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Capítulo 5. ¡No es posible!

Ahora sí que no sabía qué hacer.

Era como si el mundo conspirara en contra suyo. Veía esa imagen repetida en su cabeza, el momento en el que se inclinaba a Altaïr, y se sentía atormentado. Un asesino real a un pseudo-asesino ofreciendo su amistad en estas tan extrañas circunstancias, si es que así lo podía ver, y ya lo arruinaba todo. No sabía por qué había hecho eso, y no entendía por qué estaba pensando estas cosas, no sabía por qué le había agradado aquel "sincretismo" y tampoco sabía el por qué estaba dispuesto a volverlo repetir.


Espera... ¿Qué?

¡Hay que pensar con más claridad! Ezio, Piensa...

No era posible... que le comenzara a atraer alguien de su mismo género. Era sólo tema de pensarlo de esta manera: ¿Y si ese asesino lo supiera?

Lo mataría sin pensarlo dos veces.

¿No es así?

Todo era tan confuso, complicado, burdo, y hasta le avergonzaba de sólo prensarlo, pero había algo que no encajaba, porque si no, actuaría de otra manera, y no se sentiría tan mal, pero entonces era... ¿Era acaso que le estaba comenzando a gustar Altaïr? 

NO, NO, No, No, no, no. Imposible.

Con sólo pensarlo le daba un hormigueo en el estomago, y sentía que su tráquea se apretaba, impidiéndole respirar. No era por los problemas respiratorios que tenía desde que nació, ¿O sí? O quizás era una crisis de pánico la que inundaba su cuerpo nuevamente. No podía estar pensando en eso. Se negaba completamente.

Quizá ni siquiera se había dado cuenta, pero ahora que lo pensaba, cuando Altaïr le había llamado "hermano", su rostro había comenzado a arder. Quizá esa fue una de las causas de la rápida ida a tomar aire por ahí. Le había hecho ruborizar, su corazón había dado un vuelco en su pecho, le hizo sentir como si su estomago tuviese mariposas revoloteando que subían y bajaban, algo había encendido en su interior que creyó apagado. Pero no entendía por qué. No era más que un simple asesino, no era más que eso, ni siquiera era algo para actuar de esa manera... y no, no era el sincretismo.


Caminó rápido por el centro, adentrándose al mercado de Venecia, mientras tapaba su propia boca y con los ojos bien abiertos miraba al suelo, sin querer que nadie viese su rostro ardiendo, e incluso, sin intención, tropezó con una dama la cual iba por el camino de Ezio. Él no tuvo más remedio que levantarse y rápidamente ayudar a la dama a levantarse también, ella confundida y enfurecida, le arrebataba las cosas que le había ayudado a recoger, y de paso le daba un sermón del cómo tener más delicadez. Ezio la ignoró al igual que toda la gente que miraba, se disculpó y continuó queriendo que la tierra lo tragara.

A él le gustaban las mujeres...

Eso repetía en todo momento su cabeza, casi golpeándose a sí mismo una bofetada.


Necesitaba hablar con alguien esto. Pero... no podría ser tío Mario, no quería ni imaginarse su rostro de deshonra al saber que su sobrino gustaba de un tipo...

¡No! Eran sólo confusiones.

No podría tampoco decírselo a su madre. Seguramente también se sentiría en la deshonra si supiera que su hijo había ido en contra de las leyes de Dios y profanado la Iglesia, sería el chivo expiatorio... pero, la intención de Ezio era preguntarle si era malo o no sentir atracción por otro hombre...

No, recuerda, Ezio, que no estás sintiendo atracción por otro hombre. No... Es sólo una confusión.

Siempre han habido confusiones. Ezio pensaba que por pasar mas tiempo sólo, y ser algo sensible, podría sentir algo por alguien diferente, que lo escuchara... eso debía ser, pero nada más. Un amigo...

Quizás podría hablar de este tema con Claudia. Ella era joven, y seguro podría entender, sólo era menor por unos cuantos años que Ezio, nada más. Si Ezio ya tenía veintidós, ella tendría... ¿Veinte?... Apenas recordaba. Pero la verdad, era que le causaba algo de aflicción el apenas recordarlo. Era muy poco lo que ahora compartía con ella, y apenas la veía. Apenas podía hablarle cuando iba a Monteriggioni. Era como si hubiera, con el tiempo, dejado de conocerla a lo largo de los años, estando aún ella ahí. Se habían distanciado demasiado... más él. En ese caso, sería mejor no molestarla con las faltas de fé de su hermano mayor.


Ezio llevó sus manos a su cabeza. Pensar tanto lo alteraba, se iba a volver loco antes de que lo supiera y sentía como su cabeza daba vueltas y su estomago se encogía. Miró a sus dos lados, y caminó hasta el más cercano y solitario callejón posible, y allí, se contuvo de no sentir nauseas. Apoyó sus manos en las paredes adoquinadas de aquel callejón y se quedó en silencio.

No cabía duda de que estaba afectado por esta situación. Estaba nervioso, afligido, desconsolado incluso. Tuvo que detenerse en ese callejón, pues realmente su garganta llegó al punto de apretar tan fuerte que había dolido, —Merda di dia.


Volvió a tomar aire, exhalando e inhalando, intentando pensar con más claridad y calmar su mal estar. ¿Estaba condenado a esperar hasta que los rayos de luz divinos lo iluminaran? ¿Esperar el momento correcto para... decir algo? "¿Charlar más?"

A veces, los métodos más rápidos para acabar con la tortura, era simplemente decir la verdad.

¡No! La palabra no era ni "charlar más" ni nada de eso.  Tampoco podía conversar con él su inquietud. ¿Cómo reaccionaría? Además, ¿Cómo sabría llamar, esto que le estaba sucediendo, la verdad, si apenas sabía qué era lo que le estaba sucediendo?

Se quedó apoyado contra la pared un buen momento, pensando. ¿Cómo podría conversar esto con él... o con alguien? No quería siquiera entrometerlo en sus propias complicaciones. ¿Cómo podría entender lo que le estaba pasando?

No ha pasado más de una semana. No es posible tanta confusión.

Pero... ¿Y si le contaba la verdad a Altaïr? ¿Si le decía que estuvo a punto de besarlo? ¿Si le decía que estaba empezando a gustar... un poco, los días que estuvieron juntos, que de repente le compartía sonrisas y charlaba de su vida cuando él sólo lo miraba, pero estos últimos días parecía que conectaban más que el anterior?

...

¿Y si no?

Parecía casi retorcido.

¿Y cómo podría decírselo de todos modos? Era un tipo que apenas dejaba que una mosca volase cerca de él. Parecía ni siquiera disfrutar tanto de la presencia de Ezio.

Su mente era como un complicado vaivén de emociones. Una parte de él le decía que lo hiciera, y que lo dijera, que los cambios nunca eran malos, pero él tenía muy mala experiencia con los cambios, y eso era lo que le decía su otra parte más cociente de su mente. Que no lo hiciera, que acabaría mal y en las peores de las vergüenzas. Que siguiera serio, rígido y sin emoción ni cariño a nadie.

Pensó que podría distraerse yendo a por el encargo de aquella madama, Adrienna, así que así lo hizo en medio de sus anfibologías, y caminó hasta el Burdel La Rosa della Virtù, pero desde que llegó al burdel, ni al momento de ver a todas las bonitas muchachas en el momento de esperar el encargo, pudo distraerse de sus pensamientos. Era como un golpe constante en su cabeza. Una vez entregado el encargo que debía llevar, caminó hasta los estratos más bajos de Venecia. Intentaba, de una y otra manera, intentar al menos pensar en el por qué hacía este encargo. Por el niño casi huérfano, ¿Cierto?

No tomó mucho, hasta que encontró a aquel niño de cabello negro, jugando solo al lado del río.

—¿No estás con tus amigos esta vez?—Había preguntado el florentino, siempre distante de emociones, mientras se sentaba al lado del pequeño de quizá once años, que jugaba con sus pies en el agua.

—Están ocupados en sus casas—, había dicho el pequeño niño al reconocer la voz del hombre quien pronto se sentó a su lado.

El hombre de Florencia no le había dicho nada. La verdad, no era como si pudiera, y era obvio que ese día estaba muy distante, pero realmente, ya no estaba para darle consejos a niños pequeños, aunque a este en realidad le agradaba, pero sólo iba por encargo. Simplemente le dejó en sus manos una bolsa con queso y pan, seguramente. —Te lo manda tu madre. Me mandó a decir que esta noche llegaría más temprano a casa...

El niño asintió con la cabeza mirando hacia el río en un leve sonido de su dulce garganta. —¿No quieres jugar un poco?—, le ofreció el niño, luego de un largo silencio.

Ezio suspiró ante el quebranto de silencio. No sabía como decirle "No" a un niño cual le causaba lástima que fuera huérfano y no tuviese las mismas oportunidades que él tuvo, pero realmente, él ya tenía sus propios problemas ahora, y la verdad es que los quería resolver cuanto antes, así que, en silencio, y con la punta de su bota, se estiró levemente para tocar el agua, y hundir una hoja de árbol que ahí flotaba sin responder. 

Pronto, soltó otro suspiro de compunción, y al mirar al niño, le sonrió. Alborotó su cabello con una mano, y de a poco, se fue poniendo de pie. —¿Quieres jugar soule?

El niño fue ensanchando su sonrisa de a poco, y de la misma manera, le asintió con la cabeza. Después de todo, distraerse jugando con un niño no estaría tan mal.


Sin embargo, aún así, su mente de no dejó de pensar. No sabía aún qué hacer y casi ni qué pensar, y no sabía si decirle a alguien tampoco, y de todos modos, ¿Por qué debería decirle a alguien? Si sólo corriera el pequeño rumor, si sólo saliera de la boca equívoca y menos confiable, luego, no sólo la cabeza de aquel atemorizante asesino florentino deambulante de ciudad en ciudad, sería el doble de buscada, sino que la gente y los grandes políticos se burlarían de su reputación.

Se quedó pensando un  momento entre ese complicado vaivén de su cabeza, como podría buscar el consejo de alguien, quién podría hacerle entender, o darle alguna solución...  Alguien talentoso... capaz... ingenioso...

...Alguien artista...

¿Ese alguien de cabello rubio... y totalmente extravagante?

Sabía que podía contar con esa persona. Leonardo le ayudaría, siempre le ayudaba en todo... Dios... Era una persona inteligente, y sabía que en él podría confiar más que en nadie. Fue quien más le ayudó cuando más solo estuvo, y sabía que no miraría mal este ángulo de la vida. Lo conocía tan bien, que hasta sabía que lo aceptaría, de cierta manera.



Le dio un pase al niño con su pie, y él la detuvo con su pie, viendo al hombre que siempre lo visitaba, despidiéndose con la mano para irse. El niño había correspondido a la despedida, y Ezio le había prometido que volvería en cuanto su madre le encargara. Para no atrasarse tanto entre la gente y tener que cruzar toda Venecia, escaló las paredes hasta llegar al techo, y en unos minutos de saltos en azoteas por azoteas, llegó a su destino.

Tocó la puerta repetidas veces, hasta que por fin el rubio de ojos azules, enérgico, saludó a Ezio dándole un abrazo bien fuerte, de esos que solamente a él le correspondía con cariño, y lo invitó a entrar.

—Cuéntame Ezio, cosa ti porta di nuovo qui?—, El rubio juntó sus dos manos mirándolo atento.

—Verás, Leonardo...— Ezio tomó aire y se dispuso a mirar a otro lado, moviéndose inquieto. No sabía cómo comenzar, se sentía nervioso. —He conocido a una persona y... no sé qué es lo que estoy sintiendo, pero... estoy muy confundido. Hay algo y no sé qué es, y es por eso que he venido a por tus consejos.

Ezio se rascó la cabeza un poco, no sabía si Leonardo estaría o no captando la situación.

—¿Te gusta otra muchacha?—, preguntó el hombre rubio alzando sus cejas con interés ante la conversación ofrecida.

Questo è il punto! — Ezio sonrió mirándolo y apuntándolo con las dos manos. —... no es una muchacha exactamente...— Borró esa sonrisa de pronto y su voz se tornó a una de completa desilusión. Estaba triste de que todo esto estuviese sucediendo.

Leonardo miró al suelo pensando un momento, hasta que por fin, lentamente fue levantando la vista. —¿Te estás relacionando amistosamente con otro... hom...

Pero antes de que pudiese terminar de hablar, Ezio le hizo callar de una vez, frunciéndole el ceño bruscamente mientras colocaba su dedo sobre sus propios labios, siseando para que guardara silencio. No quería ni siquiera mencionarlo, o que alguien lo mencionara. No era que alguien más estuviese escuchando, pero odiaba el tema con sólo escucharlo. Quizá sí estaba algo paranoico.

Leonardo se cruzó de brazos un momento, callando sus palabras y frotando su barba ligeramente, observando a Ezio, sin ninguna otra expresión, mientras pensaba bien.

—¿Ya lo sabe esa persona?—, Preguntó por fin.

Ezio negó con la cabeza, tampoco pensaba en decírselo, no era lo mismo que con una mujer, a la que podías cortejar y enamorar. Esto era otro tema. Y un tema muy grave.

Leonardo simplemente sonrió con tranquilidad, algo que a Ezio le trajo un poco más de calma, esperando un buen consejo.

—Te comprendo completamente, mio amico, pero dime... ¿Qué sientes realmente por... esta persona?

Ezio quiso agarrarse el cabello y tirarlo con fuerza, pero su rostro no mostraba más que cansancio. No quería más confusiones. No lo sabía, realmente no lo sabía. No sabía si le agradaba o no, pero en su interior algo decía que deseaba que hubiera algo, o no... o...

Non lo so— Soltó finalmente en un suspiro. —Tú sabes que yo amo a las mujeres...—, pensó en Rosa, y en lo cuanto la apreciaba por todo —Pero... no sé qué sucede. Es cómo si ya lo conociera. Llevo entregándole de mi cuidado más de un par de semanas, pero me he encariñado bastante con el hecho de dicho cuidado, y recién hoy pudimos hablar realmente, más que otras veces, y fue como una explosión interna que se reservaba de a poco cada vez que lo veía, como que una parte de mí comenzó a ver cosas nuevas que... no sé ni qué cosas son estas—, no pudo ni formar una sonrisa de lo desanimado que se sentía.

El florentino rubio quedó en silencio y lo observó con compasión. — ¿Y aún así sientes que deseas cuidarlo más?

El más joven contrajo su expresión, como si quisiera tergiversar la información, o lo que estuviese sucediendo, pero nada sacaría con eso, —Quizá... sí...

—¿Y no has sentido que algo enciende en tu pecho?

—Lo sentí en algún momento, quizá...—

—¿Te has sentido extraño ante todo esto?

— Absolutamente... y no es lo que-...— , pero nunca quiso escuchar un...

—Te estás enamorando.

De parte de Leonardo.

Ezio bajó sus hombros, frustrado. Sus esperanzas se le vinieron abajo, y su rostro pasó de uno quizá ansioso por la certidumbre, a uno totalmente apenado. No era posible... de esa manera. Pensaba que Leonardo podría decirle algo mejor que eso. Quizás el consejo de "Tranquilo, todo irá bien". Al menos ese engaño era mucho mejor que un "Te estás enamorando".

Joder, esto era deprimente.

—¿Enamorando?

Questo è quello che ho detto— Sonrió este de lado, no quería que su amigo pasara a peores.

— Pero... È impossibile, Leonardo...— Ezio dio unos cuantos pasos atrás, sentía que en cualquier momento se derrumbaría. —No me pueden gustar los chicos.

—No seas tan pesimista, mio amico... Podría ser peor.

—Sí, pero...

Leonardo, sin embargo, le interrumpió. —¿Y qué has sentido últimamente al estar con chicas?


Ezio con esa pregunta, algo crispó en su cabeza. Nadó en sus pensamientos, buscando entre lo aturdido que se sentía, algo que le sirviera. La verdad es que con suerte le servían. 

—La última vez que estuve con una... fue anoche...

Con Rosa... pero ella era como una amiga, una amiga con ventaja. No podía realmente sentir mucho por ella, aunque de verdad que lo hacía, de verdad que la estimaba, porque le acompañaba cuando se sentía solo, pero no siempre había algo. —Ella es como una amiga... Me entiende, y se lo agradezco, pero... no, no creo haber sentido mucho más que... eh, sólo deseo, o que me entendiera y acobijara. Siempre ha sido así... supongo. Deseo de placer y oído con las otras muchachas.

No era el mismo placer que con ella compartía, como lo había compartido con Cristina. La verdad es que apenas se acordaba. La verdad es que con cinco años, no recordaba mucho más que algunos vagos juegos de niño, sólo sabía que la extrañaba bastante también, pero no de la misma manera... la quería, pero no de la misma manera, porque sabía que no debía exponerla a nada, y eso, con los años, le había obligado a alejarse de sus sentimientos. Ella estaba ya casada, tenía su propia vida, y no podía entrometerse... La quería, pero de otra manera.


—¿Y cómo es que comenzaste a sentir todo esto, Ezio?—, había preguntado el artista acercándose a él, con el típico movimiento que expresaba cuando estaba a punto de encontrar la solución a algún problema, o quizá cuando estaba realmente curioso de lo que llamaba él "cambios analógicos en el ser humano".

—Él, yo.. no lo sé... me llamó de una manera, y luego de otra...— Decía, expulsando lo que su mente lograba recolectar y divagar, — Es un simple extranjero, y durante un tiempo compartimos un extraño sincretismo al... conectar miradas... fue un momento demasiado extraño —, pero que de alguna u otra manera, le había cautivado,— ...e internamente, en lo más profundo, es como si lograra verlo a fondo, y encontrara su entendimiento hacia mí...

Y a veces, el muchacho, lo único que quería era que lo entendieran. ¿Pero quien iría a mal gastar su tiempo con un silencioso y triste asesino?

De echo, casi llegaba a pensar que todo lo que sucedió en ese momento, sólo lo sintió él, y no el sirio aquel.

Leonardo pensó por unos largos segundos, hasta que por fin sonrió, mirando al desilusionado Ezio quien se negaba a sus extraños sentimientos. —Es normal, amigo. Ascoltami. Eres jóven, y has pasado por tanto en tan poco tiempo... pienso que es normal pasar por esto... las confusiones y sus virtudes.... Yo creo, que si sientes algo, nunca deberías dejar de intentar..

El joven lo miró a los ojos, enarcando las cejas en símbolo de confusión. Sentía que no quería escuchar, pero sabía que muchas veces era la única solución. —¿A qué te refieres?

—...Muchas veces, debes estar también atento a lo que tu corazón dice, y no solamente tu mente.

—¿Mi corazón?—, Ese mismo que de repente, comenzó a palpitar con una fuerza que jamás se imaginó. Esa misma fuerza que presenció cuando se había inclinado a aquel asesino.

El artista le asintió con la cabeza, ofreciéndole una humilde sonrisa, y tranquilidad en sus enérgicos ojos azules. Él tenía una mente que sobrepasaba límites, y por eso siempre le interesaron sus consejos y maniobras, y ahora, entendía que probablemente debería seguir ese mismo que le estaba dando. Quizá no debía estar tan inseguro, e intentar generar algo, y por ahora, ayudarlo más. Nunca sabía los vuelcos que traía la vida. Después de todo, ya había vivido varios vuelcos, a los que había tenido que acostumbrar.

—Pero no olvides lo qué él siente también. No fuerces a sentir lo que no se puede, si no se puede. ¿Y si se puede?— y arqueó sus cejas con una sonrisa, dejando al muchacho que se respondiera así sólo. —Ve y enséñale Venecia, probablemente le guste.

Y se dio cuenta que sus palabras le hacían sentir más desahogado y con más valor. Un poco extraño, pero sentía que de alguna forma lo apoyaba, o quizás lo entendía. En ningún momento Ezio, eso sí, le comentó que se trataba de un asesino más. Quizá lo había olvidado, quizá se lo había resguardado. Pero con los consejos que le daba eran más que suficientes para él.

Amico, non so cosa farei senza di te...

Y con dichas palabras, Ezio abrazó con fuerza a Leonardo, como si fuera el último abrazo de su vida, agradeciéndole de corazón y así, partió devuelta a donde debía. Tenía que admitir que se sentía un poco mejor, y esas confusiones se habían puesto en orden al menos, aunque sea un poco. Al menos, sentía un poco más de seguridad. No sabía si estaba o no haciendo lo correcto, pero sí sabía que su mente la había abierto un poco, y que no todo era desastre en cuanto a lo que podía sentir. Se había re-ordenado un poco.

.

.

.

El viento de la tarde soplaba en su total normalidad, y quizá, había tomado un buen tiempo en salir de la residencia en el gremio de los ladrones, puesto que cuando llegó ahí, se dio cuenta que el tiempo realmente había pasado.

—Veo que has vuelto, Necio...

Una voz espeluznante susurró al oído de Ezio, a lo que el italiano pegó un tremendo salto del susto. Casi muerto por el paro cardíaco que pudiese haberle dado.

Dio mio, merda!— Se giró nervioso llevando su mano a su pecho para calmar el exagerado ritmo cardiaco que ahora tenía.

—Ha pasado más tiempo del que se suponía— Increpó fríamente sin quitar aquel rostro serio.

Ezio jadeó un poco antes de responder y finalizó por tomar algo de aire, viéndolo como se quitaba su capucha blanca. Ezio hizo lo mismo. —Tuve que ir a ver a alguien. Lo siento si tardé.

—Eso no es de mi interés. Necesito que me anuncies unos temas de importancia ahora.

Esas palabras fueron duras y frías para Ezio. Como un golpe. Ni siquiera sabía ese tipo por lo que Ezio pasaba y era así. No podía estar enamorándose de a alguien así. Era irreal.


—Lo lamento, — Dijo Ezio entrecerrando los ojos al tiempo que sacaba pecho, haciendo sonar su voz irónica—, No era mi intención que no fuera de interés, ¿debería ser mi interés anunciarte lo que buscas?— Hizo una pausa para sí mismo una vez que el sirio juntó el entrecejo. —Creo que tenemos muy diferentes personalidades y en eso quebramos—. Comentó enojado Ezio. Pero con lo último que dijo, ahora que lo pensaba, era como si pensara en voz alta, que definitivamente, no podrían hacer una buena relación... de amistad o equipo.

Ezio... cálmate... piensa...

Actúas como un niño pequeño.

Altaïr levantó la mirada lentamente, fulminante. No parecía ser de aquellos gusten que les faltasen el respeto, y que le dijeran que no a lo que pedía. Su puño se apretó lentamente, perdiendo la paciencia. —Debo salir de aquí.

Por un segundo, la respiración de Ezio se detuvo, e intentó que su impresión no lo dominara, su cerebro empezó a dejar de maquinar. Engranajes se trababan. —No puedes—, atinó a decir.

El sirio lo miró con ojos brillantes, resplandecientes de fuego. Odio.

—Soy yo quien te cuida.

Entonces sin más, el sirio caminó con bravuconearía en su postura, algo cojo, con una mirada maldita, haciéndose paso hacia la puerta de la salida, pero el florentino detuvo su paso interponiéndose, haciendo que casi tropezara.

Acto inaceptable. Con un gruñido se abalanzó a Ezio, empuñando su mano hacia su cara, pero Ezio lo esquivó, interceptando su puño y llevándolo hacia el suelo, casi botando al asesino en un rápido movimiento.

Altaïr gruñó nuevamente mirándolo de reojo, el florentino tenía agallas. Se quejó llevando su mano libre a su herida del costado, a lo que Ezio, rápidamente como reacción, soltó la muñeca del asesino en tremenda preocupación. 

—¡Lo lamento!

Dijo Ezio en el intento de ayudar a Altaïr, pero antes de que pudiese hacer algo, el sirio se repuso nuevamente, y sólo en un medio giro, con el tiempo de sacar una navaja que llevaba guardada entre sus prendas, llegó al cuello de Ezio empuñada. La filosa hoja de aquella navaja no se movió de allí, y Ezio no quería ni tragar saliva, mientras miraba los orbes ámbar de Altaïr que estaban pegados a los del florentino. Era un silencio incomodo el que ahora predominaba. Altaïr había ganado.

—Si no me dejas ir de aquí, morirás—, gruñó con fuerza el asesino.

—Está bien, está bien—, le dijo rápidamente Ezio, quien quieto en su posición, lo miraba fijo, para darle simplemente la razón.

Pero el sirio, pareció enojarse más, y la filosa cuchilla la hundió un poco más en su cuello, no con el fin de hacerle daño, pero con el fin de amenazarlo.

—¿Quién es tu mentor?— Preguntó Altaïr. Casi cortaba el cuello de Ezio.

Ezio se sintió algo frustrado. Altaïr usó como engaño el hecho de que hubiera sentido dolor en su ijar. Simplemente se encogió de hombros. —Muchos y nadie.

—¿Por qué estás con ladrones?

—¿No que nada es de tu interés en mí?—, Lo miró con indiferencia, pero al momento de cuestionarlo, se sintió extraño. Parecía que desconfiaba mucho más de él que antes, como si le hubiesen dicho algo malo, o como si hubiese visto algo.

—Ahora sí me interesa.

Ezio sabía que él no hablaba enserio, pero eso hizo que su pecho ardiera. No sabía si realmente hablaba enserio, ya que lo dijo con una voz tranquila y calmada, como en el intento de, más que nada, sacarle información.

—Es mi tío. Son los ladrones y las prostitutas. 

Eso fue todo lo que Ezio dijo, soltando una risa irónica, casi escupiendo al suelo, para que con más odio lo mirara.

Altaïr retiró la navaja cuidadosamente, mirándolo con duda. ¿A quien le creerías que fue entrenado por su tío, ladrones y prostitutas?

—Ya veo... 

Un silencio se hizo en ambos, y Ezio bajó la mirada con algo de enfado, y vergüenza, pero serio.

—Eres bueno—, le dijo simplemente, guardando su arma.

Ezio sintió como su estomago se contrajo, y sus mejillas comenzaban a arder, a lo que levantó la mirada. No dijo nada, y el sirio quedó ahí de pie, como si aprobara su forma de ser.

Pero también aquello lo sintió como un amargo trago, como si las explicaciones que más adelante tendría que dar, serían las más duras.








TRADUCCIONES:

Merda di dia: Mierda de día.

Soule / La soule: La soule era un juego de pelota practicado al aire libre, y el cual más se asemejaba al fútbol y ruby del hoy en día, principalmente usado por los franceses de Normandía, y luego extendido aquel juego a la mayor parte de Europa. Era un juego muy conocido y practicado por las clases sociales más bajas,  aunque algunos reyes y nobles también lo jugaban de vez en cuando. Los  miembros del clero podían participar: muchas veces lanzaban la Soule al  inicio del juego.

Era muy parecido al Hurlin Overcountry (juego Inglés) y en  numerosas ocasiones fue prohibido, ya que era un juego muy violento.

Cosa ti porta qui?: ¿Qué te trae por aquí?
Questo è il punto!: ¡Ese es el punto!
Mio amico: Amigo mío
Non lo so: No lo sé
Questo è quello che ho detto: Es lo que te he dicho
È impossibile: Es imposible
Amico, non so cosa farei senza di te... : Amigo, no sé qué haría sin i

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