Capítulo 11. La noche de Venecia
ADVERTENCIA
Este capítulo contiene escenas explicitas. Si es sensible a ellas, se recomienda discreción
Ezio giró con él hasta acercarse al Un Jardín de Tejado, el más cercano que había en ese techo, y sin más, lo empujó son sensualidad, haciéndole traspasar las cortinas de esta caseta para caer dentro, y que su espalda rebotara en el heno y junto a él, también se lanzó, quedando sobre su cubierto cuerpo de telas blancas, cosas que no se necesitaban mucho en ese preciso momento.
Con poca calma comenzó a tirar de las prendas del sarraceno, queriéndoselas quitar, besando con efervescencia su cuello.
Eran voraces las manos que Altaïr sentía por su cuerpo, intentando despojarle de sus prendas. Pero él no se quedaba atrás, pues entre besos de ambos, él con sus manos, quitaba las fajas del más joven, sus prendas pesadas caían por los lados, quedando con una camisa que había que desabotonar.
Altaïr, aunque no quisiese, en silencio desconfiaba a veces.
No sabía si era momento correcto para ponerse a pensar en eso, pero ¿Qué pasa si el florentino buscaba solamente relacionarse sexualmente con él, y no ese típico "amor"? ¿Por qué pensaba eso? Sólo lograba desanimarlo. Su cabeza se echó hacia atrás, formando una mueca de frustración. En su mente corría un caudal de pensamientos, los cuales en ocasiones se contraponían. ¿Qué deseaba el florentino exactamente con él? ¿Era sólo sexo de una noche? La sola idea le lastimaba, pero se lo negaba después de todas esas muestras de cariño. No quería verse frágil al demostrarlo. Jamás en su vida había yacido con un hombre, de esa manera como la de ahora, aunque no podía negar que ansiaba someter al joven italiano y envolverse como una serpiente a él. Pero siendo honesto, no era sexo lo único que buscaba de él, y no estaba seguro si para Ezio serían sólo quince minutos de placer. Quizá estaba dejando que sus emociones lo dominaran, cómo no.
Susurró probando de sus labios una vez más. — Aquí nadie podrá ver nada. Aparte, no es que justo ahora vaya a hacerte daño...
Acarició con suavidad de su mejilla, calmando ya sus movimientos apresurados por intentar de zafar las ropas del contrario, cuando vio en algún momento que su semblante cambió. Cuidadosamente, desabotonó cada pequeño enganche de las primeras capas del sirio, la faja ya la había quitado, desabrochando cada hebilla, y permitió dentro de poco, que aquellas túnicas escurrieran por su cuerpo como agua, mostrando cuerpo abollado por las cicatrices de las batallas, cuya tez venía siendo oscura, y era hermosa.
Sin poder evitar sus reacciones al ver el tal torso descubierto del sirio, comenzó a tocar de sus cinturas con suavidad, con sus pulgares tocaba su vientre, y tan pronto como lo admiró, se inclinó a besar su pecho, y comenzó a bajar, dejando que el sirio se relajara, con la intención de poder escuchar de sus labios un suspiro, un o quizás algún bello gemir.
El sirio calló, pero obviamente sentía absolutamente todo. Mordió su labio inferior con fuerza, negándose a suspirar, aunque bien las intenciones del florentino eran bastante acertadas y placenteras, lo cual le hacía cada vez más difícil de controlar.
Ezio rió suavemente a escuchar al sirio exhalar profundamente por las narices. No podrás durar mucho tiempo así, pensó al mirarlo. De cualquier manera, era parte de lo que buscaba, y lo disfrutaba. Con toda la sinceridad de su mundo, le gustaba Altaïr, y creía que no le había gustado una persona así en mucho tiempo, y era por eso que lo deseaba tanto como en esa precisa noche. Le encantaba esa manera de actuar suya, eso de querer demostrar lo fuerte que podía ser ante el placer.
Sin embargo, el sirio soltó un leve gruñido con cierta molestia al escuchar la sarcástica risilla del florentino, repitiéndose a sí mismo que no se dejaría llevar por el deseo, y mucho menos por la atracción física que sentía por ese asesino.
—Altaïr...— Llamó, deteniendo cualquier movimiento más que el inclinamiento hacia él, regalándole un prolongado beso, haciendo que sus mandíbulas y las del mayor se movieran con pacifidad como el correr de un tranquilo río. Se separó lentamente y tomó aire por fin, observando el ajeno torso desnudo nuevamente. —¿Me permitirías? — Preguntó, como con delicadeza, esperando a la respuesta del sirio, comenzó a bajar de los pantalones lentísimamente. Aún necesitaba su aprobación, aunque le costara esperar.
El nombrado sin duda odiaba sentir su cuerpo actuar por sí sólo, pues no sólo quería emitir sonido alguno. Tratando de reordenar su respiración, lo observó a los ojos con algo de notable incomodidad. —Auditore... yo jamás, eh...
Sólo bajó la mirada, apretando sus puños. Con la capacidad que el joven asesino tenía para hacer todas estas escenas, y la simple capacidad que tuvo para atraerlo, seguramente es porque pudo haber estado con un hombre más en algún otro momento, seguramente tenía experiencia con más hombres, y por eso no le fue difícil hacer esto con Altaïr. Entonces, no solamente le causaba intriga, sino que también se sentía un totalmente inexperimentado en esto, y le daba verguenza intentarlo. Mucha vergüenza.
—¿Eso es un no? — Preguntó entonces, formando una socarrona sonrisa en su rostro, pero no obstante, era más que claro que esa había sido la orden de aprobación que había necesitado Ezio, para que luego el sarraceno bajara la mirada y sintiera esa frescura abrazar parte de su cintura al ser de a poco despojada de sus pantalones. —¿Quieres ser tú el que... me tome?— Preguntó ocultando su burlería, observando cuidadosamente el rostro del sirio. Parecía algo molesto, y eso le asustaba un poco.
Sentía que todo hasta el momento iba bien, pero sin embargo algo le sucedía al sirio y le daba una corazonada de que algo simplemente no iba bien. Así fue como su expresión cambió a una de notable preocupación y colocándose sobre el mayor, fue capaz de preguntar:
—¿Estás bien? Realmente... no pareces estar muy a gusto. Realmente, no es necesario hacer esto si no quieres, soy yo el que a veces se emociona... Sinceramente, no es necesario que esto se trate de quince minutos de placer.
Altaïr lo miró a los ojos con esa seriedad que no cambiaba ni con el clima, pero en el fondo, iba a asentir a lo preguntado, hasta que escuchó la última frase. Supo entonces que sus pensamientos estaban en lo correcto. El florentino lo usaría sólo para dichos quince minutos de placer. Internamente suspiró, así que sonrió amargamente y movió sus brazos, abrazando sus espaldas atrayéndolo así a su cuerpo. Se acercó a su cuello, impregnándose de aquel aroma afrodisiaco que siempre yacía en él y mordió suavemente el lóbulo de la oreja ajena logrando sacarle un suspiro a su contrario. Sí quería darle clases de seducción, sería mejor que ambos lo disfrutaran entonces.
—Auditore, es el elixir delicioso y embriagador emanan tu tersa piel, y tu sola presencia invita a caer en el pecado más deleitable de todos...
Al notar la extraña reacción del sirio, y sus tan palabras poéticas que usaba para ocultar siempre las emociones, y sobre todo, y más destacable que nada, su dolida y forzada sonrisa, no pudo evitar sentir que algo andaba mal, que algo andaba más que mal. Sin importar el agarre que lo tomó de sorpresa y que le hizo sentir incluso hasta algo excitado. Involuntariamente contuvo el aliento, aún más con esos labios ardientes.
Pero no. Detuvo cualquier movimiento e hizo de su columna erguirse, tomando distancia de Altaïr y lo miró con una mezcla de preocupada seriedad.
—Basta ya, Altaïr. Claro que es que no serán quince minutos de placer para luego huir como un bandido como con la mayoría de las mujeres. Aunque no sea así... No me digas que no has pasado por lo mismo, dime que no has estado con mujeres, dime que no has sentido la necesidad de estarlo, pero ¿Sabes por qué no serán quince minutos de placer? Porque quiero que esto dure toda la noche, ¿Y sabes por qué no me gustaría que practiques esto con otra mujer? Porque me pondría muy celoso, tan celoso... porque quiero que seas para mí, y para nadie más. Ninguna mujer... yo...— Guardó silencio un momento viendo a los ojos del sirio un tanto indeciso.
El sirio, fue bajando la guardia de a poco al escuchar sus palabras y no inmiscuir el creciente sentimiento que tenía por el florentino, pues a pesar de que ya tenía lo suficiente de haberle conocido, su presencia le había cautivado por completo. Su cabello, su voz. Su eterna sonrisa, su sensualidad desbordante. Todo eso lo estaba volviendo loco.
—¿Qué sucede? — Le preguntó al florentino, atento a cada una de sus palabras y dándole la confianza para continuara.
—...Yo quiero tener tu cuerpo. Yo quiero tener a ese tipo que se pone furioso con actos precipitados como los míos. Yo... Yo te amo, y es por eso que ahora te quiero conmigo.
Un silencio navegó entre ambos, como si la pasión se hubiera quedado estancada allí. Ezio estaba confundido, esperando y no con cabeza gacha una respuesta, mientras que el sirio observaba su largo cabello suelto como parecía derramarse por sus hombros y se mantenía tapando un afligido rostro.
—¿Cómo no has de ponerme furioso? — Preguntó la ronca voz rompiendo el silencio, como el romper un fino cristal. —Has traspasado mi guardia....
El florentino inclinó un poco más su cabeza hacia abajo, mostrando arrepentimiento. Sabía que muchas veces hacía las cosas sin pensar.
—...Has podido hacerme rendir a tus pies en sólo unos días. ¿Qué me has hecho? Mi piel clama por la tuya. Mis suspiros ahogados quieren pronunciar tu nombre. Ansío fundir mi ser con el tuyo, entregarte mi alma... y mi corazón...
Esta vez, Ezio levantó lentamente su cabeza, sólo para encontrarse con el brillo dorado de dos ojos que observaban pacíficos a su contrario.
—... ¿Cómo no ponerme furioso contigo, Auditore, si me has enamorado?
Lentamente fue formando su habitual sonrisa infantil, admirando una vez más la sensualidad del sirio. Sintiendo su corazón volver a alumbrar con fuerza, esa llama volvía a flamear con fuerza. —Eso es lo que me encanta de ti...—, Susurró.
—¿Ah, sí? ¿Qué es lo que te gusta de mí? — Le dedicó una mirada llena de deseo, pero al mismo tiempo, retadora. Sentía como su cuerpo no sólo le pedía, le exigía yacer con el atlético cuerpo del florentino.
—Me gusta tu forma de ser, — Respondió con simplicidad, mientras se arrastraba cuidadosa y sensualmente por el vientre de sirio hasta erguirse completamente como una serpiente de las indias cuando es hipnotizada por la melodía de los flautistas, posando sus manos en las rodillas del contrario. — Me gusta... como suena tu italiano. — Rió para sí luego de tirar lentamente de los pantalones de aquel tan excitante sirio. —Me gustan tus palabras tan poéticas...— Continuó. —Tu predominancia entre la gente. Tu frialdad y a la vez tu inevitable timidez. Tu sentido del expresar. Tu fuerza, tu dedicación, esfuerzo... Lo sutil que intentas ser. Sí, lo he notado. — Rió nuevamente. — Lo hermosamente dulce y tierno que eres por dentro y que por ningún motivo lo quieres demostrar, pero que sin embargo, en momentos como este... simplemente lo emanas.
Con aquellas palabras, finalizó por quitar cualquier material ofensivo del otro. Nuevamente se posicionó sobre el sarraceno, inclinando su cabeza y rosando sus labios. Con coquetería en sus ojos, lo observó, observó el brillo de dulzura en sus ojos.
Había escuchado cada una de sus románticas palabras con detenida atención, por más que el hormigueo de la seducción hubiera intentado desconcentrarlo. Era cierto, era cierto, era todo verdad. Era verdad que los italianos eran los reyes del romanticismo, y esa noche estaría a punto de comprobarlo a flor de piel. Aunque intentó negar la manera en que el joven se le dirigía, que era sutil. En sus pensamientos se vio pegándole una bofetada, absteniéndose de comentar algo obvio para ambos.
—¿Deseas que prosiga?—, Sonrió acariciando su dorado cabello. Apreciando aquellos hermosos ojos apenas rasgados que terminaban en una fina y larga comisura en punta.
Tenía tanto deseo de probar el cuerpo del sirio que le era algo incontrolable no poder evitar pensar en todo lo que deseaba hacerle, pero siempre en casa le enseñaron a ser un niño educado. Que siempre debía pedir permiso para hacer las cosas. Que tenía que decir por favor y gracias.
Estaba a punto de mandar a la mierda esas reglas, pero por Altaïr, las respetaría.
—Yo nunca he... hecho esto antes—, repitió una vez más el sirio siempre con un tono de incomodidad, tratando de hacer su voz sonar fuerte. Desvió la mirada hacia el techo tratando de moderar su excitación en su voz y no darse a notar lo deseoso que estaba. Estaba nervioso.
—Yo tampoco—, dijo el florentino. —Jamás en mi vida he estado con un hombre antes. Pero creo saber todo lo que uno requiere para tocar las estrellas.
Altaïr sonrojó ligeramente. Entonces parte de sus pensamientos dejaban de confirmar cosas. ¿No lo conocía tan bien después de todo?
El florentino sonrió con malicia, y su firme palma se posó en el pecho desnudo del sirio. Lentamente comenzó a deslizarse hacia abajo mientras que con sensualidad lamía de sus propios labios, como si por sí sola su mano viajara hasta abajo.
A continuación comenzó a masajear la zona privada del sirio, con la intención de darle una "leve" estimulación.
No era todavía necesario a lo Extremo Pasional. El joven Auditore estaba prácticamente seguro de lo que hacía, y aunque esto no lo hubiera practicado con ningún hombre antes, estaba seguro de que podía hacer muchas cosas con sólo intentarlo. Conocía sus propios puntos de placer, y si él los poseía, ¿Por qué el otro no?
—Me haces sentir extraño...—, susurró silencioso el sirio que luego fue ahogado por un gemido de placer emitido por el tacto de la mano ajena. —Auditore...— se quejó en un gruñido, correspondiendo de inmediato y sin tiempo a un nuevo beso. Esa era la mejor manera de no hacer ruido.
Recordaba perfectamente que aquel asesino italiano le había sugerido que lo llamara por su nombre, que "no temiera a eso", pero con lo obstinado que Altaïr era, se negó a complacerle, así que se quedó con llamarlo por su apellido con jadeos... hasta el punto en que pudiese.
Tenían que ser silenciosos, pues bien no estaban sino en el centro de la ciudad, en una caseta, de la cual en un carnaval, podrían haber bastantes guardias rondando.
Eso por supuesto que ahora no importaba.
Pasó sus brazos al cuello del italiano, rodeándole con estos haciendo así del beso más profundo, al igual que Ezio, que cada vez besaba más rápidamente al sarraceno.
Quizás se había equivocado, porque realmente comenzaba a arder, comenzaba a sentir tanto calor, que entremedio de los besos al mayor, fue quitando lo que quedaba de su ropa. Su camisa ya desabotonada la tiró a un lado, como al mismo tiempo, desabrochaba sus propios pantalones.
—Bien, Altaïr, dime. ¿Qué prefieres? — Dijo entre susurros entrecortados sintiéndose volver loco por la exuberante situación que les acontecía, intentando tomar algo de distancia de él. —¿Testa o Croce? Cualquiera que elijas, yo estaré a favor.
Pero la sangre del sirio aún circulaba con rapidez por su cuerpo, llenándole de un calor indescriptible, el cual llegaba hasta su cabeza, haciéndole perder toda inhibición y vergüenza a tal grado que él mismo había empezado a ayudar a arrancar parte de los ropajes restantes del italiano. Deseaba contemplar la tersa y varonil piel ajena. Delinear su silueta con sus manos, impregnando el sentir que le tenía. Jadeó una vez más, y tragó aire con la boca abierta. —Vamos, sorpréndeme—, Le desafió.
Ezio sonrió ampliamente, cómo le gustaban los desafíos. —Croce sarà...—, Con el pecho arder en ansiedad, se acercó por última vez a los labios y al oído del sirio. —No sólo lo haremos, sino que también sentiremos.
Asintió algo nervioso a la promesa del florentino y tragando saliva lo observó a los ojos como si asintiera con su mirada. Entonces el italiano se acomodo en las piernas bajo el mayor para poder así tener mejor acceso, sobre todo a su rostro. Mojó con saliva sus dedos, y con ellos humedeció su propia virilidad. Deseaba tanto intentar esto que sentía que moría derretido por dentro, era una ansiedad de ambos que sólo dejaban que fluyera.
Con el máximo de sus cuidados, comenzó a entrar en el sirio, procurando ser lo más delicado posible para que este no sintiese mucho dolor. Sí, sabía que dolía. Sabía que en Venecia se practicaba este tipo de relación a escondidas, y sabía que podía volverse mejor.
Cuando el sirio sintió el cuerpo ajeno entrar de a poco en el propio, se mordió sus labios en un profundo gruñido. Sí, dolía. Movió sus manos sutilmente, buscando algo de qué aferrarse. —¡Mierda! —. Iba y venía, suave. Se comenzaba a sentir bien. Su pecho subía y bajaba cadenciosamente disfrutando de tener al florentino sobre él. Movió sus manos al torso ajeno acariciándole, casi como si fuera una escultura de mármol divina, y sus manos las apretó en los hombros de Ezio. —Sigue...
El nombrado soltó un gemido gutural al hacer de sus embestidas más rápidas. Sentía música volar en sus oídos, como los sonidos que emitía del sirio que hacían que se llenara de completo placer y su cuerpo hormigueara más, sobre todo cuando mencionaba su apellido de la forma que lo hacía. Intentaba en suma esconder sus feroces gemidos, pero de una u otra forma, no podía, cada embestida era un golpe de gozo en su cuerpo, cada sonido, cada sentir.
Optó por esconder su rostro en el cuello ajeno, aplastando sus labios allí, mientras tomaba una de las manos del mayor y la aprisionaba contra el suelo cubierto en paja, entrelazando los dedos con los de él, aferrando allí su mano para canalizar su incontrolable placer.
—Vamos Altaïr—, suspiró Ezio en su cuello. — dilo... — Suplicó el ardiente joven italiano. —...Di mi nombre.
De los labios del sirio sólo salió un suspiro entrecortado, forzado, intentando aguantar. —E-Ezio...
Lo mencionó. Lo hizo.
Su espalda se arqueaba se arqueaba con fuerza cada vez más debido al placer que recorría su cuerpo centrándose cada vez más, la cual por supuesto reaccionaba al florentino por completo. Que le apresara las manos entre sus dedos y muñecas hizo que su fogosidad se elevara a un triple y era algo que no quería admitir, pero aquel asesino, aquel maldito asesino con tan extraño y cautivador acento... aquel italiano tan imbécil y tan... maravilloso... lo tenía. Simplemente lo tenía. Lo tenía entregándose, lo tenía gimiendo su nombre. Lo tenía.
Nadie en su vida pudo haber hecho algo como eso. Tomarlo. Pero este chico, en cuestión de días algo cambió en él. No sabía exactamente si había sido ese beso hechizado el cual recibió en ese balcón, o no sabía si era por aquella personalidad que le conmovía y sentía que era lo que le hacía falta en su vida...
Altaïr arrugó su nariz en un gruñido, frunciendo el ceño e intentando inclinarse un poco más hasta el florentino. —Déjame escucharte... hazlo... déjame escucharte... tienes que gemir para mi—. Ordenó con la voz quebrada y ronca dada a la embriaguez y el placer, haciendo de las embestidas del contrario cada vez más violentas.
El florentino se sentía casi débil y domado por el increíble momento de placer que sentía. Sus embestidas eran cada vez más fuertes, sus músculos se acoplaban a sus fuertes espaldas y se contraían con cada movimientos, como los dedos del sirio marcaban esas mismas fuertes espaldas, dejándolas rojas. La voz de Ezio al suspirar era ronca, y con suerte podía asimilar la situación, pues le encantaba. Su mente viajó hacia atrás, cuando lo conoció, cuando lo vio huir y lo primero que hizo fue perseguirle por curiosidad, y por último, se dio el tiempo de ayudar y ahora... ahora se sentía tan aturdido por el goce, que apenas podía pensar con claridad. Su cuerpo exigía más, mucho más, tales y como las ordenes de su contrario, sin embargo, el italiano forzó una sonrisa a este, bajando un poco la intensidad de sus movimientos.
—¿Todo bien? — Suspiró intentando mantener firme su voz. —Ah.. ¿Te sientes bien?
Sentía que su cuerpo estaba lleno de sudor tal y como el del sarraceno. Su tez oscura estaba cubierta por esa débil capa de sudor que era reflejada con la tenue luz de la luna, y los colores de los lejanos fuegos artificiales que eran lanzados, luz que se filtraba por los pequeños agujeros de las telas que cubrían aquel Jardín en la que se encontraban. Su rostro resaltaba el color rojo de sus mejillas, agitado, exigente de placer, de que Ezio le hiciera tocar el cielo.
Así mismo, el sirio presionó los dedos ajenos con sus propios en aquel amarre de ambas manos. Con su cabeza ahora inclinada para atrás y su boca entreabierta, intentaba respirar con regularidad, jadeaba ya sin poder controlarse y sin poder ocultar ese placer que sentía. En ocasiones, intentaba apretar fuerte los parpados intentando recobrar la cordura, pero entonces una nueva embestida llegaba y el descontrol volvía.
La destreza del florentino en las artes eróticas le tenían asombrado y más que deseoso, sin duda. Pues no sólo era la penetración, sino que también una de las manos de Ezio aportaban a la estimulación de su compañero, y estaba logrando a que se acercara cada vez más.
—¡Estoy bien! Demasiado bien... ¡Mierda, Ezio! Lo haces... tan...— Sus caderas se movían al compás de las embestidas ajenas, y cuando ya no pudo más, soltó las manos ajenas y le abrazó rasguñando tenuemente su espalda nuevamente. Su rostro era un reflejo del deleite puro que estaba sintiendo.
Y no fue ni "Necio", ni "Imbécil", ni "Auditore", ni nada por el estilo... Lo dijo, tal y como quería que sonara, con aquella voz que no daba más de placer. Que saliera de esos ardientes labios embriagados y domados de la persona de la cual había recientemente nombrado.
El cuerpo del florentino, consumido por la lujuria, y sólo había aumentado al escuchar al sirio decirlo. Sentir en él el ardiente cuerpo de Altaïr lo volvía enfermamente loco, y deseaba que esto jamás terminase. Su embestidas, cada vez más agresivas que antes, se volvían cada vez más tortuosas para el sirio sin grave intención; pues con cada suplica del contrario, perdía cada vez más el control de su cuerpo envuelto en esa capa de fogosidad que era emitida por ambos, pues era tanto el placer que recorría por su cuerpo que casi podría hasta sentirse mareados.
Altaïr se podía sentir absorbido sólo por la presencia del florentino. El mundo a su alrededor había desaparecido, sólo existía la silueta de un cuerpo bien estructurado, el cual se abría paso a su interior y volvía salir reafirmando su poderío sobre el sirio.
Sus manos seguían aferradas a sus espaldas, atrayéndole más hacia su cuerpo, ansiando fundirse en ese momento para ser uno solo. Lo deseaba, lo añoraba, lo exigía más que al mismo oxigeno que vida le daba, y su cuerpo era la evidencia perfecta de lo loco que estaba por ese tipo.
Nuevamente se podía entender el dicho de "Hacerse uno esa noche".
—Esto es el paraíso...— Murmuró el sirio, para luego abrir sus ojos y mirar a duras penas entre el placer, exigente, al florentino. —...Me encantas—. Gruñó como su se tratara de rabia, sin poder haber pensado esas palabras antes, pero no era más que la verdad. Intentaba también con movimientos proferirle todo tipo de placer a quien apenas podía mantener sus ojos abiertos canalizando cada dulce y fuerte sensación, hasta que escuchó esas palabras que no podían dejarle ya anonadado.
—Te amo mucho... Altaïr—, susurró Ezio intentando sonar controlado aún así con el olor a la fragancia que lo poseía por completo. —Quiero estar junto a ti.
Aquel embriagador placer era tal y como beber. Cuando uno bebe mucho, no sabe lo que dice, sólo lo dice. Lo que siente, lo escupe y luego ríe, mira inexpresivo, o intenta dar una explicación acertada, pero nunca se arrepiente. No hay razón para eso.
Abría y cerraba los labios intentando de jalar el aire y poder respirar bien, pero era imposible. Los movimientos del florentino le hacían perder todo el control, anunciándole su cuerpo que pronto sucumbiría a las atenciones ajenas que le eran proferidas en su cuerpo. —Yo... yo quiero... sí quiero estar contigo... siempre...
No sabía lo que decía.
—No creo que pueda aguantar mucho más...—, Anunciaba el sirio aún en retorcidas de placer, sintiendo su alma salir de su cuerpo. —Es... es demasiado....
El florentino mordió su labio inferior sin poder evitar sonreír ante el placer que se acumulaba cada vez más y más allí. Eso no le impidió seguir besando al sirio con la misma ferocidad que hace un momento aplicaba. Más su respiración se cortaba debido a los graves y placenteros esfuerzos que emitía al mayor, y que a la vez eran tan suaves que, sí, podía sentí tocar las estrellas.
—Tu cuerpo... es asombroso... tan hermoso... tu mismo... — Le comentó entre jadeos con la voz más excitada y necesitada que jamás haya podido usar en su vida.
Ambos estaban experimentando un sinnúmero de sensaciones recorrer su cuerpo, y no solo era por la forma que sus cuerpos se hacían un solo ser. Era la forma de hablar del florentino, su sensualidad nata, la pasión que le ponía a todo y su coquetería, travesura, lo que fuera que usara que lo tenía tocando las nubes. Le tenía en un estado de sopor placentero.
Altaïr gruñía, suspiraba, estaba cerca. Tan cerca. Ezio estaba haciéndolo bastante bien. Él también había durado bastante, y muy pronto sucumbiría.
Al percatarse de sus palabras se mordió el labio y cerró los ojos, llevando su diestra a peinar su castaño cabello corto hacia atrás cual se encontraba impregnado en sudor y esto provocaba que algunas hebras se le pegaran al rostro, volviendo loco al florentino con aquel acto. Dejó su brazo en posición vertical un momento y después de emitir una sonrisa en gesto travieso, se acarició así mismo su desnudo torso, como incitando al italiano a hacer de su cuerpo lo que deseara.
Ezio intentó sonreír de la misma manera, mientras que con sus manos, cada uno de sus dedos, sentía la dura piel del hombre mayor que comenzaba a tocar. Desde hombros, pecho, plexo, a su vientre con suavidad y sus caderas, y así repitiendo aquel acto, buscando cada vez más suspiros por parte del sirio, cuan música para sus oídos eran.
—¿Te gusta eso? — Rió entre jadeos de deleite con hormigueos en todo su cuerpo.
—¿Lo dudas? — Soltó un gruñido cargado de placer y furia al florentino, arqueando su espalda en una de las violentas embestidas que le había dado. Así el sirio, subía y bajaba los brazos recorriendo el torso marcado y alguno que otros puntos con cicatrices de anteriores batallas, maravillándose con aquella varonil silueta.
Sentía de su cadera moverse ya irregular y el gozo se centraba más y más en aquella zona privada cual si fuese una tortura, una acumulación de placer desmedida que deseaba culminar ya. Pronunció el apellido de Ezio dos veces con dulzura en su voz, para luego, entre retorcijones, desviar la mirada encendida de excitación, arrugando su nariz y parecer gruñir mostrando sus dientes. —¡Dios mío!
Entre los desenfrenados movimientos del italiano, al igual que su entrecortada y agitada voz, comenzó a quejarse, cada vez más fuerte, por el placer, ese placer que de repente se volvía poderoso. —Dios... — Sollozó con delicia. —¡Cazzo, Altaïr!
Llegó el momento en el que cerró sus ojos con fuerza, sintiendo aquella explosión interna, mientras que un violento orgasmo consumía su piel y cuerpo por completo, obligándole a contraer cada musculo de su cuerpo, y con sus brazos, rodeando fuertemente la espalda arqueada del sirio quien había perdido la voz en un grito de placer gracias a ese éxtasis, gritando con la voz quebrada el nombre de su ajeno con fuerza y devoción, sintiendo como su cuerpo se entregaba en aquella máxima sensación existente, como éste recorría su ser llevándolo a un arrobamiento que le hacía perder la razón; lo apegó a su cuerpo, apenas capaz de ver el dulce rostro lleno de delectación.
Entonces... sólo silencio.
Las piernas de Ezio, al igual que sus brazos, se volvieron de lana, siendo incapaces de mantenerse en la posición en la que se encontraba. Temblaban ligeramente, y es por eso que se derrumbó en el cuerpo del mayor, agotado, aún jadeando, aún agitados ambos. Allí se mantuvo unos segundos descansando.
Segundos pasaron cuando comenzó a reír con infantilidad, para así luego levantar su cabeza y encontrarse con la dorada y cansada mirada del sirio pegada sobre el nocturno cielo abierto.
—¿Qué tal, Altaïr? ¿Cómo te sientes? — Le susurró inclinándose a él y besando cuidadosamente de su mejilla.
Ese acento italiano le hizo caer en cuenta de lo que acababa de suceder. Giró su rostro para encontrar aquellos ojos marrones, aquella infantil y encantadora sonrisa. Observó su cabello suelto derramado en sus hombros, y observó sus mandíbulas bien formadas, su nariz y esa cicatriz en su labio igual a la suya. No respondió a la pregunta, sólo se quedó observándole como si quisiera corroborar que lo acontecido no había sido una mala pasada de su mente, aunque dado el inmenso placer que había sentido, tenía más que claro que todo era real.
—Me siento... bien—. Respondió cerrando levemente un ojo por el beso dado en su mejilla. —¿Tú?
—Nunca pensé que me sentiría tan bien...
Sonrió en su respuesta mientras se colocaba de rodillas entre sus prendas esparcidas por allí, buscando su capa, esa que siempre acoplaba a su túnica y la que siempre tapaba su hombro izquierdo. La misma que le daba cobija los días de frío. Una vez encontrada, la tomó y volvió a recostarse, aunque esta vez, al lado de Altaïr, para así taparse ambos con esta, para que el sudor no se transformara en hielo, estando prácticamente a la intemperie.
No quería que ambos terminaran agarrando una gripe, cual cosa sería al extremo de fatal. Podrían hasta morir por esa simple gripe. Sabían que no tenían muchos medicamentos efectivos. O te cuidabas, o te vamos a ver a tu funeral.
—¿Sabes? — Dijo Ezio abrazando al sirio y atrayéndolo a su cuerpo. —No creo haber sentido nunca esto en mi vida...— Y así, soltó un largo suspiro de satisfacción, pero su sonrisa se fue borrando de a poco. —Creo que el sólo hecho de acostarme con las mujeres, era como un desenfreno sexual. No tenía mejor forma de saciar mi dolor. Pero ahora... ahora es algo muy diferente...
Dicho esto, comenzó a acariciar cada hebra castaña clara del sirio, con tanto cariño como fuese posible, acunándose en sus brazos para darle calor.
—Uhúm— Le escuchó en silencio asintiendo con la cabeza. Sólo se limitaba a observarle de soslayo y escucharle analizando cada una de sus palabras. —¿Entonces usabas el sexo como anestésico? ¿Eso no es contraproducente? Es decir, después de yacer con una mujer solo para saciar tu dolor ¿No te hacía sentir más dolor? ¿Qué hay de diferente con lo que acabamos de hacer a con lo que tú hacías con una mujer? — Preguntó dándole el espacio al florentino quien se acomodaba.
—Realmente no sé si lograba calmar mi dolor con ellas. Intentaba que lo fuera así, ¿Sabes?. Quizás sentirme bien un momento. Sólo quería olvidar y ya—. Entonces Ezio miró al cielo, como el sirio lo hacía al oírlo en silencio. —Pero la diferencia entre esas mujeres y tú, es que tú, Altaïr, eres el único que me ha interesado de verdad. Mira. Puedo recordar que tuve hace unos años una novia, y... tuve que separarme de ella. Te lo dije en algún momento. Sólo imagínate... —Sus ojos parecieron perderse en como divagaba por sus pensamientos, y era cada vez más expresivo con la mirada, como si las emociones comenzaran a dominarlo de a poco. —Cuando volví por ella, listo para entregarle ese amor que reservaba con fidelidad, sin haber estado con ninguna muchacha nunca más, sólo para recibir sus caricias de consuelo nuevamente, para poder llorar en su hombro una vez más... para hacer el amor con ella y despertarnos juntos a la mañana siguiente... resultaba que ella ya estaba comprometida. Supongo que llegué tarde. ¿No? No iba a decirle nada, era la decisión de su padre, lo entendía. Pero por dentro me sentí remplazado, destruido, irreparable, más de lo que ya estaba. Ese fue uno de los motores principales del comienzo de aquel desenfreno mío, y no quise saber nada más de amoríos... sólo me amargaban más... Al apreciar los bellos cuerpos de las mujeres, claro, era contraproducente, pues lo único que me provocaban era que la recordase más a ella... es por eso, contigo es diferente. Eres... un hombre, tan simple como eso. No eres una dama. Tienes un cuerpo de hombre, y no el de una mujer... es un extraño cambio para mí, pero por otra parte, al tenerte conmigo, siento que mi dolor desaparece, se va a de a poco. Y no sólo por ver tu cuerpo, sino también desde que... te comencé a cuidar... eso claro que despertó algo en mi. Tu seriedad, arrogancia, y el querer saber más de ti y luego... tus sonrisas y tus palabras llenas de razón, y tus afectos hacia mí, creo que es lo que ninguna mujer me dio realmente en dos años.
Rió un poco antes de continuar.
—Vagos afectos, quizás...—. A continuación sólo atenuó su sonrisa, mientras miraba el rostro del sirio quien miraba hacia el cielo. —...pero los suficientes para mí.
La guardia de Altaïr pareció bajar y pareció relajarse cada vez más que esas palabras le eran confesadas. —Debió ser muy doloroso, lo lamento mucho, Auditore.
—No has hecho nada tú para lamentarte.
—Has sufrido mucho en tu vida, y creo que la gente puede malentender tu alegre y desenfadado carácter, pero ahora que te conozco un poco más, creo que es sólo un espejo para ocultar tu profundo dolor. Si antes me parecías atractivo, creo que ahora me lo pareces aún más. Eres un tipo de una belleza no solo evidentemente física, sabemos ambos que también espiritual.
Y dicho eso, lo observó de soslayo al darse cuenta de que estaba siendo observado, y una sutil sonrisa le dedico a ese florentino. —Aunque no logro entender, ¿Por qué yo? Tu podías hacer el amor con cualquiera que te atrajera, tu sola presencia haría arder el hielo...
Solamente le correspondió la sonrisa al escuchar aquellas palabras que de una u otra forma llenaban por completo su miserable y demacrada alma. Sentirse aceptado nuevamente después de tantos años lo ponía en otro lugar. Su mente alejaba sus dolorosos recuerdos y traía consigo paz. Cuando todo sucedió, sólo hubo amargura en su vida, y el egoísmo y la apatía se habían apoderado de él, mostrando una sonrisa sarcástica y dolorosa siempre, temiendo a que alguien le hiciera daño, pero ahora, su sonrisa era infantil y preciosa... desde que comenzó a desenvolverse con Altaïr, había vuelto a florecer, eso, volver a florecer.
—Todo cambia desde ahora. Siento que te estoy entregando mi alma y corazón, y eso lo hago porque eres la persona que se lo merece... espero que lo aceptes, ¿Ah? — Rió, para luego, sólo mantener su sonrisa. —Yo creo... que un niño nace siendo una persona feliz, inocente, en este caso, todos nosotros. El niño, para lograr tener carácter fantasmal como el tuyo, debió haberle ocurrido algo. También, al conocerte, pude ver la seriedad y arrogancia en tus ojos que descubrían quizás otra cosa, diferente quizás a lo que realmente representas sentir. De cierta manera, te elegí porque contigo podía sentirme tan bien como con mi antigua familia. Eres como mi hogar, puedo decirte eso. Sé que si siento dolor alguno, podré recurrir a ti, como tú a mí, cuando lo desees. —Sonrió.
El sirio esbozó una sonrisa en su rostro escuchando que su presencia dotaba de tranquilidad al florentino, se sentía útil, tal vez al poder ayudar a éste chico le ayudaría a redimirse un poco de esa muerte, y esperaba con ansias que así fuera, ya que cargar a cuestas con esa culpa le estaba matando día a día... en sus recuerdos sólo podía ver ese cuerpo escupido en sangre, inerte. El hermano mayor llorando por él con un brazo herido, y gritándole barbaridades de odio al otro... podía ver el rechazo en sus tierras... el odio que sentían todos por él.
Sacudió su cabeza volviendo en sí de sus pensamientos.
—Dime, Altaïr... —, Le dijo Ezio abrazando más al sirio y colocando su cabeza bajo sus mandíbulas. —¿Qué es de ti? ¿Qué causa que no seas una persona alegre, y que a cambio seas un ególatra, y malhumorado? — Preguntó entre burlescas risas, refrescándose con el aroma de su cuello.
El semblante del sarraceno se volvió más serio que antes ante la pregunta. —No lo sé—, contestó. —Supongo que no estaremos toda la noche aquí, ¿Verdad?
Parpadeo unos momentos sin levantar su mirada, pues observaba como sus propios dedos acariciaban suavemente en círculos el pecho del sarraceno. Notó un no muy buen presagio ese radical cambio de conversación, ese silencio, esa cortancia.
—No mataron a tu familia, ¿O sí?
Preguntó involuntariamente, continuando con sus caricias, pero sus ojos se habían vuelto grises. Su rostro de a poco se fue apagando como ese brillo en su rostro, observando casi por sobre el cuello de su contrario. De a poco, los recuerdos también volvían. Intentó que así no fuera.
—La verdad es que estoy bastante cansado ahora. En Masyaf tenemos horarios estrictos para volver a dormir, y me he acostumbrado a esos horarios—, respondió tajantemente, evadiendo la pregunta del florentino. Pero simplemente no deseaba hablar de algo que aún, hasta el día de hoy, le impedía dormir.
De no ser un asesino de la hermandad, ya se habría vuelto loco, o habría colapsado ante esas culpas que tenía. El hecho de tener misiones, y poner su alma en ellas, le ayudaba a mantener su mente ocupada y no pensar en aquel dolor permanentemente. Simplemente le abrazó y depositó un beso sobre su frente tratando de mitigar los recuerdos dolorosos de ambos. Sin embargo, Ezio soltó una risa que hizo sentir al sirio incomodo.
—No intentes ocultarlo. No es justo a lo que juegas. Me dejas que te cuente lo mío, pero tu no me permites ayudarte, ¿Me repites las reglas por favor?
—Las he olvidado—, le sonrió, sarcástico.
Ezio rió nuevamente. —Altaïr, estamos en confianza. No temas... ¿Te dije que estaría para ti cuando desearas?
Altaïr agachó la mirada, sintiéndose ligeramente triste. ¿Por qué Ezio no le dejaba en paz? Simplemente no quería abrir su corazón apenas con la herida hilvanada. Hilvanada con un desgastado hilo que siempre se rompía, dejando salir esos recuerdos que golpeaban su alma y mente.
Esos dolores tan profundos.
Ya basta.
Fingió bostezar de cansancio.
—Sé que necesitas a esa persona que te escuche y te entienda, ¿No es así? Sé que necesitas a esa persona que no has tenido en años... yo también sé lo que se siente ser un asesino... tener este papel de honor... luchar por la gente a pesar del dolor...
Pero el sirio mantuvo su mirada desviada ante su insistencia. —Ezio, estoy bien. Teniéndote entre mis brazos lo estoy aún más. ¿Te basta?
—No, para nada. Yo...
—Ezio...— Pasó su diestra con impaciencia por su rostro con un aire de desesperación y angustia, tratando de controlar su serio semblante. —¿Qué tal si luego hablamos de eso? No quiero que echemos a perder este momento tan esplendoroso que hemos tenido... además... no quiero que...— Su apretó el puente de su nariz como si obtuviera dolores allí—... me rechaces y me termines odiando... no es de... de tu incumbencia saber eso.
De su cuerpo parecía desprender una dolorosa negatividad, algo triste, algo que deseaba no salir, y Ezio intentaba entender a qué se debía. No estaba seguro si era empatía lo que sentía al escucharlo, pero estaba seguro de que no quería manipularle para hacerle soltar alguna palabra. Ese "No quiero que me rechaces y termines odiando" le hizo recordar a su antigua y hermosa familia sin saber por qué. Eso quemaba por completo su alma.
—Jamás en mi vida te rechazaría o te odiaría, Altaïr... No sé mucho de tu pasado, y si puedo saberlo algún día... no te odiaré por eso. Sé que estás triste también, pero te prometo que haré lo mismo. Te haré reír cuanto pueda, por más triste que esté yo, lo haré, tal y como lo he intentado.
Entonces el sirio, sin querer armar más nudos, soltó un profundo y pesado suspiro. —Está bien, Auditore, ¿Qué deseas saber? — Cubrió sus ojos con el interior del antebrazo, sintiendo que abriría de nuevo aquella herida que intentaba mantener sellada que si bien ni siquiera había cerrado, pero procuraba no recordarla y menos contarla a nadie porque sabía que sacaría el lado más doloroso de su ser.
—Quiero saber... por qué estás tan triste.
Ahora será cuando Altaïr le cuente esa oculta verdad, ¿Será Ezio capaz de entender lo que Altaïr vivió y que le atormenta cada día? ¿Será capaz de entender?...
TRADUCCIONES:
Testa o croce: Cara o cruz
Croce sarà: La cruz será.
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