría mi sueño.
—Despierta, amor, por favor —gimoteé acariciando su cabello azabache—. Yo estoy aquí contigo, no te voy a dejar sólo. Sólo tienes que despertar. Por favor. Frey, amor. Te dejaré que te quedes conmigo esta noche, y la siguiente, y la siguiente, por favor, sólo despierta.
Entonces sentí el proyectil en la espalda y mi camisa manchada con sangre. Mi sangre.
Ahí caí, sudoroso y atemorizado, a un lado de quien fue el amor de mi vida que yacía frío y pálido tirado en el suelo.
Si tan sólo nos hubiésemos tardado más en la heladería, o hubiésemos entrado a la casa, él no hubiese sufrido.
No hubiésemos terminado así.
—Si no me acuerdo no pasó —encogió los hombros, yo negué con la cabeza y una pequeña sonrisa se me escapó. Él siempre buscándole el lado bueno a las cosas—. Oye, ¿no está mi tía Dashene por ahí? Digo, capaz está allí por prejuiciosa —encogió los hombros.
—Veré si aparece por allí —le dije entre risas. Pensé en pedirle algo, y decidí hacerlo—. Frey, ¿puedes ver si mis papás están por allí? Quiero que sepan que yo de verdad los amo, y que siempre pienso en ellos, y que son los mejores padres del mundo. Y... Que no se sientan mal por donde estoy, ellos no son culpables —susurré, él asintió entrelazando mi mano con la suya.
—Buscaré a mis suegros y les diré que criaron al chico más protector, sincero, responsable y especial —aceptó, yo sonreí de lado—. Les diré que me alegraste la vida, y que pronto haré que vuelvan a verte.
—Con que les digas lo primero estoy bien. También ve si Damien está en el cielo.
—Si veo que está allí le agradeceré por todo lo que hizo por ambos, y le diré que siempre piensas en él y lo recuerdas por ser el mejor amigo en el planeta.
—También dile que su tarta de fresa era la mejor —pedí, él se rió y asintió.
Se quedó mirándome, yo alcé la ceja confundido.
— ¿Qué ocurre, amor?
—Uh —murmuró, y me besó levemente—, es que me encantan tus labios, son preciosos.
—Tú eres precioso —murmuré sacándole un sonrojo.
Entonces pasamos la noche y madrugada hablando como si no fuera esa la última oportunidad de vernos, de tocarnos, de besarnos, de sentirnos.
Y cuando el sol empezó a asomarse en la tierra él afianzó su agarre en nuestras manos, y nos mantuvimos en silencio observándonos, intentando no olvidar cada detalle del rostro del otro.
Era un privilegio poder admirarlo, tenerlo, antes de volver al infierno. Tenía a mi cielo tomado de las manos antes de ser enviado hasta el fondo.
Cuando nuestros ángeles guardianes se hicieron presentes nos levantamos, sin dejar de tocarnos. El sol estaba tomando camino hasta la gran altura.
—Te amo, y cruzaré el infierno por ti —hablé tomando su cintura.
—Te amo, y tomaré tu mano para subirte al cielo —habló con sus manos entrelazadas tras mi cuello.
Lo besé, porque yo sabía que tal vez pasarían siglos hasta poder volver a hacerlo, sin querer separarme de él. Lo levanté y enredó sus piernas alrededor de mis caderas, afianzándose a mí.
—Te amo —susurré, le robé un beso. Mi voz se rompió otra vez y él empezó a llorar abrazándome—, te amo, te amo, nunca lo olvides. Tú eres mi cielo, y estar contigo fue, es y será lo mejor que me podría ocurrir. Te amo, amor. Frey, de verdad te amo y lo haré siempre.
—Te amo —susurró—, te amo, te amo, tenlo presente. Tú eres el único que me hizo sentir en mi hogar, y juro que lucharé por tenerte otra vez. Tú eres mi protector y ahora es mi turno de pelear por ti. Te amo, mi dulce esmeralda. Te amo, y ni el cielo ni el infierno serán obstáculos para mi constancia.
Y fue el momento de alejarnos, rotos, teniendo en cuenta que repararnos no sería fácil.
Y al ver a los dos amantes separarse en contra de su voluntad por causa de malas decisiones no solo suyas sino también de otras personas, ángeles y deidades, las dos mujeres designadas para su cuidado no pudieron evitar recordar un caso semejante, de dos jovencitas a las que el mundo había castigado por quererse de la manera en la que sólo hombres y mujeres lo hacían a la luz del día. Pudieron sentir el aire cargado de pesadumbre, lamentos, tristeza, pero el amor y la esperanza rebozaban en el ambiente haciéndolas sentir como si estuvieran nuevamente en aquella época, siendo parte de ese tormento, pero no cómo testigos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro