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03⚓️






CAPÍTULO TRES
BIENVENIDA AL CAPITOLIO




























Caius caminaba por las calles del Capitolio acompañado de Sejanus. Su casa estaba lejos de donde vive su amigo, pero prefería eso a llegar temprano y escuchar como su primo se quejaba de la tributo que les asignaron.

— Tu primo no agrado que le colocaran a la chica del doce ¿cierto? — cuestionó Sejanus mientras caminaban.

— No — negó Caius. — Coriolanus es extraño para mi.

Ambos amigos estaban por llegar a la casa de Sejanus.  

— Tampoco te agrado que te pusieran con el chico del dos ¿verdad? — preguntó Caius.

— Mi padre lo hizo — afirmó Sejanus con una mueca. — Quiere que me adapte y siga con el plan que se supone tiene para mi, sin ponerse a pensar que pude haber sido yo ese chico.

Caius no dijo nada, Sejanus tenía razón. Si su familia no hubiera tenido tanto dinero como ahora, probablemente ese chico que fue lanzado a la Arena pudo haber sido él. Y probablemente así terminaría Caius, con su dinastía siendo enviada a los juegos al caer en la pobreza total.

— Lamentó no haberte dicho del premio — hablo Sejanus comenzando a caminar más lento. — Mi padre me lo dijo esta mañana y no pude avisarte.

— Descuida — Caius movió su mano restándole importancia. — No me molestó en absoluto, era un día importante y probablemente el Decano quería algo especial.

Ambos guardaron silencio, la realidad es que Caius no quería escuchar quien sería el ganador del premio Plinth, mentiría si dijera que no quería ese premio al igual que su primo.

Quería algo para decir que era suyo, algo en lo que fuera mejor que Coriolanus Snow, dejar de ser su sombra por una sola vez.

—  ¿Seguro que no quieres entrar? — preguntó Sejanus al llegar al edificio.

Caius negó. — Tengo que volver a casa — aseguró el chico Snow. — Tengo que escuchar las quejas de Coriolanus con Tigris.

— Está bien — hablo Sejanus. — Pero no dudes que mañana tendrás unas galletas de Ma, por no haberte quedado a la cena.

— Encantado de tener las galletas de Ma — hablo Caius con una sonrisa. Las galletas de Ma Plinth lo mantenían sin hambre durante una semana.

— Buenas noches, Caius.

— Buenas noches, Sejanus.
























Caius apenas había puesto un pie en casa cuando escuchó la voz de Coriolanus, supuso que ya se estaba quejando con Tigris. Siguió el sonido de la voz de su primo.

— ¿Ya le estás contando a Tigris? — cuestionó Caius haciéndose notar.

Coriolanus volteó mirándolo, dio un paso hacia él.

— ¡Tú! — Coriolanus lo señaló. — Tu sabía que no iba a haber premio Plinth y te reías de mi está mañana cuando lo hablé con la abuelatriz.

Caius dejó su bolso en el suelo recargándose nuevamente en la pared.

— Me gusta molestarte, si — admitió Caius. — ¿Crees que yo sabía sobre el cambio del premio? También me tomo por sorpresa, Sejanus no me dijo nada y dudo que su padre le contara algo al respecto.

Coriolanus regresó junto a su prima, necesitaba un plan para causar que Lucy Gray Baird diera un buen espectáculo que todos recordaran y sobre todo hacerla ganar.

— Nos está saboteando — continuó Coriolanus. —Esa niña no ganará los juegos. A primera vista esta mal alimentada es inestable.

— Pero el Decano dijo que no se trataba de ganar. — habló Tigris.

— Todo se trata sobre ganar — afirmó Coriolanus.

Caius dio un paso para adentrarse en la conversación.

— ¿Por qué estás tan seguro que ella no va a ganar? — preguntó Caius causando que Tigris y Coriolanus lo miraran. — Ya le diste una sentencia de muerte y ni siquiera ha llegado al Capitolio, por qué mejor no darle una oportunidad, creer en ella.

— Lucy Gray no sobrevivirá ni un minuto en esa arena — Coriolanus miró a Caius. — Tengo que hacer que cada segundo antes de eso cuente.

— Tenemos — corrigió Caius sobando su sien. — Olvidas que también es mi tributo.

— Hay que hacer que cante.

— Yo no cantaría ni una sola nota sino confió en ustedes — habló Tigris. — No haría nada en lo absoluto.

— Es del distrito, Tigris — dijo Coriolanus. Caius rodó los ojos al escuchar a su primo. — Sabe que la odiamos, seguro que nos quiere muertos ¿qué debo hacer para que confíe en mi?

— En nosotros — repitió Caius.

— Imagina que hubiera sido el nombre de alguno de ustedes el que sacaron y que hubieras sido arrancado de tu familia — hablo Tigris mirando a ambos chicos delante suyo. — A mi me gustaría sentir que al menos le importo a alguien aquí, no la descartes por qué es de un distrito, Coryo. Tal vez tengan más en común con ella de lo que creen.

Caius miró una rosa, su abuela no se daría cuenta si faltaba una más en su colección, pero no llevaría una blanca. Algo muy común y que probablemente sería el sello de los Snow y él no quería eso.


































Caius se levantó temprano por la mañana, tenía una rosa roja entre su mano, se había saltado la primera clase en la Academia. Escucho pasos acercarse detrás uno, no hubo necesidad de mirar para saber quien era.

— Rojo — escuchó la voz de Coriolanus. — El blanco es mejor, algo que va más con nosotros.

— Los Snow siempre caen de pie, ¿no? — preguntó Caius mirándolo de reojo. — No puedo ser un Snow ahora cuando me has despreciado todos estos años, Coryo.

El sonido del tren se escucho, ya habían llegado. Un chico algo de piel muy morena, vestido con harapos de arpillera, Caius lo reconoció como el tributo de Clemensia.

Los separaba del suelo una caída de un metro y medio, por lo que se sentaron al borde del vagón para arrojarse al andén con torpeza. Una niña paliducha y menuda, con un vestido de rayas y una bufanda roja, llegó gateando a la puerta, Caius iba a acercarse para ayudarla, Coriolanus puso una mano en su pecho deteniéndolo, el otro chico Snow lo miró para que lo soltara.

Un agente de la Paz tiró de la chica, que aterrizó de cualquier manera y a duras penas pudo usar sus manos para amortiguar su caída. Caius decidió darse la vuelta, no podía seguir mirando como los trataban.

— Los tratan como animales — se quejó Caius en voz alta.

— Vienen del distrito — respondió Coriolanus.

— Nosotros podemos ser esos chicos, Coryo — lo miró Caius. — No tenemos en que caernos muertos.

Coriolanus tomó a su primo del brazo con dureza, asegurándose de que nadie más lo hubiera escuchado.

— No vuelvas a decir eso.

Caius se soltó del agarre de Coriolanus, se acomodó su uniforme nuevamente, eran un desastre. Ambos estaban absortos en una pelea de miradas.

Cuando Caius se volvió, Lucy Gray los miraba a ambos fijamente. Caius empujó a su primo al pasar por su lado.

— Debes ser Lucy Gray — habló Caius acercándose a ella. — Bienvenida al Capitolio.

Caius le extendió la rosa roja.

La muchacha lo miró de arriba abajo, ella podría irse en ese instante si lo deseaba, después de todo era un extraño ante sus ojos. Sin embargo, estiró su brazo y arrancó con delicadeza un pétalo de la flor que él sostenía en la mano.

— Cuando era pequeña solían bañarme en suero de leche y pétalos de rosa — dijo Lucy mirando el pétalo y al chico. Deslizó el pulgar con delicadeza por la superficie rojiza, se metió el pétalo a la boca. — Sabe a una brisa greca.

Caius también arrancó uno e imitó su acción. Coriolanus detrás de ellos, dio unos pasos acercándose causando que Lucy también pusiera sus ojos en él.

— Sospecho que ninguno de los dos debería estar aquí — los señaló.

— Probablemente no — admitió Coriolanus.

— Pero somos tus mentores — le siguió Caius. — Y creo que es mejor tener una cálida bienvenida que esperar a los agentes de la Paz o los juegos.

— Un rebelde — Lucy miró a Caius al decir esa palabra.

Caius se consideraba uno en ocasiones, con ideales completamente diferentes a los de su familia.

— ¿Y qué harán por mí mis mentores aparte de regalarme rosas? — cuestionó Lucy levantando su mentón con una sonrisa.

— Haré todo lo posible por cuidar de ti — aseguró Coriolanus.

— Haré todo lo posible para que regreses a casa, Lucy Gray — la voz de Caius sonaba firme, era más una promesa que habladurías.

Los ojos de Lucy cayeron en los agentes de la Paz detrás de ellos, Caius también los notó.

— Pues, buena suerte guapos — hablo Lucy. — Debo de ser tan magnifica, para tener a dos mentores.

Lucy se alejó de ellos siguiendo a Jeseup dejando atrás a Coriolanus y Caius. No sin antes llevarse otro pétalo de la rosa roja.

Mientras los agentes de la Paz agrupaban a los tributos, Caius tuvo una loca idea, si Lucy ya lo consideraba un rebelde, entonces sería un rebelde por completo. Echo a correr y alcanzo a la manada de tributos cuando estos ya estaban llegando a la puerta.

— Con permiso — Habló Caius con voz firme hacia los agentes. — Soy Caius Snow, me han asignado un tributo en la Academia, me pregunto si es posible poder escoltarla hasta su alojamiento.

— ¿Por eso te pasaste toda la mañana parado allí como si fueras un estatua? — se burló el soldado. — Bueno, como no, señor Snow. Únase a la fiesta.

Caius sabía que estaba bromeando el hombre, pero era lo suficientemente orgulloso como para irse, al final seguía siendo un Snow. Miró la camioneta que esperaba a los tributos, una jaula con ruedas mejor dicho. La caja estaba rodeaba de barrotes metálicos y cubierta por un techo de acero.

Caius entró, pero al estar dentro sintió un empujón, era Coriolanus que lo había seguido hasta ese lugar. Claro que su primo no iba a dejar que se llevara toda la gloria.

— ¿Qué hacen aquí niños bonitos, se les perdió el tren?

— Estoy en el lugar correcto — aseguró Caius.

— Quieres que te mate.

— Si mátenlos.

— ¿Nadie tiene familia en casa? ¿Seres queridos que podrían sufrir represalias?

La voz de Lucy llegó a los oídos de Caius quien la encontró en una de las esquinas.

— Además — dijo. — Es son mis mentores. Se supone que deben ayudarme, los necesitaré.

— ¿Cómo es que tienes un menda? — pregunto Coral.

— Mentor — corrigió Coriolanus. — Todos tienen uno.

— ¿Y donde están? — los desafío la chica. — ¿Por qué no ha venido nadie más?

— Falta de motivación, supongo. — respondió Lucy.

La camioneta se internó en una bocacalle estrecha y siguió avanzando, bamboleándose, hasta lo que parecía ser un callejón sin salida. Caius no sabía en donde estaban, intentó recordar donde habían dejado a los tributos el año pasado.

Miró a Lucy quien ya lo estaba mirando, le dio un pequeño guiño coqueto que la hizo sonreír negando con su cabeza.

Al forzar su vista, Caius notó dos puertas metálicas que se abrían en ese momento. Un agente de la Paz abrió la puerta trasera y antes de que nadie pudiera estar consiente los volcó.

Caius intento agarrarse de alguna parte, Lucy gritaba se acercó a ella mientras se aferraba a una de las paredes.

— No me sueltes — grito Caius hacia Lucy.

Al final, ambos cayeron aferró a Lucy a su cuerpo intentando amortiguar la caída de ambos, llevándose la mayor parte del golpe en su espalda. La chica se levantó, el resplandor del sol deslumbró a Caius, Lucy le extendió la mano para ayudarlo a levantarse.

Los dos estaban de pie, Caius examinó el lugar en donde estaban, sabía cuál era, había estado allí antes, vio a los niños afuera del lugar, los barrites cubriendo a su alrededor.

Estaban en la casa de los monos del Zoo.



































NOTA DE AUTOR:

¿Qué tal? Espero les agrade  el fic.

El rojo le va mejor a Caius ¿no lo creen?

La meta en este Cap será 25 votos y 15 comentarios, no valen emojis, puntos o el famoso "actualiza"

Me despido hasta un nuevo capítulo <3

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