Capítulo 9. Asfixia
— ¡Altaïr! — Llamó Ezio desde las escaleras.
No abstuvo respuesta alguna. Era como si el segundo piso estuviera en un completo desierto. Ni un alma viviente era capaz de circular.
— ¡Altaïr! ¡Va a oscurecer y no alcanzaremos a ir! — Llamó de nuevo, pero no obtuvo respuesta nuevamente.
No se había visto en todo el día, puesto que Ezio había ido por unos encargos de Antonio de Magianis, y de la cortesana y su hijo, y por supuesto, Altaïr habría de ido a investigar la provincia, en busca de su propia información de la cual siempre era silencioso al momento de hablar. Se suponía que estaba por ser la hora nona, y las dos campanadas sonarían pronto.
Con un suspiro resignado, el florentino decidió subir por los escalones de a zancadas por zancadas.
—Altaïr...— Volvió a llamar desde la puerta Ezio. —No te sirve no contestarme y hacerme creer que has salido de una u otra manera de ésta habitación.
Nadie respondió, más simplemente Ezio alzó una ceja de modo dubitativo.
—Puedo oír tu respiración.
—Psicópata... — Susurró en respuesta a Ezio desde adentro.
— ¿Ves? Ahí estás.
Sólo un gruñido de frustración le fue entregado en respuesta.
—Le sciami...
Ezio giró la manilla de plata e ingresó con dicha habitación, donde se suponía que estaría el sirio ahí, con su cara de pocos amigos. Pero no, nadie estaba.
— ¿Altaïr?
Ezio no entendía nada, o no lograba captar. Altaïr no estaba en esa cama cubierto bajo las sabanas con el impedimento de que aunque fuese la luz lo tocara como se imaginó y esperaba verlo. No estaba sentado en el escritorio que usaba como trabajo en anotar cosas en árabe, y un detalle importante, la ventana tampoco estaba abierta.
Entonces si esta estaba cerrada, ¿Por qué sus atuendos no yacían doblados? Se había vuelto un leve costumbre ordenar su ropa así, pero no lo veía en ninguna parte. ¿Se lo habría puesto ya seguramente? Quizás simplemente el atuendo estaba en el armario. Era la única forma de descartar.
Así entonces, el florentino decidió caminar hasta el armario para comprobar que el atuendo estuviese allí. Incluso, en su camino rodeando la cama para llegar al armario que se encontraba al lado de la ventana, se inclinó un poco sólo para saber si Altaïr pudiese haberse escondido allí abajo, aunque sería algo de críos, pero por no tener que ir dicho lugar, seguramente Altaïr lo haría.
Sus manos se trasladaron con suma calma hasta las manillas estilizadas de este armario, y en cuanto lo abrió, su cuerpo se heló de abajo hasta arriba, sin esperarse ver a aquella silueta dentro del armario. Ojos amarillos llenos de furia en una total calma. Era un mismo ser maldito como de esos cuentos encantados.
— ¿No conoces acaso el concepto de "privacidad"? — Gruñó Altaïr frunciéndole más el ceño al florentino, quien, ese mismo momento, pegó un salto del susto hacia atrás, junto con un inevitable chillido, apenas con un buen color de piel presente.
— Che cosa hai fatto li, por el amor de Dio?! —Ezio llevó sus dos manos a su propio pecho, perturbado por repentino aparecimiento, queriendo calmar la taquicardia con su mano empuñada. Lentamente recobraba el aliento.
Altaïr salió del dichoso armario como si hubiese sido empujado, más no quitó ese clásico y taciturno rostro de encima. Se le veía algo irritado; aunque si bien, y su aire inspiraba arrogancia ahora. Se dio cuenta que, dentro del armario habían atuendos diferentes que parecía haber usado, y su atuendo parecía nuevamente seco después de algún tipo de limpieza.
Altaïr no le dio respuesta a la pregunta, del por qué se encontraba escondido dentro de ese armario, así que Ezio procedió:
— ¿Te quedaste atrapado adentro? — Bromeó entre risas, pero Altaïr hizo caso omiso a sus burlas; simplemente le lanzó una seria mirada mientras limpiaba el polvo de una de sus mangas.
— ¿Ya estás listo para nuestro pequeño paseo al lago? — Sonrió Ezio.
Altaïr frunció el ceño. —No creo que deba ir, mi estomago duele de manera sofocante.
—¿Acaso buscabas jarabes allí dentro?— Bromeó nuevamente, buscando que dijera la verdad, — ¿O simplemente te escondías porque no querías ir? — Así, el florentino arqueó una ceja de manera ganadora.
Altaïr negó con la cabeza.
—¿Será que quizás mis dudas confirman que... le temes al agua? — Ezio sonrió con malicia.
—Para nada, ¿Por qué debería?—. Respondió Altaïr con una extraña naturalidad.
— ¿Entonces?
—Creo que aquí estamos perdiendo el tiempo.
Esa imprevista respuesta y toma de decisión fue absolutamente extraña para Ezio. Sin embargo, Altaïr parecía hablar enserio. ¿Y si mejor le dejaba de insistir? No quería provocar muchos problemas, sólo quería demostrarle a Altaïr que sí se podía divertir de vez en cuando, a pesar de lo que pudiese atormentarlo.
—Oh, humm...— Ezio buscó unas buenas palabras para ablandar las cosas. —Caminaremos por la arena.
Altaïr gruñó con descontento, — Parece playa.
—¿Por qué matas el encanto así? Ni siquiera lo has visto.
Los rasgados ojos del sirio se fueron abriendo lentamente, como así ese color ámbar comenzaba a ser más notable, y su ceño se fruncía cada vez más. Se giró con predominancia para encontrarse con los ojos marrones del más joven.
— ¿Qué encanto? — El sirio gruñó bastante irritado con el comportamiento del florentino, y estaba que le sacaba en cara el hecho de que no se comportara como un exagerado tal y como le pidió, pero parecía que los italianos eran así. —Suenas como un enamorado que quiere llevar a su pareja de paseo romántico... ¿Eso lo hacen todos acá acaso?— Le regañó.
Ezio comenzó a regañarle molesto, o bien, fingiendo molestia, de la misma manera. — ¿Y si soy un enamorado que quiere...?
Pero fue interrumpido con la voz más fuerte del sarraceno, quien jalaba de su capucha con vergüenza antes de que continuara, emitiendo un fuerte gruñido, y dándose la vuelta, para evitarlo completamente.
Con tranquilidad, el florentino se acercó a al sarraceno mayor, quien bufaba como si hablara para sí mismo, con hombros encogidos, demostrando el tono rosado que se pintaban en sus mejillas sin que él quisiese. ¡Su orgullo! ¡Su orgullo lo dominaba de a poco! Sin embargo, intentaba con todas sus fuerzas no quitar ese frustrado rostro.
—Altaïr, mírame...
—No—. Giró un poco más su cabeza de lado contrario al florentino.
—Por favor...
—He dicho que no.
— ¡Por favor! — Sonó en un tono prolongado y lento, como cuando un cachorro clama por cariño tiernamente.
Altaïr quedó en un pensativo silencio un momento, dándole esperanzas al joven Ezio.
—No.
Las esperanzas se esfumaron como batir tu mano en humo.
—Sólo que me mires, no te estoy pidiendo nada más, no te estoy pidiendo que me sonrías...
Dicho esto, Ezio bajó la mirada un momento con una sonrisa en el rostro en cuanto una pequeña idea se le ocurrió. Tomó las dos manos de Altaïr al rodearlo, y las apretó con delicadeza para que el sirio no intentara retirarlas, que así era. Volvió a levantar la mirada ahora con una burlona sonrisa. — ¿Me sonreirías?
—No.
—Una sola sonrisa.
—Ni lo pienses.
—Esa tan hermosa sonrisa que pones...— Empezó a buscar con sus ojos los ojos escondidos del sirio, cuales miraban en otra dirección, e incluso tuvo que tomar de su mejilla para poder girar de su cabeza, hasta que por fin accedieron. —... cuando observas maravillado las cosas que te atraen, o cuando comentas esas frases tan inspiradoras que de a poco llenan mi alma... Altaïr... — ¿Era muy malo que ahora si comenzara a lanzarse al estrellato de esa manera? Sería muy tonto que Altaïr le rechazara si él era el que había agarrado la cara de Ezio para luego comenzar a besarse con ferocidad en Monteriggioni. Ezio no esperaría a quedarse como un vasallo a la cola de Altaïr aguardando a que correspondiera su amor, o que él saltara primero. Bien comenzaba a conocer a aquel sirio. —Esa sonrisa... tan hermosa que hace juego con tu rostro completo. Qué envidia habrían de tener las demás mujeres, al ver a esa dama amante tuya a tu lado, hasta yo mismo siento envidia...
Altaïr no respondió, parecía como si lo estuviera buscando, y su pecho se encogió con las palabras del joven florentino. Primero, porque sí le estaba gustando todo lo que comenzaba a sentir, y segundo, porque se estaba comenzando a sentir un infiel... Sin embargo, su orgullo no permitía dejarse caer por bellas palabras. Casi sentía que había cometido un grave error al cometer ese acto en el castillo de las afueras de Venecia, y comenzaba a arrepentirse de a poco. No sabía por qué se había dejado llevar, pues mucho le costaba acostumbrarse a esto.
—Sonríeme, por favor—. Le insistió una vez más el joven florentino sin soltar sus manos, dibujando ahora una sonrisa reconfortante y tierna que entrecerraba sus ojos.
El silencio se hizo en los dos, Altaïr vacilaba y sentía su rostro en llamas, pero aún así resistió:
—No—. Necesitaba alejarse.
—¿Por qué?
—Porque no.
Ezio sonrió ampliamente.
— ¿Me mirarás a la cara entonces?
—Escucha, Ezio...— Altaïr estaba dispuesto a detener todo, a decirle que no estaba enamorado. No se podía permitir a sí mismo hacer lo que estaba haciendo, y habían muchas razones. Enamorarse de una persona de su mismo sexo no era lo suyo, lo podrían matar por eso, y quería detenerlo de una buena vez, así que con algo de vacilo, levantó su cabeza primero mirando en otra dirección, intentando quitar sus manos lentamente de las del agarre de Ezio, trasformando su semblante, y su coraza, a uno más serio aún. —Esto ya no-...— Pero sus palabras fueron calladas con un beso sobre sus labios por parte del florentino.
Apenas pudo girar sus ojos al rostro de Ezio cuando ya sintió los labios del contrario, tan cálidos y húmedos sobre los suyos. Un beso duradero, más no con movimiento, era como si sólo hubiese topado sus labios a los del sirio. Pero éste sirio no hizo nada, no se movió de su posición.
— ¿Vamos? — Ezio se separó pacíficamente de Altaïr, haciéndole caminar sin soltar sus manos.
Ese pensamiento de detener las cosas a Altaïr se le esfumaba de a poco de su cabeza. Es maldito asesino florentino realmente lo tenía confundido. Altaïr se dejó llevar por Ezio.
En cuanto salieron, como si se tratara de dos pares de animales, escalaron las paredes, balcones y bordes de las ventanas con una dichosa agilidad, hasta llegar a los tejados y encaminarse ágilmente hasta la salida de la ciudad, casi haciendo una carrera entre ellos. Habían empatado, pues tales eran sus destrezas, y la ambición de Ezio por querer demostrarle que podía, llevó a Altaïr a felicitarle con diplomacia. Esa diplomacia suya.
Ahora se les adjuntaba un pequeño problema. No había caballos a la salida, y ni de locos irían a pie hasta donde tenía pensado Ezio.
Pero sí a Ezio ya se le había ocurrido otra idea. —Mira...—. Apuntó hacia el frente.
Un viejo pescador veneciano quien ya iba a entrar a Venecia le compraba unas cosas a un vendedor que se encontraba a las afueras, y este hombre traía consigo tres caballo con silla puesta.
—No será más que tomar prestado, luego lo devolveremos...— Le susurró Ezio dándole unos ligeros golpecitos en su brazo para que emprendiera rumbo con él también, y así, con velocidad se encaminó a uno de estos caballos más cerca de su alcance y lejos del vendedor, al igual que el confundido de Altaïr.
Una vez arriba, Ezio golpeó con rienda a éste caballo, obligándole a correr, lo que el caballo, con rapidez y fuerza brutal comenzó a hacer.
Altaïr hizo lo mismo, chasqueó su lengua repetidas veces haciendo que el caballo corriera, y pronto hizo golpear con su cuerda. Su voz era dominante y fuerte, logrando esta dominancia hacer al caballo arrancar con velocidad.
— ¡Hey! ¡Ladrones! — Gritó el viejo pescador veneciano al ver a los dos hombres sobre sus caballos arrancando ya. —Restituirli! Ladri! — Gritaba histérico y lleno de cólera el hombre decidido a por llamar a los guardias.
— In un altro punto, il mio amico! — Le gritó Ezio entre los estruendosos galopes de los caballos sin detenerse ni un solo segundo, regalándole a este hombre una amplia sonrisa, haciendo que éste rabiara más, mientras que con sus dos principales dedos de la mano derecha, el índice y del medio juntos, los llevaba a su propia frente de manera horizontal y los alejaba dejándolos ir, como una despedida a el viejo pescador quien lloraba ya por sus pobres caballos robados.
Ya al haber perdido de vista la ciudad entre los galopes, sus caballos ahora trotaban de manera lenta.
—¿A dónde vamos exactamente ahora?
—No tomará mucho. No es muy lejos de aquí. A éste lago, yo y mi hermano mayor íbamos siempre que veníamos de viaje junto a nuestro padre por sus asuntos de trabajo—. Ezio agachó su cabeza con una amarga sonrisa en su rostro.
— ¿Qué ha sido de ellos?
Esa pregunta tomó por sorpresa a Ezio, quien luego de un largo momento de silencio, respondió: —Murieron.
—Oh...—La tristeza en el rostro de Ezio pareció ablandar sus expresiones. —Lo siento por tu perdida.
Tan joven, y sus gente muerta. Debió haber sido bastante duro. Sentía la necesidad de decirle que no se sintiera mal por ello. Aunque no lo pareciera, él también tuvo una familia a a la cual habían asesinado, pero apenas la recordaba. "Su familia", no de sangre, le traía más recuerdos dolorosos que tener que enfrentar, de los cuales aún tenía fuertes arrepentimientos, y ganas de superar.
Sólo hubo silencio en ambos. Ezio tampoco deseaba mucho escuchar el típico pésame y fingida lastima de la gente más. Levantó la cabeza, a lo que sus mirada de ilusión se hacía, mientras apuntaba a unas enormes rocas que tapaban el camino de más allá. —¡Hemos llegado!—Exclamó con emoción. — Ahí detrás está el lago.
Con determinación, los dos dieron rienda a su caballo para llegar a más rápido. En cuanto se encontraron con el lugar, Ezio tomó la delantera para guiar a Altaïr a la entrada de éste vacío bosque que comenzaba oscurecer más y más el paso y se hacía cada vez más espeso y parecía como si se perdieran del camino marcado. No demoraron mucho cuando de pasar por un lugar sombrío y tenebroso del cual podrían salir lobos incluso, entraron un lugar lleno de verde y con un gigantesco y hermoso estanque de colores turquesitos, cual era habitado por diferentes tipos de peces y plantas. Como un lugar escondido en medio del bosque, sólo para entendidos. Una parte del borde de éste estanque, habían rocas lisas y montículos que la formaban cuales construían, en especial ésta, la más grande, un tipo de pendiente lisa hasta llegar a su punta. De ahí hacia abajo, el estanque era profundo y habían varios metros. Altaïr había quedado enamorado de aquel tan hermoso paisaje oculto ante a sus ojos.
Los dos hombres brincaron fuera de sus caballos, para estirar las piernas y disfrutar el ambiente que les era regalado. Todo era completamente maravilloso, y justo el sol del atardecer tomado. Apenas podía creer como es que fueron tan rápidos para atrapar el día, aunque si bien el sol amenazaba ya con ir en descenso.
—Esto es maravilloso...— Susurró Altaïr apreciando desde las cristalinas aguas, hasta los bosques del otro extremo del estanque que parecían de los cuales hadas podrían revolotear allí, con sus troncos naranjos por la entrada del sol en su atardecer al igual que sus hojas de colores casi otoñales, hasta pájaros pequeños revoloteaban por allí, cuales parecían propios del lugar, como también una que otra liebre que saliera desde los ojos del suelo para ocultarse en los arboles.
—Sabía que te iba a gustar, por eso te quise traer hasta aquí.
Altaïr rió a garganta plena, una risa profunda y escalofriante. Salió desde el alma. —Pareciera que siempre tienes planeadas todas estas sorpresas.
Ezio le sonrió en respuesta.
Haber elegido el estanque tampoco podía haber estado tan mal. Era como si se tratara de algún cuento de niños, una fantasía, pues con el atardecer, y los rayos del sol que se reflejaban en el agua y por entre el bosque de más allá, era simplemente maravilloso.
Ezio volvió a mirar a su lado, pero Altaïr ya no estaba. Se sobresaltó ante su ausencia, ¿A dónde abría ido? Observó para todos sus lados en busca de la figura blanca cual monje en un lugar desconocido, hasta que en descrita pendiente anteriormente, se encontraba él, encaminándose hasta poder llegar al borde. Se veía majestuoso arriba, y Ezio lo siguió.
La vista desde esa altura hacia un horizonte lleno de naranjo por los arboles teñidos del atardecer era simplemente único, perfecto, dotado de belleza, admirable. El viento hacía flamear su corto cabello desordenado y las prendas de sus túnicas cuales se dejaban caer por sus piernas. Respirando hondo el aire puro, miró hacia abajo, observando la inmensidad de las aguas profundas de aquel estanque y sus peces desapareciendo en esta profundidad y volviendo a aparecer. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, y algo tambaleante retrocedió volviendo a mirar la inmensidad de los campos verdes teñidos de naranjo y amarillo del más allá.
Ezio quedó a las espaldas de Altaïr, el viento hacia agitar su cabello y mangas de su camisa también. Respiró hondo con una sonrisa tranquila en su rostro, pues tener a Altaïr ahí ya le era un completo privilegio. —Te busqué allá abajo y pensé que te había pisado, pero resultó que estabas aquí. Hacer esto es libertad pura. — Soltó complacido al aire.
—Sin dudarlo.
Como su hubiese sido el encender una vela, Ezio sonrió ante la idea de una travesura, pues esto miles de veces lo practicó con su hermano y lo ejecutó. Retrocedió un poco, en silencio, formando algo de sospecha en el sirio.
—Así que, Altaïr... ¿Qué tal eres nadando?
— ¿Cómo crees que nadaría si ando con prendas puestas, tonto?
—Te las saco.
—No, gracias.
—No te gusta nadar, es eso—, Gruñó Ezio, provocando algo de intriga en el sirio. — ¿No quieres aprender aunque sea?
Una maliciosa sonrisa se amplió en el rostro del florentino mientras ponía una mano sobre el hombro de Altaïr ahora, quien miraba atento a todo.
— ¿Qué planeas, Auditore? — Le miró con seriedad, como matándolo con la mirada.
Algo comenzaba a andar mal.
Su tranquila sonrisa y tenebrosa también ponían los pelos de punta al sirio, quien lentamente era empujado hacia adelante, casi no notable.
—No...— Altaïr lo miró con los ojos bien abiertos.
— ¡Vamos, saltemos los dos! —Sonó casi como un tono cantarín y malicioso, mientras lo tomaba de los brazos y lo obligaba a caminar.
Cada vez más y más lo empujaba hacia el borde con fuerza. Quería hacerlo caer, y no dejaba que se le escapara en sus desesperados intentos. Era como si sus brazos fueran más fuertes de lo normal para empujar algo. El camino se hacía cada vez más angosto, y más difícil era de escapar.
—¡Ezio! ¡No! ¡Detente! — Intentaba con todas sus fuerzas retroceder, pero Ezio insistía e insistía, y sabía que con un mal movimiento, caería desde algún borde igual.
—La caída no dolerá, créeme, es profundo.
Eso aterró al sirio.
—¡No! — El primer pie resbaló en la punta en el rocoso borde. — ¡Ezio!—, gritó una vez más, mirando a su cara. —¡Yo no sé na-...!— Pero ahí ya había resbalado por completo junto con el ligero empujón que el florentino le dio, cayendo de espaldas por los aires, apenas logrando poner un rostro de pánico. — ¡Ezio! — Gritó antes de ser tragado por el agua en la que su cuerpo fue estrellado.
Ezio no había explotado en risas como se lo había esperado, pero sí de su garganta salieron bastantes. Extrañamente su pecho se apretó, y comenzó a recorrerle el remordimiento y la inseguridad, sobre todo porque el sirio ya pasado más de lo esperado, y no salía del agua; eso a Ezio comenzó a preocuparle cada segundo que pasaba.
—Altaïr...— Ezio frunció el ceño al notar que aún no salía. Como en un flashback, se le vinieron todas esas imagenes a la cabeza del por qué el sirio se negaba siempre al agua. No sabía nadar. Era simplemente eso. —Carajo...— El rostro de Ezio palideció. —Mierda... ¡Mierda! ¡Altaïr!
Ezio retrocedió con velocidad y sin pensarlo dos veces, emprendió carrera hacia el borde, para luego dar un salto, expandiendo sus brazos en el aire, ejecutando el dichoso Salto de la Fe conocido entre los asesinos. A los pocos metros de llegar a las aguas, sus brazos los llevó rectos hasta su frente para poder hacer una entrada no dolorosa al agua, hasta caer en picada como si se tratara de un ave en cacería.
Una vez dentro del agua, se incorporó conteniendo la respiración. Desesperado, observó a su alrededor sin encontrarlo. Miró hacia abajo, espantando a unos cuantos peces con su brusco movimiento de piernas. Allí yacía el cuerpo recientemente inconsciente de Altaïr, quien caía con calma para llegar a fondo.
Resiste.
Intentó Ezio transmitir a Altaïr, nadando con velocidad hacia abajo para poder alcanzarlo. Extendió su brazo para alcanzar el de Altaïr. Ya estaba perdiendo la capacidad de contener su respiración, pero eso no le dejaría desesperar.
¡Te tengo!
Ezio aferró bien su mano al brazo del sirio y lo levantó un poco para poder así pasar su brazo y rodearlo por la cintura. Agarró ese mismo brazo nuevamente y lo puso sobre sus hombros, como apoyo para el contrario, y así se le sería más fácil nadar a la superficie.
Resiste, Altaïr, por favor, resiste...
Sentía que su cabeza explotaría por los miles de pensamientos, era la impotencia, la impresión, la adrenalina, y la falta de aire. Estaba a punto de perder la conciencia también, pues su vista se nublaba de a poco y sus piernas y brazos cada vez se volvían débiles. Sin haberse dado cuenta, había nadado bastante profundo.
La cabeza de Ezio salió a la superficie, dando una bran bocanada de aire, de ese vital y extrañado oxigeno que necesitaban sus pulmones; respirando agitadamente recobraba el aliento. Con su propia cabeza obligaba a que Altaïr tuviera la suya en alto para que no cayera al agua.
Ahora se venía otra tarea difícil, y era llegar hasta la orilla que consistían en un par de metros por nadar, los cuales se le harían interminables. La vida de Altaïr corría riesgo nuevamente.
—Resiste—, Le susurraba constantemente Ezio intentando no perder la calma, aunque por perderla estaba, eso sin duda, era casi lo único que podía repetir mientras nadaba con fuerza hacia la orilla y Altaïr fuera del agua, intentando que no se hundiera en esta. Fuerzas no le faltaban a pesar del cansancio, pues la exasperación y el miedo al perder esta vida le obligaban a seguir.
El joven florentino tocó los primeros sedimentos de tierra firme en el agua, dándole a él las últimas fuerzas para dar unos cuantos pasos más. Entre lo agitado y agotado que estaba, se arrastró hasta la orilla, lanzando con cuidado a Altaïr de espaldas primero para sacarlo antes de del agua. Luego Ezio se arrodilló en la tierra al lado de él con sus brazos y piernas temblorosas, pero aún así, la adrenalina no le permitió relajarse ni un segundo.
Si bien lo recordaba de Leonardo, cuando una persona se ahogaba, debía hacer los primeros auxilios, partiendo por la respiración artificial y la reanimación cardiaca, ya que cuando acercó su oído a la boca de él, no respiraba. Así, partió Ezio tomando el mentón de Altaïr temblorosamente, llevando su cabeza hacia atrás y con su otra mano tapó su nariz. El florentino entonces llevó sus labios a los de Altaïr, expulsando aire para que ingresara a los pulmones del nombrado. Esta acción la repitió tres veces. Se irguió al notar que el aire no ayudaba. Llevando sus manos al vientre de Altaïr, justo debajo de la punta del tórax, y las colocó una sobre otra con los dedos mirando hacia él. Así, comenzó a cargar su propio peso acumulado en sus brazos firmes sobre el vientre de Altaïr, dando compresiones rápidas hacia adelante y hacia abajo, una y otra vez. Él estaba muy aterrado.
Altaïr aún no reaccionaba, sus labios apenas se movían por las contracciones de los músculos que le provocaban las compresiones. Su cuerpo estaba lacio, como un muerto. Su piel quizá no era más pálida que la piel del florentino quien ahora, cada vez más frenético, intentaba hacerlo despertar.
—Altaïr... por favor... no ahora—. Ezio estaba perdiendo la calma muy rápido, el pánico lo estaba dominando. Ante sus reanimaciones no hubieron respuestas. Sus ojos se comenzaban a enlagrimarse de a poco.
Cazzo...
Ezio llevó sus manos a su propio cabello mojado entrelazando sus dedos allí, negando con la cabeza. —Altaïr... no... por favor, tu no... — Estaba completamente angustiado.
Pero aún no se daba por vencido.
Ezio llevó parte de sus flecos de cabello que obstruían su vista hacia detrás de su oreja y volvió a repetir procedimiento que había hecho en un principio. Nuevamente hizo tres insuflaciones con su boca, y pronto, cargó su cuerpo para hacer las compresiones. Primero eran diez, luego comenzarían a ser quince...
—Altaïr... lo lamento...pero por favor reacciona. Te necesito conmigo...
¿Cómo pudo suceder esto? Dios perdóname. He cometido un error, pero no me lo quites ahora... lo necesito conmigo. Lo necesito aquí. Lo amo y no puedo dejarlo ir.
Ezio lloraba desconsolado mientras su voz se entrecortaba y sus reanimaciones se hacían débiles.
— ¡Altaïr! — Gritó Ezio con furia, para darse más fuerzas así mismo, mientras cargaba más sus reanimaciones.
— ¡¿Dónde está ese hombre fuerte que conocí?!
Le gritó cansado. Nuevamente llevó sus labios para hacerle respiración artificial, y volvió a hacer las compresiones. Sabía que sus costillas podían colapsar.
—¡Ese...
Le dio una compresión, agitado.
—...hombre....
Una vez más.
—.... que no...
Otra vez.
—... se rinde...
Otra.
—... ante nada!
Entre las reanimaciones y las agitadas respiraciones de Ezio, sintió una pequeña elevación en el pecho de Altaïr sobre sus manos, y se escuchó un breve sonido gutural de su garganta.
— ¿Altaïr? —. Ezio levantó su cabeza y lo miró con esperanzas.
De repente, el árabe abrió los ojos de golpe como un búho, y en un impulso de su pecho, acción del diafragma, expulsó de su boca una gran cantidad de agua tragada de aquel lago.
Entre tanta tos, expulsión de agua y desesperada respiración por volver a vivir, Ezio lo abrazó con fuerza entre risas de alegría y llantos de emoción, prácticamente acunando al sirio en sus brazos, como si se tratara de un hijo suyo.
El florentino solo lloraba como un bebé con Altaïr en sus brazos. Él estaba decaído, apagado, y ojeras se le habían formado en el rostro, sus labios estaban morados por el frío, pero parecía de a poco recobrar el color. Comprendía perfectamente lo que estaba sucediendo, cuando hace unos segundos se había visto a si mismo cayendo en sueño en una caja mojada y sin oxigeno, lugar en el cual sus brazos no permitían moverse por el miedo que de a poco de iba con su propia vida. Intentaba ahora mismo mantener sus parpados abiertos por la fatiga, mientras que tiritaba por el enorme fr'o que sucumbía hasta sus huesos.
—Altaïr... no sabes... yo... A-Altaïr...
Lloraba Ezio abrazándolo con fuerza, quería tenerlo más apegado a él, a su cuerpo. Poder brindarle todo el calor posible.
— ¡Lo lamento! ¡Lo lamento tanto!... Yo no sabía... no pensé que lo decías de... Altaïr... por favor, lo lamento... no sabes...— Sollozó balbuceando. — Sin ti... yo.... Hubiese... muerto también ya.
Dicho aquella última frase, escondió por completo su rostro en el cabello mojado del sirio. Pensó bien el por qué había dicho eso. Porque eso mismo no lo había pensado cuando su familia murió, sabía que podía vengarlos, y después morir en paz. Cuando se separó de Cristina, tampoco lo sintió. ¿Por qué ahora sí? —Porque te amo —, Susurró.
El silencio se hizo en los dos, como los sollozos del florentino silenciaron sobre Altaïr. Ahora respiraba en un pacifico vaivén, pero tiritaba con fuerzas. Por alguna razón, no sentía rencor. Con esas palabras que el florentino le entregaba... sabía que algo florecía en su interior.
Ezio lo atrajo más hacia sí, abrazándolo con más fuerza.
—Altaïr, ¿Por qué nunca me lo dijiste? — Le preguntó Ezio. —¿Por qué no me dijiste tus temores? ¿Por qué fuiste tan orgulloso?
Ahora obviamente todo tenía sentido. Esas veces que evitaba hablar de sus debilidades, las salidas hacia Monteriggioni, y por supuesto antes de haber venido a este paseo entre los bosques y el lago.
—Me verías como un patético...— Respondió en un susurró tristemente y con dificultas por el temblor en sus mandíbulas causa al frio. —Y eso era lo que menos quería.
—¿Por qué siempre intentas hacerte el fuerte delante mío? Si se trataba de este terror al agua que tú tienes, te podría haber ayudado a enfrentarlo. Haber evitado este momento.
Altaïr no respondió, parecía meditar aquellas palabras entre sus tiritones, por lo que Ezio llevó el dorso de su mano hasta la mejilla de Altaïr, posándola allí.
—Estás muy frio. Volveremos ahora. Nuestras prendas están empapadas y debemos de cambiárnoslas antes de que pesquemos un resfriado, sobre todo tú —. Lo miró unos segundos. — ¿Eres capaz de levantarte?
Altaïr asintió con la cabeza, y ayudado por Ezio, tambaleante se levantó de la tierra mojada. Dio unos cuantos pasos suelto de Ezio, intentando demostrar que todo iba bien una vez más, pero al último paso capaz de dar, sus piernas flaquearon, incapaces de soportar por mucho tiempo su cuerpo, y éste desvaneció.
Ezio que estaba cerca, alcanzó a atrapar a Altaïr antes de que cayera arrodillado en el suelo. El sarraceno suspiró. Sería incapaz de andar solo en su caballo, puesto que el frío de la noche entrante sólo lo mataría. Sería mejor si él lo llevaba en el suyo. Pasó el brazo de Altaïr por sus hombros, ayudándolo a caminar hasta llegar a los caballos que pastaban con tranquilidad.
Ya al subir al caballo, con Altaïr delante de él, más tomando las riendas del otro caballo en el cual su jinete no podía ir, partió para llegar nuevamente a Venecia.
El florentino aún tenía el remordimiento del haber lanzado al sirio desde esa altura, tan cruel. Se sentía estúpido una vez más. Altaïr casi había muerto por su culpa, por algo que nunca jamás se imaginó que sucedería, y ahora le preocupaban mucho las disculpas, nuevamente. Aunque esta vez no se sentía merecedor de obtenerlas...
Nuevamente había metido la pata.
Ya había oscurecido cuando habían llegado a la ciudad. No había ningún guardia cerca, y eso le benefició a si mismo porque no lo estaban buscando por haber robado los caballos, así que los dejó cerca de la tienda ya cerrada en donde había estado ese viejo pescador.
Llevaba a Altaïr casi a rastras hasta el inquilinato. El sirio había empezado a estornudar muy a seguido, y Ezio se comenzaba a preocupar. No había peor cosa de repente que los resfríos. Podían acabar muy mal. El árabe de repente parecía tropezar con sus propios pies al caminar, estaba algo débil, pero ya al haber subido las escaleras, Ezio lo llevó a su habitación.
Al entrar y llegar a la cama, Ezio lo dejó sentarse, a lo que Altaïr se tumbó de espaldas sin las ganas de mantener su equilibrio.
—Espera un momento. — Intentó quitarle con cuidado todas sus prendas de encima, dejándolo con el cuerpo al aire. Una vez que las dejó fuera de la cama, lo ayudó a taparse. Tiritaba aún. ¿Por qué justo ese día de invierno habría tocado tan frío?
—Hace frío—, gimió el sirio con una voz suave y silenciosa como para sí mismo.
Ezio entonces al verlo con dolor, tomó una decisión, algo apresurada, pero la mejor si era por el sirio.
Se comenzó a quitar su túnica mojada, capas por capas, hasta quedar desnudo. Intentaba buscarse una escusa a si mismo del porque estaba haciendo esto. Hacía frío, bastante, e ir a dormir solo en un helado catre... que tonta escusa. Dos, quería entregarle calor a Altaïr, y el calor corporal sería lo mejor. No iba a intentar nada sucio, por supuesto que no.
Abrió con suavidad y cuidado las sabanas de la cama y se metió con sumo cuidado asesino, como si el mas mínimo error en un solo movimiento, llevara a explotar el mundo. Al haberse metido, se cubrió con las tibias sabanas, cubriendo a Altaïr también.
No existía cosa más reconfortante, tranquila y dulce que el calor corporal brindado por otra persona. Ezio rodeó con sus brazos el vientre de Altaïr, apegándose a su cuerpo, juntando la espalda de él con su pecho. No hizo nada más. No corrió sus manos, ni acercó sus caderas. Simplemente le comenzó a dar calor, él comenzaba a entrar en calor también, y entonces, el sirio, dejó de tiritar.
—Riposo, Altaïr.
Susurró el joven florentino italiano, apegándolo más hacia sí, y apoyando su frente en la nuca de Altaïr con suavidad, quien ya había caído en sueño, pero Altaïr, siendo consciente de este momento.
Aquí se forma un gran conflicto en la conciencia de nuestro amigo florentino. Ha dejado la pata otra vez, y Altaïr poca conciencia tiene de lo sucedido, pero la tiene. Sin embargo, a la mañana, habrá que enfrentar las cosas. ¿Cómo se lo tomará Altaïr todo esto? ¿Será Ezio perdonado po el hecho de que casi le haya quitado su vida?
Traducciones:
Le sciami: Permiteme.
Che cosa hai fatto li, por el amor de Dio?!: ¿¡Que mierda hacías ahí, por el amor de Dios?!
Restituirli! Ladri! : ¡Devuélvanlos! ¡Ladrones!
In un altro punto, il mio amico! : ¡En otro momento, amigo mío!
Cazzo: Mierda.
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