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Capítulo 3. Respuestas

El sueño, ese día, invadía su cuerpo por completo, sobretodo gracias a esa pesadilla, por lo que le fue mucho más difícil poder quedarse concentrado, en sus intentos de no desbaratar.

Además, tuvo que posponer su idea de viaje, pues aquel hombre había agravado su fiebre por la madrugada, por lo cual Ezio tuvo que estar pendiente, poniéndole constantemente paños húmedos sobre la cabeza y constantemente haciéndole beber líquidos fríos. 

No podía negar que habían momentos en los que cabeceaba del sueño y volvía a reponerse de un pequeño brinco, pasaban los segundos y volvía a cabecear con sueño. Gruñía por su mal estar de vez en cuando, desesperado del no poder dormir, pero admitía que se sentía feliz de ayudar, y feliz de tener también a Antonio quien le ayudara con sus ladrones. Tenía ojeras y la tez pálida. ¡Qué responsabilidad tener que cuidar a un enfermo cuando recién pasaban tres días! 

Cualquiera diría, que aquello sería un trabajo fácil, pero no cuando tenías que estar al constante pendiente de hacerle ingerir líquidos, hidratarlo, darle de comer, e intentar que no se parara. Demostraba hasta de vez en cuando ser terco, pero volvía a desmayarse y ahí era cuando Ezio suspiraba con alivio.

Tío Mario luego le agradecería por haberlo mantenido, quizá hasta era un asesino con sorpresas.

Siempre eran cosas de costumbre, sin embargo. Hubieron días, en los que hizo turno junto a Ugo y Rosa, a veces Antonio se ofrecía, quienes le cubrían con amabilidad mientras él iba a hacer sus recados, entre esos, los de aquella cortesana con su hijo.

Rosa fue quien le ayudó cuando Antonio no podía estar, otras veces Ugo, o a aveces los dos juntos, pero siempre estaba Rosa en todo y hasta el momento, era quien de una u otra forma, le hacía sonreír. Ella siempre estaba dispuesta a pesar de su duro carácter, y habían momentos en los que ella lo notaba cansado, sentado en la misma silla, inclinado al hombre afiebrado en su cama, con aquel fatigado rostro, pero nunca paraba de mantenerlo, y ahí estaba, preparando ungüentos, y limpiando las heridas.

—¿Has comido algo?— Le había preguntado la muchacha del gorro verde, pasando una de sus delicadas manos sobre el hombro del asesino, quien le negó en respuesta.

A cambio, entonces, ella le ofreció un caramelo y Ezio levantó la mirada a la chica, observando aquella mirada retadora que siempre llevaba consigo, aquella de picardía, distintiva de cualquier mujer. Ezio frunció ligeramente el ceño con un semblante de disgusto.

—¿Lo robaste? ¿Por qué?

—Lo necesitas, al igual que otras cosas...

La chica, relamió sus propios labios escondiendo su sonrisa, y dejó el dulce en las manos del joven florentino, quien había estado esperando un beso, u algo por el estilo, y a cambio, sólo recibió un suave jab en el hombro, y con su coquetería, dejaba al florentino, e iba por paños para ayudar a limpiar al asesino arábigo, y le preguntaba el cómo iba todo.


Aquel asesino se había deshidratado mucho en ese periodo de tiempo, incluso sí había estado bebiendo la leche hervida. Respiraba agitadamente y sus pómulos estaban rojos y no dejaba de traspirar. Su piel ardía y temblaba de frío. Incluso llegó a alucinar por las altas fiebres, pronunciando unas cuantas palabras en árabe en sueños, o despertando con desesperación y luego de unos segundos, volviendo a quedar inconsciente en la confusión. Los vómitos se repetían a todo momento, y muchas veces se retorcía de dolor por su estomago. Faltaba poco para que gritara.

Muchas veces, Ezio y aquel doctor tuvieron que cambiar las vendas que podrían provocarle una infección y también, el doctor tuvo que aplicarle sedantes más fuertes.


Así fue como pasaron aproximadamente una semana y tantos días; Ezio no pudo contarlos bien con la fatiga que lo poseía, y apenas sí podía sus propios pies. Parecía casi que hasta su mal humor cada vez iba en aumento y se desconcentraba fácilmente por el cansancio. Lo que le alegraba sin duda, era que el asesino ya se mostraba de a poco mejor, y eso le permitiría a Ezio poder ir en busca de la información requerida para comenzar. Pudieron así pasar buenas horas en la que el asesino y Ezio en habitaciones diferentes pudieron dormir en paz, sin ningún dolor, o falta de sueño.

Ezio podía dormir fuera del inquilinato, pero tenía el deber de no dejarlo solo.


Así que, una mañana y sin retrasos, Ezio se levantó más temprano de lo que un gallo pudiese despertar, con la necesaria energía para viajar, sin el merecido cansancio de antes. Quizás apoyó su brazo contra el velador dejando su cabeza descansar en este y cerró los ojos por unas medias horas, pero eso había sido todo y nada más. Así que ahora, con esa vitalidad que le faltaba, y asegurado que el asesino tuviese todo lo que necesitara, Ezio partió a caballo a la Toscana.

Era justo y necesario.

En Monteriggioni, podría mandar a lavar con unos lacayos el atuendo del asesino y así traerlas de nuevo a su blancura. En parte, también quería hablar con el tío Mario por si olvidaba algo, algo importante.

Sólo en buscas de respuestas. 

Y sólo constó de un día entero de viaje por aguas y tierra, en el que, esa misma noche, llegó a la gran Villa Auditore, siendo bienvenido siempre con las enérgicas risas de su querido tío, y sus grandes abrazos que hacían que sus costillas cosquillearan unas con otras incómodamente.


—¡Ezio, Dio mio! ¡Sólo mírate! Esas enormes ojeras no son causa a las misiones que has tenido, ni a tus... asuntos importantes con las mujeres...

Ezio rió ante el comentario de su tío. —Niente di che, tío Mario.

—¿Qué milagro es este entonces?— Este lo miró con astucia a lo que Ezio rió nuevamente, como un niño siendo mimado por su familiar...

... }sólo que de manera un tanto incómoda.

Sin importar nada, el hombre viejo había mandado a traer vino para ambos, y a mandar a lavar rápido todo lo que encargaba su sobrino para tenerlo listo cuanto antes, y terminar deleitándose con esta bienvenida. Hacía un año aproximadamente que el tío no había visto a su sobrino, y verlo vivo y sin heridas una vez más, lo ponía más que feliz, siempre esperando a escuchar nuevas historias.


—Tío, ¿Recuerda usted cuando me habló de los asesinos del... Oriente Medio?

El viejo lo miró hasta incluso con su ojo ciego, pensativo ante las palabras de su sobrino, sobando su mentón hasta asentir consecutivamente. —Siria, querrás decir, ¿No es así?

—Creo...

—Me sorprende que no recuerdes cuando te lo dije... Hubieron muchos de esos, figlio, en Masyaf, ¿Recuerdas?

Ezio suspiró con hastío, girando los ojos intentando que su tío no lo notara. No tendría por qué. Cuando llegó a Monteriggioni, a penas sabía si existía aún algún tío, y rápidamente le comenzó a hablar de la herencia de su padre y toda ese conjunto de brozas. Todo hace cinco años, cuando más desesperado había llegado a ese pequeño pueblo amurallado. ¿Se acordaría en esos momentos, si había llegado con diecisiete años, totalmente desorientado y asustado, a un lugar que poco recordaba, y que no hacía nada más ese muchacho que llorar cada noche en su cama? ¿Se acordaría? 

Vamos Ezio, se un poco más compasivo, había pasado por su cabeza, cuando suspiró resignado, intentando formarle una sosegada sonrisa.—Como no, pero quería preguntarle algo tío, y lamento si me equivoco o algo así, pero ¿Qué significa "Altaïr"? La verdad, es que a penas lo recuerdo.

Tío Mario rió un poco y posó su mano en el hombro de su sobrino. —Hijo, creo que lo olvidaste. "Altaïr" fue el nombre de uno de los asesinos nazaríes más expertos y fuertes de Masyaf en tácticas de combate allá, y de alma, parte de los Asesinos Levantinos, aquellos que lucharon en contra de los templarios.

Entonces, aquellos guardias que había visto en el viejo puerto, ¿Habían sido templarios? ¿Y cómo era posible, si aquello databa de épocas ancestrales? ¿Qué sucedía entonces, si tenía a ese Altaïr ahí, en una cama, desmayado, moribundo? 

Ezio se pasó las manos por la cara y luego el cabello, inhalando para entrar en calma. Quizá estaba pensando más allá de los límites, y el cansancio le estaba jugando en contra. Quizá sólo tenía a otro árabe asesino con el dedo anular cortado y los mismos atuendos que habían en las tumbas del subterráneo de la Villa. Quizá sólo eran coincidencias, y nada más que coincidencias. O quizá, podría ser también un sueño. 

Se pisó un pie con el talón del otro, y soltó un fuerte quejido. No estaba soñando. Entonces, Dios, que estaba confundido.

—¿Ezio?

El muchacho, con los ojos cristalinos por el auto-dolor que se había causado, le sonrió en respuesta levantando la cabeza. —Había una cucaracha. 

El viejo ladeó ligeramente la cabeza, mirando con extrañeza a su sobrino, sólo para soltar una risa que causó el levantamiento de sus hombros. —Aún no terminamos de renovar la Villa, ¿Aunque te percataste de lo linda que ha estado quedando últimamente? Mi querida sobrina, tu hermana, ha estado haciendo un muy buen trabajo, ¿Sabes?

Quizá despreocuparse un poco sería lo mejor. Las teorías conspirativas no eran lo suyo, pero ahora, no solamente estaba el tema del asesino forastero en su cabeza, ni de donde venía, y no quería sospechar que fuese el mismo hombre del que se hablaba. Negando con su cabeza para borrar esos pensamientos, tomó la copa con vino que se le era ofrecida, y junto a su tío, bebió y charló, contándole su experiencia a la llegada a Venecia, o los rumores que habían sobre El Español, que cada vez le hacían acercarse más a él.


Fue esa misma noche, luego de que su tío le diera tal grata bienvenida, y haber conversado su buena cantidad, cuando también pasó a saludar a su hermana Claudia, quien como siempre, trabajaba aburrida en el salón del cofre de re-inventario, y a su Madre, quien sentada en su cama, se cepillaba el cabello delante de un espejo.

Él se había sentado a su lado, con las manos juntas y mirando al suelo. A veces, parecía que no sabía hacer más, pero era suficiente con sentir la mano de su madre en su hombro, y la otra, verla tomando sus manos. "Hace tiempo que no te veo, madre", le había dicho él, y con un sentimiento de nostalgia, ambos se habían abrazado.

Esos también eran momentos demasiados extraños para él, a los que, con paciencia, se había tenido que acostumbrar.


Fue la mañana siguiente cuando Ezio subió las prendas limpias a su caballo e ingresó nuevamente a la Villa, y luego de conseguir algunos suministros para Venecia, lo cargó todo a las ancas de su caballo, y con una grata despedida, marchó rumbo de vuelta a su destino, por las montañas, Forli, y por último, y con un largo viaje en barco, a Venecia. 

Pero nunca dejó de sentirse extraño.


Sus dudas no bastaban jamás, y a veces, no podía ser tan paciente, y recordó por supuesto los papeles que llevaba consigo, aquellos que había tomado del asesino, y en cuanto tocó tierra Veneciana, sus pies no fueron directo al gremio, sino, al taller de cierto amigo. Él, y su inteligencia, lograrían descifrar las palabras que estos papeles decían, así que le solicitó su ayuda en cuanto lo recibió, quien por supuesto, lo hizo de brazos abiertos.

Así fue como luego de horas y horas de intentar traducir y graficar, lograron traducir las palabras "La shay'haqiqah, koulo shay'moumkin" Las cuales significaban "Nada e verdad, todo está permitido." Aquello le sonó más que familiar, y persistente en su cabeza, de hecho, Tío Mario y en la Villa sonaban mucho esas palabras locas, así que no todo parecía ser tan coincidente, y continuó con el artista florentino. 

Sintió que el tiempo pasó más rápido de lo esperado, y no sabía si era porque su cabeza estaba en otra parte de Venecia, pero a penas sí había escuchado a su amigo hablar. Todo estaba pasando demasiado rápido, pero no entendía, por qué lo peor pasaba tan lento.


Hubo un momento en el que se internó en una sala, y caminó lento por un pasadizo de madera con obras de arte sin terminar, sentándose en una rechinante banca para pensar un momento. No quería estar equivocándose, y tenía que empezar a dejar de pensar en sueños que no eran reales. Tenía que concentrarse, y verificar a qué venía aquel asesino. Verificar su nombre, si realmente era Altaïr...

...Así que, su nombre era Altaïr, uno de los hombres más fuertes de... ¿Siria? ¡Hah! Así que finalmente Altaïr no era el significado de algo, sino que era el nombre de alguien. Altaïr, Altaïr, Altaïr. Ere un nombre hasta genial, si se ponía a pensarlo en su generalidad.

Miró al techo mordiendo de su labio inferior, pensativo. Sonaba hasta interesante, ¿Y si lo repetía varias veces? Altaïr, Altaïr, Altaïr. ¿Cómo se pronunciaba? ¿Con el acento en la A? ¿Con el acento en la I? No lo sabía, pero le causó una ligera risa de sólo intentarlo. Sonaba hasta lindo.

...

¿QUÉ?

Ezio sacudió su cabeza en cuanto pensó en eso. Se regañaba a sí mismo entre dientes, no era posible que pensara de... de... de esa manera. El nombre de un hombre, ni menos. No podía ser... o quizás sí.... pero no. Encontrar lindo el nombre de una persona quizás si así suena de las mujeres, estaría bien entonces, pero si así suena de un hombre, le llamarían un palle succhiare.

Suspiró, trastornado, revolviendo su propio cabello.


Se despidió de Leonardo prometiéndole que pronto lo visitaría por algún tema importante o algún consejo quizás, que presentía, sería lo más seguro que haría. Y así, cruzó parte del centro de Venecia hasta llegar a aquel lugar en donde tenía resguardada cualquier seguridad, y la de aquel asesino.


Había entrado en silencio al inquilinato del gremio que era propio en esos momentos, en donde descansaba Altaïr, si es que Altaïr era su nombre. Todo estaba oscuro, y sólo se podía ver al fondo, la puerta de su habitación medio abierta y la luz flamante de una vela a medio consumirse. Realmente, era su propia habitación, pero en cuanto ese asesino llegó, fue el primer lugar al cual optó en dejarlo descansar. Ezio ahora sólo dormía en la habitación vecina, una más pequeña, y casi de adobe, o a veces, fuera de ahí, pero no era de su problema, mientras el asesino estuviese bien. Lentamente se aproximó a la habitación del asesino, sin mencionar los cuantos tropezones que tuvo entre los escritorios y objetos alrededor.

Prendió un candelabro y así, se iluminó por completo la habitación, mostrando a aquel majestuoso cuerpo a medio tapar, descansando en tranquilos sueños con la cabeza ladeada. Su cabello desordenado, sus mandíbulas formadas y sus pómulos marcados. Esa oscura tez bronceada que resaltaba con la luz, su cicatriz y sus hombros desnudos. Todo en él era majestuoso y Ezio se detuvo a admirarlo un momento, quizá verificando que todo estuviese bien en él. Cada centímetro de sus bíceps, su pecho, sus abdominales, la venda que rodeaba su torso y las cuantas pequeñas cicatrices que tenía en estos, casi contándolas.

Se dio por vencido al fin de su hipnotización y con cuidado, dejó el bolso de cuero que traía consigo, a sus pies, así para luego hincarse, abrirlo y empezar a rebuscar las ropas que había traído para el asesino.

Procedió a dejarlas a los pies de la cama con tranquilidad. Ezio sabía que ya era hora de la etapa número dos. ¿Y en qué consistía? 

¿Qué creían? ¿Qué el asesino se quedaría allí acostado toda su vida?

Claro que no. El asesino estaba en recuperación, sí, pero ya tendría que ser el momento de ayudarle a pararse por lo menos. Su herida había estado formando buena cicatrización, y ya era momento de que él estirase los pies al menos. Era como enseñarle a un bebé a caminar. 

Sólo quería dejarle pasar unos cuantos días más para luego entregarle las prendas por fin. Si bien, el asesino había dado sus cuantos primeros pasos con anterioridad, pero como en un momento mencionó, era un tipo demasiado testarudo. Ezio muchas veces tuvo que atraparlo causa a sus desvanecimientos por sus intentos de levantarse cuando no estaba bien, pero esta vez, iba a ser la definitiva, ahora que había mejoría.


Pasaron unas cuantas horas en que los dos asesinos se mantuvieron en silencio, y en todo ese momento, Ezio estuvo a su cuidado. Raramente no estaba cansado. Lo había tapado, observado, cambiado las vendas por un momento, y el asesino había abierto los ojos, pero siempre pareció orgulloso al mérito del florentino, y suspiraba a veces con melancolía. Ezio no sabía por qué, pero se sentía extraño, realmente extraño. Sentía que su corazón palpitaba a mil por horas cuando miraba a aquel tipo. Se sentía nervioso, angustiado, ansioso, muy intranquilo, como si algo no bastara. Muchas cosas no bastaban. Como si algo no encajara con él, pero buscaba la forma. Nunca sucedía, y su estomago hormigueaba. No entendía por qué se producía todo esto, pero sólo deseó evitarlo un poco decidiendo salir.


Dejando al asesino bien tapado bajo las frazadas, y le aseguró, sin saber si le entendería o no, que estaría de vuelta.

Tampoco iría tan lejos, estaría ahí, nada más. Es por eso, que salió y buscó al grupo de ladrones ahí más cercanos, buscando a Rosa, informando que deseaba hablar con ella, hasta que la encontró, y ahí, lejos de cualquier grupo, le expresó lo extraño que se sentía, y que no creía poder aguantar mucho. Realmente, ella sabía de su condición, y lo entendía. No era fácil perder a tu familia tan joven, y fue entonces que ella lo besó, y con el beso, él intentó buscar satisfacción, sentirse bien, y dejar de sentirse extraño, y la verdad es que ahora, a ella la deseaba tanto como a ninguna otra.

Estaba triste todo el tiempo, no podía negarlo, tan confundido consigo mismo, quién era realmente, cómo se sentía, a quién buscaba, que sólo quería matar y a veces, llorar. No podía evitarlo, se sentía tan solo, que ni en la búsqueda de diversión junto a su laúd, se sentía tan satisfecho; pero también deseaba que la extrañeza en su ser se debiera a eso, y nada más, y sólo quería que su cuerpo fuera recompensado con lo cuanto se había estado entregando durante tanto, que su cuerpo fuera entregado por un momento a la diversión, para olvidar.




TRADUCCIONES:

Niente di che: Nada de eso.
Figlio: Hijo.


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