Capítulo 4. ¿Qué es este sentimiento?
—Me agradan estos tipos de encuentros, bello—Dijo la joven veneciana de cabellos cortos azabache, haciendo círculos con su indice sobre el pecho desnudo e inflado del florentino –Me ha encantado esa noche.
Ezio sólo le dirigió una sonrisa, quizá no de la más animada, pero sí la más tranquila que podía ofrecer, con sus manos en la nuca. —No sabes lo bien que me haces sentir a mí.
Ella formó una sonrisa retadora, esa típica de ella, pero no siempre mostraba reto, si no más bien, otras palabras que fueran de él. Él lo notaba, y rápidamente mostraba su nerviosismo, acomodándose en la cama para mirarla a los ojos y darle un profundo beso, quizá para demostrárselo de verdad, que de verdad se sentía bien con ella. —No de esa manera, lo sabes. Te aprecio, te quiero demasiado, Rosa.
Ella rió, dejando que su cabeza cayera en la almohada, su rostro brillara con los rayos del sol y su cabello corto y desordenado se esparciera en la misma almohada. Si había algo adorable en ese florentino, eran sus intentos por demostrar que de verdad quería a alguien. A ese alguien, se le podía realmente derretir el corazón sin siquiera él darse cuenta.
— Lo sé,— dijo ella con veleidad, con aquella personalidad que la caracterizaba, tan dura y chacal, pero a la vez tan coqueta; y tirando las sabanas hacia atrás, se enderezó en la cama, descubriendo su desnudo y contorneado cuerpo al sol, para levantarse. —Pero creo que es hora de ponerse en marcha, ¿No? Y tú tienes a alguien a quién cuidar.
Ezio arqueó una ceja viéndola vestirse. La verdad es que ambos habían tenido suficientes encuentros como para acostumbrarse a los cuerpos de cada uno, así que formó una mueca mirando a la sábanas y asintió con la cabeza. Sería hora de hacer caminar al bebé.
En cuanto la calma volvió a la vida y se encontró sólo consigo mismo, vestido de sus elegantes atuendos y firmes botas, Ezio entró por la puerta del inquilinato vigilada, y se dirigió a la habitación del asesino mientras terminaba de masticar lo último de una manzana. Se detuvo a observarlo un momento. Pudo notar como Altaïr se movió entre sus placidos sueños, dando un pequeño suspiro.
—Al parecer estás cómodo—. Sonrió Ezio en un susurro, de cierta manera, verlo durmiendo tan plácido, le tranquilizaba a él. Caminó en dirección a la ventana de la habitación, abriendo las persianas para que entrara la luz y las ventanas para que la habitación fuese ventilada, y lanzando la coronta de la manzana acabada por la ventana abierta, finalizó por voltearse a este asesino nuevamente. Realmente se veía apacible durmiendo allí, con un ritmo de respiración suave y tranquilo, era casi como ver la fragilidad en un hombre en su máximo esplendor, pero no de la fragilidad débil. Era como ver a alguien tras un cristal, siendo venerado amada y perfectamente, y no lo envidiaba por encontrarlo en ese estado, al contrario, se sentía incluso orgulloso de verlo tan plácido. Como que de verdad estaba haciendo algo bien.
Pero... aún tenía muchas dudas.
Nuevamente procedió a acercarse al asesino para observarlo y caer en otra de sus típicas hipnotizaciones raras en las que su mente se ponía en blanco observando su cuerpo, pero esta vez, quiso observar más de cerca su rostro.
Si era ese Altaïr del que se conocía allá en Monteriggioni, ¿Por qué estaba ahí? ¿Era posible siquiera que existiera la posibilidad de que esto sucediera? Su mente no estaba hecha para entender situaciones tan extremas como el tener a un tipo que resultó vivir en una época anterior a esta, y tenerlo ahora ahí mismo.
El asesino abrió los ojos de golpe, inesperadamente, sorprendiendo a Ezio. El asesino, alterado, giró sus ojos a la mesilla de noche divisando una navaja.
—Oh...— Ezio ya suponía a lo que el asesino iba. Maldición, si sólo no hubiese dejado aquella navaja allí para pelar aquella madera de lo aburrido que se encontraba en aquel lejano momento... ahora el asesino practicaría lo que se llamaba "Defensa personal".
Aquel extranjero de ojos dorados se abalanzó a la navaja, dándose un violento impulso con su codo sobre la cama y estiró su brazo para agarrar el arma blanca, pero a mitad de camino se detuvo, haciendo una contracción que lo obligó relajar un poco su cuerpo junto con un quejido emitido de sus labios.
Ezio levantó la cabeza, preocupándose en cuanto escuchó el quejar del hombre. —Tú herida... — Le susurró poniendo su mano en el pecho del asesino, haciendo que se recostara nuevamente con lentitud, quien no mostró resistencia debido al puntazo de dolor. —No voy a hacerte daño, d'accordo? Necesito que te relajes...— Aconsejó con cada uno de sus músculos tensos, en parte por el susto de recibir un ataque contrario, y por la preocupación y delicadeza de recostarlo nuevamente en su comodidad.
Intentó comenzar a entregarle toda la confianza posible. Llevaba tiempo sin intercambiar palabras con él más que un "¿Estás bien? ¿Cómo te sientes? ¿Estás mejor? Ten cuidado. Descansa. Te pondrás bien." Y este le respondía con un "Sí" o "No", o simplemente asentía o negaba con la cabeza. Y era ahora cuándo esperaba poder conversar algo más, se veía apto para ello.
—¿Te sientes mejor? ¿Recuerdas algo de lo que ha estado sucediendo? ¿Recuerdas el ataque con el cual terminaste aquí? — Preguntó el florentino, quitando lentamente su mano del pecho ajeno. Sus ojos marrones danzaron en busca de respuestas sobre aquellos ojos que parecían desorientados de donde estaba, moviéndose como poseídos intentando entender, para finalmente captar un poco la situación a medida que se tranquilizaba.
El asesino lo miró unos segundos con una enorme seriedad, como si no entendiera o creyera lo que le estaba hablando este muchacho, pero ante eso, sólo giró su cabeza hacia el techo sin decir una palabra.
El silencio predominó en la habitación, y a Ezio le fue un tanto incomodo. Al parecer aquel tipo era de pocas palabras. El florentino sabía que no debía de quedarse sentado en esa silla todo el tiempo del mundo y menos no hablar, si es que este otro no le hablaría. Una idea, bastante certera de preguntar, se le vino a la cabeza.
—Altaïr... Tu nombre es Altaïr, ¿cierto?—. Por fin, Ezio rompió el hielo.
El asesino abrió los ojos como un búho y giró la cabeza a Ezio. —¿Cómo... sabes?
Por fin, después de tanto, tanto, tanto tiempo, demostró su verdadera voz. Que por cierto era algo bastante ronca, raspada y poco usada. Le faltaba mejorar, y al parecer hasta había pescado un pequeño resfrió. Sin embargo, el corazón de Ezio latió con fuerza, no sólo por escucharlo responder, sino que también, porque de a poco parecía acertar.
—Yo...— Ezio tragó saliva sonriendo nerviosamente, desviando un poco la mirada de Altaïr, hacia el techo, como si intentara recordar, puesto que lo miraba con tanta severidad que le ponía la piel de gallina. —... Lo susurraste antes de quedar inconsciente. Fuiste atacado por hombres con armas, ellos creyeron que habías muerto, pero lograste sobrevivir por poco, y fue cuando acudí para ayudar.
Su mirada daba miedo, en todas sus palabras. Ezio deseaba por todos los dioses que existieran que por favor volviese a quedar inconsciente como lo estuvo hace unos malditos minutos atrás. Es que era ni siquiera el mirarlo, con sólo sentir su aura ya le provocaba cierta incomodidad. Sus ojos emitían un profundo temor, su mirada, tan sería, fría y escalofriante como miles de cuchillas erradicadoras ante cualquier mentira.
—Oh...— Susurró éste, a lo que comenzó a calmar esa expresión de intimidad a una más relajante, mientras se volvía a recostar.
Ezio suspiró relajándose también, y formó una pequeña sonrisa. —¿De dónde eres?—Peguntó a continuación. La verdad es que tenía tantas preguntas para él, que sentía que no podría contenerlas todas. —¿Cómo llegaste hasta acá? La verdad es que a penas lo creo ¿Cómo es que...-
Pero pronto, la situación apreció dar un duro vuelco.
—¿Cuál es la insistencia por saber?— Altaïr lo hizo callar en su túmulo de palabras, con algo de frustración. —Fue un error del cual repararé y me iré.
Su boca quedó medio abierta, pero la fue cerrando lentamente, y a medida que la iba cerrando, de a poco se fue frunciendo su ceño. Se molestó ante su comentario, sin duda, pero más que lo hiciera callar con tal imprudencia. —No acostumbro a encontrarme con gente tan grosera.
—Lamento no ser el tipo de persona que sueles encontrar—, susurró el hombre, con la mirada gacha pero tan fría como la nieve, hasta que la levantó y sus ojos parecieron brillar a la luz con gravedad. —Pero no me gustan los que hablan demasiado, y mucho menos sus presencias.
Ezio apretó la mandíbulas con fuerza, conteniendo su confusión y creciente enojo. Podría quizá ser más agradecido. Buscaba, de una u otra forma, estar de acuerdo con sus palabras, porque se sintió batido, pero casi no supo qué decir. Le sorprendió incluso su destreza para zanjar las conversaciones tan bien.
Bueno, al menos, podría persuadirlo con una última pregunta. Era una de las que le daba vueltas y vueltas en la cabeza. Quería confirmar, que las cosas no se estuvieran volviendo tan locas.
—¿Puedo saber al menos cual es tu edad?
—No es tu incumbencia.
No le iba a mentir. —Las cosas se han estado poniendo muy complicadas últimamente...
Aquel hombre entrecerró los ojos, buscando claramente el juego en el florentino, pero Ezio se dio cuenta que no logró encontrar nada. Estaba hablando completamente enserio. Su rostro, inocente, en busca de respuestas y sin complicidad, lo decía. —Veintiocho años.
Ezio pensaba bien, era un buen manipulador de mentes al parecer.
Pero ahora, ya tenía el segundo dato más importante. Altaïr, cual era definitivamente su nombre, tenía veintiocho años de edad, era cercano a los treinta lo cual sospechaba ya, y lo cual lo hacía ser más imposible si es que lo veía en el punto de vista de la época, aunque, aún podría seguir siendo una simple coincidencia a estas alturas.
Sin embargo, aquel Altaïr lo distrajo de sus pensamiento, intentando enderezarse en la cama ante un leve gruñido. Hasta lograrlo. —Tú sabes mi nombre, sin embargo, yo no sé el tuyo.
El florentino relamió sus propios labios, mirándolo y asegurándose de que no hiciera ningún mal movimiento. De repente las cosas ya empezaban a fluir bastante bien. —Me llamo Ezio.
—¿Necio?
Ezio frunció el ceño de un golpe. ¿Era enserio? — E-ZI-O. — Le dijo en tono pausado y frustrado. —Ezio Auditore de Florencia.
—¿Florencia?— Preguntó Altaïr ladeando ligeramente la cabeza. —¿Dónde estamos exactamente?
—En Italia, Venecia—Le sonrió humilde esta vez.
El asesino pareció mostrar sorpresa una vez más en su mirada, y sus ojos miraron a las ventanas. Pronto, su mirada volvió a posarse en el muchacho, y ligeramente fue frunciendo el ceño en símbolo de confusión.—¿Y tu eres de "Florencia" entonces?
El silencio se hizo en la habitación cómo Ezio lo miraba fulminantemente. ¿Estaba jugando acaso? ¿O su inseguridad lo engañaba cada vez más?
El árabe no pareció cambiar su expresión. No parecía haber chiste en sus palabras.
Sin embargo, Ezio formó una sonrisa sin ninguna gracia en respuesta. Apenas una contracción de sus labios, que fue derribada de un segundo.
—Creo que tenemos culturas bastante diferentes—. Le dijo Ezio.
Pero ese Altaïr se quedó en silencio, y no dijo nada más, como si se guardara sus palabras sabiamente para quien supiera qué. Eran tan enigmático que Ezio se arrepintió un poco de haber pensado que estaba jugando con él.
—No estaba jugando—, Protestó el muchacho, esperando a que algo dijera, mostrando una chispa de agobio en sus ojos. Rogaba que por favor entendiera que quería ayudarlo, pero su comportamiento le estaba pateando de forma muy rara. —Extraña manera de hacer amigos, ¿No lo crees? ¿No dirás nada más?
—Lamentó ser grosero, Necio, pero yo no vengo a hacer amigos.
Un tic se formó bajo el parpado de Ezio ante aquellas palabras. Joder, realmente le estaba pateando. ¿Y el agradecimiento qué? Debería tener un poco más de respeto a los que lo atienden en su morada, le dan de comer, ropa, un techo y los medicamentos necesarios para salvar su vida. ¿Y así le agradecía?
Pero vamos, aunque quedaban cosas por aclarar. Es por esto, que el florentino tomó aire una vez más.
—¿Y puedo saber de donde eres?—, Preguntó. —No me gustaría que olvidaras que soy yo quien te está cuidando, creo que merezco saber un poco más de ti.
—¿Influye en algo?
¿Por qué era tan restringido?
Ezio juntó sus dedos intentando formar paciencia en todo su ser, para continuar en su sentido de diplomacia. Si hubiera sido otra persona, ya la habría mandado a la mierda, a buscar por otros medios de información más rápidos, pero lo que sabía, es que nada sacaría buscando en otros lugares. ¿Quién sabría de este asesino, más que él mismo?
—Verás. Me resulta extraño que un asesino de túnicas blancas, y si es que lo eres, llegue de la nada huyendo de hombres templarios de cuentos de hadas a estos lugares. Es por eso, que resalta en mí la duda de tu procedencia, si se te hace más fácil, estamos a diez de febrero de mil cuatrocientos ochenta y uno—, dijo en sus límites, mirándolo casi con fulminación, pero con la contenida y sarcástica paciencia. Quería comprobar que todo fuera nada más que una coincidencia, o que todo lo que estaba sucediendo, no era un sueño. Quería saber la verdad.
El hombre pareció expandir sus ojos por enésima vez y su impresión pareció ser más grande, quedando algo boquiabierto. Sus ojos se movieron en medio de su impresión, como si buscara algún tipo de respuesta en las sábanas, pero, en vez de preguntar algo a cambio, simplemente respondió silencioso. —Siria, Masyaf. Miembro de la Hermandad Levantina de Asesinos.
El corazón de Ezio palpitó con más fuerza, al ver la impresión de sus ojos al mencionar la fecha, y todavía más, sin poder creerlo, y sin poder formar ninguna pregunta más, y los ojos de ambos se mantuvieron sobre los de ambos, y entonces, algo raro comenzó a suceder cuando el sirio lo volvió a mirar, con algo de desconfianza, pero iba más allá. Ezio sintió en todo momento como si formaran un puente de una extraña conexión, en busca de respuestas que ambos no tenían, como si tuvieran tantas preguntas que ninguna podían formular, y como si entre ambos, pudieran permitirse y caminar en este puente, caminar en caminos del uno al otro y entrar así por en quien quisiese de los dos, Ezio lo miró con esperanzas "—Soy asesino al igual que tú— ", fue lo que alcanzó a decir en medio del extraño sortilegio sostenido, hasta que este misterioso puente se rompió en cuanto el hombre mayor bajó la mirada, sacudiendo la cabeza. La seriedad volvió a sus ojos y algo de melancolía.
—¿Eres asesino también?
Ezio enfocó su atención en el árabe luego de la larga enajenación que lo había domado, y sus ojos se movieron por el suelo de madera, preguntándose, cuando es que sus labios soltaron aquellas palabras, o si realmente acababa de suceder lo que presenció hace unos minutos. —Lo heredé... de mi padre.
Al decir esas palabras, bajó la mirada, algo confundido. No podía negar que siempre tenía que ser duro al mencionar las cosas, pero en este momento, se sentía tan extrañamente expuesto, que no pudo evitar sentirse hasta angustiado, se sentía descubierto, denudo, y su mente recorrió los recuerdos como ida por un riachuelo. Aquella herencia que tuvo que tomar rápidamente, en el momento quizás menos adecuado. Y simplemente, era doloroso. Doloroso era recordar Florencia, recordar el día, la fecha, la hora. Esa gente que decía ser sus amigos.
El hombre bajó la mirada, pareciendo compartir el pésame con él, pero pronto comenzó a respirar un tanto agitado, haciendo al florentino volver a levantar la mirada en el silencio.
—Tengo calor...— Musitó Altaïr. —Mucho... calor....— Su cuerpo lo fue recostando de a poco, y pronto pareció estar quedándose dormido de a poco, mientras susurraba suavemente palabras de su lengua, gemía y gotas perladas ya habían estado asomándose en sus poros a causa de la fiebre unos minutos antes. —Du...duele... — Susurró casi inaudible el hombre de Masyaf; perdía de a poco su conciencia, y se desvanecía.
Ezio comenzó a preocuparse de a poco. Todo había quedado en su cabeza como el golpe de una toalla mojada. Si bien, este asesino no había sido de lo más amable con él en algún principio, pudo concluir que era porque no lo conocía y era ese uno de sus medios de defensa, y aunque Ezio estuviese dispuesto a dejarlo de una sola vez, había algo dentro de él que le decía que no. Vamos, sólo habían comenzado con el pie izquierdo. El tipo incluso ni podía valerse por sí mismo, y además, no rompería sus promesas. "Yo me haré cargo por ahora de tu seguridad. Limpiaré tus heridas, cambiaré tus vendas, te prepararé ungüentos, cocinaré tu comida, y todas esas cosas, hasta que te recuperes...".
Recordó el gotario que le había dado el doctor en caso de dolores y que se encontraba en la mesilla de noche. Tomó el frasco y agarró el mentón de Altaïr. Con delicadeza, comenzó a verter el líquido espeso dentro de su boca al exprimir suavemente la vara del gotero, sólo unas cuantas gotitas.
Suficiente.
Así, concentradamente en Altaïr, dejó el frasco de lado.
Seguro habría de esperar unos minutos y volvería a la normalidad y volvería a la calma.
Ezio dio un suspiro y se levantó de la silla, rodeando la cama del asesino medio dormido, con la intención de salir de la habitación e ir a por Antonio. Quizá alguno de los chicos habían preparado alguna merienda, y eso le serviría para alimentar a ambos, a él y al asesino.
Sin embargo, algo lo detuvo, una chispa quizá, cuando ya estuvo casi a la salida de la habitación. No se alcanzó a dar una media vuelta, pero sí casi quedó mirando por sobre su hombro hacia el asesino y así, lo quedó mirando un momento. Quería entender, qué era lo que lo conectaba tanto a él, pues lo había sentido al momento de mirar sus ojos. No había sido suficiente con haberse enterado que no era un simple tocayo de lo que realmente esperaba. Era, extrañamente, lo que jamás se esperó. El reconocido asesino del Medio Oriente, pero venían cosas tras otras, pero por sobre todo, aquel misterioso y excéntrico sincretismo que habían compartido con las miradas. Su corazón cada vez latía con más fuerza, tanto que era incluso capaz de salirse de su pecho al pensar lo que quería probar, y no entendía por qué, pero por alguna razón, deseaba que ese mismo y extraño sincretismo se volviese a repetir.
Mirando a Altaïr dormido, se empezó a acercar con lentitud y sumiso cuidado, como si cada paso que daba fuese a romper la rechinante madera bajo sus pies. Su corazón iba a explotar de lo fuerte y rápido que palpitaba, incluso temía que Altaïr se despertara por el exagerado sonido que este provocaba su corazón golpeando su propio pecho.
Al estar en frente del sirio, detuvo cualquier movimiento que pudiese hacer, bloqueando cada articulación de sus músculos y se dispuso a observar su rostro con delicadeza.
Se inclinó con suavidad, apoyando sus manos en la cama del asesino con mucho cuidado para no despertarlo y con decisión, comenzó a alabearse más y más a este. Sentía que su corazón se saldría de una sola vez. Golpeaba tan fuerte y rápido, palpitaba sin poder controlarlo, como el de un pequeño colibrí de esos que siempre se veían en Florencia.
A centímetros, sólo centímetros, sus labios, rectos y apretados, estaban casi juntos a los de Altaïr... pero Ezio se detuvo, cerrando sus ojos con lentitud, sin hacer nada más. Comenzó a sentir como sus latidos calmaban de a poco por fin, cada vez se sentía más tranquilo.
Sentía la respiración de Altaïr en su mejilla y labios. Tan tranquilizante, y tan suave, tan dulce como una alabanza y... no dejaba de pensar que... deseaba que ese mismo y extraño sincretismo se volviese a repetir. Y no le importaba el por qué...
—No...— Ezio puso finalmente los pies en la tierra, frunciendo el ceño y apretando sus propios labios, enfundando sus dientes en una línea recta; negándose a lo que deseaba hacer, y difícil, como si de una fuerza de gravedad se tratase, pero veloz, se enderezó dejando al inconsciente Altaïr de lado, y, con confusión apoyando su mano contra su frente, se dio media vuelta escapando de la habitación.
—Stronzo! Stronzo! ¿En que pensabas, imbécil? ¿Cómo pudiste haber hecho eso?— Se criticaba Ezio en voz alta a sí mismo caminando hacia el pequeño salón, y luego a la cocina con el fogón y allí dentro. Escondido, colocó sus dos manos sobre su cabeza, entrelazando sus dedos con su propio cabello, sintiendo punzadas en los ojos que los obligaban a humedecerse al mirar a la nada. De repente, empezó a caminar como un león enjaulado de un lado a otro, sin quitar sus manos aferradas a su cabello, que ya casi se lo arrancaba.
La ansiedad aumentaba.
—¿Por qué lo has hecho?— Se criticaba así mismo, a su otro yo imaginario — Has estado a... a centímetros de los labios de... besarle...—Dijo con una notoria desilusión y tristeza en un hilo de voz quebrantado y apenas audible, —¿¡Por qué!? ¿¡Qué sucede conmigo!? No me lo merezco... no sé como explicármelo... no sé...—, Ezio apoyó su cuerpo en el mesón más cercano tras sus erráticas y cortas caminatas por la pequeña cocina, y colocó sus codos sobre este mesón, sosteniendo con sus manos, su cabeza, tapándose los ojos. No quería quebrantarse en sollozos, quería ser fuerte, pero cosas como estas lo comenzaban a consumir, y se sentía tan confundido por esto. Se sentía debatido, quebrado, amargado, mal... Ya era suficiente con las cosas que pasaban en Venecia. No era posible que estuviese desarrollando sentimientos por alguien a quien estuvo cuidando desde hace una semana, no había escusa para eso, eso era de... sarasas. Él no era un sarasa, él amaba a las mujeres. ¿Por qué hacía eso entonces?
—Necio...— Una voz lo llamó desde cerca. Ahora le era una voz conocida.
Ezio levantó la mirada al llamado, descubriendo sus ojos en lagrimas; sus ojos, nariz y mejillas estaban rojas por el espacio cerrado, y por tanto apretarse la cara. —¿Altaïr?— Sonó su débil hilo de voz. Al darse cuenta de lo destruido que se veía, se enderezó con velocidad, carraspeando su garganta, y volviendo su voz más dura, —Dios, es Ezio, se pronuncia Ezio, no Necio— Dijo en los intentos de ofuscar lo que le sucedía, a lo que acto seguido comenzó con rapidez a secar y limpiar su rostro con la manga de su camisa.
—Hay razones para llorar, supongo...— Dijo Altaïr, induciendo a su futura pregunta sin quitar su serio rostro, haciendo ante la luz que sus ojos rasgados fueran más notables, finos en los términos de sus comisuras, mas sus pupilas doradas que emitían dominio a quien se atreviese a mirarlo, pero también una mezcla de tranquilidad, ofreciendo paz. Se encontraba de pie, algo encorvado, sin moverse de su posición bajo el dintel de la entrada sin puerta, con una mano puesta sobre la zona vendada de su costado y con la otra mano sujetada del alfeizar de la pared de esta entrada para no perder algún equilibrio y caer, aún estaba débil. Mostraba a la luz su torso desnudo, su cuerpo no más vestido que por unos simples vendajes y pantalones de tela. Un cuerpo perfecto, tan bien esculpido, cual aseguraba la buena condición física que él tenía.
—¿Por qué estás aquí? ¿No deberías estar reposando?— Preguntó Ezio enderezándose en su posición, fingiendo la misma seriedad que el otro mientras esnifaba su nariz roja por la angustia.
— ¿Cuáles son tus razones para sentir dolor?—Preguntó Altaïr con tajancia, ignorando la crítica de Ezio. Parecía demostrar que no le gustaban las preguntas cuales disfrazaban ordenes.
—Yo...— Ezio buscaba alguna buena escusa para no responder. —¿No soy yo el que hace las preguntas?— Sonrió en un tono de burla, —Sin embargo, ¿Vez aquel fogón de ahí?—, caminó hasta la zona la cual tenía más mesas pequeñas con utensilios de cocina, y ese gran fogón de piedra y metal mencionado, — Me he golpeado la rodilla con él sin haberlo visto a tiempo, por pasar apresurado hasta acá—, Ezio llevó sus dos manos al muslo derecho, apretándolo ligeramente y colocando una falsa pero divertida mueca de dolor para que pasara más creíble. —Fue tanto el dolor que no pude evitar lagrimear y apoyarme contra el mesón.
Altaïr lo quedó mirando por unos segundos, estaba serio, pero su cabeza parecía negar lentamente, al mismo tiempo como sus comisuras parecían querer estirarse, como en una sonrisa. Ezio supo que sus intentos de credibilidad no fueron de lo más veredictos, pero al menos le alegró un poco el día al hombre serio. Finalmente, Altaïr volvió a su compostura, y asintiendo, distraídamente comenzó a observar a su alrededor. Pescados secos colgados en ganchos al lado del fogón con troncos de madera a su lado. Muchos utensilios de comida, y muchas especias por todas partes. —Nunca había visto un lugar como este.
El florentino lo miró atento, alzando sus dos cejas en símbolo de impresión. —Ah, ¿No? Es una cocina—, hasta las chozas más pobres tenían una en toda Italia, suponía él.
Un sonoro rugido se hizo presente en la amplia sala, haciendo que los dos hombres casi ni respiraran para ver si este sonido volvía, para comprobar que era.
Altaïr llevó su mano a su vientre mirándolo como si no supiese que se tratara, formando una ligera mueca.
—¿Tienes hambre, verdad?— Sonrió Ezio con tranquilidad—, Después de no comer más que sopas, de seguro debes de estar con hambre. ¿Crees sentirte bien para comer algo más contundente?
Después de todo, ya había dejado los vómitos, y el veneno parecía haber abandonado su cuerpo casi por completo durante esa semana. Quizá los dolores eran los que más predominaban ahora, pero eran tratables, siguiendo aún con el reposo.
Altaïr levantó la mirada lentamente. Sus ojos brillaban y la comisura de los labios parecía levantarse como si sonriese levemente, una contracción de sus labios. Asintió con la cabeza. Quizá era lo que más deseaba después de tanto tiempo.
Ezio le sonrió de vuelta y le invitó a colocarse ropa. "— El invierno en Venecia a veces es bastante helado, así que te recomendaría tomar algo de abrigo."
No tomó mucho tiempo, la verdad. Le sorprendió en un principio verlo ahí parado, pero era como si ya conociese el lugar, y a pesar de que cojeara un poco, parecía mantenerse bastante bien ya de pie, por lo menos de momentos. Por un momento, Ezio se sintió hasta incluso alegre al verlo en su atuendo de asesino una vez más ahora ya vestido, y recordó esa noche cuando lo vio. El mismo cuerpo, la misma contextura física y silueta, pero ahora veía bien su rostro sin esa capucha. Salió hasta con armas del alquiler, pero Ezio no le dijo nada, siempre fue tras sus espaldas. No lo culparía por salir con armas, también lo hubiera hecho para estar defendido en un lugar en el cual se sintiera totalmente expuesto y sin protección. Al salir, el olor a pescado asado abundó en las narices del florentino, y entre la ceguera que le producía el brillo del sol al sirio al haber salido de la edificación, pudo notar su ansiedad por buscar el olor, pero todo fue contenido en una seriedad innata.
Fue Antonio, quien, junto a algunos otros ladrones, habían estado preparando el almuerzo cerca de la orilla del río junto a unas cacerolas y fogones. Una buena comida al aire libre no faltaba para ellos, y al verlos ahí saliendo del pequeño inquilinato, cálidamente los invitó a unirse al almuerzo. Donde cabían cuatro, cabían seis.
Altaïr siempre se mantuvo en silencio, observando con atención el lugar en el cual se encontraba, y observando a cada uno de los ladrones, como si se tratara de una seria inspección, comprobando de que no fueran a hacer algo. Ezio lo entendía, era la primera vez luego de semanas que salía de las cuatro paredes a la luz del sol. Antonio había sido tan curioso como Ezio, pero más discreto en sus palabras. Quiso saber su procedencia, y qué era lo que hacía exactamente, pero Altaïr siempre le respondió con la debida educación que le correspondía, y Ezio se preguntó así mismo qué era lo que había hecho mal para que con él hubiese sido tan tajante.
—Pertenezco a la Orden de los Asesinos, así es. Intentamos llevar el credo cuidadosamente, y de la misma manera, luchamos en contra de los que se imponen violentamente a nosotros, los templarios—. Había respondido en un momento.
— Oh —, de una u otra manera, Antonio no se mostraba sorprendido, como Ezio, esperando que lo estuviera al igual que él. Era como si no captara, que se estaba hablando de templarios, de hombres con cascos en forma de regaderas y cruces rojas en los pechos. —Tal y como Ezio.
El sirio giró su mirada al muchacho y asintió. —Algo así me ha contado.
Pero realmente, no era necesario hablar de esas cosas. Ezio fue el que estuvo en silencio por más momentos, y a penas sí se unía a la conversación entre ambos que había adoptado un buen ritmo.
—¿Y cómo es que sabes italiano?
— Algunas misiones requerían de mi tiempo para poder estudiarlo.
Y en un momento, de esos inauditos, las conversaciones siguieron para los demás ladrones junto a Antonio, extrañamente sin estar Rosa ahí. Y conversaban entre ellos, mientras que los otros dos asesinos, habían estado en silencio, sentados en las bancas que rodeaban al fogón cual los abrazaba del frío y les daba el almuerzo, aquel pescado asado sazonado con especias y aceite de oliva.
— Lo que más se come aquí es pescado—, dijo Ezio en un susurro al sirio quien comía en silencio, para no interrumpir las conversaciones de los ladrones. —Será redundante, pero Venecia es un gran puerto de comercio, muchas pescaderías. Hasta a mí me impresionó cuando llegué.
El sirio lo miró, —No había probado algo así antes. Comemos pescado, pero nunca tan condimentado. Por lo general, no tienen ni sabor.
Le sorprendió, porque no había comido algo antes que no estuviera condimentado. Sería hasta extraño comerse un pescado crudo, si es que llegaban a hacerlo, aunque sería muy inculto al tener que pensar eso. En un momento, le preguntó que hace cuanto tiempo no comía desde que comenzó con su viaje, del cual se había negado a hablar un poco. Este le respondió que una semana aproximadamente y ante eso, Ezio se atragantó con lo que el estaba comiendo también. Tosiendo violentamente. ¿Una semana sin comer? Habría que tener las agallas.
—Meditar, Al-Mualim nos entrena así.
Ezio asintió llevándose un poco del pescado a su propia boca en un tenedor de madera. —¿Quién es Al-Mualim?
—El mayor mentor y maestro de la hermandad asesina.
—Es una persona importante, con eso me basta— Dijo Ezio girando sus ojos, con una pequeña sonrisa mientras dejaba su plato ya vacío de lado.
—Tú eres quien me ha preguntado, yo te he respondido.
—Así que ustedes tienen un mentor para toda la hermandad, ¿Ah?
—¿Acaso tu no?— Tras haberle lanzado una mirada de duda, miró a los demás hombres sometidos es sus risas y conversaciones, jugando con el utensilio veneciano en sus dedos cual en un principio había encontrado bastante ajeno a sus costumbres, —¿Son estos tus compañeros asesinos? ¿Y los atuendos?
Ezio soltó una ligera risa, y se había olvidado incluso que quizá en algún otro punto de vista, ellos dos lucían bastante entretenidos en sus propias conversaciones. Antonio se había acostumbrado a Ezio, y sabía que era un muchacho silencioso muchas veces, conocía su triste pasado, pero en este momento, parecía haber olvidado ese pasado por completo.
— Ellos no son asesinos de alguna hermandad, iluso—, respondió el florentino conjunto a su risa. —Son ladrones.
—¿Ladrones? ¿Eres amigo de ladrones?— Su expresión fue de sorpresa.
—Llevado a las circunstancias, me temo que así tuvo que ser—, dijo el más joven, encogiéndose de hombros al formar una mueca de inocencia.
—¿Y dónde está la Hermandad aquí, si tu eres uno?
Ezio abrió la boca para responder, pero pronto la volvió a cerrar, vacilante de qué responder. Ojalá supiera qué responder. Él sólo sabía que su padre y su tío eran asesinos, pero no sabía nada de ninguna hermandad. Sólo sabía que él era asesino, pero no sabía por qué, era un pseudo-asesino, y a penas sí sabía de las raíces de estos, a penas sabía en qué consistía. Dudoso, se encogió de hombros evitando la mirada, negándole con la cabeza. —No... no lo sé.
El sirio no despegó su mirada de sobre él. —¿No eres asesino?—, le preguntó.
No lo iba a culpar de eso, la verdad, y no le importaba tampoco, aunque le daba un poco de vergüenza luego de haberle dicho que sí era uno. Era uno, sin entender por qué o cómo es que lo era, sólo sabía que se quería vengar, y que su único objetivo era El Español, y nada más que ese hombre. Ser Asesino o no, no le importó mucho desde los principios de todo.
—Lo soy, pero con diferentes circunstancias que me acontecieron—, fue lo único que Ezio pudo responder.
—Lo entiendo, hermano—, dijo el sirio, tras un silencio no muy incómodo.
El florentino lo miró, y en su serio rostro vio una sonrisa, una que transmitía confianza y hasta fraternidad. Que le dijera que lo entendiera, le hizo sentir bien. Sin embargo, que lo llamara hermano, como entre los asesinos se hacían llamar, le hizo sentir aún mejor. De cierto modo, sentía que de verdad le entendía, y no como otros que con un simple "pésame" pensaban en que lo entendían. Le correspondió con una sonrisa ladina.
Le agradaba.
Pero rápidamente sacudió la cabeza, y las tontas mariposas desagradables las quiso ahogar con vino, pasando sus brazos por entre su propio regazo como un enfermo. Sentía que necesitaba tomar aire, quizá alejarse, y dejar de auto-crearse cosas en su mente. Por dentro, moría de inquietud y mal estar. No podía creer aún lo que había hecho y de lo extraño que se estaba sintiendo.
—¿Sabes? Te haría un "tour" por Venecia ahora que has visto la luz—, Apuntó Ezio con una sonrisa marcada en su rostro en son de broma, para intentar, de un modo u otro, quitar el desagradable sentimiento de su cuerpo. —Pero necesito hacer unos encargos de Antonio, ya sabes, el tipo de ahí, —, el asesino, silencioso, miró al delgado hombre vestido de colores verdes, y asintió, volviendo a mirar al muchacho florentino.—, y estoy seguro de que te gustará familiarizarte un poco con este lugar y los ladrones. Primero que nada, ellos son mis compañeros, por lo tanto, te tomarán como un compañero también a ti si no los provocas.
El asesino de blanco frunció ligeramente el ceño, y Ezio se corrigió levemente ante sus palabras, quizá "si es que no los provocas", podría sonar un poco alertante. Simplemente un "hazte amigo de ellos", fue lo que usó para relajar su expresión. —De todos modos, te agradarán.
El hombre asintió con la cabeza, viendo como Ezio pasaba primero una pierna por la banca, y luego la otra para levantarse, dirigirle una leve sonrisa, y huir del gremio de los ladrones.
Ezio ha entrado en un estado de confusión enorme. Casi besa a Altaïr, y no sabe siquiera qué es lo que está sintiendo ahora ¿Qué hará? ¿Acudirá a alguien? ¿Su extraño sentimiento aumentará?
❇TRADUCCIONES:
Bello: Guapo
D'accordo?: ¿De acuerdo?
Stronzo!: ¡Estúpido!
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