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Gretchen se había esmerado con la cena de esa noche. La carne de cerdo estaba cocida en su punto, y los vegetales estaban tiernos y debidamente condimentados. Lady Locks los cortaba en pedacitos pequeños, se los llevaba a la boca con movimientos cuidadosos y masticaba lentamente, cuidando de sus modales a pesar de que lo que realmente le hubiera gustado hacer hubiera sido lanzarse sobre la comida y devorarla todo de un bocado. Eso le pasaba por haber desayunado mal y por haberse saltado el almuerzo.

Por suerte para ella, el comensal sentado enfrente en la enorme mesa del comedor no parecía tan ansioso por hablar como lo había estado esa mañana. De hecho, estaba taciturno, con los ojos caídos mientras revolvía la comida de su plato, sin probar un bocado. Lady Locks pensó en preguntarle si la comida no era de su agrado y si debía informarle de eso a la cocinera, pero a último momento recordó que ser sarcástica no era propio de alguien de su posición.

Cuando terminó de comer, tomó un sorbo de vino de su copa, se pasó la servilleta por los labios y le hizo una seña a Eins y a Drei, que esperaban pacientemente cerca de la puerta. Lord Charles se sobresaltó cuando una de las doncellas levantó su plato.

—¿Deseáis postre, Lord Charles? —le ofreció Lady Locks, amablemente.

Lord Charles parpadeó, como si se hubiera olvidado de dónde estaba por un momento.

—Sí. Es decir, no. —Dejó de hablar, y sacudió la cabeza—. Disculpadme, no he sido la mejor compañía esta noche.

Lady Locks resistió el impulso de decirle que no había sido la mejor compañía en ninguno de los días que había estado allí.

—¿Hay algo que os preocupe, mi lord? —preguntó en cambio, tan amablemente como fue capaz.

Lord Charles levantó sus ojos grises hacia ella. Casi parecía al borde del llanto y Lady Locks se olvidó por un momento que era un joven pomposo y molesto que pretendía casarse con ella para ser rey de algún lugar, aunque fuera de un reino tan pequeño como Wolfhausen.

—Lo hay —confesó Lord Charles—. ¿Puedo hablaros francamente, su Gracia? ¿A solas?

Lady Locks miró a sus doncellas y les hizo un gesto para que se marcharan. Lo que fuera que Lord Charles quería decirle, parecía lo bastante delicado como para salirse del protocolo. Cuando las doncellas cerraron la puerta detrás de ellas, Lord Charles suspiró profundamente y alzó la cabeza para mirarla a los ojos.

—Estoy seguro que no os sorprenderá si os digo que la razón de esta visita era pedir vuestra mano en matrimonio.

—Se me había ocurrido —contestó Lady Locks.

—Pensaba cortejaros por un tiempo más —continuó Lord Charles—. Pero me temo que mi tiempo se está acabando. Veréis, en mi reino, la Isla de Hood... —Se detuvo y comenzó de nuevo, como si no estuviera seguro de por dónde empezar a explicarlo—. Nuestra soberana, la Reina Odette, ha vivido mucho tiempo. Siempre fue una reina justa, aunque algo estricta, pero últimamente su salud y su mente se han vuelto frágiles con la edad. La Princesa Heredera, Lady Scarlett, es quien realmente tiene el control del reino estos días.

Lady Locks apretó los puños sobre la tela de su falda.

—Ella estuvo aquí. Hace mucho tiempo. Es vuestra prima, ¿no es así?

—Su madre es hermana de mi padre —dijo Lord Charles, con un corto asentimiento—. Pero veréis, ella... ella no es tan justa como lo era Odette. Lo cierto es que Scarlett es una déspota—. Soltó una risita, como si no pudiera creer que realmente se hubiera animado a decirlo en voz alta—. Ella ha estado eliminando a todos los que se opusieran a su poder. Incluso mi padre está ahora mismo en un calabozo acusado de traición...

Se le quebró la voz y tuvo que bajar la cabeza por un momento. Lady Locks lo miró horrorizada.

—¿Su propio tío?

—No le importa quién sea. Scarlett no tolera ningún tipo de oposición —dijo Lord Charles. Se obligó a recomponerse y la miró a la cara una vez más—. Es por eso que necesito que os caséis conmigo. Si me convierto en vuestro esposo, tanto yo como vuestro reino estaremos a salvo.

Esa tenía que ser la propuesta de matrimonio menos romántica de la historia. Por otro lado...

—Lord Charles, creo que estáis equivocado —le dijo Lady Locks—. Si ella es tan implacable como decís...

—No me entendéis —la interrumpió Charles, con creciente urgencia en la voz—. Ella quiere apoderarse de vuestro reino. Hace muchos años, nuestra verdadera princesa heredera, la Princesa Lissette, desapareció cuando venía hacia aquí para casarse con quien era entonces vuestro König. Scarlett considera que hubo alguna clase de atentado contra su vida y por eso tenéis una deuda de sangre con ella.

Lady Locks parpadeó. Escuchaba las palabras de Charles, pero no conseguía comprenderlas del todo. ¿Qué princesa heredera? Ella jamás había escuchado hablar de una cosa así.

—Si lo que decís es cierto, Lord Charles, entonces debe haber quedado algún registro de esa desaparición. No puedo creer que el König, mi padre, haya dejado sin investigar...

—Eso no importa, su Gracia —la interrumpió Charles. Se había puesto pálido y una película de sudor se había formado justo debajo de su flequillo color arena—. No me estáis comprendiendo. La desaparición es solamente una excusa. Ella vendrá de todas maneras. Lo que os ofrezco es una alianza: hay una pequeña parte de la nobleza que está decidida a resistirse a Scarlett. Tenemos nuestros propios hombres, nuestros propios ejércitos. Defenderemos Wolfhausen como si fuera nuestro propio territorio y mientras Scarlett está distraída enfrentándonos, encontraremos la manera de deponerla en Hood. Hay algunas mujeres de mi propia familia que pueden tener un reclamo al trono por...

Lady Locks alzó la mano y las palabras murieron en los labios de Lord Charles.

—Me estáis diciendo que casarme con vos traerá una guerra a mi reino que no estáis seguros si podréis ganar —señaló, con la voz fría—. Me estáis diciendo que todo lo que he trabajado tanto por reconstruir puede caer en manos de una tirana. Lord Charles, ¿realmente pretendéis que os acepte en estas condiciones?

Los ojos de Charles de Greenwood casi parecían salírseles de las órbitas.

—¡Perderéis vuestra corona de todas maneras! —le advirtió—. ¡Scarlett ya viene de camino hacia aquí y si creéis que tenéis alguna oportunidad contra ella por vuestra cuenta...!

Lady Locks se levantó, airada.

—No permitiré... —comenzó a decir, pero un estrépito afuera del salón la interrumpió.

Miró sobre su hombro, a tiempo para ver al Capitán Hildebrandt abrir las puertas de par en par. Se veía agitado y la reverencia que le dirigió fue torpe y apresurada.

—Su Gracia, acaban de llegar unos visitantes...

—Gracias por el anuncio, capitán. A partir de aquí puedo yo sola.

La voz suave y burlona le provocó un escalofrío a Lady Locks. Se volvió del todo y observó a la joven que estaba parada justo detrás de Hildebrandt. A pesar de que era una noche calurosa, llevaba una capa de color rojo sobre los hombros, con la capucha echada sobre la cabeza para ensombrecer su rostro. Dos hombres altos, igualmente encapuchados, estaban parados detrás, las manos suavemente apoyadas sobre el pomo de sus espadas. Hildebrandt se interpuso en su camino, pero la mujer no pareció inmutarse. Una sonrisa satisfecha floreció en sus labios finos.

—Hola, primo — dijo.

Lord Charles se echó hacia atrás con tanta fuerza que volcó la silla en la que estaba sentado.

—¡No! ¡No la dejéis avanzar...!

—Estoy segura que la Kronprinzessin Goldilocks no ha aceptado todavía tu propuesta de matrimonio, y aunque lo hubiera hecho, ella es la que manda en este reino... de momento —contestó Scarlett, con mucha calma—. Y estoy segura que la Kronprinzessin sabe que negarle una audiencia a otra mandataria sería escandaloso además de descortés.

Lady Locks dudó por un momento. Las advertencias de Charles estaban frescas en su mente, pero todo lo que había dicho Scarlett era verdad. Si venía a declarar una guerra, no podía arriesgarse a provocarla.

—¿Cuál es el motivo para esta visita? —preguntó en cambio.

—Vengo a buscar a Charles, ex Duque de Greenwood —anunció Scarlett. Chasqueó los dedos y uno de los hombres se adelantó. Hildebrandt se envaró, listo para desenvainar, pero el hombre simplemente le tendió un pedazo de papel—. Capitán, si eres tan amable de acercárselo a vuestra Kronprinzessin, ella misma podrá comprobar que esta es una orden de captura emitida por la Alta Corte del Reino Hood, firmada por todos sus miembros.

Hildebrandt dio un paso atrás sin quitarles la vista de encima a los guardias de Scarlett, y extendió el papel hacia Lady Locks. A ella, como siempre, le costó un momento ordenar las letras en su mente para que formaran palabras, pero se dio cuenta casi de inmediato que Scarlett no mentía. La orden despojaba a Charles de todos sus títulos y tierras y ordenaba su inmediato regreso a Hood para ser juzgado como un conspirador y traidor a la Corona. El sello de la casa reinante, un águila con las alas extendidas, le devolvía una mirada feroz y severa.

La comprensión de lo que estaba a punto de ocurrir se tradujo en puro abatimiento en el rostro de Lord Charles.

—No —murmuró, pero su voz carecía de fuerza.

—Perdonadme, Lord Charles —dijo Lady Locks. Le temblaba la mano con la que sostenía la orden de captura, pero su voz consiguió sonar firme—. No hay nada que pueda hacer. No puedo protegeros de la justicia de vuestro propio reino.

Los ojos grises de Charles se movieron nerviosamente en todas direcciones, como si mágicamente fuera a encontrar una escapatoria. Al final, sin embargo, bajó los brazos con un suspiro de resignación. Hildebrandt miró fijamente a su Kronprinzessin, como si estuviera esperando que cambiara de opinión. Sin embargo, después de unos segundos, se vio obligado a aceptar la orden implícita. Se hizo a un lado y los dos guardias encapuchados entraron en el salón. Rodearon la mesa y tomaron al antiguo Duque de Greenwood por los brazos.

Charles miró fijamente el rostro de su prima. Era unas pulgadas más alto que ella, pero la forma en que Scarlett estaba parada, con los hombros muy rectos y el mentón en alto, la hacía parecer mucho más siniestra.

—No ganarás, Scarlett —le dijo el ex Duque, con toda calma, como si comentara el estado del clima—. No eres la verdadera heredera. Todo el mundo lo sabe.

Ocurrió tan rápido que Lady Locks casi pudo habérselo imaginado. La mano de Scarlett se alzó con rapidez, pero la princesa se abstuvo de abofetearlo en el último segundo. En cambio, le dio unas palmaditas casi afectuosas en la mejilla y le sonrió otra vez.

—Te di una elección, Charles, querido primito. No es mi culpa que tú hayas elegido mal. —Dio un paso atrás para despejarles el camino a sus guardias—. Ahora, por favor retírense. Me gustaría cambiar unas palabras con la Kronprinzessin.

Los guardias se llevaron a Charles, arrastrándolo entre ellos sin ninguna delicadeza. Charles le echó una última mirada con aquellos ojos grises como el cielo antes de una tormenta y Lady Locks reprimió apenas un escalofrío.

Tenía la terrible sensación de que acababa de cometer un error garrafal.

—Si eres tan amable de pedirle a tu capitán que se retire también —solicitó Scarlett, de nuevo con esa voz falsamente aterciopelada—. Este es un asunto entre princesas.

Lady Locks miró a Hildebrandt y le dirigió un ligero asentimiento con la cabeza. No tenía miedo. Scarlett parecía una persona lo bastante astuta como para no atacarla en su propio castillo, con su propia guardia esperando al otro lado de la puerta.

Al menos, esperaba que lo fuera.

El capitán de la guardia apretó la mandíbula, claramente descontento, pero al final hizo otra reverencia y salió del salón, cerrando la puerta a sus espaldas.

Dejando a Lady Locks sola con su enemiga.


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