
Capitulo 8. Di que sí
La tarde pasaba con lentitud, como sus caballos se movían al compás del viento sobre el campo abierto. Bastante más tranquilo era todo, y los pastizales secos se movían pacíficamente junto a la brisa. Como era de imaginarse, los dos asesinos no habían hablado mucho más después de sucedida situación, a lo largo camino que llevaban ya. Era hasta un poco extraño, ni siquiera miradas se habían dirigido.
El sirio parecía ir en un letargo constante, moviéndose al ritmo de su caballo. Su mirada no era visible, las sombras de su capucha la tapaban, y apenas su boca iba cerrada. Ezio ya le veía caer de su caballo. Quizás simplemente era la costumbre de montar en silencio.
Más a lo lejos, el joven florentino pudo divisar un cristalino charco, casi una pequeñita, diminuta laguna. Sus aguas brillaban, y lucían limpias, como si una nube cargada en llanto, en medio de estos pastizales rubios, se hubiese posado a descargarse justo ahí. No podría ser una mala idea mojar un poco su rostro y cuello, así también para estirar los pies. El calor invernal a veces era más fuerte de lo que parecía, te sofocaba y envolvía por completo. Quizás el sirio también deseaba un poco.
Así entonces, le dio rienda a su caballo sin previo aviso, haciéndolo trotar hasta llegar al charco y bajar allí. Altaïr, por su lado, levantó la cabeza con sorpresa, como si despertara de la modorra, y con algo de confusión, le dio rienda a su caballo para que se apurara también, siguiendo al florentino en sumo silencio.
El joven florentino se bajó de un salto de su caballo. Se hincó al lado del charco, se quitó su guante de cuero, su hoja de la otra mano, y se arremangó como pudo aquellas holgadas mangas blancas para poder hacer contacto con el agua fría. La refrescante agua envolvió su mano. Movía sus dedos a través de esta con cuidado, como si buscara no perturbarla tanto. Y así, metió su otra mano también, formando una balsa con las dos, para luego cargar el agua y aventársela a su propio rostro, diluyendo el sudor impregnado que tenía hace algún momento atrás, era más que refrescante.
Gracias a Dios que se habían topado con el charco, pues el calor era infernal.
Repetidas veces, el joven se mojó aquel rostro, pasando sus dedos cuidadosamente por sus pómulos, frente, mentón, cuello, solo con la intención de que las frías aguas calmaran su malestar. Se mojó hasta el cabello, llevándolo hacia atrás para descubrir su cara y sentir un poco más la frescura.
El sirio observaba silencioso y con atención desde su caballo las acciones del joven mozo, y le sucedía que cada acción, lo hacía parecer ligeramente más... muy sensual. La articulación de sus fuertes brazos blancos, con las mangas arremangadas. Sus manos rosar sus finas hebras marrones y cada parte de su rostro, por qué no mencionar, bien formado. Quizá sí había sido rozado con la mano de Dios. El sirio se negaba, aunque sabía que estaba actuando con arrogancia, y sus emociones y sentimientos los ocultaba en una coraza bastante fuerte.
De repente, Ezio se giró al hombre, cual indiferente acariciaba ya abajo a su caballo, cómo si le hablara en susurros. Pronto, lo miro de soslayo, con circunspección, y lo único que brillaba sobre toda esa penumbra de su vista eran sus dorados ojos.
—Hace un calor seco, ¿Acaso no lo sientes?—, Preguntó Ezio, quien de uno de los bolsos de su caballos sacaba una cantimplora de cuero, y bebía un poco de la agua. Volvía una vez más a perturbarle esa mirada. Respetada mirada.
Altaïr negó con la cabeza.
¿Cómo era posible? Estaba cubierto de calurosas prendas, y además tenía la capucha puesta. El sol ardía con fuerza en los amplios campos de la Toscana.
—No es caluroso aquí, a diferencia de Masyaf.
Siempre tan inmune, Pensó Ezio con una sonrisa divertida, mirando hacia el charco. ¿Sería acaso arisco al agua? Lo probaría. Quizás divertirse un poco sería lo óptimo.
Así que, de la forma que lo pensó, lo dijo. —¿Acaso no te gusta el agua? Porque no creo que no tengas calor—. Sonrió de manera lasciva el florentino.
Sin embargo, el sirio nuevamente negó con la cabeza, detonando la severidad en sus ojos para convencerle de su insistencia, mientras que sólo acercaba a su caballo a que bebiera el agua del charco, y le hacía dulces caricias. —No tengo calor.
Definitivamente divertirse un poco era lo que a Ezio más le gustaba. Como si se tratara el inicio de una batalla, con un rostro serio colocado de repente, Ezio cargó agua en sus manos y se la lanzó al sirio, haciendo que salpicara en toda su capucha, mojando su rostro. Ante esto, Ezio se mantuvo firme, mirando con seriedad y el ceño fruncido al sirio, aunque por dentro sólo reía a carcajadas por la próxima reacción.
Altaïr, al sentir el agua caer en toda su cara, reaccionó de manera sorpresiva, haciendo incluso que su caballo se moviera un poco también en su exaltación, y rápidamente, llevó sus manos a limpiar su cara, para quitar el agua que destilaba. Estaba tan fría, que hacía que su cuerpo se estremeciera, aún que parecía refrescar, no soportaba que, ahora parte de la ropa, estuviera mojada. Su capucha goteaba agua, así que rápidamente se la sacó, descubriendo aquel cabello de un color ligeramente más oscuro que los pastizales. Escurriendo el agua una vez más de su cara.
—¿Por qué hiciste eso?— Protestó Altaïr con irritación, irguiéndose al lado de su caballo, a la vez que lo sujetaba para que no se asustara por su exagerada reacción.
Pero Ezio ignoró su pregunta, y a cambio, se inclinó hacia el lago nuevamente, cargando más agua, y aventándosela nuevamente a donde llegase. Y esta vez, el agua estalló sobre las prendas del sirio, sin que este pudiese hacer mucho más que levantar sus brazos y quedarse tenso en su posición, como si a toda costa quisiera evitar sentir las húmedas aguas tocando su cuerpo. Gruñó, levantando lentamente su mirada agresiva al más joven, por cierto, sonriente, haciendo una mueca de disgusto, al sentir ya la húmeda mancha sobre su pecho.
—Detente, Auditore, te lo advierto. —Previno con enojo Altaïr, preparándose, haciendo de su posición, una atacante, como si fuera a empezar a correr.
Sin embargo, Ezio, esta vez, sonriendo de manera retadora, volvió a inclinarse al charco de agua y se la volvió a aventar al sirio, pero el agua no alcanzó a llegar, cuando el sirio esquivó con destreza aquella aventada. Corrió hacia el bromista, con esa brutalidad suya, pasando por al lado de los caballos, asustándolos nuevamente, con la intención de alcanzar al mozo, quien después de un pequeño sobresalto al verlo correr, y ahora histéricas risas lo inundaban, escapando del sirio y rodeando el pequeño, que a la vez, mientras le tomaba ventaja, inclinaba sus manos al agua y se la lanzaba a su contrario.
Altaïr en muchas oportunidades estuvo a punto de atrapar a Ezio, pero ese florentino era ágil, y se movía como si se tratase de una lagartija por entre sus rápidos brazos, esquivándolo, liberándose una y otra vez de sus encierros, y continuaba intentando lanzarle agua, ya sea cargándola en sus manos, pero el sirio no se quedaba atrás. También, entre inevitables risas que le causaba el jocoso florentino, con su pie pateaba el agua, salpicándole cuanto pudiese al florentino, que a decir verdad, sí funcionaba, y bastante.
Al fin y al cabo, el burlesco joven había logrado sacarle risas al serio hombre mayor, deteniendo su carrera y escurridizos pasos, agitado pero con una sonrisa en su rostro, jadeando por el agotamiento de correr tanto. Mientras lo miraba, Ezio no entendía bien por qué a Altaïr le incomodaba lo que se relacionase con el agua, y se enfurecía si lo molestaban con ello.
—Ya, ya, basta, Auditore...— Rió Altaïr con aquella sonrisa tan retadora. —Vámonos ya.
—No hay apuros, ¿Los hay? — Rió Ezio acercándose a paso lento pero presumido, y un tanto mordaz, poniendo su mano sobre su propia cintura, sin quitar, agitado, su mirada marrón de aquellos orbes dorados.
Aquella mirada penetró en los ojos de Altaïr, como cayera un balde de agua frío sobre él. Sin embargo, intentó ignorar por completo aquellas mariposillas que revoloteaban en su estomago al tenerlo tan cerca. Volvía a su forma normal, seria e enigmática, sin que el florentino sintiera su cambio. —Necesito continuar con mis trabajos. Es importante, Auditore, min fadalik, vamos.
— ¿Qué? — Frunció el ceño Ezio. — ¿Qué fue eso ultimo que dijiste? ¿Men fla...?
— "Min fadalik", Auditore, significa "Por favor".
— Al parecer se te ha ido el orgullo ese. Por fin dices "Por favor".
Altaïr frunció el ceño mirando al florentino, quien ahora cambiaba el tema:
— ¿Y cómo se pronunciaba el "Por favor"? —
—Men fablika. —
—"Men fablika." —.
—Así es, será fácil si te lo aprendes—. Dijo Altaïr.
—Altaïr, men flabika, ¿Puedes dejar de ser tan orgulloso?... ¿Lo he dicho bien? — Ezio le sonrió, observando suplicante al sirio, que de a poco dibujaba una pequeña sonrisa, escondiéndola en su capucha ya seca.
—Sí, lo has dicho bien, Auditore—. Y dicho esto, se dio media vuelta y caminó a su caballo, subiéndose a este sin dificultad alguna.
Ezio por su parte, se quedó pensando un momento, en la adorabilidad que comenzaba a encontrar mediante excavaba al interior del sirio. No era un tipo tan arrogante y orgulloso después de todo. Por lo menos volvían a forjar amistades, y quizás más que eso. Era algo que ahora no podía negar, realmente le estaba haciendo revolotear cosas interior. Florecía de a poco.
Saliendo de sus pensamientos en un segundo, sin borrar esa tranquila sonrisa, caminó también a su caballo.
—Y... dime Altaïr, si aprendo lo básico del idioma, ¿Crees que me entiendan en tus tierras? — Rió Ezio, dándole rienda a su caballo hasta llegar al lado del sirio.
Por parte del sarraceno, éste irguió su espalda ante la pregunta, y pareció sentirse medianamente confundido con ella, pero no quería malinterpretar tampoco. —No.
Ezio ladeó su cabeza juntando el entrecejo. — ¿Por qué?
—Porque a los tontos les cuesta entender de vez en cuando las palabras—. Sonrió el sirio de manera lasciva, alzando el mentón, el orgullo no se le iba después de todo.
—¿Tontos? —. Ezio arqueó una ceja. —¿Te refieres a ellos?
Altaïr soltó una risa gutural en respuesta. Parecía que sí.
Ezio se le pasó por la cabeza que quizás, Altaïr también se sentía como la oveja negra en sus tierras. Inentendido, apartado. Solo.
—Tranquilo, Auditore. No te iría mal si pones parte de ti al estudio de mi lengua.
Ezio rió entre dientes volviendo a mirar a su camino. — ¿Me enseñarías?
—No creo que seas tan malo para el idioma.
Ezio entonces giró su mirada hacia adelante. Tenía miles de cosas en mente, y cada una de estas quería ejecutarlas con ese sirio que tanto había llamado su atención, y parecía estrujar su corazón.
—Altaïr, ¿Qué tal si al llegar a Venecia hacemos algo para pasar esta tarde? —Propuso Ezio dándole un poco más de cuerda a su caballo.
— ¿Qué cosas entretenidas existen en tu pequeño mundo?
— ¡Oh! Tantas... humm.
Pero antes de que Ezio pudiese hablar más, o soltar siquiera una idea, el sarraceno interrumpió. —Mira, sólo quiero pedirte algo, si es que quieres estar... eh... — Balbuceó un momento, negando con la cabeza. — Sólo, no te pongas exagerado...
Su voz sonaba tajante y corrosiva nuevamente. Parece que a él le costaba acostumbrarse a éste nuevo estilo, e incluso deseaba negárselo un poco y alejarlo de él.
La llegada a Venecia no demoró mucho más de unas cuantas horas, período en que los dos hombres dejaron los caballos a las entradas de la ciudad para así poder internarse en ella.
Apenas era de tarde, y faltaban todavía unas cuantas horas para que el sol pudiese ponerse. Eso le daba ventaja a Ezio, quien pensaba nuevamente en cosas atractivas de Venecia, más quizás que un carnaval, cosas como volar, saltar. Parecía ponerse eufórico. En su camino divisó una bella flor que para su suerte no había sido pisoteada, y desde al lado de esa pared, la recogió.
Al levantar su mirada, el sirio ahí se encontraba, y la flor la guardó en un bolsillo de sus atuendos. Su capucha jamás fuera de su cabeza, tan desconfiado con lo que le rodeaba, o más que desconfianza, quizás era simple seguridad propia. Bastante seguridad. Observaba los puestos de ventas de los campesinos y pescadores; productos que de repente mientras caminaba quedaba mirando, y hacían brillar sus ojos con inocencia, productos hasta nunca antes vistos en sus tierras seguramente. Pero claro, no iba a actuar como persona adinerada, jamás se lo pensaría incluso, era hasta pecaminoso pensarlo, para sí mismo y su gente. Sin embargo, se detuvo, y pareció negociar en su mente, mirando los brillantes objetos.
— ¿Hay algo que te guste de aquí? —Preguntó Ezio, frunciendo el ceño al observar todas esas cosas, tales como colgantes, brazaletes, anillos de oro, hasta los productos más caros en aquella refinada tienda de interior, a todo lo que ofrecía en su puesto de afuera. Estaba atento en su observación, y su pregunta fue sutil, como si se tratase de compartir opiniones.
—Hay cosas bastantes bellas aquí, pero aunque algo me atrajera, no tendría el suficiente dinero para comprarlo—, Dijo Altaïr guardando algo sospechosamente en sus bolsillos bajo sus blancas túnicas, mientras el vendedor le agradecía inclinando su cabeza, Altaïr, por supuesto, correspondiendo aquel acto, siguiéndolo con los ojos como si le obligase a guardar una promesa.
Ezio lo observó detenidamente alzando una ceja, esperando una explicación o algo así, logrando sólo que el sirio se diera vuelta, para seguir caminando. —Vamos.
Ezio lanzó una mirada al vendedor, pero este al hacer contacto visual, simplemente agacho la mirada, como si guardara una promesa. Con extrañeza, el mozo siguió al sirio.
— ¿Qué compraste? — Preguntó curioso el joven Ezio alcanzando al sarraceno.
—No fue una compra, Auditore. — Dijo Altaïr con sumisa calma en su voz, sin quitar su mirada del frente.
—Pero habías dicho que no tenías dinero.
—Te acabo de decir que no fue una compra. — Su voz esta vez fue más clara.
—No le amenazaste y robaste, supongo...
—¿Son uvas? — Preguntó el sirio cambiando el tema y deteniéndose en seco mientras apuntaba a un puesto de venta en especial, en las cuales vendían una gran variedad frutas.
— ¿No sabes enserio? — Ezio se detuvo al observar los arándanos que yacían en la caja. —Esta fruta se llama arándano, muy diferente a las uvas, mira:
Así, el italiano tomó con su pulgar e índice la pequeña fruta, para dejarla en las manos del sirio. —Con permiso, bella signora...— Sonrió Ezio mientras también le pasaba tres florines a la mujer, para así que ésta mujer le pusiera en un pequeño saco unos cuantos de aquellos frutos.
Altaïr no se demoró en tragar aquella dichosa y jugosa fruta que captó en delicia su paladar.
—Llevar unos cuantos no estaría mal, ¿No? ¿Te gustaron? ¿Te gustaría llevar algo más?
Altaïr negó con la cabeza, no quería abusar del dinero del florentino, aunque si fuera por él, probablemente se compraría toda la tienda de allí.
—Por favor, dime que te gustaría. — Insistió Ezio formando una sonrisa de a poco. —Llevemos... emm... ¿Te gustan las uvas, verdad? ¿Manzanas? Llevemos unas cuantas de estas...— Y así, el joven florentino le entregó otro par de monedas a la mujer, quien rápidamente cargaba las frutas dichas, y las metía en separado a estas bolsas de tela. —También deseo uno de esos caramelos de miel de allí atrás.
Altaïr negó con la cabeza, angustioso, ocultándose cada vez más en él mismo. —Yo no pedí esto, Auditore...— Le susurró mientras caminaban por entremedio de la gente, llegando a una gran plaza, para escalar por unos muros y subir a un tejado que daba con ella, pero que no podían ser perfectamente observados, y allí tomaron asiento. —Yo no pedí que los compraras... No era necesario que gastaras tu dinero en eso...
Altaïr estaba lamentablemente acostumbrado a otro sistema, donde él era una persona de no muchos recursos y que no podía obtener el dinero suficiente para comprar frutas y golosinas de aquel alto valor.
—E dai, yo fui quien compró esto, no tú. Yo fui quien los quiso, no te preocupes tanto Altaïr, y ten...— Dicho esto, sacó uno de los dulces de miel y lo acercó a los labios del sirio, quien, con algo de frustración, se lo zafó de las manos, no permitiendo que le diera el dulce en la boca. Él lo podría hacer por su propia cuenta. Ezio sólo rió.
La brisa hacia mover los cabellos del joven florentino, quien disfrutaba del sol que aún sobrevivía sobre los cielos, aunque si amenazaba con caer tras el horizonte en probablemente menos de una hora. El mar se veía hermoso con el reflejo del sol y sus nubes, como si se tratara de una de esas maravillosas obras de artes de Verrocchio. El tejado no era muy alto en el cual se encontraban, pero era lo suficientemente tranquilo.
—Hey, Altaïr. — El joven florentino rompió el tranquilo silencio.
El sirio lo miro con quietud, silencioso, saboreando con boca cerrada aquel dulce.
—Háblame de tu familia.
El silencio de hizo de nuevo entonces, por unos segundos, antes de que Ezio quisiese voltearse, Altaïr deicidio hablar:
—¿No sabes que significa mi nombre?
— No sé árabe, más tu nombre. Esas otras palabritas que ya olvidé...
—Que inútil eres— Concluyó el sirio. —Mi nombre significa "Águila en vuelo" e "hijo de nadie" .
—Bien, ¿Y tu familia? — La intención de Ezio al parecer era buscarle una quita pata al gato. Niño terco.
—"Hijo de nadie", Auditore, con eso se da por explicado. — Le dijo con adustez, pues su paciencia parecía balancear de una cuerda floja nuevamente.
Tanto intentaba ocultar.
—Eso es estúpido...— Ezio frunció el ceño. —No puedes no ser hijo de nadie. Que tengan ese significado tus nombres, no define quien eres ni tu destino. Es totalmente distinto a como uno es...
Sus palabras parecieron hacer silenciar al sirio por primera vez en todo lo que llevaban juntos, y le hizo sentir extraño, porque si bien Altaïr era un hombre de palabras, al menos ya le habría contradicho antes, pero en vez de hacer eso, simplemente calló. Como si intentara responderle algo, como si pensara más allá y considerara esas palabras.
—En Masyaf es distin-....
—Lo dudo—, interrumpió.
— ¿Estas buscando pelea o qué? —Le interrumpió un autoritario Altaïr, alzando la voz, como si comenzara a colmar su paciencia.
Ezio calló e intentó ocultar sus risas mordiendo de su propia lengua, y volvió a mirar hacia el mar. Pocas veces podía comportarse como un niño, pero con este tipo era diferente. Insistía que era parecido a volver a sentirse ese joven de diecisiete años tan temerario y alegre que alguna vez fue.
—Altaïr. — Ezio volvió a quebrar el silencio que se había estado formando, irritando los oídos del sirio ésta vez.
— ¿Y ahora que quieres? — Preguntó con frustración mientras rodaba sus ojos.
— ¿Qué tal si vamos a dar un paseo?
—Esto ya fue un paseo, ¿No es suficiente?
—Claro, pero otro paseo, uno más... lindo—. Le sonrió Ezio con honestidad, recostándose al lado del sirio, llegando casi su cabeza al lado de sus caderas.
Altaïr no habló, parecía ser un signo de que estaba atento a lo que dijera Ezio. Era oídos abiertos ahora.
—Vamos a dar un paso a un lugar que conozco, donde nos podremos refrescar. Como a un lago. — Le susurró con picardía.
Altaïr no respondió, le dio una ligera mirada al mar y esas playas de más allá, para luego volver a observar los cielos. Era algo de lo cual se tendría que pensar.
— ¿Te gusta nadar? — Preguntó con una pequeña sonrisa mientras pasaba su brazo por encima del cuerpo del sirio para sacar de la bolsa uno de esos dulces y echárselo a la boca.
—No.
— ¡Oh, vamos! ¡Qué aburrido eres! Por último un paseo por allí, es un lugar secreto, al que nadie va. No está muy lejos de aquí.
Altaïr no respondió esta vez, pero parecía ser un "tal vez" en su mirada, o por lo menos eso dijo la relajación de sus expresiones faciales.
Ezio así lo tomó, y entonces decidió erguirse y volver a obtener la posición que tenía antes en el borde del tejado en el que se encontraban.
El silencio volvió, trayendo consigo la calma nuevamente.
— ¿Sabes? Te puedo tocar una canción con mi laúd si deseas—. El silencio se fue de nuevo. Ezio le ofreció mirando de soslayo al sirio quien reposaba sus espaldas en aquel tejado ahora, observando al cielo y terminando de saborear lo que tenía en su boca. Una sonrisa de formó en sus labios al captar recién las palabras que habían salido de su boca.
—No—. Respondió, sacando un nuevo caramelo de miel de esa bolsita que se encontraba a su lado y la ingresaba a su boca, obligando a su lengua jugar con ésta.
—Puedo robar para ti, si deseas — Se mordió sus propios labios aguantando esas risillas que querían salir.
—No.
—Podría darte flores... las más lindas. —Se volteó ligeramente mientras apoyaba su mejilla en su propio hombro.
—No.
—Iremos al lago entonces. —Le dijo en tono cantarín.
Altaïr gruñó.
—Seguirte como un enamorado, tal vez—. Su corazón palpitaba con fuerza, y las risas se le escapaban sin importar los rechazos que a pesar de la insistencia el sirio escuchaba.
—No.
—Quizás pueda... no sé, tomar tu mano.
—No—.
—Me gustas.
—No—. El rostro del sirio se puso rojo aunque intentase evitarlo.
—Sí.
—No.
—No.
—No.
Ezio golpeó de sus propias piernas maldiciendo con una pequeña sonrisa en sus labios, pues esa batalla ya la había perdido. — ¿Quieres que pare de hablar?
—Sí.
El joven rió. —Pero antes, ¿Puedo hacer algo?
El sarraceno lo miró de reojo arqueando levemente las cejas, como si le diera la palabra. Entonces, Ezio se acercó un poco más a él, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, se inclinó ligeramente a él, posando un pequeño beso en sus labios, que por supuesto fue correspondido. Sólo uno pequeño. Una vez que Ezio retiró su rostro del de Altaïr, sus ojos se encontraron en paz, brillaban, y entonces volvió a preguntar una vez más. —¿Te gustó?
—Sí.
Al parecer, Altaïr a aceptado ir con Ezio a ésta playa, pero el joven florentino tiene algo en mente, una pequeña travesura, más bien dicho, ¿Qué será? ¿Qué tendrá en mente para su pequeña victima?
TRADUCCIONES:
E dai: Oh, ¡Vamos!
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