
Capítulo 6. Error
Con una suave expresión, el sirio lo invitó a salir del lugar quizá.
—Aún no me queda claro...— Dijo Ezio, mientras este lo seguía a su paso, camino hacia la salida del inquilinato—... o no es que me quede claro, sino que sigo sin poder convencerme de que hayas venido desde tan lejos y te nombres asesino de la hermandad—, le cuestionó algo bromista.
—Dame una razón.
—Eres algo... raro...— Ezio se dio el tiempo de mirarlo de arriba a abajo con todas sus armas en orden. —Tus piernas un poco cortas, brazos gruesos—, porque sí definitivamente era robusto de cuerpo, a diferencia del florentino.
Altaïr no dijo nada, pero sí parecía molestarse de a poco.
—c'è anche, hay otra razón.
—No pedía más que una raz...— Altaïr, ya algo irritado, fue interrumpido.
—La sciami, pero creo que eres hasta algo bruto— Ezio lo observó un momento pensativo. Altaïr no era flacucho, tenía una buena cantidad de masa muscular, pero a Ezio le gustaba exagerar. —¿Seguro que te alimentas bien?—, Mencionó presionando con su mano su hombro. —Quizá me servirías para acabar con esos guardias gigantes que me buscan por cada lado de este puerto.
—Vaya imbécil... — Susurró Altaïr entre gruñidos.
El sarraceno tomó la mano del florentino, y haciéndole una dolorosa llave que logró sacarle un quejido, hizo que se volteara para hacerlo golpear contra un mesón de madera ahí afuera. Así lo tuvo acorralado un momento.
—Puedo hacer eso y mucho más—, gruñó el sirio con orgullo. Parecía que las peleas jamás acababan para él.
Pero fue en ese entonces que Ezio que en su defensa para acabar con su intercepción, llevó su cabeza hacia atrás, golpeando la nariz de Altaïr quien en su dolor, tuvo que retroceder con tambaleantes pasos en un gruñido de dolor. Su nariz sangraba.
Pero Altaïr levantó la mirada con firmeza, limpiando su nariz, sus ojos expresaban frialdad, seriedad y ferocidad. Con decisión y seguridad, activó su hoja oculta. Sí, la llevaba justo en su muñequera. Estaba listo para dar su segundo paso al ataque y demostrarle que realmente era maestro.
Ezio logró incorporarse, pero se mantuvo en alerta al ver la hoja amenazante, en alerta al ver la herida sangrante del sirio, sin embargo, río. —Eccezionale! ¿Qué te pareció?— Ese fue un claro símbolo de desafío sobre sus labios. Sonaba hasta casi ridículo.
Pero antes de que Ezio pudiese articular otra palabra, Altaïr ya se había abalanzado a Ezio con la hoja lista para ser soterrada, mostrando aquel rostro de ataque, dispuesto a matar. Parecía que entre las sombras de su rostro, sus ojos dorados brillaban como en grito, emitiendo un destello que parecía dejar líneas doradas en el aire por la velocidad.
Ezio sabía que tenía que moverse, y rápido, pues esto no parecía ser una simple prueba de quien era mejor luchador. Alcanzó a esquivar el ataque tal y como lo hizo la primera vez, sólo que esta vez, en vez llevar su muñeca hacia abajo, lo alejo de sí mismo, y sacó una pequeña navaja que llevaba en su bota, así con la intención de embestirla en su vientre, obviamente, algo que no haría, sólo para alertarlo. Altaïr esquivó aquella embestida con inteligencia, golpeando la mano de Ezio con un rodillazo, así logrando que la navaja volara lejos de su alcance.
Ezio lo soltó, y se alejó un poco, así decidió lanzar el primer y rápido puñetazo, a lo que Altaïr bloqueó con su antebrazo, Ezio lanzó un puñetazo por abajo, y Altaïr lo esquivó pero con algo de dolor, el esfuerzo hacía que doliera un poco su herida, aun así, el sarraceno no se rindió, y, agachándose a lo que fue un codazo de Ezio, deslizó su pierna por el suelo, con la intención de hacer tropezar al Italiano, cosa que no sirvió, ya que este lo saltó, y pudo alcanzar a agarrar a Altaïr, tomándolo nuevamente del antebrazo, y esta vez, rodeándolo, agarrando también ágilmente su otro brazo, lo tenía atrapado.
Ahora, que estuvieran en medio de una belicosa pelea llegaba a estremecer un poco a Ezio, pero era un momento de exaltación, algo que de alguna forma lo llenaba, o lo unía.
—Te tengo— Habló Ezio con una risa en sus labios.
Altaïr rugió ligeramente, y todo el momento de conmoción se detuvo en ese frío y un poco alterado ambiente, sin embargo no dijo nada, y volviendo en sí, se ideó su propia estrategia. Logrando con sus manos tomar las muñecas de Ezio, las dobló para que sufriese dolor hasta por fin soltarlo, y así, se liberó de sus agarres, pero no era ese su punto todavía. Sin soltar las manos de Ezio, las llevó hasta su pecho, logró bloquearlo de cualquier movimiento y así, arqueando su espalda logrando hacer un tipo de palanca, levantando el gran cuerpo del asesino florentino, lanzándolo lejos, haciéndolo volar en el aire hasta que cayó estrepitosamente en el suelo.
Se lo había quitado de encima.
Altaïr: 2, Ezio: 0
—Merda—, Se quejó Ezio inmóvil en el suelo. Abrió los ojos con un poco de dolor ante el golpe de su cabeza, entrando en sí que estaban como dos niños infantiles peleando fuera de un inquilinato, gracias a Dios, sin que nadie estuviese mirando.
Altaïr subió sobre de Ezio, sentándose en su vientre para sujetarlo al suelo con su cuerpo. Con una mano inmovilizando un brazo del florentino, y con la otra mano, la izquierda, la cual portaba la hoja oculta, lo amenazaba para que no se moviera, colocando la punta de la hoja en su cuello, ya faltaba poco para que perforara un poco la piel.
Jadeaba por el esfuerzo, quizá porque llevaba semanas sin moverse más de lo que acababa, o porque sentía dolor en su costado, pero transpiraba, y su orgullo, hacía que de su cansada boca, soltara risas soberbias. Eso Ezio lo miró con sorpresa, le llamó la atención que ante el dolor de su físico, estuviese riéndose porque había ganado una tonta batalla. Y por supuesto, estaba atrapado, había caído. Pero se llegaba a preguntar incluso por qué jugaban a pelear. Era hasta estúpido, o una forma de poder probar sus combates. Ezio frunció pronto el seño, enojándose ligeramente ante ese pensamiento.
Pronto, el sirio alejó un poco su hoja y procedió a esconderla por fin, dejando libre el tenso cuello del asesino menor.
—No tengo el derecho de recalcar tus errores en la batalla—, Se enderezó Altaïr aún sobre Ezio, ahora, solamente tomando aire entre sus agotados jadeos, posando su mano sobre su costado dañado, como si intentase calmar las molestias de ahí. Ezio se sintió algo culpable por ello. —Pero quizá te falte un poco de destreza. Además, están fuera de tus derechos intentar acercarte de esa manera que hiciste hacia mi, con la intención de desdeñar.
El florentino solamente lo observó al mismo tiempo que el arábico guardaba su hoja oculta. Lamentaba un poco esa reacción, la verdad es que no pensaba que se lo tomaría tan a pecho. —Jamás tuve la intención de desdeñar. En todo caso, iniciar esa pelea por nada...
El sirio alzó una ceja esperando a que hablara, pero el florentino calló, así se tomó su tiempo para hablar con algo de calma, suspirando el agotamiento de dicha pelea. —No fui yo quien la provocó. Te había apartado de mi, y tu continuaste el desafío.
Ezio rió y entrecerró sus ojos al sonreír, hablando con un tono relajado, viendo al exausto hombre por la pelea, a los ojos. —¿Encontraste un desafío luchar contra este asesino? Te falta entrenar más, probablemente.
Un silencio se hizo entre los dos. Un incomodo silencio del cual ninguno de los dos pudo escapar...
Al menos, Ezio no podía escapar, y su incomodidad aumentaba.
El otro hombre lo miraba con una expresión como de incertidumbre, o como si buscara alguna respuesta en el rostro del florentino, en silencio. Como si no entendiera el chiste, o si buscara si era realmente un asesino en sus ojos, o si... hubiese encontrado algo más. Pero simplemente lo miraba, y lo miraba, y casi era como si su rostro se inclinaba al de él. Sólo lo miraba como si la luz fuera dura de absorber para sus ojos.
Y el asesino de las tierras lejanas no se levantaba de su posición, y solamente lo miraba. Y luego miró los labios del florentino, y sus cejas arquearon con algo de sorpresa.
Ezio sudaba de incomodidad y sus cejas se fruncieron con recelo en su rostro —¿Qué?
Fue lo único que se atrevió a preguntar.
No quería que toda la confusión que ya estaba sintiendo hace algunos días aumentara aún más, aún más con la rara sensación de como si se le estuviera inclinando encima, y entonces el sirio reaccionó, sólo con un extraño pestañeo como si su expresión hiciera una contracción, y volviera a la realidad.
—Tienes una cicatriz ahí también...—, mencionó silencioso el sirio.
Ezio, ante ese comentario, y la queda forma de decirlo, hizo que se incomodara aún más.
—¿Sabes algo?— preguntó el florentino. —Estás sobre mi aún y ya me dejaste claro que has ganado. Si pudieras...
Altaïr lo miró unos segundos, pensativo. Ezio, esos segundos los vio como largos minutos y le disgustó aún más, Altaïr estaba sobre sus caderas sentados, sin dejarlo moverse, y lo único que quería es que se quitara de encima antes de que se viniese lo peor y Altaïr lo sintiera.
Exacto, eso mismo.
Altaïr suspiró apoyando una mano en el suelo para impulsarse y se levantó.
—Nada mal, por segunda vez—, Le dijo Altaïr sin ironía ni sarcasmo en su voz, o eso esperaba pensar, lo que le llamó la atención a Ezio.
No puso evitar ruborizarse un poco ante su expectación, y suspiró por el alivio de que se hubiese quitado de encima. Se comenzó a sacudir en cuanto se levantó y dirigió la mirada hacia Altaïr, quien lo esperaba apacible, haciendo una brisa marina levantar parte de su blanca túnica, y flamear. —Necesito que me lleves al consejero del puerto.
Y entonces, como si no hubiese escuchado las palabras de Altaïr, sin más, una idea ya despierta que en algún momento no deseaba explorar sólo a causa del decaimiento de la soledad, renació en las finas expresiones del joven florentino. Conociendo cada uno de los caprichos de la ciudad, se le vino a la cabeza una idea perfecta. La idea perfecta para desenmascarar al sirio un poco mejor.
—¿Qué tal mañana?—, dijo el florentino desconcentradamente, y liego volvió a hablar una vez que lo miró al rostro. —Estoy seguro que al menos tienes una debilidad.— Llamó Ezio, lo que intentó hacer parecer una broma. —¿No es así?
Altaïr no contestó. Se quedó pensando algunos segundos con la mirada a las botas del florentino, y en sus recuerdos sólo algo parecía doler y asfixiarlo. No dejarle respirar.
Al mirarlo, contestó. —Mi debilidad es contarle a alguien mi debilidad—, y su seria mirada, repasó una vez más los ojos chocolate del contrario. —¿No lo has pensado?
Ezio se mordió los labios intentando comprender, como al mismo tiempo, asentía con la cabeza con embrollo. ¿Era desconfianza la que tenía Altaïr de las demás personas? ¿Era eso una indirecta que no sabía cómo ajustar a sus pensamientos? Era raro, lo daba vuelta todo a su manera. Su enigmático comportamiento era sorprendente, y hasta interesante, pero aquel momento no dejaba de llenarlo de incomodidad y hasta curiosidad.
Ignoró aquello siguiendo a Altaïr a sus espaldas una vez que este se puso a caminar, hasta que le dijo. —¿Sabes a donde vamos siquiera?
Altaïr no respondió, y mientras caminaban, Ezio se interpuso en su camino, deteniéndolo. El sirio paró en seco, como si sus pensamientos también se hubiesen detenido. —¿A donde crees que vas sin conocer aquí, al menos?— Rió el florentino, inhalando aire en sus pulmones, dando a demostrar su mayor altura que la del otro hombre, con una sonrisa. —Mira, yo te voy a mostrar la debilidad que tengo yo por esta ciudad, y mañana iremos a por el consejero, ¿Qué te parece?
Y entonces, el florentino encapuchado se dio media vuelta sobre sus talones y corrió hasta un punto en el que saltó unas cajas, y bamboleándose de un barandal, saltó hasta el tejado más alto, y esperó al sirio ahí. Su figura varonil y recta ahí parada, con hombros hacia atrás, contrastaba en el atardecer naranjo veneciano y los tejados de un rojo colonial. Todo había sido obra de segundos. No se había demorado nada. Ezio era bastante rápido y majestuoso tratándose de esto con sus movimientos. Lo de majestuoso venía de los Auditore, todos sus hermanos lo tenían y venía de parte del lado materno, claramente.
El sirio no tuvo más opción que seguirlo.
Causaba intriga.
Ezio, ya comprobando que el sirio venía subiendo, impuso su carrera por el tejado, con cada pie seguro sobre cada teja. Saltó de ese techo a otro, y comprobó que el sarraceno lo siguiera. Lo hacía, y bastante bien, sus pasos resonaban con fuerza, los cuales fueron parando de a poco, y no porque fuera un guardia el intruso de comprobar quien andaba por ahí.
Altaïr simplemente casi había caído de espaldas al observar la inmensidad la luna que comenzaba a hacerse presente en la ciudad, y comenzaba a soltar con fuerza su brillo delante del cielo rosado, la cruz de una iglesia amenazaba con tocarla. Era la preciosa vista que lo hipnotizaba, y junto con los focos de aquella pequeña plaza, la noche amenazaba con ser más hermosa aún.
Si esto lo había planeado, entonces probablemente lo había hecho, y muy bien.
No estaban ni a mitad de paseo. Ezio lo agarró de la manga y lo soltó rápidamente, buscando llamar su atención.
Continuaron el camino, hasta que se dejaron caer en un balcón, el cual sobresalía medianamente de su pared, y daba a conocer un río a sus pies, a un lado el Puente de Rialto, el cual comenzaba a iluminarse más y más. Transitaba gente por el puente, y los mercaderes comenzaban a aprovechar la oportunidad, y su color, contrastaba una vez más con el cielo y la luna. Pero ellos estaban más arriba, donde las sombras comenzaba a hacerse, y sus rejas, enredadas por rosas rojas, hacían que ambos asesinos ahí encontrados, parecieran dos seres encantados, mitológicos, observando a la belleza del gran puente del cual música de tarantellas comenzaban a sonar. Era como un espectáculo.
El florentino se colocó en la parte de más atrás de aquella terraza, cruzando sus brazos, y su imagen alta, parecía más oscura y tenebrosa de lo habitual. Pronto los brazos del asesino sirio descansaron en el barandal de tal terraza gótica con enredaderas, lo cual le daba un toque quizás hasta de un cuento de hadas. Todo le parecía tan irreal desde haber estado en un inquilinato tan oscuro, repleto de ladrones.
Ezio suspiró, y una vez más examinó a las espaldas de Altaïr, para luego observar con sus ojos desde su posición al puente, iluminando ya la noche de Venecia, con una enorme luna no llena, entregando su mayor confortamiento a cada persona de la ciudad.
—Qué hermoso—, Susurró apenas audible el sarraceno, admirando el amplio río que se encontraba frente a su vista. Río que a su vez era iluminado por todos los brillos destellantes de esa noche bajo el puente. Sí, Venecia era una ciudad que se encontraba sobre el agua, y las casas estaban prácticamente pegadas a esta agua. Desde el balcón, lo único que podía apreciar, eran las bellas aguas oscuras por la noche, pero iluminada esta vez por unos que otros petardos de niños traviesos, y la gente reía. Gente pasaba a sus pies en botes largos y angostos, y otros cantaban tocando con unas guitarras pequeñas de seis cuerdas que Altaïr no conocía, pero sonaban lindo. Eran felices. La gente era feliz. Había música, luz nocturna de la luna, conversaciones, gente. Se sentía bien.
Ezio miraba con una pequeña sonrisa en sus labios desde su oscuridad, divirtiéndose en todo momento con sus expresiones, quien admiraba el puente de más allá, que daba paso hacia la estrecha calle que observaban hace unos momentos, sólo que más lejos. No lo podía ver, pero lo presentía.
Al frente de ellos, a lo lejos, había personas bailando felices, hermosas taranttelas italianas. Los niños jugaban con petardos, y corrían de un lado a otro. A Ezio le trajo recuerdos y se le hizo un pequeño nudo en la garganta. Parecía producirle hasta un poco de emoción de que aquel sirio que llevaba conociendo viese toda esa maravilla ante sus ojos. Que apreciara una de las más hermosas maravillas de Italia.
Estaba poniéndose nervioso nuevamente.
No era completamente lo que le aconsejaron.
Estaba haciendo todo a la inversa.
—Parece gustarte Venecia, ¿No es así?
—Carecen lugares tan bellos como este... No creo haber visto algo igual antes— Altaïr se giró mirándolo.
Ezio, en reacción, giró la mirada formando una sonrisa socarrona.
—Auditore, te he notado algo triste... ¿Es eso normal de ti o te han sucedido cosas?—, Preguntó de repente Altaïr, mientras se cruzaba de brazos apoyando sus caderas contra la baranda. A decir verdad, las primeras veces que lo vio, o las primeras semanas, quizá, le pareció un poco más alegre de lo que estaba ahora.
—¿Yo?—, Ezio arqueó una ceja. —¿Mis problemas personales no son de tu incumbencia, pensaba yo?—, Le dijo en son de broma.
Altaïr lo miró con seriedad, encogiendo los hombros como un reflejo.
—¿Me estoy equivocando?—, Rió finalmente.
Altaïr negó con la cabeza resignado ante el joven, dándose la vuelta nuevamente, apoyando sus brazos en esta baranda, y volviendo a observar el pequeño festival del lejano puente sobre las aguas. No le iba a insistir. No servía la insistencia.
Pero Ezio caminó hasta el lado de Altaïr, colocándose en la misma posición que el sarraceno. Apoyándose en las barandas. —He tenido días malos, es todo.
El sirio sólo hizo un silencio, como si le dejara continuar.
Pero sólo hubo más silencio.
Pronto Ezio soltó una pequeña risa gutural, quizá con un toque melancólico, a lo que Altaïr lo miró con indiferencia. —¿A qué se debe?—, su risa.
Ezio levantó la mirada hacia el pequeño puente con su gente de más allá. —Verás, hace mucho tiempo, tuve una novia... La vi un par de veces en situaciones a escondidas como esta, pero no podía acercarme. Ya sabes, las circunstancias...—, e hizo una pausa un tanto lánguida con su mirada perdida en sus pensamientos, pero luego levantó la cabeza con una sonrisa jocosa en sus labios. —Y ahora las muchachas me desean más.
Altaïr hizo una leve mueca. —Ese comentario me hace creer que eres un mujeriego.
—Humm... no me gusta mucho la palabra mujeriego—, Dijo un tanto pensativo. —No lo tomaría como una ofensa, pero con un "Ho più cose di quelle che mi rimangono.", me conformo.
Altaïr soltó una carcajada abierta al aire, algo gutural y ronca.
Y con eso Ezio sintió que estaba dando un paso, y rió con él ante su tontera.
Y luego de un silencio, no extraño, sino más bien, agradable, volvió a hablar. Las cosas parecían fluir de a poco.
—Y tu Altaïr... No pareces mucho ser uno de esos "Ho più cose di quelle che mi rimangono.", ¿O me estaré equivocando?
Altaïr miró hacia las aguas un momento, admirando su reflejo, sonriendo levemente ante una sonrisa acolmillada por la frase repetida. Simplemente se encogió de hombros pensativo. —Estoy en algo, pero no creo que vaya tan mal.
Ezio asintió con la cabeza, con una pacifica sonrisa, mirando a las mismas aguas.
Quizá porque su corazón se sintió un poco débil en ese momento.
¿Por qué?
Seguramente Altaïr tenía a alguien quien lo esperaba en casa.
Ezio estaba solo.
Y entonces, el silencio y la melancolía en Ezio volvieron a inundarlo. Volvió a pensar en todo lo que en algún momento lo hacía sentir mal, y la angustia volvió a su pecho, pero intentó controlarla. Suspiró intentando botarlo todo en eso. —¿Alguna vez, Altaïr, has querido tener algo con que borrar todo, y volver desde el comienzo?—, Finalizó su pregunta, mirando al sirio.
Altaïr tomó aire y lo contuvo unos segundos en sus pulmones, a lo que luego lo soltó. Parecía pensar demasiado también. —Creo que si pudiese borrar todos los errores de mi pasado...— Dijo con su típica seriedad en la voz, pero con mirada relajada. —...entonces estaría borrando toda la sabiduría de mi presente.
Aquellas palabras parecían ser difíciles, pero eran obvias y sencillas.
Ezio hizo una mueca, comprendiendo, y asintiendo con la cabeza hacia el frente.
—Aquellos que alcanzan la sabiduría, por medio del fracaso son mas consientes de su valor, ¿Sabes?—, Mencionó Altaïr, intentando hacer su comentario más fácil.
Pro ante esto, Ezio soltó una risa entre dientes, a lo cual sonó más de lo que intentó ocultar, al parecer bastante divertido, pronto carcajeando con los hombros elevándose. —¿Por qué hablas siempre así?
El serio lo miró y le ofreció una sonrisa, en vez de enojarse.
Lo que por primera vez, a Ezio le sorprendió, y se puso serio, mirando hacia el frente. Su mente estaba algo más confundida que hace un minuto atrás, y le ponía nervioso. —¿Entonces... te basas acerca de los hechos que te han acontecido en el pasado?—
El otro sólo respondió asintiendo con la cabeza, con sinceridad y tranquilidad. —A veces—, Respondió. —Pareces entender—, Esbozó una media sonrisa. —O al menos lo que has intentado entender—, y luego, arqueó una ceja, mirándolo, sin borrar aquella tranquila sonrisa.
Ezio iba a explotar de la confusión. Su sonrisa, sus ojos, todo... llamaba tanto la atención. Como si le gustara. No podía soportarlo, y con sólo pensarlo, le daban hormigueos en el pecho. Giró su mirada hacia el lago una vez más, frunciendo algo el ceño con vergüenza. Estaba nervioso, y sentía que su corazón, causa a los fuertes latidos, rompería sus costillas.
¿Entonces parecía que se entendían?
¿Le gustaba a Altaïr estar ahí con su compañía?
—Altaïr...
Ezio esta vez ya no lo miró al rostro. —...Sucede algo extraño...
—¿Qué?—, El sarraceno ladeó un poco su cabeza, intentando comprender el extraño cambio de carácter del italiano.
Hace unos segundos parecía estar de lo más sonriente y ahora era un tipo serio.
Ezio tomó aire, mientras cerraba sus ojos para concentrarse.
Basta.
Abrió sus ojos nuevamente, y sin querer mirar al rostro de Altaïr, lo agarró con fuerza del brazo y lo arrastró contra la pared, estrellando su espalda allí.
—¿¡Qué hac ...!?— Antes de que Altaïr pudiese articular cualquier otra palabra, fue besado en la oscuridad.
Un beso profundo y boicotiador, Ezio presionó con fuerza sus labios con los de Altaïr, impidiéndole siquiera poder respirar. A duras penas. El florentino iba con sus manos lentamente en las cinturas de Altaïr, como si lo consumiera con su cuerpo, embriagándose con este beso, pidiendo cada vez un poco más, como su corazón corría en un galope. Y ambas sombras esbeltas y enmascaradas, envueltas unas con otras, parecían en la oscuridad casi acoplarse como sola una.
Altaïr frunció el seño al reaccionar con lo que estaba sucediendo, y con todas sus fuerzas, intentó alejar al florentino, pero algo le costaba. Estaba aturdido, apenas respondían sus brazos y piernas. Cerró los ojos con más fuerza y lo empujó lejos de él, dando un brinco hacia atrás.
Estaba furioso.
Activó su hoja oculta, y con exacerbación, agarró del cuello de la camisa a Ezio con su otra mano libre, llegando a alzarlo un poco con su enorme fuerza que comenzaba a ser controladora, y con brutalidad, lo empujó a la pared. Una vez las espaldas de Ezio estrelladas allí, Altaïr lo volvió a tomar del cuello de la camisa violentamente, como si fuera a golpearlo. Alternó su brazo, con la intención de dañar a Ezio con la afilada hoja activada. Sus ojos brillaban iracundos.
Ezio cerró sus ojos con fuerza. Se lo merecía. Por idiota.
¿Por qué aun no sucedía nada?
Ezio abrió con cuidado los ojos, justo para ver como el enfurecido Altaïr, que con sus expresiones ligeramente más calmas, pero sin dejar de ser aterrador con su mirada, escondía la hoja nuevamente. Al esconder su hoja, agarró firmemente a Ezio de la camisa nuevamente, y lo miró fulminante, con decisión y odio a la vez. Calmó un poco más su expresión, guiando su mirada a los labios del italiano, dando una leve inclinación, pero se detuvo en seco al instante cerrando sus ojos con fuerza. Volvió a mirarlo con la misma ira, y gruñendo, lo empujó una vez más con fuerza contra la pared, soltándolo por fin. Como un animal golpeado, subió por los tejados, y huyó del lugar.
Ezio soltó un largo suspiro con un lamento de trasfondo, y su cuerpo se destensaba a la vez que se dejaba caer con la espalda en la pared, para terminar derrumbado en el suelo. Estaba muy aturdido. Ahora que se había dado cuenta de lo que había hecho, moría de vergüenza, se odiaba así mismo. Por una parte moría de remordimiento y por otra parte, se sentía casi... satisfecho, pero nuevamente su pecho dolía, pesaba.
Sus lagrimas salieron de la comisura de sus ojos una vez que la adrenalina en su cuerpo era consumida por la agonía del arrepentimiento.
No, esto estaba muy mal.
Volviendo a reaccionar, llevó sus manos a la cabeza, queriendo gritar de rabia como si entrara en crisis. Era tanta su ansiedad. Había metido la pata. Ahora no sabía qué hacer.
Pero no se iba a quedar para siempre sentado ahí, y gateando con fuerza en una nueva reacción, más potente que la anterior, se levantó, y saltó agarrándose al techo, con la intención de seguir a Altaïr y pedirle perdón. Se estaba comenzando a desesperar, y no lo encontraba en ningún lado. Su pecho subía y bajaba en jadeos, no entendía por qué había hecho eso. Corrió hasta el único lugar en donde podría encontrarlo si es que allá iba, al inquilinato.
Cuando llegó, la puerta de la entrada de la pequeña infraestructura de dos pisos estaba abierta. Le daba la impresión de que habría entrado por ahí, sin cerrarla. Pareció escuchar armas caer al piso de la habitación de arriba, y fue cuando corroboró que ahí estaba, y su pecho se apretó con aflicción. Estaba desecho por dentro. Sólo dio un suspiro pesado y sin animo, y no entró ahí. Algo le impedía, como si aquel completo inquilinato en el que Ezio se alojaba, ahora estaba tomado por alguien más.
Se dio media vuelta, y miró a su lado, tardo. De una caja de vinos viejos que ahí había, sacó una con ira, como si se lo quitara a un niño con infantilidad. Por poco no la pateó. Destapó bruto la botella, y se dejó caer plúmbeo en una silla, solo, donde compartían los ladrones de repente. Pero él estaba solo, y se iba a embriagar.
Odiando al mundo, se iba a embriagar.
Odiándose así mismo, se iba a embriagar.
La noche iba a ser larga y difícil, sobre todo para pensar en la estupidez que hizo.
¿Qué sucederá ahora que Ezio ha besado a Altaïr? ¿Altaïr le dará su perdón? ¿Se marchará? ¿Ezio será capaz de poder hablar con él, después de todo lo que por él ha sentido?
TRADUCCIONES:
-c'è anche: También.
-La sciami: Permíteme.
-Dio mio: Dios mio.
-Eccezionale!: ¡Impresionante!
- Ingannare! : ¡Imbécil!
-Merda: Mierda.
-Cazzo: Mierda.
-Devvero?: ¿Enserio?
-Ho più cose di quelle che mi rimangono: Me sobra más de lo que me falta.
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